Sí, ya sabes que sí.
Mi novia me es infiel; Yo estaba conforme con ello, pero perdimos el control. Su amante la domina y usa. (no sé si incluir el relato en infidelidad consentida o en dominación)
“Sí, ya sabes que sí”.
Desperté sobresaltado. Otra vez el mismo sueño: tumbada de bruces e Isaac mirándome al salir de la habitación. No sé qué pintaba mi compañero de Erasmus. Ella ni le llegó a conocer. Pero allí salía en el sueño. Yo entro corriendo en la habitación. Está desnuda. Con el culo en pompa. Se lo abro, la separo las nalgas. Veo su ojete enrojecido. (La verdad siempre me ha dado un poco de asco). Veo los labios de su coño cubierto por su abundante pelambrera morena. Y su cara. ¿te has…?, pregunto. Y su respuesta… “Sí, ya sabes que si” …
¿Te has… acostado con otro? la pregunté aquella tarde en la cafetería. No contestó agachó la cabeza y dijo: “Sí, ya sabes que sí”. Y el mismo dolor. Punzante. Terrible. Y la misma bomba que estalla rompiendo en mil pedazos mi vida… A la mierda mi pensamiento liberal, progre de pacotilla… Me enorgullecía el ser abierto, el pregonar que eso del “sexo fuera de la pareja” era normal, incluso sano para las relaciones… No tenía por qué afectar a lo nuestro, la dije un día, si te apetece, hazlo. Me sentí como el “gilipollas” más grande del mundo recordando cuando la dije eso de “si no pasa nada, si quieres puedes hacerlo, si solo es sexo, es solo un pedazo de carne frotándose con otro pedazo de carne… si tanto lo deseas hazlo” … Y lo hizo…Claro que lo hizo. Y cuando se lo pregunté, avergonzada me contestó “sí, ya sabes que sí”.
Y llevo soñando con ese sueño durante no sé cuánto tiempo…. Lo mismo que aquel día en que me lo dijo… Roto. Destrozado… Y en medio de tanto dolor, una tremenda y descomunal erección. Inexplicable. Millones de sórdidas escenas e imágenes apoderándose de mi cabeza… Mi novia de toda la vida, que me había regalado su virginidad, que me había entregado todo, ahora estaba follada por otro… Sí, otro la había metido su polla…. Y la mía estaba gigantesca. Y no podía parar de masturbarme… ¿Es eso lo que se siente cuando sabes que se han cepillado a tu pareja, cuando confirmas que se la han pasado por la piedra, cuando comprendes que eres todo un cornudo?
Broncas. Movidas. Discusiones. Lágrimas… Nos separamos. No la di ninguna opción. No pude superarlo. Cada noche volvía una y otra vez ese maldito sueño, siempre con las mismas imágenes, siempre desnuda, siempre separando sus nalgas… Y me repetía esa maldita pregunta y volvía a darme la misma respuesta, su maldita respuesta: “si, ya sabes que si” … Y otra vez esa descomunal erección que me despertaba sobresaltado, y me obligaba a masturbarme… Cuanto más lo pensaba más me dolía, pero más me excitaba. Sobre todo, si yo continuaba la escena en mi imaginación.
Y los orgasmos eran más y más brutales, cuanto más tórrida fuera la escena, más tenía que masturbarme, más me excitaba y más gozaba. Lo de hacerme daño para gozar se estaba ya convirtiendo en un vicio incontrolable, masoquismo puro. Pero tremendamente excitante y placentero.
No podía borrar de mi cabeza su cuerpo desnudo. Sus enormes tetas bailando mientras alguien sin cara la metía una polla gigantesca que la hacía gozar… ¿Te gusta? la preguntaba su misterioso amante mientras la empotraba y ella siempre respondía con el “sí, ya sabes que sí”.
Volvimos. Sabíamos que nada podía ser lo mismo. Pero volvimos juntos. Y lo hablamos… Me había dolido… No estaba tan preparado como presumía… pero… Ella dijo lo mismo. Es más, si pudiera dar marcha atrás, lo haría. Se arrepentía con todas sus fuerzas. Y la creía.
Y al principio fue muy bien la cosa.
Nos sinceramos el uno con el otro. Lloramos abrazados. Nos besamos, nos pedimos perdón… nos contamos lo que sentíamos…
Ella me dijo que lo había pasado muy mal… Que llegó a sentirse como una puta por follar con los dos al tiempo… Si… confesó, llevaba una buena temporada follando con los dos, incluso más de un día había follado con él por la mañana y por la noche conmigo. Se preguntaba cómo era posible que yo no me diera cuenta, que no lo descubriera… Y vivía con miedo… con remordimiento… a veces con arrepentimiento… (Yo no daba crédito a lo que escuchaba. Me estaba rompiendo por dentro aún más, pero iba a dejar que terminase de contármelo. Necesitaba, o eso creía yo, saberlo. Saberlo todo).
Pero… Volvía a caer una y otra vez. Cada vez que se encontraban. Sabía que estaba mal, pero tenía que hacerlo. Que es que gozaba como nunca. La emoción, el morbo, el deseo desenfrenado podía con ella. Su coño la dominaba por completo. La lucha entre la razón y el coñito tenía siempre una perdedora: la razón.
Y cuando estaba con el otro nada, pero luego, pensaba en mí y se sentía fatal: no paraba de llamarse “puta más que puta”, pero se ponía súper cachonda nada más verle y se corría como nunca. Y obviamente se olvidaba de mí, y volvía a hacerlo con el otro. Algunos días incluso era ella quien le volvía a “revivir” haciendo lo que fuera para volver a sentirle por segunda vez, para que volviera a penetrarla inmediatamente… Aunque sin que se diera cuenta, lloraba.
Más o menos como lo mío: se recreaba haciéndose daño porque también la excitaba.
Cuando se lo pregunté y me lo contó, la dolió mucho, pero también fue como una liberación. No podía seguir con esa doble vida. Me quería. Me amaba y no quería seguir mintiéndome.
Yo la conté casi todo. Sí, al principio no la conté que me ponía como loco imaginando la escena y que se me ponía dura como una piedra. Eso lo hice otro día.
Bueno el caso es que nos lo contamos, nos abrazamos… Y directos a la cama. Esa misma tarde la desnudé con suavidad y dulzura e hicimos el amor. Y gimió como una loca. Como hacía tiempo que no hacía.
No la dije que mi polla estaba tan dura porque mentalmente repetía sin cesar el “sí, ya sabes que sí” y que ahora, después de escuchar cómo se la había follado el otro en el garaje, en los asientos de su coche, y que se sentía como una puta, en mi cabeza no paraba de llamarla “puta más que puta”. Y cuanto más se lo llamaba en mi cabeza, más dura se me ponía la polla. Surrealista: llamar puta a la persona que más quería y ver como la polla se me pone a punto de explotar. Contradictorio a tope. Para hacérselo mirar, vamos. Pero eso podía conmigo. Y luego vino lo del oírla jadear, gemir y sobre todo gritar. Sorprendentemente oírla gritar, algo que conmigo no hacia…o no había hecho hasta esa tarde.
Esa misma noche, se lo pedí y me contó con todo lujo de detalles cómo se había dejado liar, cómo fue dejándose hacer hasta que se la fue de las manos y acabó morreándose y dejándose sobar las tetas en los asientos de atrás de su coche.
Me dijo que se puso caliente. Que cuando la metió la mano entre las piernas y la rozó el coñito, todo su cuerpo tembló. Que pensó, bueno, no pasa nada, le dejo que me haga una pajilla, solo una pajilla y ahí quedaría todo. -. No me lo hagas… le decía, y él que vale, que solo llegaría hasta donde ella quisiera… Y ella se fio. O quiso dejarse engañar. Más bien se autoengañó. Sabía perfectamente que a lo mejor luego no podría parar. En el fondo, seguramente lo estaba deseando.
La emoción, los nervios… Parecía que los botones se desabrochaban ellos solos. El sujetador que se suelta como por arte de magia… Y las dos tetas al aire. La cara de lujuria y el comentario que la hace gracia: ¡joder qué domingas!, la dijo.
El vértigo de lo prohibido se mezclaba con la boca que la devoraba los pezones, los dedos que la hurgaban apartando sus bragas… y sus jadeos… De repente estaba completamente desnuda. Y él también. Ella le había ido quitando la ropa.
Y ya todo sucedió como si ella no estuviera allí. La boca la comía el cuello, los pechos, la barriga… los muslos… el coñito…Y rendida, se dejó montar. Sí que se subiera encima, que jugara con su polla a la entrada, donde la más la gustaba, rozando el clítoris con el capullo, y metiéndolo solo un poco en la vagina (eran sus caricias preferidas, las que más la hacía yo). Luego dejó que empujara un poco. Adentro afuera, adentro solo la cabecita… Y… justo cuando empezaba a correrse, pues que se la metió toda de un viaje. Y que ya no dijo “no sigas, no sigas” … Solo gimió más fuerte. Bueno, dijo que dio un grito al sentirla toda dentro. No es que la hiciera daño, que va… todo lo contrario: gritó de placer.
Y ya, pues con toda la polla dentro, pues ya estaba hecho. Ya daba todo igual, ya había sobrepasado la línea y simplemente se dejó hacer. Adelante atrás, adelante atrás, adelante atrás. Y la boca la seguía comiéndola a besos. Y sin dejar de empujar, bajaba otra vez a las tetas y se las comía a mordiscos, y se las chupaba llenándoselas de chupetones. La lengua se metía hasta la garganta, los dientes la mordían los pezones, las manos apretaban sus pechos, los estrujaban con fuerza, pellizcaban y retorcían los pezones… y la sujetaban las caderas… o se las levantaban para embestirla con más fuerza…
Y cuando él la dijo que iba a llegar, que si podía… (supongo que descargar) ella le dijo que sí que adelante, que tomaba la píldora… Y que volvió a correrse al sentir como le temblaba la polla dentro de su cuerpo y, sobre todo, al sentir cómo aquella polla la escupía chorros y chorros y chorros de semen caliente… La parecía que no paraba nunca, que no tenía fin.
Así se dejó follar la primera vez en el coche. Y puntualizó bien lo de “en el coche”.
Afortunadamente mientras me lo contaba yo estaba algo girado y no se daba cuenta de que completamente hundido y roto, estaba llorando, pero también que mi polla estaba dura, y no veas cómo se me estaba poniendo… Mi pene estaba dolorosamente erguido. Y con disimulo, aguantando la respiración, me la estaba tocando. Y escuchando cómo se la había follado, medio llorando, manché las sábanas en secreto.
Sí, luego se sintió fatal, pero se corrió. Y no una vez, sino varias. En casa no paraba de llorar. Sentía remordimientos y sabía que no estaba bien lo que había hecho, pero que no podía evitar sentirse excitada. Y que se fue a limpiar y se tocó. Solo un roce, y ya no pudo separar la mano. Que tuvo que masturbarse. Se sentía ridícula, desnuda, manchada aun de semen y masturbándose tirada en el suelo como una desesperada, llorando y corriéndose a la vez… Y que en ese momento llamaron a la puerta, que se asustó, se envolvió en una toalla y fue a ver. Miró por la mirilla y era él con el bolso que se había dejado olvidado en el coche…Y que le abrió la puerta y que… Que ni la preguntó, que directamente la quitó la toalla y se la llevó a la cama sin que ella abriera la boca. Estuvo toda la noche follándosela sin parar… Y al día siguiente al despertar volvió a hacérselo. Luego se vistió y se fue.
No supo explicarse por qué lo hizo. Estaba bien conmigo, me quería… A lo mejor era la novedad. El sitio. El morbo… Bien, vale, pensaba yo, cuéntame lo que quieras, pero con ese tío te corriste varias veces so guarra y conmigo no solo ya no quieres follar en el coche, sino que cuando lo hacemos te cuesta horrores llegar. Que si la postura, que si estoy incomoda, que si pueden vernos….
Yo tuve que confesarla que también había caído… Presa fácil de una compañera que me tenía ganas. Me vio hundido y roto y… al ataque. Una noche con unas copas me la cepillé. (Bueno más bien fue ella, porque ella llevó la iniciativa en todo). No la conté que para que se me pusiera dura tuve que pensar en ella. Que, si no, no había forma… Si, mientras me follaba a mi nueva amante, pensaba si a ella el cabrón aquel, la habría hecho lo mismo, si la tocaría para calentarla como estaba yo haciendo con la nueva, si la bajaría las bragas de la misma forma que yo, si se relamería de gusto la ver sus tetas desnudas. No eso no, porque la nueva las tenía normalitas bien duras y las de ella eran unas señoras tetazas.
Luego ya, la polla dura y a perforar el coñito… Hija de puta… Cómo me entraba… Húmeda… Mojada… Y sus caderas se movían… Uummm. Y su coño era como si me lo tragara. Empujaba… Y me abrazaba como loca y me clavaba las uñas en el culo para que presionara más adentro, más fuerte… y para colmo… decía palabrotas: si, me insultaba y me pedía que yo la insultara a ella, que la llamara puta, guarra, zorra…Y lo hice… sobre todo lo de llamarla puta… Lo hice con ganas, con lujuria… Y me callé que mentalmente no se lo llamaba a ella… sino a mi ex - novia…
Esa noche, vi a mi nueva amante, excitada hasta la locura, empezar a agitarse a convulsionarse, a gemir, a gritar… Y en ese momento, algo se rompió en mi cabeza: mi amor no era la mejor amante del mundo: esta nueva follaba mucho mejor que ella…La novedad, pensé… Pero la segunda vez, aun fue mejor. Ni te cuento la tercera. Ya ni pensé en mi novia, ya solo miraba ansioso su cuerpazo. No solo estaba mejor que mi novia, sino que por primera vez me daba cuenta de ello y era consciente de que había miles de mujeres más guapas y más sexis que ella…Y encima esta, era sexy, voluptuosa, provocativa. Muchas veces lasciva. Viciosa. Juguetona.
Mi novia, supongo que tan dolorida como yo antes, me preguntó algunos detalles. Sí, cómo fue, dónde… y yo aproveché para besarla en la cara. También tenía alguna lágrima, como yo antes. -. ¿De verdad quieres saberlo?, la pregunté sabiendo a dónde podían llevar las respuestas. -. Si… yo lo he hecho contigo, te he contado todo. Y empecé… pero lo empecé a hacer tocándola las tetas y sintiendo cómo sus pezones se ponían duros, como de vez en cuando jadeaba. Y bajé la mano a su coño desnudo mientras hablaba y la describía cómo desnudé a la otra, cómo la quitaba las bragas y veía un coño completamente depilado, cómo me subí encima, cómo la empujé… y…
Y ella jadeaba, se retorcía sintiendo mis dedos en su coñito… Se estaba poniendo cachonda al contarla como me había follado a otra chica… La estaba pasando lo mismo que a mí, que se excitaba sabiendo cómo me lo hacía con otra. Estamos los dos cojonudos pensaba… Y me puse encima y empujé. No tuve que hacer nada de presión. Su coño estaba súper lubricado, abierto, ansioso... Apenas tardó en correrse. Justo antes de llegar me preguntó si me gustaba que mi “pareja” gimiera alto. ¿Qué si me gusta que grites cuando te follo? Sí, claro que sí, la dije. Y mi novia empezó a gemir, a gritar, a convulsionarse como nunca había hecho antes conmigo porque la daba vergüenza. Pero seguro que ya había hecho con el otro.
Esa noche cuando me contó cómo se la habían follado la primera vez y yo la conté que también me había follado a la otra, volvimos a hacerlo, pero la segunda vez no hicimos el amor: follamos como locos, con el ansia, con la prisa de las primeras veces. ¿Para recuperar el tiempo perdido? ¿Para volver a adueñarnos del cuerpo que era nuestro? No sé. Pero follamos como locos. Sin ningún pudor. Diciendo burradas, poniendo mil posturas obscenas, diciendo palabrotas, ordenándonos lo que nos apetecía… y pregonando cada vez que se acercaba el orgasmo que nos íbamos a correr.
Seguía cabreado, también muy celoso, pero ahora era recíproco: ella sentía lo mismo que yo… Sensaciones brutalmente contradictorias, pero brutalmente placenteras.
No quedó ahí la cosa. Los dos nos dimos cuenta de que nos carcomía una insana curiosidad: saber qué hacía el otro con su pareja. Empezamos a preguntarnos. A los dos nos alimentaba lo mismo: el choque entre celos, morbo, dolor y un exagerado placer sado masoquista.
Así me enteré de todos, todos, todos los detalles. Sí, de cómo se lo hacía paso a paso. Supe cómo se la follaba cómo si lo hubiera visto en primera fila.
Me ponía a mil por hora el saber cuándo, pero, sobre todo, cómo y dónde se la cepillaba… Me volvía loco saber que nada más entrar en el portal la toqueteaba, la sobaba…. y la hacía subir las escaleras, medio desnuda o completamente en pelotas, según le diera, y algunas noches, nada más entrar en casa, en el hall, la ataba las manos en el perchero anclado en la pared, se colocaba a su espalda, y se la follaba desde detrás. Ella no solo se dejaba… La gustaba y se inclinaba un poco, con las piernas algo abiertas, para que pudiera hacérselo mejor. Y disfrutar más, claro.
Aunque mis polvos favoritos eran los que la echaba en la cocina de su apartamento, el que había alquilado sin consultarme, solo porque tenía una cocina cuadrada en el centro, como en las películas americanas. No sé por qué, pero al colega le daba morbo la cocina.
Allí me la hacía de todo… La desnudaba, la hacía subirse en la mesa y la ponía a cuatro patas, con las tetas colgando (algo que a ella no la gustaba mucho porque decía que se sentía un poco ridícula) y la metía de todo por el coño. (calabacines, pepinos, zanahorias…). La masturbaba hasta que ella se corría avergonzada y se reía al ver cómo la bailaban las tetas con las convulsiones de sus orgasmos… A veces se lo chupaba.
Algunos días, la tumbaba de bruces sobre la mesa, aplastándola las tetas, la bajaba las bragas y directamente se la follaba. No la dejaba que se corriera. Solo la llenaba el coño o se lo echaba todo por fuera, y la tenía allí quieta, escurriendo el semen, sin dejarla tocarse, sin dejarla moverse. Un rato… Incluso horas. Así luego estaba más caliente, decía.
Pero otras veces, era una locura. Unos polvazos de cine. Se arrancaban la ropa, se comían a besos y se la cepillaba cara a cara, con furia, con pasión, con deseo. Como en la película “el cartero siempre llama dos veces”. Y ella quedaba exhausta, como desmayada, abierta de piernas, sobre la mesa.
Un día, me dijo con la mirada fija en el suelo, cambió de agujero… Era de esperar, mucho había tardado, pensé para mí. La tenía tumbada de bruces y con las bragas en los tobillos. Había retorcido la camiseta y la había utilizado como si fueran unas esposas, con las manos a la espalda. Se había corrido tres o cuatro veces. Y de repente se paró y dijo: ¿tu ex (aun salíamos) te ha dado por aquí? Y ella jadeando dijo que sí. Que por ahí también. Y zas, un súper azote. Clavó los dedos en las nalgas separándoselas. Abriéndola. Un “toma puta”, y su polla se clavó en su culito. Me contó que la hizo daño. Que le gritaba “por ahí no, por ahí no”, pero no la hizo ni caso. Que intentó resistir, que hasta luchó un poco con él. Pero que no lo consiguió. La puso en el agujero y empujó como una bestia. La hizo muchísimo daño. Me contó que la hizo gritar. Que lloraba y que él no paraba. Que estaba como enfadado, que no paraba de preguntarla cosas y cuando contestaba se ponía más furioso y se la metía más fuerte.
-. No entiendo muy bien porque se puso tan furioso, dijo. A lo mejor fue por saber que tú también me habías desvirgado el culo. No sé. Ese día me estuvo dando leña y follándome por el culo durante un buen rato… Estaba súper excitado por saber que tú me dabas por detrás. Hasta que me dijo: “te la voy a sacar por la boca, so puta” y me dio un empujón tremendo. Empezó a correrse como si hubieran abierto un grifo.
-. ¿Te dolió? La pregunté. Pero me arrepentí inmediatamente de la pregunta tan estúpida. Por lo que contaba claro tu tuvo que doler.
-. Si. Bueno… Los azotes me dolieron. Y la forma tan bruta de entrar en mí al principio. Era como si le gustara hacerme gritar, como si disfrutara con mi dolor. Pero luego, luego fue… Me hizo ver las estrellas… Fueron las mil maravillas. Mucho mejor que contigo.
Inmediatamente se dio cuenta de que se había pasado. No quiso decirlo. Se la escapó, vale, pero lo dijo y me jodió oírlo: ” mucho mejor que contigo”.
La miré entre celoso, furioso y sorprendido. Se vio necesitada de dar una explicación que no la había pedido. Cabizbaja me dijo que bueno, que si… que al principio la dolió, pero que al final no la había hecho tanto daño… y que, llorando, se tocó ahí abajo y se corrió.
Ya claro, pensaba yo, si no te hace daño cuando te da por el culito es porque tú lo quieres, te relajas, te dilatas y ya no te duele tanto… so puta, no te dolía por las ganas que tenías de entregarte al 100%... en cuerpo y alma… Y mientras pensaba eso, herido en mi orgullo porque él era mejor que yo, porque la daba por el culo cuando quería, no reparé en unos detalles… Sí, que el primer día que la dio por el culo, no solo la azotó, sino que la estuvo un rato “dando leña” como decía ella… y que la hizo daño, tanto daño que incluso lloró. Y a pesar de eso, la muy puta se corrió y siguió estando con él. Gozando más que conmigo. Permitiéndole todo.
Yo solo me centraba en que me contaba que, desde entonces, se la calzaba también por detrás, vamos que la metía la polla por los dos sitios… Y muchos días, aguantaba, y en la misma sesión, se lo hacía por los dos agujeros. Si, cuando se había corrido por el coñito, la sacaba, la daba la vuelta y la sodomizaba. Yo eso no siempre lo conseguía. Y lo de lograr que se corriera por los dos lados ya ni de coña claro.
Me confesó que, en la cama, él era mejor que yo, que disfrutaba mucho más cuando lo hacía con él. -. Será por el tamaño, la dije. ¿Por el tamaño? Contestó. -. Si, por el tamaño, ¿no decías que te gustaban grandes? Y lo que respondió me desencajó: “Pero… pero si es muy pequeña, si es como la mitad que la tuya” … Luego me dijo que no era tan pequeña… que sí, que era bastante menor que la mía, pero que lo dijo para calmarme para que no me enfadara tanto… El caso es que aprendí que salvo para las fantasías, el tamaño no importa, que lo que importan son otras cosas… El cómo lo hagas, el morbo, las ganas, el aguante…
Si… sobre todo el aguante. Según ella, la gustaba porque duraba mucho. Aguantaba muchísimo y era muy masculino: violento, celoso, posesivo, fuerte, viril, no tan “mermelada” como yo…. Y yo atontado, con la polla tiesa, escuchándolo y alucinando en colores. No conocía a mi novia…. Vi que mi novia había cambiado y yo no me había dado ni cuenta. Pero no había cambiado desde que se la follaba este tío, que va, había cambiado mucho antes y yo no supe verlo. Este cabrón la dio lo que necesitaba y yo no era consciente.
Esa misma noche me contó que lo que más la llamaba la atención eran sus enormes huevos y la cantidad de leche que la echaba cuando eyaculaba… literalmente, cuando lo hacía fuera, la duchaba.
Otro día me contó, hablando de lo mismo, del enorme tamaño de sus cojonazos y de lo “lechero” que era, que se la había chupado, y que se apartó a tiempo, que el semen (yo sabía yo que la daba asco), literalmente la bajaba desde la frente hasta la barbilla: se puso a mil sintiéndolo caer por la cara y que escurría sobre sus pechos… Y se puso tan cachonda que delante de él, aunque se moría de vergüenza, se masturbó. ¿Y él? Él nada, la miraba y se reía. La llamaba puta come-rabos y cosas así.
¿Te lo terminaste tragando verdad? Y volví a oírlo… Si no sé para qué pregunto si ya sé la respuesta… “Si, ya sabes que sí”, dijo. Me faltó tiempo para preguntar que cómo había sido. Era el deseo de saber lo más turbio y escabroso para luego recrearlo dentro de mi cabeza… Luego sabía perfectamente que me iba a arrepentir.
Y ella accedió a contármelo como sabía que me gustaba. Con suavidad empezó a tocar mi polla hasta ponerla en posición. Y empezó el relato.
Un día estaba algo enfadado, y la tenía de rodillas follándola la boca. Cuando iba a llegar, la sujetó la cabeza con las dos manos y empezó a moverse como si la estuviera penetrando por la vagina, pero empujando mucho y metiéndosela muy profundo. Casi ahogándola. La daban arcadas porque la llegaba hasta la garganta. Pero él seguía. Se lo hizo todo dentro: se atragantó, lo vomitó todo encima y le puso perdido… Estaban algo bebidos, fue su disculpa mientras me lo contaba. No entendí muy bien porqué se disculpaba, pero me lo aclaró muy rápido: “después de vomitar, me dio un bofetón en la cara”.
¡Un bofetón!, Flipante. Algo que me pareció horrible y que yo jamás habría, ni he hecho, ni haré con una mujer. (Rápidamente me dijo que luego la pidió perdón muy avergonzado, que la juró que la culpa fue del alcohol, etc., etc.) Pero ahí la tienes: no solo no le dijo nada, sino que a la vista estaba el resultado: no solo lo limpió todo llorando, sino que su macho en cuanto se recuperó, se la volvió a meter: y esta vez, bueno esta y las siguientes o desde entonces, no lo sé, cuando llegó, la sacó y se vació por completo en su boca. Y no dejó escapar ni una sola gota. A pesar del asco que la daba. De las tremendas arcadas, de la “textura” tan espantosa… La niña fue buena, se lo tragó todo, y agradecida le limpió la polla. Ni rastro de la corrida.
Ahora sé que se lo traga todo… Lo de él y lo mío, claro, porque ahora no tenía excusa para negarse, por mucho asco que la diera mi semen. Y vete tú a saber si lo algún otro.
En menos de seis meses yo ya sabía lo que era follar un coño usado: muchos días venía y solo con mirarla sabía que había estado con él. Fingía incluso que no me daba cuenta de los chupetones que traía en las tetas, o las marcas de los azotes en las nalgas… Por eso ella apagaba la luz o buscaba sitios oscuros…
Claro que yo hacía lo mismo: también tenía mis amantes y me lo montaba con la primera que podía. Mi novia ya no era la mejor del mundo: las otras también follaban y también lo hacían bien, muy requetebién…muchas veces mejor que ella.
Y lo peor no era eso. Lo peor es que los dos nos “mentíamos”. Sí, ella me prometió que no volvería con él. Yo lo mismo. Pero ella follaba con él. Seguía follando con él. Y yo hacía lo mismo. Tampoco era fiel. Yo sabía que me ponía los cuernos. Y lo aceptaba y me gustaba. Además, me encantaba escuchar cómo se la cepillaba… Y ella se volvía loca sabiendo que yo la engañaba en cuanto se daba la vuelta. Pero también se encendía, se ponía incandescente, incontrolable del todo cuando la tocaba y la contaba qué hacía con las otras amantes… Y en cierto modo me animaba a hacerlo. Era como el discutir adrede porque luego las reconciliaciones eran magnificas, pero en otro terreno.
La mezcla de celos, sufrimiento, auto dolor a veces, se volvía explosiva. Y los dos seguíamos. Era imposible que en un breve período de tiempo ella hubiese tenido tantas aventuras sexuales. Salvo que hubieran estado follando 23 de 24 horas al día. Obviamente eran recientes, cada semana seguro que había un par de polvazos… Y la esperaba buscando sus marcas. Sí, porque yo la dejaba marcada adrede para que él las viera y se la follara aun con más celos, con más violencia… Y me la devolvería aún más arrepentida, más humillada y sobre todo más puta….
Sabía que ella se acostaría con él nada más verle. Por vengarse de mis cuernos y por deseo, porque no podía estar sin él. Vendría mal por haber vuelto a caer y por haber gozado. Por traicionarme al decir que no volvería y hacerlo, por mentir. Regresaría a mi sintiéndose una puta. Y yo lo aprovecharía. No solo me la follaría como a una guarra, haciéndola gritar… desnudándola en el balcón sabiendo que nos podían ver… Regresaría a mí con su complejo de culpa más y más crecido. Así me daría la excusa para follarme a una nueva conquista…
Cada semana era el reiniciar el circulo vicioso: picarla y poder follármela de forma más humillante y exagerada… Degradarla aún más, aunque me doliera a mi más que a ella, aunque al hacerlo, la entregara más y más a él. Luego llorando, me contaría que “había vuelto a caer”. Vendría el enfado, la reconciliación. El insano placer del dolor. Y, sobre todo, el preguntarla qué la hacía su amante, y ya de paso, darla una excusa para que ella me preguntara qué hacía yo a las nuevas y compensarla de este modo.
Y darla de nuevo otro pretexto para que se entregara a él nada más verle, para arrojarse a sus brazos, para permitirle que la desnudara a lo burro y cuando ella le dijera que había estado conmigo, la apoyara en el respaldo del sillón con el culito hacia arriba… la diera sus bragas para que las mordiera… y antes de usarla de la forma más humillante que se le ocurriera, la azotara con el cinto en las nalgas. El preguntaría ¿Cuántos puta? Y ella contestaría llorando. Dos cintazos por cada polvo que yo la hubiera echado. Ese era el pacto. Y al separarnos, otra vez a cascármela pensando en ello y por supuesto, a llorar en silencio. Por celos, por odio, por envidia, por venganza…
Era un reto, una extraña competición. No. Solo un paso hacia no sé dónde, un poco más cada vez. Una huida hacia adelante. Una manipulación para degradarla, para vengar mis cuernos, que en vez de alegrarme me hacía sentir fatal. Por ejemplo, si yo la proponía follar en medio de un parque y ella se negaba, bastaba insinuar que así me había follado a… Y adiós vergüenzas… En un pis pas, la tenía completamente desnuda, a cuatro patas, exhibiéndose obscena delante de todos los mirones y pidiéndome por favor que la ensartara… que la follara delante de todos… que era mi puta y podía hacer con ella lo quisiera, que se merecía eso y más… Y yo gozaba mirándola expuesta, humillada, vencida, sometida, sin importarme sus lágrimas, sus pequeños moratones en las nalgas.
Otras veces era ella quien directamente me preguntaba: ¿la hiciste esto? ¿Se lo hacías así? Y yo respondía. Habitualmente la decía que sí, aunque fuera mentira, sí, mentira porque nunca hubiera hecho eso, ni se me hubiera ocurrido... Daba igual. Luego la devolvía la pregunta. ¿y a ti, ese hijo de puta te lo ha hecho?… Ya sabía cómo íbamos a acabar. Cada día era un poco más fuerte… Y la obscena competición aumentaba. Porque claro, no solo yo elevaba el listón. También ella, y por supuesto él.
Luego a solas, yo recreaba la escena Y me la cascaba recordándolo todo y mirando sus fotos, sobre todo las fotos en las que ella estaba desnuda. Las miraba y me excitaba sabiendo que ya no era mía, y sobre todo, sabiendo que estaba súper follada…
No dejaba de pensar que, a lo mejor, justo cuando me la estaba cascando mirando sus fotos, estaba en manos de ese cabrón… Tumbada en la cama, abierta de piernas… o sujetándose las nalgas para que se la ensartara mejor… O lo que me ponía del hígado, desnuda en la cocina, con el culo colorado después de una buena sesión de cintazos, arrodillada y suplicante, pidiéndole perdón por haber follado conmigo… y comiéndole la polla, lamiéndole los huevazos y atragantándose al tragar toda su abundante corrida… Y yo seguía meneándomela hasta que reventando de placer me corría llorando. Llorando por el daño que la hacía, por haberla degradado tanto, por el amor perdido… Sufriendo porque sabía que se acabó, que por tonto había perdido a mi novia.
Era increíble, verme en el espejo llorando y cascándomela como un mono. Me daba asco de mí mismo, pero no podía evitarlo, No podía controlarlo. Y sin quererlo pensaba en ello. Sobre todo, los miércoles por la tarde, cuando sabía que él llegaba de sus viajes, y que pasaba por su casa para verla, para estar con ella, para follársela, para…
Hablaba solo y me decía a mí mismo en voz alta: “Idiota… ahora mismo habrá sonado la puerta. Y ella estará acercándose al sillón” …. Y yo no hacía nada. Sabiéndolo podía ir allí, esperarle en la puerta, impedirle entrar, hablar con él… matarlo si era necesario… qué sé yo… Pero no hacía nada de nada, solo me la meneaba.
Sí, porque los dos lo sabíamos. Desde aquel miércoles que llamé y aparecí de improviso. Hubiera jurado que no quería verme. Que no supo negarse. Era ya tarde. Casi de madrugada. Estaba rara. Distante. Apenas me dejaba que la besara… ¿No te alegras? ¿qué te pasa?... Y silencio… Intenté tocarla, pero se apartó. No quiso. Pregunté el porqué. Llorosa, con lágrimas en los ojos se sentó en el sofá.
-. Has estado con él, ¿verdad? Lo acabas de hacer con él ¿verdad?
-. Si, “Sí, ya sabes que sí”. Creo que os habéis hasta cruzado en la calle. Os habéis tenido que cruzar.
En ese momento rompió a llorar y se abrazó a mí. Fue cuando me habló de lo de los azotes. Los azotes verdaderos, no los “azotes” que la daba en el culo con la mano mientras la sodomizaba. Eran los otros. No me lo creía. No podía ser verdad.
Se levantó. Se dio la vuelta y se giró sobre sí misma dándome la espalda. Estupefacto me senté, bueno me dejé caer en el sofá y me quedé mirando, esperando a ver qué pasaba.
Se agachó y se quitó las bragas. Luego, despacio, se fue levantando la falda y se la recogió en la cintura. Pude ver su culito enrojecido y marcado, cruzado de lado a lado por los cintazos.
Me impresionó. Llorando me acerqué y la acaricié. Bese sus nalgas. Hasta eso la dolía. Los azotes eran recientes, tanto que se la estaban empezando a formar los moratones. Mientras la acariciaba la pregunte porqué se dejaba hacer eso. Como si fuera lo más normal del mundo, me lo contó. Él también la quería en exclusiva. Era muy, muy, muy, muy celoso, súper posesivo, y a ella la gustaba eso. No podía evitarlo. La encantaba esa sensación se saberse querida. Además, es que… “Sí, la dolía muchísimo, pero se lo merecía. Estaba convencida de que era su castigo”.
Yo estaba boquiabierto. Atónito. Eso no podía ser cierto, no podía ser verdad.
Me fue contando cómo la ponía, precisamente tumbada, bueno recostada sobre el sillón. La barriga descansando en la parte alta del respaldo, los codos apoyados en los reposabrazos, y su culito apuntaba hacia arriba. -. Ven pruébalo. -. No, me negué, jamás te haré daño. Me respondió con un demoledor: Ya lo has hecho, ¡Y mucho!... aunque no sea físico, y no se vea.
Es cierto. Era cierto. Sin mirarme, y contorneándose un poco, me respondió con un lascivo “seguro que estás empalmado cabrón”. Era cierto, ni me había dado cuenta, pero estaba como un burro.
-. Házmelo, me ordenó.
Y sin dejar de lamer y tocar su maltratado culito pase la mano por su entrepierna. Increíble: calada, con el clítoris enorme.
Ella se fue colocando como se colocaba para él. Mi polla apuntó directamente a su ojete. Ella lo sabía. Volvió la cara. Lloraba. “Hijo de puta… Sabía que me ibas a joder por el culo”. Se limitó a decir.
Entró con mucha facilidad. -. Estas muy abierta, la dije. Era cierto, entraba fácilmente.
-. Abierta no, usada. Me tiene bien… bien jodida por el culo. Bueno él dice porculizada.
-. Te lo acaba de hacer ¿verdad?
Y la respuesta de siempre: Si, “Sí, ya sabes que sí”… Me ha follado el culo hasta que he gritado…
Sé que lo dijo para herir mi orgullo, para que la penetrara con todas mis fuerzas.
-. Estamos enfermos, me decía mientras jadeaba… Dice de ti que eres un cornudo consentidor, que él jamás permitiría que a su novia la hicieran esto, y de mí, dice que soy una puta tarada, que esto no es correcto, que no me quiere, que solo está conmigo porque puede follarme y hacerme cosas que jamás haría a su novia. Dice que le gusta follarme porque soy una puta de braga fácil…Pero yo sé que él me quiere, que también está enganchado a mí. Y sé que le gusto, que le encanta poseerme, hacerme suya, que le vuelve loco castigarme, que disfruta sometiéndome. Y yo disfruto con él teniendo sexo, Y recibiendo sus castigos… y corriéndome como una puta guarra…Esta última frase la dijo ya al borde del orgasmo, medio gritando de placer.
Increíble, pero yo estaba que explotaba. Rabioso. Celoso. Pero súper excitado y disfrutando con cada empujón. Gozando con cada milímetro que la incrustaba. Y exploté llenando su culito de leche.
Luego en la cama procuré ser dulce. La besé, la acaricié toda la noche. La comí entera. No la penetré. Solo la acaricié y lamí su cuerpo hasta conseguir que se corriera varias veces.
Volvimos a hablarlo. Estábamos de acuerdo. Los dos nos poníamos como motos, pero esto no era sano, no podía ser sano.
La pregunté cómo había empezado todo aquello.
Una noche, estaba llorando. Preguntó que qué la pasaba. Y le contó que se sentía una puta por hacerlo con los dos y él se enfadó. ¿Sigues follando con él?, la gritó. Ni esperó respuesta. Se levantó de la cama y dijo que se iba para no volver nunca. Le suplicó que no se fuera. Se abrazó a su pierna y se dejó arrastrar por el suelo. La empujó, abrió la puerta y se fue. Descalza y completamente desnuda, bajó corriendo detrás de él hasta el portal. Luego echó a correr por la calle y le alcanzó en el aparcamiento.
Llorando, helada de frio se arrodilló y le suplicó que la perdonase, que no se fuera… Se limitó a escupirla a la cara. Volvió a enroscase a su pierna y se quedó allí. Ella solo lloraba y le prometía hacer lo que fuera... suplicaba e imploraba que no la dejara, porque ella no podía evitarlo. Tenía que estar con los dos. Aunque luego se sintiera sucia, y anímicamente fatal.
Despectivo la separó y la empujó. Rodó por el suelo. Te mereces unos azotes por puta y por zorra, dijo él. Pues dámelos, le contestó, pero por favor no te vayas… Dijo que se quedó de piedra. ¿de veras? Y ella le respondió que sí, que, si quería azotarla, que lo hiciera. Que la pegara, que la escupiera, que la… pero que no la dejara. No acababa de creérselo y allí mismo, la agarró del pelo y la arrastró hasta tumbarla de bruces sobre el capo de su coche. Se quitó el cinto y se lo pasó por todo el cuerpo. ¿Seguro? ¿Estás segura? Temblaba. De frio, de miedo… Y llorando le dijo que si, que lo hiciera… que se lo tenía merecido…
Tardó. No se decidía. Amagó varias veces. Incluso golpeó en el capó. Ella ni se movió. Estaba decidida. Y por fin lo hizo, la dio el primer cintazo. Resonó en todo el garaje. No pudo evitar gritar. -. Joder se va a enterar todo el mundo, dijo. Abrió el coche y sacó la bolsa del gimnasio. Tenía ropa sucia, sudada. Dudó. Ella asintió con la cabeza y abrió la boca. Cogió el calzoncillo y se lo metió. Luego se lo ató con los calcetines largos como si fuera una mordaza. Apestaba. Era asqueroso, pero la daba igual.
Volvió a colocarse y volvió a azotarla. ¿Cuantas veces has follado esta semana con él? ¡¡¡Contesta so puta!!! Con los dedos indicó que cuatro. Podía haber puesto cualquier número daba igual. No sabía ni lo que hacía. ¡¡¡Pues te has ganado ocho azotes!!! Todo su cuerpo se tensaba con cada cintazo. Los dos últimos fueron terribles. Se los dio con todas las ganas.
-. Vuélvete. Lloraba. La dolía horrores, y agradeció el frio del metal. La calmó un poco el dolor. La hizo arrodillarse y sujetarse las tetas por debajo. “Levanta las peras, zorra”. Cerró los ojos. Un cintazo en cada pecho. Se encogió de dolor y rodó por el suelo.
En ese momento, oímos una voz gangosa, pegajosa, la típica de un borracho… -. “buen culazo… te le han puesto colorado… ja, ja, ja, ja… no te vas a sentar en una semana… ja, ja, ja… “
Se quedaron inmóviles por el susto. Pensaban que estaban solos en el garaje… Ella sabía que de vez en cuando algún mendigo se metía allí a dormir, pero no lo esperaban….
El borrachín, llevaba un buen rato viendo la escena… medio escondido. Bebiendo un tetrabrik de vino barato y meneándosela….
Instintivamente se tapó los pechos cruzando los brazos.
-. “no se las esconda… ¡menudas tetazas más ricas tiene la señoritinga del tercero derecha!” … “mucho señora, señora y solo es una guarra encoñada por un tío” …
Sintió pánico …. La conocía. Sabía quién era y hasta dónde vivía… El saber que la había visto desnuda… y haciendo eso…. La hizo horrorizarse, temblaba de miedo y de vergüenza. Se ruborizó hasta las uñas… Pero él nada, todo lo contrario. Aprovechó para humillarla aún más.
-. Ven aquí, acércate… ven aquí a ver a esta zorra …
-. ¿Por qué la pegas? No está bien pegar a las mujeres.
Se limitó a decir que la había pillado follando con otro tío, y que desde entonces era su puta… que era una zorra, una come rabos, y que encima disfrutaba. La puso “a caldo” …
-. Joder quien lo diría… tan recatadita ella, tan modosita. si hasta pensé que tenía novio formal y todo y mira tú que puta es, decía el borrachín.
Siguieron hablando y riéndose de mí, continuó contándome.
Uno disfrutaba insultándome y contando auténticas burradas de mí. El otro mirándome con cara de salido baboso y tocándosela sin parar.
No sé qué le dijo o qué le preguntó. A lo mejor le preguntó que qué le gustaba más de mí, pero el borracho empezó a decir: “las tetas, las tetas”.
Me lo ordenó y tuve que incorporarme. Poner las manos a la cabeza para levantar bien los pechos y exhibirme mejor. Me hizo girar delante del vagabundo. Saltar para que se me movieran. Lloraba. Los dos miraban y se reían. Él sonreía satisfecho por lo que me estaba haciendo y sobre todo porque yo obedecía. De vez en cuando, para demostrarle que yo era suya, me estrujaba un pecho. O les daba palmadas, como si fueran bofetadas. O lo peor de todo: agarraba un pezón y tiraba de él estirando el seno hacia arriba, hasta hacerme poner de puntillas y seguir tirando hasta que no daba más de sí y lo soltaba. O al revés, agarrar el pezón y retorciéndolo y tirando hacia abajo para ponerme de rodillas y luego a la inversa, tirando para volver a ponerme de pie.
El mendigo me devoraba con los ojos y no paraba de meneársela sin ninguna vergüenza. La de veces que lo habrá hecho mirando en los coches. Quién sabe si desde la primera vez que lo hicimos nosotros… pensé.
De repente, me hizo sentar en el capó y abrirme el coño con las manos. Al mendigo casi se le salen los ojos. Hasta se le caía la baba. “Ya sabes dónde ¿no?” Lo imaginé. Asentí. Cerré los ojos. Me tumbé y se lo ofrecí aún más. Sentí como me metía los dedos.
-. ¡Pe,pe,pe pero… si estás calada so puta!, dijo sorprendido, ¡no me jodas que te está gustando! ¡pedazo de puta! Y el borrachín allí, mirando en primera fila y animándole.
-. Venga, venga, venga, gritaba como loco, dómala… ¡Dala… zúrrala en el potorro!, ¡que la perra sepa quién es el amo! …
Un doloroso pellizco en el clítoris y luego un tremendo azote en el sexo.
Casi se desmayé de dolor. Estuve un buen rato en el suelo, llorando por el daño, retorcida de dolor, encogida. Vi ponerse encima al vagabundo y desde arriba empezar a correrse. Fue como si me meara. Era la misma postura. Me duchó entera de semen. Casi todo me cayó en la cara. Algo en los pechos.
En el suelo el borracho me abrió las piernas. Y no sé exactamente como se puso, pero mientras me sujetaba, abierta completamente me dio otro cintazo en el sexo. Visto y no visto. Solo oí el “zas”. Diana. De lleno. Fue peor que el anterior. Me tuvo allí tirada, retorciéndome, rodando por el suelo, con las dos manos en el sexo tratando de calmar el suplicio, temblando de dolor y de frio. Él se reía. ¿qué te pasa puta? ¿te duele el chocho? ¿ya no tienes el coño mojado? ¡Ábrete que le seco a hostias! Decía.
El borracho le dijo algo y apareció con una cuerda. Me ataron las muñecas a la bola del remolque de un coche. Una pierna atada a la columna y la otra me la sujetaba el vagabundo. Estaba completamente abierta. Y otra vez. Volvió a darme cintazos. En los pechos, en la barriga, en el sexo… Donde pillara. Fue terrible. Lloraba, me retorcía… pero le daba igual, no paraba de llamarme puta por hacérmelo contigo y volvía a pegarme en la vagina. Me dolía tanto que llegué a mearme encima. Hasta que por fin le mandó al pordiosero que me ayudara a levantarme. Ni me fijé, pero debió hacerse otra paja porque el tío tenía la mano manchada de semen.
Estaba patética. Despeinada. El rímel corrido por haber llorado, la cara llena de semen… Todo el cuerpo lleno de manchas rojas por los golpes… Algún moratón. Sobre todo, en los pechos y en las nalgas. El sexo ni te cuento. Tenía el coñito hinchado y en carne viva.
Me tapó con una manta y me hizo montar en el coche, pero no en los asientos, sino por el capó. En el “asiento del perro”. Me llevó a su casa. Me lavó. Mientras lo hacía, me comió literalmente a besos… Volvimos a hacer el amor. Me dolía mucho el coñito pero no me importó que me penetrara. Me lo hizo de forma cariñosa, dulce, amable… tal vez una de las mejores veces que yo recuerde…
Me siguió contando que, al día siguiente, nada más despertar volvió a hacerla suya. Y nada más terminar, se lo hizo prometer: No la iba a prohibir que follara conmigo, por supuesto que no. Pero cada vez que lo hiciera, tenía que contárselo y, además, asumir su castigo, lo que él quisiera. Se lo tenía merecido por puta. En principio, dos azotes con el cinto. A veces más. Ella le prometió no solo eso, sino hacer todo lo que él quisiera. Era su puta, su guarra, su zorra… su esclava. Y ella dijo que sí a todo, dijo su habitual “Sí, ya sabes que sí”.
-. Ya lo veremos… dijo prepotente. Cogió el teléfono. Pensó que me iba a llamar a mí, pero no. Llamó a un colega. Uno del gimnasio. “Tranquila putita, que no le conoces”. Se quitó amenazante el cinto y lo dejó en la mesa. Al cuarto de hora más o menos llamó un tío a la puerta. Le hizo pasar a la cocina. Les presentó. Ella se dejó dar dos besos.
-. Ponnos unas cervezas, y mientras lo hacía, descarado preguntó al amigo si le gustaba. Está buena ¿verdad? No lo vio, pero el otro debió asentir con la cabeza.
-. Pues si te la quieres cepillar, 20 pavos la mamada y 50 un completo. No pasa nada joder, es mi puta.
Casi se la caen las cervezas al suelo. Otra vez la vergüenza, el desnudarse delante de él para otro, de que la mostrara, de exhibirse, de sentirse un objeto, un pedazo de carne. Y no digamos el corte que la daba que el otro viera las marcas del día anterior. Pero también el morbo, su fantasía de entregarse a un desconocido, el deseo de obedecer, el… yo qué sé… El otro, “el cliente” estaba tanto o más sorprendido que ella. -. ¿no te decides? Venga tío, dijo agarrándola por un pecho. Mira que melones tiene. Sin saber qué hacer y colorada como un tomate, se apartó hacia atrás alucinando. Se colocó a la espalda de su colega, disimuladamente cogió el cinto y se lo enseñó como diciendo ¿Vas a obedecer verdad puta?
Nadie se movía. Silencio. -. Enséñale las tetazas, vamos guarra. Bajó la mirada y se quitó la camiseta. Luego mirando al suelo soltó el sujetador y liberó los pechos. Colocando las palmas de las manos bajo los pechos se los levantó haciéndolos temblar y ofreciéndoselos.
El otro tampoco sabía ni dónde mirar. Y él, sin soltar el cinto, bebía tranquilo la cerveza apoyado en el quicio de la mesa.
-. Anímale. Venga ponte de rodillas y dale una mamadita. Esta invita la casa, dijo mirándole. No levantó la cabeza. Solo se arrodilló y lo hizo. Se puso delante del desconocido, le bajó la bragueta y sacó con cuidado la polla aun a medio gas. Era gruesa y la dio la sensación de que podía llegar a ser muy pero que muy grande. Cuando estuviera en posición a lo mejor era la más grande que había tenido en la mano. Si la penetraba con “aquello”, y no digamos si lo hacía por detrás, podía hacerla daño. Mucho daño. Por eso le había escogido. Fue en lo único que pudo pensar. Tiró de la piel hacia atrás y empezó a lamer directamente el capullo. Se la metió en la boca. Se esforzó al máximo. La gustó sentir cómo iba creciendo, cómo se iba endureciendo por sus caricias. En menos de un minuto jadeaba y la tenía como una piedra. El aparato era muy grande.
-. Basta, no te pases que se te corre en la boca. Desnúdate. La hizo levantarse y él la quitó la cremallera de la falda. Arrogante, la bajó las bragas delante de su amigo. Presumiendo de su mercancía, la hizo girar sobre sí misma. La mostró.
Algo debió indicar su amigo. Agarrando una nalga le oye decir ¿esto? Supuso que se refería a las marcas del día anterior… Ya ves tío, de vez en cuando se sale del tiesto y hay que volver a meterla dentro… ¿verdad que si so puta? Y sin saber muy bien por qué asintió con la cabeza.
Volvió a girarla y a colocarla frente a frente. A exhibirla. Colocándose detrás empezó a sobarla las tetas. A meneárselas, a hacérselas bailar, a subir una y dejarla caer: A repetirlo con la otra. Acariciaba y estiraba los pezones… y la excitaba. La estaba gustando mostrarse desnuda. Dejarse hacer lo que fuera delante del otro para que viera que no le mentía que era suya. Era su puta. Disponía de su cuerpo como le diera la gana.
Pero lo que la rindió totalmente fue que la atrajo contra su cuerpo y pudo sentir que él estaba también empalmado. La notó dura. Y entonces la metió los dedos en el coñito y comenzó a acariciar su clítoris. No pudo evitar sentir un escalofrío ante la estupefacta mirada del amigo del gimnasio. Cerró los ojos y se recostó contra él abandonándose completamente. Los temblores se fueron apodencado de su cuerpo. Como siguiera se iba a correr.
-. Bueno qué, ¿te la follas o no? Venga, decídete que esta zorra tiene ganas de rabo.
Asintió con la cabeza, dejó el billete en la mesa.
La besó suavemente en los labios y con la mano abierta la dio un sonoro azotito en las nalgas. Agarrándola de la muñeca la llevó al dormitorio. “Pórtate bien” …la dijo mientras su amigo se desvestía.
Era consciente de lo que estaba haciendo. Le obedecía y se estaba dejando prostituir. Pero no la importaba. Ya más sucia no podía sentirse. Total, era una puta. Él se lo llamaba, yo se lo llamaba… qué más daba hacerlo porque él se lo mandara. Lo de hacerlo por dinero era lo de menos. Lo hubiera hecho gratis. Solo por complacerle.
Fue su primer polvo “profesional”. No hubo calentamiento. Y si lo hubo la dio igual. Solo recuerda que estaba “abierta de patas”. Y la verdad, para qué negarlo. No fingió ni una sola vez. Se estuvo corriendo desde el primer momento, desde que se subió encima y la metió aquel pollón. Y disfrutó de lo lindo. Y más cuando abrió los ojos y le vio mirar escondido desde la puerta. Sabía perfectamente que él la había visto correrse y lo que se la venía encima. Pero la dio igual. Le vio masturbarse. Supo que a él también le gustaba lo mismo que a mí, lo mismo que a ella: saber que otros la usaban. La mezcla de dolor y placer, celos y morbo, también le excitaba a él.
Mientras se vestía sin siquiera mirarla, se preguntó si así se iban los clientes de las casas de putas después de un polvo. ¿Ni un simple adiós?
Sin levantarse de la cama, oyó la conversación. Estaban en el hall, casi en la puerta de la calle. -. ¿Te ha gustado? Pues ya sabes tronco, vuelve cuando quieres y si esta zorra te dice que no, o no se lo monta bien, me avisas. Toma, apunta su teléfono.
En cuanto se quedaron solos, la ordenó pasar al salón. No la dirigió la palabra. Todo se lo mandaba por señas. Sabía lo que tenía que hacer y fue directa al sillón. Ella escogió la postura. Además, así las tetas la colgarían por delante. También podía azotarla ahí. Un par de cintazos. Por puta. Bruscamente la dio la vuelta y la besó. Se pusieron a follar como locos. La locura. Por delante, por detrás, por delante otra vez….
Rendida en la cama, abrazada a él, se lo prometió: sería no solo su esclava, sino también su puta obediente, la había gustado serlo. Deseaba volver a serlo. No la importaba tener que follar con quien fuera si él se lo pedía.
-. ¿De verdad me vas a obedecer en todo?
-. Sí, “Sí, ya sabes que sí”, te voy a obedecer en todo, respondió ella. Haz conmigo lo que tú quieras.
-. Ya lo veremos…
Desayunaron y no se volvió a tocar el tema. Se arregló y bajaron a buscar el coche.
A la semana volvieron a ver al borrachín en el garaje y se le iluminaron los ojos. Conocía esa mirada perversa.
-. Vamos a ver si eres tan obediente como decías.
-. No estarás pensando en…. Ni se te ocurra...
-. ¿No dijiste que ibas a obedecer en todo? ¿Vas a obedecer? ¿quieres que coja el cinto?
Silencio. Asintió con la cabeza.
Silbó y le hizo señas para que se acercara el mendigo. La atrajo hacia sí y la dio un buen un morreo y como no, un descarado sobeteo en las tetas. Y la mano en la entrepierna haciéndola vibrar, haciéndola gemir. Ella era suya y podía hacer lo que quisiera con ella cuando y donde le diera la gana.
No contestó, apenas fue un murmullo diciéndole que sí, que obedecería, que era suya…
-. Cállate, cierra la puta boca zorra, ¡¿te has dado cuenta de cómo se te han puesto los pezones?! Seguro que tienes el coño chorreando guarra.
Otra vez las tetas al aire, fuera bragas… Poner el culo desnudo en posición… Sentir cómo la hurgaba sin ninguna delicadeza en sus partes íntimas…Jadear avergonzada… Y el borrachín mirando, riéndose, burlándose. Otra vez volvió a exponerla, a lucirla delante de otro hombre. Y otra vez volvió a excitarse al sentirse humillada.
-. ¿Te gusta esta guarra?, le dijo al borracho. ¿se te pone tiesa eh cabrón? Sácate la chorra… como el otro día. Venga vamos a verte el rabo… ¡Joder! Si ya estás empalmado, la dijo, aunque sola la tenía “morcillona”, … Mira puta, mira como le pones…
Agarrándola por el pelo tiro de su cabeza hasta poner su cara casi a un palmo de aquella polla. Casi no se tenía en pie…
-. ¿Hace mucho que no mojas? Pues venga aprovecha. Que sí joder que te dejo que te la folles… ¿qué pasa, no te atreves?
El vagabundo ni se movía. Solo seguía mirando babeando.
-. Termina de ponérsela guarra… Dala un besito… Vamos puta… Lámela… Hazle una mamadita… Eso fue lo peor, tener que chupar ese rabo mal oliente, sucio, apestando por no lavarse. Era asqueroso.
Desde atrás agarró sus tetas y las estrujó clavando los dedos dolorosamente. Abrió la boca y el vagabundo aprovechó para empujar y metérsela.
-. Ya está adentro. Ahora cómetela puta, dijo dándola un cintazo en el culo.
Cuando vio que la tenía ya preparada, empezó a ordenarle que la penetrara. -. Vamos maricón métesela… Venga móntala. Y la colocó a cuatro patas, con los codos apoyados en el capó de un coche. Sintió como esa áspera mano la hurgaba en sus excitados labios. Lo justo para colocarla y empujar. Dio como un gruñido y se la enchufó. A lo bestia. Hasta adentro. Con fuerza, con ansia…
Afortunadamente fue muy breve. Descargó rápido y riendo. Afortunadamente porque si hubiera durando un poco más se hubiera corrido. Lo último, correrse mientras la folla un tío tan sucio… tan maloliente…
Pero el vagabundo se dio cuenta: -. A esta puta la ha gustado, tienes que domar a esta hembra… Menudo vicio tiene… Esta zorra te pondrá los cuernos en cuanto vea una polla tiesa… Se te va con cualquiera… Además, que sepas que no solo folla contigo, que suele venir un tío y seguro que se la cepilla …
Según me fue diciendo ella, el borrachín en agradecimiento por dejar que la follara, le contó con pelos y señales cuando estaba conmigo, que la veía subir conmigo…. Vamos, era todo un espía… claro no tenía cosas mejores que hacer que espiar a los vecinos.
Mi novia siguió contándome lo que decía el tipejo, cambiando la voz según fuera el borrachín o ella quien hablara.
-. Te va a costar domarla… a esta puta la gusta follar… se la ve que goza con los rabos… Esta zorra se te abre para cualquiera… eso es bueno para ser puta… pero que disfrute jodiendo es malo para ti… Mira… Mira como tiene el coño… está hinchado… calado… Vaya… el borrachín era todo un experto en mujeres, pensé.
-. ¿Qué sabrás tú?, cerdo asqueroso, le dije. Me miró sonriendo con sorna. Fue sentir sus ásperos y bastos dedos en mi sexo y empezar a retorcerme de placer… Trataba de sujetar su mano, pero era muy fuerte. Me daba vergüenza. Menudo bochorno. Me empujó contra una columna y siguió masturbándome. No pude más. Me empecé a correr jadeando y gimiendo como una loca …
-. Las putas solo pueden gozar con su amo y si lo hacen con otro, hay que disciplinarlas, domarlas, castigarlas… decía mientras conseguía que volviera a correrme. Casi ni me tenía de pie de lo intenso que era. Me temblaban las piernas, ni podía respirar… En ese momento me hubiera entregado a mil hombres.
Menudo consejero nos habíamos encontrado… Y lo malo no era eso, lo malo es que ponía su dedo en el clítoris y ya me tenía entregada. Y él le hizo caso.
-…. Asique debo educarla ¿no? El vagabundo asintió. Como el otro día, ¿no?
-. Si, ponla espatarrada y enfríala este coñito a cintazos … pero no te pases, que te cebas, que veo que la estropeas…
Increíble… El pordiosero ya no solo aconsejaba, sino que se permitía el lujo de dirigir la “sesión” … Y el otro siguiéndole la corriente, va y obedece.
-. Me giró y me colocó de espaldas en la columna. Abrázala, me ordenó.
Hizo restallar el cinto. Media docena de cintazos en el culito sonaron secos. Luego la giró y la hizo tumbarse y abrirse el coño como el primer día. La hizo separar los labios con fuerza. El clítoris sobresalía excitado. Por la vagina rezumaba semen. Al pordiosero metió los dedos y empezó a masturbarla otra vez. No le importó mancharse de semen, total, era suyo. Justo cuando volvía a jadear, a correrse otra vez, cuatro correazos, a cuál más doloroso. Uno se lo dio el vagabundo, el último. El más certero, el más doloroso.
Lagrimas. Dolor. Y una terrible vergüenza… Sus dedos fueron a la zona dolorida. Instintivamente el tocar donde duele, parece que calma… pero… fue tocarse y tener que seguir. Los dos se reían a carcajadas. Esta tía está loca… es una viciosa… una puta ninfómana…
La dejaron allí… tirada en el suelo. Humillada. Vejada. Y masturbándose avergonzada sin poder detenerse.
-. Vas a tener que vigilarla, le oí decir al vagabundo. y si viene otra vez el hijo de puta ese que se cree su novio avísame. Si te portas bien, te dejaré que te la vuelvas a follar otro día. Con los ojos brillando de lujuria dijo que sí, claro, que pondría su alma en ello…
Se montó en el coche y se la llevó a casa. La lavó y se la llevó a un hotel: Durmieron juntos otra vez. En premio, por obediente, la volvió a hacer el amor, otra vez a adularla, a colmarla de regalos…
Desde ese día, cada vez que follaba conmigo se lo contaba. Y si nos lo hacíamos en su casa, el “vigilante” le avisaba… Y ella sabiendo que se lo iban a decir, lo hacía. A pesar de las consecuencias, a pesar de que luego, si él lo mandaba, tendría que hacérselo con el borrachín.
Bueno lo de hacérselo con el borrachín la daba igual. Era lo de menos. Cuesta la primera vez, las demás no, me dijo. Y bien pensado, el vagabundo tenía un buen rabo y no lo hacía nada mal. A veces la ayudaba a subir las bolsas de la compra, y ya puestos, pues se dejaba montar. Eso sí, antes le obligaba a darse una ducha.
El primer día tuvo que “obligarle” a lavarse. Prácticamente le llevó a la ducha a empujones. Él solo quería tocarla y hacérselo allí mismo, sin esperar ni lavarse. Se tuvo que desnudar, hacerle “una mamadita” para que se calmara un poco, y luego meterse con él en la bañera. Fue ella quien le frotó y frotó hasta quitarle toda la porquería. Luego, se dejó penetrar. Allí mismo, apoyada en la bañera, la echó el primer polvo. Después, fueron a la habitación y estuvo toda la noche dale que te pego.
Más de un día… reconocía a avergonzada, que si la picaba ahí abajo… Bajaba, le hacía subir y le metía en la bañera. Luego… le llevaba a la cama y hacía como que se dejaba, le hacía creer que era porque se lo había mandado. Aunque se corría como una buena guarra viciosa. Follaba bien. No la importaba hacerlo con él. Solo era uno más. Pasaba de todo.
No siempre la azotaba. Pero lo otro… Sí, lo otro era hacerla tener sexo con distintas personas, hacerla follar con los que él la buscaba, por diversión o por dinero. En una palabra, prostituirla. Pues eso, que “lo otro” empezaron a hacerlo de vez en cuando y pasaron a hacerlo más y más a menudo.
Ya no se conformaba con azotarla por cualquier motivo, o simplemente cuando le diera la gana. Quería más. Cada día aumentaba la dosis. Aunque ella no se diera cuenta. O fingiera no darse cuenta. Algunos miércoles, la llevaba al parque y la hacía bajar desnuda del coche, hacían eso de “ Cruising” y se lo mandaba. Tenía que follar con desconocidos mientras él la miraba y se pajeaba…Se lo hacía solo por divertirse, solo por excitarse, por humillarla.
A veces participaba y ella tenía que follar con dos y hasta tres al tiempo. Otras, tenía que chupársela mientras un desconocido o un vagabundo la follaba encima de unos cartones o un colchón mugriento. Eso era lo que peor llevaba. Los olores, la suciedad… Muchas noches, al volver a casa de los parques, si no habían tenido suerte en la “cacería”, en cuanto llegaban al garaje la bajaba del coche y la ponía a cuatro patas. Unos cuantos azotes, y la obligaba a dejarse dar por el culo mientras se la chupaba al borrachín que dormía en el garaje.
Con algunos, cada vez con más, tenía que ser cobrando, era su puta profesional, si no, no podían “financiar sus juegos”. Con otros gratis, era una puta viciosa… Más de una vez hicieron un intercambio de parejas…pero no disfrutaba tanto. Era mejor lo otro, humillarla, ofrecerla, prostituirla.
Ahí se paró. Dejó de hablar. Un suspiro. Cuando giré la cara hacia ella, vi que estaba masturbándose. Se volvió hacia mí. -. No me mires así, joder, no me digas que tú no estás caliente.
-. ¿En serio? ¿de verdad disfrutas dejándote hacer todo eso? ¿te gusta que te pegue, que te prostituya? Que…
-. ¡Joder tío, claro que me gusta, si no, no le dejaría hacerlo! me respondió casi gritando de excitación.
Estaba alucinando, horrorizado, en estado de shock. Completamente roto. Pero no podía negarlo: con la polla tiesa. Como no respondía, estiró la mano y me la agarró.
-. La tienes dura… te gustaría que fuera tu puta… tu esclava… vamos cabrón confiesa… a que te gustaría verme follar con otro… ver cómo me corro con otra polla… ¿a qué sí?... ¿a qué te pone cachondo?,¿a qué lo estás deseando?
Y esta vez quien dijo lo de “Sí, ya sabes que sí”, fui yo.
-. Pues venga fóllame… ¡Vamos métemela!...
Obedecí como un autómata. Y tengo que reconocerlo: Bufff cómo entró. Su coño no solo estaba súper dilatado, sino súper mojado. Aquello si era una fuente…
Estuve toda la semana como “ido”. Ausente. Como borracho, pero sin haber bebido nada.
Llevábamos así más de un año. Eso no era vida ni nada de nada. La llamé por teléfono. Un escueto: “Me voy al médico. Deberías hacer lo mismo”. Y colgué. Sabía que no podía hablar más. Si lo hacía me hubiera atrapado otra vez.
En menos de un año, cada uno estaba por su lado. Machacó mi teléfono. Cartas. Llamó a mis padres, a mis amigos… No la contesté. Al final, me hizo caso. Fue al médico. Yo estuve más de seis meses en tratamiento. Ella menos.
Volvimos a vernos. A quedar. Era parte de mi terapia. Me contó que no estaba con él. Hacía tiempo que lo habían dejado. Yo tampoco tenía pareja. Un casto beso y cada uno para su casa.
Si, hablábamos de vez en cuando y eso, pero… nada. Comenzamos a vernos más o menos con regularidad. Y con normalidad. Todo estaba roto. Los dos lo sabíamos y éramos conscientes de ello. Mucha confianza, mucho cariño… pero ya solo nos queríamos como amigos. Por inercia, nos echamos algún polvo de vez en cuando.
Empezamos a hablar de nuestra vida con “los otros” con toda normalidad… Nos reíamos. Nos contábamos intimidades. Y hasta nos enviábamos fotos subidas de tono… Y eso que ya no éramos novios. Ni siquiera pareja.
La ultima foto que me envió, fue la de la bañera. Preñada y con sus enormes tetazas flotando. Miraba su cuerpo desnudo. Curioso, ya no me fijaba en sus tetas… Miraba el enorme barrigón y su coñito depilado. Me gustó su cara. Su preciosa sonrisa: era feliz.
Fin.
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