Si Fueras Mía 6
...Mis ganas de asesinarla eran equivalentes a mi ganas de hacerle el amor
Nunca tuve tanto miedo como esa tarde, cuando esperaba que mis padres llegaran y luego cuando tuve que enfrentarlos. Decirles que no había tenido ganas de ir al colegio y que había ido a dar un paseo al parque.
Obviamente no me creyeron, sabían que había estado con Marcela, aún no había manera de demostrarlo pero ellos no descasarían hasta encontrarla, y lo harían si yo seguía actuando como una estúpida y dejaba que ella me llevara a su departamento.
Dios, cómo rayos iba a alejarme de ella si de tan solo pensar en lo que pudo haber pasado si mi padre no hubiese interrumpido era como invocar a todos los demonios que habitaban el mí. No tenía sueño, resultaba imposible dormir con esas ansias que se habían mezclado con mi sangre y viajaban por todo mi cuerpo.
Era de madrugada cuando golpearon la puerta de mi habitación. La persona al otro lado no espero mi respuesta para entrar. Pero yo sabía muy bien quien era. Cerré los ojos, confiando en que al verme dormir me dejara en paz pero en lugar de ello se sentó en la cama a observarme por un largo rato.
—Ana —susurró finalmente.
No me moví.
—Ana, por favor.
Suspire.
—Ahora toca el turno a la policía buena. Vas a fingir ser mi amiga, te vas a identificar con mi situación, me prometerás un caballete nuevo y querrás que te diga la verdad. Pero no hay más que decir, ya saben lo que hice por la mañana y lo único que hace falta es que me crean.
—Tienes que confiar en mí. Soy tu madre.
—Si va a continuar el interrogatorio entonces llamaré a mi abogado.
—Tú no vas a necesitar uno —murmuró con cariño— pero ella sí.
Sus palabras detuvieron un milisegundo mi corazón.
— ¿Y de qué se le acusa si se puede saber?
Esta vez es mi madre quien suspira. Parece cansada y da la impresión que en un solo día ha envejecido escandalosamente.
—Jugar contigo es delito suficiente para mí.
—Ella no ha jugado conmigo. No sé de qué hablas.
—Claro que no lo sabes —dice— tu no la conoces como yo.
—La conozco muy bien, es mi profesora. Es muy inteligente, preparada y más que nada respetuosa… tal vez cometió errores en el pasado, como mucha gente, pero ella aprendió la lección y eso es lo que ustedes no entienden.
—Eres tu quien no entiende Ana. No viste a esas chicas, no sabes…
—Claro que lo sé mamá, lo sé todo. Sé que eran muchas, que sé la querían, conozco a la perfección ese cuento. Te puedo recitar toda una nota periodística referente al acontecimiento. No hay nada sobre ese incidente que yo no sepa.
—Ana tu no estuviste allí —me suelta, al parecer la policía buena ya se había ido—esas niñas la adoraban. Niñas hermosas, con un futuro brillante, que no hubieran dudado ni un segundo en ir a la cárcel por ella.
—Para empezar eran universitarias —le recuerdo— no tenían nada de niñas. Y Marcela no es una bruja ni nada por estilo como para manipular la voluntad de las personas, lo que sea que sus novias hayan dicho lo hicieron por propia voluntad.
Cierra los ojos y se levanta. Al parecer quiere gritarme, pero se contiene.
—Tanto tu padre como yo sabemos que estuviste con ella.
— ¿Son adivinos? —pregunto molesta.
—Hablas igual que esas chicas —susurra— La conoces hace tres días, hace apenas tres días. Imagina que tu padre la atrapa con las pruebas suficientes para llevarla a la cárcel. Y que cabe la posibilidad de que tú puedas tomar su lugar. Solo imagina ese escenario y pregúntate algo ¿Lo harías?
—Mamá…
—No me digas nada. Tú respóndete e interpreta la respuesta. Eres lista.
Fue imposible dormir. No con esa pregunta ni mucho menos con la respuesta. ¿Qué me estaba pasando? Entré a la ducha muy temprano.
—Tres días —murmuré mirando a los ojos a mi reflejo— Tres puñeteros días de conocerla.
No, aquello no podía ser normal. Tan sólo se trataba de un capricho, de una ilusión. Un día iba a despertar y seguiría siendo la joven inexperta y callada que babeaba por el hermano universitario de su mejor amiga. Una persona del género masculino que le gustaba desde hacía más tiempo del que podía recordar. Eso sí parecía real, ir a la cárcel por un chico que le gustaba desde siempre era lógico y sin embargo no concebía esa idea y lo más curioso era que ni podía recordar su nombre. Traté de imaginarme en sus brazos, traté de imaginar que él me ponía contra la pared y me besaba, pero fue imposible, nauseabundo, ridículo.
— ¿Qué me has hecho Marcela Navarro? —murmuré ordenando mis libretas en la mochila.
Era temprano y necesitaba arreglar mis cosas. Casi podía imaginar lo atrasada que estaba con mis materias, no había hecho trabajos, ni repasado, ni nada. Y fue hasta ese momento, hurgando en mi mochila, cuando vi el libro que había sacado de la biblioteca. Ni siquiera lo recordaba, pero tenerlo en mis manos fue suficiente para que lo ocurrido ese día regresara a mi memoria y lo vi todo como si se tratase de una película.
Pasé las páginas para buscar el poema y lo leí de nuevo. Era mágico, sentí a Marcela cerca de nuevo y puede percibir su aroma, su calor y sus labios húmedos. Miré la página que había quedado abierta, y el poema en ella también me la recordó.
¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
Es altanera y vana y caprichosa;
Antes que el sentimiento de su alma,
Brotará el agua de la estéril roca.
Sé que en su corazón, nido de sierpes,
No hay una fibra que al amor responda;
Que es una estatua inanimada pero,
¡Es tan hermosa!
Ahí estaba descrita. Marcela Navarro era un poema de Bécquer.
Era mi poema favorito, mi obra predilecta, mi inferno, mi cielo y mi abismo. A sólo tres días de conocerla, porque tal vez no se necesita más. Porque las cosas importantes de la vida no tienen que tener un jodido nombre, ni una explicación, ni mucho menos leyes absurdas que las limiten. Porque el oxígeno era oxígeno y había estado aquí y era fundamental para vivir, mucho antes de que las personas fueran capaces de darle un nombre. Porque los latidos del corazón nos mantenían vivos desde mucho antes de que nosotros mismo supiéramos que llevábamos dentro semejante órgano. Por qué las estrellas brillaban incluso antes de que hubiera ojos que las contemplaran.
Mis labios habían sido probados por otras bocas pero hasta ayer supe lo que era un beso, mi cuerpo había sido tocado por otras manos pero solo las suyas despertaban el deseo que dormía en él, yo era mujer antes de conocerla pero hasta que percibí su aliento sobre mí me sentí como una.
Y ahora venían las leyes, mis padres y la puta sociedad a decirme que debía renunciar a todo eso. Porque no estaba bien, porque es pecado lograr ser feliz en un mundo donde la gran mayoría no lo es.
—Ana, hagas lo que hagas lo sabré —me dijo mi padre mientras salía de la patrulla.
Lo ignoré y camine hacia Vero que me esperaba en la entrada del colegio.
—Creo que es la primera vez en mi vida que veo a tu padre trayéndote a la escuela —murmura como si nada hubiera pasado entre nosotras.
—De pronto cree que soy un bebé que no sabe nada del mundo —le digo con amargura mientras caminamos al salón de algebra, la primera clase del día— muy parecido tu punto de vista, por cierto.
Ella carraspea.
—Lo lamento Ana, me preocupé por ti —susurró avergonzada— tú no eres así.
— ¿Así como?
—Como ella.
Pongo los ojos en blanco.
— ¿Lesbiana?
—No quise decir eso.
—Pero lo pensaste y quiero entender qué hay de malo en ello ¿Te preocupa que vaya al infierno? ¿Te preocupa que la gente me apedree? Oh, no, ya lo tengo. Lo que te preocupa es que hemos sido amigas por tantos años y si de pronto resulta que soy lesbiana todos pensaran lo mismo de ti.
—No digas estupideces Ana —me suelta molesta y se detiene— lo único que me preocupa de todo esto eres tú.
—Yo puedo cuidarme sola.
— ¿Si ella te lanza un golpe te vas a defender, vas huir o dejarás que te lastime?
La miro con el ceño fruncido entendiendo que su preocupación y la de mi madre iban por el mismo rumbo. Demasiada coincidencia.
— ¿Esa pregunta la formulaste tú solita o mi madre te la envió por Whatsaap?
—No has respondido.
Evita mis ojos y eso me lo dice todo.
—Eres una imbécil Vero. Fuiste tú la que alertó a mis padres —le grito sin importar que unos cuantos jóvenes se me quedan viendo.
—Ana por Dios, sólo quiero que pienses un segundo ¿Si ella te lanza un golpe te vas a defender, vas huir o dejarás que te lastime?
Volvió a formular su pregunta.
—Hazle saber a mi madre que yo no soy un títere de Marcela ni de nadie. Y para que les quede bien claro ella nunca hará nada para lastimarme. Me quiere, jamás podrán entender cómo ni porque, pero ella me quiere.
Me alejó de Vero furiosa.
—El chico de la recepción es un asco y me parece que le falta un tornillo. Pero no está ciego, ni es mudo.
Me detengo. Sé de quién habla.
— ¿De qué hablas?
Mi corazón se aceleró esperando la respuesta. Ese era un testigo valioso para mis padres, había hablado con Marcela, había visto que nos besamos y me había ayudado a escapar. Pero entonces ¿Por qué el colegio no se encontraba rodeado por patrullas?
—Le sonreí y me habló de la profesora Navarro.
Contengo la respiración.
—Ve al grano…
—No quiso decirme si estuviste allí esa mañana. Pero definitivamente dijo algo más interesante para ti y para mí, para ponerle fin a todo este lío de una vez por todas.
—Si vas a decir algo dilo ahora, no tengo tu tiempo.
—Se llama Eric…
—Me importa un carajo su nombre
—Eric dijo que ayer muy tempano la profesora Navarro salió de su habitación acompañada de una guapa pelirroja.
Es pecado lograr ser feliz en un mundo donde la gran mayoría no lo es y es un pecado que se paga muy caro.
—Deja de decir tonterías —mi propia voz me resulta extraña.
—Lo lamento Ana. Pero tenías que saberlo y tienes que saber que tal vez Marcela Navarro te quiere, pero es cierto que también quiere a muchas otras.
Vero se acerca a mí y me abraza, yo permanezco inmóvil. Tantos pensamientos cruzaban por mi mente que no era capaz de concentrarme en uno solo.
—Estas mintiendo —digo sin fuerzas.
¿Cómo iba a saber ella de la pelirroja?
La rabia despierta de pronto y aparto a mi amiga de mí dándole un empujo que casi la hace caer. Está mintiendo, dijo pelirroja al azar y por casualidad acertó con la descripción de la mesera que le había coqueteado.
—Ana…
—Déjame en paz —le suelto— eres una maldita envidiosa, ¿Cuál es tu problema? ¿Estas enamorada de mí o… lo estas de ella?
Camino en dirección opuesta al edificio.
—Solo recuerda que dijiste que no eres su títere. Tú tienes una vida propia, libérate de sus hilos, te garantizo que no los necesitas.
Dejo de escucharla, de pensar y mis piernas me llevan automáticamente a mi lugar preferido detrás de un árbol gigantesco.
Allí tengo que respirar profundo muchas veces. No debo dejar que la ira me controle, si lo hago primero iré hasta Vero y le romperé la nariz y luego hasta Marcela y… mis ganas de asesinarla eran equivalentes a mi ganas de hacerle el amor.
Cerré los ojos y puse mi música favorita a todo volumen, pero no sirvió. Ya eso no era suficiente para distraerme.
Busqué en mi mochila el libro de poemas y abrí una hoja al azar. Este mundo se rige por casualidades tan sorprendentes que parecen haber sido colocadas allí por un Dios sádico.
Cuando me lo contaron sentí el frío
De una hoja de acero en las entrañas,
Me apoyé contra el muro, y un instante
La conciencia perdí de dónde estaba.
Cada letra escrita dentro de la Rima 16, penetro tan profundamente en mí que entonces comprendí como se siente un corazón roto, y fui consiente de mi vista cristalizándose.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
En ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora!
¡Y entonces comprendí por qué se mata!
De alguna manera tres días eran muy poco para querer a alguien pero eran demasiado como para que ese alguien no te doliera. No se sentía como si estuviera siendo engañada o traicionada por alguien más, sentí que yo misma me había hecho daño. Que yo sostenía el cuchillo que entraba una y otra vez allí, donde una vez hubo un corazón rebosante de vida.
Pasó la nube de dolor, con pena
Logré balbucir breves palabras
¿Quién me dio la noticia? Un fiel amigo.
Me hacía un gran favor, le di las gracias.
Leí el poema de Bécquer incontables veces y pese a ser las mismas palabras, cada vez que lo leía me decía algo completamente nuevo. Pero el significado de todos los mensajes era el mismo “eres una imbécil”
Alguien se acercó. Sentí su presencia, pero no alcé la vista y el recién llegado tampoco habló. Sé quedo en silencio, recostado al tronco y fumando un cigarrillo. Nos ignoramos por completo, éramos invisibles a los ojos del otro, dos personas en un mismo espacio pero en diferentes dimensiones. Hasta que terminó su cigarro y lanzo la colilla aún humeante al libro abierto sobre mis rodillas.
— ¿Así que Bécquer?
Permanezco callada fingiendo que no percibo su presencia junto a mí. Fingiendo que no quiero matarla y besarla con la misma intensidad.
—Es un sueño la vida, pero un sueño febril que dura un punto; Cuando de él se despierta, Se ve que todo es vanidad y humo...
Recita el poema y se acerca a mí despacio.
Como sigo sin mirarla ella se arrodilla y busca mis ojos.
— ¡Ojalá fuera un sueño muy largo y muy profundo; Un sueño que durara hasta la muerte! Yo soñaría con mi amor y el tuyo.
Me levanto de golpe e intento correr pero me detiene.
—Perdóname —susurra.
Forcejeo para liberarme de su agarre pero ella es más fuerte.
—Ana hablemos…
— ¿Hubo tiempo de hablar?
— ¿Cuándo? ¿Ayer? —Sigo tratando de alejarme pero ella me sostiene del brazo con tanta fuerza que me hace daño— llegó la policía y no hubo tiempo de aclarar nada.
—Antes de eso…
—Antes de eso yo sólo pensaba en hacerte el amor.
Sus palabras detuvieron a todo mi organismo una fracción de segundo.
—No contabas con que me enterara.
—Claro que no. Yo no quería lastimarte ni que creyeras que juego contigo. Pero el niño estúpido de la recepción abrió la boca…
— ¿Lo sabias?
—Me pidió dinero para contarme que tu amiga lo había interrogado y que él le dijo todo.
—No lo vas a negar entonces.
Su silencio es demasiado elocuente.
De nuevo intento escapar.
—Trata de entenderme. Uno no puede cambiar lo que ha sido toda su vida —me mira a los ojos— hay otras mujeres pero tu…
No sabe cómo continuar. No puede expresarlo en voz alta sin que suene a una canallada así que la ayudo.
—Me quieres, pero también quieres a muchas otras —repito con amargura las palabras de Vero.
Ella desliza sus dedos por mi mejilla.
—Tal vez quiero a muchas otras —admite y sus ojos brillan —pero a ti te amo.
—Eres una imbécil— le suelto.
Entonces y sin previo aviso ella me besa.
Ese beso se sintió como un golpe. Y en lugar de defenderme o huir, yo deje que me lastimara. Y me entregue al placentero sufrimiento que sólo conoce aquel que ha decidido amar con la certeza de que jamás será correspondido de la misma manera.
Enrede mis dedos en su cabello y ella dibujo un camino de besos hasta mi cuello, su boca cada vez parecía más ansiosa y me enredó los brazos en la cintura por debajo de la blusa. Nuestros cuerpos estaban apretados y desprendían tanto calor que en cualquier momento terminarían fundiéndose.
—Ana —murmuró en mi oído mientras atrapaba una de mis piernas entre las suyas.
En respuesta busque su boca y deje que nuestras lenguas comenzaran una erótica danza, moviéndose al ritmo de un mismo deseo.
Marcela se aparta.
—Vámonos de aquí —susurra y antes de que yo le responda toma mi mochila y la pone en mis hombros.
—Intenta que nadie te vea salir, yo voy por mi auto, te veo en la esquina —murmura.
De nuevo somos atrapadas por beso que se niega a morir.
Con gran esfuerzo ella se aparta de nuevo.
—Te voy a demostrar lo que siento por ti.
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