Si me dejas arrancarte los ojos (V)

''[...]dónde puedo vivir sin recordarte, y dónde recordar, sin que me duela. ''

La conversación fluía fácilmente, y así pasaron dos semanas. Semanas en las que intentábamos conversar a menudo. No nos informábamos de qué hacía una con su vida, sólo temas de interés mutuo. Yo no necesitaba nada más. Por las tardes practicaba para el concurso. Frecuentemente recordaba lejanamente la voz de aquella chica… No recuerdo cómo se llama o cómo se hace llamar. Una cosa es segura, es que ella volvería participar y yo no quería volver a sentir esa inseguridad total de perder. Me tenía que enfocar fielmente en prepararme.

Ayer me encontré con una escena detestable: Cristina sobre las piernas de Fran siendo penetrada. Los dos totalmente desnudos, manteniendo la misma posición por largos minutos.

Me quedé mirándolos desde la entrada de la habitación. Qué descaro el de ellos dos, alguien más puede llegar en cualquier momento y ni siquiera cierran la puerta.

Cristina siempre me habló de lo bien dotado que era su novio. De lo mucho que le gustaba el delgado cuerpo de Fran. A mí verlo desnudo me provocó repulsión. Será porque aunque él hasta cierto punto me sea agradable, lo detesto.

Había ido a la casa de Cristina porque me comentó que tenía un libro de Cortázar, el libro que yo había buscado en bibliotecas, librerías y nada más no lo encontraba. Me dijo que el fin de semana podría ir a su casa para dármelo. Y bien, ahora me encontraba parada ahí porque su papá me dejó subir diciéndome que Cristina estaba en su cuarto con Fran, y yo realmente quería ese libro.

Los dos mantenían los ojos cerrados, suspiraban, cuánta repugnancia sentí. Cristina abrió un poco los ojos volteando ligeramente hacia la entrada, alejó a Fran con sus brazos y él reaccionó inmediatamente, asimismo me vio y se separaron. Quisiera decir cómo pasó todo… pero no me es grato. Me entregó el libro que es Bestiario, me despedí y salí del cuarto.

Al bajar a la sala el papá de Cristina estaba despreocupadamente viendo la TV, le comenté que ya me iba, me dijo amablemente adiós, le dije adiós y salí finalmente de ahí. Caminé por las calles hasta tomar el transporte. Llegué a mi casa por la tarde, era un domingo. Me recosté en mi cama  con intenciones de comenzar con el primer cuento del libro.

No me logré concentrar y dejé el libro a un lado de mí recordando aquella vez que besé a Cristina. No podría decir que fue un beso, sólo un simple rose.

Esa noche habíamos salido Cristina, Fran, Jamel y yo a una fiesta. Llegamos sobre las diez de la noche al lugar. Era un lugar amplio, estaba tocando una banda (los organizadores del evento) un género que no recuerdo. Estaban las luces apagadas, sólo nos vislumbrábamos por aquellas luces de colores que hay en las fiestas, antros, discotecas, etcétera. Encontramos un lugar sin tanta gente y en donde podíamos ver bien a los tipos del grupo. Llevábamos cerveza y cigarrillos. He de mencionar que este momento fue hace ya unos cuantos meses, cuando estaba enamorada de ella. Después de la media noche Cristina me pidió que la acompañara al sanitario, fuimos. Íbamos más que felices, rebosantes de felicidad y tomadas de la mano. Regresamos riendo, no recuerdo de qué, sólo en mi mente están nuestras risas, carcajadas, sonrisas y más aún nuestros dedos entrelazados. Al llegar con Jamel y Fran, ellos se encontraban sentados sobre el suelo conversando. Ellos nunca habían sido amigos, sólo se saludaban por mera cortesía. Cristina y yo nos quedamos de pie viendo mejor al grupo. En esos momentos me parecía una mujer tremendamente hermosa. Estaba preciosa con su pelo suelto y esa playera sin mangas que dejaba al aire libre la piel de sus brazos. Bebió de la cerveza y deslizó su mano sobre su cabello, acomodándoselo. Ya no sé con qué más describir la belleza de Cristina en ese instante. Simplemente sabía que me tenía a sus pies.

-        Eres hermosa Cristina – esas palabras se manifestaron en mí con una sonrisa.

-        ¡Ya bésame! – Me respondió con una hermosa sonrisa después de verme por detenidos segundos.

No lo pensé, no quise pensar, la tomé de un hombro y me acerqué a ella y la besé. Un segundo la besé.

Me alejé y miramos automáticamente hacia donde se encontraban Jamel y Fran. Seguían en lo suyo. Nos abrazamos y seguimos de pie bebiendo cerveza.

Recordando claramente este asunto, había olvidado completamente que ella fue la que me pidió ese beso. Ni mucho menos recordaba que después de eso nos hablábamos al oído, por no decir en la boca. Nos provocábamos levemente.

A las tres de la mañana abandonamos la fiesta. La casa más cercana era la de Jamel y nos fuimos hacia allá. Él vivía solo. Al llegar nos situamos en la sala y encendieron el televisor. Yo estaba cansada y ya quería dormir.

-        Jamel, ya tengo sueño – le dije.

-        ¿Quieres subir a mi habitación? – me respondió.

-        Sí, por favor.

-        Vamos entonces, te acompaño.

-        Si quieres yo voy con ella Jamel, así bajo algo para cubrirme, tengo frío – intervino Cristina.

-        Sí, está bien. En mi habitación toma lo que quieras para taparte.

-        Gracias. – Respondió ella y nos pusimos de pie. Yo caminaba delante de ella.

Antes de comenzar a subir las escaleras Cristina me abrazó por detrás. Pasó sus brazos por debajo de mis hombros cruzándolos por mis pechos, reteniéndome. Recargó su cabeza sobre mi espalda y así nos quedamos unos segundos. Yo quería corresponder a su contacto y por la posición en que me encontraba no podía hacer mucho. Sólo tenía los brazos libres. Mis manos se encontraban a la altura de sus piernas, con la palma de mi mano derecha tomé la pierna de Cristina. La sujeté con un poco de fuerza y ascendí hacia su parte más secreta. Subí presionando. Al llegar a sus  muslos me detuve, me detuve en la línea que marca el borde de la vagina. No hice más. Después de unos segundos más me soltó y continuamos en dirección a la habitación de Jamel.

Supongo que Cristina también olvidó que ella fue la que me pidió el beso, la que lo quiso. De otra manera no me habría encarado preguntado por qué la besé aquella noche. Ni mucho menos sé la razón de que hasta hace poco haya sacado el tema. Después de que sucedió yo creí que no había necesidad de hablar de eso, el momento fue bueno y ya. Por supuesto que yo estaba feliz de que hubiera sucedido.

Y ahora estaba esto, los había visto teniendo sexo. No me importaba, Cristina es muy bella en todo su físico. Pero verlos, no sé, fue muy desagradable.

Al otro día vi a Cristina en la facultad, todo sobrevino normal. Ella como si nada y bueno, qué más da, yo tampoco vi necesario comentar lo que aconteció en su casa. Un poeta dice que el sexo forma parte de la vida. No lo dice textualmente así pero es sencillamente cierto. El poeta es Mario Benedetti.

Transcurrían los días normalmente, yo seguía con Alonso y estábamos bien. Él siempre me gustó, nunca me atrajo sexualmente por lo que no éramos sexualmente activos. Y por otra parte Alonso me respetaba, sí, pero como todos ocasionalmente me besaba con mucha intensidad, pero sé que siempre hay momentos para todo y él a veces parecía olvidarlo. Lo quería, obviamente lo quería, porque antes de iniciar nuestra relación fuimos amigos. Pero yo tenía totalmente claro que solamente estaba con Alonso porque quería desaparecer esa curiosidad por él.

Llegó el día del concurso de oratoria. Era lunes por la mañana, la brizna en el aire se sentía suavemente fría, pero los rayos que comenzaban a asomarse hacían del día uno con muy buen clima.

El concurso se llevaría a cabo al aire libre en un salón de eventos. En esta ocasión seríamos cuatro de mi misma facultad. Mi profesor de Literatura, Manuel, me dijo que se contaba con otros cuatro concursantes de la Facultad de Teatro y en total sumábamos ocho participantes. Los temas a tratar eran múltiples, se contaba con poesía en verso libre, poesía en prosa y poema. Contábamos con cuatro jueces y un público de no más veinte personas. Me senté junto con el público a esperar mi turno, era la antepenúltima. El primero comenzó con Antonio Machado, el segundo con Carlos Pellicer, el tercero con Octavio Paz… Hasta mi turno, ya habían transcurrido más de dos horas. Me presenté y comencé.

-        ‘’Me arrancaré, mujer, el imposible

amor de melancolía plegaria,

y aunque se quede el alma solitaria

huirá la fe de mi pasión risible. ‘’

Es de una de las primeras poesías de Ramón López Velarde, A un imposible.

-        ‘’Iré muy lejos de tu vista grata

y morirás sin mi cariño tierno,

como en las noches del helado invierno

se extingue la llorosa serenata. ‘’

-         ‘’Entonces, al caer desfallecido

con el fardo de todos mis pesares,

guardaré los marchitos azahares

entre los pliegues del nupcial vestido. ‘’

Y finalicé, las personas me aplaudieron esplendorosamente, como en el último concurso, incluso con más emoción.

Al terminar mi presentación me acerqué a Manuel quien me felicitaba y me engrandecía. Pero por ahí dicen que hay que tener desdén para el elogio. Manuel y yo nos alejamos un poco del escenario para conversar a gusto. Platicábamos tan contentos que no reparamos en que ya el último concursante estaba arriba del escenario. Era una mujer, pero desde mi posición no lograba ver de quién se trataba. De lejos no me parecía en lo absoluto conocida. Más bien me parecía totalmente desconocida. Esta mujer captó mi atención con lo que recitaba, no sabía de quién se trataba el poema. No me sonaba.

-        Dime por favor donde no estás

en qué lugar puedo no ser tu ausencia

dónde puedo vivir sin recordarte,

y dónde recordar, sin que me duela.

Dime por favor en que vació,

no está tu sombra llenando los centros;

dónde mi soledad es ella misma,

y no el sentir que tú te encuentras lejos.

Dime por favor por qué camino,

podré yo caminar, sin ser tu huella;

dónde podré correr no por buscarte,

y dónde descansar de mi tristeza.

Dime por favor cuál es la noche,

que no tiene el color de tu mirada;

cuál es el sol, que tiene luz tan solo,

y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor dónde hay un mar,

que no susurre a mis oídos tus palabras.

Dime por favor en qué rincón,

nadie podrá ver mi tristeza;

dime cuál es el hueco de mi almohada,

que no tiene apoyada tu cabeza.

Dime por favor cuál es la noche,

en que vendrás, para velar tu sueño;

que no puedo vivir, porque te extraño;

y que no puedo morir, porque te quiero.

Al finalizar me quedé sumergida en su voz, en su tonalidad, en lo poco que veía de aquella persona. No quería perder movimiento del cuerpo que se encontraba sobre el escenario. Ya creía saber quién era aquella mujer.

-        ¿Quién es ella Manuel? – pregunté a mi profesor.

-        ¿Ella? – señaló al escenario y yo asentí. – Es África, está en la misma facultad, ¿nunca la has visto entre clases o en el campus?

-        No, me parece que no.

-        Sí, va un año más abajo que tú. Es el tercer concurso de oratoria en el que participa.

-        ¿También estuvo en el concurso pasado, no? – pregunté de nuevo.

-        Así es.

Sí, se trataba de la misma chica, de la que no quise ver ‘’por no perder el encanto’’.

Descendió del escenario aún con imperiosos palmoteos. Yo no aplaudí, no sabría decir cómo me sentí.

Tendríamos que esperar alrededor de una hora esperando la calificación de los jueces.

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Muchas gracias aurora la diosa que me has seguido. Y en cuanto a lo que se queda callada, es que a veces no hay gran cosa que decir y es mejor no decir nada (:

Y disculpen la demora