Shark - 4

Sigue la historia... Azucena le cuenta un poco su historia dejando muchas mas dudas aún... reencuentro con Leire...

Parte 4

Un Hugo totalmente perplejo, caminaba por las calles de Madrid sin rumbo. Totalmente en shock. Todavía no entendía la maldad de su abuelo, su padre… todo lo que le contó Azucena le había tocado de mala manera. El había trabajado con asesinos sanguinarios, narcos, mafiosos… pero todo aquello era demasiado para cualquier humano.

Todo comenzó treinta años atrás, cuando Azucena estudiaba en la universidad. Era una muchacha preciosa, una belleza poco usual de ver. Su vida era como la de cualquier chica de su edad, se divertía con sus amigos y estudiaba como la que mas, algún noviete también tuvo. No pasaba desapercibida, media universidad andaba tras ella.

No se llevó bien con su hermano nunca, eran enemigos íntimos por así decirlo. Que no se tragaban no era un secreto para nadie. Lo único bueno era su novia, Eloísa, era muy buena amiga suya de toda la vida, eran uña y carne. Al comenzar a salir su mejor amiga y su hermano, Azucena intentó por todos los medios habidos y por haber que no llegasen a mas, un simple polvo y todo se olvidaría. Un golpe duro fue saber que iban enserio, muy enserio. Era la decisión de su amiga Elo, ella sólo pudo verlo tras la valla y rezar para que no fuera cogida por el toro de lidia, su hermano era un autentico miura. Digno sucesor de su padre, los dos eran igualitos, unos auténticos hijos de puta.

Lo peor para ella fue ver con sus propios ojos como su padre asesinaba a un hombre. Su padre nunca supo que ella vio aquella atrocidad con sus propios ojos, ella debería de estar a doscientos kilómetros lejos de aquella casa, con su familia. Escondida en una de las habitaciones escuchó toda la conversación que mantuvieron el asesino y su víctima, pobre hombre perdiendo la vida por una bala en la sien.

A quien le iba a contar aquello, ¿a la policía? Nunca la creerían, su padre tenía muchos contactos, la tomarían por loca. ¿Su madre? No se enteraría, su cuerpo iba drogado las 24h del día, depresión decía tener. Su hermano lo descartó al instante de pasársele por la cabecita, el era igual que su padre. Mas tarde sabría que estaba en lo cierto.

Con la escena del crimen rondando en su cabeza, Azucena se desesperaba cada día más sin poder dejar salir todo lo que sabía de su padre. Desde ese día, Azucena espiaba a su padre cada vez que podía, de puntillas entraba en el despacho de su padre para poder recoger información. Se daba con un canto en los dientes, no importaba lo mucho que se acercara a el, terminaba por irse con las manos vacías.

Hugo no era tonto, vio que su tía no le contó en ningún momento como fue su llegada a la CIA, escondía algo. Es verdad que el secretismo en la CIA era pan de cada día. Lo dejó pasar por alto, solo de momento.

Toda esta historia que le había contado su tía hacía unas horas le hacía arder el pecho. Sentía los mismos síntomas, o parecidos, que daría un ataque de ansiedad. Presión en el pecho, con un leve mareo.

Se sentó en un banco que encontró en el paseo hasta su nueva casa. Le vino de gloria relajar las piernas, más que nada por no caerse al suelo en medio de la calle. Poco a poco iba relajándose, su respiración se volvía lentamente más normal, el pecho comenzó a despejarse de la presión. A la vez que respiraba profundamente, miraba a la gente pasear, algunos volvían a sus casas, otros reían camino de alguna fiesta entre semana, algunas parejas agarrados de la mano… Por gracioso que pareciese Hugo se relajó completamente viendo a unos ancianos hacerse carantoñas. Se veían adorables pese a la edad avanzada que aparentan, tal vez era cierto eso de que el amor no entiende de edades.

Ahí el amor, eso que tanto odia Hugo, lo que mas detesta en el mundo.

Se levantó con una sorprendente rapidez encaminándose con paso sereno hasta su casa. Tuvo la tentación de llevarse unas pizzas al pasar por una de las tiendas llamadas Telepizza, pero recordó que llevaba muy poco dinero para costearse la comida rápida.

Se encontraba tan sumido en sus pensamientos, que por arte de magia terminó frente la puerta de su antigua casa, la casa de sus padres. Una sonrisa apareció en su rostro, no era de felicidad, era algo parecido a decepción, una sonrisa llena de decepción. Todo lo que había descubierto de su familia le vino a la cabeza de nuevo, todas las palabras que descansaban sobre las hojas llenas de los asesinatos que rondaban a su familia.

El sonido del motor de un coche hizo que se escondiera tras una farola fundida, ocultando su cuerpo en la oscuridad. Un coche de alta gama aparcó frente la puerta de su antigua casa, de el bajó una chica bastante guapa, parecía molesta. Un chico que rondaba la misma edad de la muchacha, dio un portazo casi tan fuerte como su acompañante;

-¡Eres una zorra! –gritó el chico.

Furioso al no obtener respuesta de la chica, la cogió del brazo con furia.

-¡Suéltame cabrón! –dijo la mucha alzando la voz.

-No me vas a dejar así perra. –su mano chocó con el rostro de la chica.

-Déjame Carlos –lloraba asustada.

-Estoy hasta las narices de tus juegos Leire –le dio otro guantazo.

Hugo al oír ese nombre tan conocido para el, se acercó raudo hasta la pareja.

-Eres una perr… -alguien agarró el puño de Carlo.

Leire abrió los ojos cuando no sintió el tercer golpe en su cara. Una espalda ancha se interpuso entre Carlos y ella;

-¿Que haces colega? –preguntó en tono chulesco a Hugo- No tiene nada que ver contigo maric…

Hugo agarraba el cuello de Carlos y lo hizo volar estampándolo contra el capó del coche. El estruendo asustó a Leire que miraba con los ojos muy abiertos la escena.

Hugo se acercó hasta el cuerpo de Carlos comenzando a dar puñetazos sobre la cara del chico, este gritaba con los primeros golpes para después llorar tras romperle el tabique nasal. Sin embargo el sonido tan particular no hizo que Hugo parase de propinar puño tras puño en el chico, estaba completamente cegado. Por suerte las manos de Leire agarrando su chaqueta hizo que volviera en sí. Se dio la vuelta respirando agitadamente para ver a su hermana pequeña, que lloraba asustada de la paliza que acababa de presenciar.

-Quien.. –decía confusa Leire.

-Me sorprende que la mocosa que me ganaba a las peleas se deje golpear por este tipo… -dijo sonriente.

-Hu… ¿Hugo? –preguntó.

Hugo le regaló otra sonrisa dulce.

-Si… ¡eres tú! –abrazándolo con fuerza.

Volvió a sentir esa sensación, la sensación que creía no volver a sentir, amor fraternal. Estuvieron abrazados durante mucho tiempo, pero fue como si solo fueran sido unos segundos. Luchó para que de sus ojos no brotasen lágrimas, eran de felicidad, pero no quería sentir de nuevo la sensación mojada en sus preciosos ojos verdes. No se podía permitir sentir cariño por nada ni nadie, pero que mas da, un día es un día. Con el brazo de su hermana rodeándole la cintura se alejaron de la casa para tener intimidad sin que nadie los molestase, nadie debía de robarle esa sensación de calidez. Al llegar a un parque cercano, volvió a mirar los ojos color miel de su pequeña hermana, que se notaba dichosa de volver a verlo.

-¿Por qué no has avisado? –preguntó.

-Hace diez años que no me ves, no has tenido noticias mías… ¿crees que te avisaría sin poder darte la sorpresa? –dijo sonriente Hugo.

-Me dejaste… sola, me abandonaste a mi suerte, sin despedirte… -comenzó a llorar Leire.

-Era lo mejor que pude hacer… necesitaba volar solo, sin nadie que me hiciese madurar y convertirme en un hombre. –pasó el pulgar para limpiar las lágrimas de su hermana.

-No justifica que dejaras de llamarme, hablar aunque solo fuese unos segundo conmigo. ¡No tengo la culpa de lo que te hizo Victoria! –gritó volviendo a llorar- Me has hecho mucha falta a mi lado, no sabes cuanto…

Hugo volvió a abrazarla contra su pecho intentando que se calmarse.

-No me arrepiento de haberlo echo, ningún día de mi vida me he arrepentido. –acarició su pelo.

-¿Nunca me echaste de menos? –dijo mirando a sus ojos.

-Por supuesto que si. –afirmó serio- Puede que eso me hiciera mas fuerte para volver a verte… veros.

-Quizás me veías como a una niña, era una niña… pude ayudarte, aunque fuese haciéndote reír. –por primera vez sonrió.

-Veo que llevas puesto uno de mis regalos –acarició el colgante de oro blanco colgado en el cuello de Leire.

-¿Tu eras el de los regalos? –acarició el colgante confundida- Los regalos que llegaban por correo, sin nombre… ¿eran tuyos?

-¿De quien si no? – rió fuertemente.

Su hermana lo abrazó más fuertemente aún.

-Quise creer que eran tuyos… me aferraba a esos regalos creyendo que eran tuyos para poder sobrellevar tu ausencia… -pasó su mano por la cara de Hugo.

Su hermana le dio un gran beso lleno de cariño en una de sus mejillas y se aferró a el, para que no se volviera a escapar. Hablaron durante mucho tiempo. Leire no dejaba de contarle todas sus vivencias en los últimos diez años, batallitas del pasado, cuando se metía en su cama por que tenía miedo del hombre del saco y el la abrazaba durante toda la noche…

-No te vallas, por favor… no me dejes sola otra vez –suplicó.

-Nunca más peque, nunca mas dejaré que sufras por mi culpa. –se le saltaron las lágrimas acumuladas en sus ojos.

Se levantaron para acompañarla a casa de nuevo, no la dejaría sola por si aparecía el tal Carlos pidiendo venganza, aunque seguramente no se aparecería por allí durante bastante tiempo.

Se volvieron a abrazar en la puerta de su antigua casa.

-Entra, ya veras la sorpresa que les vas a dar – tirando de su mano que aún tenía agarrada.

-No. –dijo en tono serio- Quiero darles yo la sorpresa, así que jovencita… no digas ni mu. – sonrió.

-Pero… vale. –dijo vencida- Mañana me invitaras a desayunar, y no quiero un no por respuesta –sacó su vena autoritaria.

-No se si podré venir, tengo que traba –le cortó.

-Nueve en punto, –se puso de puntillas para darle otro beso en la mejilla –no me gusta que me dejen plantada los chicos guapos, bueno tu eres un hombre. –guiño uno de sus ojos- Es una cita. –dio la conversación por terminada y salió corriendo como una niña que acabara de hacer una travesura.

El no pudo más que verla correr mientras sonreía feliz.

De nuevo se encaminó hacia casa para volver a ver a su prometida, le hacía gracia el papel que tenían que hacer en la misión. Clare le caía como una patada en el estómago desde el primer momento en que se vieron, y mas aún cuando la convirtieron en su prometida, si lo que no le pase a el…

Tocó el timbre, no tenía llaves de esa casa, lo cierto es que salió al encuentro de su tía nada más instalarse en el nuevo hogar familiar. Lo malo era ver la cara de pocos amigos que le dedicaba Clare nada mas entrar por la puerta…

-¿Has visto que hora es? –preguntó cabreada.

-Si… se me han olvidado las llaves. –entró disculpándose.

Clare no dijo nada mas hacia él, por suerte se había dado por vencida. Fue directo al frigorífico, su boca seca deseaba algún líquido fresco. En todo momento Clare lo observaba seria. Cuando se disculpó al irse a su dormitorio, Steve salió a su paso bastante emocionado;

-No os vais a creer lo que he encontrado –casi gritando.

-¿Qué es? –preguntó Clare.

-Un cuarto secreto, bueno mas bien la verdadera base. –se dibujó una sonrisa en sus labios.

Les llevó a uno de los cuartos que Hugo no había visto cuando recorrió la casa varias veces. Estaba bastante escondido. Era un estudio muy amplio, varias mesas, dos estantes llenos de libros y ventanas correderas que daban paso a un pequeño porche trasero.

-Por tu cara supongo que no lo habías visto… -dijo Steve- Ahora viene lo mejor.

Se situó delante de uno de los estantes y volcó un libro rojo hacia delante. Un leve chirrido y el estante comenzó a moverse dejando un gran  hueco tras el. Entraron tras Steve con paso lento por la oscuridad.

-Tened cuidado, mañana instalaré unos focos. –bajando escaleras con la luz de una linterna.

Al llegar abajo seguían si ver nada;

-Esperad un momento. –alejándose de Hugo y Clare.

Un poco de teatralidad por parte de Steve y se hizo la luz.

-¿Qué os parece? –dijo Steve con los brazos abiertos.

Ante Hugo le esperaba una gran habitación, la misma extensión que la propia casa. Varias pantallas conectadas a ordenadores de último modelo, una mesa amplia de cristal, muchos papeles. Un cuarto al fondo con las típicas máquinas de entrenamiento, para que el equipo se mantenga en forma. Clare y Hugo recorrieron toda la base conociendo todos los chismes que había por ahí, a los dos se les iluminó la cara al ver el gimnasio. Steve era otro cantar, gritaba viendo los súper ordenadores de la CIA, quedó claro su pasión por esos chismes.

Después de conocer por encima la base de operaciones en la que tenían que hacer las reuniones del equipo, subieron para poder dormir unas pocas horas hasta que amaneciera. Se despidieron con los típicos ‘hasta mañana’, por increíble que pareciese Hugo respondió con una sonrisa que a Clare la dejó sorprendida, era la primera vez que lo veía sonreír.

Por primera vez en años era feliz, medianamente feliz. Había visto a su hermana de nuevo, la vio igual de guapa, ahora era toda una mujer atractiva. Tenía claro que no podía volver a abrir su corazón a nadie, incluida su hermana, pero era superior a el tenerla abrazada y no corresponder a su cariño. Incluso podría ser una carga a la hora de obedecer ordenes, pensar en ella antes de apretar el gatillo sería duro, horrible. Lo habían entrenado para esta misión, cada día lo tenía más cristalino. Por supuesto que por parte de Azucena no hubo ningún tipo de comentario al respecto, en su conversación dio bastantes rodeos para saltarse esa parte de la historia, ni siquiera hablaron de sus planes para el futuro. Era una conversación que tenían pendiente.

Darle vueltas al día tan movido que ha tenido le hacía cerrar los ojos de cansancio. Había sido un día bastante duro. El cansancio del avión, la cena con su tía y el reencuentro con su hermana menor, una gran explosión de sentimientos.

El chirrido de la puerta abrirse le puso tenso. Se hizo el dormido esperando que alguien le atacase. De nuevo el chirrido de la puerta cerrarse y el sonido de la manivela volviendo a su posición normal. Los pasos se acercaban a el lentamente procurando no hacer el mas mínimo ruido;

-Hugo… -se oyó una voz suave- ¿Estas despierto?

Sin lugar a dudas esa voz le era conocida, Karen…

-Hug… AAAHH –dio un leve grito asustado cuando Hugo la alcanzó con los brazos tumbándola encima de él.

-¿Si? –preguntó con una sonrisa traviesa.

-Eres un cabrón, me has asustado. –intentó sonar cabreada- Yo que quería darte una sorpresita…. –sonó pícara.

-Y la sorpresa te la has llevado tu… ¿me equivoco? –soltó una carcajada.

-Shhh, no hagas ruido… no me apetece que la pelirroja me pille en tu cama. –acarició la cara de Hugo.

-Casi no se escuchan las voces fuera de las habitaciones, no son de cartón. –le dio un cachete en el culo- ahora me vas a decir que te trae por mi humilde habitación.

-Quiero que me folles. –dijo sin titubeos restregándose con el pene despierto de Hugo.

-Uuff… ¿No te da vergüenza? Mi prometida está en la habitación de al lado… y yo soy fiel, nunca la engañaría. –apretó el pecho de su compañera.

-Este… -masajeó el pene de Hugo- no dice lo mismo.

-Este piensa por si solo. –empezó a besar a Karen mientras le quitaba la ropa.

-¿Puedo gritar? –preguntó con vicio en la voz.

-Un poco, no vas a tener remedio cuando comienza a follarte como una perrita. –lamió uno de los pezones que ya esperaban a su boca.

Los leves gemidos de Karen crearon una dulce sinfonía en los oídos de Hugo, era delicioso ver gemir a una mujer como ella. Karen comenzó a bajar llenando de besos el torso desnudo de Hugo;

-Es una suerte que duermas desnudo… me facilitas la tare. –empuñó el pene duro.

Dos besitos en el glande fue el pistoletazo de salida de los lametones que llegaron a continuación. Recorrió el anillo con la lengua y terminó por engullir gran parte del pene. La respiración de Hugo se fue tornando agitada a cada lametón de Karen, sabía como hacerle disfrutar, sobre todo con su dulce boca.

Tras hacerle un sexo oral exquisito, con rudeza agarró a Karen posándola boca abajo y empezar a lamerle el coño. Trabajó el clítoris a conciencia dejándola siempre al borde del orgasmo;

-N… no… me hag… hagas eso ¡CABRÓN! –dijo suplicante.

Su lengua abandonó el sexo de su compañera para llegar hasta el ano, en el primer toque con la lengua el cuerpo de Karen se tensó llegando así el tan ansiado orgasmo. Alzó el débil cuerpo de Karen dejando que su espalda chocase contra el colchón y besó los pechos mientras se recuperaba poco a poco del orgasmo.

Al verla casi totalmente recuperada, deslizó su pene en la vagina totalmente mojada. En un principio con un ritmo suave y pausado, Hugo hacía que su amante disfrutara a cada embestida.

-Sigue así… ahh… -gemía.

Seguía penetrando subiendo el ritmo suavemente, sus labios se apoderaron nuevamente de los pezones de Karen mordiéndolos y pellizcando con saña. Karen agarró su cabeza subiéndola hasta encontrarse cara a cara y morderle los labios con pasión. Después de besarse por unos segundos se desinhibieron totalmente, las penetraciones eran duras, salvajes, y los gritos de Karen eran más que audibles. Con el fuerte ritmo que penetraba, sus respectivos orgasmos llegaron dejándolos totalmente deshechos. Se abrazaron y quedaron dormidos al unísono.

Se despertó al ritmo del despertador, las 8:00, la hora normal para el. Su cuerpo rebosaba de alegría tras la gran noche con Karen y por supuesto el ver a su hermana menor, estaba feliz. Además esa misma mañana iba a desayunar con Leire, según ella era una cita… de nuevo una sonrisa se dibujó en la cara. Cogió una de las llaves que encontraron en la base secreta y entró al garaje. Se encontró con tres coches; un deportivo, un todoterreno y un monovolumen. Dio al botón que tenía la llave que cogió al azar y las luces del coche deportivo parpadearon dos veces, que suerte…

**

Bajó las escaleras junto con Eloísa;

-Buenos días –dijo su suegra sonriente- Hoy llegamos juntas. –soltó una carcajada.

-Hola señora. Desperté antes de que sonara el despertador –posando su pié en el último escalón.

En la mesa sentada les esperaba Azucena alcanzando una de las tostadas;

-¿Tenemos hambre? –preguntó risueña Eloísa ganándose una mirada enojada.

Se sentaron y comenzaron a comer mediante una conversación distendida;

-¿Dónde está Leire? –preguntó Azucena.

-No se… tal vez se a dormido. –dijo cuando Leire hizo acto de presencia- Hablando del rey de Roma…

-¡Buenos días a todas! –gritó alegre- Hoy no desayuno aquí, lo haré después en la UNI     -dijo saliendo disparada.

Le extrañó que Leire no desayunara con ellas, nunca había fallado en acompañarlas por la mañana, la mosqueó. También la felicidad con la que se había levantado, solía estar más dormida que despierta, bostezando y con cara neutra, pero hoy estaba totalmente irreconocible. De todas formas era bueno que riera, hacía mucho tiempo que no era tan feliz. La ultima vez que la vio así fue una tarde que la llevaron Hugo y ella al parque de atracciones. Se quito de la cabeza esa escena, ¿y si Hugo ha vuelto? No, no, no… imposible, no ahora, no hoy.

-¿Te encuentras bien querida? –preguntó alarmada Eloísa- Estas pálida.

-Si… si. –respondió nerviosa.

-Come, te sentirás mejor. –dijo Azucena con una sonrisa.

Asintió sonriente. Aunque no le entraba nada, debía de seguir haciendo el papel que le impusieron, no había remedio. Por mas que le recomiese la conciencia no debía pensar en el, no… no podía. Era imposible que Hugo reapareciera, no después de diez años, tal vez, quizás ya había formado una familia, sería feliz. Seguiría odiándola siempre, pero al menos tendría a alguien en quien confiar, a quien amar.

-¿Habéis encontrado un arquitecto para el nuevo hotel? –preguntó su suegra.

-Si –dijo Azucena adelantándose a Victoria que la miró sorprendida.

-¿Si? No tenía ni idea –con tono serio.

-Mi padre los contrató hace una semana, el señor Tanaka lo recomendó. –dejando pasar el tono de Victoria.

-¿Tanaka? – preguntó Victoria.

-Ese tiene fama de ser un mafioso, un Yakuza… bueno es lo que dicen –rió a carcajadas.

-Has visto muchas películas –se unió a la risa Azucena.

Es un Yakuza, y uno de los más sanguinarios. Había leído informes sobre él y no es que fueran muy reveladores, al igual que el abuelo de su prometido, estaba metido en asuntos turbios. Le costa que los problemas con la policía japonesa eran continuos pero tampoco es que cavasen alrededor del señor Tanaka. Junto con Ortega, Tanaka era uno de los más peligrosos, sus organizaciones eran las más investigadas por la CIA.

Durante toda la mañana estuvo ocupada por culpa de la fiesta de compromiso, los últimos retoques al gran salón, el vestido, las llamadas para que el catering estuviera listo. Lo peor fue las dos horas que tuvo que aguantar a la peluquera, podría ser una de las mejores del mundo, pero era igual de chismosa que las demás, que cruz. Lo bueno, el vestido negro con el que iba a ir vestida esa noche, precioso era quedarse corta para definir la creación de María Leed. Al menos iría espléndida.

Luego vinieron los saludos de cortesía, gente que no conocía de nada y que la trataban de lo mas familiar. Hasta los japoneses en su totalidad, el viejo Tanaka acompañado de su ¿novena? Esposa, los colombianos con Ortega a la cabeza junto con otra latina en su colección. Cuando se quedaron Alejandro y ella solos, su prometido le tocó el culo en plan salido;

-Solo con verte se me ha puesto dura. –le dijo al oído.

Una cara sonriente y se sentó haciendo de tripas corazón, lo detestaba. Cuando todos los invitados se acomodaron en sus respectivos asientos, Pedro Gálvez cogió el micrófono para decir unas palabras. Victoria no pudo evitar mirar a Leire que no hacía ningún caso a su abuelo, solo miraba a la puerta del salón. Será la edad. Volvió a poner atención a las palabras de Pedro;

-Como ya sabéis, esta noche celebramos el compromiso de mi nieto Alejandro. –lo miró- Un hombre del que estamos muy orgullosos, gran hijo, gran nieto y mejor persona. Este paso que vas a dar será un camino largo, feliz, pero a veces será turbulento… pero si le haces caso a tu mujer todo será más fácil –todo el salón rió- En serio, te deseo toda la feli…

El chirrido de la puerta principal se escuchó dejando con las palabras en la boca de Pedro. Todos los presentes se dieron la vuelta y contemplaron el por que de ese ruido. Victoria siguió las miradas de los presentes. En la puerta, de pie, un hombre de pelo engominado era acompañado por una mujer preciosa, de pelo tan rojo como el fuego.

-¡HUGO! –gritó Leire corriendo hasta él.

La peor pesadilla de Victoria se había hecho realidad.

Comienza el juego…