Si me dejas arrancarte los ojos (I, II, III y IV)

Una enorme disculpa, acá están los capítulos todos juntos :) Gracias.

SI ME DEJAS ARRANCARTE LOS OJOS

I

  • ''Si me dejas arrancarte los ojos, amor mío, me harías feliz.

Quisiera quemarte el corazón, sellarte la memoria.

No quiero que me ames. Quiero dejarte la boca para que me hables y para que me beses. Y todo lo demás de tu cuerpo, que es delicioso. ‘‘

Recitaba frente a un público de veinte personas, me sentía segura de mí, no tenía ninguna duda: ganaría.

Terminé y me aplaudieron con ganas. Pasé a sentarme con el público mientras esperábamos el último recital de una tal África, así la presentaron. Me encontraba cansada y exhausta, cerré los ojos mientras esperábamos… Me relajé en la espera. Y escuché una voz que me fascinó, me dejó encantada, ‘’abrir los ojos sería perder el encanto’’ pensaba.

  • ‘’Me gusta cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca. ’’

Y sí, no abrí los ojos en ese lapso.

  • ‘’… Eres como la noche, callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. ’’

¡Qué voz! Un tanto grave, seductora.

  • ‘’… Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto. ‘’

Dio por finalizado; me quedé con los ojos cerrados, sentada y sin hacer nada, pensando en la belleza de su voz, de su entonación, en su vocalización, la manera en cómo utiliza las pausas, su métrica… ¡Todo! ¿Aún he de ganar? Dudaba de mi triunfo, dudaba de mi voz. El público aplaudió con más ganas.

Abrí los ojos y observé a mi alrededor, ya todos estaban de pie, algunos me miraban, quizá pensaron que dormía o quizá no pensaron nada.

Me levanté y me encaminé a la puerta de salida. Ya los resultados los sabré de cualquier manera.

Sólo quería dormir; realmente no me importaba asistir a clases, pensé que lo mejor sería ir a descansar y ya mañana asistir normalmente. No pensaba nada, dejé de pensar en esa voz un tanto grave que me fascinó, mi mente estaba apagada, sólo pensaba en llegar a casa y recostarme.

Y así lo hice. Dormí todo lo que restaba de la tarde y toda la noche.

A la mañana siguiente desperté, tenía que llegar a mi primera clase, temprano. Ya tenía una advertencia en aquella clase: una falta más y estaba dada de baja. Me bañé, me cambié… En fin, lo que la mayoría de nosotros hacemos antes de salir a algún sitio.

Tomé el transporte público y al bajar sentí un gruñido en el estómago, no había comido nada desde ayer.

Pasé a la cafetería de la escuela y me compré un sándwich, pensé que el pan lo sentiría seco por lo que también me compré un agua. Y desayuné tranquilamente sentada en algún área verde (jardín) de la escuela, terminé de comer y aún tenía quince minutos antes de mi primera clase por lo que me encaminé a donde se juntan unos cuantos amigos, entre ellos Cristina, vaya… Cristina, era mi mejor amiga.

Tan difícil me es hablar de ella, de lo mucho que en algún momento me hizo sentir al mirarla, cuando me miraba con amor, sí, creo que me miraba con amor. Ya la he besado, sólo toqué sus labios ligeramente, sutilmente.

Me parecía tan hermosa, sé que sigue siendo hermosa, pero ya no me lo parece; creo que por ella dejé de ser cariñosa, no es que ella me hiciera algo, simplemente acabó con todo lo que sentía, con sus palabras, con su comportamiento, en unas ocasiones frío, distante, en otras ocasiones tan cariñosa. Comportamientos que de cierta manera me hacían sentirme más atraída, yo diría me enamoraba más con sus diferentes cambios; pero bien, todo termina en un momento y su momento y el mío ya terminó.

Caminaba con calma, ya de lejos lograba divisar a Cristina, platicaba con Jamel y otros cuantos amigos, decían algo y soltaban la carcajada, ‘’se deben estar divirtiendo’’ pensaba y con ese pensamiento me llegó un recuerdo, una conversación en la que por primera vez aceptaba que estaba estúpidamente enamorada de Cristina y digo estúpidamente porque no sabía estar sin ella, porque me dolía hasta el alma saber que dormiría con él, que la besaría con sus labios secos, que esos labios le rasparían la piel, que la tocaría sin ninguna delicadeza. Sabía que Cristina me gustaba, pero, ¿enamorada? Sí, lo terminé de entender aquella vez que hablé con Jamel.

  • Me duele cuando me habla de él, ¿sabes? De su novio, detesto hablar de él. Detesto que ella me diga que lo ama, que me repita que lo ama. Cristina sabe que no me gusta hablar de él, sé que lo sabe, porque le he dicho que no se bese delante de mí porque no me gusta y, no creo que sea tan estúpida para no darse un poco de cuenta de lo que me hace sentir – le decía a Jamel, mientras, estábamos sentados en el suelo viendo a la gente pasar, estábamos en la escuela, donde nos reunimos mis amigos y yo.

  • Debe serlo, mira, viene con él caminando hacia acá.

  • Sí…

No sabía qué hacer, a veces logro controlar perfectamente mis emociones, sólo a veces y ésta fue una de esas. Yo le hablo al novio de Cristina y es una lástima para mí que el tipo me agrade. Al verlos venir nos pusimos de pie y nos quitábamos con las palmas de las manos el polvo que seguro se pegó a nuestra ropa.

  • Hola – dijeron los dos al unísono y tomados de la mano.

  • Se ve que tuvieron una gran noche, ya les viste la cara – me dijo Jamel al oído con un cierto tono de broma y de ironía en la voz, era cierto, los dos tenían una enorme sonrisa en la cara. Me provocó una sonrisa la broma de Jamel y le solté un codazo.

  • Hola – les di un beso a cada uno en la mejilla - ¿Cómo están?

  • Bien, gracias – me contestó el novio de Cristina, ya sin ninguna sonrisa, más que nada serio,  supongo que pensó que nos burlábamos de él, o mejor aún de los dos.

  • Hola – ahora saludó Jamel.

  • ¿Cómo están? – preguntó casi por costumbre Cristina.

  • Igual bien, gracias – contesté por mi parte y la de Jamel.

Quedamos en silencio, de alguna manera incómodo y como era de suponerse la conversación no duró para más; ellos dos se sentaron en un par de rocas que es donde se juntan mis amigos, entre ellos, claro, Cristina. Se besaban, él le acariciaba la cara con dos de sus dedos, ella le sonreía para luego verse a los ojos, se quedaban mirando a los ojos con tanto a amor. Me sentí fatal.

Busqué a Jamel detrás de mí y se encontraba platicando con los demás; tiré de su mano y lo abracé, sólo lo abracé, no necesitaba nada más. Él me entendía.

  • Ella me mira así, me mira como lo mira a él Jamel – le decía mientras lo abrazaba por la cintura, él es alto; si yo me considero alta, él todavía más.

Dejé de recordar porque ya me encontraba frente a mis amigos, saludé a uno por uno con un beso en la mejilla, Cristina estaba entre ellos, también le saludé.

  • ¿Qué tal ayer? ¿Ganaste? – me preguntaba Alejandro, uno más del conjunto de amigos.

  • ¿Sí? ¿Ganaste? – Me preguntaron los demás.

Cristina no decía nada, sólo me miraba, me miraba sin nada en la mirada. Estas últimas semanas ya no hay nada bien entre nosotras, nos perdimos en algún lugar del camino; ya no hablamos, ya no hacemos nada más que saludarnos. Ya no tenemos nada.

  • Ah, no sé. No quiero saber – dije mirando a Cristina sin disimulo, me molestaba que no me prestara ni un mínimo de atención. Se puso de pie y se fue a saludar a no sé quién.

  • ¿Por qué? – volvió a preguntar Alejandro, los demás me miraban.

''Curiosos'', pensaba.

  • Me fui de ahí antes de que dieran los resultados, pero... Creo que esta vez no ganaré – me costó decirlo, siempre ganaba.

Me descontrolaba saber que alguien me podría ganar, no sabía quién era África, ni mucho menos había escuchado su voz antes.

  • Bueno, los veo después, tengo que ir a clase y creo que ustedes también – dije con una pequeña sonrisa y me retiré antes que preguntaran más.

SI ME DEJAS ARRANCARTE LOS OJOS

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- Bueno, los veo después, tengo que ir a clase y creo que ustedes también – dije con una pequeña sonrisa y me retiré antes que preguntaran más.

No es que esperara que Cristina me hablara, hace tanto que no hablamos que he dejado de esperar algo de ella; pero por Dios, que se dé cuenta que su indiferencia aún me duele, quizá, sólo quizá podría ser la costumbre que hace que este tenue dolor siga presente.

Con este pensamiento me dirigía a mi clase. Entré y me coloqué en los últimos lugares del salón. Ingresó unos minutos después de mí la profesora e impartió la clase sin ninguna novedad para los ahí presentes. Yo pensaba, pensaba en Cristina, en sus labios, en su mirada, en sus manos, sus manos que no me gustaban más que sus labios, pero no me dejaban de gustar sus dedos, sus delgados y largos dedos. Muchas de las veces que nos sosteníamos de las manos y las entrecruzábamos pensaba: ‘’Tus dedos encajan perfectamente en el espacio de los míos’’. Y mis palabras se ahogaban en mí, no salían. En seguida pensé de nuevo en sus labios. He llegado a creer que siempre, aún no sé qué tanto implique siempre , pero siempre ansiaré sus labios y su cuerpo. Sus labios rosados y ligeramente gruesos, lo preciso para haberme hecho desearlos profundamente.

De nuevo, esa confusión en mis palabras. Antes me he aferrado a la idea de que ya no siento nada por Cristina, entonces, me sucede: de nuevo pienso en ella.

Advertí que finalizó la clase por los molestos ruidos de los escritorios y sillas raspando el piso, sin olvidar que ya todos hablaban. Guardé mis cosas y me coloqué de pie – Hasta luego profesora, buenos días –, me despedí a lo que la profesora me respondió con una sonrisa. Se la devolví y salí.

Caminaba a mi siguiente clase, dudaba en si entrar o no. No había leído el texto que el profesor nos dejó para dentro de unos minutos.

Di unos cuantos pasos más, no más de cinco cuando escuché mi nombre, no quise voltear, conocía bien esa voz. Caminé un poco más y me tomó delicadamente por dos de mis dedos, el índice y el medio de la mano derecha.

-        ¿Qué quieres? – articulé sin voltear, esperando que escuchara mi no tan audible voz entre otras tantas que hacían un tumulto de voces.

-        Hay que hablar– apretó mis dos dedos que tenía entre sus delicadas manos.

Me giré frente a ella, aún me sostenía por los dedos.

-        Supongo – y entrecrucé nuestros dedos.

-        Bien… - dijo ella con una sonrisa.

De nuevo allí estaba ella para frente a mí, mirándome con esos ojos llenos de amor, con esos ojos que desbordaban amor.

Le devolví la sonrisa y ella no apartaba la mirada de mí.

-        Ya no me mires -  dije.

-        ¿Bien…? – repitió ella y se soltó de mí.

No sabía qué decir. Tengo que decir: ‘’Sí, hablemos’’. O quizá: ‘’Vamos a otro lugar a hablar’’. O ‘’ ¿De qué quieres hablar?’’. O ‘’ ¿Para qué?’’ o tal vez un: ‘’Me lastimas, déjame’’.

-        ¿Qué tanto piensas? Piensas mucho – me decía Cristina –. Quieres que hablemos ¿sí o no? – Ya no me miraba, tenía la mirada en mis manos.

-        Ya te dije, sí – respondí - ¿Ahora?

-        Claro.

No tuvimos la necesidad de decir más, ella pasó por mi lado, supuse que tendría que ir detrás de ella y así fue. Llegamos a las afueras de la biblioteca, hay un parque con árboles frondosos que comparten su sombra; estudiantes y demás van a relajarse un poco en ese parque.

-        Bien, aquí no hay tantas personas, hablemos – dijo Cristina sentándose debajo de un árbol que nos cubría del sol que comenzaba a inundar el día. Me senté al lado de ella, las dos recargamos ligeramente los músculos de la espalda en el cuerpo del árbol.

-        Sí… – como ya lo dije, no sabía qué decir o mejor aún no sabía si tenía que decir algo.

Ese >>Sí<< fue la última palabra que se escuchó entre nosotras. Supuse que ella también buscaba las palabras necesarias para comenzar esto. Perdí mi mirada en el cielo, veía las nubes que por momentos cubrían los rayos del sol y por supuesto esa gran estrella que es el Sol. Trataba de comprender en qué curso se movían las nubes, me parecía que el viento las guiaba hacia el sur. Pero, mientras más trataba de comprender el movimiento del viento en las nubes dejaba de creer que se dirigían al sur para pensar que ahora iban al sureste, ¿o quizá al este?

-        Estos días he leído a Julio Eutiquio, ¿sabes de él? – pregunté y la miré.

El tratar de comprender al viento, las nubes y la dirección que deciden tomar me fastidió. Aunque ese fastidio mío era más que nada por no tener las palabras necesarias para decirle todo lo que me provocaba estar con ella. Cristina no me respondió nada, noté que también miraba el cielo, por no más de un segundo pensé que ella también se interrogaba por el sentido de las nubes y el viento, pero no. Tenía la mirada perdida al vacío.

-        Te he hablado – dije.

-        Sí, sí he leído algo de él… En el País de la Lluvia – me respondía después de unos segundos, aún no me volteaba a ver, no apartaba la mirada de ese cielo azul, con una voz que pareciera que se hablara para sí misma.

‘’ ¿Cuánta indiferencia puede haber en una persona?’’, pensé, una vez más.

-         Ya me voy – dije poniendo las palmas en el piso y flexionando mis piernas para ponerme de pie.

-        Eres inmadura, ¿sabías? Tan inteligente e inmadura, pero sobre todo ególatra – y por fin me miró, no me alcancé a poner de pie, me quedé en esa posición mirando mis rodillas.

-        ¿Qué dices? – pregunté, intentando relajar mi cuerpo.

-        Eso, me molesta tu actitud.

-        ¿Cuál actitud? Yo no tengo ninguna actitud – hasta ese momento seguía buscando algo en mis rodillas, no buscaba nada, lo sabía, pero mi mirada seguía ahí.

-        ¡Ya! – dijo ella, un tanto alterada.

-        ¿Ya qué? – respondí mirándola.

No he de negar que se me soltó la risa al escuchar su palabra de desesperación.

-        ¡Di algo! – se notaba su grácil enfado al hablar – ¡Y compórtate seria, por favor!

-        ¿Dónde dejaste tu apacibilidad de hace unos momentos? – le comenté.

-        ¿Qué te pasa? Dime, ¿eh? ¿Qué te pasa? – me decía, sus ojos me decían su molestia – Ahora no dices nada o lo que dices no… no quiere decir nada, dices cosas sin importancia, tal parece que me has dejado de lado.

-        ¡Es que qué quieres que te diga, dime por favor! – nos voltearon a ver unas cuantas personas por lo que bajé suavemente la voz – Que yo no sé qué tengo que decir – finalicé.

Nos sumergimos en el silencio. Después, proseguí.

-        ¿Te has dado cuenta la manera en qué me miras? Tú ya no me miras, o si es que me miras   lo haces sin ninguna delicadeza… Sin nada, ¿me entiendes? – ella me miraba y yo a ella – Ya no tenemos nada Cristina. Ya no hay nada que nos una.

-        No, espera. Espera, ¿qué estás diciendo? – me decía desconcertada.

-        Eso, que creo que lo mejor es que dejemos esta amistad, que ya no sabría si llamarla amistad. Ya no estamos bien Cristina, ya no me interesas.

-        ¿Y qué quieres hacer? – preguntó.

-        Ya no hablarnos.

No me respondió, tampoco esperaba que lo hiciera. Se colocó de pie dándome la espalda para luego darse la vuelta y mirarme.

-        Entonces, aquella noche ¿por qué me besaste?

-        Sólo toqué tus labios – intenté evadir.

-        Es lo mismo – dijo ella –, dime.

-        No hay nada – intenté decir, se me dificultó un poco la voz.

-        No esperaba mucho de ti, pero tampoco tan poco – me decía mirándome. ¿Desprecio? Sí, creo que eso tenía en aquel momento en su mirada. Y se fue.

¿Qué esperabas que te dijera Cristina? ¿Qué me dolía hasta el alma verte con él? ¿Qué todo lo hacía por ti y tú por él? Vamos, ¿qué querías? Dime, dime ahora que ya no estás.

Cómo decirte que ya no te quiero, que ya no te quiero por él. Por la manera en que caminan de la mano, por la manera en que te apresuras a llegar a él cuando vas a mi lado, por cómo lo miras. Y tal parecía que tú no veías la tristeza reflejada en mis ojos, en las líneas de mi rostro y en mis manos sueltas. Cómo hacerte entender cómo me sentía al mirarlos besándose, sonriéndose, hablándose. Entiende, aunque no te lo pueda decir.

Te debí tocar, debí tocar tu cuerpo cuando pasábamos las noches juntas. Te debí besar cuando pareciera que tú me lo permitirías y no sólo aquella vez. Me tenías a tus pies, me tenías de tus manos. Tus labios, tu cuerpo y tu bello rostro sin sumar tu inteligencia me tenían rendida ante ti.

Pensaba aún recargada en el tronco de aquel árbol.

SI ME DEJAS ARRANCARTE LOS OJOS

III

Te debí tocar, debí tocar tu cuerpo cuando pasábamos las noches juntas. Te debí besar cuando pareciera que tú me lo permitirías y no sólo aquella vez. Me tenías a tus pies, me tenías de tus manos. Tus labios, tu cuerpo y tu bello rostro sin sumar tu inteligencia me tenían rendida ante ti.

Pensaba aún recargada en el tronco de aquel árbol.

Me coloqué poco a poco de pie y comencé a alejarme a paso lento de aquel árbol para adentrarme a la inmensidad de libros que guarda la biblioteca.

Tenía el cuerpo totalmente adormecido y un terrible dolor en la columna cervical.

Caminé entre el pasillo marcado por las mesas largas de madera y sillas poco cómodas para pasar sentado ahí más de tres horas seguidas. Continué andando hasta que en la mesa final del pasillo veo al profesor de Literatura con sus anteojos de armazón negro, miraba minuciosamente unas hojas que por detrás estaban llenas de líneas casi unidas y divididas en párrafos negros.

-      Profesor, buenos días.

-      Buenos días – pronunció reacomodándose los anteojos sin dejar de detallar cada palabra escrita en esas hojas.

-      Vengo por lo del concurso Árbol de Tule.

Me miró, se quitó los lentes y se frotó suavemente con el contorno de las manos los parpados, se volvió a colocar las gafas y me miró de nuevo.

-      Oratoria – complementé.

-      Sí, obviamente – habló intentando sonar amable.

Miraba su barba de más de tres días, la ropa de ayer en el concurso, las líneas que descendían de sus ojos para trazar sus ojeras. Se notaba cansado y no decía nada más.

-      ¿Ajá…? – dije después de unos segundos perturbadores para mí, no para él, creo.

-      Te fuiste del auditorio antes de concluir – me decía tranquilamente, aunque las palabras eran de reproche su voz no lo manifestaba -; tu obligación como participante y como parte del equipo era permanecer en las instalaciones hasta la entrega de resultados.

-      El equipo sólo somos usted y yo – intenté aclarar.

-      A eso me refiero – afirmó y volvió a detallar las hojas que tenía entre sus dedos.

-      ¿Quién ganó? – pregunté, quería saber aunque era probable, muy probable que hubiera perdido.

-      Ganaste, por cinco puntos ganaste – y vaya, por fin me miró –. Ahora por favor retírate que tengo trabajo por hacer. Nos vemos después.

-      ¡Oh! ¡Gracias! –y sonreí ampliamente.

Me sentí realmente bien con esa noticia, aun mis labios dejaban ver mis alegres dientes, no sabía qué hacer, así que dejé de irrumpir más la concentración del profesor y preferí salir. Advertí la clara molestia del profesor y era entendible su enfado, en los cinco concursos de oratoria que hemos trabajado juntos él siempre cumple asiduamente con lo relacionado a dichos concursos.

Miré el reloj analógico en la salida de la biblioteca, faltaban diez minutos para la siguiente clase y me dirigí hacia allá. Al llegar vi que en el salón no había más de seis personas, me senté casi frente a la pizarra, dejé mi portafolios sobre el escritorio y recargué mis codos en la orilla de éste. Me encontraba verdaderamente bien. Volteé al umbral del salón y ahí estaba ella, Cristina, besándole la boca a su novio, o él a ella, no sé. Había olvidado que esta clase la tomamos juntas. Por desdicha tenía una buena vista hacia ellos. Veía cómo él intentaba meter su lengua en la boca de Cristina, ésta sonreía y cerraba los dientes para que su lengua no hurgara en su boca, él sonreía aún más y volvía a intentar con la punta de su lengua penetrar una barrera que en aquellos momentos eran los dientes de Cristina. Jugaban y a mí me arruinaban.

El profesor ingresó pasando por el lado de Cristina y compañeros detrás de él.

Se despidieron con un rápido beso en los labios y yo miré de nuevo a la pizarra, o lo que se veía de ella, la silueta de mis compañeros ocupaba ese espacio. Ella al entrar no me volteó a ver, o no sé, ya no quise saber más de esta opaca realidad.

‘’ ¿En qué momento me vas a permitir sentirme bien?’’, pensé.

Transcurría el tiempo junto con el reloj, buscaba constantemente las manecillas en la muñeca izquierda del profesor mientras él hablaba o hacía ademanes con las manos, aún más cuando escribía. Me sentí tan miserable, no, miserable no, infeliz, me sentí incalculablemente infeliz cuando el profesor dio indicaciones del trabajo que ya tendríamos que tener hecho, dijo: <. >>  Las indicaciones eran simples, realmente sencillas: cinco mil palabras en el trabajo escrito, presentar la exposición en más de veinte diapositivas. Finalizó: <>

Cristina y yo éramos equipo.

No pensaba acercarme a Cristina después de lo que ha pasado por la mañana. Esperé a que la mayoría saliera del salón, entonces, me puse de pie y me dirigí a la salida que hace horas fue la entrada. Caminaba y escuché mi nombre, era Cristina, me recordó a la escena de la mañana cuando tomó dos de mis dedos. Sólo que esta vez giré la cara sobre mi hombro y la vi a un paso de mí, me di la vuelta, mas, no estaba a un paso estaba a dos.

-      ¿Sí?

-      ¿Qué hacemos con el trabajo? Necesitamos terminarlo – sus palabras eran secas. No había nada en su voz, nada.

-      Veámonos – contesté y le miré las pupilas.

-      Mañana en mi casa después de la última clase – no preguntó. Ella miraba… No sé qué miraba.

-      Sí – dije queriendo afirmar y no hubo más, me miró un segundo y pasó por mi lado saliendo por la puerta.

No me era nada sencillo soportar esta situación.

Salí del salón un momento después del de Cristina, al pasar por la puerta se me dificultó un poco caminar libremente, la escuela estaba llena. Me disgustan las personas en masa, las multitudes, los gritos, más aún, caminar y escuchar conversaciones que al oído de cualquiera son sencillamente absurdas, incluso deben serlo para los que hablan, sólo que no se escuchan y no lo saben. Cuánto me detesto por las veces que soy más absurda e incoherente que las voces de aquellas personas.

Con paso apresurado caminaba en dirección a la salida de la escuela, el sol me provocaba cierta insolación y lo único en lo que pensaba era en llegar a mi casa. Sólo eso quería, tranquilidad. ¿Tranquilidad? Nada de eso.

-      Hola cielo.

-      Hola Alonso – le besé ligeramente en los labios.

-      ¿Cómo estás? ¿Ganaste? – me preguntó con esa sonrisa que siempre me gustó y su voz siempre tan amable.

-      Bien gracias y sí, he ganado – no tenía deseos de hablar, no tenía deseos de nada.

-      Ya veo… ¿Y cuál es la razón de ese tono en tu voz? – me miraba seriamente.

-      Sólo no me siento bien.

-      ¿Te duele algo?

-      No, ¿por qué preguntas tanto? Ya déjame – le respondí ya harta, en ese momento no estaba para preguntas innecesarias.

-      Me preocupo por ti, no tienes que hablarme así – ahora no sólo su mirada era seria, también su tono.

Él tenía razón.

-      Sí, discúlpame – le dije y tomé su cabello negro entre mis dedos – no era mi intención tratarte así.

No dijo nada y me besó. Me besaba delicadamente los labios. Me separé y me volvió a besar, siempre delicadamente. Alguna vez tuve una discusión con Alonso, él me besó utilizando su lengua con todo el morbo posible mientras nos encontrábamos en una asamblea de la Contracultura en América Central. En fin, discutimos. Aclaré que no me gustaba que me besara de esa manera en lugares que eran de tipo educativo y porque no era el momento. Él me supo entender.

-      Alonso, ya me tengo que ir – separándome de sus labios y soltado su cabello.

-      Está bien, te llevo a la salida – me sonrió y le sonreí.

Me dejó en la parada del transporte público, le di las gracias, nos besamos una vez más y se fue.

Al llegar a mi casa no había nadie, subí a mi habitación y me tiré en la cama. Cerré mis ojos y en la oscuridad de mis parpados pensaba siempre y una vez más en Cristina. Cristina y sus labios, Cristina y sus manos, Cristina y sus pechos, Cristina y su fina cintura. Cristina y su cuerpo salpicado de lunares, lunares claros, tan claros que incluso me parecen delicados y que son como las noches rebosantes de estrellas en diciembre haciendo el contraste perfecto con su piel blanca. Aunque lo he creído y, ciertamente, lo he pensado: Cristina ya no me parece hermosa, sé que lo sigue siendo pero ya no me lo parece y que probablemente, sólo si acaso, sea ese deseo por su cuerpo, sus labios y sus dedos de los que nunca me logré satisfacer.

Desperté a eso de las nueve de la noche, el hambre me despertó, me costó unos minutos tomar total conciencia de que tenía que comer algo, pensé unos minutos más en si continuar durmiendo o cenar algo. Decidí cenar algo, estos días mi alimentación no había sido muy buena así que bajé a la cocina.

-      Buenas noches hija – me dijo mi madre al verme entrar por la cocina.

-      Buenas noches mamá… Eh, tengo hambre – me tomé la panza y le sonreí.

-      Sí, era de suponerse – se acercó a mí y me besó la frente –  dame unos minutos y te preparo algo de fruta picada o ¿prefieres algo más?

-      No, fruta está bien. Gracias mamá.

Esperaba sentada en una silla del comedor, dejé caer mis brazos a mis costados y mi espalda al respaldo de la silla. Cerré mis ojos y sonreí: había ganado, creí que perdería, en verdad lo sentí así. Ahora esto era lo único en mi vida que provocaba felicidad y de cierta manera tranquilidad.

A los minutos llegó mi mamá con un plato de fruta y un vaso de leche, se sentó a mi lado, le comenté que gané y ella se alegró.

Llegó el día siguiente y con ello la salida con Cristina. Al finalizar las clases fui donde mis amigos, al llegar ya estaba ella, reía con los demás. Saludé y fuimos a su casa. Al llegar no había nadie, comenzamos con el trabajo, ella con el trabajo escrito y yo con las diapositivas, no hablamos ni en el camino hacia su casa ni mientras realizábamos el proyecto, no era incomodo ni mucho menos tenso. Desde su ventana se comenzaba a notar la oscuridad del cielo, ya comenzaba a anochecer.

-      ¿Aún te falta mucho? – preguntó Cristina, su voz me sonó ajena y la razón, creo que la razón era que no hablábamos hace horas. Era extraño, porque hay veces en las que no tenemos comunicación por más de 2 ó 3 días. Quizá era el cansancio.

-      Sí, bastante – suspiré.

-      Descansemos unos minutos y piensas en si te vas o te quedas a dormir, ya es algo noche.

-      ¿Qué hora es? – quise saber.

-      Fíjate en la pantalla – no le dio importancia a mi pregunta y yo me sentí estúpida.

-      Eh, sí… Casi son las nueve.

-      Entonces, ¿te quedas o te vas?

-      Yo creo que me quedo, ya es algo noche y mi casa no queda nada cerca – dije.

-      Está bien – no dijo más y salió de la habitación a lo que serían las escaleras.

Antes de seguir detrás de ella le mandé un mensaje a mi madre avisándole que no llegaría a casa a dormir, le expliqué las razones y no hubo mayor inconveniente. Salí de la habitación y descendí las escaleras, Cristina estaba sentada en el sillón medio de la sala, con un envase de jugo de naranja, dos vasos y un paquete de galletas.

-      Lo siento, mis padres salieron de urgencia y no me dejaron nada más que esto – dijo señalando el jugo y las galletas.

-      No importa – realmente no me importaba –, gracias.

Ya había oscurecido totalmente.

Me senté a su lado y tomé una galleta, la luz de la sala estaba apagada, sólo nos iluminaba la luz que salía de la puerta entreabierta del estudio de la casa, era una luz tenue.

-      ¿Quieres jugo? – preguntó interrumpiendo mis pensamientos.

-      Eh, sí, por favor…

Tomamos jugo con galletas por largos segundos que se convertían en minutos; nadie decía nada, es que no había nada que decir. Yo pensaba en ayer, en hoy, en ahora…, en antier.

Sentí un movimiento a mi lado que me hizo voltear, vi que Cristina subía sus piernas sobre la almohadilla del sillón, dobló las rodillas para tomar sus piernas con sus brazos, recargó la barbilla en las rodillas y me miró. Yo también la miré.

-      ¿Qué sucede? – pregunté.

-      No te entiendo, no sabes cómo quisiera entenderte pero no dices nada – decía con sus parpados un poco cerrados, no notaba bien qué había en sus ojos –. Dime, necesito que me expliques tus razones.

-      No hablemos más de esto, por favor.

-      No, dime.

-      Son muchas – dije evadiendo su rostro.

No dijo más y yo la volví a mirar, ahora tenía los ojos cerrados. Me coloqué en la misma posición que ella, me acerqué más y pequé nuestras rodillas; me abracé a sus piernas y recargué mi frente en mis rodillas. Le susurré: <> Y creo que lo hizo porque separó sus piernas para dejarme entrar totalmente en ella. Aún con las piernas flexionadas las plantas de mis pies quedaron a la altura de sus caderas y los suyos a la altura de las mías. No sé si nos miramos, en ese momento ya no sabía nada. Mis brazos pasaron por sus costados para unirse en su espalda, pegué lentamente mi boca a la punta de su nariz y me quedé ahí unos segundos. La quería, la deseaba, deseaba su aliento en mi boca, su aliento en mis oídos, sus manos sobre mi cuerpo, sus suspiros, mis dedos sobre sus labios, sobre su cuello, sobre sus senos, me deseaba a mí dentro de ella.

Quería hacerle el amor con la boca.

SI ME DEJAS ARRANCARTE LOS OJOS

IV

Yo, yo no sabía qué hacer, no sabía si besarla ahora mismo o si no debería hacer nada e intentar dejar esta desesperante aglomeración mental.

-        ¿Qué tengo que entender? – rompió mis pensamientos no por sus palabras sino porque separó mis labios de su rostro.

Sabía que las palabras no saldrían de mí, así que no dije nada. Ella esperaba (como es obvio) una respuesta que no dejaría escapar de mis labios. Nos mirábamos, yo sabía que ella me observaba por el destello de sus pupilas en la oscuridad que nos separaba en aquel momento. Resbalé la mirada al suelo y Cristina pacientemente esperó unos segundos más a que las palabras se escabulleran de mis labios y, supongo, se hartó. Abandonó la posición que manteníamos hasta hace unos segundos, desplazó su pierna sobre mis rodillas flexionadas para colocar las plantas de sus pies sobre el suelo y sentarse sobre el sillón correctamente. Se colocó de pie y caminó hacia la parte trasera de la sala y encendió la luz.

-        Te espero arriba – dijo Cristina obligándome a dirigir mi mirada a su cuerpo.

La miré en silencio y ella subió por los escalones en silencio. Todo en silencio.

Y yo, yo nuevamente no sabía qué hacer. Me puse de pie y caminé lentamente hacia la habitación donde lo primordial, antes que nuestra cuestión, era terminar el proyecto.

Al entrar en el cuarto ella estaba sobre el escritorio escribiendo, la miré un segundo más y continué mi trayecto hacia el ordenador (PC, procesador, computadora). ¿Qué más podía yo hacer o decir? Nada.

Proseguí con mi parte en el trabajo y el tiempo transcurría.

Advertí el sonido de un timbre que en medio de mi concentración me pareció tremendamente fastidioso, miré a mi lado izquierdo donde percibí el timbre en aumento y una ligera vibración, vi que se trataba de un teléfono móvil. Cristina a los pocos segundos ya estaba a mi lado contestando la llamada, le escuché decir un amable: << ¿Sí?>>. Se quedó de pie a mi lado hablando mientras yo continuaba tecleando; sus palabras a través del aparato eran: <> Sabía que esa conversación no me concernía ni me relacionaba mínimamente, así que pronto me desatendí de su dulzona y pesada conversación. Reanudé mi concentración y su voz se tornó lejana.

Pasados los minutos, horas, yo qué sé, terminé mi parte del proyecto y suspirando me recargué en el respaldo de la silla. Miré la hora y ya pasaba de la una de la madrugada. Me levanté y al estirarme sentí mi cuerpo tronar, tronar como mueble de madera. Me di la vuelta y Cristina aún continuaba escribiendo.

-        ¿Cuánto te falta?... – Musité – ¿Cristina?

-        Todavía me falta transcribir las páginas de este libro – me respondió casi inaudible y apenas levantando un libro del escritorio sin mirarme.

-        ¿Quieres que te ayude?

-        Por favor – dijo ella dejando de escribir y extendiendo sus manos con un libro diferente al que me mostró -. Ya subrayé lo que se tiene que copiar, está a partir del capítulo 9. Aquí hay hojas para escribir.

-        Bien – dije tomando el libro de sus manos y acomodándome con la silla del computador a un lado suyo.

-        Gracias.

Comencé a transcribir como me fue posible, me dolían los huesos de las manos y un molesto ardor en los ojos.

Terminamos después de las tres de la mañana, las manecillas en el reloj a esas alturas ya se tornaban borrosas. Cristina se quejaba casi para sí misma de dolor en la columna cervical y dorsal.

-        ¿Qué sucede? Te duele el cuerpecito – dije con una risa carente.

-        Sí, demasiado – me respondió sin seguirme el juego de palabras en diminutivo al que anteriormente jugábamos muy a menudo.

-        Ah… - murmuré.

Pensé en la plática de ayer por la mañana, donde le pedí que dejáramos esta amistad que carecía de sentido, de cariño y de expresiones reciprocas. Y lo que ahora no tenía sentido era que yo intentara jugar con ella como en un tiempo atrás, cuando en este momento no había sustento para ello, para querer prolongar una relación en la que yo le pedí dejarlo todo. Sólo perduró mi terrible deseo por tomar su cuerpo y con ello las tormentosas discusiones propias en las que me preguntaba si aún sentía algo por ella o si sencillamente no era más que mi ansiedad por Cristina.

Se tiró de un lado de la cama y me dijo: <> Me dejé caer del otro lado de la cama, sentí que Cristina se puso de pie y apagó la luz. Relajé mi cuerpo y me perdí de la realidad quedando profundamente dormida.

-        Despierta  – escuché remotamente la voz de Cristina -. Elina, ya nos tenemos que ir.

-        Eh, sí…

Abrí levemente los parpados y me encontré con el andar de Cristina hacia el espejo posándose frente a él… admirando la gracia de su cuerpo ya cubierto de telas. Yo la miraba a través del reflejo. Me puse de pie y le pedí un cepillo dental, con éste me dirigí a su cuarto de baño, hice lo debido y a los minutos ya íbamos saliendo de su casa.

Pasaban los días lentamente. Y así pasó un mes en el que todo nuestro grupo de amigos se percató de nuestro distanciamiento total, ya que antes aún conservábamos la cortesía de saludarnos. Nadie hacía ni decía nada, cosa que agradecí. Detestaría tener que platicarles un tanto de la situación. El único, creo yo, que sabía todo era Jamel. Jamel era mi mejor amigo, los dos sabíamos mucho del uno y del otro. También sabía de su gusto por Cristina, a él le gusta desde que la conoció, dice él. Le gusta Cristina, así como le gusta la mujer que se sentó a su lado en el transporte público, así como le gusta la mujer que pasó por su lado en una zona céntrica, así como le gusta la maestra de Filosofía (joven y buena… físicamente), la chica de la fiesta, las que se juntan en no sé dónde, etcétera, etcétera, etcétera. Y no sabría decir si lo mejor, o lo peor de esto es que se las logra llevar a la cama, claro está que a las que frecuenta más seguido. Y lo que nos unió ‘’más’’ fue que se acostó con dos de las chicas con las que yo en algún momento tuve algo, cuando no estaba con Alonso, por supuesto. Los dos juntos éramos una mierda, no teníamos miramientos si se trataba de hablar de con quién y qué tal lo hizo. Jamel nunca mencionó sus sentimientos por Cristina, él, él sólo se la quería tirar, aseguraba él. También cabe mencionar que cometimos un error, un gran pero sencillo error: estuvimos a dos prendas de tener sexo. No pasó, escuchamos a sus padres entrar en el piso de abajo y todo el intento se frustró. Tardamos unos días, no más de una semana, en manifestar que lo que pasó aquella noche no tendría que afectar lo que hemos construido como amigos y lo que cabe resaltar es que no lo volveríamos a hacer. Y así fue.

En una fiesta donde necesariamente tendría que asistir Cristina, que a lo largo de este mes poco era lo que la veía, a la mitad de la noche nos encontramos sentadas pierna con pierna, hombro con hombro y brazo con brazo. No hablábamos antes de este acercamiento hasta que ella se acercó a mi oreja.

-        Hola – susurró y se alejó inmediatamente. Miró al frente como quien no dijo nada.

La miré divertida y sonriendo, la miraba insistentemente para que me mirara, pero no lo hacía, así que volví a beber de mi vaso.

-        Te he saludado – dijo acercando de nuevo sus labios a la parte lateral de mi rosto.

-        Hola – giré la cara para quedar de frente.

-        Hola – repitió y me sonrió. También le sonreí, luego prosiguió – ¿Por qué miras mis labios? ¿Me quieres volver a besar?

-        ¿Qué dices? – Me reí del descaro de sus palabras – ¿Estás tan borracha?

-        Un poco – soltó la risa y de nuevo miro al frente.

Ese día no había asistido Fran, su novio. Tampoco Alonso.

Me puse de pie y me encaminé al patio para fumar un cigarrillo. Cristina llegó después de mí y se colocó a mi lado, también prendió uno. Fumábamos en silencio.

-        ¿Cómo estás? – pregunté girándome hacia donde estaba ella.

-        ¿Cómo tendría que estar? Bien. – Aseguró como se tienen que asegurar las cosas: seria, sin un rastro de amabilidad en sus palabras.

-        ¿Qué te pasa? Me saludas estúpidamente, vienes a mi lado y ahora te comportas así. – me alteré en un segundo. El alcohol y sus consecuencias.

-        ¿Te parece que te saludé estúpidamente? – se giró para mirarme, creo, con un deje de indignación.

-        No, discúlpame. Me molesta el tono en el que me hablas.

-        ¿Y cómo demonios esperabas que te hablara? ¿Bien? ¿Con amor? ¿Con amabilidad? ¿Querías que te platicara mi vida? ¿Cómo me acuesto con Fran? ¿Quieres que te platique mis problemas? ¡Vamos, dilo, porque si es así nos sentamos aquí y hablamos como viejas amigas!

-        Entonces, ¿para qué vienes y te paras a mi lado?

-        A veces no tienes ni puta idea de cómo y cuánto te detesto. – Cuánto odio en una mirada.

-        Gracias – contesté riéndome burlonamente. El alcohol, ya lo dije.

-        Eres pendeja. – se dio la vuelta, a esas alturas el cigarrillo se había consumido totalmente. Soltó la colilla de sus dedos para dejarla caer en el pasto.

Pensé un momento y no tenía por qué comportarme así. No sabía por qué Cristina se había acercado a mí de nuevo; en mi caso, si ella me hubiera hecho lo que yo le hice no le habría perdonado.

-        No, espera – dije antes de que comenzara a caminar –. Perdón, no es mi intención ser así.

No recibí respuesta de su parte, sólo se quedó de pie, dándome la espalda. <> Insistí. Y se giró para hablar de frente.

-        ¿Tú quieres que yo termine con Fran? ¿Tú quieres que yo le deje? – Me preguntó dejando el coraje perdido en el silencio.

Me desestabilizó totalmente, me dejó con la boca cerrada sin saber – como siempre – qué decir.

-        ¿Qué? – Solté de mis labios.

-        Me escuchaste bien – respondió con un ligero fastidio – ¿Qué si tú quieres que yo deje a Fran?

Supuse que me quería hacer hablar aprovechando mi estado no-natural. Sabía que el alcohol hace hablar a cualquiera y eso no me deja fuera de esta generalización.

-        No es mi asunto Cristina. Es tu relación y yo no tengo que opinar en ésta. Además es tu vida. – Y, ciertamente, así era.

-        Claro – dijo ella restándole importancia.

-        Regresemos a la casa, se acabarán el alcohol y terminaran rompiendo las ventanas – dije riendo vagamente para agilizar la situación.

-        Vamos. – Sonrió, supongo, recordando cuando hace unos meses (en una noche como ésta) Jamel, Alejandro, Fran y Alonso comenzaron a lanzar todo lo que encontraban a su paso hacia las ventanas. Querían ver quién lanzaba más lejos…

Entramos a la casa y todos cantaban. Me parecieron enormemente ridículos, me reí, yo alguna vez he estado en una situación similar.

-        ¿Qué, ya arreglaron sus ‘’diferencias’’? – Habló Jamel enmarcando su última palabra y haciendo que todos nos miraran.

Ignoré el inoportuno comentario de Jamel y Cristina tampoco tenía intenciones de decir algo. Nos sentamos en el mismo sitio en donde estábamos hasta antes de salir de la casa y tomamos nuestras bebidas. Pero todos nos miraban aún.

-        Eh, sí. – Escuché decir a Cristina con una voz indiferente.

-        Ah, qué bien – dijo Jamel y todos volvieron a cantar la canción que sonaba en el estéreo.

Miré a Cristina quien miraba a los demás con una gran sonrisa y me alegré de verla. Aún estaba a mi lado. Algo fallo y por este único error yo quería dejar todo. Es cierto que mi interés se había desvanecido casi en su totalidad, pero aún quedaban tantas cosas que aprender de la una y de la otra. Aún me interesaba zacearme de ella intelectualmente así como ella podría aprovechar de mí todo lo que se le antojara. Yo no me iba a negar.

-        Tendré otra presentación de oratoria en un mes – le dije a Cristina.

-        ¿Sí? ¿De quién recitarás esta vez? – me respondió con tanta naturalidad que comprendí que entre ella y yo no había que decir tanto para saber qué necesitábamos. No nos entendíamos ni con la mirada ni con las manos ni con el tono de la voz. Sólo era cosa de escuchar las palabras de la otra para saber cómo continuar.

-        De López Velarde.

-        No he leído mucho de él – me habló girándose un poco hacia mi persona – de hecho muy poco.

La conversación fluía fácilmente, y así pasaron dos semanas. Semanas en las que intentábamos conversar a menudo. No nos informábamos de qué hacía una con su vida, sólo temas de interés mutuo. Yo no necesitaba nada más. Por las tardes practicaba para el concurso. Frecuentemente recordaba lejanamente la voz de aquella chica… No recuerdo cómo se llama o cómo se hace llamar. Una cosa es segura, es que ella volvería participar y yo no quería volver a sentir esa inseguridad total de perder. Me tenía que enfocar fielmente en prepararme.

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Ya no sé de qué manera disculparme, jaja. Se me dificultó enormemente escribir e inclusive leer sus comentarios anteriores ( Sandokan , angeles2875 , doll , aurora la diosa ,**

*No me queda más que agradecer.*