Si bebes no conduzcas (aventura de Torrente)

Relato protagonizado por uno de los personajes más "entrañables" del cine español. Advierto: no apto para mentes sensibles.

Nunca me había metido en un personaje tan despreciable y distinto de mí como éste: cerdo, machista, facha, egocéntrico... Todo un reto, vamos. Así que advierto que el siguiente relato puede herir susceptibilidades.

Si queréis seguir leyendo, agradeceré vuestros comentarios.

Por fortuna, Torrente es un personaje de ficción del cine español, para los que no lo conozcan.

Un saludo cordial. Solharis.


Por fin, después de tantos años, volvía a estar en el cuerpo de policía, de donde nunca debí salir yo, el agente José Luis Torrente, tan condecorado por mis brillantes servicios... A los mandamases que me habían expulsado por mi espíritu emprendedor e independiente, les costó lo suyo aceptar mi regreso, pero allí estaba. Bueno, hubiera preferido trabajar en el departamento de drogas o en el de terrorismo, algo digno de mi capacidad, claro. Pero en tráfico estaba muy a gusto tocándome los huevos, que al final es lo mejor que se puede hacer...

Ahora están muy severos con lo del alcohol. ¡Si por echarse un par de tragos no pasa nada! Yo he conducido muchas veces después de tomarme unas cuantas copas para coger fuerzas. Es lo que digo yo: nos quieren quitar el tabaco, el alcohol, las putas... ¡Qué gente! Yo no sé adónde vamos a ir a parar, pero, en fin, yo era un mandado y no me quejé cuando me pusieron a vigilar las carreteras. Me acompañaba un novato recién salido de la Academia. Venía algo estirado y con las bobadas que les enseñan allí, pero era un buen chaval y le enseñé a relajarse, que el estrés no es bueno; e hice todo un policía de él.

El caso es que estábamos una noche ocultos en una curva a las afueras de Madrid. Serían las dos de la madrugada y empezaba a aburrirme...

  • Pásame la revistilla – le dije, y me alargó el Playboy , tan necesario para las largas vigilias nocturnas... - ¡Pero qué pinta de golfa que tiene la chavala! – exclamé, viendo la portada.

¡Joder que si parecía golfa la rubia de la portada! ¡Vaya melonar ilustrado que había! Quién se hiciera con una zorrilla de esas... Abrí rápidamente la revista para buscar el póster central mientras me desabrochaba la bragueta para hacerme una pajilla. Pero no pudo ser: puso el coche en marcha antes de que pudiera hacer nada y se cayó la revista al suelo.

  • Pero, coño, chaval, ¿qué haces? ¿Te quieres esperar a que termine de hacerme la "manualidad"? – le dije, mientras tanteaba el suelo buscando la revista.

  • Si es que ha pasado un coche a toda velocidad, Torrente. Un deportivo rojo, nada menos.

  • ¿Un deportivo? ¡Me cagüen su madre! ¡Vamos, dale gas a esto!

Y es que a un servidor nada le infla más los huevos que ver a un tío de esos que se creen que pueden hacerlo todo porque tienen un coche caro... Se iba a enterar el muy gilipollas de quién era Torrente.

Pronto le dimos alcance y le obligamos a aparcar en el arcén. Salí del coche y vi el cochecito en detalle. ¡Menudo cochecito rojo! Qué asco de ricos. Lo peor es que, al bajarse la ventanilla, me encontré con un niñato de unos dieciocho o diecinueve años.

La cosa tenía huevos. ¡Yo, a su edad, tenía una mala vespa, comprada con mis ahorros y currando! Y ahora el niñato me venía con el deportivo que le había comprado su papá... De todas formas, tengo muy buenos recuerdos de aquella moto: qué tiempos aquellos en que me iba con la vespino hasta un bar de camioneros. Menudas putillas había por allí y cuántas cosas me enseñaron...

Y ya que hablamos de mujeres, el niñato no estaba solo sino que llevaba a una chica con él... ¡Menuda chavala! La rubita me recordó a la de la revista pero ésta tenía cara de niña buena y no de zorrilla. Claro que eso no significa nada, porque todas las mujeres son unas viciosillas, digan lo que digan... ¡Anda qué no entenderé yo de mujeres!

  • Buenas noches, señorita – le dije con una amable sonrisa, pero no me respondió y me miró con desagrado.

Me imaginé lo que hacía el chaval con ella en aquellos asientos. Ya podría con ese cochazo. Capullo...

  • ¿Qué ocurre, agente? – me preguntó el muy panoli.

  • Ocurre que vas a tener que soplar. - Y le planté el alcoholímetro en la cara.

Es que me encanta cuando soplan. Ponen una cara de gilipollas que me tengo que aguantar la risa. Era lo mejor de mi trabajo. Bueno, casi lo mejor, porque encontrar a uno bebido podía ser muy, pero que muy, divertido.

  • Uy, uy... Me parece que hemos bebido un poquito, ¿eh?

  • Bueno, un par de copas. Poca cosa, agente.

  • Poca cosa, ¿eh? ¡Bajándose del coche los dos!

Los dos se bajaron sin protestar. Él parecía muy asustado.

  • A ver, podríamos llegar a un acuerdo...

  • ¿Qué? ¡El agente Torrente no acepta sobornos!

¡Quería sobornarme el muy gilipollas! Sí, vale, algún regalo he aceptado alguna vez, pero no de un niñato. ¡Adónde vamos a parar! Le esposé y a ella también. El chico estaba muy sumiso y temblando. Ella parecía más digna y le dio por la tontería de querer hacer una llamada y todo el rollo de los derechos y esas gilipolleces.

Esposados, los subí al coche. Antes de subir yo, tuve el pequeño detalle de romperle un faro con la culata de la pistola.

  • Vamos, a comisaría – le dije, haciendo un guiño a mi compañero, que también había tomado nota de la chica.

Durante el viaje no dejé de mirar a la chavala por el retrovisor. Ella no se daba cuenta. Ojitos verdes, nariz respingona, maquillada y vestida como una golfilla con la minifalda y la cazadora de cuero... Y esa boquita... Lo que puede caber en una boquita como esa.

Media hora en coche y llegamos a uno de los mayores montones de mierda de todo Madrid. El "mercamadrid de la droga" lo llamábamos. Un enorme descampado con algunos árboles y mucha basura por todos lados. Los únicos habitantes vivían en grupos de chabolas dispersos.

  • Disculpe, señor policía (me llamaba así el idiota de él), ¿queda mucho para llegar a la comisaría? – preguntó el niñato, y casi me da la risa.

  • Aquí no hay ninguna comisaría, imbécil – le dijo la chica, que, ni que decir tiene, era bastante más espabilada.

  • Tranquila, chati, que ya hemos llegado.

Dejamos de la carretera y avanzamos por un camino de tierra, que ahora era puro barro por las lluvias. A lo lejos se veían algunos bloques pero estábamos bien solos. Y lo último que harían los de las chabolas es acercarse a un coche policía: lo evitarían como la peste, porque allí no vivía ni uno que no estuviera fichado...

Salimos los cuatro del coche.

  • Esto no es una comisaría... – razonó chico.

  • ¡Qué listo es el pijo, Torrente! – dijo mi compañero, riéndose.

  • ¡Chaval, espabila, que nos vamos a follar a tu novia! ¡Y delante de tus narices! – le dije. Me partía de risa, y qué cara que puso el muy gilipollas...

  • No se atrevan a tocarla o...

  • ¿O qué? – le corté yo.

¿Venía de héroe? Yo sabía muy bien cómo someterle. En cuanto saqué la porra de goma, le tuve en el suelo y suplicando piedad y lloriqueando.

  • ¡No! ¡No me haga nada, policía! ¡Follésela si quiere, pero no me mate, por favor!

  • ¡Pero qué estás diciendo, hijo de puta! – ¡Cómo chilló cuando su novia le dio una buena patada con el tacón del zapato! Mi colega y yo nos reíamos a carcajadas... Hasta que me puse serio, que teníamos mucho por hacer esa noche.

  • Ya está bien de risas y vamos a la faena... Tú callado, chaval, o te partimos la cara. Y tú, guapa, tienes unos ojitos preciosos... – le dije con la mejor de mis sonrisas.

Ella me miraba furiosa pero tenía las manos bien esposadas a la espalda mientras le acariciaba el pelo. Pensé que las putas de aquel topless no eran tan guapas como la jodida.

  • Vamos, que puedes ser muy cariñosa si quieres.

Ya digo que tenía unos ojitos preciosos... pero también unos preciosos bultos bajo la cazadora de cuero. Bajé la cremallera y llevaba una camiseta blanca que le destacaba mucho mejor las tetas...

Le cogí la camiseta y la cazadora y se las subí hasta arriba, hasta que quedó el sujetador a la vista... ¡Y,coño, uno no es de letras pero aquello es que dejaba sin palabras! ¡Aquello si que era una buena delantera y no la de los mierderos del Real Madrid!

Le manoseé el sujetador pero ella parecía muy agresiva.

  • ¡Cerdo!

  • Vamos, prenda, si te va a gustar...

Ahora le metí la mano por la minifalda, buscándole las bragas... Me eché a reír por la sorpresa.

  • ¡Oye, que la zorrita no lleva bragas!

¡Joder, qué bien se lo había montado esa noche el niño de papá! ¡Cómo me calenté entonces tocándole el coño con los dedos! Agarré la minifalda y se la bajé hasta las botas de cuero.

  • ¡Qué estás haciendo, hijo de puta!

Yo me había echado al suelo. Me sonreí porque el coño era moreno (una rubia de bote, como casi todas), aunque no tenía casi vello. Al pijo le gustaban sin bragas y depiladitas. Tenía buen gusto el muy capullo: ¡Lástima que esa noche se iba a tener que conformar con una pajilla en casa!

Me metí el coño en la boca y empecé a comérselo. Yo tenía hambre esa noche y le metía la lengua con ganas. Eso les gusta a todas, ya pueden decir ellas lo que quieran. ¡Pero cómo les gusta que se lo chupen! Y experiencia no le falta a un servidor usando la lengua... y los dedos, y no sólo para cascármela, claro.

Noté la humedad en la lengua y me sonreí. La estaba derrotando quisiera o no.

  • Mmm... – La oí, y es que uno tiene don de lenguas.

  • ¡Joder, cómo está gozando la putilla! – dijo mi compañero.

Cuando me cansé de comérselo, me levanté y le di la vuelta. La eché sobre la cubierta del coche. La delantera era notable pero el culito tampoco estaba mal. Me bajé los pantalones con decisión.

  • ¡Ahhh! -. Ahora sí que gimió cuando le metí la polla. He dicho que tengo el don de lenguas pero, sin pretender ser un inmodesto, también tengo otros dones. Y le metí uno muy gordo entre las piernas. ¡Cómo la hacía gozar a la zorrilla!

  • Ohhh, dame más... – dijo ella, y aluciné por el giro tan drástico que había tomado la situación.

  • ¡Pero qué dices! ¡Te están violando! – dijo el inoportuno de su novio.

  • Tú, te callas, que ya quisieras estar tan bien dotado como éste...

Para que se callase mejor, mi compañero le sacudió con la porra en la cara.

Yo seguí a lo mío, empujándola contra la cubierta del coche. ¡Qué gustazo tener sus tetas en las manos mientras arremetía contra ella. El coche también se mecía de meneos que le daba.

  • ¡Gime, zorrilla, que aquí nadie te va a oír! – Y me hacía caso: gemía como una putilla, sin cortarse, pero sin cobrar por hacerlo.

  • ¡Joder, Torrente, yo también quiero probarla! – me decía mi compañero.

  • Espera, chaval, que primero nos toca a los veteranos, y aprende mientras.

Me tuve que correr, ¡pero qué a gusto me quedé mientras volvía a subirme los pantalones! Mi compañero no esperó a tomar el relevo. Estaba abrochándome el cinturón y ya la había echado en el capo para comerle las tetas a placer.

Yo me sonreía de gusto oyéndola gemir. ¡Y el chaval se portó! Realmente estaba convirtiéndolo en un buen policía. Lo que me molestaba era sentir al gilipollas del novio lloriqueando. Le tuve que dar ahora yo con la porra de goma para que se callara y me dejara oír chillar a su novia como una cerda mientras se la beneficiaba mi aprendiz...

El caso es que me volvieron a dar las ganas y me bajé los pantalones otra vez para tener algo de sexo oral. La echamos al suelo y así, de rodillas y con las manos esposadas, nos la chupó hasta sacarle brillo a la polla. Me dejó la punta del capullo tan reluciente que parecía que me la hubiese barnizado. ¡Qué arte se daba la muy puta! Me sacó el semen como si se estuviera tomando un porrón de vino...

Aquello terminó y nos subimos los pantalones. Ella tenía ahora el pelo deshecho, el carmín de los labios completamente corrido de tanto mamar, la cazadora y el jersey hasta los hombros, y la minifalda en los tobillos. Habíamos hecho una buena faena.

Le quité las esposas y esperamos los dos, mi compañero y yo, muy sonrientes, a que se arreglara un poco.

  • ¿Qué? ¿Tu novio no sabe hacer esto, eh?

No respondió pero estaba claro que no. El señorito se había comprado el cochecito rojo y creía que, con dinero, podría tener la mujer que quisiera. Pero esa noche se le había fastidiado el plan. Los llevamos hasta su coche y allí los dejamos. No he vuelto a saber de ellos.

¡Qué bien lo había pasado! Lo mejor es que esa noche no había tenido que pagar. Y llevaba una buena temporada de sexo de pago. Tuve la impresión entonces de que se habían acabado los malos tiempos y volvían los buenos, y no me equivocaba... ¡Joder, que si no me equivocaba!