Siete madres desesperadas (5)

Entonces vi brillar los ojos de aquel director, lascivo me miró de arriba abajo...

Jones, Bárbara

Ralph no fue muy brillante, desde pequeño le costó aprender a hablar, pero yo me esforcé porque fuese aprendiendo cada palabra en su épico de infantil.

Cuando por fin cumplió los cinco años me llamó el director del colegio donde Ralph tenía que cursar sus estudios. Soy viuda desde hace uno diez años, allí tuve que enfrentarme a un cincuentón estirado que trataba de decirme que Ralph no era normal.

— Si pretende usted decirme que Ralph no es un niño normal, ¡no se lo voy a consentir! —exclamé yo muy enojada con el director.

— ¡Claro que es normal señora! Nadie lo pone en duda, sólo decimos que tal vez este centro no sea el más adecuado para que su hijo se desarrolle y estudie.

— ¡Y qué demonios pretende decir con eso! Mi Raph no va a ir a un centro de educación especial para acabar montando neumáticos en un taller sucio, ¡lleno de grasa!

— No es lo que pretendo señora. Mire déjeme que se lo esplique, normalmente un niño tiene un coeficiente intelectual entre los 90 y 100 para que digamos entre dentro de la media, pues bien, Ralph está en un 85.

Quedé muy contrariada por su explicación y no supe qué decir en aquel momento, estaba tan enojada que le hubiese dado un puñetazo allí mismo.

— Bueno y esos 5 insignificantes puntos, ¿no se puede hacer nada para que alguien los sume y se convierta en un 90?

Entonces vi brillar los ojos de aquel director, lascivo me miró de arriba abajo, yo vestía muy recatada y me sentí incómoda, pero supe lo que debía darle.

— Bueno señora, son cinco puntos, tal vez podamos tomar té con pastas en su casa alguna tarde de aquí al comienzo de las clases y quién sabe, a lo mejor una evaluación mía muy cercana del chico rectifica ese 85 y lo deja en un noventa.

— Ya parece que empezamos a entendernos —le dije sonriendo—, y no cree que una tarde bien se merece cinco puntos, ¿señor director?

— No sé señora, tal vez deba volver a examinarlo para asegurarme, en una tarde no se puede saber mucho sabe.

Me sentía ultrajada, pero ya que el sistema estaba montado de aquella forma, si quería que mi hijo estudiase en un buen colegio tenía que complacer a aquel odioso director.

— Está bien, digamos que tres es un buen número, un número cabalístico —propuse yo.

— Pero señora, una madre como usted no podrá consentir que por dos tardes su hijo se quede fuera, ¿verdad?

— ¡Ya lo he entendido! Pero usted no sabe que una madre hace con tres tardes lo que una esposa no consigue en cinco años, así que usted verá lo que se pierde —dije yo acercándome y palpando su cremallera por encima del pantalón.

— ¡Oh pues, tal vez podamos empezar aquí mismo! ¿No le parece? —dijo él poniéndose nervioso.

— Si, me parece perfecto.

— ¿Doris? —dijo comunicándose con su secretaria a través de un interfono—. Será mejor que nadie me moleste voy a estar muy concentrado evaluando los test del hijo de la señora…

— Jones —intervine—, Catherine Jones.