Si tan sólo...

Las cosas fueran diferentes y...

Salvador agachó la cabeza y por unos segundos se quedó viendo hacia el vacío. Se encontraba en el décimo piso, no había menos de treinta metros entre él y el suelo y una caída lo mataría con seguridad. De arrojarse, sus confusiones se irían de una vez por todas, pero le faltaba un poco de valor o de cobardía para atreverse a hacerlo, para saltar y olvidarse de todo y de todos, mandarlos al carajo.

Hace una semana ni siquiera lo hubiera pensado, pero en los últimos días... en esos malditos últimos días todo había cambiado. Ya no se sentía el mismo, su vida era completamente diferente. Nada era como antes, y eso, lejos de aliviarlo como en sus sueños los demonios disfrazados de ángeles le habían prometido, lo asustaba. Casi veinte años transcurrieron antes del primer paso y luego, uno tras otro como balas escupidas por una metralleta, los escenarios y los personajes de su mundo se transformaron dejándolo confundido y sin saber qué rayos hacer.

¡Dios¡ ¿Por qué ahora que finalmente me he decidido a ser yo, quisiera ya no serlo? ¿Por qué me aterra mirarme al espejo y no ver a mi reflejo usando máscara? ¿Por qué? Las preguntas lo envolvían y ni una sola respuesta llegaba, todas estaban ahí abajo: en el asfalto gris y sus intentos por seducirlo, perdidas entre los pasos de esas personas en las que nunca reparó y cuyas ideas ahora le importaban tanto, cuyas miradas inquisidoras retumbaban en su mente amenazando con hacerla explotar.

Si tan sólo hubiera nacido en otra parte, si mis padres hubieran sido otros y mi cuerpo, mis gustos e ideas no se parecieran en nada a los que hoy tengo, a los que hoy me tienen aquí parado: al borde del abismo y lanzando una moneda que me indique cuál camino tomar. Si tan sólo alguien me escuchara y él, ese que no existe y que no tendré oportunidad de conocer, estuviera aquí conmigo. Si tuviera diez años menos para tratar de cambiar las cosas o cincuenta más para esperar a la muerte sentado en mi sofá, bebiendo una limonada y mirando la televisión.

Si tan sólo el tiempo no corriera tan deprisa escapándoseme de las manos con la misma velocidad con la que me aproximo al cemento. Si los problemas no se amontonaran nublándome la vista e impidiéndome razonar. Si tan sólo la sangre no se me fuera a la cabeza, fuera otro y