Sexting II (5)
Segunda parte de "Un poco de Sexting"
5
Sonia observó cómo Víctor aparcaba y entraba a la tienda. Ufff, por los pelos. No le apetecía nada encontrarse con él. Ahora no. Rápidamente reanudó la marcha sin volverse a mirar. Su coche estaba aparcado un par de manzanas más abajo. Unos minutos después, enfilaba la nacional de vuelta a casa.
Se detuvo en la primera gasolinera a repostar. No tenía intención de hacer más paradas si podía evitarlo. Compró unas patatas fritas, un sándwich y una botella de agua. También una coca cola por si le daba sueño. Pensó en pillar un Red Bull, pero no necesitaba acelerarse más de lo que ya estaba. Comía mientras conducía, descubriéndose hambrienta. El desayuno no le había entrado y ahora el cuerpo le pedía alguna cosa que digerir. Masticó rápido y con ansia. Más por los nervios que por avidez.
Los kilómetros transcurrían lentos, exasperantes. Sonia hubiera deseado poder volar, pero es lo que había: utilitario pequeño y carretera de dos sentidos. No le apetecía escuchar música y la radio sonaba lejana, sin conseguir en ningún momento captar su atención. Solo palabras en el aire, que no le interesaban lo más mínimo. A ella lo que le preocupaba es lo que iba a decirle a su novio cuando lo viera. Pero para poder saber que podía contarle, necesitaba explicarse primero a sí misma ¿Qué coño le había pasado? ¿Por qué hizo algo así?
Dando marcha atrás en los acontecimientos, entretuvo su atribulada mente. Consiguió distraerse un buen rato, hasta que se dio cuenta, sorprendida, de cuán lejos había empezado el camino que la llevó a esa noche en el hotel. Todo había tenido su origen en su adolescencia, observó asombrada. Nunca se había planteado las preguntas y ahora se sorprendía con sus propias respuestas.
Sonia fue una chica corpulenta, anchota y poco femenina hasta los 16 años. Hasta los catorce poco importó, ella no distinguía entre juegos de niñas y de niños. Se juntaba por igual con amiguitos y amiguitas, su única motivación era la diversión y el juego. A partir de esa edad, ella llegó tarde a los tonteos típicos de adolescentes, a las primeras relaciones y noviazgos, al juego de tratar de atraer a los chicos. Eso la hizo un poco diferente. Mientras las otras jóvenes ya se arreglaban y aprendían a llamar la atención, relegadas las muñecas y peluches a un cajón del trastero, ella todavía insistía en pelearse con los chicos, retarlos en el deporte y los juegos, vestirse como uno de ellos e ignorar la llamada de las hormonas.
De los catorce a los dieciocho, cuatro años que se le hicieron muy cuesta arriba por las burlas y el rechazo de las chicas del instituto, y también el de los chicos, espoleados por ellas. Si coges fama de rarita y te hacen luz de gas, estas muerta socialmente. Los chavales se interesan por las chicas más guapas y populares, luego por sus amigas (si no pueden acceder a ellas, buscan en su círculo) y por último, por las normalitas, si no tienen éxito con las primeras. Ella ni siquiera estaba en la categoría de normalita. Si tuviera que etiquetarse, se situaría fuera del planeta femenino, directamente en el grupo de las invisibles. No se veía capaz de atraer a nadie. Empezó a no gustarse, simplemente porque no gustaba a los demás. Todo cambió tiempo después, aquel verano que sus padres la mandaron al pueblo costero con sus abuelos. Sonia se negaba a ir de intercambios, como el resto de sus compañeras, a aprender inglés y en Madrid se aburría soberanamente, sin demasiadas amigas ni nada que hacer. Pensaron que un mes en la costa le vendría bien para despejarse. Por primera vez en el día, Sonia sonrió: no sabían hasta qué punto se iba a “despejar”.
Allí conoció a algunos de sus primos y primas, pero fue María, una de estas últimas, quien la adoptó de inmediato. Un par de años mayor que ella, congeniaron al momento. Físicamente, Sonia había cambiado. Aunque seguía pareciendo un poco desvaída, había crecido y sus formas se habían redondeado, dándole un aspecto más exuberante. Nada de esto parecía notarse, porque seguía sin arreglarse ni sacarse partido con la ropa adecuada. La confianza hizo pronto que se sinceraran, y María, rápidamente le hizo ver lo equivocada que estaba. Fue la primera en valorarla.
- Chica, si te pintas un poco, te sueltas ese pelazo que tienes y enseñas muslo y tetas, te los llevas de calle, eso te lo aseguro yo…estas jamona.
A Sonia le hizo gracia el término, nunca antes la habían calificado de “jamona”. Eran otras las palabras que usaban para referirse a ella: fondona, gorda, rellenita…
Bien, sea como fuere, María no era de las que se quedaban solo en palabras. Unas compras, un poco de peluquería, nociones básicas de maquillaje y puso a su prima a pasear por el pueblo. Sonia se sentía incomoda y un poco ridícula al principio, pero allí no la conocía nadie, así que… ¿Qué tenía que perder?
Con sorpresa descubrió que gustaba a los chicos. Y mucho. Quizá porque era la novedad, pero María insistía en que no, que realmente estaba muy buena. Y parecía cierto. Con aquellos vaqueros recortados que dejaban sus muslos al aire, y también parte de su culo, la camisa anudada por encima del ombligo, los pechos que se habían desarrollado notablemente, botando dentro de un sujetador que los subía a la altura de los ojos de sus interlocutores y su pelo ondulado cayendo sobre los hombros, se veía por primera vez realmente guapa.
Su prima y mentora, a la que cada vez se sentía más unida, reforzó su auto estima también en lo psicológico.
- Sonia, eres una líder, una tía echada para adelante. Siempre estas retando a los tíos, no te dejas manipular, prefieres estar sola a tener amigas cabronas. Tienes que aprovechar esa fuerza.
- Pero ¿Cómo?
- Pues igual que ahora pero cambiando de enemigo. No compitas con los chicos, ellos no son el problema. No quieras ser un tío. Si te pones a su altura perderás. Lo de ser unos burros y acometer de cabeza lo hacen mejor ellos. Eres una chica guapa, hermosa y lanzada, no necesitas enfrentarte a ellos para destacar, enfréntate a las tías, que son las que te están haciendo daño.
- Y eso ¿Cómo lo hago?
- Fácil, haz con ellas lo mismo que con los tíos. Desafíalas, ignóralas cuando sea preciso y sigue igual que has hecho hoy: vístete para matar, suaviza tu carácter y muéstrate segura de ti misma. Los hombres caerán a tus pies y te habrás ganado la admiración y el respeto de las tías. Una chica que tiene éxito, es envidiada por las demás, pero también respetada y amada.
Ese verano Sonia cambió. La joven que volvió de la costa a Madrid era otra distinta. Bastante más segura de sí misma, queriéndose y decidida. Y además, habiendo hecho ya sus pinitos con los chicos. Una corta pero interesante experiencia adquirida bajo la supervisión de María, que se había encargado de hacer de celestina y guía para sus primeros besos, magreos y tocamientos.
Su vida giró 180 grados y en apenas unos meses, era ya una chica que tenía éxito entre las demás y por supuesto, entre el personal masculino. De inglés, la verdad es que poco había aprendido en sus vacaciones, pero de otras cosas sí que Sonia había hecho un master acelerado. De ser objeto de bullying a ser una de las chicas más populares de su nueva clase. No estaba nada mal. Y como suele suceder, una vez coges confianza y ves que la cosa funciona, vas ampliando tu zona de confort. Te vuelves más atrevida, más dispuesta a volver a romper tus límites.
Estos meses pasaron volados. Sonia cabalgaba a lomos de su nueva vida tan rápido como si fuera subida en un pura sangre. Sí, quizás ese fue el problema, que fue todo demasiado rápido. No tan deprisa, como para que no le diera tiempo a deshacerse de su virginidad y a comprobar que podía poner en práctica con fortuna, muchas de las fantasías que en torno al sexo se agolpaban en su cabeza.
Y luego, enseguida llegó Jorge. Demasiado pronto, empezaba a pensar. Le quería mucho pero no podía evitar tener esa sensación. Que le hubiera gustado disfrutar de su nueva vida un poco más, antes de echarse novio formal. Pero es que no pudo evitarlo: aquel chaval le gustó desde el primer día. A lo mejor porque era como ella hasta hace poco. Retraído, ensimismado en su mundo y tímido, dentro de su energía vital. No le quedó otra que enamorarse de él, o al menos eso creía, porque ¿quién puede estar seguro en plena juventud de que lo que siente es amor y no un cóctel de cariño, amistad, pasión y euforia?
Sea como fuere, tuvo claro que por primera vez, un chico le gustaba lo suficiente como para comprometerse. ¡Compromiso!… otro problema. Porque su vida continuaba marchando en dos direcciones paralelas y desincronizadas. Una lenta, pasional, descubriendo su noviazgo con Jorge. Y otra rápida, porque seguía relacionándose con su grupo de amigas, dónde seguía siendo un referente. Lanzada, sexy y descarada.
Un grupo de amigas nada tranquilo y relajado. Lo daban todo, sobre todo, cuando se apoderaba de ellas el subidón de estar juntas y de salir a la calle a divertirse. Los noviazgos y las rupturas estaban a la orden del día y también las infidelidades. La mayoría de sus amigas eran de las que no dudaban en echar una canita al aire. ¡Qué narices! ¡Si solo tenían 20 años! Ya habría tiempo para volcarse en la pareja, para irse a vivir juntos, para ser fieles y para tener hijos. Si ahora veían a un chico que les gustaba y las ponía, ¿porque no tener una aventura? Todo quedaba dentro del grupo de amigas.
Sonia estaba alucinada por ese ritmo de vida y esa aparente facilidad hedonista para tomar lo que te apetecía en cada momento, supuestamente sin riesgo para tu estabilidad como pareja.
O sí, porque muchas de sus amigas hacían y deshacían relaciones a una velocidad de vértigo. Se vivía deprisa e intensamente. Unas veces siendo infiel, otras soportándolo, en otras ocasiones (la mayoría dentro de su pandilla) la infidelidad era mutua. Para su asombro, no pocas veces se establecieron relaciones abiertas dónde cada una las partes podía salir a pasárselo bien. Era un acuerdo tácito nunca pronunciado pero conocido y aceptado por ambas partes. Otras, no tenían ningún inconveniente en hacerlo abiertamente. Algunas de sus amigas se había montado algún trío, ella su novio y alguien más.
No pocas pajas se había hecho Sonia fantaseando con ello…
Y encima, sus amigas provocando: que si date una alegría, que si tú eres la más lanzada y te puedes dar alguna fiesta, que si ya tendrás tiempo de estar con tu novio el resto de tu vida, que si aprovecha ahora, que si te crees que él no lo haría si no pudiera también…
Pero con su Jorge no podía ser de ninguna de las maneras. No era como el resto de los chicos de la pandilla, dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad, o incluso, dispuestos a llegar a algún acuerdo oficial o no con sus novias para picotear de aquí y allá, al margen de la relación.
Jorge era noble, sencillo y estaba enamorado. Fiel como un perro. Incapaz de plantearse siquiera una infidelidad, consentida o no. Entonces, tendría que ser la segunda opción: una cana al aire sin que su novio se enterara. Joder, hubiera resultado más sencillo verlo flirtear con alguna. Eso casi le hubiera dado pie al menos a justificarse.
Pero, ¿te estás escuchando Sonia? ¿De verdad estás pensando que ojalá tu novio te hubiera sido infiel de palabra o de obra para poder hacer tú lo mismo? Mierda, qué confundida se sentía...Lo único que tenía claro es que por un lado quería a Jorge, pero por otro, tenía 20 años y también deseaba probar otros hombres antes de comprometerse para toda la vida.
Y entonces, la idea cuaja en fantasía y la fantasía se vuelve real en tu cabeza. Y al final, como había pasado en el viaje, sale la oportunidad. Ese chico, Víctor, parecía perfecto. Descarado y a la vez embobado con ella desde el primer momento que la vio. Inasequible a sus intentos de pararle los pies o mantener la distancia. Dispuesto a ponerse en ridículo si hacía falta delante de todo el mundo con tal de conseguir una cita.
No le atraía ni intelectual ni sentimentalmente, pero sus hormonas se revolucionaron porque ya tenía la fantasía en la cabeza. No pudo evitar que su cuerpo reaccionara poniéndose cachonda ante la situación. Y entró al juego equívoco de dejarse rondar por un macho en celo que desplegaba todas sus armas para atraerla.
Toda la mañana caminando en el fijo en el filo de la navaja, hasta que decidió que no era mala oportunidad. Una aventura puntual lejos de casa con alguien muy alejado de su círculo habitual. Llegas, echas un buen polvo y te vas. Adiós muy buenas. Si te he visto no me acuerdo.
Y al contrario que sus amigas, nada de comentarlo. Ni siquiera con las más íntimas. Lo que pasa en Cuenca se queda en Cuenca.
Y así es como solo fantaseando con la posibilidad porque la ponía, acabó aceptando salir a cenar algo con el chico. Es curioso cómo nos buscamos excusas pensó. En el fondo ella quería que ocurriera. Esperaba una metedura de pata suya, un mal gesto o un desplante para poder rechazarlo, pero eso no ocurrió. Lo que pasó es que terminó acompañándola a la habitación del hotel. Era inadecuado, era algo que no debía pasar, algo prohibido y por lo tanto excitante.
Y luego, en medio de todo eso, la llamada de su novio. Los mensajes, ¡joder cómo le había cortado el rollo! Un baño de realidad en medio de su fantasía. El recordatorio de que había alguien que la quería, que la esperaba.
La culpa...
Unos faros con las luces largas la hicieron apartar un momento la vista de la carretera. Se había hecho de noche casi sin darse cuenta.
Apenas faltaban unos kilómetros para Madrid y con cada kilómetro que se acercaba, su nerviosismo aumentaba. Solo quería poder ver a su novio. No tenía nada claro cómo iba a reaccionar, aunque al menos tenía una idea de por dónde empezar a disculparse. Esperaba que al menos la escuchara.