Show me how to live

La imagen de mi prima no dejaba de aparecer en mi mente y, lo que es peor, la de mi tía Marga,también.

“Show me how to life”

Por fin llegó el 30 de Mayo de 2005, Audioslave  aterrizaba en Madrid para presentar su segundo disco “Out of Exile”. Tocaban en “La Riviera” y por eso, al ser un recinto relativamente pequeño para ese grupo, decidí comprar las entradas con tres meses de antelación.

Vanesa pasó a recogerme a las seis de la tarde para llegar con tiempo y tomarnos unas cervezas antes de entrar al concierto. Cada cierto tiempo, planeábamos una escapadita juntos para desconectar de nuestras vidas y reactivar nuestra vieja amistad que se produjo a raíz de la fallida relación amorosa que mantuvimos unos años atrás. Casi siempre íbamos al cine para compartir una de nuestras grandes aficiones, las películas de terror, pero hoy tocaba otra de ellas, la música. Ahora, ella estaba casada y yo mantenía varios escarceos, nada serios, con otras amigas pero la verdad es que, siempre me había gustado mucho, sobre todo por su manera de ser y porque es buena persona. Físicamente era una chica muy atractiva, con el pelo castaño a media melena y con unos grandes ojos verdes que iluminaban toda su cara. Su cuerpo menudo contrastaba con sus enormes tetas que destacaban por encima de todo lo demás, me volvían loco.

Cuando llegamos allí, se produjo un milagro, encontramos sitio para aparcar a la primera. Compramos un par de botes de cerveza y nos fumamos un cigarro en el parque que está en frente de la sala de conciertos. Como siempre, nuestra conexión fue especial, daba igual el tiempo que hubiera pasado sin tener apenas contacto porque, a los pocos minutos de estar juntos, recuperábamos todo lo perdido.

A las ocho en punto abrieron las puertas y la gente comenzó a pasar. Nos pusimos en la cola y esperamos, pacientemente, nuestro turno para acceder al recinto. Cuando entramos, aunque el aforo estaba casi al completo, se podía andar sin mucho agobio. Compré otro par de cervezas en una de las barras y nos pusimos en un sitio desde donde veíamos el escenario sin problemas. Según se aproximaba la hora de comienzo, nos fuimos apretando más y el contacto fue inevitable. Al notar el roce de su teta en mi brazo, la miré, ella sonrió y se restregó más contra mí.

-Es lo que tienen los conciertos, ¿no? Me dijo en un tono que hizo despertar a mi polla.

-Pues sí, es lo que tienen, Así mejor, ¿no? Le contesté tocándola bien el culo.

-Por supuesto que sí.

Con los empujones, nos fuimos moviendo hacia una zona que estaba más despejada, lo malo fue, que se formó una especie de pasillo, delante nuestro, por donde pasaban los que querían salir de todo el mogollón de gente. Inesperadamente, un rostro me resultó familiar.

-¡Coño, prima! Pero ¿Tú que haces aquí?

-¡De paseo, no te jode! Me contestó riéndose  dándome dos besos.

-No sabía que te gustara Audioslave.

-¡Pues sí, primito! Sobre todo Chris, el cantante. ¡Está buenísimo!

-Mira, Irene, te presento a mi amiga Vanesa.

-Hola, Encantada de conocerte.

-Hola, igualmente. Le contestó mientras la saludaba.

-¿Has venido sola? Pregunté elevando un poco la voz.

-No, he venido con unos compañeros de la facultad.

-Y ¿por dónde estáis?

-Estamos al lado del escenario, en todo el meollo. He salido porque me estaba agobiando ahí dentro y así, aprovecho para ir a mear.

-¡Venga, te acompaño que esto va a empezar! Dijo Vanesa cogiéndola de la mano.

Se perdieron entre la gente y yo me quedé fumándome un cigarro pensando en las casualidades de la vida. Hacía bastante tiempo que no veía a mi prima y me la tenía que encontrar en el último lugar que me podía imaginar. Entonces las luces de la sala se apagaron y el grupo salió al escenario tocando los primeros acordes de “Your time has come”, el primer single del nuevo álbum. El público reaccionó al instante, gritando y levantando las manos, celebrando la aparición de sus ídolos. Desde donde estaba, veía perfectamente a la banda y no era muy agobiante pero, de repente, empecé a notar como unas manos comenzaron a sobarme el culo, me dí la vuelta rápidamente y cuando vi que era Irene, el corazón me dió un vuelco. Detrás de ella, Vanesa se tronchaba de la risa. Me reí con ellas por su ocurrencia y no le dí más importancia.

Después de un par de temas, comenzó a sonar “Like a Stone” (mi canción preferida) y mi prima, que al final se había quedado con nosotros, me dijo gritándome al oído:

-Primo, súbeme a hombros que quiero ver mejor a Chris.

-¡No jodas! ¿En serio?

-¡Claro, venga, si no peso nada!

Al final acepté, se puso delante de mí con las piernas abiertas y me agaché para meter la cabeza entre ellas. Sujeté sus tobillos con mis manos y con un ligero impulso, me incorporé. La verdad es que no me supuso ningún esfuerzo y si encima ella disfrutaba más del concierto, pues mejor. Pero, según avanzaba la canción y sus movimientos, comencé a darme cuenta de la dureza de sus muslos y de su culo, ¡Joder con mi primita!

Nunca había pensado de esa manera en ella, pero la situación que se había planteado empezó a cambiar mi visión sobre Irene. En este punto, os diré que mi prima tiene 23 años, 1,60 de altura y unos 50 kilos de peso. Morena, con el pelo largo, casi siempre recogido en una coleta y con una cara muy bonita y graciosa por los dos hoyuelos que le salen en los mofletes cada vez que se ríe (que es casi siempre). No tiene muchas tetas pero, como ya os he comentado, su culo y sus piernas son un espectáculo digno de admiración.

Yo, ya no prestaba atención a la actuación, que tanto había esperado, porque sólo estaba pendiente de sentir el cuerpo de mi prima. De vez en cuando, ponía las manos en sus rodillas intentando subir lo máximo posible sin que ella lo notase, pero la verdad es que me daba igual, estaba súper empalmado y podía ponerle cualquier excusa ante esos movimientos estratégicos. Cuando acabó la canción se bajó de mis hombros y, después de un par de temas más, se despidió de nosotros para regresar junto a sus compañeros de facultad.

Vanesa y yo continuamos disfrutando del excelente concierto que estaba ofreciendo la banda californiana pero, tras 20 canciones y casi dos horas de actuación, las luces se encendieron y los fans comenzamos a abandonar la sala, satisfechos por el show presenciado.

En el camino de vuelta, Vanesa y yo, nos prometimos, como siempre, que no podíamos dejar pasar tanto tiempo entre una y otra quedada y nos despedimos con tristeza pero, a la vez, muy contentos por lo bien que nos sentíamos cuando estábamos juntos.

Cuando llegué a casa, la cabeza me daba vueltas, no podía disipar el recuerdo de Irene de mi mente. Sólo con pensar en ella, me empalmaba de una forma brutal y eso no me gustaba porque había convertido un hecho aislado y puntual en un acto morboso y además, si se enteraba alguien de la familia me iba a caer un buen paquete. Encendí un cigarro y me recosté en la cama intentando olvidar todo lo ocurrido porque, al fin y al cabo, era imposible que todo eso pasara de una anécdota curiosa. Esa noche dormí peor que nunca.

Pasaron los días y todo regresó a la normalidad, yo seguía con mis ligues ocasionales tan contento cuando un sábado, después de salir del trabajo, recibí una llamada en el móvil.

-¿Sí?

-¿Hola? ¿Juan?

-¡Tía Margarita! Hola, ¿Qué tal estás? Contesté con el corazón acelerado.

-Muy Bien, ¿y tú?

-Bien, acabo de salir del trabajo.

-¡Ah, me alegro mucho! Te llamaba porque Irene me ha dicho que os visteis en el concierto del otro día y, al ver lo contenta que se ha puesto, he pensado que podías venirte a comer mañana con nosotras. ¿Qué te parece?

En ese momento, el mundo se me vino encima y un montón de preguntas surgieron en mi mente sin respuestas positivas. Ciertamente, yo no quería verla para no alimentar más el morbo pero, quizás, estaba exagerando la situación, así que, acepté la invitación.

-¡Vale!, ¿A qué hora me paso por allí?

-¡Cuándo tú quieras, sobrino! pero, si quieres, pásate pronto y hablamos un poco, que hace mucho que no nos vemos.

-¡Genial! Entonces nos vemos mañana. Le dije sin mucho entusiasmo, consciente del interrogatorio que iba a sufrir al día siguiente.

-Un beso grande, Juan.

-Un beso, tía Marga.

Cuando colgué a mi tía, atravesé pensativo la Puerta del Sol y me metí en el metro para dirigirme a casa, pero cuando el convoy llegó a Atocha me bajé para ir en busca de mi buen amigo Manuel, que era quién me suministraba mis dosis de marihuana para mis estados carenciales de ánimo. Iniciaba mi medio fin de semana libre y no estaba dispuesto a comenzarlo de mal rollo por la comida familiar del día siguiente.

Ya en casa, me duché y me preparé un porro para pasar una tarde tranquila viendo un par de películas. Evidentemente, miraba la tele pero no le prestaba atención porque la imagen de mi prima no dejaba de aparecer en mi mente y, lo que es peor, la de mi tía Marga también comenzó a aparecer. A pesar de sus 48 años, Marga, era una mujer que, sin llamar mucho la atención, se hacía notar. Los kilos de más, no hacían sino realzar su apetecible figura. Me preocupé y miré, de cerca, el porro que me estaba fumando, como si le estuviera pidiendo explicaciones del porqué de esos pensamientos, cómo si el culpable fuese él. Se me ocurrió que, a lo mejor, la “maría”, que me habían dado esta vez, estaba mala o algo así y me estaba haciendo desvariar. Pero no, lo único que estaba malo aquí, era mi cerebro que, encima, le estaba ordenando a mi polla que se sublevase ante mis prejuicios.

¡Y vaya que sí lo hizo! Lo único que pude hacer fue masturbarme para rebajar el increíble cariz que habían alcanzado los acontecimientos y quedarme dormido a los pocos minutos de haber acabado.

Cuando me desperté, los títulos finales de crédito de la película desfilaban por la pantalla de la televisión. Eran las once y media y todo apuntaba a que me esperaba una larga noche de insomnio, así que, volví a ponerla y, esta vez sí que presté la atención necesaria.

A la mañana siguiente, el ruido de la lluvia me despertó, levanté la persiana de mi habitación y observé el tremendo aguacero que estaba cayendo. A pesar de que ya había amanecido, todavía parecía de noche por las oscuras nubes que poblaban el cielo. Me preparé un café y encendí un cigarro mirando como la lluvia empapaba toda la terraza.

A las diez de la mañana ya estaba afeitado, duchado y arreglado, listo para salir de casa para afrontar la cita con mi tía y mi prima. Antes de salir, preparé dos porros para calmar un poco los nervios y me los guardé en la cazadora. Ya no llovía, cogí el metro y en quince minutos ya estaba en Menéndez Pelayo. Salí a la superficie y como iba con tiempo de sobra, subí hasta el parque del Retiro para entonarme un poco antes de ir a casa de mi tía. Al cabo de media hora, terminé y salí del parque para encaminarme hacía allí con un “globo” considerable. Al llegar al portal, toqué el telefonillo y casi, al instante, el zumbido del telefonillo sonó avisándome para que accediera a la propiedad. Las puertas del ascensor se abrieron en el undécimo piso y mi tía ya me estaba esperando en el rellano de la planta.

-¡Buenos días, sobrino! Me saludó alegremente.

-¡Hola, tía! ¿Qué tal estás? Contesté acercándome para darla dos besos.

-Muy Bien, terminando de arreglarme un poco estos pelos. Me dijo recogiéndose el cabello en una coleta y respondiendo a mi gesto.

Pasamos al interior del piso e inmediatamente la fragancia que pululaba por el salón me trasladó a la época en la que íbamos a comer con mis tíos, cuando todo estaba bien, casi todos los domingos. Poco después, mis padres se separaron y mi tío se largó, desapareciendo sin dejar rastro, abandonando a su mujer y a su hija recién nacida.

-Pasa, Juan, Irene no está, ha salido a hacer un poco de “footing” al Retiro.

-¿Sí? He estado allí un rato antes de subir.

-¿Y no la has visto?

-Pues no, no la he visto.

-Bueno, ya tiene que estar al venir, ¿Quieres tomar algo?

-Ahora mismo, no.

-Bueno, cuando te apetezca algo ya sabes dónde está la cocina. Ponte cómodo que yo voy a terminar de arreglarme.

-Vale, tía.

Me senté en el sofá del salón mientras Marga, desaparecía en el interior del piso canturreando alegremente una canción que no pude identificar. ¡Cuántos buenos recuerdos me traía esa casa! Me levanté y abrí la puerta de la terraza que siempre me había encantado por sus espectaculares vistas de esa parte de Madrid. Encendí un cigarro y me apoyé en la barandilla cuando oí que la puerta de la calle se abría.

-¡Mamá!, ya estoy en casa. Gritó Irene cerrando la puerta.

-¡Hola, hija! Ya ha llegado tu primo Juan. Le respondió su madre.

Entré en el salón y todos mis malos presentimientos se hicieron realidad. Allí estaba, delante de mí, perfectamente uniformada con las mallas negras de entrenamiento, un ajustado chubasquero azul oscuro y unas “Asics” blancas que, por su estado, delataban los numerosos kilómetros que llevaban recorridos. Sus grandes ojos marrones y sus mofletes que, estaban un poco colorados por el esfuerzo, destacaban sobre la piel blanca de su cara.

Se colocó la coleta por delante de los hombros y me dijo sonriendo:

-Primo ¿Qué te pasa? Parece que hayas visto un fantasma.

-Eh, eh, no, es que…. Uff, me he quedado pillado. Le dije sin mucha convicción.

-Ya, ya, bueno, voy a ducharme, ahora te veo. Me contestó dándose la vuelta  quitándose el chubasquero.

-Ok, Irene. Respondí quedándome con la boca abierta.

La visión de su culo perturbó mi mente del todo. Encima, por si no fuera ya bastante, sus dos cachetes, perfectamente divididos por el tanga que llevaba puesto, se movían alegremente con cada paso que daba por el pasillo. El movimiento de esas dos espectaculares masas de carne me nubló el raciocinio por completo. La erección no se hizo esperar, fue instantánea. Me senté en uno de los sillones y crucé las piernas para intentar disimularlo pero, al sentir la incomodidad de la postura, volví a la posición inicial notando el calor que invadía mi cabeza y el sudor que empezaba a humedecer mis manos.

Entonces, Marga apareció para no mejorar en nada mi situación.

-Ya estoy lista, perdóname por la tardanza, Juan. Me dijo mientras abrochaba los botones superiores de la camisa negra que se había puesto por fuera del pantalón vaquero.

-No te preocupes, tía. Le contesté removiéndome en el sillón, intentando que no se diera cuenta de lo que se había formado entre las piernas.

-¿Quieres tomar algo?

-No, ahora no me apetece.

-Bueno, pues vente a la cocina y así, hablamos mientras termino de preparar la comida.

-Eso está hecho.

La seguí hasta la cocina y confirmé, con mis miradas furtivas, que el culo de mi tía, aunque más voluminoso, no tenía nada que envidiarle al de su hija. ¡La genética es maravillosa! Mientras ultimaba los preparativos del cocido madrileño que estaba elaborando, yo luchaba, sin conseguirlo, para no seguir escrutándola y evaluándola. Imaginé como serían sus tetas y sus pezones, traté de adivinar la firmeza de esas piernas que llenaban la tela vaquera en su justa medida y admiré la belleza de su rostro, casi sin maquillar.

¡Uff, estaba súper excitado! Ya no la veía como mi tía, ni siquiera como la hermana pequeña de mi padre, ahora la veía como la mujer, atractiva, sensual y sexual, que era. Mucho más de lo que ella se pensaba, ¡seguro!

Conseguí parar, momentáneamente, la maquinaria sexual en la que se había convertido mi cerebro hablando de lo bien, de lo regular y de lo mal que le iba al resto de nuestros familiares. Fue un remedio genial para bajar la erección que, solo unos minutos antes, me había hecho pasar uno de los momentos más embarazosos de mi vida.

Tras unos minutos más de charla, la comida ya estaba lista.

-¡Venga, sobrino! lávate las manos que vamos a poner la mesa. Me dijo como si todavía fuese un niño pequeño.

-¡A sus órdenes! Le contesté simulando el gesto militar, bromeando.

-Jajajaja, anda tira para el servicio. Me respondió con una gran sonrisa.

Al llegar al baño, la puerta estaba medio abierta, la empujé y encendí la luz. El vapor del agua caliente todavía flotaba en el ambiente así que, cerré la puerta y abrí la ventana para que el aire fresco ventilara el servicio. Entonces lo vi. El cesto de la ropa estaba lleno hasta arriba y, por lógica, las últimas prendas tenían que ser de Irene. Sentí como los latidos del corazón golpeaban con violencia mi interior por el repentino e inesperado descubrimiento. Miré hacia la puerta y giré el pestillo. No sabía que estaba haciendo y en el lío en que podía meterme pero yo, ya no razonaba. Sólo quería encontrarlo y lo hice. Estaba enredado en las piernas de las mallas, era negro, de algodón, nada de otro mundo pero era especial,  había estado en contacto con su sexo. Me desabroché los pantalones y me saque la polla. Estaba muy roja, casi morada por la excitación y el morbo de todo lo que estaba pasando. No pude resistir más, cerré los ojos y empecé a masturbarme con fuerza oliendo el tanga, impregnándome de su celestial mezcla de olores. No aguante mucho, cuando noté el escalofrío, me arrimé al lavabo y descargué varios goterones de esperma que resbalaron hacia el desagüe de la pieza de porcelana. Las piernas me temblaban y el corazón empezó a disminuir las alocadas pulsaciones; me limpié la punta de polla sacudiéndola con dos o tres golpes secos contra el lavabo y abrí el grifo para eliminar los restos de semen. En ese momento, llamaron a la puerta.

-(¡Pum, pum, pum!)

-¿Primo, sales ya? Está todo preparado.

-Sí, sí, ahora mismo salgo. Le contesté nervioso a Irene.

Me guardé la polla en su sitio y, no sé porque, también me quedé con el tanga. Lo metí en el bolsillo y salí del servicio rojo como un tomate. Cuando llegué al comedor, la mesa ya estaba preparada con aperitivos y bebidas. Marga e Irene se quedaron mirándome fijamente.

-Juan, ¿estás bien? Tienes mala cara. Me dijo Marga analizándome.

-Sí, sí, estoy bien. Le contesté, bajando la mirada, completamente avergonzado.

-Pues, venga, ¿Qué quieres, un poquito de vino o vermut rojo? Me preguntó Irene riéndose.

-Venga, aunque no estoy acostumbrado, un poco de Vermut. Contesté con la esperanza de poder relajarme un poco con el alcohol.

A partir de aquí, la comida se desarrolló con normalidad exceptuando algunas indirectas muy directas de Irene sobre, por ejemplo, mi relación con Vanesa o a mi incapacidad de tener una novia estable por las diferentes relaciones que mantenía con mis amigas.

-A tu edad, ya deberías pensar en sentar la cabeza, Juan. Me dijo Irene algo más seria.

-¿A mi edad? Le respondí con sorpresa.

-Irene, hija, con 34 años, tu primo todavía es joven. Es más, yo diría que está en uno de los mejores momentos para un hombre. Dijo mi tía, sonriendo y guiñándome un ojo.

-¡Vamos, que me estás llamando viejo por toda la cara! ¿no?

-¡Qué no, hombre! No os pongáis nerviosos, carcamales. ¡Era broma! Respondió Irene, partiéndose de risa, orgullosa de su juventud.

-Bueno, chicos, ¿qué queréis? Café, un licorcito de manzana o melocotón, una infusión…….

-Yo, un café sólo, por favor, tía.

-Mira, pues yo también quiero uno. Dijo Irene.

-¡Pues ala! ayudarme a recoger y nos lo tomamos en la terraza con un cigarrito, que hace tiempo que no me fumo ninguno. Dijo mi tía muy contenta.

En un momento recogimos toda la cocina y nos fuimos a la terraza. Al llegar, encendí un cigarro y me senté en una de las sillas pequeñas que estaban fuera. Poco tiempo después, llegó mi tía y ocupó la otra silla disponible. Le ofrecí un cigarro, le di fuego y empezamos a charlar sobre cosas banales hasta que llegó Irene y se enfadó:

-¡Mírales, que listos! Y ahora yo, ¿dónde me siento?

-Perdona, siéntate aquí. Le dije levantándome de la silla con un corte tremendo.

-No seas así, hija. Ven siéntate aquí. Le dijo su madre señalándole su propia rodilla.

-¡Sí, hombre, prefiero sentarme con él! ¿A qué no te importa? Me preguntó sin esperar mi respuesta ante la mirada atónita de su madre.

Y así, en un abrir y cerrar de ojos, tenía a la mujer, que me había provocado una de las pajas más morbosas y peligrosas de mi vida, sentada sobre mi rodilla derecha. Mi cara debió ser un poema porque se empezaron a reír inmediatamente. Pero mi polla no reía, mi polla sufría, y mucho. Mi pierna derecha se convirtió en el receptor más sensible del mundo, sobre todo al notar como los cachetes de su culo se separaban para que su coño se asentara sobre mi muslo. ¡Menos mal que se estuvo quieta!

Aguanté el tipo lo mejor que pude durante un buen rato hablando y tomando el café pero, por desgracia, mi querida extremidad comenzó a dormirse y el cosquilleo se hizo insoportable.

-Irene, no siento la pierna. Le dije casi apenado.

-Jajajajaja, ¡vale, ya me quito! Pero porque voy al servicio, eh.

Cuando nos quedamos solos en la terraza, mi tía Marga intentó disculparse:

-No se lo tengas en cuenta, Juan, es muy descarada, lo siento.

-¡No te preocupes, tía! Acerté a decirle lo primero que se vino a la mente.

-Ya, pero es que me ha gustado mucho que hayas venido y no quiero que, por su actitud, dejes de venir.

-¡Anda, tía, no digas tonterías! Cuando quieras repetimos, además con tus recetas me ayudas un montón.

-¡Muchas gracias, sobrino! ¡Anda, dame un abrazo! Me dijo levantándose de la silla.

-¡Claro que sí, tía! Le contesté intentando disimular que lo deseaba con todas mis fuerzas.

Nos fundimos en un abrazo tan intenso, que no importó ni que mi polla golpeara su vientre ni que sus tetas se aplastaran contra mi pecho. A esas alturas ya poco importaban los remilgos, así que, cuando nos separamos, le pedí permiso para poder encender el porro que me esperaba en la cazadora.

-Tía, ¿te importa que fume un poco de “hierba”?

-No, no me importa, fuma si quieres.

Dicho y hecho, pasé al salón y cogí el porro del bolsillo de la cazadora pero, cuando me disponía a regresar a la terraza, la voz de mi prima me sorprendió.

-¡Primo, ven a mi habitación, porfa!

Cuando llegué a la puerta, ella salió y me cortó el paso.

-¡Devuélvemelo! Me dijo muy seria.

-¿El qué? Le contesté disimulando fatal.

-¿El qué va a ser? ¡Mi tanga!

-¡No sé de qué me estás hablando, Irene! Le respondí con la cara más roja que la sangre.

-¡Ah, no! Vale, vale, ¡tú te lo has buscado! Tras decirme esto se acercó y me agarró el paquete con la fuerza necesaria como para que diera un pequeño salto hacia atrás.

-¡Joder, Irene! ¿Qué coño haces?

-Tú, te has atrevido a coger mi tanga, entonces yo también cojo lo que quiero.

-¡Espera, tú ganas, toma! Lo saqué del bolsillo y se lo dí.

-¡Eso está mejor! Me dijo cogiéndolo pero sin soltarme.

-¿Me vas a soltar o qué?

-¿Qué pasa? ¿No te gusta que te toque los huevos? Me dijo acercándose a mi oído.

-Eh, eh, no, no sé, si

-O prefieres que te los toque mi madre.

-Irene, ¿estás flipando?

-No, yo, no, ¡tú sí que flipas, primo! He visto como nos miras y por supuesto, la paja que te has marcado con mi tanga en el baño ha sido memorable, ¿no?

-¡Vale, me has pillado! ¿Qué quieres? Le dije asumiendo mi derrota.

-De momento, nada, pero ya pensaré en algo, no te preocupes. Me dijo liberando, de golpe, mi paquete de su mano.

-¡Joder, me estás dando miedo! Le respondí realmente intrigado y preocupado.

-Vuelve a la terraza con mi madre y dale de fumar un poco de hierba, a ver si eres capaz de bajarle un poco la guardia. Me dijo descolocándome por completo.

-¡Sí, eso suena bastante bien! Pero voy a tener que “colocarme” un poco para digerir todo esto. Le contesté dándome la vuelta para volver a la terraza.

-¡Espera un momento! Me ordenó agarrándome con firmeza por el brazo.

Cuando estuvimos frente a frente, se abalanzó sobre mí, regalándome un “morreo” brutal que hizo que me olvidara de todo. La agarré del culo, atrayéndola más, para sentirla por completo y ella, al notar la dureza de mi polla, se restregó, con fuerza, contra ella. Poco después, nos soltamos, nos fuimos sin decirnos nada más y regresé a la terraza deseando encender el porro para evadirme. Pero sabía, de sobra, que en esa casa, eso, iba a ser imposible.

-¿Qué te pasa, sobrino? Estás pálido.

-A mí, nada, tía. Le contesté encendiendo el porro.

-¿Seguro? Insistió.

-¡Que sí, tía! No pasa nada. Volví a contestarle, pasándole la pequeña antorcha humeante.

-¡Uy, hijo, yo no quiero! No fumo “hierba” desde hace muchos años.

-¡Por eso! Sólo pruébala y verás que relax te entra.

-Bueno, pero poco, eh, que si no se me va la cabeza.

Le dio dos caladas que, aunque pequeñas, fueron suficientes para que, a los pocos minutos, comenzara a marearse.

-¡Joder, que mareo!

-Tía, ¿Estás bien?

-Sí, sí, pero acompáñame a mi dormitorio que me quiero tumbar un rato.

-¡Vamos, arriba! Le dije pasándome su brazo por mi cuello y sujetándola por la cintura con el otro brazo libre.

Llegamos al dormitorio y dejé que, ella misma, se tumbara en la cama para evitar cualquier contacto sospechoso. Sin pudor ninguno, se quitó los pantalones y los tiró al otro lado de la cama. Apartó, un poco, las sábanas y al meterse en la cama no pude apartar la vista de su tremendo culo y de las bragas que se perdían en su raja. Terminó de taparse y cerró los ojos sin decir una sola palabra.

Decidí avisar a Irene para decirle que era lo que había pasado pero, nada más decírselo, supe que la había cagado, o no. Entró en la habitación y fue a ver como se encontraba realmente. Al cabo de un par de minutos, salió de la habitación y entornó un poco la puerta para estar pendiente de su madre.

-¡Buahh, no es nada! En un par de horas estará más fresca que una rosa.

-¡Joder, qué bajón! Le contesté resoplando aliviado.

Nos asomamos una vez más y vimos que dormía plácidamente. Entonces Irene se vengó por el robo frustrado del tanga. Comenzó a magrearme, mirándome fijamente a los ojos, delante de la habitación de su madre. Casi sin darme cuenta, me encontré con los pantalones y los boxers en los tobillos y la polla mirando al techo del pasillo. La agarró con firmeza y comenzó a masturbarme mientras se arrodillaba. Me situó de perfil, casi debajo de la puerta, y, de repente, escupió sobre ella un par de salivazos para lubricarla,  deslizando su mano por toda su superficie, desde la base hasta el glande.

-¡Tienes que mirar a mi madre! Me ordenó tajantemente.

-¡Pero si está dormida! Le contesté girando la cabeza hacia la cama.

-¡Tú mírala, coño! Volvió a ordenarme antes de engullir la mitad de mi polla de golpe.

Seguí sus órdenes y observé como Marga, aparentemente, dormía pero unos leves movimientos, por debajo de la colcha, indicaban que, realmente, no era así. Mi tía se estaba masturbando viéndonos a nosotros. Ya no me extrañaba nada, así que, me apoyé en el marco de la puerta, para poder aguantar las incesantes acometidas bucales de Irene, y cerré los ojos para disfrutar de la gran mamada que me estaba realizando.

No sé por qué pero, después de casi diez minutos, no podía correrme, supongo que estaba tan excitado que quería que no acabara nunca. Sin esperarlo, todo terminó como había empezado, de golpe. Irene se levantó, limpiándose la comisura de los labios,  y cerró la puerta de la habitación de Marga.

-¿Qué tal? ¿Te ha gustado? Me preguntó, delante de mí, con las manos en la cintura.

-Tú, ¿Qué crees? Le contesté con la polla, mirando hacia ella, desafiante.

-Que sí, ¿no?

-¡Claro! pero…..

-¡Pero nada! por el momento, ¡esto se acaba aquí!

-¡No me jodas!

-Sí quieres que esto continúe, tendrás que aceptar las condiciones y ésta es una de ellas.

-¿Cuál?

-¡Obedecerme!

-¡Ah, vale, muy bien, de acuerdo!

La verdad es que estaba más sorprendido y excitado que enfadado pero reaccioné y, después de vestirme, salí a la terraza para encenderme el porro que había dejado a medias. Dí una calada profunda, solté el humo y me dirigí a la puerta para regresar a mi casa sin despedirme de ellas pero cuando ya tenía un pie fuera, su voz detuvo mis pasos.

-¿No te vas a despedir?

-Perdona, es que ahora no sé cómo comportarme contigo.

-Pues, igual que antes, primo. No ha cambiado, prácticamente, nada.

-¡Joder, vale! si tú lo dices.

-¡Pues claro que lo digo yo!, ¡Ven aquí! Volvió a ordenarme y yo obedecí.

Me besó como lo había hecho antes pero no dejó que la pusiera las manos encima. Se separó y, poco a poco, fue cerrando la puerta. Me miró fijamente, de nuevo,  y me dijo:

-¡Primo, espera mi llamada!