Sexy, contenta y confiada (4)

(con fotos) El otro día volví al cine donde el acomodador me mostraba su polla, mirándonos mientras yo lo pajeba a mi novio Miguel. Me cayó muy simpático, así que le dí una simpática sonrisa y me prometí volver Pero no le dije a Miguel, un poco porque lo había dejado en las nubes y no se daba cuenta de nada, y otro poco porque podría no entender y ponerse celoso. Y una al novio tiene que cuidarlo y no hacerlo sufrir. Así que volví al cine, solita.

Sexy, contenta y confiada (4)

Por Bajos Instintos 4

Bajosinstintos4@yahoo.com.ar

El otro día, en el cine con Miguel, tuvimos una sesión de sexo mientras proyectaban una película de Meg Ryan. Lo que pasa es que a Miguel le gusta esa actriz y yo soy un poco posesiva, así que le estuve manoseando la picha para que no pudiera concentrarse mucho. Bueno, que le hice la mejor paja de su vida. Y con la otra mano me la hice yo. Cuando Miguel acabó, sus chorros llegaron hasta la cuarta fila, por suerte el cine estaba casi vacío, pero el acomodador se nos había sentado cerca para mirarnos. Había sacado su polla afuera del pantalón y se la estaba tocando. Pero no pudo correrse a tiempo con nosotros, así que me dio pena, con esa hermosa polla dejarlo tan al palo. Así que cuando nos fuimos le dirigí una gran sonrisa, y para arreglarme la faldita, primero me la levanté hasta arriba, con lo que el simpático acomodador tuvo una vista superlativa de mi estupenda cola. Luego la bajé, y mirándolo con simpatía, nos fuimos del cine. Miguel no se dio cuenta de nada, porque andaba como entre nubes por la paja que le había hecho. Mejor, porque Miguel es muy celoso y podía haber interpretado mal la corriente de simpatía entre el acomodador y yo. Pero me prometí que volvería, porque las miradas del muchacho me habían inducido la sensación de que podríamos tener una buena relación, o mejor aún, muchas buenas relaciones. Y yo soy muy sociable, que es lo que mi novio no me acepta, pero yo no me voy a detener por sus tontos celos.

Así que me fui al cine, y para trabar conversación le pregunté al acomodador si no me dejaría entrar gratis, que yo se lo agradecería. Sin la menor vacilación, el muchacho mi guió, tomándome por la cintura al interior de la sala. No sin antes hacerle un guiño al muchacho que vendía las entradas. Ya dentro de la sala me guió hasta detrás de una columna que estaba al fondo, pero su mano ya no estaba en mi cintura, sino en mi colita. A mí, las tocadas de colita me ponen muy contenta, así que confirmé mi impresión de que haría buenas migas con el acomodador. Total, Miguel no tenía por qué enterarse, ya que es tan criticón.

La cuestión es que la mano del muchacho no abandonó mi cola, ni siquiera cuando hubimos llegado a destino. Se quedó paradito detrás de mí, dándome tan sensuales caricias en la cola, que sentí que la alegría me iba subiendo. A los diez minutos de eso me tenía volando por las cumbres del erotismo. A los veinte minutos tuve que agarrarme de la columna. Y me derretí con su mano solazándose con mis glúteos. Me sentí muy agradecida y lo enfrenté para darle un tierno beso, para expresarle mi simpatía. Pero él, apenas si aceptó mi lengua, pues tenía otros planes. Y no eran malos planes. Bajando su cabeza hasta mi entre pierna, levantó mi faldita, bajó mi braguita y hundió su rostro en los ensortijados rulos que adornan mi intimidad, aspirando mis perfumes. Miguel nunca había hecho algo así, y eso multiplicó mis simpatías hacia el muchacho. Yo soy muy romántica, y cuando sentí su lengua tanteando mis vellos, me pregunté si Miguel era verdaderamente el amor de mi vida..

Y cuando la lengua del acomodador comenzó a lamer la entrada de mi cuevita, botoncito incluido, le agarré la cabeza con manos apasionadas, para que siguiera con su caricia. Estoy segura que a mi novio no le habría parecido bien mi reacción, pero es porque él es muy celoso.

La lengua del acomodador se dio un festín con mis jugos, que ya estaban fluyendo locamente. Lamía y tragaba, lamía y tragaba. Y yo me corrí, resoplando, con sus manos aferrando mis rotundos glúteos.

Pero el muchacho no había saciado todos sus bajos instintos. Y poniéndome en una butaca, con las piernas abiertas, las pasó sobre sus hombros y enterrando su cara en mi intimidad, se dio a lamerme la cuevita, con su lengua caliente y gorda. Yo comprendí que Miguel no era el verdadero amor de mi vida. El acomodador trabajaba su lengua como si estuviera engullendo el mayor de los manjares. Besaba, chupaba, lamía y tragaba, sin detenerse. Yo me puse bizca y me eché el mejor polvo de mi vida, con esa cabeza aprisionada entre mis muslos apretados. Pero el muchacho no tenía ninguna intención de sacar su cabeza de allí, y continuó dándole a la lengua, hasta que me despatarré, con los muslos completamente abiertos, y continuó lamiéndome y tragando, lamiéndome y tragando, llevándome de orgasmo en orgasmo, hasta dejarme casi desvanecida. ¡Mi Dios, que chupadas de concha sabía hacer ese muchacho!

Después, parándose frente a mí, de espaldas a la pantalla, sacó su polla para que se la chupara. Y sentí que le debía eso. Y aunque no se lo hubiera debido, yo me pierdo por una polla como esa.

Así que se la agarré con ambas manos y puse mi boca alrededor del glando, colorado y gordo. Estaba muy rico, y me di a mamárselo con todo el agradecimiento que sentía, además del entusiasmo que me producia tener un aparato como ese al alcance de mi boca.

Mis manos se lo pajeaban, como cosa instintiva, y mi boca lamía y succionaba como poseída por la lujuria. Claro, tanto entusiasmo, superó las defensas del muchacho, y pronto sentí su polla emitiendo el precum. Ahí se la agarré con fuerza, y le di a la succión hasta que me premió con una abundantísima descarga de chorros de espeso semen, capaces de saciar a la más golosa. Y se la seguí lamiendo hasta que salió el último chorrito.

Cuando salí del cine llevaba el gusto de su semen en mi lengua, y la panza bastante llena de él.

Tenía que reflexionar sobre mi amor por mi novio. Pero cuando me acordé de su hermanito, su papá y su primo, tuve que rendirme a la evidencia de que tenía muchos afectos en su mundo, y seguramente tendría muchos más. Pero nada me impediría seguir cultivando la amistad con el acomodador, porque una no debe entregar su libertad a nadie, ni siquiera al novio. Además a Miguel ni siquiera le había entregado la cola, así que muchísimo menos mi libertad.

Y no es que no me gustara el sexo anal, como le dicen. Pero al novio hay que tenerlo cortito, al fin de cuentas una siempre encuentra voluntarios. Para entregar el culo, perdón, cola.

Realmente, mi cola me había venido dando gusto desde mis once años. Mi hermano de trece, siempre me daba por ahí. Y conseguí que el de nueve también me lo hiciera.

Cuando cumplí trece, mi colita se había hecho famosa en el barrio, por lo bonita, y eran muchos los chicos que querían gozarme por ahí. Y yo, si me hablaban con simpatía, los dejaba.

Entretanto mis pechitos se habían ido desarrollando y también recibían sus atenciones. Pero mi cola hacía estragos. A los quince, ya me la habían puesto muchos chicos de diecinueve y dos de veinticinco que me visitaban juntos.

Incluso, un señor de sesenta me ofreció dinero se le dejaba meterme su polla por ahí. Yo me tenté, en parte porque me sentí muy halagada, en parte porque el dinero nunca está demás, y en parte, porque a una buena polla en el culo, perdón, cola, una no le dice nunca que no. Y el señor me la había mostrado,

y valía la pena, así que dejé que me la enterrara. Tardó un poco más de lo habitual en venirse, por la edad, pero lo ayudé apretando lo glúteos contra su gordo tronco y masajeándoselo con ellos, hasta que al final lo pude, y me dio toda su leche.

Así que cuando lo conocí a Miguel, y nos pusimos de novios, me dije que no, que a él no le daría entrada por mi cola, para tenerlo bien enganchado por las ganas. Y porque una al novio tiene que ponerle algún límite, ¿no?

Espero que este relato te haya gustado. Dame tus impresiones escribiéndome a bajosinstintos4@yahoo.com.ar , me encantará leerte.