Sexo y chocolate
Sexo... con órdenes... y chocolate...
Llegué a Madrid, tras dos meses de sol y playa, morena y cansada. Mientras recogía las maletas, en el aeropuerto, un mensaje de Juan me animó el regreso, me invitaba a acudir a su domicilio. Juan me excitaba un montón sus ojos oscuros, sus manos grandes, un pene largo y hábil una imaginación perversa para jugar a juegos de adultos
Fui a su casa vestida con una falda blanca muy corta, que dejaba al descubierto mis más que bronceadas piernas, y con una camiseta rosa, una con un escote bastante pronunciado, que le sienta muy bien a mis tetas, no demasiado grandes. Por debajo llevaba un sujetador color hueso de La Perla, me encanta la lencería de esa marca, pero más abajo no me puse nada. Mi coño depilado, y un poquito tostado debido a mis días en arenales nudistas, lucía esplendoroso bajo la faldita, agradecido de recibir la brisa fresca de la noche de septiembre.
Juan me recibió con un beso apasionado, su lengua, su modo de succionar aquellos labios varoniles comiéndose los míos, qué caliente me estaba poniendo, aplastada contra la pared de su piso sentí cómo la humedad empezaba a inundarme, y le susurré al oído que me follara allí mismo. Estaba ardiente, me enloquecía sentir su rítmica respiración en mi cuerpo, me encantaba su olor, deseaba ya su polla traviesa en las profundidades de mi vagina.
Juan me dijo que iba a tener que esperar. Me condujo al dormitorio mientras se interesaba por el paradero de mi tanga. Está aquí, repuse, y le entregué una pieza diminuta, casi transparente, que llevaba en el bolso. La cogió con delicadeza, se la llevó a la boca y, una vez la hubo saboreado, la pasó de su boca a la mía. Me comí mis propios néctares complacida, mientras él me jaleaba, y descubrí entusiasmada que íbamos a jugar a algo interesante.
Así fue: Juan me vendó los ojos con un pañuelo muy suave, y ató mis muñecas a los barrotes de la cama. Qué bien no podía imaginar un final de vacaciones mejor, mi cuerpo se relajó, mmmmmm, toda mi piel requería ya caricias, lametones, mordiscos, saliva, dientes lo quería todo, lo quería ya. Intuí que Juan se estaba desnudando, yo seguía con la ropa puesta, y me puse a fantasear con las maravillas de su cuerpo, cómo me gusta su perfecto pene, ese culo tan firme, sus piernas fuertes como robles qué bueno está. Él, que debía estar observando los gestos de complacencia que sin duda mi rostro ofrecía, me toqueteó las caderas con sus dedos largos, y después pasó la polla por mi cara. Mmmmm, qué rico, saqué la lengua y le regalé una lamida, quiero mamártela, dije, pero Juan contestó que no.
Me metió un bombón en la boca, sabe perfectamente que me fascina el chocolate, un delicioso cuadrado de cacao negro muy amargo con pepitas de café, y se dispuso a acariciar mis pies con una pluma. Mmmmm, era una sensación irresistible, aquel cosquilleo y el chocolate deshaciéndose dentro de mí, de repente la pluma se posó en mi orificio vaginal, mmmmmmm, qué penetración tan grata pero no no me la introdujo, continuó deslizándola a través de mi cuerpo, por el cuello, sobre las rodillas, una parada en los labios vaginales, otro recorrido hacia las orejas, de nuevo un descenso, con breve acampada en los pezones. Unos pezones que, muy despiertos, se insinuaban bajo la camiseta.
La orden era que yo no me corriera, pero me costaba mucho no hacerlo. Olía a sexo desatado en la habitación, y Juan me alimentó con otra chocolatina, esta con crema de menta, mientras sus fuertes manos me liberaban de la falda, y su lengua aplicaba masajes circulares a la cara interna de mis muslos. Mmmmmmmmmmmmmm, le deseé muy dentro, esa lengua bien perdida en el interior de mi concha, y me moví de forma que pudiera alcanzar mi objetivo, pero él castigó mi atrevimiento con una patadita en la pierna. Vale, decidí que él mandaba, y me concentré en gozar de lo que me ofrecía. Otro pedazo de chocolate, una perla rellena de almendra, y besos salvajes en la planicie de mi vientre. Una nueva tortura, me encontraba totalmente sudada, y mi coño palpitante me amenazaba con llegar al orgasmo.
Juan decía que no, no podía correrme, y empezó a follarme con sus dedos. Entraban y salían de mi gruta húmeda y pegajosa con una pericia digna de asombro, era un baile incesante de entradas y salidas, dedos y más dedos, al principio entraban de uno en uno, llegó un momento en el que cobijaba cuatro en mi interior. Joder, pensé, méteme tu estupenda banana, lo estoy deseando, pero él no lo hizo, continuó penetrándome con los dedos, más tarde me introdujo un bombón.
Lo sacó, bien impregnado de mis zumos, y se lo comió. Me metió entonces un instrumento puntiagudo, ignoro qué era, y se afanó por moverlo más y más rápido, con un ritmo irresistible que provocaba en mí jadeos totalmente animales.
Me corrí.
Fue un estallido sonoro, salvaje, brutal, primitivo, me vacié y grité, mi cuerpo se convulsionó por los espasmos, una corriente de placer me recorrió la piel. Qué gusto, había sido divino Juan me acarició la melena, me regañó por haber desobedecido sus exigencias, y me informó de mis nuevas obligaciones. Debía hacerle una mamada, y permitir que se corriera en mi cara.
Mmmmmm, me encantó la idea, me comí una lengua de chocolate con naranja antes de llevarme su hermoso pene a la boca. Me fascinaba chupárselo, y mucho más sentir cómo su leche se estrellaba contra mi rostro, en mis pestañas, en mis labios ya me ponía a mil con sólo imaginarlo