Si me dejas arrancarte los ojos (III)

Entren para leer mis explicaciones y claro, para leer el relato. Muchas gracias.

Buenas noches, buenos días, buenas tardes.

He de decir que perdí la contraseña del usuario anterior, por lo que éste es un nuevo usuario y les dejo los links de los dos relatos anteriores ya publicados para aquellos que me han leído, que son pocos, pero escribo para esos pocos. Gracias.

Primero: http://www.todorelatos.com/relato/101417/

Segundo: http://www.todorelatos.com/relato/101578/

Les ofrezco una gran y enorme disculpa, sé que he tardado y no sólo eso, también sé que escribo poco cada vez que publico. Trato de poner la mayor calidad de mis palabras, espero me sepan entender (:

Repito, lean, por favor léanme. Y claro, comenten.

Gracias por las palabras que me dedican, yo desearía dedicarles exclusivamente unas a cada autor sólo que no soy de muchas palabras de agradecimiento: angeles2875 , Lililunita , aurora la diosa , Lomb69 , HombreFX**

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Te debí tocar, debí tocar tu cuerpo cuando pasábamos las noches juntas. Te debí besar cuando pareciera que tú me lo permitirías y no sólo aquella vez. Me tenías a tus pies, me tenías de tus manos. Tus labios, tu cuerpo y tu bello rostro sin sumar tu inteligencia me tenían rendida ante ti.

Pensaba aún recargada en el tronco de aquel árbol.

Me coloqué poco a poco de pie y comencé a alejarme a paso lento de aquel árbol para adentrarme a la inmensidad de libros que guarda la biblioteca.

Tenía el cuerpo totalmente adormecido y un terrible dolor en la columna cervical.

Caminé entre el pasillo marcado por las mesas largas de madera y sillas poco cómodas para pasar sentado ahí más de tres horas seguidas. Continué andando hasta que en la mesa final del pasillo veo al profesor de Literatura con sus anteojos de armazón negro, miraba minuciosamente unas hojas que por detrás estaban llenas de líneas casi unidas y divididas en párrafos negros.

-      Profesor, buenos días.

-      Buenos días – pronunció reacomodándose los anteojos sin dejar de detallar cada palabra escrita en esas hojas.

-      Vengo por lo del concurso Árbol de Tule.

Me miró, se quitó los lentes y se frotó suavemente con el contorno de las manos los parpados, se volvió a colocar las gafas y me miró de nuevo.

-      Oratoria – complementé.

-      Sí, obviamente – habló intentando sonar amable.

Miraba su barba de más de tres días, la ropa de ayer en el concurso, las líneas que descendían de sus ojos para trazar sus ojeras. Se notaba cansado y no decía nada más.

-      ¿Ajá…? – dije después de unos segundos perturbadores para mí, no para él, creo.

-      Te fuiste del auditorio antes de concluir – me decía tranquilamente, aunque las palabras eran de reproche su voz no lo manifestaba -; tu obligación como participante y como parte del equipo era permanecer en las instalaciones hasta la entrega de resultados.

-      El equipo sólo somos usted y yo – intenté aclarar.

-      A eso me refiero – afirmó y volvió a detallar las hojas que tenía entre sus dedos.

-      ¿Quién ganó? – pregunté, quería saber aunque era probable, muy probable que hubiera perdido.

-      Ganaste, por cinco puntos ganaste – y vaya, por fin me miró –. Ahora por favor retírate que tengo trabajo por hacer. Nos vemos después.

-      ¡Oh! ¡Gracias! –y sonreí ampliamente.

Me sentí realmente bien con esa noticia, aun mis labios dejaban ver mis alegres dientes, no sabía qué hacer, así que dejé de irrumpir más la concentración del profesor y preferí salir. Advertí la clara molestia del profesor y era entendible su enfado, en los cinco concursos de oratoria que hemos trabajado juntos él siempre cumple asiduamente con lo relacionado a dichos concursos.

Miré el reloj analógico en la salida de la biblioteca, faltaban diez minutos para la siguiente clase y me dirigí hacia allá. Al llegar vi que en el salón no había más de seis personas, me senté casi frente a la pizarra, dejé mi portafolios sobre el escritorio y recargué mis codos en la orilla de éste. Me encontraba verdaderamente bien. Volteé al umbral del salón y ahí estaba ella, Cristina, besándole la boca a su novio, o él a ella, no sé. Había olvidado que esta clase la tomamos juntas. Por desdicha tenía una buena vista hacia ellos. Veía cómo él intentaba meter su lengua en la boca de Cristina, ésta sonreía y cerraba los dientes para que su lengua no hurgara en su boca, él sonreía aún más y volvía a intentar con la punta de su lengua penetrar una barrera que en aquellos momentos eran los dientes de Cristina. Jugaban y a mí me arruinaban.

El profesor ingresó pasando por el lado de Cristina y compañeros detrás de él.

Se despidieron con un rápido beso en los labios y yo miré de nuevo a la pizarra, o lo que se veía de ella, la silueta de mis compañeros ocupaba ese espacio. Ella al entrar no me volteó a ver, o no sé, ya no quise saber más de esta opaca realidad.

‘’ ¿En qué momento me vas a permitir sentirme bien?’’, pensé.

Transcurría el tiempo junto con el reloj, buscaba constantemente las manecillas en la muñeca izquierda del profesor mientras él hablaba o hacía ademanes con las manos, aún más cuando escribía. Me sentí tan miserable, no, miserable no, infeliz, me sentí incalculablemente infeliz cuando el profesor dio indicaciones del trabajo que ya tendríamos que tener hecho, dijo: <. >>  Las indicaciones eran simples, realmente sencillas: cinco mil palabras en el trabajo escrito, presentar la exposición en más de veinte diapositivas. Finalizó: <>

Cristina y yo éramos equipo.

No pensaba acercarme a Cristina después de lo que ha pasado por la mañana. Esperé a que la mayoría saliera del salón, entonces, me puse de pie y me dirigí a la salida que hace horas fue la entrada. Caminaba y escuché mi nombre, era Cristina, me recordó a la escena de la mañana cuando tomó dos de mis dedos. Sólo que esta vez giré la cara sobre mi hombro y la vi a un paso de mí, me di la vuelta, mas, no estaba a un paso estaba a dos.

-      ¿Sí?

-      ¿Qué hacemos con el trabajo? Necesitamos terminarlo – sus palabras eran secas. No había nada en su voz, nada.

-      Veámonos – contesté y le miré las pupilas.

-      Mañana en mi casa después de la última clase – no preguntó. Ella miraba… No sé qué miraba.

-      Sí – dije queriendo afirmar y no hubo más, me miró un segundo y pasó por mi lado saliendo por la puerta.

No me era nada sencillo soportar esta situación.

Salí del salón un momento después del de Cristina, al pasar por la puerta se me dificultó un poco caminar libremente, la escuela estaba llena. Me disgustan las personas en masa, las multitudes, los gritos, más aún, caminar y escuchar conversaciones que al oído de cualquiera son sencillamente absurdas, incluso deben serlo para los que hablan, sólo que no se escuchan y no lo saben. Cuánto me detesto por las veces que soy más absurda e incoherente que las voces de aquellas personas.

Con paso apresurado caminaba en dirección a la salida de la escuela, el sol me provocaba cierta insolación y lo único en lo que pensaba era en llegar a mi casa. Sólo eso quería, tranquilidad. ¿Tranquilidad? Nada de eso.

-      Hola cielo.

-      Hola Alonso – le besé ligeramente en los labios.

-      ¿Cómo estás? ¿Ganaste? – me preguntó con esa sonrisa que siempre me gustó y su voz siempre tan amable.

-      Bien gracias y sí, he ganado – no tenía deseos de hablar, no tenía deseos de nada.

-      Ya veo… ¿Y cuál es la razón de ese tono en tu voz? – me miraba seriamente.

-      Sólo no me siento bien.

-      ¿Te duele algo?

-      No, ¿por qué preguntas tanto? Ya déjame – le respondí ya harta, en ese momento no estaba para preguntas innecesarias.

-      Me preocupo por ti, no tienes que hablarme así – ahora no sólo su mirada era seria, también su tono.

Él tenía razón.

-      Sí, discúlpame – le dije y tomé su cabello negro entre mis dedos – no era mi intención tratarte así.

No dijo nada y me besó. Me besaba delicadamente los labios. Me separé y me volvió a besar, siempre delicadamente. Alguna vez tuve una discusión con Alonso, él me besó utilizando su lengua con todo el morbo posible mientras nos encontrábamos en una asamblea de la Contracultura en América Central. En fin, discutimos. Aclaré que no me gustaba que me besara de esa manera en lugares que eran de tipo educativo y porque no era el momento. Él me supo entender.

-      Alonso, ya me tengo que ir – separándome de sus labios y soltado su cabello.

-      Está bien, te llevo a la salida – me sonrió y le sonreí.

Me dejó en la parada del transporte público, le di las gracias, nos besamos una vez más y se fue.

Al llegar a mi casa no había nadie, subí a mi habitación y me tiré en la cama. Cerré mis ojos y en la oscuridad de mis parpados pensaba siempre y una vez más en Cristina. Cristina y sus labios, Cristina y sus manos, Cristina y sus pechos, Cristina y su fina cintura. Cristina y su cuerpo salpicado de lunares, lunares claros, tan claros que incluso me parecen delicados y que son como las noches rebosantes de estrellas en diciembre haciendo el contraste perfecto con su piel blanca. Aunque lo he creído y, ciertamente, lo he pensado: Cristina ya no me parece hermosa, sé que lo sigue siendo pero ya no me lo parece y que probablemente, sólo si acaso, sea ese deseo por su cuerpo, sus labios y sus dedos de los que nunca me logré satisfacer.

Desperté a eso de las nueve de la noche, el hambre me despertó, me costó unos minutos tomar total conciencia de que tenía que comer algo, pensé unos minutos más en si continuar durmiendo o cenar algo. Decidí cenar algo, estos días mi alimentación no había sido muy buena así que bajé a la cocina.

-      Buenas noches hija – me dijo mi madre al verme entrar por la cocina.

-      Buenas noches mamá… Eh, tengo hambre – me tomé la panza y le sonreí.

-      Sí, era de suponerse – se acercó a mí y me besó la frente –  dame unos minutos y te preparo algo de fruta picada o ¿prefieres algo más?

-      No, fruta está bien. Gracias mamá.

Esperaba sentada en una silla del comedor, dejé caer mis brazos a mis costados y mi espalda al respaldo de la silla. Cerré mis ojos y sonreí: había ganado, creí que perdería, en verdad lo sentí así. Ahora esto era lo único en mi vida que provocaba felicidad y de cierta manera tranquilidad.

A los minutos llegó mi mamá con un plato de fruta y un vaso de leche, se sentó a mi lado, le comenté que gané y ella se alegró.

Llegó el día siguiente y con ello la salida con Cristina. Al finalizar las clases fui donde mis amigos, al llegar ya estaba ella, reía con los demás. Saludé y fuimos a su casa. Al llegar no había nadie, comenzamos con el trabajo, ella con el trabajo escrito y yo con las diapositivas, no hablamos ni en el camino hacia su casa ni mientras realizábamos el proyecto, no era incomodo ni mucho menos tenso. Desde su ventana se comenzaba a notar la oscuridad del cielo, ya comenzaba a anochecer.

-      ¿Aún te falta mucho? – preguntó Cristina, su voz me sonó ajena y la razón, creo que la razón era que no hablábamos hace horas. Era extraño, porque hay veces en las que no tenemos comunicación por más de 2 ó 3 días. Quizá era el cansancio.

-      Sí, bastante – suspiré.

-      Descansemos unos minutos y piensas en si te vas o te quedas a dormir, ya es algo noche.

-      ¿Qué hora es? – quise saber.

-      Fíjate en la pantalla – no le dio importancia a mi pregunta y yo me sentí estúpida.

-      Eh, sí… Casi son las nueve.

-      Entonces, ¿te quedas o te vas?

-      Yo creo que me quedo, ya es algo noche y mi casa no queda nada cerca – dije.

-      Está bien – no dijo más y salió de la habitación a lo que serían las escaleras.

Antes de seguir detrás de ella le mandé un mensaje a mi madre avisándole que no llegaría a casa a dormir, le expliqué las razones y no hubo mayor inconveniente. Salí de la habitación y descendí las escaleras, Cristina estaba sentada en el sillón medio de la sala, con un envase de jugo de naranja, dos vasos y un paquete de galletas.

-      Lo siento, mis padres salieron de urgencia y no me dejaron nada más que esto – dijo señalando el jugo y las galletas.

-      No importa – realmente no me importaba –, gracias.

Ya había oscurecido totalmente.

Me senté a su lado y tomé una galleta, la luz de la sala estaba apagada, sólo nos iluminaba la luz que salía de la puerta entreabierta del estudio de la casa, era una luz tenue.

-      ¿Quieres jugo? – preguntó interrumpiendo mis pensamientos.

-      Eh, sí, por favor…

Tomamos jugo con galletas por largos segundos que se convertían en minutos; nadie decía nada, es que no había nada que decir. Yo pensaba en ayer, en hoy, en ahora…, en antier.

Sentí un movimiento a mi lado que me hizo voltear, vi que Cristina subía sus piernas sobre la almohadilla del sillón, dobló las rodillas para tomar sus piernas con sus brazos, recargó la barbilla en las rodillas y me miró. Yo también la miré.

-      ¿Qué sucede? – pregunté.

-      No te entiendo, no sabes cómo quisiera entenderte pero no dices nada – decía con sus parpados un poco cerrados, no notaba bien qué había en sus ojos –. Dime, necesito que me expliques tus razones.

-      No hablemos más de esto, por favor.

-      No, dime.

-      Son muchas – dije evadiendo su rostro.

No dijo más y yo la volví a mirar, ahora tenía los ojos cerrados. Me coloqué en la misma posición que ella, me acerqué más y pequé nuestras rodillas; me abracé a sus piernas y recargué mi frente en mis rodillas. Le susurré: <> Y creo que lo hizo porque separó sus piernas para dejarme entrar totalmente en ella. Aún con las piernas flexionadas las plantas de mis pies quedaron a la altura de sus caderas y los suyos a la altura de las mías. No sé si nos miramos, en ese momento ya no sabía nada. Mis brazos pasaron por sus costados para unirse en su espalda, pegué lentamente mi boca a la punta de su nariz y me quedé ahí unos segundos. La quería, la deseaba, deseaba su aliento en mi boca, su aliento en mis oídos, sus manos sobre mi cuerpo, sus suspiros, mis dedos sobre sus labios, sobre su cuello, sobre sus senos, me deseaba a mí dentro de ella.

Quería hacerle el amor con la boca.