Siempre hay una primera vez
Siempre hay una primera vez.
Siempre hay una primera vez. La primera vez que vas a la escuela, con esa ilusión que se llevará la lluvia; la primera vez que te pones al volante de un coche, y llevas tu entusiasmo hasta el primer atasco, o la primera vez que convences, contra todo pronóstico, a una dama para que comparta una velada contigo, con un resultado que puede oscilar desde lo sublime a lo chanante. Imagino que el amable lector no tiene demasiado interés en mis días de escuela ni mis peripecias al volante, así que me centraré en mis problemas con las mujeres.
Vestía todavía de corto cuando besé a una preciosa niña de ojos verdes, sentados en las escalones que daban acceso al gimnasio de mi colegio. Me considero un deportista, pero siempre odié esas tediosas sesiones de gimnasia aburrida, reducida a correr, saltar al potro y subir por una cuerda. Gracias a ese momento tan dulce, ahora no puedo evitar sonreír cuando voy a recoger a mis sobrinos al cole y les veo hacer ejercicio. Me pregunto si los niños de ahora, tan precoces, tendrán recuerdos similares en el futuro.
Ya de pantalón largo pero todavía subido en una BMX llegué a su portal aquella tarde de verano. Mi segunda primera vez fue una chica rubia que, a pesar de su insultante juventud, tenía unos ojos grandes y profundos que me transmitían una sensación de vértigo cada vez que me asomaba a ellos. Caía el día y se filtraba en la habitación esa luz especial de las tardes de verano cuando entré en su habitación. Su mirada me lo hubiera dicho todo, de no ser por esa sonrisa pícara que me hizo sentir el hombre más afortunado del mundo.
Después vinieron más noches y más veranos, más momentos compartidos. Mis primeras veces quedaron en un recuerdo dorado y cometí el error que todo hombre comete en algún momento: olvidé que la vida no es sino una sucesión de primeras veces, que no hay dos personas iguales y por si esto fuera poco, que en cualquier momento puede aparecer una persona que sacude impunemente los cimientos de lo que habías construido hasta ahora y te hace replantearte lo que sabes de las mujeres y lo que es peor, lo que sabes de ti mismo.
Así llegó mi última primera vez. Como no podía ser de otra forma, llegó de forma inesperada, en el lugar más peculiar y sin haberlo perseguido. Llegó como no podía ser de otra forma. Y me descolocó por completo. ¿Qué puedo yo decir de una dama inteligente, atractiva, sensible y divertida que puede desplegar una sensualidad encantadora mientras desnuda tu alma con la mirada? Por primera vez en tiempo me sentí tan inseguro como mi primera vez, y también, como aquella primera vez, el tipo con más suerte del mundo.