Si me dejas arrancarte los ojos (VI)
''[...] Mi soledad me mira como a un extraño y yo, contento, me ato los dedos a las manos. ''
La continuación. Tarde pero aquí está.
Gracias a aquellos que me leen y gracias por sus comentarios aurora la diosa y HombreFX****
La protagonista no es tan callada como lo he plasmado, sólo que colocó los momentos más ''trascendentes'' y en estos casos Elina no dice nada, porque muchas veces no sabe cómo actuar.
*:)*
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Tendríamos que esperar alrededor de una hora esperando la calificación de los jueces.
- ¿Qué te pareció? – decía Manuel alejándome de mis pensamientos.
- ¿Qué? – le respondí sin saber a qué se refería.
- Ella, África – respondía él. – Deja te la presento.
- ¿Presentármela? ¿Para qué? – manifesté, pero él comenzó a caminar hacia el escenario, supongo, buscándola.
Yo no tenía intenciones de conocerla. Sí, en un principio su sola voz llamó mi interés fuertemente, pero ¿ahora? ¿Para qué?
Me quedé ahí mismo donde me dejó Manuel. Esa mujer era muy buena en lo que hacía. Una vez más contemplaba la posibilidad de perder y mi profesor no me ayudaba en nada.
Vi regresar a Manuel sin nadie y con una sonrisa en el rostro, una gran sonrisa.
- ¿Por qué la sonrisita? – le dije cuando llegó hasta mí.
- La chica te odia – anunciaba él sin dejar la misma mueca.
- ¿Ah, sí? – contesté soltando una minúscula carcajada.
- Sí, dice que eres una petulante. Que no tiene la mínima intención de conocerte.
- ¿Petulante? – hablé riendo, no podía evitarlo - ¿Qué es eso?
- Engreída, insolente, vanidosa…
Fue inevitable no reír, no me era posible. Manuel sólo mantenía la sonrisa del principio, tenía que mantener la compostura siendo un profesor. Aunque últimamente nos habíamos tomado cierta confianza. Él me permitió tutearlo y abandonó la severidad que lo caracterizaba.
- ¿Por qué o para qué lo dice? Digo, creo que no había necesidad – le respondí a Manuel calmándome.
- No sé, ¿por qué no se lo preguntas a ella?
- Eh, no. Sinceramente no me interesa, – le dije ya totalmente tranquila - es más, ni siquiera sé quién sea. Y su actitud me parece de lo más infantil.
- ¿Eso crees? – cuestionó.
- Por supuesto. ¿Lo dudas? Si tú fuiste quien habló con ella.
No respondió nada, sólo levanto los hombros. Comenzamos a caminar en dirección a los jueces. Nos sentamos en las sillas de la primera fila. No ubicaba bien a todos los participantes, ni tampoco es que tuviera intención de hacerlo. Me concentré en observar a los jueces, me gustó hacerlo.
- Elina, te presento a el profesor Ricardo – decía Manuel captando mi atención –, y a su alumna África.
No supe en qué momento Manuel se había colocado al lado de estas dos personas. No me quedó de otra que ponerme de pie y saludar.
- Un gusto profesor – le dije al profesor Ricardo extendiéndole la mano.
- El gusto es mío, Elina – me dijo tomando mi mano y sonriéndome.
- Hola, Asia – saludé a la chica. También le extendí la mano.
- África – dijo secamente ella sin tomar mi saludo.
- ¿Qué? – le respondí.
- Que me llamo África, no Asia.
- Está bien – contesté volteando hacia Manuel -. Manuel, ¿cuánto falta para la entrega de resultados?
- Ya falta poco, ¿por qué?
- Iré a dar una vuelta – dije –. Con permiso profesor Ricardo.
- Hasta luego - escuché decir.
Me alejé de las personas y encendí un cigarrillo. Aún me causaba cierta gracia que la tal África me haya dicho petulante, si en mi vida la había visto. Lo que me provocó un poco más fue la inmutabilidad que conservo su rostro al llamarla por otro nombre. Pensaba en eso cuando escuché timbrar mi teléfono, era Alonso.
- ¿Hola? – dije al tomar la llamada.
- Amor, ¿cómo estás? – decía Alonso alegremente.
- Estoy bien, ¿tú cómo estás?
- Igual bien, estoy entre clases y llamaba para ver cómo te fue – le escuchaba decir del otro lado de la bocina.
- Me fue bien, gracias. De hecho en poco ya sabemos los resultados… Platicamos mañana cuando te vea.
- ¡No, espera! ¿Te puedo ver hoy por la tarde? – Preguntó Alonso. – Ya tiene más de una semana que no nos vemos…
- ¿Hoy? Cariño, hoy no puedo. – Le respondí lo más amablemente que me fue posible –. Ya quedé con Jamel en salir.
- Está bien, hasta mañana, o hasta cuando me quieras ver –finalizó la llamada.
Yo entendía que Alonso se molestara, es cierto, yo no le dedicaba tiempo suficiente y más aún, a él le molestaba que yo estuviera tanto con Jamel a solas.
Ya habían pasado más de quince minutos entre pensamientos, la llamada y el cigarrillo que no duró más de cinco. Ingresé de nuevo y mientras caminaba escuché mi nombre, era Manuel quien decía mi nombre repetidamente para captar mi atención.
- ¿Qué sucede? – le pregunté cuando se paró frente a mí.
- ¿Dónde estabas? Ya dieron los resultados – dijo.
- ¿Y bien, quién ganó? – pregunté con una inquietud que detestaba.
- La alumna del profesor Ricardo – respondió complicadamente.
- ¡No puede ser! – exclamé y al instante me llené de enojo y frustración.
- No sabes cómo me siento yo – habló Manuel tratando de compartir mi sentimiento.
- Ya puedo salir de aquí, ¿no? – cuestioné.
- Sí, ya no hay más qué hacer.
- Bien, te veo mañana Manuel.
- Cuídate, adiós.
Me sentía tan molesta conmigo misma, quería descargar mi coraje con algo, con alguien. Caminaba tratando de tranquilizarme interiormente, seguro que si dentro de unas horas pensaba de nuevo en este asunto el coraje de ahora, las emociones de ahora ya se habrían apaciguado y pensaría con más claridad.
Por la tarde vi a Jamel en un bar, el ambiente estaba muy tranquilo, supongo que por ser lunes y, literalmente, temprano. Ya me encontraba un poco más relajada por los hechos de la mañana. Antes de entrar al bar le comenté a Jamel que esta vez había perdido y me abrazó. Yo también lo abracé.
Hablamos de muchas cosas, de las cosas que no habíamos tenido oportunidad por la presión de las clases en estas últimas semanas. Así dieron las once de la noche y decidimos irnos a nuestras casas.
Transcurrieron los días hasta llegar al viernes; el viernes que me encontré una de mil veces con África.
Al salir el viernes de mi última clase Alonso me esperaba fuera del salón de clases, me acerqué a saludarlo y cuando lo iba a besar se alejó un poco diciendo que quería, antes de todo, ofrecerme una disculpa por la llamada del lunes. Que él comprendía que Jamel fuera mi mejor amigo y que también sabía que disfrutaba de la compañía de mi amigo, inclusive, más que de la suya. Me mencionó su dolor por mi indiferencia en nuestra relación, y todavía más que yo no lo haya buscado en el transcurso de estos días. Le ofrecí una disculpa por mi falta de atención en nosotros como pareja pero que yo no tenía suficientes razones para buscarlo consecutivamente y por eso no lo hacía. Pero que yo lo quería y en ese querer estaba estar con él en esta parte de mi vida. Le tomé la mano y le di un pequeño beso en los labios. Él, supongo, que me entendió. Comenzamos a caminar hacia la cafetería por algo de beber y la vi caminando delante de mí. África caminaba a unos pasos de mí, la reconocí por el castaño claro de su cabello, casi rubio. No evité recorrerle el cuerpo con la mirada, ni mucho menos evité pensar en lo buena que estaba y en lo insolente que me pareció. Traté de recordar si realmente nunca antes la había visto y no. La perdí de vista cuando Alonso y yo ingresamos a la cafetería, pero África ya estaba dentro: se encontraba de pie en una mesa con varias personas, la vi tomar asiento, la vi encender un cigarrillo y ella ni por descuido miraba a su alrededor. Comenzó a platicar mientras yo permanecí observándola en su inadvertencia.
- Elina, ¿a quién miras? – Escuché preguntar a Alonso.
- A nadie – respondí volteando a verlo –. Ven, vamos a comprar algo de beber.
Y compré una botella de agua. Fuimos al lugar donde estaban todos, por todos me refiero a Jamel, Cristina, al estúpido de su novio, Alejandro, etc., etc., etc. Ahí nos juntábamos más de veinte personas. Le llaman Las rocas.
Por ser viernes estaban organizando adónde ir; querían ir a un bar y después a la fiesta de un compañero de Jamel. Nos quedaríamos toda la noche allá. Y así fue.
Transcurrió una semana más, otro viernes. Volví a verla. En esta ocasión yo ya me encontraba dentro de la cafetería, estaba conversando con Cristina, ella me hablaba de las pinturas de Schiele. Por reflejo volteé hacia la entrada y vi a África entrando en compañía de no sé cuántas personas. La miré unos segundos y continué hablando con Cristina. De reojo la vi pasar por mi lado y colocarse frente a mí. Ahora la podía observar a mi disposición. Sentí, vagamente, que lo hizo para que yo la observara. Y de nuevo le miré el trasero.
A los minutos Cristina y yo salimos de ahí encaminándonos hacia Las rocas. Al llegar platicaban de la fiesta del viernes pasado y se reían. Jamel me hizo señas de que nos alejáramos un poco de ellos, le hice caso y nos sentamos en una roca que estaba a unos cinco metros de donde estaban ellos.
- ¿Ya viste a Cristina? – preguntó Jamel.
- Obvio no. ¿Por qué habría de verla si está detrás de nosotros? – respondí burlonamente.
- ¡No! – Dijo Jamel riendo y soltándome un ligero golpe en el hombro. –Hoy se ve demasiado sensual con esa ropa que trae.
- No quiero hablar de ella, Jamel.
- ¿Por qué? ¿Me lo vas a negar? Si hoy vamos a la fiesta de mi hermana posiblemente me la dé.
- ¿Te la vas a dar? – Me reí. - ¿Cómo le piensas hacer? Dime, porque si es así de fácil yo ya habría disfrutado de ella. Dime – qué pendejo era.
- Oh, vamos Elina, ¿no lo has notado? – Cuestionó –. La manera en que me abraza y me habla al oído. ¡Me tira indirectas!
- Yo también te abrazo y te hablo al oído, estúpido – dije –, y no por eso te estoy dando indirectas.
- Porque tú eres mi amiga, estúpida – habló imitándome –. Y lo que pasamos en mi casa hace meses fue pasajero, cosa del momento.
- Y por qué mencionas lo que pasó en tu casa, es-tú-pi-do – le respondí.
- Lo que sea. Yo sé que son indirectas y punto.
- ¡Bien! Si tantas ganas le tienes ve y tíratela. Hasta donde yo sé no le importa meterse con alguien más aparte de su novio, ¡vamos, hazlo! Y como si a ti te importara meterte con las mismas personas con las que yo he estado. – Le respondí molesta y harta las situaciones con Cristina.
- ¿Y por qué ahora me lo dices? Tú me aseguraste que no te molestó que yo me hubiera acostado con ellas – dijo Jamel con un creciente fastidio. – Y tú no has tenido nada con Cristina. No digas idioteces.
- Haz lo que quieras con ella, ya no importa – manifesté ásperamente –. Además yo ya le perdí el afán hace tiempo, sólo continuamos con esta amistad por otro tipo de intereses.
- No sé qué decirte…
Ya no respondí nada, me dejó sin ganas.
Jamel era la persona a la que le contaba lo que realmente llegaba a sentir por alguna persona, él me conocía así como yo a él. Sabía que no le importaría tener sexo con Cristina sabiendo que yo la había amado.
Hace un tiempo le hice algo parecido a lo que ahora mismo contemplaba. Nos gustaba la misma chica, ésta se llamaba Ali (no sé si era su nombre completo o el diminutivo). Yo la conocí porque iba en la clase de un amigo. Nos comenzamos a tratar y todo nos llevó a besarnos en un callejón en la noche. Le hice sexo oral y unas pocas cosas más que no se pueden hacer fácilmente por el lugar en el que nos encontrábamos, y porque estábamos de pie. Después Jamel la conoció y me dijo que era muy guapa, que quería que se la presentara. Le mentí diciéndole que Ali ya salía con alguien. Yo sabía que aún faltaban más cosas que pasar con ella y no quería que Jamel interviniera. Y por más cosas me refiero a tenerla en un sitio totalmente para mí. Así pasó, tuvimos sexo en la cama de sus padres algún día que me invitó a su casa. Después ya no pasó más, yo inicié mi relación con Alonso y dejé de saber de ella. A los días de lo sucedido con Ali le comenté a Jamel lo que pasó con ella, así como también la mentira. Él dijo: << ¡Eres una zorra! >> Le respondí pero en seguida sólo nos reíamos de la situación. He de decir que no me reí cuando Jamel llegó unas semanas después diciéndome que se había acostado con Ali en una fiesta por no sé dónde. Me enojé y se lo demostré, después de todo sí dolía un poco. Discutí con él y Jamel sólo se reía y decía que eso nos unía más.