Sexo universitario
Un joven da rienda a su fantasía sexual: Tener un idilio con una colegiala.
La biblioteca quedó casi vacía, sólo quedaban dos personas: una chica, cuyo pelo estaba recogido en dos coletas, tez pálida, camisa impecable, abierta, sugerente, una corta falda escocesa, sensual, medias blancas y unos tacones imponentes. Su mirada, seductora, al igual que su cuerpo, se desviaba hacia un joven de ojos verdes y pelo castaño despeinado, moderno.
El adolescente, vestía una camisa informal y unos pantalones anchos bajos, que dejaban ver gran parte de su ropa interior. Éste no podía dejar de mirar a la muchacha, que comía sensualmente un chupa-chups, rodeándolo con sus carnosos labios, demasiado apetecibles. De vez en cuando, la mujer desviaba la mirada hacia el nervioso estudiante, que no podía concentrarse debido a la excitante presencia femenina. La colegiala se levantó y subió a una escalera cercana a su espectador, donde él podía apreciar sus libidinosos muslos. Buscó un libro y descendió de nuevo al piso, se sentó en una silla en frente del muchacho.
Tenía las piernas entre abiertas y esto hizo que el joven sintiese una atracción cada vez mayor, incapaz de contener su deseo de descubrir lo que escondía la mini-falda. Empezó a sudar a medida que se imaginaba el desnudo de la fémina, el pecho, el triángulo de su sexo, todo. La chica observó al adolescente, y descubrió su inquietud. Miró hacia su pantalón con descaro y reconoció una superficie, sobresaliente y de aspecto rígido. Sonrío y se fue, dejándole sólo, observando cómo la criatura en uniforme se movía de manera sugerente al andar.
Decidió seguirla. El pasillo estaba oscuro y solitario, sólo se oía el sonido del tacón, y al poco, una puerta que se abría, justo la misma que indicaba la entrada de la clase de ambos. Él se quedó en mitad del corredor, dubitativo. Vacilaba en su decisión de irrumpir en el aula. Finalmente lo hizo. La puerta estaba entre abierta y no había nadie dentro. Avanzó unos pasos y oyó el crujido de las bisagras cerrándose. Miró hacia atrás y vio que ahí estaba ella, sonriendo sensualmente cerrando con el brazo extendido y la mano abierta sobre el cristal.
El recién llegado permanecía callado, observándola cómo echaba el cerrojo con mirada pícara. La uniformada empezó a andar entre los pupitres, sin dejar de mirar a su admirador, que intentaba alcanzarla. Al esquivar una mesa tiró un libro y se puso delante del joven, dándole la espalda. Se agachó, sin flexionar las piernas, a recogerlo, mostrando parte de sus nalgas, cosa que excitó mucho más al hombre. Siguió agachada y giró su cabeza hacia la presencia que tenía detrás, le miró seduciéndole y volvió a incorporarse. El chico tenía su índice levantado, como si fuese a decir algo, y la mujer, fijó sus ojos en los de él, tomó el dedo que señalaba y lo introdujo en su boca, como si chupase un polo de hielo.
Después lo deslizó por su barbilla, llegando hasta su cuello haciendo que suavemente pasase por la línea de su camisa, abierta, llegando hasta el canalillo, consiguiendo que el muchacho descubriese que no llevaba sujetador. Le miró de nuevo y sonrío, acercando su boca hacia la de éste. Sólo notaban el aliento del ajeno. Ella se acercaba y se separaba levemente, dejándole intrigante. Se pegó más a él, juntando ambos torsos, rozó sus labios con los suyos, y los deslizó por la mejilla, bajando al cuello, pero sin dejar de transmitir el calor que irradiaba. Una vez ahí, pasó su lengua, empapándole de gusto, lamiéndole, haciéndole sentir el placer hasta en la garganta. Ejerciendo presión con leves mordiscos, y esporádicas succiones, subió hasta su oreja, donde centrifugó su lóbulo y lo absorbió llevándole al éxtasis al combinarlo con la introducción de la lengua en su oído.
Le manejaba, era como su juguete, esta vez ella era la domadora y él el sumiso, a ambos les gustaba su papel y el del contrario. Le besó, primero pegando sólo sus labios con fuerza, casi dejándole sin respiración, después mojándole con su lengua y finalmente sumergiéndola en su boca, con furia y pasión. Seguía su juego, su dominación. Primero un botón, después todos de golpe, la camisa de la chica quedó en su sitio, desabrochada por completo, dando salida a sus senos desnudos y sin dejar la competición de lenguas. Una yema rozó los rígidos pezones de la mujer, pellizcándolos con suavidad, después con fuerza, dibujándolos. Una mano recorría todo el pecho, divirtiéndose con él, recreándose en su forma. La parte de arriba del muchacho se rasgó por el desenfreno de ésta, que acarició la espalda del joven, caliente, sudorosa, y después perfilando la línea de su pantalón, desabrochándolo. Arañaba la parte superior de su espalda mientras él mamaba el valle de su delantera y sus picos. Se estremecían, el ambiente era asfixiante.
Las masculinas manos, apartando la ropa interior de la colegiala, sudaban, todo era humedad y calor en su interior. Un dedo jugó con su monte de Venus, indagó en lo más profundo de sus genitales, le acompañó otro, sintiendo la mojada cavidad, suave, esponjosa, provocando la excitación de la joven al sentir la fricción de su clítoris. Ésta se agachó y su camisa cayó a la altura de sus codos, dejado todo su torso al descubierto. El miembro varonil estaba endurecido, muy endurecido, y se liberó cuando los calzoncillos bajaron. Una lengua húmeda y caliente se aventuró con su punta, la lamía y besaba, mientras una mano apartaba la piel y después presionaba, acumulando la sangre en la punta que se infló, chupándola de nuevo, introduciéndola un poco en su boca, después del todo. La lengua desenfrenada de la chica, saboreaba el miembro a punto de estallar, y miraba la cara complacida del muchacho, viendo cómo disfrutaba. Él seguía el ritmo del acto con sus manos en la cabeza femenina, tirando levemente del pelo de la joven...
Hacia dentro, hacia fuera y después para arriba, haciendo que ésta subiese, para pasar a ser la dominada. La puso de frente a la pizarra, levantó su falda, dejando sus nalgas perfectas a la vista. Se acercó a ella, y con su miembro, buscó la vagina. La penetró. El ambiente era pegajoso, la respiración cada vez más fuerte, y el oxígeno se hacía pesado. Ella se giró, se apoyó en la mesa del profesor y abrió sus piernas para recibir al pene otra vez. Lo tenía dentro, lo quería profundo. Cada vez iba más rápido. Ella mordía su dedo para contener sus gemidos, y echaba su cabeza hacia atrás, contrayendo sus labios genitales.
El falo salió, aún erguido y a punto de alcanzar su clímax. Postró a la chica en la mesa por completo, haciendo que su espalda descansase sobre ella y con su lengua intentó penetrar en sus genitales, muy húmedos, recibiendo con un grito de mujer, signo de su plenitud, el sabor de su sexo, su olor y su tacto. Ella se agachó, sacó su lengua, y dejó que el fruto del orgasmo de su compañero salpicase en su cara, mientras lo saboreaba.
Era un juego. Salado. Pegajoso. Sucio. Sólo sexo.