Sexta cita

Lentamente atraviesa otra barrera mas, algo que pensó que nunca sucedería. Sabe que no es amor, pero sigue el juego de seducción que Javier dirige con maestría.

Cuando abrió la puerta de casa respiró aliviada al comprobar que había llegado antes que su marido. Los aviones solían ser puntuales, pero el aeropuerto estaba casi al otro lado de la ciudad. Era todo un viaje. Le dio tiempo a todo, a ducharse, a preparar la cena y sobre todo a tranquilizarse.

El agua de la ducha muy caliente borró de su cuerpo las marcas que habían dejado en él las manos de Javier. Sentía que estarían ahí para siempre, que todavía le quemaban, la acariciaban y la excitaban, que su cuerpo olía a hombre, al perfume del hombre, al sudor de él.

Como siempre, pero esta vez de vuelta, se miró en el espejo, desnuda y observando que no se le notase nada de su aventura. Un gesto pueril y una preocupación innecesaria, pero estaba obsesionada y temía que su marido notase algo.

Se tranquilizó cuando vio lo de siempre: sus pechos aun blanquitos y suaves, su cintura estrecha y su tripita sobresaliente. Girando sobre si misma comprobó que nada en su cadera o en su culito denotaba que unas manos habían estado tocando esas partes intimas y exclusivas de un solo hombre y que todo lo que pensaba no era mas que su sentido de culpabilidad o … su excitación.

Al fin se puso la camisa con la que solía dormir y por primera vez en mucho tiempo, no se colocó las bragas, que siempre utilizaba para estar en casa, esas desechadas ya y dadas de si, con las que se abrigaba para estar cómoda y para dormir.

Así la encontró su marido, encantado con ese recibimiento, y mas encantado aun cuando al acostarse, ella se pegó a él e inició ese juego que tanto les gustaba y del que disfrutaban cada vez de forma mas espaciada.

Cuando se levantó a la mañana siguiente, ya sola en la cama, estaba satisfecha y dichosa. Le gustaba lo que ocurrió en ese lecho todo revuelto con Javier…

Nooooo. ¡No había sido Javier, había sido con su marido! ¿Que extraña asociación de ideas la había podido equivocar de esa manera tan estúpida? Pero sí, haz memoria. Anoche te viste con él, sentías sus manos mientras tu marido te tocaba, las notabas en tu culo, como en el paseo de la tarde y su aroma era el de él.

Tenia que dejar ese juego, pensaba demasiado en Javier, y ya hasta soñaba con él y llegaba al extremo de sustituir en el lecho conyugal, la imagen de su marido con la del otro. Cualquier día se llevaría un disgusto si su subconsciente la traicionaba en una situación delicada con su esposo y él se daba cuenta.

Pero aquello se repitió en varios de los sucesivos días desde el regreso de su marido. Ella solo con la camisa en la noche, quitándosela para acostarse y esa fiebre que la empujaba a sus brazos y le hacia desearle y anhelar sus caricias, ansiar la penetración y soñar en algunas ocasiones que era el otro el que la poseía, con el que sentía ese placer inigualable y demoledor y con el que después dormía abrazada y satisfecha, relajada y tranquila, después de calmar ese ardor que no la abandonaba desde aquella tarde, desde aquellos días.

¿Por qué cuando iba en el autobús, como ahora, para verle, no era igual que cuando iba a sus cosas? ¿Por qué se sentía diferente, el tiempo pasaba tan rápido y su mente se confundía de tal manera? Ese conductor era un temerario, debía de ir a mas de 120. Acababan de salir y ya casi estaban en Moncloa. Miró el reloj, asombrada de que hubieran transcurrido los veinticinco, treinta minutos habituales. No le había dado tiempo a pensar lo de siempre, a arrepentirse de sus decisiones de loca inconsciente.

Porque en cuanto saliera de la estación estaba segura de que estaría allí esperando. En fin, mejor no disimular, no darle mas vueltas. Deseaba y esperaba esas salidas, casi quincenales, mensuales la mayoría de las veces. Tal vez el hecho de no ser tan frecuentes era bueno. Le daba tiempo a olvidar la anterior y a desear la siguiente. Era algo así como ese movimiento de las entrañas, ese toque de adrenalina que se sentía en algunas atracciones de la feria, que la hacían sentirse viva y transgresora, capaz aun de hacer y sentir algo nuevo y loco, excitante y diferente en su monótona y tranquila existencia.

  • uhm… estas preciosa hoy. Ese peinado te sienta muy bien.

Bueno, parecía que ya la miraba mas a la cara que a las piernas. No, ahora me mira el pecho. Noooo, ahora desciende por la tripita ¡¡¡ que vergüenza. Seguro que me dice algo, que estoy engordando… sigue hacia abajo. Si, me mira las piernas. No tiene arreglo. ¿O es que de verdad le gusto? No puede ser, soy una mujer mayor, ya no puedo gustar a nadie. Bueno… él también es mayor. ¿Por qué no le voy a gustar?

Anda, déjate llevar, estas tonta ¡¡¡ Le gustas, le gusta ir a tu lado y le gusta tocarte. Como ahora. Ya está su mano en mi cadera. ¿Me paro y le digo que como no la quite de ahí, no sigo? Ahhh, no hace falta, ya esta todo normal otra vez. Por aquí todavía podemos encontrarnos con gente conocida. No me gusta este barrio, ni esta cafetería habitual. Siempre puede entrar algún conocido y vernos; sería muy violento.

  • sabes? La próxima vez no podré venir hasta aquí, cambiamos de hotel.

  • vaya, que pena ¿y donde vais? ¿No os gusta Madrid o ya estáis cansados?

  • no, cambiamos de zona, mas al centro. Hay gente que le gusta pasear y hacer turismo en los ratos libres. Pero seguimos en Madrid.

¡Que alivio! Pensaba que era una despedida. Bueno, era casi lo que había estado pensando antes. La intimidad que ya sentían podía ser muy peligrosa en esta parte tan concurrida y de paso de sus amistades o familiares.

  • ¿cuando vamos a repetir lo del baile? Nunca me lo había pasado tan bien.

  • pues depende de la ocasión. A mi también me encantó.

  • ¿te gustó que te besara?

  • no me gustó, estas tonto ¡¡¡ ¿Cómo me va a gustar? Soy una mujer casada.

  • eso no tiene que ver. Yo también lo soy, tú lo sabes, pero me siento a gusto contigo.

  • si, yo también. Pero es porque soy la tonta esa que te entretiene cuando vienes a Madrid.

  • no, no eres eso. Eres una mujer divertida y tierna, encantadora y sensual. Excitante, diría yo.

  • ja ja ja ja … ya. Un montón de cosas soy. Y yo me lo creo.

  • no solo te lo crees. Sabes que es verdad. Y ¿sabes que me gustaría ahora?

  • ¿Qué?

  • darte un beso otra vez

  • ni hablar ¡¡¡

El beso era lo prohibido. Había mas intimidad en un beso que en el propio acto sexual. El beso significaba amor, entrega, cariño, algo más que un simple contacto entre los labios. Podían unir sus sexos, pero no sus labios. Podía dejar que tocara su cuerpo, pero no su boca. Nunca había besado a otro hombre, incluso de joven, cuando todas las chicas descubrían las torpes caricias de su novio de turno, había permitido un beso en la boca.

Le vio acercar su rostro y se quedó paralizada, como una estatua de piedra. Su mano recorría su pierna, avanzaba por sus muslos y subía, subía, hasta donde nunca debería dejarle llegar. Sintió su aliento cada vez mas cerca, sus labios se pegaron y la estatua de piedra respondió al beso.

Reclinó la cabeza y se entregó al sabor de sus labios, al ardor de su boca. Sintió entrar su lengua y no descubrió en ello el asco que imaginaba que le produciría este acto. Su cuerpo se relajó, deslizándose hacia atrás y hubo de apoyarse en el asiento para no caer desmayada al suelo.

Todo su cuerpo se estremecía y un ardor que nacía de su vientre le recorría la espalda y llegaba a su cerebro, que dejó de pensar y presa de un aturdimiento que la cegaba, devolvió la caricia con todo su ser. Sus lenguas jugaban juntas, su sabor se mezclaba y toda la cara le ardía.

Mas abajo, notó su sexo que le quemaba, la vulva se abría y ramalazos de gozo se expandían por todo su cuerpo desde el centro mismo de su vientre. Y por segunda vez en los últimos días, mas que en los últimos cinco años, sintió la humedad brotar de su interior y a su organismo prepararse para la posesión del hombre, para la penetración que la sabiduría de la naturaleza juzgaba inminente.

Volvía lentamente en si, después de ese ligero desmayo que casi fue un orgasmo. El frío contrastaba con el enorme calor que sentía en su entrepierna y las bragas mojadas acentuaban esa sensación.

Empezó a ver, a distinguir las cosas que les rodeaban. El se había separado de ella satisfecho de su entrega, sabedor de su poder sobre ella, y respiraba agitado a un palmo de su cara, que brillaba aun por el sofoco que la dominaba.

Su mano había tomado posesión de su pierna y se mantenía sobre la rodilla levantada. No notaba el aire en su pierna desnuda ni era consciente de que tenía la falda casi recogida en la cintura. El calor era sofocante y su cuerpo deseaba refrescarse, aliviar ese ahogo.

Una pareja que paseaba un perrito pasó casi sin mirar, pero el hombre volvió la cabeza hacia sus muslos según pasaba. Un chico que corría en chándal frenó su paso y casi se paró delante a mirarla. Entonces se dio cuenta de su desnudez y volvió a la vida y a la cordura.

…..

Habían entrado en una cafetería a tomar algo fresco, algo que la rebajase del calor y la tensión vivida un poco antes. Hasta que no se sintió mas tranquila y sosegada no se atrevió a levantarse y aun así, se daba cuenta de que su cuerpo casi no la sostenía y que andaba como una autómata, repitiendo gestos mecánicos.

Le dio un beso suave en la boca, cortito, al despedirse y ella se sentó sin estar segura de haber picado su billete.

El calor no cesaba, la extraña sensación de humedad en sus bragas, la hacían pensar que debía estar empapando el asiento y que cuando se levantara para bajar, todos se darían cuenta.

El coñito le daba pequeños espasmos, sentía aun el calor y el sofoco le inundaba la cara, enrojeciendo sus mejillas. Entonces hizo algo que jamás hubiera pensado que sería capaz. Abrió totalmente las piernas, la falda se arremangó un poco mas y dejo que el aire penetrase, recorriese sus muslos y refrescase su ardorosa entrepierna.

Ni se fijó, ni la importó, si todos los hombres que iban de pie, frente a ella, le estaba viendo las bragas y eran conscientes de su excitación y de lo mojada que estaba; de lo lubricada, preparada y dispuesta que se encontraba…