Shark - 5

El hijo pródigo ha vuelto... la cosa se pone peligrosa con Ortega... baile sensual entre Clare y Hugo...

Parte 5

Sus ojos abiertos de par en par, miraban a Hugo todavía sin comprender la situación. No podía ser posible que su Hugo estuviera de pie en su fiesta de compromiso. El corazón le latía con tanta fuerza que era lo único que sus oídos percibían de sonido, todo apagado, solo su corazón retumbando.

-Hijo mío –se levantó Eloísa a la carrera.

-Hugo… -con cara sonriente Pedro.

Alejandro a su lado con cara pálida y entre murmullos indescifrables, se levantó con paso indeciso, llenos de miedo.

-Levanta. –dijo seria Azucena- Vamos, levanta. –le ordenó mirándola seria.

No podía moverse, si se levantaba caería al suelo, el pánico la apresó entre sus garras;

-He dicho que te levantes –agarrando su brazo con fuerza.

Tuvo que sostenerse del brazo de Azucena al no responder sus piernas. De  nuevo miró al frente encontrándose a Eloísa abrazada a Hugo y llorando como una magdalena, junto a ellos, Leire sonreía dándole dos besos a la acompañante de su hermano. Junto a Azucena, Victoria daba pasos lentos tratando de recomponerse lo antes posible, aunque era imposible. No pudo remediar mirar a la pelirroja sonriente situada a la derecha de Hugo.

-Hugo, ¿Cómo has estado hijo? –hablaba Pedro a su nieto a la vez que se abrazaban dándose golpes en la espalda- Eres todo un hombre, un Gálvez hecho y derecho –orgulloso.

-Gracias, abuelo –dijo Hugo.

-Hijo… -se unió Luis abrazando a su hijo.

Victoria llegó donde la familia saludaba al recién llegado, siempre mirando al suelo, no podía ver la cara del hombre al que traicionó. En todo momento su brazo agarró el de Azucena.

-Que bueno… que… que hayas venido hermano. –tartamudeó Alejandro.

-¿Cómo iba a perderme el compromiso de mi hermano mayor? –rió.

La pregunta de Hugo le hizo mucho daño, pero lo peor fue su risa. Lo dijo con tanta tranquilidad que la sorprendió.

-Hugo, hola de nuevo –la soltó abrazando a su sobrino.

-¿De nuevo? –preguntó Eloísa agarrando de nuevo a Hugo.

-Ayer cenemos juntos –sonrió Azucena.

Victoria la miró con rabia, muy enfadada.

-Igual que yo –miraron a Leire- Bueno… yo he desayunado con el, pero lo vi anoche. Me salvó en plan superhéroe –sonrió.

-¿Te salvó? A saber que estarías haciendo… -preguntó Azucena.

-Bueno… un imb… - Hugo la cortó.

-Un perro la empezó a ladrar, y pasaba yo por allí –todos se rieron- Eres una miedica. –besó en la coronilla a Leire.

Victoria seguía mirando hacia Azucena con cara de enfado, no se esperaba que se callase el retorno de Hugo, mas sabiendo lo que sentía por el, en cuanto la pillase sola se lo diría. Era tal el enfado que no se dio cuenta que Hugo la miraba, por supuesto que otro golpecito de Azucena la hizo mirar hacia el frente. Se encontró con la mano alzada de Hugo, que esperaba a que ella hiciese lo mismo… Sus ojos recorrieron la mano de Hugo pasando por el hombro hasta llegar a los ojos de este. Esos ojos verdes que tanto echaba de menos no los reconocía en absoluto, eran fríos, oscuros, no eran los que la miraban con amor llenos de dulzura, de felicidad.

-Hola –dijo en tono neutro,

La mano temblorosa de Victoria subió lentamente hasta fundirse con la de Hugo. Las piernas le temblaron y los ojos se le llenaron de lágrimas, quería morir, abrazarlo, besarlo.

-Ho… Hola Hugo –tartamudeó.

-¿No nos presentas a tu acompañante? –preguntó Eloisa.

-Ella, –soltó a Leire y sujetó la mano de la pelirroja- es mi prometida, Clare. –sonrió.

El alma se le cayó al suelo, ¿su prometida?, no, no es posible. Hugo, su Hugo, no podía pertenecerle a nadie más que a ella, era suyo, le pertenecía de los pies a la cabeza. Toda la felicidad que le deseaba con una nueva mujer, se fue como vino, nadie podía osar besar sus labios, tocar su cuerpo, recibir palabras de amor salidos de sus labios, no.

Toda la familia dio la bienvenida a la nueva integrante en el árbol genealógico. Maldita pelirroja, es preciosa, terriblemente hermosa. Cuando le tocó saludar a Clare, Victoria fue de lo mas fría en los dos besos que le regaló. Más que beso fue rozar las mejillas la una con la otra. Por fin terminaron el reencuentro con Hugo y cada uno volvió a su asiento, con toda la felicidad que trajo a la familia volver a ver al hijo pródigo se olvidaron de los invitados, que callados, presenciaron toda la escena.

Se sentaron de nuevo en la mesa principal, trajeron dos sillas mas para Hugo y Clare situándolas al lado de Leire como ella misma había pedido deseosa. Pedro terminó con sus palabras hacia la feliz pareja y presentó a Hugo ante los invitados. Este no dudó en subir y decir algunas palabras en el micrófono.

Victoria lo observaba a cada movimiento que hacía desde que se había sentado, claro que disimuladamente para no ser descubierta, no quedaría nada bien ver a la flamante prometida de Alejandro Gálvez mirar con celos enfermizos, por que eran celos, a su cuñado que a la vez fue su novio de juventud, un lío. Cuando Hugo se levantó en dirección al pequeño escenario, Victoria le hizo una radiografía a conciencia. Si el pringadillo del que se enamoró le hacía ponerse ‘contenta’ con solo darle un besito en el cuello, este la hacía arder en el infierno. Tuvo que cruzar las piernas para masajear un poco su rajita inundada en flujos, era superior a ella, daría cualquier cosa por que la cogiera en esa mesa y la desnudara salvajemente y penetrara su mástil entre sus piernas.

Cuando por fin cogió el micrófono de manos de Pedro, se dieron un abrazo y comenzó con sus felicitaciones a la pareja.

-Nunca se me ha dado bien hablar en público. –rieron todos- Para los que no me conocéis deciros que no os habéis perdido nada –rió- bueno… casi nada. –volvieron a reír todos los invitados, incluso Victoria se contagió- Ahora en serio, felicito a mi hermano y por supuesto a mi cuñada. –Victoria se puso nerviosa de nuevo- Siempre he pensado que todos tenemos un destino, ya sea bueno o malo, da igual, está escrito. –cambió el micrófono de mano- El destino quiso que ellos dos se enamoraran. Puedo decir que… son tal para cual, están hechos el uno para el otro, sin complejos y con el cariño que se tienen. –alzó la copa de vino- Por los futuros marido y mujer, que el destino os lleve hasta la felicidad eterna, salud. –bebió de un solo trago la copa de vino.

El uno para el otro, el uno para el otro… eran las palabras que martilleaban su cabeza sin parar, una y otra vez. Quería llorar, gritar, todo lo que fuese necesario para desahogar el daño que le había echo Hugo con sus palabras. Cada vocal, cada consonante eran una puñalada a su corazón, ¿Cómo podía comparar a ese monstruo de Alejandro con ella? Tenía razón, había jugado con sus sentimientos de la forma mas baja posible, eran… el uno para el otro.

Pero ahora no podía leer nada en Hugo, era diferente, sus gestos fríos y mirada que infundaba un temible respeto. Diez años atrás, Hugo definió a su hermano como un hijo de puta, un mal nacido que haría cualquier cosa por su disfrute y goce. Quizás ahora no lo sentía así, o tal vez lo seguía sintiendo aún más fuerte, del mismo modo que con ella.

Hizo ademán de levantarse para poder dejar salir las lágrimas amontonadas en sus preciosos ojos, Azucena se lo impidió agarrándola con fuerza la pierna;

-No te muevas. –le dijo al oído.

-Por favor necesito ir al baño… por favor. –suplicó Victoria.

-Sigue con tu papel, no puede echar todo a perder por tus estúpidos sentimientos. –dijo Azucena con voz fría como el hielo-  Y deja de mirarlo, se pueden dar cuenta.

En ese momento comenzaron a tocar música lenta que hizo salir a algunas parejas. Con el rabillo del ojo vio a Leire tirar de Hugo para invitarlo a bailar con las demás parejas, reían felices. Pasaron por delante de ella tomados de la mano y riendo como niños;

-Luego me toca a mí. –dijo Azucena sonriente.

-Eso si yo quiero – rió a carcajadas Leire.

-La madre tiene que ser la primera, o la segunda –se unió Eloísa sentándose al lado de su cuñada.

-Lo siente por vosotras dos, por que después de mi irá Clare. Hemos llegado a ese acuerdo las dos, ¿verdad? –preguntó Leire a Clare que miraba la escena con una sonrisa.

-Es cierto –asintió con la cabeza.

Escuchó toda la conversación con la cabeza baja mirando al suelo, no podía mirarlo, ni mirar a la que era su dueña ahora. Azucena y Eloísa se pusieron a hablar con Clare, dio gracias a los cielos por que así podía mirar con tranquilidad a Hugo sin interrupciones de ninguno. Las chicas miraban bailar a Hugo con cara de deseo, malditas zorras, no se cortaban aún cuando sus parejas estaban sentadas al lado. Si la pinchasen no echaría gota de sangre, se la llevaba los demonios. Celos.

En una de las mesas, los Gálvez a excepción de Hugo, que seguía bailando con su hermana, hablaban con Ortega y Tanaka. Por las caras tenía que ser algo serio, mas de una vez Pedro hizo un gesto con la mano para que bajasen la voz, lo que daría ella por escuchar la conversación. Finiquitar la misión y volver a ser una persona normal, una civil cualquiera sin sentir el miedo de ser seguida, ni que a cada paso su vida estuviera en riesgo. Era mas un sueño que otra cosa, ya se veía con sesenta años y con nietos, nietos del bastardo que es Alejandro, sería como una maldición.

**

-Ya llevamos dos bailes, enana. –dijo Hugo haciendo girar a Leire al ritmo de la música.

-Vale, ¿pero sabes que tienes una buena fila de mujeres babeando por ti? –haciendo un gesto con los ojos en dirección a los invitados- Por que eres mi hermano, por que si no…

-Cállate ya, hablas mucho enana. –pellizco una de sus mejillas.

Le asombró la sangre fría que había tenido frente a su familia, esos mal nacidos. Como disfrutó viéndoles nerviosos, se notaba que no querían quedar mal delante de sus amistades. Peor fue el papel que había echo su madre, que cara mas dura por Dios. Por poco hasta se cree que lo había echado de menos, lágrimas de cocodrilo, falsa, todos falsos. Don Pedro Gálvez, al final es verdad eso de que bicho malo nunca muere, ese refrán lo crearon pensando en el, sin lugar a dudas, le queda como un guante. Luis, su padre, no era tan buen actor como lo otros, no le hacía ni pizca de gracia volver a verlo, si supiera que era correspondido a igual medida o incluso peor. El nerviosismo de Alejandro al hablar fue como un  goce para su alma, le encantó verlo tartamudear.

Luego llegó el momento de ella, Victoria, la mujer que lo convirtió en lo que es, la mala mujer que lo traicionó, esa furcia. Maldita, maldita y mil veces maldita. Poca vergüenza, ¿Cómo pudo mirarle a los ojos? ¿Disfrutaste verdad? Sólo fueron unos breves segundos en los que pudo tocar de nuevo la piel que tantas veces acarició, que bebió de ella, que amó. La veneró, si, ahora sólo iba a disfrutar hasta extasiarse haciéndola sufrir, a cada uno de ellos.

Terminó de bailar con Leire, cuando rápidamente cogió el testigo Clare;

-Tu madre parece buena persona. – posando su mano en el hombro de Hugo.

-Si, eso parece. Hace un buen papel, digno de un Oscar.

La música cambió el ritmo lento para comenzar un tango, el baile prohibido.

-Dime cariño, ¿sabes bailar el tango? –preguntó Clare risueña.

-Tu –la trajo hacia el pegándola para que sintiera su entrepierna que empezaba a despertarse- ¿Qué crees? –colocó su mano en la frontera que separaba la espalda de sus glúteos.

Por toda respuesta, Clare, frotó su pubis con la pierna de Hugo.

El gesto de Clare le dio luz verde para comenzar el baile, el baile prohibido. Un paso hacia delante, dos pasos y tres. La pierna de Clare se introdujo entre las piernas y la dobló tras la rodilla de Hugo. Un giro, y otro giro. Los glúteos de Clare se enzarzaron con el sexo de Hugo que ya estaba completamente erecto, hacia un lado y hacia el otro, al ritmo de la música. Volvió a ponerla frente a él, se miraron sin necesidad de hablar, sus ojos se hicieron prisioneros de la lujuria. De nuevo uno, dos y tres pasos y la mano de Clare se posó en el muslo de Hugo. Bajó todo su cuerpo sin despegar la mano. La boca de Clare quedó frente al pene de Hugo, se acercó hasta rozarlo y subió de nuevo quedando sus labios a pocos centímetros.

Agarrados de una mano rompieron el candado que hacían sus brazos y se desplazaron quedando uno al lado del otro. Clare soltó la mano de Hugo y bailó alrededor de él, lenta, rápida, totalmente erótico. Las manos de Clare acariciaban su cintura y espalda. Suavemente pasó sus largas uñas por el cuello de Hugo que sintió escalofríos en su columna vertebral. Volvieron a estar frente a frente. Ahora las manos de Clare recorrieron sus pectorales y bajaron por los abdominales quedando encima del pubis de Hugo y acarició su pene, milésimas de segundo, aún así lo notó.

Un paso, dos y tres. Giró, giró y giró. La atrajo hacia él y la recostó sobre su brazo. Clare se dejó llevar, flexionó sus piernas y quedó sobre los brazos de Hugo. Sus caras quedaron otra vez separadas por muy pocos centímetros y se besaron, suave, sutil.

El aplauso de los presentes le sacó del trance en el que le había envuelto los ojos azules de Clare.

-Bailas mejor de lo que esperaba –dijo Clare al oído de Hugo.

La acompañó a su asiento. En el camino una voz dijo su nombre;

-Hugo, hermano – agarraron su hombro.

-Has tardado bastante en saludarme, Ortega. –se giró y miró con media sonrisa.

-Mejor vamos a otro lado –se abrió un poco la americana y enseñó una pistola- ¿te parece bien? –sonrió.

Le siguió hacia la puerta rodeado por los guardaespaldas de Ortega. Miró a Clare antes de pasar por el umbral de la puerta y le sonrió, todo esta bien, tranquila, por lo menos intentó decir eso con su fiel sonrisa falsa. Siguieron andando por los pasillos del hotel del que era dueño su abuelo, parece que no tenían que buscar un gran salón para hacer la gran fiesta de Alejandro. Cogieron uno de los muchos ascensores del hotel y subieron a la planta 36. Giraron a la izquierda y entraron en la habitación VIP en la que se alojaba Ortega, de malos modos lo empujaron y se sentó en uno de los dos sofás para una persona.

-Nunca me han gustado los güebones pendejos, suelen mentir, –se sentó justo en frente de Hugo, en su mano derecha portaba un revolver, en la empuñadura se apreciaba el rostro de una virgen de la que era devoto Ortega. En la otra mano, la izquierda, sostenía una copa de whisky junto a dos hielos- y tú sabes que no me gustan las mentiras.

-No creo que te haya mentido, estoy muy seguro. –le cortó Ortega.

-¡MALPARIDO! –le apuntó con la pistola- Deja de decir mierdas pendejo, o te lleno de plomo.

-¿Me vas a matar Ortega? –preguntó inclinándose hacia delante- ¿Vas a matar al hombre que te salvo la vida y, que gracias a el, tienes aún mas poder del que nunca te habrías imaginado en tu jodida vida? –cambió su gesto al frío como el hielo- ¡CONTESTA ORTEGA!

Bajó el arma lentamente y se le bajaron los humos al mismo ritmo. Volvió a sonreír y más calmado comenzó a hablar de nuevo;

-Vamos a platicar mas calmadamente, cuéntame Hugo. ¿Por qué no me dijiste que eras nieto de Don Pedro? –bebió del vaso.

-No sabía que tenías relación alguna con el, además, no creo que tenga que dar explicaciones de mi vida privada. –dijo apoyando la espalda en el sillón- Lo nuestro son negocios, nada mas que negocios.

-Carraspeó- Bueno… si es así me… me disculpo contigo. Puede que me haya excedido en la forma en la que quería solucionar las cosas. Mis disculpas. –hizo un gesto a uno de sus guardaespaldas para que sirviera una copa a Hugo- Bebe, brindemos por nuestra reconciliación. –soltó una cadena de risas que parecían mas el sonido de un cerdo apuñalado en su matanza.

-Gracias –cogió el vaso y lo chocó con el de Ortega- Tengo varios negocios en mente, entre tu y yo. ¿Estas dispuesto? –preguntó mirando a los ojos de Ortega.

-¿Qué tienes en mente? Compadre. –sonrió.

-Ya lo hablaremos mas adelante, te llamaré y nos veremos para, ¿Cómo decirlo? A si, ‘platicar’.

-Vas aprendiendo. –se carcajeó de nuevo- Entonces volvamos a la fiestita que tienen montada, tiene buena pinta.

Apuraron sus copas y se levantaron encaminándose hacia la puerta. Ahora la conversación era mas tranquila, distendida. Recordaron batallitas.

La relación de Ortega era larga, movida y muy peligrosa. Todo comenzó como una misión que le ordenaron a Hugo. Había problemas con un infiltrado en el caso de Ortega  y lo enviaron a él. El idiota de Ortega ya no tenía ningún pudor en enviar cocaína a los Estados Unidos, no le daba miedo ser pillado, nunca era pillado. Se sabía que era él, pero no había pruebas, lo hacía muy bien para ser tan idiota. Las calles de Miami eran controladas por sus hombres y toda Colombia se regía bajo las reglas de Ortega. Duró un año la misión, era la ultima que había echo Hugo, la cosa es que nunca supo los negocios que tenía con la familia Gálvez.

Tenía que hacerse fuerte en el grupo de Ortega, sería un nuevo comprador para su cártel de drogas. Como todo primerizo, los problemas no tardaron en llegar a Hugo. Desconfianza, rencor hasta odio. El mundo donde se había metido era nuevo para el, aún así tenía que tener la sangre fría de la que se caracterizaba Hugo. Uno de los soplos que llegaron a oídos de la CIA, y que se lo pasaron a Hugo, era que Méndez, la mano derecha en ese momento de Ortega, intentaba un golpe de estado. Matar a Ortega y quedarse con todo el negocio. Fue ayudado por la amante en ese momento de Ortega, Rubí, que por desgracia para ella terminó con una bala en la frente, justo como le pasó a Méndez. Por supuesto que después de hacerles sufrir de lo lindo por igual. Es bastante sádico.

Aquello fue una fiesta para los colombianos. A Méndez le penetraron con barras de metal, algunas incluso a gran temperatura, ardiendo. A ella le fue mejor, o peor según se mire. Se la fueron pasando uno tras otro, penetrándola por todos sus agujeros, meándola encima e incluso, defecando en su cara. Hugo presenció aquella brutalidad casi sin poder aguantar las arcadas. Tras ser Hugo el que le avisase a Ortega, su relación se estrechó mucho. Le confiaba casi todos sus negocios. Cuando por fin le había pillado, una llamada de la CIA le sacó del caso y lo mandó de vacaciones. El cabreo de Hugo los supo media CIA, se los comía a todos pidiendo explicaciones, el que peor parte se llevó fue Smith, pobre. Ahora ya sabía por que lo sacaron de la misión, por lo que le habían preparado todos esos años, los Gálvez.

Con el japonés era otro cantar, no sabía nada de el, salvo lo que había leído en las carpetas que tenían en la base. Un yakuza venido a menos que intentaba salir a flote de nuevo haciendo negocios con los colombianos y los españoles. Lo que no sabía nadie, ni Hugo, es que todo era mas grande de lo que parecía, no eran unos idiotas jugando a ser mafiosos, no. Era algo a nivel mundial, de lo que nunca se había escuchado antes.

Llegaron hasta el hall del hotel aún recordando batallitas del pasado, cuando Ortega se ponía a contar historias no había quien lo parase y, a su vez, quien lo aguantase. Tenía que tragar, deshacerse de las ganas de atravesarle el pecho con una bala, por el beneficio de la humanidad, o eso le dijo Smith. Maldito Smith, por si no tuviera bastante con la misión que le había mandado, le había llamado para ‘hablar’ de nuevo, esta vez los dos solos. Cuando decía los dos solos tenía que ponerse en guardia, no le iba a gustar lo que diría o lo que le mandaría hacer. Ordenes son ordenes, aun cuando Hugo lo sabía siempre trataba de hacer lo mandado sin ninguna misión dentro de la misión. Le sacaba de quicio la cara sonriente de Smith al darle las buenas noticias, Hugo rezaba para que solo hablasen de cosas que no tuvieran nada que ver con el trabajo que tenía entre manos, lo malo, es que nunca era lo que él deseaba.

Alcanzaron la puerta del gran salón.

-Yo te llamo y platicamos sobre el asunto. –se dieron la mano- Te debo mi vida, Huguito…

-Queda entre tu y yo, nadie debe saber de lo que hablemos – soltó la mano de Ortega.

Primero entró Ortega junto con sus matones, Hugo decidió esperar para que nadie les viese juntos. Pasaron unos minutos cuando se decidió a entrar, pero una voz le hizo darse la vuelta;

-Hola, Hugo –saludó Victoria con voz tímida.