Siempre creí que mi fidelidad era muy firme (2)

Creo que Ricardo no interpretó bien lo que pasó entre nosotros cuando no estaba mi amado esposo Armando. Así que lo cité, para aclararle bien las cosas. Pero no estoy segura de haberlo convencido de que soy una mujer fiel.

Siempre creí que mi fidelidad era muy firme muy firme… (2). Por Bajos Instintos 4 bajosinstintos5@hotmail.com

No le dije a mi marido que su compañero Ricardo había intentado abusar de mí. Armando había tenido que ir a un velorio, y le pidió a Ricardo que viniera a hacerme compañía para no dejarme solita.

Ricardo es un muchacho alto y fuerte, bien parecido. Pero Armando no tuvo problemas en dejarme con él. Mi marido no me cela, porque sabe que soy incapaz de engañarlo.

En verdad, Ricardo fue todo un desafío para mi virtud de mujer felizmente casada. Cuando se fue mi esposo, este muchacho, sentado en el sofá de enfrente con las piernas muy abiertas y estiradas, comenzó a tocarse el miembro a través del pantalón. Lo que me puso un poco nerviosa, pero procuré mantener la conversación que estábamos llevando. Lo que me fue alarmando fue ver que bajo su pantalón algo enorme estaba creciendo aún más. Traté de ignorar el asunto y continué la charla, pero la parte de mi faldita que apoyaba en el sofá, comenzó a mojarse, mientras yo aparentaba indiferencia.

Si el bulto que se marcaba en su pantalón era algo verdadero, entonces debía tratarse de un nabo de concurso, muy superior a cualquier otro que yo hubiera visto, incluido el de mi esposo. Y para no seguir mojándome, pensé que debía tratarse de algún efecto visual producido por el modo en que le daba la luz.

Aunque los ojos se me iban involuntariamente hacia el suculento bulto, yo procuré disimularlo, aunque creo que sin demasiado éxito, a juzgar por la sonrisa sarcástica del hombre, que parecía estarme leyendo los pensamientos. Y mientras yo intentaba completar una oración, él muy atrevido sacó su tranca fuera del pantalón. Me quedé muda y con la boca abierta. Y mi asiento continuó mojándose mucho más que antes.

Ricardo no decía nada, pero continuó acariciándose la tranca, mirándome fijamente con una sonrisa algo sobradora. Su tranca estaba erectísima, en toda su enorme longitud y grosor. ¡Madre mía, era una tranca de concurso! ¡Mi concha, que es una irresponsable, me envió un gemido!

Era una suerte que yo fuera una mujer fiel a mi marido, porque sino, cuando me acerqué caminando de rodillas hasta su escandalosamente parado miembro, eso pudiera haberse interpretado como una muestra de deseo por mi parte. Nada más lejos de la verdad, lo mío era pura curiosidad científica. Cuando mi cara estuvo a un palmo de su verga, pude sentir su olor, y me mojé aún más.

Pero no era yo una mujer que pudiera romper su juramento de fidelidad por tan poca cosa. De modo que cuando Ricardo me preguntó si no quería chupársela, sentí que el Señor me había mandado un verdadero desafío para probar mi virtud. Y me decidí a poner a ese tipo en su lugar. Le dije que yo era una mujer fiel a su esposo. Y el me volvió a preguntar si no tenía un poquitito de ganas de chupársela. Su tranca era bastante más larga que mi rostro y eso me produjo una enorme impresión. Pero le volví a decir que él se había confundido conmigo. Y él me metió la punta de la polla en la boca.

Elevando los ojos al cielo, agradecí al Señor la prueba que me estaba enviando. Y decidí ponerle las cosas bien en claro a ese muchacho. Pero no pude, porque tenía la boca llena. Él me dijo algo relativo a que desde que me conoció supo que yo era una putita mama-vergas. Yo quise contestarle indignada, pero no pude, porque mi lengua, por su propia cuenta había comenzado a saborear ese grueso glande que la visitaba, y se le enroscaba con pasión. Sabía que el Señor me había mandado esa prueba y por eso volví los ojos a la imagen de mi marido, mientras mi lengua seguía lamiendo y mi boca mamando. "¡Que prueba, Señor!" pensé, elevando nuevamente mis ojos al cielo. Y por un momento creí que el Señor me sonreía, pero era la sonrisa sobradora de Ricardo, que continuaba diciéndome cosas soeces acerca de que mi trompita era la de una mama-vergas, y de si mi maridito sabía que yo hacía esas cosas. Y yo le iba a aclarar que no había nada que mi maridito tuviera que saber porque yo no hacía cosas malas, pero en vez de eso me vino a la mente la imagen de mi Armando y la diferencia entre su polla y la enormidad que tenía en mi boca. Y mirando hacia la cara burlona, sentí que la mirada se me nublaba, e inesperadamente me corrí. Los ojos se me pusieron vidriosos y para no perder el equilibrio tuve que agarrarme con ambas manos de esa tranca de rigidez inamovible.

A Ricardo le causó mucha gracia que yo me corriera de sólo mamársela, y aprovechando la indefensión en que me había dejado el orgasmo, comenzó a abusar de mí. "¡Señor!" rogué "¡Ayúdame!" mientras el muy abusivo había comenzando a amasarme los tetones y a devorarme la boca en un larguísimo beso chupándome la trompa y revolviéndome su lengua gruesa y caliente dentro de la boca. Y fue un beso tan largo y apasionado que volví a correrme, estremeciéndome en sus brazos. Ahí fue cuando comprendí que mi lucha iba a tener que llevarla por dentro, ya que el hombre no me estaba dando posibilidad de expresar mi protesta. Hice una última declaración acerca de que yo era una mujer fiel a su esposo. Pero Ricardo comenzó a chuparme un pezón de un modo delicioso, mientras con una mano me agarraba un glúteo sin que yo pudiera resistirme. Así que continué con mi resistencia interior y los apretones que me daba en el culo fueron tan avasallantes que volví a correrme.

A partir de ahí me sentí un juguete en sus manos. Me levantó en vilo y me hundió su tranca en la concha mientras me daba un chupón en el cuello. Pensé en lo que le parecería la escena a mi Armando, y me corrí nuevamente.

Pero cuando el hombre comenzó a mover su tranca dentro de mi conchita, le rodeé la cintura con las piernas y siguiendo un impulso inesperado, comencé a cubrirle la cara de besos. Ahora pienso que debe haber sido por la piedad que me inspiraba ese hombre tan desesperado por poseerme. La cosa es que él terminó de enterrarme su gruesa tranca, dilatando las paredes de mi vagina. Y cuando advertí la enormidad de la cosa que me estaba llenando como nunca mi Armando había podido hacerlo, me corrí entre jadeos y gemidos.

El abusador me llevó ensartada hasta la cama conyugal, y allí comenzó un lento serruchar que, debo confesarlo, si no fuera por mi condición de mujer fiel, me hubiera calentado. Pero por suerte pude soportar eso, e incluso las caricias de su mano en mi culo y el jugueteo de su dedo con mi ojete, mientras me seguía chupando la trompa y revolviéndome la lengua en la boca, mientras yo, incapaz de expresarle mi disconformidad, sólo podía gemir y gemir. Pero él parecía indiferente a mis quejas, como si creyera que a mí me gustaba sufrir, y comenzó a mover su inmensa tranca cada vez más fuerte. Ahí cobré conciencia de que ¡me estaban cogiendo! ¡¡Y cómo!! Su respiración era cada vez más fuerte y arrastraba la mía, hasta que lo sentí enterrándoseme hasta donde nunca antes me había llegado nadie, y su tremendo nabo comenzó a pulsar y los chorros de leche, con terrible impulso me fueron inundando las entrañas. Mi mente se fue en un remolino de colores, mientras él se derrumbaba sobre mi cuerpo y su nabo seguía sacudiéndose, a lo cual mi concha le respondía en correspondencia.

Bueno, que cuando volví en mí, ¡me estaba cogiendo nuevamente! Y luego me dio vuelta y me hizo el culo. Yo oraba al Señor para que me ayudara a sobrevivir a esa prueba que me había mandado. Entretanto Ricardo me estaba mandando el nabo dentro del orto, y se me confundían un poco las ideas. Me cogió con mucha consideración, entrándomela poco a poco, a medida que mi ojete se iba acostumbrando y relajando un nuevo tramo que él, con su gran intuición iba ocupando. Bueno, que me cogió por el culo. Y cuando recordé las veces que mi Armando lo había hecho, era tan grande la diferencia en contra de mi marido, que al hacer la comparación la impresión fue demasiada para mí y me corrí entre temblores y espasmos.

Luego, mientras ese machote, había convertido mi culo y a mi misma en un objeto para la satisfacción de su pollota, entré en el limbo de las enamoradas vejadas por otro, y no lo pasé tan mal allí.

Ricardo me despertó con la noticia de que Armando había llamado avisando que en diez minutos llegaba. Antes de que llegara traté de convencer a Ricardo de que yo no era una mujer infiel y que todo eso había sido contra mi voluntad. "Claro nena", me dijo dándome un beso en la trompita.

Pero me dio la impresión de que no estaba muy convencido. Acordamos no decirle nada a mi esposo porque podría interpretar las cosas equívocamente, como una infidelidad. Así que cuando Armando llegó del velorio con la cara un poco ajada, nosotros lo recibimos con nuestras tremendas ojeras. "Ustedes también tienen cara de cansados" dijo, "gracias por esperarme despiertos." "Fue un gusto" le dijo Ricardo. "Un gran gusto" corroboré yo.

Todo había terminado bien, pero yo continué repasando en mi mente los acontecimientos. Y me felicité por los modos en que había defendido mi virtud de mujer fiel a su esposo. Y mi inquebrantable entereza para defender mi virtud, frente al apasionamiento brutal de ese macho avasallante. Recordé las muchas y difíciles pruebas que había pasado cuando su avasallamiento me llevaba de orgasmo en orgasmo. Y el modo como mi fe en Dios se había mantenido inconmovible durante esas numerosas pruebas.

Sin embargo algo continuaba inquietándome mientras mi marido dormía a mi lado. Y tuve que tranquilizarme con mis deditos acariciando mi clítoris y penetrando mi muy abierto ojetito. Tuve que tranquilizarme como seis veces, ya que había quedado bastante intranquila, por lo que pude ver. Por suerte, Armando dormía como un angelito.

De `pronto se hizo la luz en mi mente: ¡lo que me inquietaba era que Ricardo no había creído lo que le explique de mi fidelidad! O al menos no lo había creído del todo. ¡Y esto no podía quedar así! ¡Mi honor de mujer casada estaba en juego, y no iba a consentir ninguna mala interpretación! ¡Al día siguiente lo llamaría a Ricardo y le aclararía bien las cosas!

Y mientras con un dedo acariciando mi concha reflexionaba en el modo en que iba a aclarar las cosas con el compañero de mi marido, me quedé dormida.

Tuve algunos sueños algo intranquilos, pero por fortuna no los recuerdo, aunque advertí que al despertar estaba muy mojada.

Armando ya se había ido. Lo llamé a Ricardo. Sentí su sonrisa sarcástica en su voz varonil algo arrastrada y divertida: "¡Tan pronto querés de vuelta! ¡¡Vaya apasionamiento por el garche, preciosa!!" Hice caso omiso de sus palabras. "¡Ricardo, tenemos que encontrarnos para aclarar algo!" "Bueno, nena, ya está llegando tu maridito que se va a pasar la mañana en la oficina. Yo puedo salir, porque no cumplo horarios. Te espero en la confitería de la esquina en media hora." Y partí zumbando de alegría a la cita. Supuse que la alegría era por la oportunidad de aclarar el fin el malentendido.

En la mesa de la confitería estaba Ricardo, terriblemente buen mozo. Me senté, un poco incómoda porque en otra mesa había gente de la oficina de mi marido, que me conocían y debió parecerles extraño que fuera a tomar un café con Ricardo. A Ricardo eso no le importó, agarrando mis manos con cada una de las suyas comenzó a acariciármelas de un modo tan sensual que me erizó. Pero no pude retirarlas, porque con sus ojos había atrapado los míos. Y me seguía acariciando las manos de un modo cautivante, esto no iba bien. Los conocidos de la oficina me miraban con una sonrisa un poco burlona. Pero bueno, había ido a aclarar un asunto y lo aclararía cayera quien cayera. "Ricardo…" empecé, pero él no me dejó seguir, "¿Querés más garche, ¿no??Cómo te gusta la tranca, nena!" y me apretó ambas manos de un modo que me hizo sentir un poco rara, como si le perteneciera. "… yo le quería aclarar que…" "¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Como me calienta que me trates de usted, putita, después de que tuviste mi tranca en el culo!!! ¡¡¡Y cómo te corriste anoche, putona!!!" Yo me quedé muda, al advertir que mi conchita estaba recordando cosas, pues comenzó a humedecerse un poco exageradamente. "No, Ricardo, usted no me entiende…" "¡Como te gustó mi verga, puta! ¡¡Si hasta te corriste de sólo mamármela!!" "… pero lo que yo quería decirle…"¡¡Y cuando te ensarté por la concha…!! ¡¡Qué apretadita la tenías!! Aunque ahora el nabo de tu maridito podría bailar por como te la dejé de abierta!!" Emití un gemidito, mientras sus fuertes manos seguían acariciando las mías. Manos de macho. "¿Recordás como te sentías mientras te iba abriendo la conchita?" Y las sensaciones volvieron a mi mente y los ojos se me nublaron y mi conchita estaba empapando el bajo de la faldita. Los rubores me subieron, y los de la otra mesa seguro lo notaron. Pero no pude verlos, mis ojos estaban atrapados por la cara de ese machote. Y sus manos seguían seduciendo a las mías incansablemente. "Ri-ricardo… lo q-que y-yo… quiero decirle es que…" "¡¡¡Y como te corrías mientras te serruchaba la concha!!! ¡¡¡Nunca he visto una mujer tan calentona, tan pero tan puta!!!" Yo había comenzado a jadear, no sé si por las caricias, o por las imágenes que recordaban, o por el modo en que él me apretaba las manos. Y las sensaciones en mi concha y clítoris se estaban poniendo muy tórridas. Ahora mis ojos un poco desenfocados miraban con adoración su rostro. Y seguía oyendo sus palabras. "¡¡¡¡Nunca sentí una concha que se aferrara a mi tranca como la tuya!!!! ¡¡¡¡Y qué apretones mientras acababas!!!! ¡¡¡¡Realmente sentí que tu conchita me estaba ordeñando!!!!" Yo ahora sólo podía jadear, tratando de que las otras mesas no se dieran cuenta, y gemir bajito, pero seguido, cada vez más seguido. Y él seguía con sus sórdidas palabras. "¡¡¡Y cómo te rompí el orto!!! ¡¡¡Y cómo te gustó que te lo rompiera!!! ¿no, nenita?" Y las sensaciones revividas me invadieron completamente, y comencé a ver borroso, y me aferré con desesperación a sus fuertes manos y me corrí entre espasmos, con los ojos desenfocados. Traté de que mis estremecimientos no se notaran en las mesas de alrededor, pero dudo haber tenido éxito.

"¡¡Pero que calentona re-puta que me había resultado la señora de mi compañero!!" Lentamente me soltó las manos y yo me quedé así, derrengada sobre mi culo, tratando de no perder la vertical de mi espalda, bajo sus ojos divertidos.

"Ricardo… lo que quiero decirle es que yo le soy fiel a mi esposo…"

"Claro, corazón, con una buena tranca adentro vos sos muy fiel…"

"¡En serio…!" intenté replicar.

"Claro que sí, mi putona, pero ahora vamos a ir a un hotel donde me la vas a poder mamar a tu gusto…"

"…¿a m-mi… gus… to…?" pregunté sin saber que decir.

Él puso el dinero de la consumición en la mesa, y poniéndome de pié me agarró de la mano y me arrastró afuera de la confitería. Su dominio sobre mí era muy notorio, y no se les debe haber escapado a los de las otras mesas, verme seguir casi a los saltitos a ese magnifico macho dominante.

Como en un sueño llegamos al hotel, y luego a una pieza. "Bueno, putita, date el gusto ¡mamámela todo lo que quieras!" Me arrodilló con un empujón hacia abajo sobre mis hombros y me puso el bulto frente a la cara. Todavía estaba en el pantalón, pero yo no aguantaba más y se lo empecé a chupar a través de la tela. El sabor a macho llegaba hasta mi lengua. Y recordé a mi marido, y para qué había ido a esa cita, y me corrí, abrazada a sus rodillas.

Pero Ricardo no había eyaculado aún, y pelando su tranca me la puso desnuda frente a mi cara. "¡Chupámela bien, puta, hasta que me corra en tu cara!" Y es curioso, porque yo no estoy acostumbrada a que me llamen puta, bueno, no estoy muy acostumbrada, pero en vez de ofenderme y llamarlo al orden, me pareció que no era momento para discusiones, y que ya después le aclararía las cosas. Así que me puse a chupar esa gran poronga.

Tuve que alejar un poco la cara para poder meterme la punta en la boca, ya que la longitud de esa tranca me obligó a ello. Pero una mujer de verdad debe ser capaz de adaptarse a todo, especialmente si se trata de pollas enormes. Para que no se balanceara tanto, tuve que aferrársela con ambas manos, y quedaba todavía un buen pedazo sin cubrir por mis manos. Ese pedazo era más o menos tan largo como el de mi amado Armando, aunque bastante más gordo. Con el glande ocupando la mitad de mi cavidad bucal, mi lengua comenzó a enroscársele, mientras mi boca le daba una profunda succión. Me maravillé de las cosas por las que una mujer puede pasar para dejar en claro que le es fiel a su marido. Pero así es el amor.

El sabor de esa poronga era superior a nada que yo hubiera experimentado antes, por lo que no resultó tan incómodo chuparla, todo lo contrario: casi podría decir que me gustaba, así que continué mamándola con mucho entusiasmo.

"¡Qué puta reputa que sos, nena! ¡Cómo te gusta mamarla!" Y agarrándome por la cabeza comenzó a pajearse con mi boca, lo que si no fuera por mi inconmovible fidelidad, me hubiera calentado a mil. Pero no tuve tiempo de reflexionar sobre eso, porque dando bramidos y diciéndome obscenidades, Ricardo comenzó a correrse. Lo primero que noté fue el sabor de su pre-cum, lo que me produjo cierto placer porque anunciaba su acabada, después de la cual podría hablar con él seriamente sobre lo que había venido a hablar. Me aferré más fuerte a su tranca para que no se me saliera de la boca, porque estaba comenzando a saltar, y seguí lamiendo y succionando con más ganas. Y pronto obtuve mi premio. La leche comenzó a brotar con chorros cuya fuerza no había anticipado. El primer chorro me llenó la boca, aunque se corrió un poco por mi garganta; el segundo chorro me salió por la nariz, el tercer chorro me golpeó en la cara y me hizo caer hacia atrás, donde seguí recibiendo todos los demás chorros, completamente despatarrada porque me había corrido como una loca. Y con la visión desenfocada sólo podía ver los saltos que daba esa tremenda tranca bañándome con su leche. Sólo pude quedarme indefensa recibiendo sus grandes emisiones, mientras iba tragando la que tenía en la boca, no sin antes saborearla con la lengua. Cuando la tragué toda, saqué la lengua para recoger la que me había saltado por la nariz, mientras un estremecimiento erótico me recorría el alma.

Ahora, cuando se le bajara, le explicaría lo de mis sentimientos de fidelidad.

Pero no se le bajó ¡qué potencia la de ese hombre! Mi marido no sólo me largaba unos chorritos de leche insignificantes al lado de los que acababan de bañarme, sino que hasta el otro día ya no podía hacer nada conmigo, lo que un poco me apenaba. En cambio, este bestia seguía al palo, ¡y con ese tremendo garrote!

Como yo seguía derrengada, él no tuvo dificultades en sacarme las braguitas, para luego enterrarme su virilidad en ristre, hasta el fondo. ¡Aaahhhhh! Exclamé y después de dos mete y saca me corrí, sintiéndome un poco avergonzada, ya que yo no había ido para eso.

Pero Ricardo siguió cogiéndome y haciéndome sentir su polla hasta el fondo. "¡¡Te hice acabar otra vez reputona!! ¡¡Y después te voy a hacer ese riquísimo culo que tenés!!" Y siguió diciéndome ese tipo de groserías mientras me cogía con una fuerza irresistible, a un ritmo que me superaba completamente. Así que seguí corriéndome, en medio de espasmos, durante los veinte minutos que me estuvo cogiendo. Cuando finalmente, volvió a correrse, sentí todos sus chorros inundando mi interior, y mis piernas rodearon sus fuertes nalgas, para que su polla me empalara hasta el fondo. Y las paredes de mi vagina comenzaron a contraerse solas, ordeñándole la tranca para sacarle hasta la última gota.

Quedó tendido arriba mío, con su cuerpo cubriéndome deliciosamente, mientras su polla tenía todavía algunas esporádicas sacudidas, a las que mi concha respondía como si estuviera enamorada.

Y poco a poco fue poniéndosele nuevamente dura dentro mío. Por un lado me gustó, pero por otro temí que si recomenzaba no me daría oportunidad de hacerle mi alegato en defensa de mi virtud de esposa. Así que me apresuré a empezar "Ricardo, es posible que debido a estas cosas que nos han pasado usted… crea…" (mi voz vaciló porque la tranca había comenzado a moverse nuevamente) "… que… yo… no… le… soy… com… pleta… mente fiel a… mi… Armando… ¡aaahhhh! ¡aaaahhhhh! ¡Por… fa… vor… no… me… si… co… gien… do…!" Era una súplica en medio de jadeos eróticos. Ya que si bien yo sólo amo a mi esposo, una no es de fierro tampoco. Pero gracias al cielo Ricardo escuchó mis suplicas. Y dándome vuelta me dejó con mi soberbio culo hacia arriba. Yo no estaba segura de lo que pretendía, de modo que preferí esperar hasta que sentí su enorme nabo entre mis nalgas, buscando mi ojete. "¡No, Ricardo, no haga eso!" "¡Te lo prometí y te lo estoy cumpliendo, putona!" "¡No … por… favor… no…!" Pero ya era tarde, la cabeza de su miembro, hinchada y dura, había encontrado la entrada a mi ano, y ya me estaba abriendo el agujerito. Como el día anterior ya me lo había abierto muy bien y su tronco estaba lubricado por los jugos de su reciente cogida a mi vagina, le costó muy poco llenarme nuevamente el orto. "Bueno, putona, ahora comentame lo que habías venido a decirme…" dijo, comenzando los vaivenes de su monstruo dentro de mi culo. Aproveché el permiso como mejor pude. "Resulta que con Armando… nos entendemos… muy bien…" "¿Tan bien como conmigo?" me dijo con su varonil voz en el oído, mientras continuaba con los dulces vaivenes de su nabo. "¡noo!" reconocí, "¡no co…mo… nosotros…!" El sentirme tan completamente empalada por el culo hacía vacilar mi discurso. "Pe-pero nos… lle… va… mos… muy… bien…" "¿Tan bien como esto?" susurró su caliente voz en mi oído mientras su tranca se enterraba hasta el fondo. "N-no… es… otra… co… saaahhh!" Mientras tanto sus manos se agarraron a mis tetones y comenzaron a apretármelos en una amasada apasionada. Mis pitones se pusieron más grandes bajo sus dedos. Y su boca cálida me daba chupones bajando de la oreja al cuello y volviendo a subir y bajar. Y su enorme tranca seguía trabajando mi culo. Pero traté de continuar con mi explicación: "Lo… que… te… ne…mos… con… mi… ma…ri… do… es… más… bien… co… mo… una… sa… na… amis… tad… y ¡ah… ahh… aaahhhh… asíiiii… asíiiiii… aaaaahhhhhhhhhh… aaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh! " Y no pude continuar explicándole la clase de sentimientos puros que sentíamos mutuamente con mi Armando porque me vine con un orgasmo cataclísmico. Así que seguí soportando la larguísima cogida que me hizo, renunciando a continuar con mi explicación. En vez de eso me corrí dos veces hasta que la enorme polla me llenó el culo de leche.

Se quedó derrumbado sobre mi espalda, con su tronco enterrado en mi culo. "¿Comprendió, Ricardito…?" le pregunté con voz mimosa, Pero no me contestó porque se había quedado dormido. Así me quedé sin saber si él había llegado al fondo de mi explicación. Porque debí reconocer a otros fondos míos había llegado, y muy bien. Y yo también me quedé dormida, con su tranca adentro.

Cuando nos despertamos consideré que era mejor no volver sobre el tema, por temor a fastidiarlo, pero lo preparé: "Ricardo, vamos a tener que encontrarnos otro día, para charlar tranquilos… porque ahora me debo ir a casa a preparar la comida." "Claro, mi nena, pero antes dale una buena mamadita a mi amigo" dijo. "¿Q-qué amigo?" pregunté un poco alarmada. Pero cuando me puso la poronga en la boca, entendí a qué amigo se refería. Y se lo mamé hasta que se corrió.

Volví a mi casa con el gusto de su semen en mi boca, y un poco tambaleante. Pero contenta porque tendría otra oportunidad de aclarar las cosas con Ricardo.

¡Qué no hace una por su marido…!"

Agradezco a todas las gentiles proposiciones que me han llegado por e-mail, y a todos los comentarios elogiosos por el modo en que defiendo mi virtud marital. Si quieres hacerme llegar tus comentarios: bajosinstintos4@hotmail.com