Sexting II (6)

Segunda parte de "Un poco de Sexting"

6

Magda echó la persiana. Tenía ya ganas de cerrar, había sido un día muy largo. Buena parte de él lo había dedicado a recordar cómo conoció a Jorge. O más bien, a recordar los únicos momentos íntimos que habían tenido. Porque conocerlo lo conocía desde apenas adolescente. Habían coincidido en el instituto dos cursos completos en la misma clase. Ahí fue donde comenzó a fantasear con el chico robusto y tranquilo, de mirada profunda, que parecía adivinar todo lo que sentía cada vez que fijaba sus ojos en ella. Incontables horas de clase y mucho tiempo para soñar, para crearse una historia en la que los dos vivían juntos una historia de amor. Mucho antes de que él le dirigiera la palabra siquiera, en su cabeza ya se había declarado, habían comenzado a salir y ya habían descubierto el sexo juntos.

Magda nunca se lanzó, no se sentía capaz. La maldita y supina timidez crónica que padecía se lo impedía. Todo su bagaje en ese tiempo, fueron un intercambio de miradas, gestos y palabras equivocas: imposible saber si los dos les daban el mismo significado. Como aquel día que tuvieron que compartir un trabajo de ciencias. Juntos en la biblioteca, muslo contra muslo, roce de codos y manos, alientos cruzados…ella sintió a través de su piel latir el corazón de Jorge, o eso creía al menos. Y él tuvo que notar su pecho derecho clavarse en el hombro, cuando Magda se inclinó sobre su cuaderno. Llegó a temblar de los nervios y la excitación. Y Jorge giró la cara para mirarla directamente a los ojos, encontrándose sus respiraciones. Se lo dijeron todo sin hablar, ella estaba convencida. Pero él no reaccionó, ni ese día ni los siguientes ¿Había sido todo un sueño? ¿Cómo era posible que Jorge no hubiera sentido lo mismo que ella?

Luego, ya separados de clase, pero compañeros todavía de instituto y vecinos del barrio, más encuentros casuales… o no. Hola y adiós. Poco más. Palabras que no salen, expresión azorada y nerviosa en ella, enfado interior por el quiero y no puedo… curiosidad en él, espera cortés y luego, ante su silencio, aparente indiferencia.

¿Por qué era tan difícil plantarse delante de su amado y decirle simplemente te quiero? Solo eso, quizás hubiera sido suficiente. Dos palabras que le hubieran bastado para desaguar todo su mundo interior y con él, todos sus temores y sus males. Atrévete Magda…

Pero Magda tenía dificultad para relacionarse. Fobia social o algo así había dicho el psicólogo, en un grado bastante leve. Nada que con una buena terapia no se solucionara. Pero en su casa, no sobraba el dinero ni el tiempo y tampoco parecía algo tan grave. Ya se espabilará cuando se ponga a trabajar y se eche novio , decía su padre sin darle más importancia.

Pues en eso estaba Magdalena, intentando relacionarse, precisamente para superar los problemas que le impedían relacionarse. No parecía muy buena estrategia, pero es lo que había.

Hasta que pasó lo de la fiesta. La típica celebración de fin de curso. Magda hizo todo un esfuerzo, consciente de que a partir de ahí sus caminos posiblemente se separaban, aunque continuarían viéndose por el barrio.

Se recordó a sí misma arreglándose para él. Porque Jorge era el único motivo por el que ella acudiría a un evento así. Un vestido escotado, con falda de vuelo por encima de las rodillas. Peinado de peluquería y maquillada lo suficiente para resaltar, pero sin parecer una cualquiera, como le había dicho su madre.

Era consciente de que no era uno de los pibones de la clase. No destacaba por fea ni por guapa. Su madre siempre le decía que tenía un perfil griego. Ella no sabía muy bien a que se refería con eso: más daño le habían hecho las chicas de la clase, una vez que se le ocurrió decirlo. Más bien parece una matrona romana... Queriendo insultarla, en el fondo le habían echado un piropo, porque cuando ella investigó, resultó que las ciudadanas romanas se daban asimismo el título de matronas con orgullo. Tendía a ser bajita, con la cintura ancha y buenos muslos y culo. Daba la impresión de chica rellenita y corpulenta, pero ella sabía que bajo las ropas amplias que solía llevar, no había tanta grasa como parecía. Sus muslos y su culo eran grandes pero macizos. Simplemente era su constitución y sabía que desnuda ganaba mucho. Tenía un cuerpo voluptuoso y opulento pero ¿podría Jorge disfrutarlo? ¿Hasta dónde tenía que llegar para que el tuviera la oportunidad de verla desnuda?

Así que como decía la canción de Mecano, en tu fiesta me colé. Y no porque ella no pudiera estar allí, sino porque no se sentía parte de todo aquello. Lo único que no le era ajeno era ese Jorge que sabía todavía libre y sin ataduras. Irguió el pecho para que resaltara su escote. Las tetas eran la parte de su cuerpo de las que se sentía más orgullosa. Dos pechos grandes, erguidos, desafiando la ley de la gravedad a pesar de su tamaño. Había visto a otras chicas desnudas, algunas también con mucho pecho. A los chicos se les llamaba mucho la atención lógicamente, pero ella sabía que una teta grande no era sinónimo de una teta bonita, más bien solía ser al revés. Pero las suyas eran perfectas. Con un pezón negro que enseguida se erizaba apuntando al cielo, una aureola que lo rodeaba, no demasiado grande para el tamaño de las mamas que calzaba y ambos pechos perfectamente simétricos. El mejor par de tetas posiblemente de todo el instituto.

Así que allí fue, aguantando su ansiedad, tratando de aparentar seguridad. Visitando el aseo un par de veces para descargar la vejiga, que los nervios volvían a llenar aunque apenas había bebido. Y con sus pechos por delante, hipnotizando a más de uno que hasta entonces no había reparado en ellos. Pero a Magda solo le interesaba una mirada. Y en esa noche mágica la encontró.

Se acercó a Jorge: tenía que saludarlo, que hacerle notar su presencia.

Él se fijó en su escote y luego, como avergonzado, levantó la mirada hasta sus ojos, grandes y negros. Al verlo ruborizarse Magdalena también sintió que se le subían los colores. Un torpe saludo rompió el hielo. No recuerda ni de qué hablaron: los minutos transcurrieron veloces y lo único que importaba es que él permanecía a su lado, conversando, sonriendo a veces. Y también echando disimuladas miradas a Magda, sin que ésta pudiera precisar a qué lugar de su cuerpo arribaban, aunque sospechaba que su pecho y muslos cruzados se llevaban buena parte de ellas.

Varias copas más adelante, los dos bailaban pegados. Magdalena se sentía flotar como en un sueño. Estaba abrazada a su chico, sentía su cuerpo contra ella, las manos abarcando su talle y tocando su espalda. Mantenían la distancia de cintura para abajo pero el contacto más íntimo se daba entre sus pechos y el de Jorge. ¿Podría sentir él lo duros que estaban? Sin duda tenía que notarlo porque estaban aplastados contra sus pectorales. Ese pensamiento encendió aún más a Magdalena.

Pronto, el ambiente resultó sofocante. El alcohol, el bochorno húmedo y las hormonas en ebullición hacían irrespirable el aire. Decidieron salir a dar un paseo al jardín contiguo al instituto. No eran los únicos que estaban por allí, pero el sitio era grande y oscuro, el lugar ideal para que una pareja se perdiera. Magda no se sintió avergonzada en ningún momento. Caminaba orgullosa del brazo de Jorge, sin importarle que la vieran o lo que los demás pudieran suponer que iban a hacer en aquel sombrío lugar. Es más, ojalá hubiera podido gritar bien alto que estaba dispuesta a ir al primer rincón que encontraran para deshacerse en besos, caricias y todo lo que él quisiera. Y cuando decía todo, era todo. Estaba dispuesta a entregarse hasta el final, a perder allí mismo su virginidad si Jorge se la demandaba. El solo pensamiento hizo que se mojara. Y no fue metafóricamente hablando, su cuerpo respondió por ella. Notó una humedad pegajosa surgir de su vagina y empapar sus bragas de encaje, lencería fina para la ocasión.

No tardaron mucho en encontrar un lugar tranquilo y apartado. Césped y un banco rodeado de maleza. No tenía bonistas vistas ni parecía muy romántico, pero Magda no hubiera deseado estar en ningún otro sitio. No se hablaron apenas. Él comenzó con un tímido e inseguro Magdalena, yo …que a ella no le gustó nada. Como si fuera a dudar en el último instante. Así que decidió actuar y cerró sus labios con un beso. No cariño, por nada del mundo voy a consentir que este instante se estropee , pensó…

Jorge se dejó besar y también aceptó la invitación de ella, que entreabrió los labios dejando paso a su lengua. Saliva, aliento cálido y sabor a alcohol, entremezclados, batidos por la danza de las lenguas que como dos serpientes se retorcían dentro de la boca. Un hilillo de baba que resbalaba por su mentón y que Magda ni pensó en limpiar, absorta en un muerdo que la transportaba a otro mundo. Al mundo de su fantasía hecha realidad. Estaba en brazos de Jorge. Por fin.

Después, más besos y lametones. El chico le comía el cuello, lamia sus lóbulos, acariciaba sus mejillas…y de repente esa mirada. Separando sus cabezas un poco para tomar aliento, sus ojos se posaron en el escote, con el brillo que da el deseo. Sus pechos no pasaban desapercibidos, comprobó Magdalena sintiéndose de nuevo excitada. En una muda invitación, dejó caer un tirante y luego el otro. Los pechos apenas quedaron contenidos por el sujetador. Ella lo empujó hacia abajo y como impulsadas por un resorte, sus tetas saltaron fuera. Había elegido bien la prenda, justo al límite de capacidad para mantenerlos confinados. Dos grandes mamas que se bamboleaban erguidas y desafiantes, como si su tamaño no fuera impedimento para desafiar a la ley de la gravedad.

Jorge, primero posó sus manos en una suave caricia. Como con miedo. Luego se animó a pellizcar un poco, a juguetear con el ellos. Luego acercó la boca y comenzó a pasar la lengua en lentos círculos concéntricos, mojándole toda la aureola y finalmente acabando en el pezón. Magda sentía la mano subiendo por el muslo, debajo del vestido. Pronto llegaría al su entrepierna. El solo pensamiento le provoco una descarga eléctrica. Por dios Jorge no te pares, ahora no, amor… pero él se entretenía con sus tetas, hipnotizado por su sabor. Parecía imposible que su pezón pudiera ponerse más duro, pero sucedió. Casi le dolía de lo excitada que estaba.

- Muérdemelo…

No sabría decir quien se sorprendió más de escuchar esta palabra, susurrada entre incipientes jadeos, si su amante o ella misma. Jorge pareció dudar pero casi enseguida, atrapó la punta de la mama con los labios, apretando con ellos. Placer intenso, pero todavía no era suficiente para ella. Necesitaba más, y quería además encender del todo a Jorge. Que ardiera, que se quemaran los dos juntos en la misma hoguera, sin freno ni marcha atrás…

- Con los dientes…déjame marca, no me importa. Hasta que me hagas daño, hasta que no pueda soportar el dolor…

Magda seguía sin reconocerse... ¿de verdad había dicho eso? ¿Quién era la que hablaba así desde su interior? En cualquier caso estaba acertando, porque el chico seguía fielmente el camino que ella le trazaba, ejecutando sus órdenes en perfecta comunión. Mordiendo justo hasta el límite del dolor, hasta que ella se encogía desesperada por la mezcla de placer y daño. Entonces aflojaba. Y de repente…otra oleada de gusto, otro impacto en su ser. Por primera vez, una mano distinta a la suya se posaba en su coño. Por encima de la braga aun, pero palpando los límites del sexo y jugando a adivinarlos.

Sus piernas se abrieron como un resorte, en un claro mensaje a Jorge: Vas bien cariño, tienes todas las puertas abiertas, entra hasta el fondo si tú quieres. Y si no quieres también, por favor te lo pido, no me dejes así, ahora no...

Sin renunciar a dar a su boca el alimento que deseaba y devoraba con ansia, la mano de Jorge apartó la braguita a un lado, quedando esta inmediatamente atrapada entre el muslo y la ingle de Magdalena. Sus dedos se posaron directamente en sus abultados labios mayores, separándolos con cuidado. Un intenso olor a sexo llegó a su olfato. Supo que era ella, que su sexo despedía olor a hembra en celo, a miasma provocada por la mezcla de sudor, flujo y cualquiera que fueran los líquidos que su de su coño manaban. Se sintió un poco abochornada, no fuera a pensar Jorge que era falta de higiene por su parte. Simplemente es que cuando estaba excitada, su flujo olía muy fuerte, no sabía por qué motivo. Pero a él no pareció importarle lo más mínimo, la cara enterrada entre sus pechos y su mano buceando en su intimidad, en su santuario, allí donde ninguna otra mano había llegado nunca…hasta ese momento.

Deslizó un par de dedos por su rajita, abriéndola y deteniéndose un momento a la puerta de la vagina, acariciando su himen aun intacto. Magda abrió los muslos un poco más, invitándolo a derribar la puerta, a acceder a los más hondo de sus entrañas. Pero Jorge siguió subiendo, hasta alcanzar su clítoris, que aprisionó entre el índice y el corazón, en un pellizco que le provocó un flash de placer. Sus muslos se pusieron en tensión y su cuerpo se arqueó respondiendo con un espasmo que la dejó sobrecogida. Jamás había sentido algo semejante. Y luego otro pellizco…y otro más…

Magdalena no sabía si tenía los ojos cerrados o abiertos. No veía nada, su horizonte era una cortina de vapor donde más que distinguir, percibía formas. Sonidos y olores la envolvían. Pero eran internos…era su corazón latiendo deprisa, el reflejo de su bombeo en las sienes, el flujo que despedía su rajita, el olor a chico excitado y desprendiendo hormonas…

Cada caricia era una ola que rompía en su centro de placer, que estallaba en su entrepierna, que salpicaba sus muslos.

Y de repente, los dedos se movieron otra vez abajo, hacia su perineo. Era agradable, pero ella ya no quería mimos, quería correrse. Tomó con brusquedad la mano de Jorge y la llevo de nuevo hacia su clítoris. Guio los dedos para que se posaran sobre él y los movió arriba y abajo, primero lentamente y más tarde con más rapidez, presionando muy fuerte su botón del placer.

Una vez le hubo enseñado como se hacía, lo dejó continuar y posó a su vez la palma en la bragueta del muchacho. Sintió una verga erecta y dura como un palo. Le estaba tocando la polla a Jorge. No se lo podía creer. Siempre se había preguntado cómo seria. Ahora la adivinaba gruesa y aparentemente larga. Porque claro, no tenía con quien comparar. Pero aunque no hubiese sido así ¿Qué más da? Era la verga de su chico. Y podía notarla por fin. Pronto la sentiría también entre sus piernas.

Este último pensamiento la hizo delirar de gusto y la puso al borde del orgasmo. La estimulación directa de su clítoris y la boca de Jorge en sus pechos, que seguía chupando y mordisqueando, hicieron el resto. Se abrazó a su cuello mientras contraía los muslos, aprisionando la mano con tal fuerza que debió cortarle la circulación. Fue un orgasmo largo e intermitente. Mezclándose cosquillas en su sensible clítoris con punzadas de placer. Ella abría y cerraba los muslos, según deseaba que se retirara por el cosquilleo insoportable o las ganas de mantener el contacto. Más que un orgasmo fueron varios en uno solo. Nunca le había pasado algo así. Se abrazaba con fuerza a su cuello y enterraba la cara en el pelo del muchacho, que sabía que estaba manchando con sus babas, pero no podía evitar jadear sofocada. Quería que le siguiera lamiendo el pecho para prolongar el placer. Mientras, un sonido ronco salía de su garganta, como un lamento profundo y liberador que espantara sus fantasmas, largo tiempo acumulados.

Poco a poco volvió en sí, recobrando la visión y volviendo a percibir los sonidos del jardín que los rodeaba. Quería seguir en el sueño y trató de aferrarse al olor a sexo y al tacto de Jorge. Pero precisamente lo bueno es breve por eso, porque su intensidad solo permite arrebatarte de este mundo durante unos instantes mágicos. Pero la realidad, esta vez, no era dura y complicada como siempre. La realidad donde aterrizó era el pelo de Jorge bajo su barbilla, el ahora suave beso de sus labios en el pezón y la caricia de su mano aun atrapada por sus muslos. Una dulce reentrada en la tierra después de haber viajado a las estrellas.

Su mano volvió a notar la dureza del miembro del muchacho ¿Qué debía hacer? Magda no dudó un momento. Recordaba las conversaciones de otras chicas y sus inverosímiles consejos: “en la primera cita hay que dejar a los novios con hambre” ¿Cómo podían ser tan egoístas? Ella ni se planteaba dejar a su Jorge insatisfecho. No amor, no te iras vacío ni decepcionado. Haré lo que sea para que vuelvas a mis brazos.

Magda se deshizo el abrazo y se situó de rodillas frente a él, acomodándose entre sus muslos. Le desabrochó el cinturón y le abrió la cremallera, lo justo para poder liberar su verga. La tomó suavemente con la mano y la recorrió, masajeándola mientras lo miraba. Él le devolvió la mirada con ojos vidriosos. Notó algo pegajoso en los dedos. La polla echaba un líquido transparente que formaba un hilillo, como el pegamento líquido.  Siguió con un intento torpe de masturbación, pero se sentía muy novata, era la primera verga que tocaba. Esperó a ver si como había hecho ella, Jorge le tomaba la mano y le enseñaba como tenía que hacerlo, pero el chico no tomaba la iniciativa.

Una risa sofocada los alarmó, desconcentrando aún más a Jorge. Alguien más se lo estaba pasando bien. Por allí pululaban otras parejas y en cualquier momento alguna podría descubrirlos. Convenía darse prisa, no había demasiado tiempo para aprender ni para establecer un dialogo mudo o hablado sobre cómo proceder. Ella quería dar placer a Jorge antes de que cualquier interrupción diera al traste con su momento más íntimo. Así que no se lo pensó. Sus labios se cerraron sobre el glande, apretándolo, mientras su lengua lo recorría con detenimiento. El chico se estremeció y noto la tensión en sus muslos, cerrándose contra ella. Buena señal.

No notó un sabor especial. Era una mezcla de sensaciones, que Magda no sabía si respondía al gusto o a los olores que impregnaban su olfato. Intento meterse el falo hasta el final, sin aflojar la presión de sus labios más de lo necesario, pero una arcada se lo impidió. No estaba acostumbrada a tener algo así en la boca, todavía no, pensó sin poder contener una sonrisa. La sacó para recuperar el aliento y pronto volvió a introducírsela, esta vez procurando no pasar de la mitad más o menos. La succionaba, pero más por instinto que por saber bien la técnica, empezó a metérsela desde la punta a la mitad, sin llegar a sacarla, en una follada bucal lenta pero intensa. Se dio cuenta que Jorge había empezado a resoplar cada vez más fuerte. Lo estaba haciendo bien. Más tarde averiguó que la técnica correcta hubiera supuesto aumentar el ritmo, manteniendo la presión, como ella misma le había reclamado con la caricia a su clítoris. Pero Jorge estaba tan caliente que esa primera vez no fue necesario más.

- Voy a…arggggg ….intentó alertarla…

Magda no necesitaba que le avisara de nada. Lo notaba por las contracciones de la polla en su boca, que anticipaban la eyaculación. Y la advertencia también resultaba inútil, porque ella no pensaba retirarse. Sea lo que fuera lo que tenía que venir, ella aguantaría para satisfacer al máximo a Jorge. No lo imaginaba de otra manera.

Recuerda con precisión cada fracción de esos instantes. Un primer chorro caliente de semen en su boca, directo al paladar. En ese momento, cerró muy fuerte los labios sobre el pene, cortando el paso del esperma sin darse cuenta de lo que hacía. Solo presionó porque pensaba que así le daba más placer. Aguantó unos segundos y pensando que eso había sido todo, aflojó. Entonces vino otro latigazo más fuerte todavía. Y otros después, aunque menos intensos. Como un dique que se rompe, la leche acumulada restante, inundó su boca, buscando huecos que llenar y atragantándola. Tenía la base del pene agarrada y de forma también instintiva la apretaba y aflojaba alternativamente, de forma que estrujó hasta recibir la última gota, forzándose a tragar para no ahogarse. No sintió asco, aunque tampoco un placer especial. Solo se sentía satisfecha por lo que estaba haciendo: dándole a Jorge la mamada de su vida. Estaba segura que ninguna chica había ido tan lejos con él, cosa que le confirmaría en los próximos días que siguieron quedando.

- Bueno ¿cerramos o qué?

Magdalena pestañeó confusa…

- Hija echa la persiana ya que pareces alelada…no sé qué mosca te ha picado hoy, estas como ida.

- Si, es que no me encuentro muy bien…

- Pues entonces dale caña que nos larguemos ya. Cuando antes cerremos antes nos vamos a descansar.

- Es que parece que se atasca el candado otra vez.

- Venga, déjame a mí.

Mientras Lucía se peleaba con el cierre, ella miró en derredor. El horizonte de mostrador, cocina y salón de la cafetería era tan limitado, que lo primero que hacía al salir, era echar un vistazo al mundo exterior que conformaban las cuatro calles que convergían en su esquina. Eso y llenar sus pulmones de aire, para ir soltándolo poco a poco en una larga expiración. Era su forma de decirse que había terminado su jornada laboral.

Pero esta vez, algo llamo su atención. Una figura agazapada en un banco que le resultaba familiar. No estaba segura, desde allí no podía verlo bien pero juraría que era Jorge. Estaba en la esquina donde habitualmente lo dejaba la furgoneta del curro. Pero eso era hora y media antes ¿Llevaba allí desde entonces o es que hoy había salido más tarde?

- Ya está ¿vamos?

- ¿Eh? No, Lucía, perdona voy por otro sitio.

Su compañera la miró extrañada.

- Voy a casa de mi tía.

- ¿Tu tía? Magda te veo hoy un poco…

- Si, mi tía, zanjó rápida.

- Pues vale. Hasta mañana.

- Adiós.

Lucia la dejó andar un par de metros y luego la llamó:

- Magda…descansa un poco y cuídate que solo estamos a miércoles…

Magdalena hizo un gesto de asentimiento y le lanzó un beso.