Si Fueras Mía

La Profesora de Literatura y yo.

“Prof. Marcela Navarro” Las letras negras brillaban sobre la pulida superficie de una pizarra blanca.

Cuando Vero y yo entramos al salón la mayoría de los asientos estaban ocupados dejándonos como única opción un par de lugares justo frente al escritorio de la profesora y en el colegio persiste la tradición de que el lugar que ocupas el primer día pasa a ser de tu propiedad por el resto del año.

No había rastros de la maestra por lo tanto Vero y yo corrimos a ocupar nuestros lugares.

—Genial, realmente sublime, ahora tendremos que ponerle atención todo el ciclo escolar—me queje sacando mi libreta y poniéndola sobre mi escritorio ocupando más fuerza de la necesaria — ¿Realmente tenías que ir al baño?

Vero me dedico una mirada de reojo asesina.

—Cállate que tendrás todo un hermoso año para quejarte y amargarme —dijo buscando entre sus cosas, la conocía tan bien que casi estaba segura que había olvidado llevar un lápiz el primer día de clases.

—Marcela  Navarro —susurré mirando la pulcra caligrafía.

—Es una pesadilla —aseguró sin dejar de buscar entre sus cosas— y yo no pude traer un puto lápiz el primer día.

Sonreí.

— ¿Qué sabes de ella?

—Es su primer año aquí. Le dio clases a mi hermano en la universidad y él dijo que era una pesadilla.

— ¿David dijo eso?

Me importaba un comino la profesora pero era una buena excusa para dirigir la conversación hacia su hermano mayor.

—No. En realidad cuando supo que la profesora Navarro me daría clases lo que me dijo fue que saliera de aquí con dignidad y pasará el resto de mi vida cantando en el metro.

— ¿Y al él como le va? —pregunté fingiendo que no me interesaba.

—No me importa. Es un pesado, engreído y…

Una mujer rubia entró al aula. Era alta, andaba lejos de los cuarenta pero sin menos de treinta. Su pelo brillaba como en los comerciales de shampo y tenía un cuerpo más que adecuado para promover lencería.

Me regañe por ese último pensamiento.

—Buenos días jóvenes —su voz era fuerte y autoritaria.

Respondimos al unísono.

Habló un poco de haber estado dando clases en una universidad y luego paso lista para irnos conociendo. Nada de hacer bromas ni contar chistes como la mayoría de los maestros hacen para romper el hielo. Ella fue directo al punto, expuso su sádico plan de clases ante bufidos de desacuerdo por parte de unos cuantos, pero la profesora los ignoró por completo.

Cuando empezó a impartir el primer tema de clases deje de prestarle atención a sus palabras y me dedique a estudiarla a ella. Mi nueva profesora tenía algo peculiar, indudablemente era una mujer hermosa, pero tenía algo más, y fue casi al final de la clase cuando descubrí que era aquello que tanto me intrigaba. ¡Sus ojos! Por las gafas no lo había notado pero cuando nuestras miradas se encontraron por unos cuantos segundos descubrí que sus ojos eran grandes y negros, y brillaban de tal forma que daba la impresión de tener el cielo y el infierno juntos en una mirada. Era tal la oscuridad que al contemplarlos uno tenía la impresión de que caería por el borde del mundo.

Cuando terminó la clase supe que por fin tendría una profesora de literatura preparada, pero al resto de mis compañeros no les cayó en gracia enterarse que tendría que trabajar en una materia para la que ya se habían acostumbrado a no hacer nada.

— ¿Quién se cree que es? —reclamó Stephanie al salir del aula.

— ¿Por qué nos toma? ¿Acaso no sabe que tenemos otras 6 materias? —alegó alguien más.

—Esa piensa que sigue en la universidad. No puede exigirnos lo mismo que a unos universitarios.

—Es el primer día y ya pasaré toda la noche haciendo su tarea.

—Yo digo que deberíamos ir a quejarnos a la dirección —soltó de pronto Vero.

Le di un puñetazo en el hombro.

—Shhh.

—Tienes razón —Stephanie la apoyó de inmediato.

Los demás alumnos hicieron lo mismo.

—Un momento —alcé la voz para que todos se callaran y me escucharan— No digan tonterías. ¿Qué van a alegar en la dirección? ¿Qué la nueva maestra les cayó mal? Ese ni siquiera es un motivo, lo que conseguirán será un regaño y si la profesora cumple sus amenazas y nos hace la vida imposible entonces no nos creerán y tocara aguantarla, y reprobar.

Nadie tuvo un argumento contra eso.

—Bien, pero a la primera la acabamos —sentenció Vero.

Puse los ojos en blanco y me aleje del grupo que siguió despotricando en contra de la nueva profesora.

Mi siguiente clase era historia. Consulté el horario y supe que sería impartida por la misma profesora del año pasado. Era una anciana que siempre entraba tarde y los primeros días no decía nada de importancia así que tenía tiempo para ir al patio.

Afuera del edificio unos cuantos chicos correteaban una pelota, nunca le había encontrado el chiste al soccer, me parecía un deporte estúpido. Reconocí a uno de los jugadores, era un año mayor y fue novio de mi amiga, alzó el brazo para saludar y yo me limité a sonreírle y apartarme. Lo que menos quería era hablar con él.

Mi parte favorita de la escuela era un lugar apartado del bullicio habitual, donde había unos cuantos troncos actuando de bancas bajo la sombra de un árbol gigantesco. Ese lugar era usado por los estudiantes que fumaban a escondidas en el turno vespertino, pero durante la mañana no había nadie.

Me acosté en un tronco, era el lugar perfecto para que nadie me viera. Busqué en mi móvil la lista de reproducción y deje que la música superara el volumen de seguridad a través  de los auriculares.

Cerré los ojos disfrutando mis cinco minutos de libertad y dejando que las canciones de pignoise suprimieran el sonido de mis pensamientos.

Cuando abrí los ojos supe dos cosas.

1)      Me había quedado dormida.

2)      Me habían descubierto.

Una mujer rubia me miraba fijamente. Me levante de un salto y guarde el móvil.

—Profesora lo lamento yo…

¿Qué le digo? ¿Qué le digo?

Ella arqueó las cejas y me estremecí ante su mirada que tenía una mezcla de desaprobación y burla.

—Me sentía mal —dije lo primero que se me vino a la mente.

— ¿Enserio? ¿Necesitas ayuda? —lo dijo en un tonito que más bien daba a entender, “que pretexto más estúpido”.

Sentí el calor subir por mis mejillas seguido de un ligero mareo.

—Tengo que ir a clases —murmuré tomando mi mochila que había caído a un lado.

— ¿Estudias también por la tarde?

— ¿Qué?

Ella miró el elegante reloj que llevaba en la muñeca.

—Son las dos, señorita Orozco.

Pensé, “¡Oh, Dios ella me recuerda! ¡Sabe mi nombre!”, con más emoción de la que estoy dispuesta a admitir ante mi misma.

—No puede ser —fue lo que dije— no pude haber dormido tanto.

Saqué el teléfono del bolsillo trasero de mis jeans y consulté la hora.

—No puede ser.

Nuestras miradas se encontraron, ¿recuerdan que dije que en sus ojos estaba el borde del mundo? Pues bien, yo me encontraba mirando hacia abajo y una fuerza tiraba de mí. Todo comenzó a girar muy rápido. Quise interrumpir el contacto visual, pero me sentí atrapada, en sus ojos había más infierno que cielo esta vez, la parte del brillo había desaparecido convirtiéndolos en dos farolas de enfermiza oscuridad.

Finalmente fui liberada y baje la vista.

Pero mi corazón se encontraba acelerado, al igual que mi respiración, como si hubiese estado corriendo un maratón y a mí alrededor todo estaba girando mucho más rápido por lo tanto, las cosas se trasformaban en una mancha borrosa.

— ¿Ana? —oí mi nombre a lo lejos.

Di un paso atrás y mis piernas temblaron amenazando con no poder sostener mi peso durante mucho tiempo más. Finalmente algo me sostuvo y de alguna manera mi cuerpo dejo de ser una carga para mí.

Por segunda vez en un día desperté sin la puta idea de cómo me había quedado dormida. Pero una jaqueca terrible me hizo recordar la sensación de vértigo y el hecho de que cierta rubia me estuviera mirando con preocupación me confirmó que lo que alcanzaba a recordar realmente había pasado.

Hice un ademán de levantarme pero ella me lo impidió poniendo su mano sobre mi pecho.

—No tan rápido —murmuró.

—Estoy bien.

—Espera aquí, iré a traer a la enfermera, no te quise dejar sola…

—Estoy bien —repetí e intente ponerme de pie nuevamente.

Esta vez me ayudo en lugar de detenerme y atravesó su brazo detrás de mí cintura, temerosa de que volviera a desmayarme.

—Te tiene que revisar una enfermera.

—Le juro que estoy bien.

—Uno no se desmaya así porque sí. Si te has estado sintiendo mal lo mejor es que alguien te revise.

—Es la primera vez que me pasa —susurré avergonzada de haberle mentido.

Ella suspira.

Esta tan cerca  de mí que el suave aroma de su perfume se mezcla en el oxígeno que inhalo. Muero de ganas por recargar mi cabeza en su hombro, después de todo estoy enferma, eso se vale.

—No seas necia y ven conmigo.

Pero no me muevo y lo mejor es que ella no me suelta.

—No puedo ir, le avisaran a mis padres y…

— ¿Y? —Me cuestiona y se pone muy seria de pronto— No me digas que estas embarazada

Lejos de ofenderme o confundirme su conclusión me causa gracia.

—Claro que no —le digo sonriendo y entonces acomodo mi cabeza en su hombro— no quiero que se preocupen.

Me doy cuenta muy tarde de lo que hice y me quedo de piedra pensando en cómo dar marcha atrás, pero ella suspira e inclina ligeramente su cabeza hacia la mía. Cierro los ojos por un par de segundos. Aquello me gusta de una manera que de momento no quiero analizar.

— ¿Qué tan segura estas de ello?

—No estoy embarazada —le digo con firmeza— a menos que se trate de la segunda venida del hijo de Dios.

La siento sonreír.

—Tal vez sólo necesitas comer algo —sentenció y aflojo el brazo con el que me sostenía por la cintura. Supe que era momento de bajar de mi nube.

Nos separamos.

—Iré a casa.

— ¿Almuerzas conmigo?

La invitación fue tan sorpresiva que creí que volvería a desmayarme.