Sexting desde la playa.

Un morboso juego de pareja, donde un matrimonio de lo más convencional pone a prueba sus propios límites. Una practica inicialmente inocente, que redunda en un complejo juego emocional y psicológico para los protagonistas.

Nota del autor:

Estimado lector/a. Lo que a continuación disfrutarás es el resultado de unas cuantas horas de trabajo y entrega, cuya única recompensa para mi será el saber que tú lo has leido y esperar que te guste lo máximo posible.

En justicia debo decir, que aplaudiría de tí una mínima muestra de agradecimiento en forma de comentario.

Obviamente estás en tu derecho de disfrutar con mi relato y marcharte como si tal cosa. No puedo pedirte que no lo leas si no estás dispuesto/a a pagar el precio solicitado, pero creo sinceramente que iniciar esta lectura asumiendo el compromiso de dedicarme unas palabras al concluir, te hará mucho más partícipe de esta fantasía y sin duda disfrutarás más intensamente del relato al involucrarte como parte activa de él.

Sea como sea, ¡que lo disfrutes!.


Un caluroso Martes al mediodía, durante el almuerzo, a primeros de Junio, en una ciudad cualquiera, en una casa cualquiera, una familia cualquiera, que bien podría ser la tuya misma, pero no... era la mía.

Una familia de lo más convencional. Ella Marta, de 37 años, él Carlos, un año mayor, y la pequeña de ambos,de 2 años, Paula.

-Cari, ¿y si esta tarde te escaqueas del trabajo y nos vamos un ratito a la playa?; preguntó Ella.

-Uff!.. hoy imposible. ¡Ya me gustaría!, pero justamente hoy tengo que revisar unos informes que necesitan urgentemente los comerciales, y no puedo faltar. Contestó él.

-¡Que rabia!; es que con el día tan bueno que está y aprovechando que hoy no tengo guardia me apetecía salir a tomar el aire.

-Ya, pero en serio... yo no puedo. Pero vete tú con Paula; y así aprovechas y estrenas el nuevo bikini que te regalé por tu cumple - añadí con aire picarón. Tranquilos, más adelante lo entenderéis.

-Si ja.. ¡Qué graciso eres!... Podría ir sí,... pero no es lo mismo.. ir sin ti..uhm... ¡bah!; ¡no sé!.. ¡ya veré si me animo!.

-Como quieras, ya después me cuentas; y venga, dadme un beso que me tengo que marchar; me despedí apurando el ultimo sorbo del café mientras salía de nuevo hacia la oficina.

Mientras conducía, pensaba lo afortunado que era por tener la familia que tenía. Afortunadamente no nos iba del todo mal en la vida, y podía estar orgulloso de tener una mujer maravillosa a la que amaba con locura, una mujer que correspondía con entrega a este sentimiento, y fruto del cual, hacía poco tiempo, habíamos traído al mundo a la que ahora era el eje fundamental de nuestra existencia.

Marta era una mujer considerablemente atractiva, de rostro dulce y sonrisa cautivadora, con unos ojos color miel que hipnotizaban a quien la miraba, una melena castaña, no excesivamente larga, de pelo entre liso y ondulado según el ímpetu que le pusieses a la tarea del alisado mañanero, y una anatomía digamos, equilibrada. Un metro setenta de altura, unos 65 kilos más o menos, y unas formas voluptuosas que siempre habían despertado en mi un intenso deseo. Cierto es que en los últimos tiempos, a raiz del nacimiento de nuestra pequeña, y tal vez tambien probablemente por el irremediable paso de la edad, le costaba un poquito más mantenerse en el tipo deseado, y comenzaba a preocuparse un poco más de la dieta, de hacer algo de deporte, todo para mantener a raya ese par de kilillos de más que insistían en querer agarrarse a su trasero o a su ya no tan vientre plano. ¡Cosas de mujeres, ya sabéis!. Para mi cada día que pasaba estaba más sexy que nunca, y siempre bromeaba diciéndole que le pasaba como al buen vino, que mejoraba con el paso de los años. Cierto es que de un tiempo a esta parte su trasero era algo más voluptuoso de lo que había sido nunca; que en ocasiones debía comprar una talla más de sujetador, pues la 95C habitual en ella en ocasiones se le hacía un poco justa, y que su abdomen, si cintura, sus muslos comenzaban a insinuar un ligero exceso de tejido adiposo. Tal y como yo le decía para hacerle saber que la deseaba más que nunca, cada día estaba más cerca de ser una de esas MILFs protagonistas de multidud de películas eróticas.

Entre nosotros, la relación era considerablemente satisfactoria. Teníamos nuestras discusiones de pareja, como todo el mundo, pero en lo esencial ambos nos reconocíamos vivir felices el uno con el otro, mucho más ahora desde la llegada de nuestra hija, y siendo conscientes de los esfuerzos que un matrimonio saludable requiere para evitar que la rutina, las tensiones del día a día, terminen erosionando la vida en pareja.

En términos generales, podríamos etiquetar nuestras relaciones sexuales como convencionales. Me gustaría poder narraros aquí miles de aventuras de todo tipo, las más extremas prácticas y parafilias de todo tipo, pero que va. Lamentablemente la vida real tiene muy poco que ver con el mundo del porno, y nuestros encuentros íntimos eran satisfactorios, pero muy lejos de lo que la mente calenturienta de cualquiera de vosotros -compulsivos lectores de este foro- podríais estar imaginando. Cierto es que en ocasiones disfrutábamos de temporadas un tanto más apasionadas, con una cierta predisposición a variar la forma e intensidad de nuestros encuentros, y en otras donde la rutina del día a día y la monotonía apagaban un poco esa chispa. Nada que no conozcan de primera mano todos aquellos que hayan tenido la suerte de disfrutar de relaciones duraderas en el tiempo.

En estos últimos años, tras el nacimiento de la pequeña, ambos reconocíamos como muchas cosas habían cambiado en nuestra casa y habíamos conversado en más de una ocasión acerca de como debíamos intentar esforzarnos para que nuestro matrimonio no se viese afectado más allá de lo esperado y aceptable. Es inpensable vivir creyendo que un hijo no altera la paz conyugal. Lo hace y mucho. Para bien y para mal, pero lo hace.

Cualquiera que haya sido padre sabrá en carnes propias de lo que estoy hablando, y aunque no lo cambiaríamos por nada, eso no quita que intentemos conjugar todos los aspectos de la relación familiar, para poder seguir disfrutando del matrimonio, al tiempo que descubrimos la satisfacción de la paternidad.

De un tiempo a esta parte, veníamos practicando -vamos a llamarlo así- una suerte de terapia de pareja, que no era más que un batiburrillo de buenos sentimientos y consejos extraidos de artículos en revistas para mujeres, de esos que llevan como título cosas como "10 consejos para que tu matrimonio funcione"; "Como ser feliz y no morir en el intento" y chorradillas pseudo-psicológicas de esas tan apropiadas para los gurús del coaching. Un jueguecito inocente al cual nos remitíamos de cuando en vez cuando intentábamos salir de la dinámica tan absorbente que suponía nuestra pequeña, y con el cual nos obligábamos a dedicarnos 5 minutos en silencio para simplemente besarnos, o molestarnos en sentarnos a cenar tranquilos una vez la niña ya dormía, evitando la tentación de "pasar con cualquier cosa".

Dentro de esta "terapia auto-impuesta", aprovechábamos también para exigirnos mutuamente una mayor entrega en el terreno sexual, pues ambos reconocíamos la importancia de no descuidar este aspecto de la vida, y salpimentábamos el matrimonio con pequeños y tímidos jueguecitos sexuales, todo orientando a intentar que con el paso de los años, no nos fuésemos dirigiendo hacia uno de esos matrimonios que ya han perdido el interés el uno en el otro, y se comportan como dos extraños que simplemente viven bajo el mismo techo.

Estos jueguecitos de pareja, nos habían venido sirviendo para conocernos un poquito más, para descubrir facetas de nosotros mismos que ni tan siquiera sabíamos que existían, y en cierto modo, aún teniendo en cuenta todas las dificultades, para reforzar más si cabe nuestro vínculo emocional.

Al amparo de uno de estos jueguecitos, ya el año pasado, descubrí en mi mismo algo que me llamó poderosamente la atención y que nunca pensé que pudiese llegar a aportarme tanto placer. Sé que va sonar ridículo lo que ahora os contaré, que seguramente ninguno de vosotros le daría mayor importancia, que os parecerá una cosa de lo más insignificante, pero... ¿Qué queréis que os diga?.. Para nosotros sí tuvo un gran significado y se ha convertido en una fantasía muy recurrente dentro de mi cabeza.

Veréis; como decía, el año pasado, ya en los últimos fines de semana del verano, habíamos ido a pasar unos días a un hotelito muy acogedor cerca de la playa. Unos días de descanso veraniego, tan habituales como los que ya habíamos vivido en muchísimas ocasiones anteriores, sino fuera por un pequeño detalle.

Lo recuerdo como si fuese ayer. Eran ya cerca de las siete de la tarde cuando habíamos bajado hasta una pequeña cala que había enfrente a nuestro hotel. A esas horas que el sól ya no pegaba fuerte y podíamos disfrutar de un ratito de verano con nuestra peque, tumbados tranquilamente bajo la sombrilla, a esa hora en la que ya algunos comenzaban a recoger sus bártulos.

Estábamos allí tan tranquilos cuando, sin saber muy bien el porqué, le dije a Marta:

-Cariño; ¿porqué no te sacas la parte de arriba del bikini?.

-¿Eh?..¿Estás loco?; me respondió ella realmente sorprendida.

Sí; lo sé. Menuda insignificancia váis a estar pensando; pero creedeme. En aquel momento, para nosotros, una pareja de lo más convencional, para una mujer pudorosa que nunca había practicado topless, para un hombre que nunca se había sentido cómodo cuando su mujer se vestía más sugerente de lo que era de esperar, aquello sonó como algo de lo más provocador.

-¡Venga mujer!... ¡atrévete!; la incité nuevamente.

-¡Que no!.. ¡Estás loco!.. ¡Mira cuanta gente hay alrededor!..

-¿Y qué?.. ¡No seas boba!... ¡Si no tiene particular alguno!.

Pero vaya si lo tenía. Lo sé.. no para mucha gente pero sí para nosotros dos.

Tras el correspondiente tira y afloja, el rubor, la vergüenza, el "¿pero porque me vienes con esto ahora?", etc... finalmente, a regañadientes, accedió, y muerta de vergüenza, casi sin atreverse a levantarse de la toalla, terminó de este modo, con los pechos desnudos, con los últimos ratos de sol de aquella inolvidable tarde.

Otro momento similar se repitió al día siguiente, aquel último día de nuestras vacaciones, momento que yo -y ella en el fondo también- disfruté de un modo inimaginable y grabé a fuego en mi retina hasta el día de hoy.

De este primer acercamiento al topless, de la excitación que en mi -que en ambos más bien- produjo, de nuestros sentimientos al respecto y de todo un cúmulo de sentimientos que fueron surgiendo a raiz de este hecho conversamos largo y tendido en días posteriores. En muchos días posteriores.

Realmente fue todo un ejercicio de introspección, tanto a nivel personal como marital, todo lo que estuvimos charlando sobre aquella inocente práctica. Tal vez muchos de vosotros ni tan siquiera seáis capaces de imaginar lo que para nosotros supuso, pues no fue realmente el hecho del topless en sí, sino el significado que para nosotros supuso reconocernos excitados ante aquella situación, lo placentero y liberador que resultó disfrutar de aquellos minutos fuera de la zona de confort, la interpretación que cada uno de nosotros hacía de lo ocurrido, y la aceptación de aquella suerte de reconocimiento de que algo había cambiado sin saber muy bien el porqué. En lo personal, yo que siempre había sido un tanto celoso, nunca me imaginé que llegados a aquella altura de nuestra relación, no es simplemente que no me importase que mi mujer fuese observada por otros hombres, sino que me gustaba; que me sentía pletórico y orgulloso, confiado, seguro de mi mismo y del matrimonio tan sólido que tenía con Marta.

Por lo que Marta me contó, para ella también resultó un ejercicio muy enriquecedor, reconfortante en su autoestima, un chute de convencimiento de que aún con el paso de los años, aún tras el parto, la lactancia y esos quilillos de más que todo esto implicaba, se sabía todavía deseada fervorosamente por su marido, y porqué no, en condiciones todavía de despertar alguna miradita furtiva a su alrededor.

Como decía, esto supuso un punto de inflexión en nuestro matrimonio, punto a partir del cual Marta y yo subimos un peldaño más en la escalera de la confianza, la sinceridad, y el abierto reconocimiento de nuestros deseos y pasiones.

Minutos después, sentado ya ante el ordenador, en mi despacho, absorto en aquellos informes que tenía leer, revisar y comentar, una ligera vibración de mi teléfono me alertó de la entrada de un whatsapp. Era de Marta.

-Finalmente me voy a animar a ir un ratito a la playa; -iconito de besos-

Respondí.

-Ok. Conduce con cuidado.

y medio queriendo, medio sin querer, añadí:

-ya me contarás que tal con el nuevo bikini; -iconito de sonrisa maliciosa-

No obtuve más respuesta que el simbolito azul confirmándome que había leído mi mensaje.

Como dándolo por hecho aunque realmente no creía que fuese a hacerlo, añadí ese comentario burlón para echar más leña al fuego de las bromitas que nos traíamos entre manos desde que, después de aquellas pasadas vacaciones, por su cumpleaños, le hubiese regalado un bikini, digamos, un tanto seductor.

Como ya os conté antes, Marta siempre había sido una mujer muy comedida en estas cuestiones, y en la playa, siempre vestía unos bikinis de una cierta calidad, de esos que usan las mujeres de bien, con sus forros para evitar las transparencias indecorosas, con su sujetador firme, con su acolchado, para mantener todo lo más comedido posible. Ya me entendéis.

A raiz de aquellos días, se me ocurrió comprarle un bikini de esos básicos, de los que venden en cualquier cadena de moda joven. No vayáis a pensar que era uno de esos tamaño micro, de los que tanto gustan a las brasileñas. ¡Que va!. Era un bikini más bien normalito, que perfectamente puede llevar cualquier chica, compuesto por un sujetador de esos de triángulos corredizos, y una braguita brasileña siplemente un poco más escotada de lo que Marta acostumbraba a usar.

En un tejido ligero, licra o poliester diría yo desde mi absoluto desconocimiento, en color azul marino, y prácticamente sin ningún tipo de relleno ni forro interior. Un bikini "low cost", perfectamente ponible para la gran mayoría de las que acuden a la playa, pero que sabía no era ni por asomo el tipo de prenda que Marta compraría.

Ella que siempre prefirió los bikinis tipo sujetador; de esos con tirantes y que abrochan a la espalda, con su copa y su aro; y las braguitas más bien comedidas, que reafirmen lo que tienen que reafirmar como ella decía, consideraría vestirse con aquello como poco menos que estar desnuda.

Cuando se lo probó en casa, al abrir su regalo, comprobé como le quedaba extraordinariamente bien. Obviamente ella no se mostró tan entusiasmada, pues aquellos pequeños triangulitos de tela azul apenas eran capaces de cubrir lo que perfectamente se intuía bajo ellos. Unos pechos generosos, voluptuosos, turgentes, que amezaban con transparentar sus pezones carmesí a nada que estos se excitasen mínimamente, bien con el agua fría, bien con una simple brisa de mar.

Al ser de esos corredizos, las porciones de tela insistían en separarse, dejando totalmente desnudo su portentoso canalillo. Ella intentanba recomponerse la forma, acostumbrada como estaba al otro estilo de bikini, pero resignada tuvo que hacerse a la idea de que con aquel modelo, su busto luciría de un modo mucho más natural y seductor.

Con la braguita, ¡tres cuartos de lo mismo!. Por delante no había mucho que reprocharle al modelito, más allá de que aquella ligera tela amenazaba con hundirse en la rajita de su sexo, máxime teniendo en cuenta que -sabiendo lo mucho que a mi me gustaba- Marta se depilaba el sexo totalmente.

Por detrás, ya la cosa cambiaba y la exigua tela dejaba totalmente a la vista gran parte de sus gluteos. Siendo un poco más ancho en la parte alta, junto a la cintura, que un tanga propiamente dicho, el efecto era muy similar, pues toda la parte baja del glúteo quedaba desnudo, mientras la estrechez de la tela se perdía en su entrepierna, mostrando un trasero de lo más apetecible. Voluptuoso, carnoso, tierno.

Estando absorto en mis mundanas tareas laborales; que si escribir un correo, que si contestar una llamada, otra vibración sacudió mi móvil encima de la mesa. Otro whatsapp de Marta.

-¡Maldita la hora en que te hice caso!; iconito de cara enfadada.

E inmediatamente atrás, una foto que tardaba en cargarse.

Unos segundos de impaciente espera y en cuanto la imagen terminó de cargarse, mi corazón hizo ademán de querer salírseme del pecho.

Ahí estaba ella, ¡con el nuevo bikini puesto!. ¡Ciertamente no me lo había imaginado!. No por deseado hubiese pensado que fuese a ser cierto.

Estaba tumbada sobre el pecho en la toalla, apoyada sobre sus codos mientras sujetaba el móvil un poco elevado, de modo que el encuadre de la foto permitía ver toda su espalda broceándose, ver su culo medio desnudo, parte de sus muslos, y el mar al horizonte. Un plano cenital visto desde su cabeza, recorriendo su dorso, y permitiéndome disfrutar de aquello que ella quería que yo viese. Su delicioso trasero dorándose bajo el sol.

-¿Hacerme caso en qué?...; pregunté jocosamente enfatizando mi burla con otro iconito con la lengua fuera.

-En casa no parecía ser tan escotada. Tengo el culo al aire. Poco más me tapa que un tanga. Seguro que todo el mundo me mira. No puedo moverme de la toalla.; sólo le faltaban los stops entre frase y frase para parecer un telegrama de esos que conocemos por las películas antiguas.

-No seas tonta -respondí- nadie te mira, y de ser así ¿que particular tiene?. Además; estás increiblemente seductora. Y añadí el iconito con corazones en los ojos.

Simbolito azul confirmando la lectura, y más nada por su parte. Volví a concentrarme en el trabajo, no sin antes volver a ojear con más calma la foto enviada. Ciertamente era una foto de lo más morbosa. Tuve que acomodar la erección que en mi se había despertado, e intentar volver a concentrarme en lo que estaba.

Intentaba pensar en aquel informe de ventas, pero en lugar de previsiones a largo plazo y gráficas de evolución histórica mi cabeza no hacía más que pensar en Marta. En imaginármela.

Intenando acomodarme el paquete deslicé mi mano por dentro del pantalón, y comprobé como mi capullo comenzaba a mojarse. Al contacto con mi mano unas irrefutables ganas de masturbarme se comenzaron a despertar en mi. La puerta del despacho estaba cerrada. Podría para mayor seguridad pasar el cerrojo. No debía. Tenía trabajo pendiente. Además, una simple paja rápida me sabría a poco.

En un alarde de atrevimiento, me saqué la polla protegiéndome de cualquier entrada imprevista al despacho con la bandeja deslizante de la mesa, en la cual tengo colocado el teclado del PC, y tomé una foto de mi miembro totalmente erecto, desafiante. Rápidamente me volví a vestir. Envié esa foto a Marta.

-¡Mira como me has puesto!.- Más nada.

Lo había recibido. ¿No iba a contestarme nada?. Su respuesta se hacía de rogar. Tal vez estuviese ocupada atendiendo a la niña. La espera no hacía más que aumentar mi excitación, cuando por fin el estado de su perfil cambió a "Escribiendo".

-Ja,ja,ja.. ¿Te has puesto cachondo así sin más?.

-Sin más no. Me he excitado al imaginarte así de seductora. ¿Y tú que tal?

-Con calor, y muerta de vergüenza. La primera y la última vez que me lo pongo.

-No seas tonta mujer, si estás fantástica. Me gustaría estar ahí contigo.

-Ah, sí.. ¿para que?; iconito de burla.

¿Lo había interpretado bien?; ¿Acaso estaba jugando conmigo?; ¿o sería por culpa del calentón que yo le daba un significado distinto a esa preguntita burlona?.

Quise aprovechar la oportunidad, y beneficiándome de la falso confort que puede aparentar la conversación escrita, y en la distancia, se lo dije tal cual, con todas sus letras.

-Para excitarme, tal vez hasta el punto de masturbarme, mirándo como te exhibes delante de otros hombres. Y para reforzar la contundencia de mis palabras, añadí el icono de gesto serio.

Tardó en comenzar a escribir su respuesta. Deduzco que borró parte de sus palabras y volvió a escribir algo distinto. Se demoraba escribiendo más de lo habitual.

-¿De verdad te gustaría eso?. Una frase muy corta para el tiempo que había estado escribiéndola; sin duda, estaba un tanto desconcertada.

Como ya os comenté, a raiz de aquel primer topless playero el año pasado, habíamos charlado largo y tendido sobre el significado que para ambos tuvo aquel insignificante hecho. Yo reconocí que ciertamente me había sorpredido lo cómodo que había estado en aquel momento, y medio entre líneas, se podía deducir que sí, que me había resultado excitante desde el punto de vista sexual el hecho implícito de que otros hombres pudisen verla así de expuesta.

En aquellas conversaciones, medio se podía intuir el cariz sexual de este hecho, pero tampoco lo habíamos puesto tan abiertamente encima de la mesa. Tal vez me hubiese querido engañar a mi mismo, queriendo ocultarlo o no queriendo reconocerlo, pero nunca habíamos mencionado tan contundentemente unas palabras como aquellas. Nunca quisimos reconocer abiertamente el matiz exhibicionista que nosotros sí apreciábamos en que Marta hiciese topless, ni mucho menos nos atrevimos a desarrollar fantasía alguna que profundizase en ese terreno.

Tenía que responderle, y no sabía muy bien que decir. Mejor dícho; sí sabía perfectamente la respuesta pero me asustaba reconocerla.

-Sí. Me encantaría; y añadí el iconito de carita sonrojada como intentando quitarle importancia a aquella confesión.

Un minuto después, me llegó otra foto. Un primer plano de la mano de Marta, mostrándome sus dedos pegajosos de lo que nada más leer el texto comprendí se trataba.

-Me he puesto cachonda. Nunca me hubiese imaginado oirte decir eso.

Yo tambien estaba cardíaco. Me la imaginaba allí sola, sin mi, excitada, pudorosa, atreviéndose a deslizar su mano dentro de la braguita para mostrarme la viscosidad de su sexo. Decididamente iba a pasar el cerrojo de la puerta.

-Me puedes enviar otra foto y ayudarme con esto que tengo entre manos- le escribí junto a una foto de mi polla erecta, siendo acariciada por mi mano, sentado en mi silla de trabajo.

-¿No estarás ...? y un iconito de sonrisa maliciosa que no dejó terminar la frase.

-Un desahogo rápido. Tranquila, que esta noche tendrás lo tuyo.

E inmediatamente añadí:

-Levántate de la toalla y lleva a Paula paseando hasta la orilla anda.

Y viendo que la situación se le empezaba a escapar de las manos, hizo amago de intentar enfriar el ambiente. Lamentablemente ya no había marcha atrás.

-Me da mucho palo. Hay mucha gente.

-¡Venga!; ¡Animate!... y mándame un selfie desde la orilla.

Serían dos o tres minutos de calma espera. No recibía respuesta alguna, lo que me hacía pensar que efectivamente estaba cumpliendo mi petición. Me la imaginaba cruzando el arenal, con esa escueta braguita dejando al aire su carnoso trasero, muriéndose de vergüenza al imaginarse -probablemente de modo infundado- observada por algún que otro hombre, sintiendo como la telilla se le hundía más y más en el ojete con cada paso que daba, intentando disimuladamente colocársela lo más estiradita posible, intuyendo además que al llevar a la pequeña consigo, se vería obligada en algún que otro momento a agacharse hacia ella, para ayudarla a levantarse si se caía, por ejemplo, significando que su culo en pompa quedaría mucho más expuesto de lo que ella quisiese.

Me imaginaba sus espléndidas tetas, bamboleándose bajo la fina licra. Amenazando con escaparse de su cautiverio a medida que los triangulillos cedían e insistían en separarse. Me la imaginaba nerviosa temiendo que sus pezones, juguetones, quisiesen ser partícipes de su excitación.

Me imaginaba todo aquello mientras mi mano deslizaba lentamente mi prepucio adelante y atrás, recreándose en la untuosidad de aquellos primeros fluidos que comenzaban a brotar de mi palpitante sexo. De repente, ¡la tan ansiada foto!.

Sin dejar de masturbarme abrí la imagen enviada, y efectivamente; era ella en la orilla del mar.

Envío 3 o 4 fotos más, para que pudiese comprobar como efectivamente me había complacido en mi fetiche. Me hubiese gustado que el encuadre de la foto hubiese sido diferente, que pudiese ver un plano general de ella, que pudiese verle el trasero asi a la vista de todos, pero claro está, un selfie da de sí lo que da y su brazo no alcanzaba para enfocar de otro modo.

Pensé en llamarla directamente, pues con lo ocupado que estaba no me resultaba muy cómodo escribir mensaje alguno, pero consideré que hacerlo rompería la intimidad de aquel jueguecito. Así, por escrito, como si fuesen susurros al oído, nuestras confesiones adquirían un matiz especial.

Me recreeé un poco más en mi ensoñación, volví a pasar una y otra vez las fotos recién enviadas, relajaba el ritmo de mi paja en vista de que si seguía así pronto alcanzaría el climax. No quería acabar todavía.

Absorto estaba en esa onírica fantasía, cuando Marta me mandó otro mensaje.

-¿Te has corrido ya?; así, directa.

-No. Estaba ocupado como para poder escribir mucho más.

-¡Pues no lo hagas!. Así, entre signos de admiración como queriendo enfatizar la orden.

Añadió:

-Quiero que me esperes. Yo misma te exprimiré hasta la última gota.

Ciertamente la esperaría con gran gusto, aunque ello supusiese tener que quedarme toda la tarde con el calentón, pero me di cuenta de que era una oportunidad excelente para subir un poco más la apuesta.

-Con una condición. Envié esa primera frase.

-Puedes volver a la toalla si quieres, pero allí, quiero que te saques la parte de arriba. Envié mi segunda línea.

-¡Ni loca!, y muchos iconos de carcajadas; respondió.

Cruzamos algunos mensajes más, insistiendo yo, resistiéndose ella, lanzándonos puyas, haciéndonos mil y un chantajes sexuales en caso de no querer satisfacer el deseo del contario, hasta que en mitad de ese juego de tira y afloja, me llegó otra foto. Aparecía su bikini, tirado sobre la toalla. Más nada.

Un icono de aplauso, y añadí:

-Pero yo quiero verte a ti, no al bikini.

Recibí otra foto, en la misma posición que la primera de la tarde. Ella tumbada culo arriba, apoyada sobre sus codos, con el móvil lo más elevado posible, de modo que en el selfie veía toda su espalda desnuda, y su generoso trasero decorado por la ligera tela, que incluso apostaría, se había metido a propósito entre las nalgas para enfatizar el efecto tanga.

-Me está costando contenerme.

-Pues no puedes. Yo he cumplido.

-Me está costando. Volví a insitir al tiempo que añadía el icono del muñequito sudando.

-¿No prefieres que te la chupe hasta que explotes en mi boca?; añadió picarona.

A punto estuve de correrme al leer aquellas palabras. Rápidamente tuve que parar de acariciarme y pensar en cualquier nimiedad para evitar perder el control.

Saliéndome por la tangente, quise retomar yo la iniciativa de la partida. No quería dejarle que con sus juegos de seducción se quedase dentro de su zona de confort.

-Estás haciendo trampa. No vale estar tumbada.

Volviendo a experimentar otro subidón de adrenalina, añadí:

-Incorpórate.

Ardía en deseos al imaginarla con las tetas al aire, a la vista de todo el mundo, sabiendo que ella estaba padeciendo esa mezcla de vergüenza y excitación.

-Ya estoy. Sentada sobre la toalla.

Y en una segunda línea.

-Estoy empapada. Me encantaría poder correrme ahora mismo.

Era un orgullo oir esa confesión en boca de mi mujer, pero una vez más supe intuir su estrategia y ví como intentaba desviar mi atención, para llevar ella el control, y tal vez hacerme sucumbir. No iba a conseguir que perdiese el control.

Sin darle pie a continuar por ahí, volví con mis peticiones.

-Ver para creer. Grábame un video. Que se te vea a ti y al entorno.

¿Aceptaría?, ¿Sería verdad que me estaba siguiendo el juego?, ¿o acaso se habría vestido nada más terminar de enviarme aquella foto y simplemente estaría dándome carrete?. No tuve que esperar mucho para salir de mi duda.

Tardó un ratillo en terminar de descargarse, pero por fin llego. Efectivamente me había mandado un video. Pulsé el play y me deleité con el espectáculo, teniendo cuidado con que mi traviesa mano no apurase sus caricias más de lo permitido.

En los primeros segundos se enfocaba directamente el rostro, sin decirme nada, simplemente enviándome un beso. Giró la mano para enfocar hacia afuera, de modo que pude ver como la playa efectivamente estaba bastante concurrida. Cerca de ella, diversos y variados grupos de gente: otro matrimonio con niños, un par de chicas allá adelante, una pandilla de adolescentes hacia el otro lado, y otro par de parejas, cuyos maridos muy probablemente habrían echado alguna que otra miradilla indecorosa. O eso quise pensar yo.

Volvía a girarse la pantalla, y ahora sí me ofreció un enfoque más amplio, donde pude ver sus preciosas tetas totalmente desnudas, expuestas, brillantes tal vez de sudor, tal vez de crema protectora.

Echando más leña al fuego, quiso ponérmelo dificil y en los últimos segundos del video, pude ver como dejaba el móvil sobre la toalla, y se ponía en pie. El encuadre no fue muy bueno -obvio- pero fue suficiente para saber que había querido provocarme, poniéndose en pie ante todo el mundo, y con el pretexto de recogerse el pelo, se contoneaba con los pechos bien erguidos, disfrutando de la brisa que suponía estaría sintiendo, y durante esos no más de 10 segundos, hacerme sentir el hombre más agraciado del mundo, por tener una mujer tan maravillosa.

He de reconocer que tuve que esforzarme para controlar mi orgasmo. Quería alargar aquel estado de excitación, pero no quería perder aquella especie de apuesta. Mientras repetía secuencialmente el video, una y otra vez, pensaba ya en salir un poco antes del trabajo, para asegurarme el estar en casa cuando ella llegase.

En mi calenturienta mente imaginaba ya como sería el momento. Era prácticamente seguro que la peque se habría quedado dormida en el coche, y vendría toda tranquila en su sillita. Allí la dejaríamos durmiendo, la haría dejar la bolsa de la playa en el suelo, y sin casi darle tiempo a entrar por la puerta me la llevaría al dormitorio.

Le sacaría el vestido, la dejaría con las tetas al aire, igual que ella había estado minutos atrás, y conservándole la braguita puesta, la obligaría a masturbarse tumbada sobre la cama, mientras yo, como claro vencedor de la apuesta, me cobraría mi premio, hundiría mi polla en su boca, acompañaría el movimiento de su paja, y procuraría aguantar hasta la llegada de su climax, para justo en ese instante, dejarme yo ir en un cálido orgasmo que inundase su boca de mi esperma. Sí, suena egoista, lo sé, pero a ella le gustaba asumir de cuando en vez ese rol de sumisa. En más de una ocasión me había reconocido lo excitante que le resultaba sentirse indefensa, justo en ese momento de la dulce agonía, cuando su cuerpo desfallecía al estallar su orgasmo, cuando sus músculos no podían hacer otra cosa que relajarse exhaustos, en ese preciso instante que no era capaz de oponerme resistencia alguna, indefensión que yo exacerbaba con alguna práctica que si bien era consentida -faltaria más- sí sabía que no eran de su máxima devoción, y que más bien consentía en parte por darme placer a mi, en parte por aceptar ese rol de sumisa que tanto le ponía. Solia someterla hundiendo en su culo, en ese preciso instante que su esfinter no podía resistir mi embestida, uno o dos dedos en ocasiones, mi polla erecta en otras, intentando controlar mi orgasmo para justo descargarme dentro de ella.

Si por ejemplo habíamos incluído en nuestro encuentro un pequeño vibrador que mucho le gustaba, la castigaba aplicándole el estímulo del cacharrito en su punto más delicado, justo en ese instante del máximo apogeo. Era especialmente morboso ver como ella intentaba separarlo, cerrando las piernas, como diciendo "¡no más por favor!", mientras se retorcía de placer ahogando sus gemidos contra la almohada.

Otras veces, me gustaba hacer esto mismo que hoy tenía planeado. Aprovechar su momento de debilidad para correrme a gusto sobre ella. Desde una posición elevada, dominante, como el macho alfa que reclama su espacio, descargar mi eyaculación sobre su rostro, sobre su boca, sobre su pecho... Inundarla de placer mientras ella, resignada, impotente, exhausta; chupa, traga, lame, siente el ferviente deseo de su marido.

Cuando el huracán amaina, nos reconforta quedar tumbados abrazados, con las piernas todavía temblorosas, sucios, sudorosos, oliendo a sexo.

A fin de apaciguar el calentón, y sabiendo que tendría que esperar hasta la noche para desfogarme, intenté volver a concentrarme en el trabajo.

No contesté al video que me había enviado, y ella tampoco volvió a escribir para interesarse por mi opinión al respecto. Tal vez estaría pensando que no había sido capaz de controlarme y que habría terminado mi paja; tal vez estaría ocupada atendiendo a la pequeña; tal vez imaginase que yo estaba ocupado; tal vez estuviese, simplemente, tomando el sol en topless, acostumbrándose a aquella situación, disfrutando del confort que le brindaba, sabiendo lo orgulloso que su marido estaba de ella.

Poco a poco conseguí volver a centrarme en el trabajo, y debió pasar un buen rato, algo más de una hora diría yo, cuando el móvil volvió a vibrar. Otro mensaje.

-¿Qué tal lo llevas?; preguntó.

-Bien. Terminando con un papeleo. ¿Y tu?.

-¿Te has corrido?; volvía a la carga.

-No. Yo cumplo mi palabra.

-Ja,ja,ja... ; y un iconito de sonrisa picarona.

De nuevo, el corazón me palpitaba con fuerza dentro del pecho.

-¿Te has vuelto a poner el bikini?; quería saber.

-No.

Me contestó así de simple, un no rotundo, sin añadir nada más.

Ciertamente me costaba creerlo, y en cierto modo tal vez hubiese querido oir otra cosa. Sé que parecerá de lo más contradictorio, pero en cierto modo me desconcertaba pensar que al final, se hubiese atrevido a permanecer así toda la tarde. En una milésima de segundo se me vinieron a la cabeza un montón de imágenes de distintas situaciones que probablemente se hubiesen sucedido en todo aquel tiempo. Seguramente habría ido a refrescarse al agua, habría paseado de un lado al otro, había ido hasta las rocas a coger conchas con la pequeña... Imaginármela prácticamente desnuda, a la vista de todos, durante todo aquel tiempo... uhmmmm.

¿Incómodo?; ¿celoso?; Yo no diría tanto, pero en el fondo si sentí un sentimiento un tanto extraño. Incongruente y extraño.

-No te creo. ¿De verdad?; y emoticono de sorpresa.

-Bueno, a medias; me respondió acompañando de otro icono de carcajada.

Respiré tranquilo, lo reconozco. ¿Qué queréis que os diga?. Todos cabalgamos a lomo de nuestras propias contradiciones.

-¿Lo tienes puesto ahora mismo?; volvía a notar la erección en mis pantalones.

Y muy astutamente, viendo que volvíamos al tablero de juego, me mandó otro selfie para que pudiese ver por mi mismo como no, no lo tenía puesto. Estaba sentada en la arena, con las tetas al aire.

Tal vez se lo hubiese quitado justo en aquel instante, para hacerle la foto expresamente para mi, pero me daba igual. Me gustaba ver como me seguía el juego.

Recreando la vista en esa última foto, me percaté de algo que me dió una idea fabulosa. Al fondo, caminando por la playa, se podía apreciar a un vendedor ambulante que iba ofreciendo las típicas bolsas de barquillos. No sé si será habitual en todas las zonas, pero aquí en nuestra tierra si es una figura bastante habitual. A media tarde, a la hora de la merienda, es habitual que aparezcan estos vendedores con un gran cesto de mimbre, vendiendo unas bolsitas con obleas de barquillo riquísimas, similares a la galleta de los cucurchos de helado. Era mi oportunidad para mover ficha.

-Atiende!; le escribí con símbolo de admiración y todo para llamar su atención y enfatizar mi orden.

-Pon la cámara a gravar, déjala apoyada ahí en la toalla, y acércate a comprarle barquillos al que anda por ahí.

-Estás loco?

-Venga, rápido, antes de que se aleje.

Supongo que le costó reaccionar; supongo que pensaría en ponerse el sujetador pero entendía perfectamente, que aún no habiéndolo dicho, el juego consistía precisamente en hacerlo sin él. Pensé que no iba a aceptar; pensé que me contestaría con algún tipo de negativa, pero comenzaba a tardar su respuesta lo que me hacía pensar que efectivamente había ido. Mi corazón palpitaba; mi polla estaba a punto de explotar dentro del pantalón.

Debieron pasar 2 o 3 angustiosos minutos, tiempo de impaciente espera, pero por fin me llegó.

Nervioso y excitado pulsé el play. Aparecía Marta mirándo fijamente a la cámara; en esta ocasión, tal vez nerviosa ella, no me mandó un beso. Se la notaba un tanto tensa; tal vez excitada.

La imagen osciló trepidantemente mientras el móvil buscó acomodo encima -creo- de una de sus sandalias. El plano se estabilizó apuntando hacia el horizonte.

Ví como Marta se levantaba de la toalla, y con el pecho desnudo, se alejaba andando, llevando de la mano a la pequeña, hasta la posición donde suponía estaría el vendedor.

Lamentablemente el encuadre de la imagen no permitía alcanzar a ver al vendedor. Me hubiese encantado ver con nitidez como se realizaba la transacción. Ver el gesto de Marta pagando sus barquillos, mientras probablemente aquel hombre miraba disimuladamente sus generosos pechos.

Tras unos segundos de vacío, la imagen de mi mujer volvió a entrar en el encuadre. Paso a paso volvía acercándose hacia la toalla, a la vista de todos, sexy, seductora, tremendamente morbosa.

Avanzó por la arena hasta terminar arrodillada en la toalla, a escasos centímetros de la cámara que tenía delante de ella. Intuí que estaba guardando el monedero en la bolsa, y aprovechando la posición, arrodillada ante la cámara, disimulando, se apartó lateralmente la tela de la braguita para mostrarme un primerísimo plano de su chorreante sexo. Deslizó un par de dedos por su depilada rajita, se los introdujo sutilmente, y los sacó totalmente impregnados de sus flujos para lascivamente mostrármelos a escasos centímetros del objetivo.

Dejé el papeleo pendiente encima de la mesa y apagué la pantalla de mi ordenador.

-Recojo ya por hoy. Me voy para casa. Te estaré esperando. Le envié.

-Yo también voy a ir recogiendo. Nos vemos al llegar. Contestó.

FIN.

PD: ¿Finalmente tendrás la deferencia de dedicarme unos segundos de tu tiempo para dejar un comentario ;) ?