Sí, mi teniente (1)
Aventuras de un teniente durante la guerra en Madrid
sí, mi teniente
Vaya mierda de tabaco, pensé, mientras aplastaba con la bota la colilla apurada hasta el filtro. Si algo echaba de menos tras tres años en el frente era fumar un Marlboro.
Esa noche llovía como si nunca lo hubiera hecho. Ya eran las dos y media de la madrugada, y estaba diluviando desde el mediodía. Yo estaba de pie viendo cómo discurrían los riachuelos que la lluvia formaba por debajo de los muelles de carga de aquella antigua nave industrial. Llevábamos acantonados en aquel polígono en las afueras de Madrid más de seis meses. Era un sitio tranquilo, comparado con otros destinos en los que había estado. No, no era tranquilo, era mortalmente aburrido.
La estridente voz del imaginaria me sacó de mi ensimismamiento. Era uno de los chavales que habían llegado en la última reclutada forzosa, y que por ello aún guardaba las formas. Mi teniente, le llaman del Punto Alfa , me dijo. Punto Alfa es uno de esos rimbombantes nombres que los militares adoran usar para definir al Centro de Comunicaciones. Bueno, el cuartucho donde teníamos instalados los equipos de radio, ordenadores y teléfonos.
Tras volver a maldecir por enésima vez el clima, me abrigué, me puse la capucha y crucé hasta la nave contigua. En el centro de esta, subiendo unas escaleras, llegué a la puerta del Centro de comunicaciones. Pulsé el interfono, restos de una posible oficina anterior, y dije el santo y seña. Otra de esas antiguallas militares aún en uso. Sonó un zumbido y pude abrir la puerta.
El famoso Punto Alfa es una habitación de unos cuatro metros por cinco. El único acceso es la puerta que acababa de cruzar. No tenía ventanas. Se suponía que era uno de los lugares más seguros e inaccesibles de aquel peculiar campamento. Y allí en el centro me encontré con una cara nueva, probablemente otro recluta novato.
A la orden, mi teniente dijo, mientras, sentado, imitaba el saludo militar llevándose la mano a la sien. Hacía ya tiempo que me daba igual que los soldados saludaran y vistieran el uniforme correctamente. Eso lo dejaba para los desfiles. Sin embargo, a los novatos había que exigirles un poco más al principio. Ya tenía la bronca en la punta de la lengua, cuando la frase es un mensaje desde Toledo, urgente , y una sonrisa deslumbrante me hicieron cambiar de opinión.
El mensaje nos informaba de movimiento de tropas hostiles por nuestra zona, cerca del Cerro de los Ángeles. Debíamos mantenernos alerta, aunque sería la aviación quien se encargaría de ellos. Joder, a cualquier mensaje lo calificaban de urgente si venía del Cuartel General. Pero, bueno, así mejor, para lo que quedaba de guerra, cuantos menos muertos de los míos, mejor.
Cuando levanté la vista del papel, la sonrisa que antes de despistó, seguía allí. Y unos ojos azules me miraban con una mezcla de curiosidad y descaro.
Tú eres nuevo, ¿no?, pregunté, con menos autoridad de la que pretendía. Sí, mi teniente, soy el soldado Castells, y me incorporé el lunes pasado . Me quedaban todavía varias horas de guardia hasta que me relevaran y pudiera dormir. No tenía nada mejor que hacer que estar allí. ¿O sería por seguir viendo esa sonrisa? El caso es que empecé una conversación con aquel veinteañero disfrazado de soldado. Por lo que me contó era un experto con los ordenadores, era de Barcelona, y había sobrevivido al ataque nuclear a su ciudad por casualidad, al estar de acampada en Valencia aquel funesto fin de semana.
A cambio de un cigarro, y a pesar del cartelito de Prohibido Fumar, vestigio de la antigua oficina, me ofreció un café. Bueno, sabía a café, no quise preguntar qué era. La conversación se fue haciendo más amigable, en parte por culpa de su eterna sonrisa, y en parte por la visión que ofreció su uniforme ajustado al levantarse para servirme el café.
Creo que en ese momento me cazó observándole en profundidad. Desde que se sentó, el tema de conversación pasó a ser las posibles diversiones en un destino como aquel. Con la capital tomada por guerrilleros y soldados enemigos, no era aconsejable (y no estaba permitido) adentrarse por sus calles. Entre risas me comentó que había logrado bajarse varias películas, conectándose al Internet Libre. Aquello era casi imposible desde la destrucción de la mayoría de las antenas y demás sistemas de comunicación civiles. Sólo se podía acceder a través de los sistemas militares, y de una forma muy censurada.
Enarcó las cejas, sacó su más picara sonrisa, y guiñándome un ojo, dijo está usted ante el rey de los hackers del ejército europeo . Aparte de sentarme de forma que mi erección no deformara demasiado el uniforme, le reté a demostrármelo. Me explicó que sólo por las mañanas podía conectarse, con una retahíla de términos informáticos que me sonaban a chino.
Aquello me hizo pensar que estaba ante otro loco de la informática fanfarrón. Alegué que tenía cosas que hacer y me levanté, con una mano en el bolsillo para intentar cubrir el bulto de mi entrepierna. Lo que sí podrías hacer, es prestarme alguna peli de esas, para pasar la noche... le propuse. La sonrisa se volvió aún más pícara e irresistible. No sé si le gustarán... a ver qué le parece ésta...
De una mochila sacó un CD, lo introdujo en uno de los ordenadores, y giró la pantalla para que pudiera verla. Mi cara debió ser un poema cuando lo que apareció fue un culo muy pálido siendo penetrado por una descomunal polla negra. Este negrazo sí que se lo pasa bien, follándose todas esas putitas , dijo casi en un susurro, que junto con el lenguaje tan soez hizo que mi polla casi estallara.
El cambio en su actitud me sorprendió, pero el colmo fue cuando empezó a tocarse la polla sobre el pantalón. Yo miraba más su mano, de dedos delgados, que el monitor. Pero cuando la secuencia de la película cambió, se pudo ver que el negrazo estaba follándose ¡a un chavalito! Allí tenía su polla bien dura mientras le destrozaba el culo. Volví la cabeza al soldado, que soltó una carcajada.
Vaya sorpresa, ¿eh? Pero mejor así, ¿verdad?, me dijo mientras se tocaba descaradamente la entrepierna. No hay nada como follarse un culito bien cerrado, ¿eh? En ese momento, se bajó la cremallera del pantalón y se sacó la polla, que rebotó contra su estómago al salir. La punta estaba ya húmeda y muy roja. Yo no podía apartar la mirada de aquel delicioso rabo... pero con la poca lucidez que me permitía la escasez de sentido común en mi cerebro, me preguntaba cómo se atrevía a tanto un simple soldado.
La verdad es que hay otra cosa está casi tan bien como follar un culo, y es follar una garganta. Al decir eso, me hizo un gesto con la cabeza indicándome que me acercara. Si quedaba algo de sangre en mi cabeza, se bajó toda a mi entrepierna, y al momento estaba de rodillas ante aquel soldadito, con su polla a escasos centímetros de mi boca.
Y ahora, mi teniente, cambian las tornas: paso a tener el mando. CHÚPAME LA POLLA. No me dio tiempo a reaccionar. Una mano en la nuca me obligó a meter mi cabeza entre sus muslos, y a forzar mi garganta para recibir aquella polla que, de cerca, me parecía aún más grande. Intenté sacármela de la boca, una vez que llegó hasta lo más profundo de mi garganta, para evitar las arcadas. Sólo me dio tiempo a aspirar una bocanada de aire antes de que, sujetándome por el pelo, me volviera a clavar ese pedazo de carne hasta la campanilla.
Al poco de llegar conocí a un veterano como tú, un buen mamón. Y me habló de ti. Creo que os consolabais las noches aburridas en el cuartel. Así que pensé que sería interesante conocerte. Siempre es útil tener un sitio a mano donde meter la polla. Estoy harto de hacerme pajas. A partir de hoy, tienes una nueva obligación. Vendrás a recibir tu ración de leche cada vez que se me ponga dura, ¿entendiste?, me preguntó mientras me daba un golpe tras la oreja. Yo asentí como pude mientras compaginaba hacerle la mejor mamada posible con le necesidad de respirar.
Me soltó la cabeza, y se puso a teclear en el ordenador. Voy a ver la peli, mientras tú te encargas de lo tuyo, ¿ok? , me dijo sin mirarme. Yo, de rodillas entre sus piernas, me dediqué en cuerpo y alma a mamar aquella polla deliciosa, acariciar sus huevos y emborracharme con el olor a sudor adolescente que desprendía su cuerpo.
Durante unos segundos, alcé la vista, y le vi totalmente concentrado en la película. Algunos gemidos coincidían con la mayor dureza de su polla, y yo me esforzaba en aumentar el ritmo de la mamada. La tragué entera, y apretaba con mis labios.
Perdí la noción del tiempo. De repente aquella deliciosa polla se puso realmente dura y gruesa. Apreté sus pelotas con una mano, y con la otra empecé a acariciarle, subiéndola hacia su ombligo. Pude notar unos abdominales muy marcados completamente tensos. Y, sin previo aviso, la boca se me inundó con su tibio semen. Una mano me agarró del pelo dolorosamente, asegurándose de que no pararía de mamar. Tal era la cantidad que me llenaba la boca, que decidí empezar a tragar su leche. ¡Cuánto tiempo sin hacerlo! Su cuerpo se sacudía espasmódicamente, clavándome la polla incluso más dentro de mi garganta de lo que yo imaginara que podría resistir.
Cuando ya no quedó nada en mi boca, su mano me hizo seguir mamando aquella polla que empezaba a perder su fuerza. Volví a levantar la mirada y me encontré con sus ojos azules clavados en los míos, sonriente, y con una pequeña gota de sudor resbalando de su frente. Siempre me ha encantado ver cómo un oficial se encarga de su tropa, dijo antes de soltar una risita de niño travieso.
De un tirón de pelo apartó mi boca de su polla. Mientras yo seguía de rodillas, se levantó y se colocó los pantalones. No ha estado mal... dijo. Seguro que antes de acostarte te pajearás pensando en mi rabo... pero, ¿sabes? Creo que me gustaría verlo. Sácatela, ahí de rodillas, y pajéate . Asumida mi posición ante aquel crío, obedecí. No habría tardado ni un minuto en correrme, pero de pronto sentí que alzaba sus piernas y apoyaba sus botas en mis hombros mientras se encendía uno de mis cigarros. Eso fue demasiado... Era la primera vez que me corría de esa manera tan salvaje, temblando, con mis ojos clavados en él, que me miraba divertido.
Limpia toda esa guarrería y lárgate. Mañana ya te llamaré, o quizás, no. Obedecí e intenté vestirme, aunque mi polla se negaba a bajarse.
Hasta pronto, mi teniente fue su despedida, haciendo hincapié en la penúltima palabra.