Siempre creí que mi fidelidad era muy firme (1)

Por suerte, aunque me cogan y recojan, mi espíritu permanece fiel a mi esposo. La visita de Ricardo, al que mi marido le pidió que me acompañara para no dejarme solita mientras él concurría a un velorio.

Siempre creí que mi fidelidad era muy firme muy firme… (1). Por Bajos Instintos 4 bajosinstintos5@hotmail.com

Debe haber algo arrebatador en mí, porque los hombres quieren abusar de mí apenas me ven. Veamos… Puede ser por mi soberbio culo, algo excedido en carnes, por lo cual mi breve faldita parece a punto de reventar, y siempre me queda tan cortita que apenas me inclino un poco, además de mis mulazos se puede ver mi incitante culo. Pueden ser también mis tetones, apenas cubiertos por el delgado tejido de mis leves remeritas, que marcan mis gruesos pezones. O puede que sea el modo en que se balancean, libres de sostén. O quizá sea el modo en que muevo las caderas. O acaso sea mi cabellera suelta, tan abundante. O mis gordos labios. O mi carácter gentil, considerado y un poco tímido. O tal vez sea una impresión del conjunto. Pero, como sea, la cuestión es que los hombres buscan como arrinconarme para abusar de mí. Lo cual es un inconveniente, ya que estoy casada con mi amado Armando, y de ninguna manera pienso serle infiel. No está en mi naturaleza, simplemente. Y sobre todo esa posibilidad no cabe dentro de mi estricto código moral. Una vez un sacerdote me dijo en confesión, que debía ser más prudente en el modo en que visto. Haciéndolo de un modo más discreto, que no llamara tanto la atención sobre mis encantos. Pero entonces, como le dije, ¿qué gracia tendría mantener mi virtud, si nadie quisiera quitármela? "¡Pero es que pueden pensar que eres una puta, hija mía!" "¡Mejor, padre, así tratan de desafiar mi virtud, y yo gano méritos al defenderla!" "¡Pero es que estás jugando con fuego, hija, y en algún momento te puedes terminar quemando!" "¡De ninguna manera, padre!" me enojé, "¡yo siempre sabré donde poner el límite!" Y le contaba de que modos había defendido mi virtud en los últimos tiempos, manteniendo la fidelidad a mi amado Armando, mi único amor. Y del otro lado de la ventanita del confesionario podía escuchar los gemidos y jadeos del sacerdote, impresionado por mis historias. "¡Pobre marido!" decía "¡Pobre marido! ¡Qué cuernos, Dios mío!"

Pero estaba muy equivocado, yo nunca le metí los cuernos a mi marido, aunque a veces no he podido evitar que me cogieran y recogieran, sin embargo mi espíritu se mantuvo fiel a mi esposo.

Por ejemplo Ricardo, un compañero de Armando, que vino a hacerme compañía porque mi marido tenía que ir a un velorio y yo tenía miedo de quedarme solita. Apenas nos quedamos solos, Ricardo se despatarró en el sillón de enfrente con las piernas abiertas, de modo que era posible ver a través de la tela del pantalón el gran pedazo que cargaba. Y la verdad es que a mi se me iban los ojitos hacia allí, una y otra vez. Creo que Ricardo lo hacía a propósito, pues me pareció que su bulto había crecido un poco. Mi lengua humedeció mis labios. Ricardo hablaba de boludeces, pero cada tanto su mano tocaba su miembro como al pasar. Y este, inocultablemente, estaba creciendo. Y mis ojos casi no podían despegársele. Me alegré de poder estar con Ricardo, él iba a ser un gran desafío a mi virtud de esposa, pensé. Y creo que el pensó lo mismo, porque su mano volvía una y otra vez hacia el bulto, hasta que se quedó acariciándoselo indolentemente. Yo tuve que tragar saliva, y sentí que me estaba mojando. Realmente, ¡que gran desafío a mi virtud!

Aunque seguíamos charlando como si nada, su mano seguía acariciando su nabo, que ahora se veía enorme, a través del pantalón. Mientras me conversaba acerca de cosas de la oficina, seguía acariciándose descaradamente. A esas alturas los pezones se me habían endurecido y se marcaban en la liviana tela de la remerita, y la zona de mi faldita en contacto con el sofá se estaba empapando. Mi respiración se estaba agitando y Ricardo no se perdía nada. Entonces, se abrió la bragueta y sacó su tremenda tranca afuera. Era tremenda, mucho más grande que la de mi Armando, más gorda y tremendamente erecta. Y siguió acariciándosela con la mano, que subía y bajaba dejando su gordo y colorado glande afuera. Ricardo me miraba cínicamente, con una sonrisa. Y balanceaba su gran tranca ante mis ojos. Caí de rodillas y caminando sobre ellas me acerqué hasta estar a un palmo de ese priapo de adoración. Verdaderamente estaba resultando un gran desafío para mi virtud de esposa.

"¿Querés chupármela?" dijo blandiéndola ante mis ojos.

Era la hora de poner las cosas en claro, en defensa de mi virtud..

"Ricardo, yo soy una esposa fiel" dije hablándole a su tranca.

"Por supuesto, nena, pero ¿no te gustaría chupármela un poquito?"

"No es que me gustaría o no me gustaría" dije, sin decirle ni si ni no. "Lo que quiero dejarle en claro es que yo soy una mujer fiel, y no una cualquiera."

"Eso es cierto. Con ese culo, esas tetas y esa carita de puta, no sos cualquier cosa."

Eso me tranquilizó. Estaba poniendo a ese hombre en su lugar. Él agarró mi cabeza y me llevó la cara hacia su gran tranca, hasta que pude sentir su olor, que era lo que ansiaba desde que la sacó afuera.

"¿Te gusta el olor, putita?"

"Nno está mal… pero yo no soy ninguna putita… " le aclaré, tratando de disimular la impresión que me produjo ver que su tranca era más larga que mi rostro, incluídos mis ensortijados cabellos. Tenía los pezones muy duros, pero estaba poniendo a ese tipo en su lugar. Él, por su parte, me puso la punta de su tranca en la boca.

"Date el gusto, putita, chupámela…" Yo le iba a reprochar el apelativo de putita que había repetido, pero no pude, porque tenía la boca llena. Y mi lengua se estaba enroscando en su sabroso glande, como si fuera lo único que había en el mundo.

"Ya sabía yo, que te gustaba mamar vergas… Me di cuenta cuando te vi la trompa. "Esa es una trompa para mamar vergas, me dije, voy a hacer que esta puta me la chupe."

Yo hice caso omiso del lenguaje soez, en parte porque estaba embriagada por el perfume de macho en celo que entraba por mis fosas, y en parte porque había perdido el control de mi boca, que solo quería seguir chupando y chupando. La visión se me estaba nublando. Pensé si no estaría mal lo que estaba haciendo, pero entonces pensé "Es un compañero de Armando, así que debe ser un buen muchacho" y mi conciencia se tranquilizó, y seguí mamándosela.

Ricardo se estaba agitando "¡Dios Santo, que puta comevergas que habías resultado!"

"¿Tu maridito sabe que hacés estas cosas?"

Iba a contestarle que no había nada que mi "maridito" tuviera que saber, ya que yo era una mujer muy fiel, pero en vez de eso me corrí con los ojos vidriosos, agarrándome a su enhiesta tranca con mis dos manitas para sostenerme.

"¿Acabaste, puta? Ya veo que sí, te corriste de solo mamar una buena tranca. ¡No puedo esperar para verte cuando la tengas adentro!" Y con una mano me hizo parar y me llevó al dormitorio. Con un par de tirones me arrancó la faldita y la remerita, dejándome con los tetones al aire. Yo sólo tenía ojos para su tranca, y no le costó nada sacarme las braguitas. Él me agarro los tetones con sus grandes manos y comenzó a amasármelos, mientras pegaba su boca a la mía y revolvía su gruesa lengua en el interior. Siguió amasándome los tetones con tantas ganas que, mientras seguía con su tremendo beso volví a correrme. "Yo amo a mi marido" le dije en medio de la agitación de mi pecho. "Claro, nena" y me empezó a chupar un pezón mientras una de sus manos me agarraba un glúteo, apretándomelo apasionadamente. Su boca, caliente y húmeda, estaba haciendo estragos en mi pezón. Yo no podía hacer más que jadear y agarrarle la cabeza. El trabajo en mis glúteos también estaba produciendo sus efectos. "¡No… Ri… car… do…! ¡Us… ted… se… es… ta… con… fun… dien… do… con… mi… go…!" "Claro, nena" dijo, pasando su devoradora boca a mi otro pezón. Ahí acabe nuevamente, mientras los espasmos recorrían mi cuerpo.

"¿Otra vez?" dijo su voz con sorna sin abandonar mi pezón. "Es hora de que pruebes mi tranca…" y levantándome con sus manos por detrás de mis rodillas me puso la concha enfrentada a su tranca, y comenzó a metérmela, mientras su caliente boca me daba un profundo chupón en el cuello. Esto fue demasiado para mi lívido y volví a correrme. Sentí como su tremenda tranca iba entrando en mi conchita, abriéndola como nunca antes. Y echándole los brazos al cuello comencé a cubrir de apasionados besos su cara.. Con mis piernas rodeé sus nalgas para ensartarme yo misma mejor. Y su tranca iba entrando. Pero era demasiado para mí sentirme ampalada, aún a medias, por esa tremenda virilidad, tan superior a la de mi marido. Y al acordarme de Armando, y de lo mal que quedaba en la comparación, volví a correrme nuevamente. Él aprovechó para terminar de ensartarme. "¡Aaahhhh!" gemí al sentirme completamente empalada.

Conmigo así alzada y ensartada dio unos pasos hasta la cama, terminando arriba mío, sin que yo dejara de rodarle las fuertes nalgas con mis piernas. Y comenzó a comerme la trompa. Así me fue imposible recordarle mi virtud y mi fidelidad a Armando, pero con el lento serrucho que había empezado a hacerme, olvidé todo lo que no fueran las sensaciones que estaba teniendo. Con una de sus manos comenzó a acariciarme el agujero del ano. Me estaba volviendo loca. Y su tranca se sentía cada vez más gruesa, ensanchando aún más las paredes de mi vagina. Y su lengua me seguía cogiendo la trompa, y yo se la chupaba. Yo sólo podía gemir en forma cada vez más intensa y agitada. Su garchada había aumentado el ritmo al doble, y yo no pude resistir el correrme nuevamente, mientras su dedo me penetraba el ano. Y ese maravilloso pistón comenzó a moverse frenéticamente mientras su respiración se agitaba más y más y sus gemidos aumentaban de volumen. Comencé a ver un torbellino de estrellas de colores, mientras entraba en éxtasis. Y de pronto sentí que su tranca había llegado al fondo, podía sentir sus pendejos apretados contra los míos, y su nabo se hinchó al máximo, y comenzó a llenarme la concha de leche, con cada pulsación. Y habrán sido catorce o quince pulsaciones, que me mandaron al carajo. Me quedé extasiada y ensartada, tratando de recordar quién era. Ricardo se quedó tendido encima mío con su pesado cuerpazo aplastando de un modo delicioso el mío y poco a poco iba recuperando su ritmo normal de respiración. Mi concha continuaba estremeciéndose y su falo también, como si se respondieran mutuamente.

Totalmente agotada por la interminable cascada de orgasmos que había tenido, me quedé en el limbo del entresueño, disfrutando de nuestros cuerpos.

En algún momento me debo haber dormido, pues me desperté. Ricardo habia comenzado un suave vaivén con su pija en mi interior. Acomodé la pelvis, para recibirlo mejor con mi concha. Y comenzó otra vez el mete y saca. Esta vez se me apareció la imagen de Armando, algo desdibujada, sí, pero me tranquilizó recordar a mi verdadero y único amor. No tuve mucho tiempo para eso, sin embargo, porque los empellones de ese nabo comenzaron a acelerarse y me disolví en un remolino de colores. Ricardo siguió trabajando con gran entusiasmo. Y yo seguì corrièndome y corriéndome y corriendome, lejos ya de toda conciencia.

Después de un tiempo que no sabría precisar, mi amante me dio vuelta y poniéndome boca abajo, comenzó a acariciarme las nalgas con su tranca que se encontraba nuevamente al máximo de su poder. Involuntariamente mi cola se levantó, como ofreciéndose mejor. Yo temí los estragos que pudiera hacer tan tremenda tranca en mi culito, pero mi culito parecía no tener ningún miedito.

Pero Ricardo fue muy considerado. Metiendo su cabeza entre mis nalgas comenzó a besármelas por dentro, con suaves y sensuales lamidas. Sentí que empezaba a derretirme. Y una de sus manos comenzó a ocuparse de mis pechos. Sentía su respiración caliente en mi culo, y este se me iba abriendo cada vez más. Pronto su lengua comenzó a penetrármelo, y yo a jadear. Tenía una lengua suave, pero muy larga y gorda. Y comenzó a cogerme el culo con ella. Yo empecé a derretirme nuevamente, pero Ricardo estaba determinado a no dejarme correr, e interrumpía sus lamidas de un modo que empezó a enloquecerme. Cuando me tuvo a punto me introdujo dos dedos que entraron fácilmente en mi ahora hambriento agujero. Yo comencé a gemir y jadear cada vez más aceleradamente, pero Ricardo se detuvo hasta que mi respiración se aquietó un poco. Y entonces me introdujo otro de sus gruesos dedos. Era totalmente impúdico el modo como estaba jugando con mi ojete, < su placer, sin que yo pudiera más que dejarme hacer. Pronto sentí el agujero de mi ano tremendamente abierto. Me acometieron sensaciones obscenas al verme tan abierta y tan soezmente vejada, ahora por cuatro de sus dedos. Y entonces los reemplazó por su nabo que había empapado en saliva, y también con mis flujos vaginales. Ese hombre sabía lo que hacía. Se quedó un rato entrando y sacando apenas la mitad del glande, con lo que por el deseo mi culo se abrió para alojar un poco más. Y se quedó entrando y saliendo en ese nuevo tramo ampliado al largo de su cabeza. Yo me dejaba hacer, y mi ojete se iba relajando y el rígido pedazo entró hasta la mitad. Me sentí ensartada como una mariposa, ¡y sólo había entrado la mitad del nabo! Sin apurar las cosas Ricardo comenzó a besarme el cuello, mientras hacía un vaivén de su tranca, desde la entrada hasta el punto al que había llegado. Así durante un ratito, en el cual mi ano se abrió un poco más para alojar un nuevo tramito. Y así, con mucha paciencia y sabiduría, Ricardo terminó enterrándome toda la longitud de su tremenda pollota. Sentía el culo tremendamente abierto, y su nabo comenzó suavemente a entrar y salir en mi lubricado culo. Suspiré. Tenía los ojos entrecerrados y algo estrábicos. A cada entrada de ese nabo que reinaba en mi orto, se me escapaba un suspiro. Poco a poco los vaivenes fueron haciéndose más seguidos, y también mis suspiros, que fueron transformándose en jadeos.

Súbitamente pensé en Armando viendo como me estaba trabajando el culo esa tremenda poronga. Pero no pude mantener ese pensamiento porque me corrí, con ese gran pedazote adentro de mi orto.

Creo que la situación despertó el sátiro que dormía en Ricardo, al ver mi soberbio gran culo completamente cogido por su polla que me lo tenía ensartado, y agarrándose con ambas manos a mis caderas comenzó a darme embestidas cada vez más fuertes enviándome al cielo de las enamoradas. Y yo sentí que mi culo solo era un agujero para que él lo usara a su entero antojo. Y volvieron los orgasmos que se fueron haciendo vertiginosos a medida que su cogida también lo hacía. Yo sentía como ese enorme nabo se retiraba completamente, para enseguida volver a ensartarme hasta el fondo. Así una y otra vez, con un frenesí progresivamente creciente. Me sentía un objeto para el sólo uso de ese nabo que me había hecho suya.

Después de una eternidad en el limbo de las enamoradas vejadas, el nabo se me enterró hasta el fondo y se dio a escupir leche, llenándome las entrañas como nunca supuse que podían llenármelas. Las sensaciones y la impresión fueron tan intensas que me corrí en medio de convulsiones, como nunca me había corrido.

Quedamos dormidos en esa posición, con su tranca dentro de mi orto.

Cuando desperté Ricardo ya se había vestido. "Armando acaba de llamar avisando que ya está por llegar, será mejor que te vistas"

Apresuradamente cambié las sábanas y abrí las ventanas para que se airearan los olores a gran cogida que había en el dormitorio.

Antes de que llegara mi esposo, apenas si tuve tiempo de recordarle a ese hombre que se había convertido en mi amo y señor, que lo nuestro no había sido una infidelidad de mi parte, ya que yo había estado resistiendo todo el tiempo sus desconsiderados embates, y que había cedido sólo porque él se me había impuesto por la fuerza. Y que yo sólo estaba enamorada de mi marido. Dije todo eso apresuradamente y sin demasiada convicción en la voz, pero Ricardo me tranquilizó dándome un tierno beso en la trompita. "Claro, nena" me dijo, "ha sido todo como tu dices, pero no tenemos por qué contarle nada a tu amado esposo, porque podría molestarse." Yo estuve de acuerdo.

Cuando se abrió la puerta fui a darle un beso a mi Armando que venía con la cara un poco ajada por la noche de insomnio, aunque no tenía las ojeras que lucíamos nosotros. Acompañó a Ricardo hasta la puerta, con una mano en el hombro. "Gracias" le dijo. "Sí, gracias" repetí yo, dándole la mano. El me la retuvo un momento. "No tiene nada que agradecer, señora. Ha sido un placer acompañarla esta noche." Y salió a la calle.

"Me pareció sincero" comentó Armando.

"Tremendamente sincero", concordé, sintiendo como la leche iba bajando por mi todavía muy abierto culo.

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