Sí que era mi madre (final)

Y ahí estaba, con esa adorable mujer logrando alcanzar mi gran sueño, pero con un gran cambio en la creencia que yo mismo me había creado, era el vínculo que nos unía.

Al entrar en la cocina a la mañana del día siguiente, una sonrisa y estas palabras tuve como recibimiento:

-Buenos días, cariño, ¿qué tal has descansado?

Respondí con otros buenos días sin más, pero ella se me acercó diciendo:

-Déjame que te felicite en este tu día de cumpleaños.

Se acercó a mí para propinarme un beso y en principio parecía que iba destinado a mi mejilla, pero no, fue mi boca quien lo recibió y además sus brazos rodearon mi cuello. Vaya, empezaba bien el día, si bien sus labios no permanecieron mucho tiempo junto a mi boca ya que se separaron para decirme:

-Cariño, ya tienes dieciocho años, una edad muy bonita aunque a mi memoria vengan, con esta edad, unos tristes recuerdos.

Más bien por curiosidad quería saber a qué recuerdos se refería y le pedí que me los dijera.

-No quiero estropearte el día con mis nostalgias y mis penas –respondió, pero yo insistí y siguió diciéndome:

-Bueno, te los voy a contar y ya que estás en la mayoría de edad no está de más que los sepas: pues bien, como te dije ayer, quedé embarazada a los diecisiete años y la persona a la que me entregué tenía la edad que tú estás cumpliendo. Nos queríamos muchísimo y eso nos llevó en un momento en que los dos estábamos muy excitados a entregarnos por completo. Estábamos tan extasiados los dos con la unión de nuestros sexos, que no pusimos ningún impedimento para que mi amado desprendiera todo su semen dentro de mí. No esperábamos que todo nuestro desenfreno y pasión de ese día me llevara a quedarme preñada, aunque los dos estuvimos de acuerdo en aceptar ese embarazo. Nos íbamos a casar, pero un fatal accidente de tráfico le causó la muerte y seguía teniendo estos dieciocho años que acabas de cumplir. Así que aunque esta edad permanezca en mi recuerdo, quiero que simplemente  sea eso, un recuerdo, pero que sea para ti sólo un año más de los muchos que te quedan por vivir.

Volvió a abrazarme y esta vez, aprovechando que su cara estaba junto a la mía, mi boca buscó sus labios y se unió a ellos en un trepidante beso. No encontré rechazo, pero se acabó cuando mi lengua quiso introducirse en su boca. Separó su cara de la mía y sonriendo me dijo:

-Eres tan efusivo como tu padre.

-Yo no quiero hacerte recordar a mi padre –respondí-, quiero que veas en mí otro hombre distinto.

-Claro que sí, cariño mío, por supuesto que eres una persona distinta.

Posiblemente mi mente estaba enfermiza por desear a mi propia madre. Sabía que era algo contranatural lo que sentía por ella, pero no lo podía remediar. Esas últimas palabras me animaron para decirle:

-Pues ese hombre distinto quiero ser siempre para ti.

-Siempre serás mi hombre, hijo mío.

Estaba bien que me considerara su hombre, pero no dejaba aparte el vocablo hijo mío, así que añadí:

-No olvido que soy tu hijo, pero te puedo decir que como hombre me atraes tú como mujer.

Lo que dijo a continuación fue una sorpresa que no esperaba.

-Ya sé que algo te debo atraerte, hijo mío, o crees que no me he observado esas miradas hacia mi cuerpo, además de hacerte valer para tu desahogo de algún ropaje que tú sabes.

Vaya, no era ajena a mis desenfrenos y ya que lo sabía, me animé para seguir diciendo:

-Eres mi madre y sé que no es muy normal que un hijo desee a su madre, es por esto por lo que llegué a fantasear que era un hijo adoptado con lo cual no nos unía lazos de sangre y así poder desearte como mujer. Pero aun sabiendo que en verdad eres mi madre biológica, sigo pensando que eres esa mujer que más quiero y con la que me gustaría compartirlo todo.

Se quedó asombrada y estupefacta, aunque no tardó mucho en decirme:

-Me halaga mucho que me quieras, pero esto que piensas es un disparate. Todavía eres muy joven y seguro que encontraras alguna chica a la que llegaras a querer tanto a más que a mí y con la que quieras compartir toda tu vida.

-Tú también eres joven. Te puedo asegurar que en estos últimos meses he tenido relaciones con chicas y con ninguna de ellas me he sentido a gusto. Tú estás por encima de todas y solo deseo estar a tu lado.

Me miró fijamente durante unos momentos para después decirme:

-Mira, Daniel, estos besos que nos hemos dado me han hecho revivir el recuerdo de tu padre, y me parecía que era él quien me besaba, aunque he de decir que me has hecho sentir algo especial, pero como dices, no es normal que haya un deseo carnal entre una madre y un hijo.

El hecho que cambiara el hijo mío por mi nombre y el decir sentir conmigo algo especial, me animó para de nuevo llegar a besarla y fundirme en sus labios, pero todavía faltaba que nuestras lenguas se enlazaran y esto no llegó a producirse al retirar su cara de la mía y decirme:

-Esto es una locura, no podemos seguir besándonos así, soy tu madre y me estás haciendo perder la cabeza.

-Eso significa que algo más ves en mí, aparte de ser tu hijo.

-No sé si debiera decírtelo, pero tu físico, como te he dicho, me recuerda a tu padre y me hace sentir hacia ti un deseo que no debiera tener.

No me gustaba que el recuerdo de mi padre le produjese ese deseo hacia mí, pero de momento servía para tenerla cerca e intentar conseguir que todo su cuerpo me perteneciera. Así que le dije:

-Sea el que sea ese sentir, dejémonos llevar. Además, ¿qué te parece si con ello me haces el regalo de cumpleaños?

Una sonrisa apareció en su rostro y una de sus manos la puso sobre mi barbilla a la vez que decía:

-Ay mi niño, que guapo y persuasivo llega a ser. Esta faceta tuya la desconocía y no sé a qué nos va llevar esto.

Y sí que esto nos llevó a algo más. Un nuevo beso lleno de pasión nos obsequiamos. Algo más busqué mientras nuestros labios permanecían unidos y era lograr acariciar esos soberbios pechos iniciadores de mis acaloramientos. Mis manos se acercaron a ellos y pude palpar y manosearlos, pero el tacto de mis manos no rozaban su piel sino la tela de la bata que los cubría. Una de mis manos pudo rozar la piel de uno de sus pechos al desabrochar alguno de los botones de la bata, pero ahí se acabo esa incursión.

-Ya, hijo mío, no sigas, estamos yendo demasiado lejos.

Una sonrisa me dispensó al separarse de mí y para paliar el haberme dejado contrariado, puso sus dos manos sobre mi cara y me dio un beso en plena boca para después decirme:

-Se me está haciendo tarde y debo marcharme ya al trabajo.

Yo me había quedado estático y mi madre, como si mi manoseo le hubiera sido indiferente, continuó diciendo:

-Supongo que tendrás hoy algún plan para pasar el día con tus amigos, pero si quieres comer en casa te he dejado comida preparada. Lo que si me gustaría es que cenásemos juntos para celebrar tu cumpleaños.

Y ahí me dejó, pasmado. De inmediato salió de la cocina y no tardó en esfumarse de casa. Sí que yo había quedado con unos amigos en vernos, pero maldita la gracia que tenía en esos momentos de salir con ellos. Mi cuerpo estaba por completo excitado y lo único que deseaba era desahogarme y no con una simple paja. Bien podía recurrir a una compañera del viaje de estudios con la que ambos habíamos disfrutado a base de unos buenos tocamientos. No llegamos a follar, pero la puerta la dejó abierta al decirme finalizando el viaje y despedirnos: “espero verte pronto, llámame”.

No esperé mucho tiempo en ponerme en contacto con ella por teléfono. Quedamos en vernos a primera hora de la tarde y para evitar el calor sofocante que se preveía, convenimos en ir a un cine que estuviera bien refrigerado. La película era lo de menos, sería un buen lugar para iniciar nuestros manoseos. Lo único que no me gustaba era quedarme en casa hasta la hora que habíamos acordado. No se apartaba de mi mente la tremenda decepción sufrida al dejarme mi madre, o bien esa mujer que me tenía loco, sin poder lograr lo que tanto deseaba. Al final, decidí verme con mis amigos a mediodía y pasar con ellos cierto tiempo hasta la hora en la que había quedado con la chica.

El encuentro con mis amigos sirvió para despejar mi mente e incluso se prestó la reunión para celebrar mi cumpleaños y tomar en un bar unas tapas más unas raciones que muy bien nos sirvieron de comida. Se acercó la hora concertada con la chica y me despedí de los amigos. No les dije nada sobre esa cita y me inventé un pretexto por el cual no podía seguir con ellos.

Y ahí me encontraba, en el cine sentado junto a esa chica. Por cierto, apenas había espectadores y esto nos facilitó sentarnos dónde creímos conveniente. Las luces se apagaron para dar comienzo la película y la chica de inmediato apoyó su cabeza sobre mi hombro. Yo extendí mi brazo a lo largo de su cuello, quedando mi mano encima de uno de sus pechos. Ya nos habíamos besado al encontrarnos por lo que entre nosotros ya estaba claro cuáles eran nuestras intenciones, esa mano no se quedó estática y comenzó a friccionar su pecho, aunque por encima de la suave vestimenta que lo cubría.

Pero que pasó; ese tocamiento provocó en mí una reacción de repulsa. Esa no era una de las tetas que hacía pocas horas había palpado y ni mucho menos la igualaba. La imagen de esos pechos de mi madre afloró en mi mente. Creía que desfogarme con esa chica serviría para ir borrando de mi memoria esa idea fija, no tan solo el poder acariciar esos turgentes pechos de mi madre, sino también llegar a poder saborear todo su excelso cuerpo.

Algo llegó a notar la chica, ya que al poner una de sus manos sobre mi bragueta y con suavidad bajar la cremallera, no percibió que mi pene se endurecía al friccionarlo por encima del calzoncillo.

-¿Qué te pasa? –me preguntó.

-No me pasa nada –respondí –es que me ha venido a la menoría un recuerdo y no puedo concentrarme. Va a ser mejor que lo dejemos y nos centremos en la película.

-A mí lo que menos me interesa es la película –manifestó –, será mejor marcharme.

Ahí terminó nuestro encuentro. La chica se sintió tan defraudada que se levantó de su asiento y salió disparada del cine. Yo todavía me quedé un buen rato en mi asiento sumido en mis pensamientos y en estos solo estaba la figura de mi madre. Sabía que era anormal ese sentimiento y ese deseo sobre mi madre, pero era algo que me dominaba, solo veía en ella a esa mujer con la que quería unirme para siempre. Algo creía ver en ella que yo no le era indiferente como hombre, y la verdad, bien me podía considerar el que yo fuera un hombre, además, mi desarrollada constitución lo confirmaba. Pero claro, había algo que hacía frenar a mi madre el poder secundar mis propósitos y no solo por ser yo su hijo, ese parecido a mi padre se interponía entre nosotros.

Dejé el cine y caminando, sumido en mis pensamientos, me dirigí a casa. Recordé que mi madre me había dicho el querer cenar conmigo para celebrar mi cumpleaños y se acercaba la hora. Al abrir la puerta de casa me quedé sorprendido al oír unas voces, o más bien gritos que procedían del salón. En fuerte voz oí decir a mi madre:

-¡Vete ya, y no se te ocurra volver nunca por aquí!

Rápidamente me acerqué y vi que la persona a la que iban dirigidas sus palabras era el hombre del que se había separado y que yo había tenido como padre. Se acercaba a mi madre en plan amenazante y no pude por menos que intervenir.

-¿Qué pasa aquí? –pregunté con voz enérgica.

Esa persona que había hecho de padre se giró hacia mí diciendo:

-Tú, chaval, no pintas nada aquí, así que lárgate.

-Me parece que a quien se le ha exigido que se largue es a ti.

-Lo que diga esta zorra me lo paso por los huevos y tú, hijo de esta gran puta, te callas no te vaya a dar dos hostias.

Lo de darme dos hostias ya veríamos, pero el insultar a mi madre y a mí de ese modo, me encolerizó y me dirigí de inmediato hacia él. Le agarré con una mano del cuello de la camisa y le dije:

-Mira, mamarracho, el que va a recibir dos hostias vas a ser tú si no te largas de inmediato y ándate con ojo si se te ocurre volver por aquí.

Quiso darme un manotazo para deshacerse de mí, pero no logró sus propósitos ya que mi otra mano se lo impidió. Era evidente que le superaba en estatura y fortaleza. Esta sirvió para que esa mano atenazando el cuello de su camisa, se alzara hasta su barbilla y hacer que su cabeza se inclinara hacia atrás a la vez que le dije:

-No sé qué intentabas cuando te he visto amenazar a mi madre, pero si llego a ver que simplemente le hubieses llegado a tocarle un solo pelo, te juro que te hubiera machacado aquí mismo, ahora lárgate y como te he dicho antes, ni se te ocurra volver por aquí ni vuelvas a importunarla.

Le solté y le empujé hacia la puerta de la cocina. No dijo una sola palabra y fui detrás de él hasta que puso los pies fuera de casa. Volví al salón y mi  madre seguía allí, pero se había sentado en el sofá y sus manos cubrían su cara, estaba sollozando. Me acerqué a ella y me senté a su lado, la abracé e intenté calmarla. Los dedos de mi mano se desplazaban sobre su cara deshaciendo esas lágrimas que le brotaban hasta conseguir que se sosegara. Ella se calmó, pero en mí ese contacto de mis manos con su suave y dulce cara y apreciar todos sus rasgos, me producía una alteración corporal solo rota al separar ella mis manos de su cara para agarrarlas con fuerza, a la vez que decía:

-Gracia, cariño, eres un sol y no sabes lo que te agradezco el haber expulsado a ese desalmado de casa. Te debo una explicación de porqué estaba en casa y qué quería.

Le contesté que no hacía falta, pero insistió y siguió diciendo:

-Como te dije, no esperaba que viniera ya que quedó claro cuando nos separamos de no volver por aquí, pero su deseo de dinero le hizo regresar. En principio no quise que entrara en el piso, pero empezó a gritar y para no montar un espectáculo en la puerta accedí a que entrase. El hecho de venir era porque se le había acabado el chollo de recibir en su cuenta la paga de mi padre por haber accedido a casarse conmigo. Al saber nuestra separación, dejó de ingresársela. Quería que yo interviniese para que siguiera recibiendo ese dinero y si no dárselo yo. Como puedes imaginar, me negué en redondo y de ahí su desespero. Doy gracias a que apareciste tú, porque no sé de qué hubiera sido capaz. Así, que hijo mío, tú eres mi salvador y mi todo. Pídeme lo que quieras y más hoy que te mereces el mejor regalo que pueda darte por tu cumpleaños.

-¡Esto es lo que quiero! –exclamé.

No me extendí en más palabras porque de inmediato mi boca se posó en sus labios para besarla acaloradamente; siendo correspondido ese beso con total entrega por parte de esa mujer que coincidía el ser mi madre. Esta vez no hubo ningún impedimento para que nuestras lenguas se enlazaran ni tampoco lo hubo cuando mis manos se acercaron a sus pechos y lograron desabrochar los botones de la blusa que los escondían. Fue el sumun. Anhelaba el que mis  manos lograran palpar y acariciar esos soberbios pechos al desnudo desde el día que llegué a verlos. Algo más conseguí. Tras el beso tan apasionado que nos habíamos brindado, mis labios se fueron desplazando a través de su cuello para llegar a sus tersos y suaves pechos, buscando sus pezones completamente erectos que pedían con avidez ser engullidos.

Las manos de mi madre se perdían en mi cabeza agarrando con fuerza mi cabello, a la vez que su cabeza se inclinaba hacia atrás y su boca, aparte de emitir algunos gemidos de placer, balbucearon unas palabras:

-Tómalos, mi vida, hoy son todo tuyos.

Estaba claro que eran míos, pero mi excitación no se conformó con solo poseer esos pechos y enseguida una de mis manos se desplazó por su vestimenta hasta situarse por encima de su zona genital. Un movimiento de sus caderas me hicieron perder ese contacto, más las palabras que salieron de su boca:

-No, Daniel, no sigas por ahí.

-¿Porqué? –pregunté.

-Eres mi salvador y te mereces que fuera toda tuya, pero no olvides que soy tu madre y…

No la dejé seguir, tapé su boca con la mía y me uní a ella en un nuevo beso en el que impuse todo mi ardor hasta dejarla sin aliento.

-Esto es una locura – dijo al reponerse y poder respirar.

-Si locura es desear entregarme a ti por completo, estás en lo cierto. Y si como dices soy tu todo, quisiera que también tú te entregases a mí.

Me miró fijamente durante unos segundos cerrando por completo sus labios como conteniendo las palabras que quería pronunciar, hasta que los abrió para decirme:

-Hijo mío, en verdad siento hacia ti algo distinto, He visto en ti, cuando has salido en mi defensa, a ese hombre que toda mujer desea tener a su lado, pero no dejo de pensar hasta qué punto está bien que nos entreguemos. No dejamos de ser madre e hijo y esto que deseas que hagamos se sale de lo normal. Por si no lo sabes, es cometer incesto.

-Ya sé lo que es incesto, pero no deja de ser solo una palabra y  la  podemos saltar si los dos queremos y deseamos lo mismo.

Volvieron sus ojos a centrarse en mi cara e hizo un movimiento que me sorprendió. Se levantó del sofá y llegué a creer que allí se había acabado nuestra entrega. Pero una vez de pie, tendió su brazo y su mano hacia mí, a la vez que pronunció una escueta palabra:

-Ven.

Nuestro destino fue su habitación. Nos despojamos de nuestro ropaje y allí tendida en la cama pude contemplar toda la belleza de su cuerpo. Maravilloso. Desde la cabeza hasta los pies me pareció deslumbrante. Siempre me había parecido una mujer bella, pero ver todo su cuerpo al completo desnudo, era alucinante. Sí que ese cuerpo tenía más edad que el de las chicas a las cuales había tenido ocasión de poder ver su desnudez, pero no tenía nada que envidiarles, al revés, tenía frente a mí el cuerpo de una mujer con todas sus curvas en perfecta armonía. De hecho, a sus treinta y cinco años todavía era un cuerpo muy joven.

-Tienes un  cuerpo divino –manifesté.

-Hoy es para ti como regalo de cumpleaños –fue su respuesta.

Nos unimos una vez más en un prolongado beso, para después, con suavidad, mis manos y mi boca recorrieron cada poro de ese asombroso y apetecible cuerpo. Lamí con delicadeza los pezones de sus turgentes pechos y notaba como su cuerpo se estremecía ante mis caricias. Era apoteósico el poder saborear, su cara, su cuello, sus tetas, su vientre, hasta que mi boca alcanzó su monte de Venus y allí me detuve unos breves segundo, pero de nuevo oí la voz de esa adorada y deseada mujer que coincidía el ser mi madre:

-¡Sigue, mi amor, sigue…!

Y seguí, por supuesto que seguí recorriendo su zona vulvar hasta alcanzar sus labios vaginales. Allí entro en juego mi lengua para tomar contacto con su clítoris y lamerlo con intensidad. El placer que sentía era descomunal y el de mi madre no le iba a la zaga. El estremecimiento de su cuerpo y el flujo que desprendía su vagina lo atestiguaban. Fue entonces cuando oí esas palabras que ansiaba escuchar:

-¡Ay, Daniel, vida mía, mi amor, tómame…!

Era yo, y no otro, el hombre al que le pedía poseerla. Para nada entraba ese recordar a mi padre y tampoco parecía que entraba en juego el hijo mío.

La tomé, era evidente que deseaba hacerla mía y si alguna parte de mi cuerpo ansiaba en tomar parte y perderse en lo más íntimo de ese cuerpo, era mi dilatado y erecto pene. Sin demora buscó el orificio de esa anhelada vagina y no queriendo ser demasiado impulsivo, fui introduciéndoselo con suavidad. El flujo que impregnaba todo su conducto vaginal ayudó a que mi miembro penetrara por completo. Apoteósico era el haber podido adentrar mi pene hasta el fondo de esa ansiada vagina.

No era yo solo el que gozaba ante esa penetración, las nalgas de mi madre se alzaban como pidiendo que mi miembro se clavara en lo más hondo de sus ser. Era de locura lo que sentíamos, y digo sentíamos porque los dos inundábamos la habitación de jadeos y gemidos hasta que culminamos nuestro gozo con sendos gritos de placer, Al tremendo orgasmo de ella se unió una impetuosa descarga de semen que mi pene ubicó en lo más profundo de su vagina.

Extenuados, sudorosos y con respiraciones profundas, nos extendimos a lo largo de la cama, pero todavía tenía las suficientes fuerzas para volverme hacia esa adorable mujer, aunque seguía siendo mi madre, para volver a besarla y decirle:

-Te quiero con locura y este ha sido el mejor regalo que podías ofrecerme.

Ella sonrió y de su boca salieron estas palabras:

-¡Ay, mi tesoro!, yo también te quiero y además me has ofrecido algo que no esperaba recibir.

Le pregunté qué era lo que no esperaba y esta fue su respuesta:

-¡Cariño, todo tu esperma ha inundado mi vagina!

¿Quería decir que podía quedar embarazada? Ni por un momento pensé en descargar mi semen fuera de su vagina, ni creía que llevando tantos años sin tener descendencia, iba a ser yo quien se la engendrara. No sabía que decirle, pero: ¿qué pasaba si llegara a dejarla embarazada?, no pasaba nada, todavía estaría más unido a ella.

-Sí, te lo he ofrecido todo y admito todas las consecuencias.

Una amplia sonrisa apareció en su cara a la vez que decía:

-Ay mi Daniel, mi hombre, ¿en verdad desearías tener un hijo conmigo?

-¡Yo lo quiero todo de ti!