Si Fueras Mìa 4

Hay personas que no son para ti, personas que sencillamente no son para nadie, y la profesora Navarro era una de ellas.

Leo toda la noticia una, dos… más veces de las que puedo recordar pero las necesarias para saber de memoria al menos la mitad del reportaje.

Y lo que siento no se puede resolver apretando los puños.

Cierro la laptop con fuerza y la lanzo contra la pared. Me levanto y de un manotazo tiro el caballete donde estaba a medio el hacer el cuadro de una granja. Pateo las latas de pintura salpicando con mil colores la alfombra. Golpeo la pared con fuerza hasta que mi mano enrojecida y ensangrentada es incapaz de seguir respondiendo a mi furia. Pero el dolor físico no es suficiente para aplacar mi rabia, salgo de casa azotando la puerta y comienzo a correr, en algún lado leí que el ejercicio era bueno para apaciguar la ira. Pero esta me persigue hasta un pequeño parque a seis cuadras, necesito calmarme, me siento cansada, adolorida, con ganas de asesinar a alguien y mi mano clama por atención.

Intento levantarla, mover los dedos y revisar los daños. Pero es inútil, una lagrima se escurre por mi mejilla, duele como el infierno, y no es lo único que me está torturando. Me siento sobre el pasto a espaldas de un viejo árbol. Ahora solo quiero llorar, levanto las rodillas y recargo mi frente en ellas adoptando una posición fetal. Necesito calmarme, alejar mis pensamientos de todo aquello que me lastima, pero parece imposible, el dolor en mi mano es un recuerdo latente de aquel reportaje sobre Marcela Navarro.

Ella me dolía. Me dolía haber flotado en su nube, que no era más densa que el humo de un cigarrillo y ya se había disipado, tal y como llegó, sin que yo tuviera tiempo para meter las manos o intentar defenderme. Aunque siendo realistas, allí, a miles de kilómetros sobre la tierra, era imposible hacer nada por mí misma.

No quería definir con palabras porque Marcela Navarro me afectaba de esa manera. No quería exponer la realidad ni siquiera ante mi misma por que podía sonar ridículo y también en gran medida por que todas las expresiones que conocía para hablar de lo que sentía por mi profesora me parecían demasiado pequeñas, huecas.

Solo sé que hay personas que no son para ti, personas que sencillamente no son para nadie, y la profesora Navarro era una de ellas.

— ¿Ana? —una voz que acaricia las letras de mi nombre cada vez que lo pronunciaba llegó hasta mis oídos.

Primero creí que era un sueño, una maldita pesadilla. Así que decidí ignorarla.

—Ana, ¿qué ocurre? —insistió.

Levante la cara, con los ojos ardiendo y mis mejillas húmedas.

Ella se quedó petrificada una fracción de segundo, pero inmediatamente después se inclinó a mi lado. Intentó tocarme pero rápido me hice a un lado y no volvió a intentarlo de nuevo, se limitó a estudiarme con la mirada y sus ojos no tardaron en localizar mi mano amoratada y temblorosa.

— ¡Por Dios…!

Por primera vez la veía con el pelo recogido, unas gotas de sudor resbalaban por su largo cuello y vestía con ropa deportiva que acentuaba más su perfecta figura. Era más que evidente de dónde provenía su talento para engatusar a chicas que tenían casi la mitad de su edad.

Ella se sentó cerca de mí. Quiso tocarme pero de nuevo la evadí.

— ¿Qué pasa Ana? —susurró con tanta ternura que por un segundo creí que le importaba la respuesta.

Pero la voz en mi cabeza volvió a recitar las partes más dolorosas del reportaje.

—Quiero estar sola.

—Claro que no, nadie quiere eso. Déjame ayudarte.

Me miraba fijamente. Sus ojos me habían parecido el cielo, el inferno, y mundo planos con extremos peligrosos. Pero ahora, justo en ese momento yo no podía ver en ellos más que una inmensa oscuridad que succionaba todo a su paso.

—Ana habla conmigo, por favor.

Intenté levantarme para huir lejos de ella, de su belleza, de sus endemoniados ojos, pero me detuvo sosteniéndome de los hombros.

—Tiene que verte un médico.

Clave mi vista en unos niños que perseguían mariposas.

—Ana ¿Qué pasa? —Insistió— Si tienes problemas déjame ayudarte.

La miré, pude percibir en ella preocupación y…. ¿dolor?

— ¿Por qué ya no trabajas en la universidad?

Aparto sus manos de mí y por su expresión parecía que alguien le había lanzado un balde de agua fría. Esta vez fue ella quien dirigió sus ojos lejos de los míos. Tardó un par de minutos en responder, y tuve la sensación de que en esos dos minutos cabían varias eternidades.

— ¿Lo preguntas porque te interesa saberlo o porque ya lo sabes?

Mi silencio fue evidente.

—Es cierto, tuve algunas relaciones extraescolares con algunas de mis alumnas —dijo con voz ronca.

Habló despacio, como si midiera sus palabras y si de alguna forma yo esperaba estar preparada para su respuesta me había equivocado, en alguna parte de mí aún conservaba la esperanza de que todo hubiese sido un mal entendido, un chisme, pero ella lo estaba confirmando todo.

—Yo te respondí, ahora tengo derecho a que tú me respondas ¿qué te pasó en la mano?

Me debatía entre gritarle, fracturarme la otra mano dándole una bofetada o salir corriendo lejos de ella. Al final decidí responderle.

—Me golpee accidentalmente la mano con la pared —susurré.

— ¿¡Qué!? Esta loca, ¿Por qué…?

—Es mi turno de preguntar —la interrumpí con frialdad— ¿Cuántas alumnas?

Ahora era ella la que parecía querer abofetearme. Pero también se contuvo y me respondió.

—No lo sé —comentó pensativa— honestamente no puedo decirlo… pero en ese momento fueron aproximadamente… 15 las que declararon.

Si. Realmente deseaba abofetearla.

— ¿Cuántas veces te golpeaste accidentalmente?

Miré mi mano que parecía un pedazo podrido de carne.

—Más de 15.

Baje la vista. Me sentía sin fuerzas y el dolor no hacía más que crecer.

—Déjame llevarte al doctor —suplicó.

No dije nada, pero ella me ayudó a levantarme y de nuevo me abrazó por la cintura. Tomamos un taxi y cuando estuvimos dentro recargue mi cabeza en su hombro, dejando que su apacible respiración me tranquilizara. Dejandome envolver por su calor y por su embriagadora fragancia.

Allí estaba, entrando por mi propio pie a la boca del lobo. Como lo había hecho desde el primer día que la conocí.

Mis padres entraron al consultorio con paso firme y haciendo gala de arrogancia.

Primero me miraron a mí con preocupación, pero luego dirigieron su atención al doctor que calificaron de incompetente y al final se percataron de la presencia de Marcela. Mi mamá la miró como si fuera un gusano asqueroso que se arrastraba sobre sus botas y mi papá parecía dispuesto a sacarla a patadas de allí.

Al parecer todos en el lugar estaban actuando una película y yo era la única que no tenía la jodida de lo que pasaba a su alrededor.

— ¿Qué te paso Ana? —preguntó mamá cuando mi padre saco al Marcela para hablar afuera.

— ¿No me digas que van a interrogar a mi profesora porque yo tuve un accidente?

—Déjaselo todo a tu padre.

—No hay nada qué él tenga que hablar con Marcela.

— ¿Sabías que ya la había detenido?

— ¿Mi papá fue quien la metió a la cárcel?

—No estuvo en la cárcel —me corrigió— se metió en muchos, problemas, y estuvo detenida pero al final salió bien librada.

—Porque era inocente, no pueden estarla acosando…

—Si podemos y más si estaba contigo —volvió a corregirme— ella salió libre no porque fuera inocente, sino porque era lista. Sabía cubrir sus huellas, mentir, manipular. Toda mi vida he tratado con criminales. Marcela Navarro se mantenía en la raya, pero a fin de cuentas todos en esa línea terminan perdiendo el equilibrio y caen hacía un lado. La minoría se corrige pero los que no un día terminan esposados y hundidos hasta el cuello.

— ¿Eso qué significa?

—¿Sabes por qué estuvo presa?

Baje la vista.

—Por tener relaciones extraescolares con algunas de sus alumnas —mermuré despacio repitiendo no solo sus palabras si no también su forma de decirlo.

—Así es, y a tu padre no le gustan mucho las personas que juegan con otras —comentó amenazante —hace mucho que está buscando un motivo para encarcelarla y más cuando supo que entraría a trabajar en tu escuela.

Tragué saliva.

—Ella no ha hecho nada malo.

—Más le vale —susurró mirándome de una forma que me hizo estremecer.

El doctor me dio algo para el dolor, me mandó a hacer una placa y me puso una venda. Intentó averiguar cómo había pasado, al regresar a casa mis padres también lo intentaron, como no tuvieron éxito decidieron hacer la investigación por separado. No les dije una sola palabra. Pero al ser detectives dedujeron que algo me había enfurecido. Vieron el desorden en mi habitaciòn y marcas en la pared. Supieron que yo misma me había provocado las lesiones, y llegaron a varias conclusiones, la que menos les gusto fue la que implicaba a mi profesora.

La habìa metido en problemas y lo sabia, despues de todo ella nunca habìa intentado propasarse conmigo, nunca demostrò tener segundas intenciones, ni mucho menos me dio motivos para que me encariñara. Todo habìa sido culpa de una gama de pensamientos y sensaciones que se mezlcaron, creando accidentalmente una emociòn para la que yo no estaba preparada, una emociòn que me tomò por sorpresa y que dio señales de vida justo mientras pasaba las letras del jodido reportaje.

Ellos se cansaron de preguntarme y me dejaron sòla pero los conocìa lo suficiente como para saber que tenìa que alejarme de Marcela Navarro.

Las pastillas que me recetò el medico no sòlo tuvieron exito con el dolor, ademàs me dejaban medio atontada, por lo que esa noche no me costó quedarme dormida. Y ese sueño realmente fue reparador, al despertar mi único dolor era físico y en escala del uno al diez podía darle un tres, en cuanto a todo lo relacionado con mi profesora, ahora podía pensar con claridad. No habìa razones para culparla de nada, y si mis padres lograban implicarla en cualquier cosa yo podìa alegar su inocencia y lo harìa, si era necesario lo gritaria ante ellos, lo gritarìa ante los abogados, lo gritarìa en la corte y a los periodicos y a todo aquel que se atreviera a acusarla. Para empezar, como primer acto oficial en su defensa tendrìa que alejarme de ella. El sòlo pensamiento aplastò mi corazòn como a una hoja de papel y me dì cuenta de que pese a lo firme de mi empeño estar lejos de mi profesora serìa insufrible.

Busquè mi movil para poner musica y me encontrè con cinco llamadas perdidas de un numero desconocido, me encogì de hombros y lo conecte al estereo donde empezò a sonar "No Me Imagino Sin Ti" de El Tren de Los Sueños, la canciòn dificilmente podìa ser màs adecuada.

Cuando salì de la ducha el reloj me señalò justo el tiempo que necesitaba para desayunar ràpido y salir a tomar el autobus. Era un dìa realmente terrible, densas nubes negras se arremolinaban en el cielo y amenazaban con dejar caer su ira sobre la ciudad en cualquier momento.

—¿Vienes conmigo

Un Ford blanco se detuvo frente a mi, nisiquiera lo habìa visto llegar, era como si de pronto se hubiera materializado en la calle.

Dì un paso atràs.

—Esperarè el autobus —susurrè.

Ella me mirò sin poder creer que la hubiese rechazado.

—El dìa pinta fatal...

—Llegarè puntual a clases si eso es lo que le preocupa —dije cortante mirado a todos lados para cerciorarme de que mis padres no estuvieran espiando.

—No, eso me da igual lo que me preocupa es que no llegues nunca —dijo y saliò de su auto— los autobuses ya de por si son peligrosos, pero lo son aun màs en dìas como este.

—Lo dice por que no conoce a los conductores.

—Ni me interesa conocerlos, lo unico que me importa es que estes bien.

Mientras lo decìa se acercò a mì. Demonios, ¿como es que no podìa notar lo mal que me ponìa tenerla tan cerca?

—No quiero meterla en problemas.

Me observa atenta. Su mirada penetrante parece transpasar mi mente y leer mis pensamientos.

—No me asusta tu padre —me confiesa como si de verdad hubiera leido mi mente.

—Deberìa. Èl quiere que vaya a prisiòn.

—Tampoco me asusta la carcel.

Me acaricia la mejilla y yo tiemblo como una maldita hoja seca que està apunto de desprenderse de su àrbol.

—Mi unico temor es que te pasè algo malo —susurrà —quiero protegerte y sè que tu haras lo mismo por mi ¿Me equivoco?

Muevo la cabeza de un lago a otro.

—Yo no voy a dejar que la lleven a la carcel

—Entonces ven conmigo.

Subì a su auto con una sensaciòn extraña en el estomago, como si acabara de montarme en otra nube, una màs alta que la anterior.

—Lamento no haberte dicho.

—¿Decirme que? —le preguntè confundida.

—El lìo legal en el que estuve implicada.

—Ha claro —soltè nerviosa.

—¿Eso te tenìa molesta ayer?

—Para nada —mentì— forma parte de su vida privada.

—Así es —me espetó— pero aun así lamento que te hayas enterado por otro medio que no fuera yo misma. Por supuesto que hubo oportunidades para que te lo dijera pero no soy muy de andar pregonando mi vida privada.

—Entiendo. No estaba molesta por eso, quizá un poco confundida pero es todo… — mentí de nuevo.

El semàforo cambio y tuvo que detener el auto.

—No quiero que me odies por lo que sabes de mì —murmurò — y menos que nada quiero que te alejes.

Sus palabras detuvieron mis latidos, mi respiraciòn y cambiaron el curso de mis pensamientos, que se estamparon directo en sus labios.

De nuevo puso su atenciòn en el camino y avanzò lentamente detràs de una larga hilera. Pero yo no pude quitarle mis ojos de encima.

Ya no habìa dudas realmente estaba deseando sus labios, la estaba deseando a ella, pese a ser mi profesora de literatura, pese a que me llevaba varios años en edad y un millòn de eternidades en experiencia. La deseaba aùn sin importarme que ella fuera una mujer... y yo tambièn.

Cuando finalmente logrè dejar de verla y mirè al frente me dì cuenta que conducia sobre unas calles que no llevaban al colegio...