“Show me how to live” (2)

Los días posteriores fueron bastante extraños, mis prejuicios estaban envueltos en una terrible lucha y mis rutinas cotidianas se desvanecieron. Prácticamente me limitaba a ir a trabajar, realizar las tareas básicas de supervivencia y a acabar los días tumbado en el sillón delante de la televisión con un “colocón” que me permitía ir aceptando lo ocurrido en casa de mi tía Marga.

Los días posteriores fueron bastante extraños, mis prejuicios estaban envueltos en una terrible lucha y mis rutinas cotidianas se desvanecieron. Prácticamente me limitaba a ir a trabajar,  realizar las tareas básicas de supervivencia y a acabar los días tumbado en el sillón delante de la televisión con un “colocón” que me permitía ir aceptando lo ocurrido en casa de mi tía Marga.

La inminente llegada de las ansiadas vacaciones, me permitió ocupar mis pensamientos en la planificación de la escapada que, sin duda, necesitaba a toda costa. Las opciones eran múltiples, desde nueve días en Asturias con un grupo de amigos hasta una semana en Amsterdam con  dos antiguas amigas, Patricia y Azahara. Sin casi tener ninguna duda, la decisión estaba tomada. El viaje a la ciudad holandesa ganó por goleada. Las perspectivas eran inmejorables, una semanita desconectado de Madrid en compañía de mis buenas amigas Patri y Aza y la posibilidad de olvidar el “incidente familiar”.

El último día de trabajo se hizo especialmente largo. El tiempo se ralentizó hasta casi desesperarme pero, por fin, terminó. Había quedado con las chicas para terminar de preparar el viaje en un bar de Malasaña pero al salir, las buenas expectativas se vinieron abajo como un puto castillo de naipes. Irene estaba esperándome en la entrada del trabajo.

-¡Hola, primo! Me saludó con su sonrisa permanente.

-¡Irene! ¿Qué haces por aquí? Le dije mientras recibía sus dos intensos besos.

-¡Ya lo ves! Es que me he enterado de que alguien empieza las vacaciones y no me ha dicho nada. Me respondió mirándome con cara de reproche.

-¡Ah, es que no sabía que tenía que contártelo! Repliqué simulando cierto desagrado.

-Con que esas tenemos ¿no? Sólo te digo que si has preparado algo vete anulándolo porque tienes un nuevo plan.

-¿Y qué plan es ese? Le pregunté intrigado.

-Nos vamos a la casa de la sierra, mi madre, tú y yo. Respondió tajantemente.

-Joder, ya has decidido tú por mí, ¿no?

-¡Claro! ¿Lo dudabas? ¡Acuérdate de que tienes que obedecerme! Concluyó con una sonrisa maliciosa.

-Y tu madre,  ¿Lo sabe? ¿Está de acuerdo?

-¿Tú que crees? Respondió con las manos en las caderas dándome la respuesta.

-A ver listilla, ¿Cuándo habéis planeado la salida?

-El domingo por la mañana a primera hora. ¿Te dará tiempo a conseguir una buena cantidad de “maría”? Preguntó con ojos suplicantes.

-Creo que sí, pero es mala época porque la gente coge para todo el verano. Le contesté con sinceridad.

-¡Seguro que lo consigues, primito! Dijo dándome un azote en el culo.

-¡Oyee, esas manos! Dije divertido.

-¿Qué vas a hacer ahora? Preguntó cogiéndome del brazo.

-Lo primero llamar a Patri y Aza para decirles que mi prima me ha secuestrado y no puedo ir con ellas a Amsterdam y lo segundo ir a la fiesta de un amigo.

-¡Qué cabrón! ¿Te ibas con dos amigas a Amsterdam? Jajajaja, ¡te he jodido el trio! Dijo descojonándose en mi cara.

-El trio y un viaje cojonudo, ¡zorra mala! Le contesté riéndome con ella.

-Bueno, verás como en la sierra también te lo vas a pasar de miedo. ¡Venga!, llámalas y me acompañas a comprar una cosas que necesito en la calle Preciados.

Salimos a la calle Mayor y cogí el móvil para avisar a Patri y Aza del cambio de planes. Irene se puso por delante. Llevaba unos pantalones cortos negros de algodón que realzaban sus menudas pero potentes piernas y una camisa blanca ancha. Su coleta se movía con gracia con cada paso que daba al igual que su culo. Según me disculpaba con Aza, mis ojos seguían el bamboleo de sus glúteos. Era espectacular, llamaba la atención de todos aquellos y aquellas que se cruzaban con nosotros. De vez en cuando, giraba la cabeza y me pillaba hipnotizado por sus sugerentes movimientos y yo, consciente de sus intenciones,  ni me molestaba en disimular.

Cuando nos adentramos en la concurrida calle comercial ya iba enfermo de ver tanta mujer atractiva y a mi prima calentándome. En más de una ocasión tuve que colocarme la polla en su sitio por lo incómodo de la situación. Por fin, Irene decidió entrar en la tienda deseada, escogió varias prendas y se metió en el probador. Me senté enfrente y esperé a que terminara. Estaba tan excitado que por un momento pensé en entrar en el pequeño habitáculo y hacerle pagar a mi prima el terrible calentón que me había provocado. Pero tras unos minutos, salió, pagó y nos fuimos. Al doblar la esquina de la calle del Carmen, comenzó a reírse nerviosa.

-¿Qué coño te pasa? Le pregunté extrañado.

-Nada, joder, que he pagado tres prendas y me llevo seis, jajajaja.

-¿Has mangado la ropa?

-Siiii, y no te has dado ni cuenta, ¿a qué no?

-Pues no, es que no pensaba que tu……

-Que yo ¡qué!

-¡Buahhhh… nada, nada! ¡Qué estás como una cabra!

-¡Ya! Y también muy cachonda, ¡ven aquí!

En ese momento, se colgó literalmente de mi cuello y me metió la lengua hasta el fondo de mi garganta como si nunca hubiera besado con tanta pasión a nadie. Se pegó contra mi cuerpo y cuando se encontró con mi erección suspiró profundamente reanudando sus acometidas con mayor fiereza. Mis manos se imantaron a su culo y apretujaron sus glúteos con fuerza atrayéndola más y más hacia mí.

Cuando nos separamos, nuestros ojos hablaron por sí mismos, la intensidad y profundidad que nos transmitimos fue alucinante. Nos faltaba el aire pero a la vez queríamos más y más.

-¡Qué locura! ¿No? Dije susurrando sin dejar de mirarla.

-¡Sí, una bella locura! Contestó abrazándome con fuerza.

Dejamos el centro cogidos de la mano como si fuéramos una pareja como otra cualquiera. Pero no lo éramos. Aun así, me sentía bien. Irene había conseguido contagiarme su vitalidad y alegría, había agitado mi vida y me sentía vivo, me estaba mostrando cómo vivir nuevas e inesperadas experiencias.

Al despedirnos, nos besamos de nuevo.

-Joder, Juan, ¡¡qué bien besas!! ¡Me encantan tus labios y tu lengua! Dijo con los brazos alrededor de mi cuello.

-¡Y a mí los tuyos, primita! Contesté con las manos en su cintura.

-Mañana te llamo y preparamos el viaje, ¿vale?

-Ok, Irene.

-¡No te olvides de la “hierba” ehh! Dijo mientras ya se daba la vuelta para marcharse.

-¡Qué va! Ahora voy a conseguirla. Contesté dejando escapar el último de sus dedos.

Me quedé quieto observando cómo se alejaba hacía la parada del autobús. Cuando subió, buscó un sitio en la parte trasera y pegó su cara al cristal de la ventana. Al llegar a mi altura, comenzó a hacerme burla provocándome una gran sonrisa que sirvió como una agradable despedida.

El paseo del Prado estaba lleno de gente, sobretodo turistas, que deambulaban en todas las direcciones disfrutando de la belleza de esta parte de Madrid. Bajé hasta Atocha para dirigirme a La Ronda de Toledo en busca de mi amigo Manuel. Al llegar a la altura del Reina Sofía mi móvil vibró, lo miré, era un mensaje de whatsapp, era Irene.

-Hola, guapo.

-Hola, fea. Contesté.

-Uy, ¿A qué eso no me lo dices a la cara?

-¡A que sí!

-A ver, listillo, ¡date la vuelta!

Me giré y allí estaba Irene de nuevo. Guardé el móvil y con los brazos abiertos recorrí los escasos metros que nos separaban.

-Pero, ¿No te ibas a casa?

-Sí, pero, de repente me acordé de lo que me dijiste…….

-¿El qué te he dicho?

-¡Joder, estas fatal, eh! Lo de la fiesta de tu amigo.

-Ah, vale, ¿Te quieres venir?

-¡Obvio! Respondió con rotundidad.

-Vale, entonces vamos al metro.

Mientras recorríamos el subsuelo de Madrid le expliqué a mi prima a dónde íbamos.

-Lo han organizado en el Hebe, hablaron con los dueños y les han cedido la sala para la presentación del club de cannabis. ¿Conoces el garito?

-He ido alguna vez, pero vamos no suelo ir por allí.

-Ah, bueno, entonces no te asustes eh.

-Da igual, si voy con un machote, ¿No?

Nos empezamos a reír, la química entre nosotros era perfecta, estábamos muy a gusto.

Ir al Hebe era como ir a mi segunda casa, nos pasamos media vida metidos allí. Cuando doblamos la esquina, el olor a hierba flotaba por toda la calle. Varios grupos, de tres y cuatro personas, charlaban y reían en las proximidades de la puerta de acceso al garito. Entramos dentro y entonces entendimos por qué la gente salía a la calle. Estaba abarrotado. Encontramos un hueco libre en la barra, pedimos un par de cervezas, dejamos las bolsas de las compras al camarero para que las guardara y nos  dispusimos a buscar a Manuel entre todo el gentío.

Por encima de los murmullos de los asistentes sonaba “Positive Vibration” de Bob Marley y nosotros mientras, intentábamos sortear a todos como podíamos. Y por fin, lo encontramos.

-¡Manuel! Tío, ¿Cómo estás? Le dije dándole un abrazo.

-¡Hombre, Juanito! ¡Mira la que hemos montado, eh! Contestó abrazándome con fuerza.

-Joder, ¡cómo me alegro de que, por fin, lo hayáis conseguido!

-Esto es gracias a todos vosotros, ¡es un logro común! Concluyó mi amigo.

Entonces empezó nuestra fiesta particular. Después de las obligadas presentaciones, Irene y yo, nos sentamos en una mesa y empezamos a fumarnos “un trompetón” que nos había dado Manuel. Rápidamente, la potencia verde comenzó a invadir nuestro torrente sanguíneo y la relajación fue total. El ambiente era extraordinario, diferentes tipos de personas, opuestas como el día y la noche, disfrutando de un denominador verde común.

De repente, Irene se levantó y apartó un poco la mesa. Se sentó sobre mí y le dió una calada profunda al porro. Pegó sus labios contra los míos y comenzó a trasvasar el humo de su boca a la mía. Mi polla notó como su sexo se aposentaba sobre ella totalmente. Me rodeó el cuello con sus brazos y nos besamos profundamente. Nuestras lenguas se encontraron y comenzaron una danza de lujuria contenida que sólo se detenía cuando nos faltaba el aire para respirar.

-Juan, estoy muy cachonda, ¡Mira!

Irene deslizó su mano por dentro del pantalón y, tras un par de segundos, sus dedos aparecieron brillantes ante mis ojos. Sin pensárselo, los introdujo en mi boca que ya los esperaba impaciente.

-¡Quiero follarte! primo. Dijo mirándome como una fiera enjaulada. Sus ojos desprendían fuego y pasión.

-Irene, ¡Te deseo! Conseguí decir antes de que sus labios sellaran los míos con un beso salvaje.

El sabor de su flujo y los movimientos circulares que sus caderas habían iniciado me estaban matando de gusto. Notaba la humedad de su coño que ya traspasaba la tela de su pantalón y que ya avanzaba hasta el mío. No nos importó nada, ni la gente, ni el ruido, ¡nada! Sólo estábamos ella y yo.

El efecto de la droga nos sumió en un estado de trance maravilloso hasta que no pude aguantar más. Cogí su mano y nos levantamos en dirección al baño de chicas. Al llegar, no me importó que hubiera algunas esperando para entrar en las cabinas.

-¡Chicas, lo siento, es una emergencia! Les dije en cuanto se abrió la primera puerta.

Nos metimos dentro, cerramos y, sin decir una sola palabra, le bajé los pantalones. La guié para que se sentara en la taza y, arrodillándome, abrí sus piernas para empezar a comerle su sexo de arriba abajo y de lado a lado. Al oír sus gemidos y sentir como sus manos aferraban mi cabeza contra su delicado clítoris perdí el poco control que ya tenía.

-¡Sigue, Juan, no pares, por favor, te lo suplico, no pares! Me dijo con fervor.

No sé el tiempo que pasé saboreando el coño de Irene, lo que sí sé es que tenía la cara repleta de flujo, las manos húmedas por las continuas entradas y salidas y, sobre todo, una erección cómo nunca antes había tenido. Ella tenía los ojos en blanco, jadeaba constantemente y unas gotas de sudor resbalaban por ambas sienes. Las piernas le temblaban y las palmas de sus manos estaban pegadas a las paredes cómo si éstas fueran a venirse abajo. Me agarró del pelo y me separó de ella mirándome con una expresión de lascivia que, en mi vida, había visto. Se recompuso y, con un gesto, me indicó que me pusiera de píe. Obedecí sin rechistar. Me empujó hacía una de las paredes y de inmediato, desabrochó el pantalón, bajó la cremallera y estiró del calzoncillo hacía abajo. Mi polla se desplegó ante ella. Sus delicadas manos la recorrieron, sin ninguna prisa, hasta que se dividieron. Una se situó en la base de mi polla, subiendo y bajando con una fuerza tremenda. Y la otra comenzó a jugar con mis testículos que, a esas alturas, estaban bastante hinchados. De repente, escupió sobre el glande y una gran cantidad de saliva comenzó a descender hasta su mano. La embadurnó por completo y comenzó a masturbarme mientras que con la lengua exploraba “mi gran cabeza morada”.

Cerré los ojos, Irene y el Cannabis me estaban proporcionando un viaje alucinante, morboso y excitante. Agarré su coleta y comencé a dirigir la felación. Incrementé el ritmo y ella abrió más la boca. La saliva comenzó a descender por su barbilla y cuello y los sonidos guturales de su garganta inundaron la cabina del servicio de chicas del Hebe.

En ese momento, la puerta se abrió. Una chica con el pelo corto se quedó boquiabierta mirándonos. Irene la miró sin dejar de chuparme la polla y yo, no la hice ni puto caso. No me importaba nada. Pero Irene se apartó de golpe dejando mi polla totalmente repleta de saliva y apuntando al techo. Se dió la vuelta, se apoyó en la taza y se inclinó hacia delante ofreciéndome su tremendo culo. Giró la cabeza y después de mirarme, mantuvo su mirada fija en la inesperada invitada. Aparté la fina tela del tanga y restregué el glande por todo su clítoris, hundiéndolo levemente y explorando cada rincón de su rico sexo. Hasta que, por fin, la penetré de golpe e inicié una secuencia de arremetidas profundas y constantes que le provocaron intensos espasmos de placer. Empecé a notar como mis testículos se humedecían por su incesante bombeo de flujo y eso me incentivó, aún más, en mi tarea de dejarla satisfecha.

Tras unos minutos, el golpe seco de la puerta rompió  mi concentración, giré la cabeza para ver si la chica seguía observando y lo que vi ya me descolocó del todo. La chica se había encerrado con nosotros y se estaba masturbando con una mano mientras que con la otra amasaba sus grandes tetas. No sabía muy bien que hacer, así que, seguí follándome a mi prima sin descanso. De nuevo, Irene se apartó, me sacó de su interior e hizo que me sentara en la taza. Se sentó de espaldas sobre mi polla y comenzó a cabalgarme lentamente, moviendo sus caderas magistralmente. Aceleró el ritmo, sus glúteos comenzaron a rebotar sobre mis muslos y mis testículos golpeaban su sexo con cada acometida acentuando sus gemidos, mis suspiros y la respiración acelerada de la chica que nos observaba.

De repente, la chica se pegó a Irene, se levantó la camiseta y, con la habilidad innata de las mujeres, se sacó un pecho del  sujetador y se lo ofreció. No lo dudó ni un instante, redujo el ritmo de las penetraciones hasta que simplemente se quedó aprisionándome la polla con sus músculos vaginales y con un gesto de extrema delicadeza, comenzó a acariciar con los dedos el seno de la chica hasta que comprobó que el pezón, grande y oscuro, estaba listo para ser chupado. La chica cerró los ojos y comenzó a suspirar y a jadear. Aproveché el momento para salirme de Irene y recuperarme un poco. Me puse en una esquina y observé cómo le succionaba el pezón haciendo que se retorciera de placer. Al poco rato, los ojos de la chica se abrieron, me miró y me hizo un gesto con el dedo para que me acercara a ella. Cuando mi polla estuvo a su alcance, la agarró y me atrajo hacia ella. Me besó apasionadamente mientras me masturbaba y mi prima seguía con sus tetas. No pude aguantar más.

-¡Me voy a correr! Dije aprisionando esa mano extraña incrementando el ritmo.

Los chorros de semen salieron despedidos con rabia y pasión impregnando la cara de Irene y la teta de la chica. Ésta, sin pensarlo y con extremo cuidado, recogió su seno manchado con su mano y comenzó a chuparlo con ansiedad. Cuando terminó, ayudó a mi prima a incorporarse, recogió con la lengua los últimos restos de mi corrida de su mejilla y se fundieron en un húmedo y profundo morreo que me dejó alucinando.

-¡Joder, que pasada! Dije quitándome el sudor con el dorso de la mano.

-¡Ufff, chicos, cómo me habéis puesto! Afirmó la chica ajustándose el sujetador.

-¡Nena, menudas tetas tienes! Dijo Irene colocándose la coleta en su sitio.

-¿Sí? Muchas gracias. Por cierto me llamo Sara, ¿y vosotros?

-Yo soy Juan y ella es Irene, somos primos.

-¡No jodas! ¿Sí? Bueno…. si os queréis, ¡es suficiente!

-¡Menudo polvazo que me has dado, primito! Dijo Irene cogiéndome del brazo.

-¿Te ha gustado? Le pregunté.

-Me ha encantado y ¡más con la ayuda de Sara! jajajaja. Respondió riéndose y cogiendo a Sara del brazo también.

Terminamos de limpiarnos y salimos del baño. Regresamos a la mesa y vimos que el garito estaba mucho más vacío que antes. Ahora se estaba mucho mejor en el interior del local. Estuvimos hablando, fumando y riendo. Sara era un encanto, atractiva, divertida y risueña, sensual y provocadora. La atracción fue brutal, yo estaba embobado,  viendo cómo, cada pocas palabras, se besaban y me miraban provocándome. Entonces apareció Manuel y dejé a las chicas para ver si podía conseguir la “hierba” para las vacaciones.

Al final, salimos del Hebe con el objetivo cumplido, con una nueva amiga y siendo miembros del nuevo club cannábico. Nos dirigimos al metro y cuando llegamos a la estación de Puente de Vallecas, mi prima se las arregló para que Sara se viniera de vacaciones a la sierra con nosotros. Irene no paraba de sorprenderme y yo ya estaba empalmado, de nuevo, pensando en los días que me esperaban.

El sábado transcurrió con normalidad, preparé la mochila y esperé a que Irene me llamara para quedar al día siguiente. A las seis, el sonido del móvil me avisó de la llegada de un whatsapp. Quedamos a las ocho de la mañana en su casa. Esa noche no pude dormir bien, los nervios y la excitación hicieron que, ni siquiera, la fumada que me dí pudiese paliar mi situación.

A las seis de la mañana, el agua de la ducha me despejó y el café me reanimó. Salí pronto de casa, cogí el metro y llegué a la casa de mi tía. Antes de llamar, me senté en un banco y me hice un porro. Desde allí podía ver el portal sin problemas. Tras unos minutos, la puerta se abrió y  Marga e Irene salieron cargadas con dos “maletones”. Apuré el porro y me dirigí a su encuentro.

-¡Buenos días! Dije levantando una mano.

-¡Buenos días, sobrino! Contestó mi tía con una gran sonrisa.

-¡Hola, primo! ¡Anda échame una mano con esto! Dijo Irene resoplando.

Después de colocar el equipaje en el maletero, subimos a su casa.

-¿Café? Me preguntó Marga.

-¡Sí! gracias, tía. Contesté escrutando su cuerpo.

El corazón me iba a mil, las mallas y el “top” que llevaba mi tía estaban avivando las brasas del fuego que mantenía mi cuerpo en constante tensión. Encima, Irene me provocaba, sin importarle la presencia de su madre, rozándome y tocándome el paquete. Cuando estábamos tomando el café el telefonillo sonó. Era Sara. A los pocos minutos entró en la cocina acompañada de Irene.

-¡Buenos días! Dijo con alegría.

-¡Buenos días! Contesté sin poder apartar la vista de las marcas de sus pezones en la camiseta blanca.

-¡Hola, Sara! ¿Quieres café? Le preguntó mi tía fijándose también en aquellas impresionantes tetas.

-¡Si, por favor! Contestó Sara riendo, siendo consciente de su poder de atracción.

Después de desayunar nos montamos en el coche y nos dirigimos a la sierra. Por decisión unánime, me tocó conducir a mí pero con el medio colocón que llevaba, me salvé. Irene se adelantó a su madre y se hizo con el volante del Volkswagen. Yo me acoplé atrás con Sara.

Durante el trayecto, conversamos y reímos con las ocurrencias de Irene y los reproches de mi tía que muchas veces lo decía todo con las caras que ponía. De repente, Sara empezó a sobarme el paquete y yo abrí más las piernas para acomodarme mejor. Me cogió la mano y la puso en su teta más cercana a mí. La sensación de tocar esas tetas es increíble, la voluptuosidad, el volumen, Buahhhh…. ¡¡TODO!!

Nos besamos intensamente mientras continuábamos con el magreo mutuo, hasta que noté como otra mano, que no podía ser de Sara, se unía a la exploración. Al notar esto, separamos nuestros labios y mi compañera de asiento me desabrochó el botón de los vaqueros y bajó la cremallera para liberar “al prisionero” de su celda para facilitarle el acceso. La visión de Marga, girada hacía atrás, con su mano alrededor de mi polla hizo que se hinchara un poco más y que casi me estuviera corriendo por la excitación del momento. ¡Mi tía me estaba tocando por primera vez! Nuestras miradas se encontraron. Levanté un poco el culo para bajarme el pantalón y Sara estiró del elástico del bóxer situándolo justo debajo de los testículos.

-¡Pero bueno, Mamá! Jajajaja, has cumplido lo que dijiste anoche pero antes de lo esperado. Dijo Irene mientras su madre continuaba tocándome.

-¡Lo prometido es deuda, hija! Además me debes una cena, ¡por lista!

Ante ésta situación, dejamos de tocarnos y yo sentí curiosidad.

-¿Qué me he perdido? Dije mirando a las tres consecutivamente.

-¡A mí no me mires! Dijo Sara encogiendo los hombros y con las manos en alto.

-Es muy fácil, primo. Ayer en casa, me jugué una cena con tu tía a que no se atrevía a dar el paso y continuar lo que dejamos a medias el otro día. Me aclaró Irene.

-¡Ah, muy bien! Estaréis contentas, ¿no? Dije irónicamente.

-¡¡Siii!! ¡Y tú también! Contestó mi tía que se aferró con más fuerza a mi pene.

-Juan, por fin he conseguido que mi madre vuelva a sentirse una mujer plena de nuevo. Con tu ayuda y con la de Sara, ha vuelto a experimentar cosas que ya tenía olvidadas por el cabrón de mi padre y por algún que otro cabrón que vino después. Dijo Irene muy seria y sin apartar la vista de la carretera.

Esta afirmación nos dejó a todos un poco parados y nos cortó el rollo. Pero Marga, Irene y yo sabíamos que era una situación totalmente positiva así que, nos serenamos y continuamos el viaje sin ningún arrebato más. Pero mi mano, seguía en la teta de Sara.

La casa de la sierra me encantaba, hacía muchos años que no la pisaba pero era un auténtico lujo sin tenerlos. Era una casa unifamiliar y lo único que destacaba sobre el resto era el jardín que tenía en la parte posterior pero al llegar comprobé que el césped, la multitud de plantas y varios árboles frutales que tenía habían desaparecido. Ahora, las baldosas de gres marrón, una gran pérgola y una mesa con unas cuantas sillas ocupaban el lugar del bucólico espacio.

ç-¡Tía! ¿Qué coño le ha pasado al jardín? Pregunté buscándola por las habitaciones.

-Pues le ha pasado que no podía cuidarlo y decidí sustituirlo por algo más práctico, ¿No te gusta? Respondió saliendo de uno de los dos aseos que tenía la casa.

-Está bien pero es que tenía en mi mente el recuerdo del jardín, ¡estaba de puta madre!

-Sí, antes todo estaba de puta madre. Contestó con tristeza.

-¡Venga, tía Marga! Estamos de vacaciones y vamos a pasarlo genial. Dije intentando animarla.

-¡Claro que sí, Juan! Voy a preparar unos aperitivos y nos salimos a ese “engendro de jardín”, ¿Vale? Respondió sonriendo y guiñándome un ojo.

-¡Hecho! Y yo voy a preparar unos cuantos porros para relajarnos, ¿Te parece?

-Me parece muy bien. Contestó con alegría.

Salí al patio, desplegué la pérgola para protegernos del traicionero sol de la sierra y preparé la mesa y las sillas para comenzar a preparar dos “trompetas”, algo más cargadas de lo normal, para los cuatro. Irene y Sara aparecieron dispuestas a subir la temperatura unos cuantos grados. Iban las dos con la parte de arriba del bikini y con pantalones cortos de deporte. El bikini de Sara no podía abarcar todo el pecho y ella, cada poco rato, se lo colocaba en su sitio hasta que Irene con su gracia natural, intervino.

-¡A ver, hija! ¡Quítatelo, si aquí no te ve nadie!                                                                                                                                                 -Cuando esté fumada seguro que me lo quito. Contestó Sara cogiendo un porro para encenderlo.

-¡Sí, eso estaría muy bien! Dije yo con el otro porro en la boca.

-¡Mira que listo mi sobrino! Respondió mi tía que venía del interior con las bebidas.

El tiempo voló y cuando nos quisimos dar cuenta la hora de comer se nos echó encima. Entre todos preparamos unas ensaladas y unos bocadillos y seguimos en la parte trasera de la casa hasta las cuatro o las cinco de la tarde.

El calor era ya casi insoportable. Irene desató la guerra. Cogió la manguera y nos enchufó a todos empapándonos hasta los huesos.

-¡La madre que te parió, que soy yo! Dijo Marga intentando refugiarse dentro de casa.

-¡Sigue, yo ni me muevo! Afirmé sentado con las manos en alto y con el porro en la boca chorreando agua.

Sara se levantó y alzó los brazos, girando sobre sí misma, para recibir su ración de agua fría. Irene se ensañó con ella. La fuerza del agua le movió el bikini y dejó sus dos grandes monumentos al aire y los pantalones cortos pegados a su cuerpo. Cuando acabó con ella, Irene se auto empapó dirigiendo el chorro de agua sobre su cabeza. De repente, el suministro de agua se cortó.

-Venga guapa, ¡ya vale de agua! Todo el mundo a secarse que no quiero resfriados tontos. Dijo marga al lado del grifo.

Pasamos al interior, nos secamos y nos cambiamos de ropa. Yo me puse un pantalón corto y me tumbé en el sillón del salón para descansar un rato después del “fumadón” y del “baño” de Irene. La verdad es que me sentó genial y me despejó bastante. Me estaba quedando dormido cuando las voces de las chicas me espabilaron. Me incorporé y vi como preparaban algo sobre la mesa riéndose entre ellas. Me acerqué y observé los botes de cremas que tenían.

-¡Joder! ¿Dónde vais sin cremas? Dije con ignorancia.

-No son sólo cremas, primo. Contestó Irene volviéndose hacia mí.

-Este es de lubricante. Replicó Sara mostrándome un pequeño bote negro.

-Y este de crema hidratante, ¿Me echas un poco? Me preguntó Marga que venía de una de las habitaciones.

-¡Claro! Dije sin dudarlo.

Me cogió de la mano y al dirigirnos a su habitación, oímos decir a Sara:

-Esperarnos que nosotras también vamos.

Marga se desnudó y se tumbó en la cama. Sara e Irene de colocaron una a cada lado y comenzaron a echarle crema. Sara en las piernas e Irene en los hombros y en el pecho. Sin esperarlo, me quedé un poco "pillado" al ver a esas tres espectaculares mujeres desnudas.

-¿Hola?, ¡Houston…. Llamando a base lunar….! ¡Juan! Gritó Irene.

-¡Qué pasa, coño! ¡Joder que susto!

-Anda, quítate el pantalón que lo vas a romper, jajajaja.

Miré hacia abajo y vi que tenía la  tienda de campaña completamente montada ya. Así que, me desnudé, me acerqué y comencé a extender la crema que Irene había echado sobre el pecho de Marga. Amasé sus tetas con lentitud, sintiendo cada centímetro de piel y notando la dureza de sus pezones que pedían a gritos ser succionados. Sara se apartó de Marga y se situó detrás de mí. Pegó sus grandes tetas contra mi espalda y comenzó a recorrer mi cuerpo con sus resbaladizas manos. Echó más crema en sus manos y, desde atrás, empezó a jugar con mis testículos y mi polla, embadurnándolos bien. Se puso a un lado y comenzó a besarme sin dejar de masturbarme con lentitud pero con fuerza. Sus tetas se dividían en mi brazo y podía notar los latidos de su corazón con nítida claridad. Entonces, vi como Irene recorrió el cuerpo de Marga, con sus dos manos, hasta que llegó a su sexo y comenzó a masajearlo, primero despacio pero, poco a poco, fue incrementando la velocidad. Hasta que ya no pudo aguantar más. Dos, tres, cuatro y fue al introducir su pequeña mano entera, cuando encontró el ritmo de penetración adecuado. La sincronía entre madre e hija era perfecta, los gemidos y jadeos se mezclaban con el chapoteo de la mano al entrar y salir con la lubricación idónea.

Marga se corrió expulsando una buena cantidad de flujo sobre la mano y el antebrazo de su hija. Irene, de inmediato, se levantó y vino hacia nosotros para ofrecernos el éxito de su acción. Sara y yo, devoramos ávidamente la recompensa obtenida por ella.

Se separó de nosotros y volvió a la cama con Marga. Situó su sexo depilado sobre la boca de su madre y la cogió por la parte posterior de las rodillas para poder elevar sus piernas. Su coño estaba completamente expuesto para nosotros. Sara me guió hasta allí, lubricó mi polla con su saliva y la introdujo en el ardiente coño de mi tía. ¡La sensación fue brutal! Marga recibía mis acometidas “estrangulando” la sabana con sus manos mientras que Sara se comía a besos a Irene que disfrutaba de la comida de coño que Marga podía darle.

Tras unos minutos así, la saqué de su interior. Marga se giró para ponerse “a cuatro patas” y ofrecerme la visión, casi mística, de su culo. Irene se acopló para que su madre, ahora sí, le comiera el coño bien. Golpeé varias veces sus glúteos con mi polla antes de penetrarla de nuevo. La penetré, pero esta vez el ritmo fue mucho más rápido e intenso. Sara se acercó y paré de golpe. Sin dejar de mirarme, apoyó su barbilla en la espalda baja de mí tía y, con ambas manos, separó sus nalgas. En ese momento, noté como la cavidad vaginal me envolvía. La saqué y se la ofrecí. La chupó, succionó, lubricó y volvió a metérsela a Marga. Recuperé el ritmo pero me di cuenta que no iba a aguantar mucho tiempo así que, en cuanto  se corrió de nuevo, la saqué con rapidez.

Marga cayó exhausta sobre la cama y yo me senté a un lado sudando como un pollo y con la polla en máximo estado de erección. Las chicas se habían juntado y estaban haciendo un magnifico sesenta y nueve. Irene chupaba con avidez el clítoris de Sara y ésta penetraba a mi prima su coño y su culo a la vez.

Tras unos minutos de descanso, me acerqué a Marga y comencé a acariciar su espalda.

-Marga, ¿Qué tal estás? ¿Te ha gustado?

-¡Joder, Juan! Ha sido maravilloso, gracias.

-No, gracias a ti, gracias a vosotras. ¿Necesitas algo, tía?

-Un poco de hierba estaría genial, ¿no crees? Dijo incorporándose en la cama.

-¡Eso está hecho!

Y fue decir esto y las chicas se abalanzaron sobre la cama.

-¡Siiii! Vamos a fumar y ahora continuamos. Dijo Irene con los mofletes rojos por la masturbación de Sara.

Sara y yo nos repartimos el trabajo y en menos de cinco minutos ya estábamos soltando humo los cuatro. Antes de que se acabara la “maría”, Marga ya estaba despatarrada en la cama y Sara, con el culo en pompa, comenzó a recorrer todo su cuerpo, con las manos, la lengua y sus tetazas. Irene me miró.

-¡Mira que culo, Juan! ¿Quieres follártela?

-Sí, claro que quiero pero primero te quiero follar a ti. Respondí con rotundidad.

-No, primero a ella y luego quiero que te corras sobre nosotras. Tú y yo ya tendremos tiempo de vernos a solas.

-¡Cómo quieras! Contesté sabiendo que tenía algo preparado.

Sujeté mi polla con la mano y la dirigí hacía el coño de Sara. Entró como un cuchillo en la mantequilla. ¡Qué delicia! Al sentirme, comenzó a penetrarse ella misma con los suaves movimientos de sus caderas. Tras un largo rato así, incrementamos el ritmo y al ver moverse sus tetas sin control, no pude resistirme y las agarré con cuidado para no perderme ni un solo instante de placer. De golpe, Sara redujo el ritmo y comenzó a golpear mi pelvis con su culo haciendo que las penetraciones fuesen lentas y profundas. Los temblores en sus piernas me anunciaron su orgasmo.

De repente, Irene me agarró con una mano la cara, la giró hacia ella y me pasó una bocanada de humo verde. Esperó a que lo soltara y me dijo:

-¡Quiero que te corras ya! Para ser el primer día no ha estado mal, ¿no?

-¡Ha sido espectacular, Irene! Contesté sacándola del coño de Sara.

Marga y Sara, siguiendo las indicaciones de Irene, se pusieron de rodillas en torno a mí. Mi tía puso mi polla entre las tetas de Sara y ésta escupió sobre ellas para que se deslizara bien mientras que mi prima me masajeaba los huevos, ansiosa por obtener mi corrida. Y no tuvo que esperar mucho. Cuatro andanadas de esperma, espeso y caliente, se estrellaron contra las tetas de Sara. Sin perder tiempo, nuestra amiga, elevó un poco sus pechos y las demás acudieron a degustar su merecida recompensa.

Caí en la cama y mi prima acudió, rauda y veloz, para obtener los últimos restos de uno de los mejores orgasmos de mi vida. Y me dijo:

-¿Ves primo?, ¡Te lo dije! ¡Espera mi llamada!

Y así es cómo comenzaron las vacaciones más inolvidables de mi vida.

Cómo siguieron y terminaron es otra historia.