Siempre tuya
No es normal este amor tan intenso. Entonces, ¿por qué acabar con todo? ¿qué puede hacer que se rompa todo este sentimiento?
La había traído a nuestro lugar especial, a donde empezó todo, a donde, sin pretenderlo, nos encontramos abrazadas en medio del mar, en una noche estrellada, mirándonos a los ojos y diciéndonos con ellos todo lo que no nos atrevíamos a decir. A ese lugar donde mis labios tocaron por primera vez los suyos, cálidos y suaves, haciendo que nuestros corazones galoparan en estampida hacia ningún lugar en concreto pero eso sí, juntas.
Quería llevarla allí para apaciguar de alguna manera ese dolor inmenso que sufriríamos las dos cuando le dijera lo que ambas sabíamos desde hacía tiempo.
Sentadas en el murete del paseo marítimo, abrazada a su espalda como solía hacer, y ella delante mía recostándose en mi pecho; no podía soportar más el nudo que se me formaba en la garganta, no me salía palabra alguna.
- Esto es una despedida, ¿verdad? - me dijo Sandra entrelazando sus dedos a los míos y apretando más mi abrazo. - No entiendo por qué le tienes que poner fin a todo lo nuestro.
- Sandra, ya lo hemos hablado.
- ¡¡Perdona, Marta!! lo has hablado tú. A mí ni me escuchas, eres cabezona a más no poder. Intentémoslo, deja aparcadas tus ideas cuadradas, tus recelos...
- No Sandra. Lo que sentimos es casi enfermizo, no me deja pensar en otra cosa que no seas tú, en tu cuerpo, en poseerte, en jugar contigo. No nos parecemos en nada, no he salido del armario, la distancia nos separa, mi familia no lo entendería. Te juro que me va a explotar la cabeza y el corazón como no ponga fin a esto - no pude contener mis lágrimas y, apoyada en su hombro, sollocé irremediablemente.
- Shhhhh Marta… por favor… no soporto verte así. Cálmate. Entiendo tus temores, sólo quiero que también te pongas un momento en mi lugar, solo un minuto. No eres tú la única que sufre. Te quiero con toda mi alma, siempre te he respetado y siempre he ido a tu ritmo, sin forzarte a nada, para que aclararas tus ideas. Pero siempre he creído que el final de nuestra historia era el seguir juntas, en amarnos siempre, en apoyarnos, en compartir nuestras vidas…
No pude más que llorar como una niña pequeña sobre su hombro. Ese amor que me profesaba Sandra me llegaba hasta lo más profundo de mi ser. ¿Por qué tendría que ser yo tan cobarde? ¿Por qué no tenía la fuerza suficiente para plantarle cara a mi familia, a mi gente, al mundo entero? ¿Por qué no podía hacerlo por ella? Estaba claro que no la amaba tanto como ella a mí, no era capaz siquiera de luchar por ella, por nuestro amor. Pero entonces, ¿por qué dolía tanto? ¿Por qué todos mis pensamientos eran ella, ella y ella?
- Marta cariño, deja de llorar, te lo suplico - le escuché decirme mientras me daba un dulce beso en la mejilla y me limpiaba tiernamente las lágrimas con sus dedos que tanto placer me habían ofrecido.
- Lo siento Sandra - logré decir mientras intentaba calmar mi sollozo - Oírte decir esas cosas me ha desarmado por completo.
- Es la verdad, es lo que siento - se dobló un poco hacia su derecha para poderme mirar, sonreírme y acariciarme la cara completamente inundada de lágrimas.
Le devolví la sonrisa. No podía resistirme a ese rostro tan bello, a esa sonrisa, a esos labios. La abracé fuerte como si mi vida dependiera de ello. Creo que nos quedamos así minutos, aunque yo me hubiera quedado horas, días, mi vida entera.
- ¿Recuerdas nuestra primera vez? - me preguntó Sandra de repente y sin anestesia. Las carcajadas que emití creo que se escucharon a kilómetros de distancia. Así era mi Sandra de espontánea - No te rías capulla, me hiciste sufrir mucho - Sandra se contagió de mi risa.
- ¡¡Pobrecita, cuanto sufrió mi niña!! - me burlé de ella.
- ¡¡De verdad que no se puede ser más capulla!! - me dijo entre sonrisas mientras me daba un leve codazo en el estómago.
- ¡¡Ayy!! y tú no puedes ser más “burra” - le espeté besándola en la mejilla.
- ¿Cuánto tardaste? ¿dos semanas después de ponerme “perraca” en varias ocasiones con tus jueguesitos? - dijo mientras me acariciaba las manos.
- Creo que sí - me volvieron las carcajadas - pero es que me gustaba verte así de ansiosa, de excitada, de no saber si hoy sería el día o no.
- Ya - me dijo Sandra lacónicamente. Así de tonta se me pone a veces, no sé si creerla o si me está tomando el pelo.
- ¿No me digas que no te gustó ese tira y afloja? No mientas Sandra - le pregunté haciéndole cosquillitas en la cintura, esperando que todo fuera una broma de ella.
Sandra no pudo resistirse mucho. Su risa me encantaba, podría estar escuchándola reír una eternidad y no aburrirme de hacerlo.
- Sí, sí, lo admito. Me gustó - pudo decirme entre risas - pero eso no quita que fueras una capulla por hacerme sufrir de esa manera.
- Ya, ya - la abracé más a mí - pero no me dices que las otras veces anteriores tocaste las estrellas conmigo guiándote, sintiendo todo el calor de mi cuerpo pegado a ti, susurrándote al oído, besándote - todo se lo fui diciendo en un tono suave, tierno, meloso, cerca de su oído. Eso a Sandra le derretía; que le susurrara en el oído podía humedecerla y excitarla muchísimo.
- Mmmmm, es cierto - confesó Sandra mientras agachaba la cabeza pensando en esos momentos y estoy segura que apretó las piernas por la excitación que tenía ahora mismo - ¿Pero te acuerdas entonces de la primera vez que me hiciste tuya?
- Por supuesto - contesté de inmediato - no podría olvidarlo mi amor. Era mi primera vez, era nuestra primera vez, estaba muy nerviosa por si te lo hacía mal, intentando no hacer ruido porque tus padres estaban en el salón - se me escaparon unas risitas - ¿Cómo lo voy a olvidar?
En esos momentos, escuché a Sandra sollozar y limpiarse varias lágrimas que le bajaban por ese rostro que yo tanto amaba. Me acerqué a ella intentando hacer desaparecer con mis besos ese camino de lágrimas que habían surgido por ese recuerdo imborrable entre nosotras.
- Cuéntame cómo sucedió todo. Haz que lo vuelva a revivir - fue como si me lo estuviera suplicando. Me dolió que me lo pidiera así, con esa tristeza en sus ojos. Quería volver a sentir esa primera vez para luego sufrir al pensar que no habría una próxima.
- No, no lo voy a hacer. Eso sería hacerte más daño- ella buscó mi mirada, creo que buscaba saber si lo que decía lo decía en serio.
- ¿Más daño del que me estás haciendo esta noche? - suspiró con una leve sonrisa sarcástica - Eso es imposible, te lo aseguro. Quiero revivirlo para quedarme con uno de los mejores recuerdos juntas antes de nuestro último beso.
“¡¡Tierra trágame!! ¿Por qué soy tan gilipollas y le hago esto a la persona que más quiero? Siempre echando la culpa a la sociedad en la que vivimos, a esa educación tan homófoba, a la incomprensión de todos los que me rodean. ¿Y yo qué hago al respecto? me escondo, huyo, no lucho por lo que creo, por lo que me importa, por lo que amo. Me siento una mierda, simple y llanamente una mierda”.
- Marta despierta - dijo Sandra sacándome de mis pensamientos - ¿Me harás este último favor? - Otra puya más como ésta y muero desangrada; Sandra sabe dar donde más duele, tampoco es tonta.
- Si es lo que quieres…
- Es lo que quiero - me interrumpió Sandra - Cuéntamelo con detalle, como cuando me susurras al oído todo lo que deseas hacerme y yo me pongo malísima al escuchártelo decir.
- Eres masoca - sentencié.
- Soy realista y admito lo que viene - sentenció ella - Y ahora empieza, por favor.
Cogí aire profundamente y suspiré. Ella quería volver a sentir sólo uno de los tantos maravillosos momentos juntas. Yo no se lo podía negar, de hecho nunca le he podido negar nada, todo se lo he dado y para colmo ella no pedía nada. Qué ironía ¿verdad? Ahora que lo pienso, ha sido hoy la única vez que me está pidiendo cosas y una de ellas no quiero dársela: seguir junto a ella…
- ¿Ni siquiera vas hacerme ese favor? - volvió a sacarme de mi mundo de pensamientos - Sólo te pido eso, ya que ni siquiera me das opción a rebatirte esa absurda decisión a la que has llegado - se la veía algo irritada.
- Perdona Sandra, me quedé pensando en cosas.
- ¿Qué cosas? - dijo con tono algo enfadado.
- Nada. Chorradas.
Antes de que Sandra pudiera seguir indagando en mis pensamientos, decidí empezar a relatarle nuestra primera vez. No quería que entrara en mis pensamientos, que viese mi cobardía, que se avergonzara de mí por lo estúpida que soy. No quería.
Era sábado, 30 de agosto, para que luego digas que no me acuerdo de las fechas. Quedamos en que te recogería en tu casa aquella tarde. Sólo el pensar que te volvería a ver en persona hacía que mi corazón quisiera salírseme del pecho. Nunca había sentido este sentimiento tan intenso por nadie; este sentimiento que a veces no me dejaba ni respirar al recordarte y ansiarte tanto por no tenerte cerca.
Esa tarde volveríamos a estar juntas; volveríamos a besarnos, a acariciarnos, a abrazarnos. Para el resto del mundo, una sola tarde era muy poco pero para nosotras era el mejor regalo que podíamos darnos.
Llegué a tu portal hecha un manojo de nervios. “Volver a verte, tocarte, sentirte”. Busqué tu piso, 1ºA, y llamé al porterillo.
- ¿Sí? ¿Quién es? - se escuchó decir tras el altavoz. Supuse que era Loli, tu madre.
- Buenas tardes, soy Marta. ¿Está Sandra?
- Sí. Sube - el pestillo del portón se abrió y me dirigí hacia tu piso con mi corazón todo acelerado.
Ya enfrente de tu puerta respiré hondo para calmarme, que no me sirvió de mucho, y llamé al timbre. Tu madre fue la que abrió la puerta, se le reflejó inmediatamente una amplia sonrisa e impulsivamente me abrazó, dándome dos besos en ambas mejillas.
- Hola Marta, que alegría. ¿Qué tal todo?
- Buenas tardes Loli. Todo bien, gracias - seguro que ya se habría dado cuenta de mis mejillas sonrojadas de la vergüenza que estaba pasando.
- Pero no te quedes ahí parada, entra. ¡¡¡Sandraaaaa!! Marta está aquí - gritó Loli sin esperármelo. Di hasta un respingo y sonreí a continuación.
- ¡¡¡Que entre aquí mamá, estoy terminando de guardar la ropa!!! - le gritó Sandra desde su habitación.
- Ya la has oído. Entra, estás en tu casa - Loli extendió el brazo para dejarme pasar - ¿Quieres tomar algo?
- No gracias. Con su permiso voy a la habitación de Sandra - que vergüenza estaba pasando.
- Sí, claro.
Pasado el recibidor entrabas directamente al salón. Allí estaba sentado Manolo, tu padre, viendo la televisión. “Por favor, a Sandra la asesino por hacer que pase esta vergüenza monumental”.
- Hola Manolo - logré decir seguramente con la cara como un tomate.
- Hola guapa. Sandra está en su cuarto. Ya nos dijo que vendrías. Entra - y volvió a poner la vista en la televisión.
- Gracias - creo que ni me oyó decírselo pues no me salía ni la voz.
La puerta de tu habitación estaba cerrada. Llamé con los nudillos. “A esta tía la mato por hacerme pasar por esto”
- Entra tontaina, ¿para qué llamas? - la escuché decir.
Abrí la puerta y creí que estaba sufriendo un infarto. Mi corazón bombeaba de un modo incontrolado que hasta dolía. Allí estabas tú, de espaldas hacia mí, colocando en la parte de arriba del armario unos pantalones perfectamente doblados.
Tú, mi amor, mi musa, mi todo y ese cuerpo. Tú, con solo un sujetador negro deportivo y un tanga del mismo color. Mis ojos no pudieron resistirse a bajar la mirada y recrearse en ese trasero respingón tan perfectamente formado. “Marta, cálmate que te dará un infarto de verdad”. Entré y cerré la puerta tras de mí.
- Te odio, te odio mucho - logré decir cuando pude articular palabra - ¿Tú crees que éstas son formas de recibirme? - dije sonriéndote.
- Calla tonti, hace un calor del carajo. Además no digas chorradas, te encanta verme así - seguías de espaldas a mí intentando colocar bien toda la ropa apilada.
- Me provocas.
- ¿Eso crees? - dijiste entre risas consiguiendo poner la dichosa ropa a tu gusto - ¡¡Ya está, joder!! que trabajito me ha costado colocarlo todo.
Te diste la vuelta y me miraste fijamente a los ojos con esa sonrisa pícara que me pones cuando piensas en provocarme.
- A ver, ¿qué me decías? - dijiste mientras te dirigías hacia mí contoneándote de aquella manera que sabes que me encanta - ¡¡Ahhh, sí!! que te provoco. Pues no querida, estoy así porque hace mucho calor. Y ahora he de confesarte, que el tenerte aquí tan cerca y en mi habitación, ya me arde hasta lo poco que tengo puesto. Ahora sí estoy empezando a provocarte…
Tú seguías avanzando muy lentamente hacia donde yo me encontraba y mordiéndote el labio inferior. Te paraste justo enfrente de mí no apartando tu mirada de la mía y diste un último paso adelante que hizo unirse nuestros cuerpos. El fuego que provocó esa unión fue bestial. Te sentía, sentía tu calor, tu deseo. Te acercaste a mi oído y me susurraste:
- Esto sí es provocarte - mordisqueándome el lóbulo de la oreja y separándote un poco para volver a mirarme a los ojos.
Me estaban entrando unos sudores de aúpa, me sobraba la ropa, me costaba respirar, la deseaba, la deseaba con todo mi ser.
- ¿Por qué me haces esto? - te susurré sonriendo mientras apoyaba mi frente contra la tuya.
- Porque tengo muchas ganas de ti - me rozaste los labios con los tuyos - Porque te deseo - me besaste el cuello - Porque te quiero Marta - volviste a besarme. Era un leve roce de labios; lo que me solías hacer para demostrarme que me respetabas, que no me forzabas a nada, que irías a mi ritmo.
No podía creer que sólo unas palabras pudieran hacer que mi cuerpo temblara de la cabeza a los pies. Que un simple roce de tus labios, de tu cuerpo, me excitara de esa forma tan abrumadora. Que sólo con esa mirada hicieras que me mojara de esa manera.
Cerré los ojos y me dejé llevar por todas esas sensaciones. Te besé posando mis labios en los tuyos, mis brazos rodearon tu cintura y los tuyos mi cuello. No recuerdo cuánto tiempo nos quedamos así, abrazadas, dándonos esos besos tiernos que empezaron a salirse de la zona de labios para seguir por el cuello, oído y hombros. Me encantaba tu olor, tu piel, esa ternura que me ofrecías.
Mi boca volvió a buscar la tuya, quería más. Te mordí el labio inferior, estirándotelo un poco mientras mi lengua lo lamía. Luego hice lo mismo con el superior para que finalmente mi lengua entrara tímidamente en tu boca y buscara la tuya. Tu lengua no dudó un segundo en ir al encuentro de la mía, fundiéndose en una sola. Ambas jugaban entrando y saliendo de nuestras bocas, haciéndonos suspirar.
Mis manos se movían casi inconscientemente y de tu cintura subieron acariciándote los costados hasta tu sujetador. Te lo fui quitando subiéndolo y sacándolo por la cabeza, aprovechando todo ese recorrido para acariciarte los pechos y terminar recorriendo tus brazos y entrelazar tus manos por encima de tu cabeza.
Quería rozar cada poro de tu piel, todo tú. Fuimos bajando las manos entrelazadas, mientras mi boca te besaba tiernamente el cuello, el hombro, intercalándolo con mordisquitos que a ti te volvían loca. Tus brazos volvieron a mi cuello y mis manos te agarraron bien fuerte ambas nalgas y te apretaron más a mí. Se te escapó un gemido leve pero que me excitó aún más.
Mi boca iba en descenso y se encontró con tu pequeño pecho. Vi esa aureola oscura que daba paso a un pezón duro y erecto y no pude hacer otra cosa que suspirar; todo eso me lo estabas ofreciendo. Mi boca se abrió ávida de degustarlo todo, mi lengua lamió sin control tu pezón que se endureció más si cabe y que aproveché para morderlo y estirarlo. Tú te arqueaste para darme mejor acceso y mi mano izquierda subió para hacer lo mismo con el otro pezón, que estiré entre mis dedos índice y pulgar.
- Mmmmmm - te oí gemir en un susurro – Marta, tengo ganas de ti, quiero más, hazme sentirte.
Verte así me encendió más, me sobraba todo. Me empecé a desabrochar la blusa y tú me ayudaste mientras me besabas y lamías el canalillo que iba apareciendo.
- Me encantan tus pechos, podría estar horas con ellos - me dijiste mientras desabrochabas el sujetador.
- Si no tienes cuidado podrías ahogarte en ellos - bromeé entre suspiros.
- Sería una buena muerte, te lo aseguro – contestaste en el momento de dejármelos libre y poder degustarlos a gusto.
Me encantaba como me los acariciabas, como los cogías entre tus manos, como con tu boca te los comías y con tu lengua jugabas con ellos.
- Ni te imaginas estos pezoncillos empitonados todo lo que me hacen sentir - dijiste mientras me los lamías y alzabas la vista para verme.
Los calores me estaban matando. Me desabroché el pantalón bajándomelos de un tirón y con un puntapié los mandé a la otra esquina de la habitación. Te empezaste a reír por este gesto y me volvías a matar un poco más con esa risa tuya. Acercaste tu mano a mi tanga pero te la aparté inconscientemente.
- Perdona - te dije inmediatamente.
- No pasa nada. No estás preparada aún, no te preocupes.
Esas palabras me enternecieron, cuanto te quería, cuanto te amaba. Con ambas manos te acaricié la cara y te besé con toda la pasión que pudiera haber en el mundo.
- Te quiero Sandra, te quiero más que a mi vida.
En un arrebato me quité el tanga y te lo bajé a ti sin mediar palabra.
- Date la vuelta - casi te ordené.
Me obedeciste y te apoyé en la pared. Todo mi cuerpo contra el tuyo, piel con piel, notabas mis pechos en tu espalda, mi respiración en tu nuca, mi humedad en tu nalga. Calor, calor, mucha calor. Mis manos se agarraron a tus pequeños pechos erectos, mis dedos jugaron con tus pezones. Me acerqué a tu oído mordisqueando tu lóbulo, lamiéndolo, gimiendo en tu oído para excitarte.
- Quiero darte placer mi vida - susurré en tu oído - Quiero ver como llegas a lo más alto y yo estar aquí para verlo.
- Quiero que vengas conmigo Marta - me pediste.
- Estaré contigo.
- Pero no llegarás, yo también quiero verte disfrutar - te quejaste con mimo.
- Disfruto viéndote a ti - doblé mi cabeza para buscar tus labios y te besé profundamente, zanjando la conversación.
Mi cuerpo se unió al tuyo aún más, abrazándote por la espalda y agarrándote ambos pechos. Te besaba y mordía tu nuca, hombros, espalda, costado; tú me respondías estremeciéndote entre mis brazos, con gemidos ahogados. Me estabas poniendo muy cachonda y mi pelvis empezó a rozarse con tu nalga, mi frente apoyada en tu hombro concentrada en toda la excitación que me estabas provocando. Mi mano derecha buscó la tuya y agarrándola en una leve caricia te la fui guiando hacia abajo.
- Marta, quiero que me toques tú por favor - me suplicaste - No me guíes. Hazme sentirte, soy tuya y lo sabes.
Seguí apoyada en tu hombro, mi cuerpo completamente pegado al tuyo y mi mano guió tus dedos índice y corazón hacia tu clítoris ya excitado. Les hice hacer círculos en él con un poco de presión. Nuestros dedos resbalaban con tu humedad, esa sensación me hizo excitarme aún más y a ti te hizo gemir, intentándolo acallar mordiéndote el labio inferior para evitar que te oyeran tus padres. Seguí presionando tus dedos hacia tu clítoris y tú empezaste a mover tus caderas para buscar mayor roce con ellos.
- Ohhhh Marta, tengo tantas ganas de ti que no voy a poder aguantar mucho más…
No te dejé terminar de hablar, cuando dirigí tus dedos a tu apertura completamente húmeda y te los introduje en un movimiento rápido casi sin esperártelo, profundo. Fue como si te hubiera penetrado yo, sentí calor, calor por todo mi cuerpo y mis gemidos te los regalé todos acercándome a tu oído para susurrártelos. Eso hizo que casi explotaras, ya no controlabas tus gemidos y con mi mano izquierda te tuve que tapar la boca para que no te oyeran. Mi otra mano siguió penetrándote con tus dedos a un ritmo más rápido. Te dejabas guiar por mí, estabas a mi merced y yo lo sabía.
- Me voy a correr, me voy a correr - me susurraste quitándome la mano de tu boca - Diossssssssssssss.
Te inclinaste hacia delante cuando llegaste al orgasmo, incluso puedo decir que noté la palpitación de tu sexo en mi mano completamente mojada de ti. Tu respiración agitada era mi respiración. Llegaste y es como si yo también lo hubiera hecho, me sentí feliz, plena, dichosa por tenerte a mi lado.
- No te puedes hacer una idea de lo mucho que te deseo - empezaste a decir cuando te recuperaste un poco, besándome en los labios a continuación como sueles hacerme. Me rozas levemente los labios y luego te acercas con tu lengua para ser recibida por el leve roce de la mía. No me puedo resistir a ese reclamo de beso tuyo.
- ¿Todo bien? - logré decirte cuando el ritmo de mi corazón iba normalizándose.
- Sabes que sí - contestaste con una sonrisa en los labios - Contigo todo va bien siempre.
Te fuiste sacando lentamente tus dedos pero los volví a agarrar y comencé de nuevo a dirigirlos a tu clítoris todavía inflamado, haciendo movimientos de arriba hacia abajo. Comenzaste a mover las caderas dándome a entender que tú también querías más como yo.
- Puedes ir a por otro ¿verdad? - te pregunté acercándome a tu oído mientras te mordisqueaba el lóbulo.
- Mmmmmm ¿tú qué crees? - me miraste con ese deseo atroz con el que a veces me fulminas - Tengo mucho aguante, seguiría hasta no poder más. Te deseo Marta, te deseo mucho, pero te quiero a ti…
- Shhhhhhhhhh - te callé mientras seguíamos masturbándote – Sandra, pídemelo, quiero oírtelo decir, me pone muchísimo.
- ¿En serio? ¿Estás segura? - me preguntaste entre ingenua y deseosa por mi petición - No quiero que te sientas obligada a nada, sólo si de verdad lo quieres…
- Shhhhh - volví a callarte - quiero escucharte como me lo pides.
Noté como tu respiración iba a una velocidad desorbitante. Trataste de tranquilizarte respirando profundamente un par de veces sin mucho éxito, venías de un orgasmo, te seguías masturbando y simplemente la idea de lo que te pedía te hacía estar a mil revoluciones.
- Marta, hazme tuya por favor - lograste por fin decir - Quiero que me poseas, que entres en mí. Hazme tuya por favor, lo necesito.
Toda una explosión de calor y sensaciones recorrieron mi cuerpo en un segundo tras esas palabras. Todo mi cuerpo como un imán se unió al tuyo necesitando sentir tu calor. Tú recibiste todo mi fuego estremeciéndote de nuevo, emitiendo un gemido profundo y levantando un poco tu culito; adivinabas perfectamente mi necesidad imperiosa de rozarme contigo. Mis caderas empezaron a moverse hacia delante y hacia atrás, lentamente, buscando tu nalga. Un gemido involuntario salió de mi boca y tuve que mitigarlo mordiéndote el hombro, lo cual hizo que tú también te mordieras el labio inferior porque nos oirían tus padres.
- Mmmmmmm, me estás poniendo malísima – dijiste. Y mis dedos seguían apoyados en los tuyos dirigiéndolos en sus movimientos hacia tu clítoris ya sobrexcitado - Te deseo, hazme tuya…
Al volverte a escuchar, mi mano abandonó la tuya casi de inmediato y mis dos dedos entraron en ti poco a poco, sintiendo toda tu humedad, tu calor, tu deseo.
- Ohhhhh Diossssss - exclamaste nada más ser penetrada.
- Shhhhh shhhhhh - intenté callarte aunque ya no podía hacer nada con ese grito anterior, tus padres te habrían oído sí o sí - contrólate Sandra.
- No puedo controlarme joder - te quejaste - me tienes loca, no puedo controlar lo que siento.
- Shhhhh calla. Ya eres mía, toda mía - te susurraba en el oído mientras te penetraba suavemente una y otra vez.
- Síiiii, soy toda tuya, haz conmigo lo que quieras. Pero quiero verte, quiero ver como me posees - te fuiste dando la vuelta intentando que mis dedos siguieran estando dentro de ti; te apoyaste en la pared y me miraste a los ojos - Te quiero Marta.
En ese instante te volví a penetrar bien adentro, mis dedos entraban y salían a un ritmo pausado mientras seguíamos devorándonos con la mirada.
- Dame más Marta. Sigue, sigue por favor - mis dedos te obedecían y seguían haciéndote mía una, dos, tres veces - más fuerte, fuerteee.
Quería complacerte y te poseí dándote más fuerte y rápido mientras que con mi palma empapada en ti empezó a rozarte el clítoris.
- Ohhhhhh por favor, quiero más, más, más - como un resorte te comí la boca para callarte y mi otra mano se agarró a tu pecho inconscientemente, apretando tu pezón con mis dedos
- Sandra nos van a oír, no grites - te metí la lengua buscando jugar con la tuya y así silenciar tus gritos de alguna manera.
Noté como tu pelvis buscaba más penetración. Tu respiración agitada y tus gemidos en mi boca me decían que estabas al límite del clímax. Me agarraste las nalgas y me uniste más a ti si cabe.
- Me voy a correr otra vez, Diosssss, me voy a correr contigo dentro.
¡¡¡Cómo sonaban esas palabras en tu boca!!! Me pusiste tan cachonda que mi clítoris pedía desesperadamente ser rozado ya; era un bombeo constante y desesperante a la vez. Mis caderas empezaron a moverse con desesperación; necesitaba rozarme contra ti, rozarme y sentirte, rozarme y poseerte a la vez. Busqué tu muslo y ahí busqué la fricción tan anhelada.
- ¡¡¡Cómo me pones Sandra!!! - te susurré entre gemidos. Te deseaba, te amaba tanto que podía poseerte una y mil veces hasta quedarme exhausta - Córrete en mí, quiero sentirte.
- Mmmmmm como me tienes, ohhhhhh Dios mío, me voy a correr Marta, me voy a correr. Sigue, sigue.
Yo me hundía en ti más y más fuerte. Calor, mucha calor, mi cuerpo ardía de deseos por ti. Me encantaba verte así, totalmente entregada al placer.
- Diosssssssssssssssssss mmmmmmmmmmm - lograste decir con gemidos entrecortados y la respiración agitada. Te corriste en mi mano. Notaba tus contracciones en mis dedos y tu humedad resbalaba por toda mi mano - Que gusto Dios mío.
Me provocaste tal placer que mi pelvis empezó a rozarse contra tu muslo a un ritmo incontrolado. Mi clítoris pedía ser atendido de inmediato y poderme ir a lo más alto. Posaste tu mirada en la mía para expresarme todo el placer que estabas sintiendo en esos momentos y movías tu muslo para facilitar el contacto con mi clítoris excitado. En pocos segundos me corrí casi junto contigo y ambas nos fundimos en un placer indescriptible.
- Abrázame por favor - me pediste abrazándome tú primero, no queriendo que ese instante terminara jamás.
- ¡¡¡Estás temblando Sandra!!! - te abracé tiernamente mientras recuperábamos la normalidad de nuestra respiración.
- Sí, es tan fuerte lo que siento…
Empezaste a llorar de repente, desconsoladamente, tapándote la cara. “Soy gilipollas, gilipollas integral. Sabía que ocurriría esto y me siento fatal por todo lo que te estoy haciendo. Pero en qué pensabas Marta”. Abracé a Sandra con todas mis fuerzas desde atrás, mejilla contra mejilla; mis lágrimas acompañaron a las suyas.
- No Sandra, por favor, no llores. Te lo suplico - le susurré al oído.
- No puedo evitarlo. Son tantos recuerdos, es tanto el amor que siento por ti que me duele en el alma. No puedo evitarlo, lo siento - volvió a llorar de una forma tal que me destrozó por dentro.
Sandra se dio la vuelta y logró ponerse a horcajadas encima de mí y de frente. Su mirada triste, inundada de lágrimas, se clavó en la mía. Sus manos me acariciaron el rostro y con voz entrecortada me dijo:
- Marta por favor no me dejes. Haré lo que me pidas, esperaré todo lo que haga falta, seré como tú quieras que sea. Pero por favor no me dejes, te lo suplico.
Antes de querer haber escuchado esas palabras, hubiera preferido morirme. Morirme de forma lenta no hubiera sido tan doloroso como lo que esas palabras me hicieron sentir. Bajé la mirada, no podía mirarla, me derrumbaría completamente y no podría seguir.
- No digas eso. No es por ti y lo sabes. El problema soy yo, no quiero hacerte sufrir.
- Lo estás haciendo ahora. Y no me estás haciendo sufrir, me estás matando - sentenció Sandra.
- De verdad Sandra, esto es lo mejor - le dije sin lograr alzar mi mirada - Te aseguro que te haré sufrir muchísimo y es lo que quiero evitar. No me lo hagas más difícil.
Le di lo que yo creía que sería mi último abrazo. Me faltaba el aire, las lágrimas no cesaban de resbalar por mis mejillas y escuché perfectamente como mi corazón se rompió en ese instante. Desde ese momento sabía a ciencia cierta que mi corazón sólo funcionaría para bombear sangre, estaba muerto para todo lo demás.
“Marta, convéncete de que es lo mejor que puedes hacer. Salir del armario, decirlo a los cuatro vientos, mostrar tu amor a Sandra sin importarte la gente, sabes que lo harías tarde o temprano. Lo que no sabes es lo que ocurrirá en Madrid después de que ingreses. Todo lo de después va a ser una puta mierda, si es que hay un después. Lo haces para evitárselo a ella; ella no se merece vivir todo eso, merece ser feliz y no tener a un lastre como tú durante…… puffffff, a saber durante cuanto tiempo, y siempre y cuando lograras por lo menos ser un lastre”.