Siempre hay un lugar mejor

Para Jorge y Esteban, una competencia y el odio es la forma para mostrar su amor. Hasta que se descubran algún día.

Bandos

Jorge era el más talentoso del curso según algunos. Otros decían que ese título lo merecía yo. La verdad es que el asunto nunca estuvo bien definido pues siempre estábamos compitiendo. Por supuesto, nos odiábamos profundamente. Los amigos de cada cual habían tomado partido y el ambiente en el curso estaba marcado por la competición.

Su grupo marcaba su territorio con buenas notas y éxito con las mujeres. Nosotros teníamos la creatividad, la buena onda y la música de nuestra parte. En el deporte, la rivalidad era cruda. Los partidos de fútbol eran el tiempo de choque entre ambos grupos, la guerra. El juego siempre era intenso y los insultos entre ambos bandos iban incluso más rápido que nosotros.

Jorge ejercía una influencia sobrenatural sobre sus amigos. Era alto, de piel clara, el pelo oscuro ondulado y una sonrisa amplia. Tenía ese aire de gente acostumbrada al triunfo y la adulación. Aunque era un pesado, era irresistible. Era eso lo que a nosotros más nos molestaba: que nadie notara su idiotez.

Por mi parte, yo soy moreno, alto, de ojos claros, pelo negro, largo y la sonrisa permanente. Como todos los de mi grupo, el buen humor abundaba en mis días. Tocaba la guitarra y cantaba canciones que divertían a todo el mundo. Muchas de las canciones eran dedicadas a Jorge y estaban plagadas de insultos y desafíos.

La relación que sosteníamos con Jorge era bien sencilla. Casi todo eran miradas de odio, unos dos garabatos por día y un cúmulo de odio acumulado por el sabor de la competencia. Nuestros compañeros sabían de esta rivalidad y estaban acostumbrados a medirnos en todo.

Nuestro penúltimo año en el Colegio terminó con una pelea gigante. Estábamos en una de las históricas competencias de fútbol, la última de ese año. Habíamos puesto la regla del "último gol gana todo". Mi amigo Manuel había hecho un lanzamiento espectacular que se transformó en un gol magnífico. Sin embargo Jorge se empecinó en insistir que Manuel había pateado off-side. Yo sabía que estaba habilitado, pues el mismo Jorge se encontraba en el área al momento del lanzamiento. Discutimos.

La furia se intensificó y él lanzó un puñetazo que fue a parar directo a mi mejilla. Yo respondí con uno a su estómago y nos envolvimos en un abrazo lleno de violencia que ninguno de nuestros compañeros se atrevió a separar. Pasaron unos cuantos minutos en que esa pelea nos tuvo atrapados. Finalmente nos separaron y, entre gritos, nos prometimos terminar algún día con eso. A muerte, me reiría yo después.

Verano

Las vacaciones llegaron anunciadas por el calorcito característico del verano. Con mis amigos acampamos unas dos semanas que me dejaron agotado. Por ello decidí acompañar a mis padres al viaje que planificaron a unas cabañas cerca de la playa. Yo allá no conocía a nadie y ninguno de mis compas andaría cerca, por lo que la decisión implicaba asumir un buen tiempo en solitario. No me molestaba, en cualquier caso. Siempre he necesitado un poco de la soledad para leer, descansar y estar tranquilo.

La cabaña era bien agradable, amplia e iluminada por tremendos ventanales. Se encontraba en un campamento cercano a la playa, tenía una gran piscina y un parque infantil. Me pareció un lugar perfecto para descansar y relajarme.

Todo estuvo tranquilo por unos días, hasta que una mañana trajo una desagradable sorpresa.

Jorge había llegado con su familia, justamente, a la cabaña de al lado. Yo odiaba las coincidencias, pues nunca había vivido una que terminara bien. Mucho menos aquella que me obligaba a tener cerca al imbécil que tanto odiaba. Mi molestia fue terrible. Decidí salir al balcón sólo para mostrarle mi peor cara. Él, que estaba bajándose de su auto, se limitó a mirar y sonreír para si. A mi me sorprendió su reacción; me quedé helado y tratando de explicarme aquello.

La tarde pasó y yo no terminaba de pensar en aquella coincidencia. Preferiría estar en cualquier otro lugar a ese, pero algo me incomodaba de la sonrisa del imbécil. En esas estaba, mirando por la ventana, cuando vi a Jorge salir de su casa. Se instaló en el balcón con un short bastante corto, una polera musculosa y comenzó los abdominales. Luego sacó unas mancuernas y siguió con sus ejercicios. Miraba hacia mi ventana.

Una extraña idea se me cruzó por la cabeza ¿me estaba hueviando? ¿quería algo conmigo? Seguí mirando y concluí, por sus esfuerzos, que más bien me estaba desafiando. Quería pelear, desafiarme. Por supuesto decidí seguir su juego, me vestí con un buzo y salí dispuesto a trotar. Apenas me vio, se acercó y no dijo nada. Se puso al lado mío y empezamos a correr.

Yo no estaba dispuesto a mostrar signo alguno de cansancio, de debilidad. Como siempre, no le dejaría ganar. Estábamos compitiendo. Trotamos mucho. Íbamos por la orilla de la playa, uno al lado del otro, sin decir nada, ignorándonos en apariencia, pero profundamente pendientes uno del otro.

Yo, que hasta entonces había dirigido el rumbo de la competencia, empecé a cansarme, él notó esto y se aprovechó. Ahora él estaba dirigiendo la carrera. Yo estaba tan destrozado que le deje. Nos dirigió de vuelta a las cabañas. Se paró frente a la mía, sonrió y partió a la suya. Yo quedé ahí, parado, confundido, frustrado y cansado.

Poder

La mañana siguiente se tardó mucho en llegar. Yo estaba profundamente inmerso en mis pensamientos sobre lo que había pasado el día anterior. Apenas amaneció, me puse un traje de baño y fui a la piscina, que a esa hora estaba vacía. Comencé a nadar con mucho ímpetu. El agua estaba muy buena, a pesar de lo temprano que era. El sol estaba saliendo y todo estaba muy tranquilo. Hasta que apareció Jorge.

Él llegó y no dijo nada. Se lanzó también a la piscina y se puso en una orilla, yo me acerqué; me ubiqué a su lado. Él contó hasta tres (eran las primeras palabras que me dirigía desde que llegó) y partió la carrera acuática. No fue necesario establecer los términos de la competencia, ambos lo dedujimos: igual que el día anterior, sería de resistencia. Nadábamos de un lugar al otro de la piscina, sin prisa, concentrados y, sin duda, intentando anotarse el triunfo. No me di cuenta cuándo se detuvo y supe que gané. Él había salido de la piscina, sonreía desde afuera y se retiró. Yo quedé en el agua unos momentos preguntándome qué significaba todo esto.

Salí del agua y busqué mi toalla. Sobre ella había una nota, claramente dejada por Jorge: "el perdedor establece lo que viene. Propongo un guitarreo. A ver si se te ocurren canciones más interesantes que los insultos que normalmente me dedicas"

No supe qué fue lo que me molestó más, si era que él pensaba que podía obligarme a ser su compañero de juegos o que me hubiera dejado perder en la piscina.

La nota no tenía más indicaciones, así que partí a mi cabaña y decidí seguir con mi día. Salí con mis viejos a la playa, fui a almorzar a un pueblo cercano y pasé un buen tiempo comprando cosas y viendo un partido por la tele.

Recién había terminado de atardecer, por lo que la noche no era totalmente oscura. Sentí un par de acordes de guitarra desde afuera, por lo que salí a ver qué pasaba. Afuera estaba Jorge con una guitarra en sus manos mirando hacia mi ventana. Yo no me olvidaba que esa persona que ahora estaba coqueteándome era la misma que se ocupaba de hacer desagradable cada uno de mis días en el Colegio.

¿Era verdadero esto o sólo una broma o tontería para burlarse de mi después?

Estuve seguro de que esto formaba parte de un juego cruel de su parte. Yo tampoco me iba a dejar seducir por sus encantos. Él siempre había sido un imbécil y yo no pretendía seguirle con la tonterita. A mi no se me olvidaba aquella vez en que había invitado a Carlita, una de mis amigas, a una fiesta y la había dejado botada en la disco. Tampoco se me olvidaba aquella vez en que, sólo por hacerse el gracioso, le había puesto un golpe tremendo a mi amigo Manuel.

Menos había olvidado todas las mentiras que había inventado sobre mi. Si alguna vez él me había gustado (me sorprendí a mi mismo confesándome eso) ahora no podía ni mirarle sin ganas de golpearle y ganarle en todo. El muy imbécil.

No estoy interesado en seguir hueveando contigo, déjame en paz- Le dije despacio y con calma desde el balcón.

Tú te lo pierdes – respondió relamiéndose las palabras con toda calma – te estás autodeclarando perdedor.

Es la única forma que tienes de ganarme – le respondí

Creo que era yo el que te estaba dejando ganar – dijo sin dejar de sonreír

Era lo que yo estaba sospechando. El muy hijo de puta me estaba dejando ganar ¿qué pretendía?

Sólo porque no te la puedes conmigo – le respondí

Eso está por verse

La decisión

Luego de ese diálogo, volví a mi cabaña. Estaba muy confundido con todo este asunto. ¿Por qué él, mi enemigo de siempre, estaba haciendo todo esto? ¿Qué quería de mi?

A todas luces él me estaba coqueteando, pero ¿por qué? Jamás quise ni proponerme la idea de que él fuera gay o que al menos tuviera ganas de fijarse un poco en mi. ¿De dónde habría sacado él la idea?

Claro que yo nunca le había contado mi asunto por los hombres a nadie. Menos a él. Estaba claro lo sencillo que era derretirse por él, pero su maldita arrogancia era asquerosa. No era el rey del mundo, alguien tenía que decírselo, yo no voy a hacerme cargo de esa misión. Y el muy desgraciado estaba cantando afuera, a un volumen particularmente preparado para ser audible en mi ventana. No, no me gustaba este asunto. Hablé con mis viejos y me fui al pueblo. Entré a un bar y me senté a tomar algunas cervezas.

No, no estaba dispuesto a hacerlo. Prefería terminar borracho en ese bar, dormir y masturbarme para siempre a tener que meterme con ese idiota, por mucho que me gustara. Espera ¿me gustaba? Toda esta competencia, nuestros amigos involucrados, el esfuerzo para ganarle en las notas, en los deportes, en la simpatía de nuestros compañeros era sólo para encubrir lo mucho que me gustaba, o para ponerme a su altura. No, no quería aceptar eso, aunque tenía bastante, bastante claro que la cosa era así; ésta era la verdad.

Si él se me insinuaba así, bueno nada que perder. ¿Qué motivos tenía él para hacer todo esto? Seguramente los mismos que los míos, pero su arrogancia le permitía actuar así; tirarse conmigo descaradamente.

Volví al campamento algo borracho, pero decidido. Esperaba encontrármelo en el balcón tocando guitarra, pero no fue así. Se me ocurrió buscarle en la piscina y no lo encontré. Decidí dejar de buscarle y regresé a mi cabaña. Antes de acostarme me sentí observado. Supuse que era la borrachera, pero al mirar bien a través del ventanal adiviné a Jorge mirando desde su habitación. No supe cómo reaccionar, así que me acosté rápido y avergonzado. Esto no era tan fácil.

No pienses mucho en mi, te ves mal con cara de preocupado – escuché la voz de Jorge mientras estaba sólo en la playa

Seguro pienso en ti imbécil. Creo que eres tú el que espía al otro por las noches, maricón – fui ácido para testear su reacción.

Y yo suponiendo que soy un buen detective – dijo riéndose – al menos tengo claro que se muchas cosas.

Creo que no sabes que tú eres un imbécil y que no eres dueño del mundo

Me interesan otras propiedades, en todo caso – sonrió y se sentó junto a mi.

No quise responder. Mis cálculos eran totalmente correctos.

Hay gente en el mundo que no está interesada en ti, es bueno que lo sepas- le dije

Sólo me interesa la atención de uno y estoy seguro de tenerla-

¿dé dónde sacas esa seguridad?

Nadie, nadie puede pasar tanto tiempo tratando de ganarme como tú. Supieras que ya me tienes, de tantas formas - dijo

No me digas mariconadas – le escupí, aguantando las ganas de comerle ahí mismo la boca

No me importa lo que me digas; tú no puedes resistirte a mi.

Eso era casi cierto. Estaba teniendo serios problemas para no tirarme sobre él. Comencé a mirar hacia la playa y a tratar de concentrarme en el brillo del sol sobre el mar. De pronto Jorge se puso de pie y caminó hacia el agua, seguramente él sabía que tendría toda la atención de mi mirada. Yo no podía aceptar todo esto. Él estaba descaradamente sobre mi y yo resistiendo por motivos desconocidos.

Jorge salió del agua y su sonrisa fue mucho más notoria. Yo no podía dejar de mirar su cuerpo brillante por las gotas que resbalaban por su torso y sus piernas. Me paré con toda dignidad y reuní valor: "me voy al pueblo" le dije y él sonrió. Caminó a mi lado guardando un silencio profundo al principio, cómodo después.

¿Por qué mierda eres tan arrogante? – rompí el silencio

Yo se que te gusto, no estoy siendo arrogante – respondió riendo

No estoy hablando de eso. Digo, ¿por qué eres tan soberbio? Te crees superior a todo el mundo, siempre.

Algunas cosas tendría que creerse uno, ¿no? ¿Adónde vamos?

No respondes mi pregunta. ¿Por qué tendría que responder la tuya?

Porque quiero saber a dónde te la voy a meter- dijo con aún más risa

Frente a todo lo que podría pensar, me reí con él. El comentario era todo lo que odiaba, pero a su lado parecía gracioso, ocurrente. Irresistible.

No me la vas a meter – dije ya sin reírme.

Pero al menos te hice reír ¿Adónde vamos?

Al bar, por una cerveza. No vas a decir que no

Vamos a dónde tú quieras, pero recuerda: te las estoy contando

Nos sentamos uno frente al otro y pedimos unas cervezas. No hablábamos mucho, más bien nos mirábamos a los ojos. Sólo ahí supe que nunca le había mirado así. La cerveza provocó mis ganas de ir al baño y allá apareció Jorge tras mío. Me abrazó y me miró con más intensidad, dispuso a besarme.

No puedo creer que estés dispuesto a darme un beso aquí – le dije

Jajaja. ¿Alguna idea mejor?

Siempre hay mejores ideas. Siempre hay un lugar mejor.

Pagamos y nos fuimos del bar. Apenas salimos comencé a correr. Él supo de inmediato de qué se trataba y me siguió. Ninguno de los dos necesitaba saber hacia dónde íbamos. Seguimos el mismo camino de la carrera de hace dos días. Llegamos a una playa vacía que habíamos visto antes. Él se detuvo sobre la arena y se reía:

¿Este te parece un lugar más romántico?

Aquí no huele tanto a orina y vómito de borracho – respondí acercándome a él.

¿Tú vas a tomar la iniciativa, acaso? – preguntó viéndome

Siempre la toma el hombre – le dije y nos reímos juntos.

Nuestro beso fue intenso y salvaje. Se notaba mucho que éramos dos hombres besándose.

Tienes que dejar de competir conmigo – me dijo

Sólo cuando demuestres que eres lo suficientemente bueno.

Su respiración sobre mi cara estaba provocándome una sensación absolutamente desconocida. Algo inestable en mi estómago se tensionó y se relajó subiendo hacia mi garganta. Nuestros abdómenes planos se acercaron y la piel de cada quien se erizó mirando hacia el otro. Nuestros labios fueron encontrando la comprensión que nunca nuestras palabras habían tenido.

Su brazo se enrolló en mi cintura y me acercó hasta que ninguna parte de mi cuerpo se librara del suyo. Mi boca se trasladó hacia su cuello y oídos comprobándome la dulzura de su piel. Él se encargo de poner lo picante con palabras que me repetía con la voz segura y alta.

¿Te atreves a hacer cochinadas en esta playa? – preguntó

¿Me estás desafiando?

Te estoy invitando

Nos quitamos las poleras y pudimos sentir el calor del otro. Nos corrió un estremecimiento terrible. Nos abrazamos y caminamos hacia el mar. Estábamos agitados por lo que no sentimos el frío del agua. Nos besábamos con intensidad y una ola nos lanzó a la arena. Él quedo justo en el lugar en donde las olas rompen y yo fui a recorrer su cuerpo. Le besé la boca, el cuello y su torso. Sus tetillas estaban erectas apuntando hacia el cielo. Su piel temblaba con las vibraciones del mar.

Su bajo vientre estaba marcado y lucía tentador. "Me toca a mi" dijo. Me tomó de la cintura, me acercó hasta él y rodamos quedando sucios por la orilla. Yo quedé de espaldas sobre la arena y el empezó a saborear la sal sobre mi piel. Lamió cada parte de mi cuerpo hasta llegar a la orilla de mi bañador. "Aquí está la sorpresa". Sacó mi pene, que a esas alturas estaba también mirando hacia arriba, y comenzó a besarlo.

Yo esperaba a que se lo introdujera, que lo tragara entero, pero él estaba decidido a tomarse su tiempo. Comenzó con mi glande, como si fuera el caramelo más dulce de todos. Sus labios, los mismos con que me besaba la boca, ahora estaban comiéndose la temperatura de mi pene. Su respiración agitaba mi piel. Yo estaba en éxtasis. Luego jugó con mis testículos y sus dedos acariciaron el borde de mi ano. El agua complementaba todo el espectáculo que estaba increíble.

"No falta mucho" le hablé con la voz terrible. Volvió a introducirse mi pene y se tragó toda mi calentura. "Co-chi-no" subrayé. "Todavía tengo muchas que cobrarte" dijo. "Pero en la playa, no. Siempre hay un lugar mejor".