Sí que era mi madre.

Y ahí estaba, con esa adorable mujer logrando alcanzar mi gran sueño, pero con un gran cambio en la creencia que yo mismo me había creado, era el vínculo que nos unía.

No cabía duda que era joven y aunque suene a pedante el decirlo, en mis dieciocho años recién estrenados, no me habían faltado chicas para poder desfogarme corporalmente, pero ninguna de ellas me hacía olvidar quien era la mujer que en verdad me atraía y con la que suspiraba el podre lograr poseerla.

Y ahí estaba, con esa adorable mujer logrando alcanzar mi gran sueño, pero con un gran cambio en la creencia que yo mismo me había creado, era el vínculo que nos unía.

Pero será mejor remontar a esos años en los que me encontraba en plena efervescencia juvenil y con las hormonas alteradas. Todo comenzó al ver las tetas de mi madre en su completa desnudez. Tenía ganas de orinar y me dirigí al baño, pero antes de llegar a él, estaba la habitación de mis padres y la puerta estaba por completo abierta. No sé porqué, mi vista se dirigió al interior de la habitación y algo percibí que me hizo pararme en seco. Me asombró ver como mi madre, mirándose en el espejo, acariciaba sus pechos con sus manos, aplicándose una crema. Me quedé embelesado, y mi embobamiento se interrumpió en un giro de su mirada hacia la puerta donde yo me encontraba. Quizás se percató de mi presencia, pero al instante desaparecí para seguir adelante hasta adentrarme en el baño.

Esa visión alteró mi organismo y encerrado en el baño, pronto mi pene fue asido por una de mis manos para friccionarlo con celeridad. No por el hecho de que esas tetas fueran las de mi madre, impidió que mi masturbación llegara a completarse con la consiguiente descarga de semen y tembladera de mi cuerpo. Fue una paja soberbia. No era mi primera paja, pero ni por casualidad había tenido presente la figura de mi madre en esos plácidos desahogos íntimos. Mi mente calenturienta se centraba en alguna que otra revista de desnudos que caía en mis manos.

Pero todo cambió, mi madre se convirtió en el objeto de mis deseos. El ver la desnudez de alguna parte de su cuerpo era motivo para recurrir a menear mi pene con tremenda celeridad. Alguna que otra de sus prendas íntimas, rebuscadas en el cesto de la ropa sucia, contribuía a colmar mi excitación. El aspirar sus sostenes y bragas se convertían en todo un rito para culminar mis pajas. Sí que tenía cuidado de que mi semen no llegase a impregnar esas prendas.  No quería que mi madre llegara a saber que era ella el motivo de mis desahogos.

Pero claro, tras la tempestad venía la calma y en mi mente, tras esos portentosos arrebatos, se producía una congoja y un tremendo malestar: ¿cómo era posible que me llegara a desfogar teniendo siempre en el pensamiento el cuerpo de mi madre? Era denigrante y me sentía un ser despreciable. Pero eso me duraba hasta que de nuevo me alteraba al ver la desnudez de alguna zona de su cuerpo y allá que le dedicaba mi correspondiente masturbación.

Así llevé este acaloramiento y esta congoja durante bastante tiempo, hasta que todo cambió tras oír la conversación que tenía mi madre con alguien por teléfono, una de las frases que oí de boca de mi madre fue: “de momento, no tengo porqué decírselo, se lo diré cuando crea necesario”. La conversación terminó cuando mi madre se percató de mi presencia, diciendo: “bueno…, seguiremos hablando en otro momento, hasta otra”.

-Con quién hablabas, mamá, parece que yo os haya  cortado.

-Hablaba con una amiga, pero no nos has cortado, ya nos teníamos todo dicho –manifestó, pero la noté nerviosa al responderme.

El caso que para mí no estaba todo dicho y el percibir ese nerviosismo en mi madre, llegué a la conclusión de que yo no era ajeno a esa charla. Ya tenía diecisiete años y si algo alteraba mi pensamiento no paraba hasta conseguir darle respuesta. Entre las cosas que llegué a pensar, había una que dominaba sobre todas y me centré en esa, para ello debería buscar entre los papeles de mis padres algún documento que acreditara el ser yo su hijo legítimo, pero no lo encontré. Ello me llevó a deducir lo siguiente: esa mujer que tanto me atraía no era mi madre biológica y tampoco el hombre con el que formaba pareja, era mi padre. En lo de que su marido no fuera mi verdadero padre, todavía me cuadraba más, no me parecía en nada a él y nunca me había tratado de forma afectuosa. Se podía decir que nuestra relación no era para nada cordial. Ahora bien, distinto era del trato recibido por esa mujer que tenía como madre, siempre se había volcado hacia mí y no le importaba salir en mi defensa si yo tenía alguna discrepancia o desavenencia con su marido. En conclusión, yo era un hijo adoptado y el que me atrajese esa mujer no me hacía ser un depravado o un pervertido. Ella no era mi verdadera madre.

Se esfumaron todas mis preocupaciones y pesadumbres de ser un degenerado al desear a mi propia madre y por qué no decirlo, aumentó mi apetencia por esa mujer. Como he dicho al inicio, nunca dejaba de estar en mi pensamiento y mi deseo hacía ella se acrecentaba cuando sobaba las tetas de cualquier chica. Deseaba que esos pechos fueran los de esa mujer que tanto me atraía.

Seguía con mis fantasías mentales, pero algo ocurrió que hizo, en principio, desmoronar todas mis pretensiones. Dos noticias recibí de labios de esa, hasta ese momento tan apetecible mujer y una de ellas me dejó paralizado.

Volvía de un viaje organizado para celebrar el final de los estudios de bachiller y la verdad fue una excursión de un mes bastante entretenida, pero ansiaba el volver a casa para que mis ojos contemplasen a la mujer que me tenía por completo hechizado, No era para menos. La seguía comparando con las chicas que había tenido por compañeras en ese viaje y ninguna de ellas le hacía sombra. Y es que fue impresionante volver a verla tan radiante y hermosa como siempre. Dos besos en las mejillas nos obsequiemos como bienvenida y tras el recibimiento, me preguntó que me preparaba para cenar, le respondí que no hacía falta al haber comido algo con los compañeros al despedirnos y solo me urgía tomarme una ducha. El calor que hacía y viniendo sudoroso, me lo pedía a gritos. Dejé las bolsas de viaje en mi habitación y rápidamente me fui al baño.

En el trasiego que tuve por el piso me extrañó, por la hora que era, no ver por casa a la persona que consideraba como mi padre adoptivo, por lo que cuando llegué al salón donde se encontraba tranquilamente leyendo su mujer, pregunté por él. Dejó de leer y esta fue su respuesta:

-Hijo mío, aguardaba que vinieras para decírtelo. No esperes ver a esa persona que tenías como padre, y no tendrás porqué verla más si no quieres. Nos hemos separado y no vendrá más por aquí.

El que se hubiera separado de ese hombre no me llegó a sorprender. Sabía que la relación que tenían entre ellos desde hacía un cierto tiempo no era nada placentera y si quería decir que esa persona que hacía de mi padre en realidad no lo era, tampoco me sorprendía, pero ella. ¿Por qué recalcó la frase con hijo mío si tampoco era su hijo biológico? No tarde en recibir de sus labios la otra noticia que en verdad me causó una verdadera sorpresa. Me pidió que me sentara junto a ella en el sofá del salón y agarrándome ambas manos, comenzó diciendo: «A llegado la hora de que lo sepas todo sobre nosotros…»

Y esto fue lo que añadió y debería saber: «Se había quedado embarazada de mí a los diecisiete años y no pudo contraer matrimonio con mi padre biológico al morir en un accidente de tráfico. Ante la obstinación de su padre y no por propia voluntad, tuvo que acceder a casarse con un empleado del negocio de su padre al que no le importó y deseó desposarse con ella. Para este hombre eran atrayentes la belleza de esa chica así como la retribución que recibiría, por parte de su padre, aunque el hijo que llevaba dentro no fuera suyo. Eso sí, el padre de mi madre exigió que nunca me diría que no era hijo suyo»

Se esfumó ese razonamiento que había fraguado mi mente: acertaba en que ese hombre, al que más bien detestaba, no era mi padre, pero me equivocaba en que esa mujer no era mi madre. Era mi madre con mayúsculas.

Me quedé pasmado y mi cara debía plasmar tal estupefacción, que predispuse a la que ya sin duda era mi madre, el darme un abrazo a la vez que decía:

-Hijo mío, no te preocupes por saber que ese hombre no era tu padre, tampoco hacíais buenas migas. Me tienes a mí que soy tu madre y sabes que siempre me tendrás a tu lado.

A mí no me preocupaba el hecho de que ese hombre no formara parte de mi vida, me turbaba el saber que la mujer de mis deseos era mi propia madre.

Sin salir de mi asombro ante ese abrazo y esos besos que me daba por toda la cara, continuó diciendo:

-Estoy tan alegre y contenta que esto lo tenemos que celebrar, además, en pocas horas cumples los dieciocho años y llega tu mayoría de edad.

Sin esperar a que yo abriera la boca se levantó rápidamente del sofá saliendo del salón y volviendo con una botella de champagne y dos copas. Se sentó de nuevo a mi lado a la vez que me entregaba una de las copas.

Descorchó la botella y parte de la espuma se derramó sobre mí. Una bella sonrisa apareció en su rostro y untando sus dedos en el champagne derramado, los aplicó a mi frente. Al mismo tiempo se acercó a mí dándome un beso en el mismo lugar que había puesto sus dedos mojados. Al separarse, me miró sonriente y exclamó:

-¡Venga, vamos a brindar!

Alzamos las copas y ella pronunció el brindis:

-¡Por nosotros, porque siempre estemos unidos!

Bebimos y como yo seguía sin pronunciar palabra, se puso un poco seria diciéndome:

-Dime en que piensas. No quiero que haya secreto entre nosotros.

¿Qué le decía, que creyendo que no era mi madre era la mujer de mis sueños y la dueña de todas mis fantasías?

-Bueno, –continuo diciendo- no hace falta que me digas nada ahora. Lo que realmente quiero es que estemos muy unidos. Mira, para amenizar el ambiente mientras nos bebemos el champagne, voy a poner un poco de música.

Puso en marcha la minicadena y una serie de melodías iban sonando en el salón al mismo tiempo que íbamos llenando nuestras copas. Ella hablaba y yo la escuchaba ensimismado, hasta que dijo:

-¿Te apetece que bailemos esta melodía?

No me negué y nos pusimos de pie dispuestos a enlazarnos para bailar esa canción melodiosa.

-Eres todo un hombre –me dijo alzando la mirada al mismo tiempo que rodeó mi cuello con sus brazos.

La verdad, aunque ella no era bajita, mi altura la superaba, pero eso no impidió a que nuestros cuerpos estuvieran estrechamente unidos. Mis brazos se apoyaban en su cintura y mis manos se situaron cerca de sus nalgas, pero inmóviles, si no hubiera llegado a oír que ese trasero era el de mi verdadera madre, seguro que no se hubieran quedado estáticas. El ser mi madre frenaba cualquier deseo que tuviera de ella, pero había una parte de mi cuerpo que no entendía de frenos y controles e iba a la suya.  El sentir su aliento sobre mi cuello a la vez que nuestros cuerpos se rozaban al compás de esa música melodiosa, predispuso a mi miembro a empinarse, este no lograba entender que la mujer a la que estaba enlazado era mi madre. No me cabía la menor duda que mi madre tenía que notar esa exaltación de mi pene, pero no por eso se retiró de mí hasta que concluyo esa melodía.

-Vamos a por otra copa, cariño –dijo una vez separada de mí.

Fue a coger la botella y por lo visto no quedaba más champagne.

-Anda, ya no queda, si te parece voy a por otra, que no decaiga esta celebración.

Yo, que no estaba repuesto de esa tremenda erección, creí necesario el poder relajar esa rigidez de mi pene y dije:

-Bueno, tráela si a ti te apetece, yo voy un momento al baño.

Lo que me dijo a continuación me dejó sin habla.

-Ve si lo necesitas, pero si es por haberte excitado no hace falta que vayas, me has hecho sentirme más joven.

Se retiró a la cocina y yo me quedé pasmado e inmóvil en el salón, no podía creerme que esas palabras las pronunciara la que no cabía duda era mi madre. No dio para más mi pensamiento al aparecer con dos nuevas copas y una botella de vino blanco en la mano.

-Creía que tenía otra botella en el frigorífico, pero no ha sido así y a falta de champagne, esta vez brindaremos con vino blanco y este sí que está fresco, ¿te apetece?

Con el champagne que había bebido ya iba bien servido, pero no rechacé el que brindásemos por esas celebraciones. Después del brindis, me dijo a continuación, acompañando sus palabras con  una amplia sonrisa:

-Eres ya todo un hombre y te mereces que te dé un beso como corresponde.

Dejó su copa en la mesita y se acercó a mí extendiendo sus dos manos en mi cara y unir sus labios con los míos. Sus palabras y sus hechos me iban desinhibiendo y me animé a secundar ese beso. Me aferré a él y lo prolongamos hasta que a ella le pareció bien ultimarlo.

-Vaya, si que eres todo un hombre –dijo soplando porque se había quedado sin aliento.

Adiós a mis prejuicios, como hombre quería seguir dejando de lado el ser su hijo, pero no tuve opción de continuar, Las palabras que siguió diciendo me dejaron con las ganas.

-Me parece que estamos los dos algo achispados, vamos a dejarlo por hoy y mañana, que en realidad es tu día, seguiremos con la celebración. Además, estarás cansado del viaje y querrás descansar.

Pudiera ser que la bebida algo hubiera influenciado para animarme a secundar ese beso sin ningún pudor, pero también ella había provocado, con ese continuo roce de su cuerpo mientras bailábamos, el que yo osase prolongar ese beso.

Bueno, tocaba retirarse y ya iba bien servido. Aparte del alcohol ingerido me llevaba el haber recibido esa noticia tan inesperada y el sabor de esos sugerentes y carnosos labios. Antes de retirarnos del salón, acercó su cara a la mía para darme un beso, pero esta vez fue la mejilla quien lo recibió, diciendo al mismo tiempo:

-Que descanses, cariño mío. Eres un sol y me has hecho recordar a tu verdadero padre, te pareces a él muchísimo.

Ahí me dejó, con algo más para llevarme a mi dormitorio. Fue echarme a la cama y todo me daba vueltas y no solo por lo bebido. Eran muchas cosas las que debía digerir, pero la que se llevaba la palma era el no dejar de pensar en la tremenda atracción que seguía ejerciendo sobre mí el cuerpo esa mujer, a pesar de ser mi madre biológica. Además, ese beso tan prolongado con el que nos habíamos obsequiado no era propio entre una madre y un hijo. Me hacía llegar a pensar que bien podía llegar a atraerle como hombre.

Había algo que rompía esta deducción: el oír que me parecía muchísimo a mi padre. Era a él y no a mí al que se había entregado en ese beso tan prolongado. Esto echaba por tierra mi reflexión. Fue el sueño quien puso punto final a todos mis pensamientos.


Si os apetece, podéis seguir y acabar de leer este relato en su segunda parte.