Si tú quisieras... II

Un viejo compañero de clase aparece después de algún tiempo para tomarse unas cervezas conmigo... Y darme una sorpresa.

Conocí a S**** en la F.P. de laboratorio que comencé allá por 2014, tras una época de crisis en la que no encontraba trabajo. Cuando le vi la primera vez supe que me iba a dar para muchas y buenas pajas.

A simple vista podría no parecer gran cosa, era bastante delgado y alto con el pelo rubio y ojos azules, pero gracias a una compañera, con la que los dos entablamos relación al comienzo, descubrí que era bastante de mi rollo: morboso, sin pelos en la lengua y seguía el rollo a las bromas, tanto sexuales como normales, cosa que a mí me encanta en un tío por muy hetero que sea.

Durante los dos años que duró el curso nos hicimos muy cercanos, compartiendo sufrimientos de prácticas y trabajos, alguna que otra ronda de cervezas y alguna situación extraña y, al menos para mí, excitante como aquella en la que durante una clase de microbiología los dos nos pusimos cachondísimos hablando de cerdadas varías. Fue esa vez, después de un año hablando con él, en la que tomé conciencia de que tenía una buena herramienta entre las piernas.

Después de graduarnos perdimos un poco el contacto, no pasando de hablarnos de vez en cuando por WhatsApp. Aunque lo cierto es que yo le tenía bastante en mente, al haber encontrado en sus redes sociales unas cuantas fotos en bañador que me valieron mis buenos homenajes rabo en mano.

Pero un año después de terminar el curso, durante el cual solo hablábamos x WhatsApp acerca de alguna peli o videojuego que nos molaba, recibí una llamada a la hora de comer en la que me decía que estaba por mi barrio y que si le invitaba a unas cervezas.

Por supuesto acepté. Y lo bueno es que dio comienzo una rutina de quedadas cada pocos meses en las que nos poníamos al día.

Y fue en una de esas, una tarde de verano de un jueves festivo, en la cual ocurrió lo que tenía que pasar.

Era un jueves, festivo como ya he dicho, por lo que estaba en mi casa tirado en la cama, sudando de calor y a oscuras para tratar de amortiguar el calor que hacía, a pesar de ser poco más de las diez de la mañana. El móvil vibró en algún punto de la cama pero estaba tan apático por el calor que no me moví, alguna tontería de algún grupo pensé. Pero sonó otras tres veces más y me llamó la curiosidad, lo localicé debajo del cojín a tientas y lo saqué.

S>¡I****!

¿Cómo te va?

Estoy pensando que hace tiempo que no jarreamos.

¿Tú libras hoy?

La verdad es que me sorprendió porque la mayor parte de las veces era yo el que iniciaba conversación, Miré la foto de perfil y vi que, para mi decepción, seguía con la misma desde hace años: en la playa pero en invierno y de lejos.

I>¡Rubio!

Pues aquí sudando como un gorrino.

Asco de calor.

Sí, tengo libre pero mañana toca ir.

S>Pues guay, yo también tengo libre.

¿Nos vemos?

A esa altura mi polla ya había dado un par de respingos. No podía negar que quedaba con él tanto porque me caía bien como porque me ponía mucho.

I>¡Genial!

¿Mismo sitio y misma hora?

A ver si esta vez no te pierdes.

S>¡Guay!

Jajajaja

No prometo nada.

La conversación se quedó así. Sabía de antemano que llegaría tarde así que me reí con su última respuesta.

La polla me molestaba, me había empalmado y yo estaba tumbado bocabajo. Me di la vuelta y busqué en el móvil las fotos de S**** que tenía guardadas, me saqué el rabo de los calzoncillos y empecé a darle caña. Luego recordé que no estaba solo en casa y me vi forzado a parar. También me obligué a dejar de mirar sus fotos porque, si no, no me iba a desempalmar.

Sabía que todo ello conllevaría el que fuera a la cita cachondo como un mono.

El día pasó entre más sudor y apatía general hasta poco después de la hora de comer. Habíamos quedado a las cinco y yo tenía unos veinte minutos de camino, así que a las cuatro y pico me metí en la ducha.

Volví a empalmarme pensando en él a pesar de que el agua estaba helada, aunque eso nunca había sido un problema: no he conocido a otra persona que le excite que le toquen con las manos frías. Sobre todo si el toque conlleva agarrar mi rabo ardiente con manos heladas, es algo que me pone cerdísimo.

Total que salí de la ducha más cachondo que antes. Tenía que cambiar el chip o esa tarde lo iba a pasar realmente mal.

Me eché desodorante, me puse una camiseta blanca y los pantalones cortos de mil bolsillos que llevaba en verano. Me despedí de mi padre y salí al calor de la calle. Nada más poner un pie fuera del portal decidí que me iría en metro. Eran dos estaciones, pero la otra opción era morirme de calor.

Aunque igual a S**** le mola el sudor.

Me insulté en voz alta a mí mismo por pensar eso y eché a caminar. Los dos minutos que tardé en llegar a la boca de metro bastaron para ponerme otra vez a chorrear, por suerte dentro el aire estaba a tope y me refresqué rápidamente.

Me bajé dos estaciones después y nada más poner un pie en el andén comencé a buscarle con la mirada a pesar de que él venía en otra línea. Salí a la calle y esperé apoyado en la boca, por suerte había muchos árboles alrededor y se estaba más fresco, además de que corría algo de brisa.

Oí un silbido y cómo me llamaban por mi apodo. Me giré y le vi subiendo las escaleras sonriendo. Yo también le sonreí.

Llevaba unos vaqueros cortos, con cortes deshilachados en algunos lados, y una camiseta verde claro, su color favorito. No pude evitar fijarme en sus gemelos desnudos ni que mi polla culebrease por ello. Era pleno agosto y él seguía siendo tan blanco como la cal.

Tenía el pelo algo largo para él que siempre lo llevaba muy corto, lo que hacía que se le notara más el encrespado y el color rubio.

–¿Qué pasa tío?

Llegó a mi lado y me tendió la mano. Yo se la cogí y tiré de él para abrazarle, como siempre. Olía a colonia, pero no supe a cuál.

–Pues ya ves esperándote, como siempre –dije yo separándome, el abrazo ya había durado mucho.

–Oye que he llegado puntual –dijo el con una mueca.

–Ya, debe ser que estás madurando –dije yo dándole un golpe en el hombro.

El hizo como que tosía y dijo:

–¿Qué dices hijo?

Los dos reímos como siempre que hacíamos esa broma. Echamos a andar hacia el lugar, un bar en una plaza del barrio con terraza a la sombra y aspersores de esos que ponen en verano para refrescar el ambiente. Aunque era difícil que algo pudiera rebajarme el calentón esa tarde.

Estuvimos poniéndonos un poco al día mientras llegábamos y nos pedíamos la primera ronda.

–Oye, el sitio este está guay –dijo comiéndose la última patata brava de la tapa que nos habían puesto– pero para jarrear podíamos ir al montaditos. Que si no nos vamos a dejar el sueldo.

–Tú has venido a emborracharte ¿no?

–¡Como si no me conocieras!

–Cabrón que yo mañana me levanto a las seis.

–Venga, antes de cenar estamos de vuelta.

–Te tomo la palabra –dije yo levantándome.

Él me imitó y dio el último trago a su cerveza; me fijé en lo largo de su cuello y la prominente nuez que resaltaba en medio. Siempre había querido besar ese cuello. Me miró y me dedicó su sonrisa de medio lado antes de bajarse las gafas de sol que llevaba en la cabeza.

–Si vamos aquí al lado, ¿para qué te las pones?

–Así el sol no me hace daño en mis bonitos ojos.

–Pero si estamos a la sombra –dije yo blanqueando los ojos.

–O a lo mejor es para mirarte el culo sin que te des cuenta.

Ahí estaba, ese era un ejemplo de las coñas a las que me refería. No solo era yo el que le hacía coñas tirándole los trastos a la cabeza él también las empezaba sin ninguna vergüenza.

–Oye pues si lo vas a hacer al menos que me entere. Y así a lo mejor te llevas una sorpresa.

–Mmmm. ¿Agradable? –dijo poniendo voz sensual.

–No lo sabes tú bien –le guiñé un ojo. Él se rio con ganas mientras tomaba asiento en la terraza y yo pensé en si se reiría si supiera cuánto de verdad había en esa frase.

Como había pagado yo la última ronda fue él el que entró a por la siguiente. Aproveché para escribir un mensaje a mi novio preguntándole qué tal estaba, contarle que estábamos de cervezas y decirle que a ver si a la próxima se venía.

S**** salió con dos jarras en las manos, me puso una delante y dejó el ticket en medio.

–He pedido unas bolas de esas de pollo.

–Guay. Así ya vamos cenados –brindamos por cuarta vez en la tarde y bebimos.

No sé cuántas jarras más cayeron durante las horas siguientes, pero cada vez que se vaciaba una al que le tocaba pagar iba a por el reemplazo. En un momento dado respondí a mi novio cuando me escribió diciendo que se iba a dormir ya pero sin fijarme en la hora.

La conversación era más desinhibida y cada vez se alternaban más risas, a veces estúpidas, entre las frases. S**** también cumplía otra de las cosas que me molaban en un tío, además del físico, y es que aunque decía muchas payasadas era bastante inteligente y, aun borracho, podía tratar temas serios.

Estábamos hablando de lo poco que le gustaban algunas rotaciones de sus prácticas de enfermería cuando vino un camarero a decirnos que iban a echar el cierre. Miré el móvil y vi que eran las doce y media de la noche.

–¡Hostia puta!

–¿Qué pasa? –dijo él con lengua estropajosa.

–¿Que qué pasa? ¡Qué son las doce y media!

–Joder, pues sí que se nos ha hecho tarde –dijo riéndose.

–Como tú no madrugas, cabrón.

–Va, no te enfades. Vamos al metro y nos retiramos. Así todavía puedes dormir… ¿cinco horas?

–Eres un capullo –dije yo riéndome y tratando de levantarme. En ese momento toda la cerveza de mi cuerpo se removió y el mundo empezó a girar de tal forma que tuve que agarrarme al respaldo de la silla–. Joder, veras tú mañana que resaca en el trabajo.

–Venga abuelo, deje de quejarse –él se levantó y se tambaleó. Se golpeó con la mesa y se cayó hacia atrás quedando de nuevo sentado en la silla. Yo le miré arqueando una ceja–. Un error de cálculo.

Nos reímos a carcajadas ganándonos una mirada de odio del camarero que recogía la terraza. Él se levantó de nuevo más despacio y me fijé en que tenía los pantalones caídos y se le veía bastante de los calzoncillos azules que llevaba. Me quedé mirándoselos descaradamente aunque él no pareció darse cuenta. Se guardó el móvil en el bolsillo del pantalón y se los subió, haciéndome salir de mi empanamiento.

Echamos a andar dando pequeños tumbos: los dos íbamos bastante cocidos pero por suerte la noche había refrescado y corría una pequeña brisa que nos ayudó a despejarnos. Estábamos casi llegando a la boca de metro donde nos habíamos encontrado y en la cual nos despediríamos.

–Tío, tío. ¿Sabes qué me apetece mazo?

–¿Dormir? –dije yo pensando en mi cama.

–Kebab.

Escuché esa palabra y el estómago me gruñó. Habíamos estado picoteando pero no habíamos comido nada en condiciones en toda la tarde.

–Uhmmmm. Dios tío que rico. Pero es tardísimo, estará todo chapado.

–Uf pero un kebab ahora tío... –dijo el relamiéndose.

–A ver, yo conozco uno que está tremendo…

–Sí, yo ¿no?

–¡Un kebab, imbécil! –le insulté, pero me reí–. Pero no creo que esté abierto.

–Va, venga. Vamos a probar.

–No está muy lejos.

Comenzamos a caminar y yo ya me abandoné a mi suerte: no iba a llegar a una hora decente. Así que por lo menos disfrutaría todo lo posible. Mañana ya me arrepentiría.

El kebab no estaba muy lejos, otros diez minutos andando. Durante el trayecto me iba despejando del efecto del alcohol y a la vez me iba fijando más ávidamente en S****, el cual, noté, se pasaba la mano por el paquete a menudo.

–Oye, esto no será porque quieres emborracharme y aprovecharte de mí, ¿no?

–Qué bien me conoces –se rio.

–No puedes resistirte a mis encantos ¿eh?

–No sé. Igual quien no puede resistirse a los míos eres tú.

–Más quisieras flipado.

–Entonces, ¿no me has mirado antes el culo?

–¿Antes? Eso engloba los últimos cinco años.

Se lo solté a lo bestia. El alcohol hacía que no pensara mucho en qué decía.

Cortamos la conversación al llegar a la puerta del kebab. Estaba iluminado y los camareros seguían dentro aunque había algunas mesas que ya tenían las sillas encima. Pero S**** observó que los cilindros de carne seguían girando.

Convenimos que eso significaba que estaban abiertos y entramos. Preguntamos a la mujer de la barra si seguían sirviendo y ella nos observó un instante antes de asentir. Él se pidió un menú durum y yo uno kebab. Nos dieron las bebidas y buscamos un sitio para sentarnos.

S**** cogió la delantera y se sentó en una mesa que estaba tras una esquina, apartada junto al pasillo de los baños. Él se sentó en el lado del sofá y a mí me tocó ponerme en la silla.

–¿Así que me mirabas el culo en el curso? –dijo a bocajarro, en voz baja y mientras yo tomaba asiento. Le miré.

–¿Qué parte de “antes de que acabe el curso a S**** me lo he follado” no entendiste?

Ambos nos reímos y él se recostó en el sofá. Por la postura del brazo derecho supe que se estaba sobando. Por suerte yo tapaba la vista del resto del local y no le podían ver.

–Pues no se cumplió.

–Por desgracia. En aquel Halloween podía haberte hecho lo que hubiera querido.

–¡Joder! ¡Halloween! Eso sí que fue un desfase. ¿Te acuerdas del pibe ese que se quedó frito en el sofá a las dos horas?

–Menudo gilipollas era.

Llegó el camarero con los dos platos y los dejó en la mesa. Yo me lancé a por el mío pero observé que S**** seguía en la misma postura un instante más: por el movimiento supuse que se estaba masajeando la polla dentro del calzoncillo. Estuvo así como un minuto después del cual sacó la mano se la llevó a la nariz, aspirando.

Luego cogió su durum, le quitó el papel y le pegó un buen bocado llenándose la boca con él, todo sin dejar de mirarme.

–Creo que he soñado con esto –dije mirándole de vuelta.

–¿Con qué?

–Con verte las comisuras de la boca manchadas de blanco –respondí riendo. Él abrió mucho los ojos y rio también.

–Soñaste con eso… ¿Y con esto? –preguntó mientras sacaba la lengua y se relamía la salsa de yogurt mirándome con los ojos entornados. Mi polla, dormida por el efecto de las cervezas desde hacía rato, dio un salto en mis pantalones y empezó a inflarse.

–Ufff, que cabrón eres –dije yo intentando convencerme de que seguíamos de coña para relajar mi rabo–. Eso es mejor que un sueño.

Nos echamos a reír y S**** dijo que los camareros nos estaban mirando mal. Yo propuse que acabáramos rápido y nos fuéramos, que bastante habían hecho con servirnos a esas horas. Apuramos el resto de comida y la bebida casi sin hablar y nos despedimos de los camareros.

Noté mientras salíamos que S**** caminaba raro y, una vez estuvimos fuera, me di cuenta de la causa: en sus pantalones se marcaba un buen bulto a pesar de llevarlos más caídos de lo normal.

Solo de ver el bulto en la tela vaquera se me hizo la boca agua. Mi rabo culebreó en mis pantalones y me entraron ganas de lanzarme a por él.

Recordé que S**** tenía bastante facilidad de empalmarse aunque fuera un tío el que le dijera cerdadas: lo había comprobado alguna que otra vez en clase y aquel Halloween que me martirizaba por no haberme tirado a su bragueta.

Caminamos uno al lado del otro en silencio, yo mirando de reojo su paquete y notando como la presión de mi entrepierna aumentaba contra el vaquero. Llegamos a la pequeña plazuela que habíamos cruzado antes, a medio camino entre el kebab y la calle principal. Estaba a la sombra de dos edificios altos, tenía un par de bancos y árboles y comunicaba con un pequeño callejón poco iluminado.

–Uf, creo que he comido demasiado rápido –dijo S**** apoyándose en el respaldo del banco más cercano.

Yo miré la hora, aunque deseé no haberlo hecho: eran casi las dos de la madrugada. No podía ser.

–¿Qué hora es?

–Las dos. No me lo explico. El local de kebab debía estar en un agujero de gusano o algo.

–Pues ahora que mencionas al gusano…

Oí ruido de tela frotándose y le miré. Tenía la mano dentro de los pantalones de nuevo pero ahora con la otra se tiraba de ellos hacia abajo. Se estaba sacando el rabo delante de mí.

No podía apartar la vista de su entrepierna. Su mano poco a poco fue sacando un trozo de carne que, bajo la luz amarillenta de las farolas, parecía tener un tamaño considerable.

Mi polla presionaba ya con fuerza mi vaquero: se había inflado a tope y estaba atrapada en una postura incomoda, como siempre que una polla se empalma de forma inesperada.

–¿No le dices hola a mi amigo? –había empezado un subebaja con el índice y el pulgar.

–S****, tío, estamos en mitad de la calle.

–Va, venga –movió los dedos más rápido–. Si por aquí no pasa ni dios. Ven.

Estaba a cuatro pasos escasos de él, pero se me hicieron una eternidad cuando los di. Solo podía mirar ese rabo mientras me acercaba. La luz no le hacía justicia pero, como supuse en aquella ocasión en clase de microbiología, era un rabo grande, bien proporcionado y surcado de venas. Lo tenía rematado por una mata de pelo rizado y rubio y sus dedos subían y bajaban la piel que recubría el capullo.

Llegué a su lado y noté un leve olor a rabo sudado que me volvió loco.

–Estoy cachondísimo tío.

Yo no podía hablar. No sabía qué hacer, S**** estaba borracho y fuera de sí.

O quizás estaba en sus cabales y solo quería pasar un buen rato.

Él seguía mirándome fijamente mientras se la meneaba, mis ojos devoraban ese trozo de carne mientras llevaba inconscientemente la mano a mi paquete.

–A la mierda –dije.

Alargué la mano y la puse sobre la suya, poco a poco él me fue dejando que cogiera todo su rabo. Se lo meneé un par de veces y luego detuve la mano en la base, haciendo fuerza, para poder contemplarlo bien.

La piel, como todo su cuerpo era blanca, tenía un capullo ligeramente apuntado y un poco más ancho que el tronco de la polla, brillante de babas que había soltado de la excitación. La piel del pellejo estaba totalmente retraída, en parte por la fuerza que hacía yo, y enrojecida en la zona cercana al glande. Una vena grande corría justo por el centro de ese cilindro palpitante de carne y se dividía en otras más pequeñas.

Me apoyé en el banco con mi mano libre, acercándome a él, y S**** se me pegó a su costado poniéndome su mano en el hombro. Todo él desprendía un calor excitante.

Solté su polla un instante y me llevé la mano a la nariz. Aspiré su aroma extasiado: olía a polla sudada, a sexo y a precum. Lamí los dedos pringosos soltando un gemido de gusto y él, que no me había quitado ojo, se apretó más contra mí.

Bajé la mano y la metí rápido debajo de su rabo, introduciéndola en los calzoncillos hasta la muñeca y acariciando su culo, haciendo presión en el perineo, arrancándole un gemido. Moví la mano y acaricié sus huevos, cubiertos por una suave capa de pelo, eran pequeños y se notaban duros y cargados.

Noté como se recogían ante mi tacto, los cogí con cariño y los liberé de su prisión. Los acaricié y manoseé, moviéndolos con cuidado mientras con el dedo medio seguía masajeando detrás del escroto.

S**** estaba cada vez más cachondo. Su polla palpitaba y de su boca abierta salían gemidos cada vez más largos. Con la mano libre le acaricié la espalda por encima de la camiseta y la terminé colocando en el hombro que no estaba pegado a mí. Comencé a recoger la camiseta con dificultad, él entendió lo que quería y con su otra mano se la levantó, dejando al descubierto su torso.

Aunque ya lo había visto en algunas fotos robadas de Instagram, tenerlo tan cerca me puso cerdísimo. Delgado, blanco y con bastante vello para lo que yo siempre había imaginado que tendría. El abdomen se le marcaba ligeramente debido a su delgadez y se le notaban las costillas.

Tenía dos pezones pequeños y morenos entre los cuales había un triángulo de pelo rubio oscuro y rizado que subía hasta casi el cuello y que descendía en una línea ancha hasta el ombligo, donde se extendía cubriendo buena parte del abdomen antes de seguir hacia su entrepierna.

Volví a poner mi mano en su rabo y empecé a pajearle. Primero suave, recorriendo todo su tronco con movimientos envolventes, luego más fuerte notando como su piel se estiraba a tope. Viéndolo desde arriba era un espectáculo: su pecho subía y bajaba agitado mientras sus huevos se bamboleaban con fuerza y su rabo cada vez brillaba más por culpa del precum que yo extendía en toda su superficie.

Aunque él era más alto que yo, al estar apoyado en el banco estábamos a la misma altura. Levanté la mirada recorriendo su cuerpo y me fijé en su boca abierta. Un brillo de saliva punteaba sus comisuras. Le miré a los ojos y, sin dejar de pajearle con fuerza, le agarré del costado con la mano que tenía en su hombro y le pegué a mí con fuerza metiéndole la lengua con violencia.

No pensé que le arrancaría el gemido de placer que soltó ni en mis mejores sueños. Él respondió atrayéndome con fuerza y moviendo sus caderas al ritmo de mi mano.

Exploré cada recoveco de su boca húmeda y caliente. Su lengua se enzarzaba con furia con la mía y luchaba por abrirse paso en mi boca mientras su rabo cogía una dureza como nunca había notado en un rabo.

El beso dio paso a un intercambio de babas que me volvió loco: cuando nos separamos para coger aire un hilillo de saliva unía nuestras bocas. Me acerqué a su boca para morderle el labio y fui bajando, dejando mordiscos suaves en su cuello mientras me iba colocando de frente a él. En otra ocasión me habría detenido para trabajarle los pezones, pero mi objetivo estaba más abajo.

Conforme iba bajando él llevó sus dos manos a mi cabeza, jugando con mi pelo. Cuando conseguí ponerme de cuclillas delante de su rabo lo miré un instante antes de darle una lamida desde los huevos hasta el capullo. En ese momento S**** me agarró con fuerza del pelo y, con un movimiento brusco de cadera, hizo que me tragara de golpe todo su rabo.

La nariz se me hundió en sus rizos púbicos y sus huevos dieron con mi barbilla arrancándole ya no un gemido si no un grito de placer. Mantuvo su polla ahí, mirándome con vicio desde arriba, yo le devolvía la mirada, retador a pesar de que se me saltaban las lágrimas. Cuando no pude más, al límite del ahogamiento, le di dos toques en el muslo y me sacó el rabo dejándome una sensación de vacío en la boca.

Soltó un bufido de gusto mientras yo trataba de respirar, notando como me resbalaban mis propias babas por las comisuras de la boca. S**** me acariciaba el pelo con suavidad ahora mientras jugaba con su capullo en mis labios.

Cuando cogí fuerzas de nuevo, comencé a acercarme a su rabo mientas mis manos acariciaban su culo, accesible ahora que se había separado del banco gracias a la follada de boca. Primero masajeé sus nalgas y luego exploré su raja caliente, recorriéndola de arriba abajo con delicadeza. Cuando lo había hecho unas pocas pasadas y localicé mi objetivo volví a tragarme su rabo, esta vez sin ayuda, e introduje un dedo en su agujero.

S**** gritó de sorpresa tan alto que tuve que sacarme el rabo de la boca y miré alrededor para ver si alguien se había alertado, aunque mi dedo seguía metido en su culo casi hasta el nudillo.

Tras unos segundos escuchando y mirando para todos lados y no ver nada, devolví mi atención a S**** al que vi con la cabeza alzada y la boca abierta.

Llevé mi boca a la parte trasera de sus huevos que quedaron justo tapando mi nariz, saqué la lengua y comencé a dar lametones suaves mientras esnifaba su olor. Al poco noté que su culo se relajaba y empecé a mover el dedo en su interior: él me soltó la cabeza y se las llevó a los pezones, apretándoselos con fuerza y gimiendo.

Su respiración entre gemidos era cada vez más fuerte, y cuando empecé a lamer también su polla desde los huevos al capullo ambos aumentaron su intensidad. Comencé a mamarle el rabo mientras que con el pulgar de la mano que tenía en su culo le masajeaba los huevos.

En algún momento que no recordaba había sacado yo también mi polla, que estaba dura como una piedra y chorreando babas y me la estaba machacando con fuerza. Tenía los huevos atrapados por la goma del calzoncillo lo que me producía dolor y placer a partes iguales.

Saqué el dedo de su culo, ganándome una mirada reprobatoria de S*, para poder quitarme la camiseta y sacarme del todo el rabo y los huevos. Me arrodillé del todo en el suelo, abriendo bien las piernas y me acomodé ante S*.

Escupí bastante saliva en una mano y la lleve de nuevo a su culo, extendiéndola por toda su raja; volví a escupir y esta vez la apliqué en su agujero suavemente. Mientras, daba lametones a su rabo haciéndole botar en mis labios. Él seguía retorciéndose los pezones.

Paré para escupirme en la mano libre y me lo extendí en mi propia polla. Luego, mirándole fijamente, le di un beso en el capullo y me tragué su polla entera mientras le volvía a follar el culo con mi dedo.

Esta vez no quería andar con medias tintas, ya le había hecho gozar ahora quería verlo estallar.

Empecé a mamarle la polla frenéticamente: me la metía hasta la garganta de golpe a la vez que hundía mi dedo lo más profundo que podía en su culo. Cada vez que lo hacía el gemía en voz alta, pero ya me daba igual. Mis gemidos ahogados por su trozo de carne hacían compañía a sus gritos de placer y al chapoteo de mi paja llena de babas.

Estaba claro que S**** tenía un aguante brutal pero cuando noté que su cadera se movía al compás de mi mamada supe que estaba cerca. Empecé a mamar más rápido pero noté que me ponía otra vez las manos en la cabeza. Me agarró del pelo y tomó él el control.

Sacó su rabo de mi boca del todo moviendo la cadera hacia atrás y clavándose mi dedo hasta lo más hondo, gimiendo por ello. Me agarró con fuerza la cabeza y, con otro golpe de cadera, me metió su polla más hondo que antes. Sus huevos chocaron contra mi barbilla con fuerza y mi nariz se dobló al chocar contra su pubis.

Empezó entonces a follarme la boca como un animal, sacando del todo la polla y clavándomela de nuevo sin compasión antes de que pudiera apenas coger aire. Yo seguía hurgando en su culo con movimientos circulares y presionando hasta lo más profundo.

Gemía como un animal soltando bufidos cada vez que me la clavaba hasta que noté que su culo apretaba con fuerza mi dedo y su polla se inflaba en mi garganta, ante lo cual empecé a pajearme con más fuerza.

Con sus manos hizo fuerza sobre mi cabeza acercándola a su pubis mientras que con la cadera dio un golpe en sentido contrario gruñendo como un animal. En ese momento yo me corrí soltando gorgoteos ahogados por tener su polla en mi garganta, que empezaba a soltar lefa llenándome la boca y resbalando por mi esófago.

Mantuvo la fuerza en mi cabeza mientras su cuerpo se contraía por los estertores del orgasmo y no paraba de correrse. Yo comenzaba a ahogarme, la lefa salía por mis comisuras y por mucho que le diera en el muslo no parecía notarlo así que tuve que empujarle para poder respirar.

Cayó hacia atrás y gracias al banco no acabó en el suelo. Mi dedo salió de su culo en el momento en que le alejé de mí y su polla hizo lo mismo, por lo que toda la leche que no había podido tragar se derramó en mi pecho y piernas.

Yo tomaba aire a bocanadas con los ojos nublados por las lágrimas, sin poder ver nada. S**** me tocó la barbilla traté de enfocar y vi que se inclinaba hacia mí. Pasó una mano por mi pecho y recogió la mezcla de lefa y babas que lo cubría con dos dedos y se lo llevó a la boca, introduciéndose los dedos hasta los nudillos. Lo saboreó sin dejar de mirarme y cuando acabó me volvió a coger de la barbilla y tiró de mí.

Nuestros torsos desnudos se pegaron y nuestras bocas se fundieron en un beso húmedo en el que su lengua relamía los restos de su lefa que había en mi boca y mis labios.

Yo estaba en la gloria, acariciaba su espalda, sus brazos, su culo…

–Dios... –susurró dándome un beso en el cuello.

–Sí, ¿eh?

–Ha sido la hostia –dijo pasando la mano por mi pecho lleno de lefa–. Gracias.

–¿Gracias? Gracias a ti, joder –S**** rio.

–Deberíamos irnos, creo que hemos hecho bastante ruido.

–No sé cómo no nos han apedreado –dije yo mientras me ponía en pie con ayuda de S* que se rio. Me miré el pecho y pensé en cómo iba a limpiar ese estropicio en mitad de la calle cuando escuché a S* soltar una maldición.

Se estaba subiendo los pantalones y se había quedado a medio camino. Seguí su mirada y al ver que los tenía pringosos de hilos de lefa me dio por reír.

–Creo que eso es mio –dije entre risas tratando de no ser muy escandaloso. Me miró, bajó la mirada al pecho y comenzó a reírse.

–Bueno, me parece justo.

Él se subió los pantalones manchados de blanco y yo me restregué mi camiseta por el pecho tratando de secarlo lo máximo posible. Luego me la puse mientras miraba su piel blanca antes de que él también se pusiera la suya. Una vez vestidos nos quedamos mirándonos con una sonrisa en la boca y suspiramos con fuerza.

Echamos a andar hacia la calle principal dejando en el suelo goterones y regueros de nuestros fluidos.

–Tú tenías que trabajar, ¿no?

–No me lo recuerdes –saqué el móvil y miré la hora–. Las tres menos veinte.

–Joder, ¿no eran las dos cuando…?

–¿Empezamos? Sí.

–Joder, tío. Cuarenta minutos mamando –me dio una palmada en el hombro–. Eres un puto crack.

–El placer es mío.

–Y mío. Y mío… –dijo acercándose al borde de la acera.

–Pues cuando quieras repetimos.

–Cerdo eres –dijo sonriendo–. Oye, me voy a pillar un taxi, tú vete que vas a estar muerto mañana.

–¿Seguro?

–Si tío. Si no tardará en aparecer alguno.

–Eso si te dejan subir –dije mirándole de arriba abajo, a lo que él rio.

–Cabrón –dijo antes de abrir los brazos. Nos fundimos en un abrazo fuerte en el que aspiré su aroma a sudor, lefa y restos de colonia.

–Gracias –dije al separarme, haciendo evidente a qué me refería.

–A ti –sonrió.

Nos separamos y yo eché a andar hacia mi casa. Al poco pasó un taxi y vi fugazmente cómo S**** me miraba desde la ventanilla de atrás.

No tardé más de diez minutos en llegar a mi casa. Me tiré en la cama desnudándome entero pero manteniendo cerca la camiseta manchada, la olí y fue lo último que recuerdo.

Por la mañana cuando sonó el despertador me obligué a levantarme para darme una ducha y recoger la ropa que dejé tirada por la habitación. Por suerte cuando llegué no había nadie despierto y por las mañanas era el único que madrugaba.

Al salir de la ducha encendí el móvil y vi que me había escrito a eso de las tres y cuarto.

S>Tío lo he pasado genial.

¡Qué aguante tienes cabrón!

¿Te hace un cine esta tarde?

Y repetimos.

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