Shark - 11

Las mentiras tienen las patas cortas... Pobre se llamaba... Riqueza es lo que quieren...

Parte 11

El sonido de las hojas bailar ayudadas del viento seco y tembloroso en la fría noche taponaba sus sentidos. El chaquetón que le cubría la parte superior del cuerpo le mantenía caliente lo justo. Su mano derecha acariciaba la pistola que descansaba en la cintura esperando cualquier movimiento para sacarla y abrir fuego.

-No me puedo creer nada… -habló Victoria.

-Vic, son ordenes y no podemos hacer ninguna tontería… nada –dijo Jeff intentando calmar a su compañera- Venga vamos para dentro, aquí hace mucho frío. –puso una de sus mano en la parte baja de la espalda de Victoria haciendo que se moviese.

No había podido pegar ojo en toda la noche, y la intranquilidad durante todo el día era desquiciante. Tuvo que poner cara de felicidad cuando su marido la penetró recién levantado, otro orgasmo que fingía y van… Y al ver a Don Pedro desayunar alegremente como todas las mañanas en casa de su hijo Luis no ayudaba, maldita sea esa noche moriría. Azucena no los acompañó esa mañana, ni siquiera tuvo noticias de ella a lo largo del día salvo un mensaje telefónico bien entrada la tarde avisándola de la misión. Vigilar la zona y abrir fuego a cualquier amenaza innecesaria.

Tenían a la familia Gálvez en sus manos, por fin. Durante todos estos años han reunido pruebas, pero lo que encontraron el grupo la noche anterior era algo más grande jamás escrito en la historia. La jeringa que les mostró a Jeff y a Victoria, ese líquido color negro que cubría el plástico era un veneno mortal. Eso era lo que planeaban desde hacía años y años, pero qué beneficio podrían sacarle a dicho veneno era un interrogante más, otra pregunta en esa maldita misión que le destrozaba un poco más su vida cada día que pasaba. El veneno compuesto por varios productos químicos casi indescifrables tenían que encontrar el suero que lo paraliza en caso de que lo usasen, pero de momento nada.

La música demasiada alta del club le hizo llevar sus dos manos a sendas orejas, no esperaba una música tan horrenda y más estando Don Pedro ahí dentro. Gente joven saltando y otros restregándose en medio de la pista como animales en celo. Abriéndose hueco entre la multitud alcanzaron una de las puertas que dirigía a las salas VIP del local, según los planos de dicho local iban en dirección correcta hasta la posición de los Gálvez que estarían acompañados por los colombianos, japoneses y la famosa triada China de la que no se sabía quién era su cabecilla.

-Tiene que ser en la última puerta del pasillo, al final –dijo Jeff susurrando.

-Cuidado, apaga el móvil por si acaso… -dijo Victoria haciendo lo propio.

Unos pasos a su espalda y agarró a Jeff empujándolo contra la pared y lo besó apasionadamente. A pesar del susto inicial, Jeff colaboró con el beso pocos segundos después. Lo que no se esperaba Victoria es que al despegarse de su compañero y mirar hacia la puerta donde se estarían reuniendo los mafiosos, se encontraría con los ojos de Hugo que los miraba con gesto de sorpresa que cambió al instante al gesto duro que la tenía acostumbrada.

**

Ahí estaba ella, besando a otro hombre y esta vez no era su hermano, no, era un desconocido, otro amante de usar y tirar como tantos tenía. Se dio la vuelta y entró a la sala donde le esperaba su abuelo.

-Por fin llegas… -dijo despectivamente Alejandro.

-Ya estamos todos, comencemos –gritó Ortega dándole una calada al puro que siempre le acompañaba.

Todos sentados en una gran mesa redonda en las que había grandes litros de alcohol de diferentes cosechas. Los invitados situados a la distancia idónea para no ser descortés y a la vez para tener un segundo necesario para desenfundar las armas por si alguno se pasaba de listo. Hugo se sentó en el centro, el grupo de japoneses a su derecha, Tanaka sentado en una de las sillas y dos hombres a su espalda, lo mismo pasaba con los colombianos que se sentaban justo a la izquierda de Hugo. En frente de Hugo los Gálvez se servían tres copas, una para cada uno.

No se sentía para nada agusto, el ambiente cargado por el olor a puro  y alcohol junto  a esos asesinos con los que se encontraba. Por suerte, gracias a la tensión que tenía Hugo, no se acordaba de Victoria, no tejió una tela de araña del por qué estaba allí. Uno más uno, dos. Pero Hugo tenía cosas más importante como para pensar en si ella era o no de la CIA, o quizás otra mafiosa más. Quien en la misma cama duerme…

Ortega le invitó a un whisky con hielo, lo cogió y alzó el vaso, signo de agradecimiento, y Ortega hizo lo propio dando un sorbo para después dar dos caladas al puro.

La puerta se abrió de nuevo, dos mujeres asiáticas entraron con sendos Kimonos rojos, tras ellas otra asiática escondida tras un abanico rosa.

-Señora… Mei –se levantó Tanaka de un salto y agachó la cabeza saludando a la mujer- No sabíamos que venía a este país… puedo explicarle... –nadie se dio cuenta, pero Tanaka tenía en su cuello un arma blanca que Hugo supo su nombre nada más ver la hoja afilada, Dao.  Los Dao son una de las cuatro grandes armas de las artes marciales chinas, de filo corvo, familia de las Katanas.

Los japoneses que defendían al jefe de los Yakuza no movieron un pelo.

-Relajémonos –rió Ortega- Vamos a pasarla bien compadres… -Ahora era el colombiano quien tenía un Dao en su cuello.

Hugo miraba la escena con precaución, leyendo los movimientos de cada uno. No le gustaría estar en el pellejo de Tanaka ni de Ortega, para nada. La mujer, señora Mei había oído decir a Tanaka, seguía oculta tras el abanico con los ojos cerrados.  Avanzó hasta el sitio donde se situaban los Gálvez, estos se levantaron al unísono dejando que se sentara cómodamente frente a Hugo.

-No me gusta ser el amigo tonto del grupo, señores. –dijo Mei bajando lentamente el abanico mostrando su nariz diminuta.

Abrió los ojos negro y miró hacia Hugo, fijamente, fríamente. Sonrió agachando la cabeza en señal de saludo, Hugo hizo lo propio.

-¡Yo, como la cabeza del dragón merezco respeto! –gritó Mei masticando las palabras, todas en su idioma.

Cabeza de dragón. Sí, eso le sonaba a Hugo, lo había escuchado en algún lugar, pero ¿Dónde? Si, maldita sea. Steve lo había leído en los informes, era uno de los nombres que usaba el jefe de la triada China. Hugo miró con los ojos abiertos hacia la china, ella era la cabeza de dragón, la jefa de la triada, Mei.

**

-Si, hemos visto a Hugo entrar en la habitación… -dijo Victoria nerviosa.

-¿Os ha visto a vosotros? –preguntó Azucena furiosa- ¡Responde! –gritó a Victoria.

-Si.. Si. –dijo Victoria con un hilo de voz.

-Bien… -agarró con fuerza el volante del 4x4- Este día iba a llegar. –paró el coche en un callejón desértico, giró la llave y el sonido del motor se desvaneció- Es momento de que sepas la verdad sobre Hugo.

-¿Es un asesino? ¿Está con ellos? –Azucena no la dejó hacer más preguntas, el guantazo en su mejilla derecha la hizo callar.

-Si, es un asesino… y sí, está con ellos –sacó un pequeño pendrive de la suela de su zapato y cogió la tablet guardada en el maletín que siempre llevaba con ella, lo colocó en el puerto USB y se abrió un documento con la foto de Hugo de cabecera- Está con ellos…

Victoria lloraba tímidamente, el guantazo y que quizás Hugo era uno de los “malos” tampoco ayudaba a calmarla.

-Está con ellos… y con nosotros. –soltó Azucena la carga que le atormentaba durante todos estos años- Es de la CIA.

Su mente se quedó en blanco, sus piernas adormecidas, el corazón le latía velozmente y sus sienes latían salvajemente. Un grito que salió de su alma y sus ojos vomitaron lágrimas sin poder detenerlas, lloró y gritó. Azucena la estrechó entre sus brazos y la acompañó con angustia y lágrimas que luchaban por salir. Dolor, rabia, sufrimiento que salía tras años de encarcelamiento. Por primera vez pudo dejar salir todo aquello que le hacía vulnerable, todo aquello que reprimió por el bien de la misión, por su bien.

**

-¿Quién es el caballero que está sentado frente a mi? –preguntó Mei dejando el abanico en la mesa.

-Es Hugo Gálvez, señora. –Dijo Don Pedro sentándose en otra silla justo al lado de Tanaka- Mi nieto.

-No tiene la belleza de los Gálvez, te felicito muchacho. –dijo sonriente Mei.

Maldita sea. Era preciosa, parecía una muñeca de porcelana, frágil como el cristal. Una mujer así no podía ser de la triada, y menos su cabecilla. Claro… esas son las peores.

-Un gusto conocerla señora –dijo por fin Hugo en perfecto mandarín tratando de parecer calmado.

-El gusto es mío muchacho –le devolvió una nueva sonrisa que hizo estremecer a Hugo- Veo que sabes hablar mandarín –dijo Mei.

-Si señora, he pasado algún tiempo en China –cruzó los brazos recuperando la compostura.

Todos quedaron en silencio, esperando que Mei dijera algo, hiciera algo. Pero la china solo sonreía a Hugo, descifrándolo, definiéndolo.

-Hoy era el gran día, sacadlo –ordenó Mei a los japoneses.

Pusieron un maletín de color negro y bastante grande encima de la mesa, lo abrieron con dos llaves colgadas en el cuello de Tanaka. Dentro del maletín se encontraban dos frascos de litro y medio, más o menos, con un líquido oscuro. El líquido que encontraron en el almacén que atacaron la noche anterior.

-¿Qué es eso? –preguntó Hugo.

-Esto es poder, dinero… muerte. –sonrió Tanaka- Volvió a meter la mano en el maletín y sacó un frasco transparente que contenía un líquido transparente. –Y esto es su salvación.

-No entiendo… -dijo confuso Hugo.

-No es tan difícil de entender, muchacho. –habló Mei- Para ser poderoso se necesita dinero y ese liquido que ves nos lo dará. –Se levantó del asiento colocando las manos sobre la esa- ¿Sabes lo que es el SIDA? –Hugo movió la cabeza afirmativamente- No tiene cura, ¿verdad? –volvió a mover la cabeza- Se gastan mucho dinero en investigar una cura, pero nunca lo consiguen… -Comenzó a pasear por la habitación hasta llegar a Hugo, colocó sus manos en los hombros del chico masajeándolos- Cuando las personas desean dinero hacen cualquier cosa para obtenerlo. Nosotros hemos creado un virus al que llamamos Pobreza. –las manos de Mei recorrieron el torso de Hugo- Un virus necesita un antídoto, y los científicos no tienen tiempo para desarrollar uno… quien algo quiere, algo le cuesta.

-¿Estas hablando de matar personas para llenarte de riquezas? –preguntó Hugo deteniendo las manos de Mei que se adentraban bajo su camisa.

-Eso es muchacho, este liquido –cogió el bote lleno de liquido negro- Mata y este otro –alcanzó el otro bote- Salva. –Nosotros tenemos la cura, y la daremos… pero no a cualquier precio. –Se alejó de Hugo sentándose de nuevo en su asiento.

-¿Qué se supone que hace ese liquido? Mata entiendo, pero ¿cómo se usa? –preguntó de nuevo Hugo.

-¿Le damos una demostración? –dijo Luis agarrando con fuerza a Don Pedro.

-¿Qué cojones haces Luis? –gritó Pedro inmóvil- ¡Dejadme! –Gritó de nuevo viendo como Alejandro también lo sujetaba.

Hugo se levantó de su asiento, miró como Tanaka sacaba una jeringa del maletín y la llenaba de Pobreza.

-¿Qué…? –dijo Hugo confuso, nervioso.

Tanaka se acercó a Don Pedro que gritaba como loco –Te vamos a dar una demostración, Hugo- Colocó la jeringa en el cuello de Don Pedro y la vació por completo. –Verá que gracioso… -se carcajeó Tanaka.

-¡Por favor… os lo suplico… por favor! –fueron las últimas palabras de Don Pedro que comenzó a echar por su boca líquido negro, sus ojos desprendía lágrimas oscuras y sus oídos supuraban negro.

El cuerpo vibró salvajemente dándose golpes contra la mesa hasta quedar tendido sobre la misma. Y murió. Don Pedro Gálvez acababa de morir a manos de su hijo y nieto con ayuda de los mafiosos.

-¿Te gustó? –preguntó Mei a Hugo que todavía seguía en shock –Dejadnos solos –ordenó Mei y salieron todos menos sus guardaespaldas y Hugo.

-Maldito cerdo… me ha ensuciado mi camisa, joder me costó un riñón –vomitó las palabras Alejandro cerrando la puerta tras el.

**

Entraron en la base, en la puerta ya les esperaba Jeff. Todavía la consternación la tenía ida, Hugo era un asesino, como ella, como Azucena. Todo era su culpa, de ella. Si no la hubiera visto desnuda sobre Alejandro esto nunca hubiera pasado. El chico dulce y bueno se había convertido en todo lo que ella odiaba, y todo era su culpa. Atrás quedaban aquellos días donde se le insinuaba y él no hacía nada, su timidez no le dejaba expresar sus sentimiento, era tan mono. Su cara cuando lo besó por primera vez, sus lenguas luchaban sin cuartel aunque era bastante torpe, luego le confesó que era su primer beso. Se le caía la baba cada vez que recordaba su primera vez.

-¿Qué hacemos aquí? –dijo Hugo nervioso al entrar en el piso de Victoria.

-Olvidé mi móvil… siéntate mientras lo busco –dijo Victoria perdiéndose por el pasillo que llevaba hasta su habitación.

El móvil solo era un motivo para darle una sorpresa. Se quitó toda la ropa y debajo llevaba una lencería de color negra, con medias a juego. Se sentía sexy, rompedora en todos los sentidos. Los nervios también hacían acto de presencia, durante todo el día había estado preparando la sorpresa para su novio, su primera vez tenía que ser perfecta.

Salió de su habitación y caminó hasta el salón, le esperaba Hugo sentado mirando hacia el techo, carraspeó y el la miró. Se quedó embobado, con la boca abierta y los ojos como platos. Rió divertida al verlo, que mono. Se acercó a él y lo atrajo hacia ella cogiendo de sus manos y tirando. Sus cuerpos se pegaron y le besó tímidamente en los labios.

-Yo… mañana tengo que… es tarde… quizás… tienes sueño… -tartamudeaba Hugo haciéndola sonreír de nuevo.

-Puedes dormir conmigo… juntos. –caminaron cogidos de la mano hasta la habitación, Hugo solo se dejaba llevar por ella- Los dos abrazados… toda la noche. –desabrochaba los vaqueros de Hugo hasta que cayeron al suelo, divertida miró los calzoncillos de superhéroes que vestía.

-Yo… no sabía que… bueno… me hubiera puesto otra ropa interior pero es que… -calló cuando Victoria lo besó, beso que se hacía cada vez más salvaje. Sus lenguas se peleaban buscando ningún vencedor.

Totalmente desnudo lo empujó sobre la cama quedando boca arriba, con su pene en todo lo alto. Victoria se echó encima y volvió a besarle los labios, luego el cuello y siguió por el pecho. El pene duro rozaba con sus senos, que delicia, sus pezones duros buscaban el duro pene. Su boca llegó, por fin, hasta la entrepierna de su novio, lo besó, lo lamió y lo engulló. Los gemidos de Hugo le daban placer, estaba en el cielo junto a él. Su mano se apoderó de la base del pene y acarició de arriba abajo, lentamente pero sin pausa.

-Creo que me voy a…. –jadeaba Hugo, paró su masaje.

-No todavía no, quiero que disfrutes mas, mi amor. –se pudo de pie sobre la cama y bajó el tanga azabache hasta abajo, sexy, erótico. Veía como Hugo babeaba por ella, su Diosa como tantas veces le había dicho.

Se tumbó al lado izquierdo de Hugo y volvieron a besarse. Llevó la mano derecha de Hugo hasta su sexo y con los dedos índice y corazón se masajeó ella mismo indicándole como debía hacerlo. Pronto cogió el tranquillo a la masturbación y siguió el solo dándole placer a Victoria. Dios santo, que gusto, que placer sentía en ese momento, aún más cuando los labios de Hugo lamieron con excesivas ganas sus pezones erectos.

-Cuidado cariño… así, más suave –le hacía caso en todo. Parecía un bebé aprendiendo a caminar.

Hugo se entregó a darle placer a ella, sus dedos hacían maravillas metiéndose una y otra vez en su cuevita y pellizcando el clítoris duro. Si, si, si, mil veces sí. Lo amaba, lo deseaba. Quería más, mucho más, todo el día, toda la vida.  Juntos sin que nada importara, sin que nadie les dijera nada, huir, decirle la verdad de todo. ¿La perdonaría? No importaba, quería que lo supiera todo, tenía que saberlo todo.

Túmbate cariño –dijo Victoria recuperándose del pequeño orgasmo al que llegó gracias a las caricias de Hugo.

Le volvió a hacer caso, se dejaba manejar por ella. Agarró de nuevo el pene y lo llenó de saliva. Lo colocó en la entrada de su vagina y entró. Vio las estrella, el universo entero, ese era el llamado limbo, si. Parecía que estaban hechos el uno para el otro, la medida exacta. Gimieron de placer, gritaron de amor y llegaron al clímax besándose una y otra vez, Cabalgaba, gemía, lo besaba, la besaba, se amaron toda la noche.

**

Los ojos tapados, las muñecas inmóviles, Las zorras chinas primero se desnudaron y luego lo ataron. Maldita sea… debería de estar llorando por la muerte de su abuelo, peo no, solo pensaba en follarse a esas tres zorras que le jugaron una mala pasada, Uno no se puede de fiar de las asiáticas. Había tropezado con las escaleras más de una vez, pero las chinas lo sujetaban bien.

-Ya hemos llegado. –dijo Mei destapando los ojos de Hugo.

Mei ya no vestía el kimono de antes. Ahora vestía con ropa normal, occidental, vaqueros, camiseta con el nombre de un grupo de música rock de los ochenta, negra.  Entró en el cuarto tras Mei y se encontró con Azucena.

-¿Qué cojones pasa aquí? –preguntó Hugo lleno de ira.

-Verás Hugo, yo soy como tú, soy de la CIA y estas dos chicas que te están sujetando también lo son… -dijo Mei mezclando sarcasmo e ironía.

-No me tomes por idiota, solo eres una… -un golpe en la mesa de Azucena le hizo callar, era su habitual forma de llamarle la atención.

-Cállate y siéntate, desatadlo –ordenó a las dos chinas que custodiaban a Hugo.

Apretó la mandíbula sentándose en una de las 11 sillas libres de la mesa. Se pasó las manos por el pelo y luego por las muñecas, le dolían por la fuerza de las esposas.

-Hugo… sé que no he sido la mejor tía que te mereces, pero siempre te he querido y… nunca quise hacerte daño. –dijo Azucena cogiendo las manos de Hugo- Yo, he cometido muchos errores en mi vida, pero el error más doloroso ha sido mentirte a ti.

-¿Qué estás hablando? –preguntó Hugo alucinado.

-Yo… mejor te lo digo de otra manera. Pasad –dijo y la puerta se abrió.

Entraron sus compañeros de misión al completo, traían con ellos a Chang. Lo peor fue lo que vino después, el hombre que había visto con Victoria en el local y tras él, Victoria. Se quedó paralizado.

-A esto me refiero Hugo… lo siento. –dijo Azucena compungida.

Karen se sentó a su lado y agarró su mano. Seth se colocó en la silla de su izquierda que dejó Azucena libre. ¿Qué sentía? ¿Qué debía de hacer? No sabía nada, no hacía nada, solo callaba y miraba a Victoria, la miraba, la seguía mirando. Ella agachaba la cabeza, no podía mirarle, no quería mirarle.

-Bien, ahora que os conocéis. –habló Azucena- Mei infórmanos…

No prestaba atención, ni siquiera miró a Chang que estaba esposado en una de las sillas. Solo tenía ojos para ella, le mintió, desde el primer momento en que se conocieron.

-Una pregunta Azucena –dijo Jeff- ¿Quién es Lirio? –preguntó el rubio sentado junto a Victoria.

-Es algo que no puedo deciros yo, tendrás que ser esa persona quien se descubra ante vosotros. –la seguridad de Azucena se había venido abajo, no podía dejar de mirar a Hugo, la odiaría por siempre.

Dos toques en la puerta, parecía hasta rítmico. La manivela giró lentamente. Todos callaron. Hugo giró la cabeza hasta dar con el marco de la puerta, esperando que entrara alguien, El taconeo suave y a la vez fuerte. Perfume caro, rosas quizás. Eloísa asomó la cabeza y entró.

-Yo soy Lirio –cerró la puerta tras ella y se sentó al lado de Azucena.