Shots de cuarentena: La Hacienda (1)

...Entre húmedos besos y un ligero movimiento llegué a un intenso orgasmo sin siquiera haberme quitado el traje de baño, María no paraba de introducir su lengua en mi boca y sabía que pronto tendría un nuevo orgasmo...

Bajé rápido de mi habitación, directa a la cocina, un poco de zumo ya me esperaba en la mesa, lo bebí tan rápido como pude y me dirigí a las caballerías, ensillé mi caballo y me fui hacia los límites de la hacienda.

Teníamos un problema grave con algunos de los vecinos, el pueblo se estaba quedando sin agua porque se robaron varios tubos y bombas que abastecían, los vecinos hacendados exigían que nosotros les pasáramos agua, pues en nuestro terreno había un pequeño lago y un río que atravesaba por ahí; me bajé del caballo para tratar de hablar con ellos, pues yo tenía siembra por regar y no podía desperdiciar mi agua de riego, entendía lo que sucedía pero era cuestión de las autoridades de la localidad el poner nuevamente las instalaciones para el flujo del agua.

Luego de un rato llegamos a un acuerdo, ellos tendrían agua del río que pasaba por la hacienda una vez por semana, pero a cambio de eso, todos los hacendados haríamos la solicitud correspondiente para que se colocaran de nuevo los tubos y bombas que abastecían nuestras haciendas y al pueblo en general; lo hice así porque no me hubiera gustado estar del otro lado de la situación, pero tampoco iba a desperdiciar mi recurso.

Regresé a la hacienda y me encontré con una noticia nacional, que había una cuarentena por un virus oriental y todo iba a cerrar por un par de semanas, se acababa de decretar, yo aún no entendía muy bien de qué se trataba, era mitad de marzo dos mil veinte, mi hermano Julio estaba en casa ya que era fin de semana, entre semana él estudiaba en la ciudad más cercana a la hacienda, apenas a dos horas de ahí.

Elena, mi prima, estaba de visita en México, ella vivía en Estados Unidos, ambos estaban completamente estresados. María, mi asistente desde hacía unos meses estaba en la hacienda también, todos nos paralizamos.

Carlos y Elena se ofrecieron a ir a la ciudad por la tarde, pasar la noche ahí y regresar al siguiente día con provisiones; cada quien hizo la lista de lo que necesitaba. Por mi parte me fui a los sembradíos y le pedí a Julio, el capataz, que por favor reuniera a los empleados. Tomé la decisión de dejarles sin trabajar dos semanas, en las cuales se les pagaría la mitad de su sueldo al inicio de la semana y la otra mitad al final de la semana; también llegué a un acuerdo con Carlos, les armaríamos una despensa, un kit básico para esas dos semanas para que no tuvieran que salir de sus casas, según las órdenes del gobierno con esas dos semanas se podría controlar el brote en México.

Por la tarde entre Elena, Carlos, María y yo hicimos las listas con lo que necesitaríamos para las despensas para que se fueran antes de caer la noche, María se quedaría conmigo, ella y yo teníamos algo pendiente desde el día que mi hermano había llegado, estuvo a punto de vernos besarnos, no era la primera vez que nos besábamos, pero sí la primera que yo sentía una y mil cosas al besar a María.

Mi hermano sabía bien que yo era lesbiana, sin pareja fija y con lista de relaciones fallidas, desde muy pequeña fui muy coqueta con las mujeres que me rodeaban. Nuestros padres estaban en Yucatán en una negociación para producir mermelada para exportar, los llamé y expliqué bien la situación, estuvieron de acuerdo con las medidas que Carlos, apenas dos años más pequeño que yo y claro yo, habíamos tomado.

Elena y Carlos se fueron, perdí de vista el coche y giré para mirar de frente a María, estaríamos solas el resto de la tarde, la noche y probablemente parte de la mañana. Así que la tomé de la mano y caminamos hacia la puerta de entrada, ambas estábamos nerviosas. Le pedí que subiera a mi habitación y me fui a la cocina, le pedí al ama de llaves que nos descongelara dos pizzas y nos llevara una botella de vino. El sol estaba por caer, al entrar a mi habitación encontré a María sentada al borde de la cama.

—Te ves hermosa— dije con una copa de vino rosado en la mano.

—¿para qué me quieres en tu habitación?— ella sabía bien para qué, teníamos algo pendiente y yo necesitaba que sucediera ya.

—El día que Carlos llegó nos interrumpió— se agachó y sonrió genuinamente.

Caminé los dos metros que me separaban de ella, me sentía como un león antes de cazar a su presa, cuando sabe que tiene la partida ganada.

—No me gustaría perder mi trabajo por esto— habló moviendo la cabeza hasta quedar mirándome fijo.

—Tampoco quiero eso, es sólo que ya no puedo estar lejos de ti, ya no quiero, siento que no debo— me senté a su lado.

—Me gustas mucho Camila— suspiró y cerró los ojos —Me gustas bastante, es más, no sólo me gustas, estoy enamorada de ti— suspiró de nuevo—. Estoy enamorada de mi jefa

Me tomó por sorpresa su comentario, más no dije algo, esperé que continuara pero no lo hizo.

—Yo también estoy enamorada de ti— hablé sin siquiera analizar lo que dije, y fue en ese momento en que me di cuenta que era cierto, estaba profundamente enamorada de María.

Se acercó lentamente a mí y me besó en los labios, sentir de nuevo su boca junto a la mía era lo que más deseaba desde que la llegada de Carlos nos había interrumpido.

Nos besamos por varios minutos, era un forcejeo lento entre su lengua y la mía por poseer la boca de la otra.

Llamaron a la puerta y tuvimos que separarnos, eran nuestras pizzas que ya estaban calientes y el vino en una pequeña heladera, agradecí el servicio y cerré la puerta con seguro para no ser molestadas.

—Tengo una idea— la tomé de la mano y la hice caminar hacia el baño de la habitación —Báñate conmigo— le dije mientras llegábamos a la parte del jacuzzi, era para dos personas. —Tengo trajes de baño aquí— le indiqué un cajón que estaba en mi clóset —te dejo para que te cambies ¿vale?— Abrí las llaves del jacuzzi para llenarlo.

—Sí— me dijo al tiempo que con ambas manos me jaló de la cabeza para unirnos en un tierno beso.

Esperé sentada al borde de la cama, salió vestida en un hermoso conjunto negro de encaje, era uno de los trajes de baño que había comprado para el verano y no había estrenado. Me incorporé y la tomé de la mano, me acerqué a su oido y la besé lentamente.

—Espera— me frenó de golpe. — Faltas tú de ponerte un bikini— me dio ternura su comentario.

Accedí de inmediato y me metí rápido a cambiar, salí con un traje de baño de una sola pieza.

—¿cenamos en el jacuzzi?— me preguntó mientras se levantaba de la cama.

—Claro— respondí de inmediato, la tomé de la mano y puse música, Alexa reprodujo de manera aleatoria mi carpeta de música, y justo para la ocasión, comenzó con Kilómetros, de Sin Bandera.

Comenzamos a bailar lentamente al compás de la música, el aroma de su piel era el más exquisito perfume que hubiera olido jamás. Colocó ambas manos detrás de mi cuello y posó su frente en mi pecho, era escasos centímetros más alta que ella. Bailamos la canción completa sin despegarnos, teníamos ya dos años de conocernos y sinceramente no me di cuenta en que momento me enamoré, el hecho de verla todos los días junto a mí, la admiraba como profesional en su área, como mi asistente era más que eso, era mi amiga, mi cómplice, mi confidente, alguien con quien resolvía los problemas del día a día, con quien realizaba planes de negocios y los ejecutábamos, éramos una dupla genial para trabajar, era divertida, alegre, sonriente, tenía unos ojos negro intenso que me derretían cada vez que la miraba.

Cuando terminó la canción se dirigió a Alexa para pedirle una nueva canción mientras yo tomaba algunos trozos de pizza en un plato y los llevé a la orilla del jacuzzi, que ya estaba lleno, llevé la botella y ambas copas y me metí, tomé una de las botellas de burbujas y la vertí sobre el agua, María se acercó y en un rápido movimiento estaba a mi lado. Encendí el hidromasaje y mientras nos íbamos perdiendo en la espuma nos reíamos, ambas estábamos muy felices, sabíamos lo que pasaría al final de la noche.

Cenamos platicando amenamente, el agua estaba muy caliente y aunque no se debería comer dentro del jacuzzi, unas rebanadas de pizza no nos harían daño. María acomodó sus piernas entrelazadas con las mías mientras bebía el último trago de vino que quedaba en su copa, tomé la botella para rellenar su copa y me di cuenta que ya estaba vacía, hice un ademán por levantarme par ir por otra, pero ella no me dejó, me quitó la botella de las manos y la dejó fuera, se dirigió velozmente a mi boca y comenzó a besarme despacio.

Sus besos tenían un efecto embriagante, me sentía atolondrada con su dulce tacto. Unos minutos después cambiamos de posición, ella quedó encima de mí y seguíamos nuestro dulce beso, me estaba volviendo loca de placer por tenerla encima mío con tan poca ropa. Entre húmedos besos, algunos gemidos y un ligero movimiento llegué a un intenso orgasmo sin siquiera haberme quitado el traje de baño, María no paraba de introducir su lengua en mi boca y sabía que pronto tendría un nuevo orgasmo.