Siento celos, siento miedo

Los celos significan miedo. Miedo a perder lo que queremos, lo que tenemos. Más allá de lo cotidiano, nuestra mente juega un papel muy importante en nuestros sentimientos...Esta es la historia de una infidelidad, pero una infidelidad muy especial...Una infidelidad a la carta.

SIENTO CELOS, SIENTO MIEDO

Aquella tarde fue demasiado para mi cuerpo. Nunca podré olvidarla. Fue el principio de mi ocaso. Frío, cielo nublado y algún que otro chispazo de agua, no invitaban precisamente a salir a la calle.

Luisa había llegado aquel viernes un poco enfadada. Mi mujer dejaba bien a las claras cuando estaba molesta por algo y, en esa ocasión, había motivos suficientes. El motivo no era otro que tener que trabajar el sábado. El siguiente lunes, su empresa sería sometida a una auditoría. Sus jefes habían reclamado su ayuda para que dejara ordenada cierta documentación imprescindible para los auditores. Evidentemente, cobraría la jornada extra a parte de su salario, pero aún así, se mostraba molesta…y yo diría que un tanto nerviosa.

Me dijo que no quería estar sóla en la oficina. Yo, naturalmente, me ofrecí a acompañarla. Conocía el lugar de trabajo de Luisa. Una confortable planta de oficinas en las Torres Kio de Madrid, aglutinaba las diversas secciones de su empresa. Ella ocupaba un minúsculo despacho situado cerca del que dominaba Montañés, su jefe más inmediato. Luisa se mostró reacia desde el principio ante mi eventual sugerencia. Ciertamente lo dije con la boca pequeña, pues para nada me apetecía pasarme el día entero observando como trajinaba con papeles de aquí para allá y de allá para acá. Además, no sabía si sería viable mi sugerencia, aunque en otras dos ocasiones, por asuntos similares, la había podido acompañar. Pero eran otros tiempos. Tiempos de amor y gestos. Tiempos de inseguridad salvada. Tiempos de mucho sexo.

A lo largo de la mañana del sábado hablé con Luisa dos veces. Ella me colgaba el teléfono en seguida, pues el trabajo, según decía,  era lo primero y no quería entretenerse hablando conmigo. Deseaba acabar lo antes posible. Y yo me mosqueaba. Algo me hacía presagiar que tal vez me mintiera. No es que tuviera motivos para desconfiar, pero por su forma de comportarse deduje que algo no iba bien.

Llegó la tarde y, haciendo caso a Luisa, había decidido no molestarla más. En nuestra última conversación habíamos quedado en que sería ella quien llamaría para darme novedades respecto a como iba su trabajo y la posible hora de salida. Mientras observaba por los ventanales del salón como caía la lluvia, sonó el teléfono. Me giré en redondo y mi mirada se clavó en aquel aparato que reposaba en un rincón del salón.

-¿Sí?. Contesté sabiendo quien era mi interlocutor.

-Hola, soy yo-Era Luisa como ya había podido comprobar a través del identificador de llamadas-, lamento darte esta noticia cielo, pero ha venido Estefanía a ayudarme con el trabajo y aún así creo que terminaré a las dos o las tres de la madrugada. Te llamo para decirte que salgas a dar una vuelta, si quieres, porque esto se alarga. Aquí hay trabajo para dar y tomar. Cuando quiera llegar a  casa será de madrugada. Hoy hay que dejar todo listo. Esto es demasiado farragoso, cielo.

Luisa me transmitía malas noticias. Su trabajo se alargaba. La complicación había hecho que alguien, probablemente Montañés, hubiera requerido la presencia de Estefanía para echar una mano a mi mujer. Ni la conocía ni la conozco, pero…al parecer, alguien había acudido en su ayuda.

-¡Vaya, pues si que me has jodido! Toda la semana trabajando y hoy que es sábado, trabajas tú y hasta muy tarde, ¡vaya mierda!-Todo ello lo dije con la sinceridad que me caracteriza-, ¡Estoy hasta los huevos de estar sólo en casa!. He tenido que comer de mala manera, solo, me aburro, me caigo de sueño y encima mira que día hace.

-Lo sé cielo, pero ya no hay remedio. ¿Te llamo …. mas tarde? o… ¿Te vas a echar la siesta?

-No, déjalo. No me llames-Dije molesto tal vez con ella-, voy a salir y tal vez vaya al cine. Luego te llamo cuando regrese a casa.

-A lo peor, cuando me llames ya no te pasan con la oficina, pues la recepcionista se puede haber marchado, y el móvil, aquí ya sabes que no siempre tiene cobertura.

-Bueno en ese caso, en casa te veré, te esperaré viendo la tele….o dormido en el sillón. Adiós.

Colgué rápidamente. Me enfadó que trabajara hasta tarde. Y seguía muy mosqueado. Intuía…bueno, más que intuir, quería tener un motivo para aferrarme a mis celos. Decidí salir aunque no me apetecía, pues la tarde, como ya dije antes, no invitaba a ello. Me metí dentro de una gabardina y me revolví una bufanda al cuello y salí a la calle. Paseé un largo rato entreteniéndome en mirar escaparates. Sin darme cuenta me fui aproximando a las Torres Kio, lugar donde trabajaba mi Luisa. Empezó a llover. Vi el coche de Luisa aparcado en la Plaza de Castilla. Era su coche. ¡Cómo no iba a conocer su coche, joder!. Estaba aparcado en la puerta de la torre en la que ella se encontraba. Pensé cogerlo, pero habría de avisarla. La verdad, estaba molesto con ella. Sin razón, pero lo estaba. Opté por lo lógico, dejar el coche en su sitio y olvidarme del asunto. Volví a guardar el llavero en el bolsillo de mi gabardina y resoplé maldiciendo a quien nos enviaba el jodido agua. Mi cabreo iba en aumento. Frente a la torre había un mesón. ¿Y si me tomara unas copas?. Conocía el local, alguna vez había estado allí con Luisa.

Tras unos minutos dubitativos, decidí acercarme a la puerta de la torre en la que trabajaba Luisa y  le conté al vigilante de seguridad quien era yo y qué hacía allí. El hombre, muy amable, se ofreció a ayudarme. Subiría a la planta 6 y le diría a Luisa que yo estaba abajo y que me llevaba el coche. Esperé pacientemente su regreso mientras valoraba el cambio de actitud que sentí, y con la confirmación de que Luisa ya sabía que me llevaba el coche, me fui dándole las gracias. Maldije de nuevo, pues no le habría costado mucho bajar a saludarme y ¿por qué no?, darme un puto beso que calmara mi mala leche. Pero ella debía estar muy ocupada…y por la noche, muy somnolienta. Casi no hacíamos el amor. Y eso me hacía sospechar…

Abrí la puerta del vehículo y penetré en su interior. Arranqué. Puse la calefacción. Los cristales se empañaron a velocidad vertiginosa. Me recosté en el asiento y me centré en escuchar las gotas de agua golpeando la chapa del coche mientras intentaba pensar lo que iba a hacer. Inserté un CD que encontré en la guantera. Lo miré con desprecio y cabreado, pero Pink Floyd tuvo su oportunidad. Los primeros acordes de “Shine on you crazy diamond” me embaucaron. Si, aunque parezca mentira, me relajé con aquella sintonía. Y me relajé mucho. Sentí sueño y me acuné contra la puerta. Me vi moviendo el vehículo. Bajando la Castellana. Estuve como una hora vagando por las calles vacías de Madrid, eso si, sin alejarme mucho del entorno para evitar los atascos del sábado tarde en la zona centro. Pasé por la calle Capitán Haya y me apiadé de las prostitutas que clavaron  su mirada en el coche rojo. Iban escasas de ropa y hacía frío. Pensé que al menos deberían tener un lugar donde ejercer su trabajo. No, no se presentaba buen día para ellas. Había poca gente por las calles y el tiempo estaba empeorando. La temperatura bajaba y yo no sabía que cojones hacer para pasar las horas. Estaba sopesando la posibilidad de irme a casa. Dejaría el coche en su sitio, hablaría con el vigilante para que avisara a Luisa, y tomaría un taxi. ¡A tomar por culo la tarde!...y registraría sus cosas en busca de la prueba delatora. Me estaba siendo infiel. Era seguro.

Sentí la llamada de mi estómago demasiado exigente y decidí comer algo. Estacioné en la misma puerta del mesón, en la misma Plaza de Castilla. Pedí un bocadillo de calamares y una cerveza. Mientras masticaba miraba hacia la torre donde trabajaba Luisa. Ya era completamente de noche. Pensé si habrían cenado ella y su compañera o tal vez lo harían por turnos. Me estaba limpiando la boca con una servilleta cuando mi corazón dio un vuelco.

Luisa salía de la torre, pero no iba sola. A su lado caminaba una chica un poco más joven que ella. Sería su compañera, pensé. Anduvieron unos metros juntas y luego, con un gesto que hicieron con sus cabezas a modo de despedida, se separaron. Luisa se quedó de pies, viendo como su compañera se alejaba. Al perderla de vista emprendió la marcha a pasos ligeros. Pensé que venía al mesón donde yo estaba, al menos esa dirección traía. Me apresuré a pagar la cuenta para salir a su encuentro, felicitándome por lo temprano que habían terminado y dando gracias en mi interior a su compañera por la ayuda prestada, ya que sin ella, probablemente el trabajo se hubiera alargado hasta las dos o las tres de la madrugada, y sólo eran las 8 de la tarde. El camarero tardaba en traerme la vuelta y temí perder de vista a Luisa. Estuve tentado de dejarle las vueltas allí, pero eran muchas vueltas. Demasiada propina. Doce pavos, como que no. Temía que tomara un taxi para irse a casa.

Un coche negro estacionado en la puerta del mesón, y tres delante del mío, dio una ráfaga de luz. Luisa aceleró el paso pues comenzaba a llover  con más intensidad. El camarero me trajo la vuelta, tomé el dinero y dejé algo de propina de mala gana. La puerta del coche negro se abrió y.....Luisa entró en el. Quise salir corriendo a su encuentro, quise llamarla, pero el coche negro arrancó y lentamente se puso en marcha. Salí a toda prisa del mesón y me introduje en el coche de Luisa, lo arranqué y seguí al vehículo negro.

Pensé que la llevaría a casa quien quiera que fuese esa persona. Pero dieron la vuelta a la Plaza de Castilla y tomaron dirección Colmenar. No, no iban a casa. Bajaron por Cardenal Herrera Oria. Tomaron el desvío del Pardo. Llovía mucho y los cristales se empañaban. Yo no sabía que pensar de aquello. ¿Sería el jefe o sería un compañero?, o tal vez ¿sería una compañera? Y ¿Dónde iban?. No entendía nada de nada. Apunto de estrellarme por el puñetero cigarro, solventé el asunto con un volantazo y, asegurándome que no los perdía de vista, proseguí a una distancia prudencial.

Seguimos un rato dirección al Pardo, y al llegar a la Quinta, el coche se desvió a la derecha. Apenas si se veía algo. Atravesaron una carretera estrecha y se detuvieron en una explanada donde estacionaban tres coches más, todos ellos con los cristales empañados. Empecé a imaginarme que tal vez me había equivocado, que no era Luisa. Sospechaba que clase de lugar era ese. A el acudían las parejas a darse unos revolcones y echar algún polvo incómodo. Los diversos Kleenex esparcidos por el suelo eran la prueba de lo que allí ocurría. Encendí un cigarrillo y permanecí un rato pensando las distintas posibilidades que me ofrecía aquella situación. Algo en mi interior me decía que no era Luisa. Pero una voz más cercana me susurraba que tenía que comprobarlo. Esa voz cercana me hablaba seductoramente al oído. Me decía cosas que no quería escuchar. ¿O sí?.

No sabía si actuar o no, pero al fin, y aprovechando la oscuridad, me decidí. Abrí la puerta del coche lentamente y salí al exterior. Estaba lloviendo bastante. Dudé si ponerme la gabardina o no. Decidí no ponérmela. No quería que me sorprendiera alguien por allí y le diera por pensar que era un mirón. Mirón y gabardina estaba conexionado. Salí al exterior y empecé a mojarme. Mis pies se hundían en el barro. Me acerqué hasta el coche negro sigilosamente. Desde fuera, y creo que desde dentro tampoco, no se veía nada. Los cristales estaban empañados. No podía oír nada, pues el golpeo de la lluvia lo impedía. Una mano limpiando el vaho del cristal desde dentro me hizo detenerme de inmediato y apartarme hacia la parte de atrás del coche. La mano volvió a desaparecer y con ella el rostro de Luisa que había echado una mirada hacia el exterior…Era ella. Mi Luisa me estaba traicionando.

Poco a poco, y sin hacer ruido, me acerqué otra vez a la ventanilla. No podía ver nada. El coche apenas se movía. En un alarde de insensatez intenté abrir la puerta sigilosamente, pero estaban los seguros bloqueados y no pude hacerlo. Desistí de hacer ruidos y esperé muy pacientemente hasta que la llegada de otro coche me hizo alejarme del que ocupaban ellos mientras fingía que orinaba. El coche dio media vuelta y por el mismo camino que llegó, desapareció. De pronto, el coche en el que estaba Luisa, arrancó. Lentamente, entre el barro, se deslizó unos cincuenta metros en línea recta hasta que se detuvo bajo unos árboles muy frondosos. Allí, y negro como era el coche, parecía más camuflado. Estaba claro, necesitaban intimidad. Me volví al coche de Luisa y encendí un cigarro. Los nervios me consumían. El corazón me latía espantosamente. Pensé arrancar el coche e irme tras ellos, pero decidí bajar nuevamente y cerrar el coche con la llave. Estaba empapado. Me encaminé dando un pequeño rodeo hasta el árbol bajo el que ellos estaban aparcados. Los cristales ahora estaban limpios, supongo que fumarían un cigarro y tuvieron que abrir las ventanillas. Ya no estaban empañados. En su interior, y desde mi posición, pude ver a Luisa sentada al lado del asiento del conductor.

No me lo podía creer. Luisa estaba desnuda de cintura para arriba. Sus pechos eran perfectamente visibles para mí. A su lado, un tipo joven descansaba con la cabeza echada hacia atrás sobre el cabezal del asiento. Luisa se agachó entre sus piernas. Sabía, sin necesidad de verlo, lo que ella estaba haciendo. Una felación. De pronto se puso de rodillas en el asiento y su culo quedo casi pegado a la ventanilla. Aquello confirmaba que estaba completamente desnuda. No sabía si interrumpir, no sabía si gritar, no sabía si abrir la puerta y golpearlos, no sabía que hacer… pero no fue necesario hacer nada… yo nunca hacía nada.

El destino cambió mi vida en un instante. Me quise morir.

La puerta del coche se abrió por completo, la cabeza de Luisa se asomó y miró en derredor para asegurarse que no había nadie cercano. Echó los pies al suelo, descalza, desnuda, y allí mismo, al lado del coche, se agachó en cuclillas y orinó. Una mano joven le tendió una toalla. Ella se limpió con un pico de la misma y entró en el coche. Se quedó sentada con la puerta abierta mientras con la misma toalla se limpiaba el barro que la lluvia lavaba de sus pies. Al intentar cerrar la puerta, él la atrajo hacia sí, quedando la puerta sin encajar en la cerradura. Yo, detrás del árbol, esperaba pacientemente hasta que ella cerrara la puerta para acercarme a mirar más, aunque ya había visto bastante. Me estaba poniendo los cuernos, y lo peor era que me había mentido para consumar aquello. Ella volvió a desaparecer entre las piernas de él. El se giró hacia ella y se besaban en la boca. No podía resistir aquello. Decidí acercarme al coche sin saber muy bien a qué. Tenía que interrumpir la escena. Estaba decidido. Por fín…iba a echarle cojones a la vida.

La puerta estaba juntada, sin cerrar. Sólo tuve que tirar un poco del tirador para abrirla y ver lo que allí ocurría. La imagen, no por esperada, fue menos impactante. Luisa estaba sentada con las piernas abiertas. La mano de él introducía un dedo dentro de su coño. Ella subía y bajaba el prepucio de él con una mano, mientras con la otra acariciaba uno de sus pezones. Al abrirse la puerta trataron de incorporarse y cesaron en sus movimientos. El sobresalto fue monumental. El parecía aterrorizado, creo que se temía algo malo, muy malo. Tal vez un atraco. Ella lo tranquilizó de inmediato. Luisa no perdía la compostura fácilmente. Y en esa ocasión, tampoco iba a hacerlo. ¿Quién coño era yo?. Un tipo sin cojones…un cornudo que pagaba la casa y sus caprichos. Un idiota con el que no se dignaba follar con la excusa del sueño. Era yo, simplemente yo.

-Tranquilo…..es…es mi marido. Dijo a la vez que me clavaba una mirada desafiante.

El tipo pareció reponerse del susto y se recostó en el asiento sin decir nada. Su cara, ahora, era de chulería. Supongo que Luisa le había explicado con pelos y señales quien y como era yo. Su pene aún permanecía erecto, arrogante, e incluso molesto por la interrupción a que había sido sometido. El coño de Luisa también permanecía lubricado y extrañamente abierto. Ni siquiera tuvo la decencia de juntar sus piernas para cubrir su pecado.

-¿Vas a pasar o te vas a quedar ahí mas tiempo mojándote?. Me preguntó visiblemente molesta por mi presencia, que no por lo que allí estaba ocurriendo. Yo no entendía nada. Mis tímpanos resonaban como si me hubieran dado un puto sartenazo en un lado de la cara de gilipollas que gastaba en ese instante.

Sin saber lo que hacía, abrí la puerta de atrás y me introduje en el coche, quedando sentado en el centro del asiento. El tipo colaborador en la infidelidad se había encendido un cigarrillo y Luisa otro, a la vez que me ofrecían otro a mí, que tomé  con mis manos mojadas y temblorosas mientras esperaba que me acercasen un encendedor con el que bien podrían incinerarme para calmar el ahogo que sentía.

-Este es mi marido-Le dijo al intruso en mi vida-, se llama Pedro. Pedro, este es Jordi. Esa fue su presentación. Eso si, la acompañó esbozando un nuevo gesto de fastidio.

El tipo ni siquiera me miró. Ni yo a él. Ni ella a ninguno de los dos. Los seis ojos miraban, probablemente, al vacío de la noche. Al menos yo…que no veía nada.

-Y bien, Pedro, ¿Ahora querrás que te explique, no?.....que por qué, que cómo, que desde cuando, pues nada, ahórrate las preguntas. No hay nada que explicar. Por otra parte, dudo que tengas cojones a preguntar nada. Pero te voy a decir algo, y te lo voy a decir delante de Jordi…..total, el ya sabe la historia. Me gusta el sexo. Básicamente es eso. Contigo no tengo suficiente. No hay otro motivo. ¿Lo entiendes?. Necesito otras cosas, otras emociones…..y tú…bueno, contigo no las tengo. Eres un aburrido y un absurdo.

Se interrumpió al verme tiritar de frío. Mis ropas mojadas, mis nervios interiores, mi mente de vacaciones, todo, todo se confabulaba en mi contra.

-¡Estás tiritando!-Exclamó la infiel-, ¿Cómo has llegado hasta aquí?, supongo que en mi coche. ¿Me has estado espiando, verdad?. No te fías de mí. Lo sé. Lo sé desde hace tiempo. Te he ido observando como me espías. Como revuelves mis cosas buscando algo que me delate. Algo que delate mi infidelidad. Pues ya lo tienes. En bandeja de plata.

Estaba loca. Nunca la había espiado. Nunca había sospechado de ella. Su doble moral, su doble vida no se había revelado hasta esa tarde.

-Será mejor que te desnudes, o pillarás una pulmonía. ¡Y lo que me faltaba!....

Encima. Encima eso. ¡Lo que faltaba!. ¿A quien?, ¿A  ella o a mí?, ¿O tal vez al intruso?

-Estoy bien así. Dije haciendo acopio del valor que me quedaba.

Jordi se había metido sus pantalones y se cubrió con la camisa. Ella comenzó a ponerse las braguitas.

-No, no estás bien así. ¡Estás chorreando!. ¿Dónde has dejado mi coche?.

-Por ahí abajo. Cerca de aquí. Contesté desde el fondo de mi humillación.

-Arranca el coche Jordi. Que te indique dónde ha dejado mi coche. Ya sabes que es rojo. ¡Qué cosas, joder!

El más que probable catalán, a juzgar por como le llamaba ella y la deducción que saqué de las tres o cuatro palabras que dijo, arrancó el coche y sin necesidad de indicarle nada, apareció la mancha roja a nuestro frente. Luisa ya se había metido el vestido. Abrió la portezuela del coche y salió con bastante prisa. Me pidió las llaves y se las entregué. Quise poner el pie en el barro y descender de ese negro instante. Luisa lo impidió. Su orden fue tajante.

-Iré en mi coche, Jordi. Vámos a mi casa. Me sigues. Date prisa o éste se nos pilla una pulmonía. En la puerta del garaje nos vemos. Que vaya contigo, no quiero que me la arme en el coche, aunque tampoco tendría cojones. ¡Mírale!, parece un idiota.

Esto fue lo último que la oí decir. Quise protestar, pero la puerta se cerró bruscamente. Ella parecía enfadada. El arrancó el coche, esperó unos instantes hasta que ella hizo lo propio con el suyo y luego la siguió. Confieso que le costaba trabajo seguir su estela, Luisa conducía con rapidez. La carretera estaba mojada y aún lloviznaba. No era plan de correr. Yo seguía en el asiento trasero. Al fin él, sin parar de conducir y sin girar la cabeza, se dirigió a mí. Me hizo los honores.

-Podías haberte sentado aquí delante. A mi lado. Toma-Me dijo mientras me tendía un cigarro-, fúmate uno, te sentará bien. Yo, ¡Qué asco!, fumo demasiado. He puesto la calefacción, entrarás en calor. Aunque con las ropas mojadas, será un poco complicado.

Me sorprendió que no girara la cabeza ni una sola vez, temiendo que yo le estrangulara. Parecía buena gente. Y debía estar muy seguro de mi inoperancia hacia su persona. Pero era el testaferro sexual de mi mujer y eso no podía olvidarlo, aunque estuve tentado de abrirme a él, de contarle algo, de entablar una conversación, pero el frío, lo mojado que estaba y la situación, me lo impidieron. De vez en cuando acudían a mí las imágenes que había presenciado hacía un rato. Veía esa larga y gruesa polla en la mano de Luisa y los dedos de él manoseando su coño. En apenas veinte minutos, estábamos en la puerta del garaje de mi casa. El siguió al coche de Luisa y aparcó donde ella le indicó. Bajamos de los coches y a través del ascensor subimos a nuestra casa. Luisa iba descalza, con los zapatos en la mano, el vestido destartalado y arrugado, y su pelo, su pelo…. hecho un asco. Luisa abrió la puerta de nuestra casa y entramos los tres. Me jodió especialmente ser el último en acceder a mi casa. Entramos al salón sin mediar palabra.

-¡Desnúdate y dúchate!- Me dijo señalándome el bañó. Mi baño. Nuestro baño-, y no tardes, después me tengo que duchar yo.

Como si sintiera el látigo imaginario sobre mi cara, me escabullí al baño. Tras tres o cuatro minutos, terminé.

Con el albornoz puesto me dirigí hasta nuestra habitación. Un pantalón de chándal y una camiseta de manga corta, abrigaron mi cuerpo. Mi casa era la leche. Acogedora donde las haya. Aparecí en el salón. Fumaban. Me miraron. Tomaban una copa. Luisa apagó el cigarro, más bien lo estranguló, y se puso en pie.

-¡Me voy a duchar!., Luego vas tú, Jordi.

Ella tardó algo más, pero no lo suficiente para que yo, en estado de shock aún, pudiera cambiar palabra alguna con el testaferro sexual de Luisa. Sin darnos cuenta, Luisa regresó con un albornoz de color rosa sobre su cuerpo. Descalza. Mostrando sus lindos pies. Esos pies que yo acariciaba noche tras noche para calmar sus dolencias e imbuir calor. ¡Imbécil!.

-Te toca, Jordi. Allí te he dejado un pantalón de Pedro y una camiseta. Te quedará bien. Sois casi iguales..ja, ja, ja...

Se sentó frente a mí. Tomó su copa. Encendió un nuevo cigarro, pero éste no iba a ser estrangulado, este iba a ser consumido por sus pulmones. Me miró fijamente.

-Bien la situación es como sigue. Nos has pillado en el coche haciendo lo que ya imaginas. Por lo tanto debes suponer que ya me he acostado con Jordi más veces. Bien, yo te quiero. A Jordi también. El me excita. No quiero ser una vulgar jovencita dándose la paliza en los coches y follando en la oscuridad, con mentiras para justificar los posibles retrasos y demás........por lo tanto esta situación de hace una hora no me parece normal y hay que arreglarla para que no se vuelva a repetir. Aunque por otra parte me imagino que no vas a decir nada, ¿no es así, Pedro?

Negué con la cabeza.

-Estoy hecho un lío y no tengo fuerzas para pensar nada. Dije.

-Eso es. No pienses. No hace falta. Ya lo hago yo por ti y por mí. E incluso por Jordi, aunque el es más despierto y lanzado que tú.

Se interrumpió ante la llegada de Jordi. Lentamente se levantó del sillón donde estaba y se fue a la habitación. Ordenó que la siguiéramos. Y así lo hizo Jordi. Yo, para no quedarme sólo, también lo hice. Aunque aún no sé como pude caminar hasta allí.

Al llegar a la habitación, se sentó en la cama y llamo a Jordi. El se acercó a ella. Le bajó el pantalón y su polla provocó su emoción. Le giró hacia mí, como mostrándome esa enorme polla y esas grandes bolsas que la adornaban.

-Ves, Pedro. Yo con la polla de Jordi en la mano y tú mirándome fijamente. ¡Y tú sin cojones a decir nada!. Toda tu vida serás un incapaz. ¿Queréis follarme?....¿Queréis follarme los dos?

Salí de la habitación con nauseas. El baño y parte del pasillo recogieron mi vómito. Me miré al espejo del baño. Mis ojos estaban rojos. Mi cara desencajada. La boca me amargaba. Me compadecí del vómito. Había sido listo. Me había abandonado justo antes de que yo pudiera levantar la tapa de la letrina. Había escapado del cuerpo cobarde que lo había cobijado.

Allá, en la habitación, los jadeos se dejaron oír. El polvo era bestial. Salí del baño y me fui al salón. No quería ver nada. Ya tenía bastante con oírlos. Pegué mi cara a los cristales del ventanal del salón preparándome para morir. Sentí unos golpes en el vidrio. Abrí mis ojos.

Allí estaba Luisa, de pies, esperando que yo abriera la puerta de su coche y la dejara entrar. Aún llovía. Pink Floyd se había enloquecido pero aún brillaba como un diamante en el compact.

-¿Pero qué haces aquí?. ¿No te ibas a ir por ahí?. Me preguntó llena de sorpresa al comprobar que el coche aún se hallaba en el mísmo lugar que ella lo dejó estacionado.

-Esto…yo….yo…!joder, me he quedado dormido! ¿Habéis terminado ya?. ¿Qué hora es?.

-Si. Montañés ha venido a vernos y ha dicho que ya era suficiente. ¿Conduzco o conduces?

-Conduce tú, con el sueño que tengo…..aún estoy amodorrado.

-¿No te has movido de aquí?. ¿Llevas dormido desde que el vigilante te entregó las llaves?

-Si. Supongo que si.

-¡Joder, Pedro!. Son las 8 de la tarde….llevas aquí casi dos horas.

Yo me había quedado en la puerta de su trabajo, dentro del coche, había encendido la calefacción y me había entrado sueño. Decidí echar una siestecita al abrigo del calor y la música de Pink Floyd, y……..me había quedado dormido. Si, casi dos horas.

Por suerte, su infidelidad había quedado en un sueño. Sólo eso, un sueño. Un mal sueño. Pero por desgracia para mí, desde entonces, no la dejo ni  a sol ni sombra. Los celos me consumen. Cada vez que veo un coche negro cuando estoy con ella, siento como si nos vigilaran de cerca. Cuando estoy sólo rebusco entre sus cosas intentando descubrir indicios de su infidelidad. Me estoy volviendo loco. Estoy lleno de miedos. ¿Será premonición?

Coronelwinston