Sexo oral con mi jefe, en el trabajo.

Una joven con ganas de sexo oral, un maduro de treinta años y una cefetería en algún lugar del país.

Sexo oral con mi jefe, en el trabajo.

Sin

duda han sido muchas las cosas que me han sucedido desde la última vez que escribí. Para los que me han leído,

saben que en agosto de este año que está por terminar

(2014)

entré a la Universidad. Hace una semana salí de vacaciones y por fin tengo el tiempo suficiente para regresar a escribir estos relatos, confesiones eróticas de mi vida sexual

y otras tantas que me han llegado de oídas.

Lo que les voy a platicar sucedió en el periodo de vacaciones anterior. Había

concluido

la preparatoria y tuve la oportunidad de ingresar a una carrera universitaria. Sabía de los retos que se venían en esta nueva etapa de estudio,

por lo

que decidí buscar un trabajo temporal

qu

e

me permitiera

tener un dinero ahorrado para las cosas que

llegara a

necesitar

a futuro en

la universidad.

Encontré el trabajo en una cafetería

a unas cuantas cuadras de mi casa

.

E

ra una zona de restaurantes, bares, y demás lugares de

ocio

. Gracias a la ayuda de uno de mis amigos que me fue guiando sobre cómo tenía que hacer eso de buscar empleo (era la primera vez para mí) tuve la oportunidad de entrar a esa cafetería.

El gerente era una persona que fácil (esa fue mi primera impresión) me doblaba en edad. En un principio se mostró un poco difícil, pues como aún no cumplía la mayoría de edad eso le

"

podía generar algunos inconvenientes

"

(según sus palabras)

. Al final quedamos en un acuerdo: me pagaría en efectivo

y no me metería en la nómina del personal; no tendría las prestaciones de ley y tendría que doblar turnos en ocasiones. La verdad es que no tenía ganas de buscar algún otro trabajo, me quedaba cerca, no gastaba en transporte y el ambiente me parecía de lo más tranquilo. Nunca pensé que los meseros y quienes preparan las bebidas

tuvieran jornadas

tan

extenuantes

.

Tenía poco más de un mes de vacaciones y el gerente, que se llamaba Martín

, me dijo que podía pagarme los dos meses siempre y cuando encontrara en mí disponibilidad y ganas de trabajar. La verdad es que sus palabras las tomé como tal, nunca pensé (

grav

e

e

rror

) que tuvieran alguna otra intención que no fuera sólo laboral. Pero como mujeres, una no es tonta y los hombres evidenci

an lo que quieren desde el principio,

basta con

una

mirada. Y Martín no era la excepción.

Hoy, casi medio año después

de lo sucedido

, puedo tacharme de incrédula. Claro que mi jefe me contrató no tanto por verse buena gente si no porque pensó que podría tener alg

ún encuentro íntimo

conmigo. Mi primer reacción, durante las primeras semanas de capacitación, fue hacerme la loca, pasar por desapercibida todas sus miradas lascivas disfrazadas de buenas intenciones. La paga era semanal y las propinas que llegaban en días de quincena eran un buen incentivo para mantenerme en

el trabajo

.

Martín casi me doblaba la edad. Apenas había rebasado los 30 años de edad y se consideraba como una persona que había logrado todos sus objetivos en la vida a base de esfuerzo y constancia. En una de las tantas pláticas que tuvo conmigo mientras me capacitaba, me dijo que él había iniciado como mesero en algún restaurante de poca monta

hasta terminar con el puesto de gerente de la cafetería. No sé si me lo decía para

admirarlo

, lo más seguro es que sí; una como mujer sabe que cuando el hombre pretende algo

nos vende una imagen, la mejor de sí mismos, la imagen de no rompo ningún plato, la imagen de un caballero de telenovela, la imagen del hombre que logra el éxito laboral por encima de tantos otros hombres

.

P

iensan que ese es parte del cortejo y hay mujeres que comen el anzuelo.

..

Por suerte a mí no me interesaba nada de eso, ni nada de Ma

rtín. Hasta la fecha tengo bien en claro que no quiero nada formal, ninguna relación que estrangule

. Estoy en la edad de probar de todo y poco me importaban los cortejos de los demás hombres. Tan sencillo como si qu

iero

coger, lo h

ago

; así sin más y sin neces

idad de leernos toda la letanía del otro.

Recuerdo que fue un lunes

en la penúltima semana de trabajo

cuando, por accidente, llegué temprano a

l

a

cafeterí

a

. Fui la primera en llegar y al poco rato se apareció el gerente con las llaves para abrir

el lugar

. Como había tiempo de sobra

me ofrecí para lavar el exterior de la cafetería

antes de colocar las mesas, disposición que vio

de buena manera mi gerente. Me entregó las llaves para ir al cuarto de limpieza por las cosas. Después de buscar por todos lados, no daba ni con la escoba ni el recogedor para barrer la acera de la calle. Pensé que

q

uizás la señora Martha, de limpieza,

había

dej

ado

ambas cosas en alguno de los baños. Pasé al baño de damas y no encontré nada ahí. Pensando

que mi jefe se encontraba en otro lado y que la cafetería no

a

bría y nadie más había llegado, se me hizo fácil entrar al baño de hombres. Y sí, encontré el recogedor y la escoba en uno de los compartimientos de limpieza

,

que estaba ubicado en

uno de los

baño

s

de hombres.

No sé si fue porque h

abía tomado muchos líquidos

la noche anterior

o el

olor penetrante de la orina en el

baño de hombres, pero de inmediato me dieron ganas de ir al baño

.

S

abiendo que nadie podía entrar

,

me metí con las cosas en uno de los baños, me bajé el pantalón de mezclilla negro

junto con la tanga del mismo color

y me dispuse a hacer

del baño. Me quedé pensando un rato sobre cómo me iría ese día en la cuestión de propinas; por lo general en l

os primeros días de la semana no hay mucho movimiento. Había dejado de orinar y cuando me

dispon

ía

a levantarme para subirme la tanga y el pantalón de mezclilla escuché cómo entró con prisa

otra

persona al baño de hombres. Pensando en que pudiera ser cualquier otro

trabajador

, me espanté de que me encontrará allí, así que sin hacer ruid

o

sub

í

los pies a la taza de baño

para que

así no supieran que me encontraba ahí. De inmediato se escuchó que az

otaron la puerta del baño contiguo (casi al mismo tiempo que yo me subía a la taza)

y después

el sonido de

un cierre

junto con

el clásico sonido cuando se expulsa

orina y

ésta

choca con el agua y

la

porcelana de la taza de baño

.

Pensé que sólo tendría que estar un momento ahí, que en cualquier segundo

la otra persona

se subiría el cierre y saldría del baño sin percatarse de mi

presencia. Pero, en lugar de irse, parecía que se estaba retrasando más de la cuenta. Silencié lo más que pude mi respiración. En eso se escuchó desde la entrada de la cafetería la voz inconfundible de Juan Carlos, el

lavaloza

de la cafetería, quien a las afueras del baño gritó que ya había llegado y se dispuso a hacer sus labores.

Casi de inmediato se

escuhcó

el sonido d

e un radio en

la cocina,

que ambientaba el lugar

antes de abrir la cafetería,

música que atenuaba el silencio en los baños

. Entonces descu

brí

que la hebilla de

l

cinturón comenzaba a hacer un ruido muy extraño, como rítmico. Mis pensamientos más sucios de inmediato se despertaron. ¿Se estaba masturbando? Aquella escena me dejó casi sin aire. El sonido cada vez se hacía más fuerte y

la persona de a lado

comenzó a hacer pequeños

sonidos,

iconfundibles

jadeos de placer.

Me

quedé congelada cuando

e

scuché decir: "q

ué rica putita eres,

Viany

", "¿quieres tu lechita, verdad pendeja?

"

Era la voz de Martín.

Seguía

paralizada por lo que estaba escuchando,

mi jefe

se estaba masturbando pensando en mí, en que yo le estaba haciendo

sexo

oral. El sonido, ya inconfundible, de que se estaba jalando la verga imaginando cómo se la mamaba despertó en mí el gozo incontenible

del sexo. De nuevo me vinieron a la mente todas las posibles situaciones sexuales que podían darse, me imaginé de inmediato saliendo del baño para ir al baño contiguo y comerme ese pedazo d

e carne que me

saboreaba como un manjar sólido, entero

y

bien proporcionado para alguien que andaba por los 30 años. Mi mente me llevó a imaginar que me cogía en el baño de pie, que me

ensarta

ba

ese trozo gigantesco y palpitante en mi vagina ya empapada. "E

res toda una putita" "cómete toda la leche preciosa", seguía diciendo Martín mientras continuaba con su frenético movimiento de mano y yo me descubría ya a esas altura

s tocá

ndome mis pechos con el mayor de los sigilos posibles. "Me corro,

Viany

, me corro... ¡

aaahhh

!" escuché enseguida a la par del sonido de

lo que supuse fue

semen que caía en el agua de la taza del baño. Eso

provocó que mi vagina estuviera totalmente empapada. Nunca antes había escuchado a alguien masturbándose pensando en mí, en todas esas cosas sucias que me decía

imaginándome recibiendo su semen en

mi

cara

. Desde la ocasión en que se lo había echo a la fuerza a mi profesor de inglés, habían sido pocas las veces en que había repetido el sexo oral; no me llamaba tanto la atención y la vez del profesor fue más por interés que por gusto. Pero lo que acababa de pasar con mi jefe era totalmente distinto, Martín había despertado mi placer por el sexo oral, la necesidad de comerme

una

verga, de tenerla en mi boca y de sentir ese líquido viscoso recorriendo mi garganta. Podía declararme una puta consumada cuando lograra satisfacer esa parte de mí que había despertado

esa escena de

masturbación

. Martín, casi de inmediato, jaló la llave de agua de la taza, salió del baño contiguo, se escuch

ó cómo se lavó las manos y cómo sal

del baño.

No me lo pensé dos veces:

aprovechando que aún tenía abajo

el pantalón y la tanga,

tomé asiento en la taza,

abrí las piernas lo más que pude, lamí dos de mis dedos con la lengua

y me los metí de inmediato en la vagina, una vagina húmeda y caliente como p

ocas veces la había sentido. La acción de haberme llevado los dedos adentro d

e la vagina provocó que mis pezones se pusieran duros de inmediato; con la otra mano que tenía libre me apretaba uno de los pezones y lo

giraba enloquecida mientras me seguía metiendo los dedos en la vagina, entrando y saliendo de ésta cada vez con más

desenfreno

. Me dejó de importar si alguien entraba al baño y me descubría

dedeá

ndome

;

el placer me había controlado y como en todas las demás veces, cuando el placer me controla no hay nada que me detenga hasta llegar al clímax. A los tres minutos de seguir así, me llegó el orgasmo con un gemido que tuve que callar para no evidenciarme adentro del baño.

Al

poco rato salí del baño con la esperanza de que nadie me viera salir de ahí. Por suerte no se encontraba nadie. Al salir a la calle me encontré con Martín, quien me miró y me preguntó dónde estaba metida. "En la cocina", fue lo primero que se me ocurrió. El resto del día transcurrió de forma habitual, salvo con la diferencia de que evitaba a toda costa coincidir en algún punto de la cafetería con mi jefe. No quería mirarlo, pues sabía que me evidenciaría yo misma. Por suerte no tardaron en llegar los primeros comensales, lo que me distrajo de lo que había sucedido en la mañana. Al menos, eso creía.

Al terminar la jornada de trabajo, nos dispusimos a levantar todo para el día de mañana. No hubo mucho movimiento y en cuanto a las propinas apenas si había juntado cien pesos (casi nada). Terminando mis labores me quedé platicando un momento con Cristina, la cajera de la cafetería, y fue ahí donde mi jefe me mandó a llamar. Me pidió que fuera

a un pequeño almacén que le funcionaba de

oficina a Martín

. Mientras caminaba al lugar me pregunté para qué quería verme, sólo me llamaba para pagarme al final de la semana, pues todo lo demás me lo decía conforme pasaban las cosas.

Entré al pequeño cuarto y ya me esperaba sentado. Mi pidió que tomara asiento casi frente a él. Sólo nos separaba un pequeño escritorio que le funcionaba de despacho. No terminé de sentarme cuando Martín fue directo al grano: "Voy a tener que hacer un recorte de personal, no nos ha ido bien los últimos meses". Me quedaba sólo una semana más antes de entrar a la escuela y sospeché de inmediato que me lo decía para correrme. Confirmó mis sospechas cuando dijo "Y bueno, quedamos en que sólo te iba a contratar en vacaci

ones

". Me puso un sobre encima del escritorio donde venía un dinero que él consideraba de "liquidación", una propina cualquiera esperando que con ello yo no me enfadara y le pidiera trabajar lo que resta de

la semana. Tomé el sobre, saqué el dinero y lo guardé en mi pantalón. "Ya n

o es necesario que te presentes mañana". Fue una bofetada de realidad, de desecho, pero también la oportunidad que esperaba para no volver a verlo jamás.

"Si esto es todo, entonces sólo me despido". Le dije mientras me levanté de la silla para rodear el e

scritorio y llegar hasta donde él estaba. Él giró su silla, de manera que lo tenía de frente y yo de inmediato me puse de rodillas para abrirle el pantalón. "¿

Qué carajo haces?" Dijo pero yo ya había bajado su cierre y metido mi mano dentro de su pantalón. Le saqué la verga, que no se encontraba erecta, lo miré y le dije: "despidiéndome". Martín entendió de inmediato, y bueno, a esas alturas cualquier hombre hubiera entendido. Seguí jalándole la verga hasta que alcanzó una erección suficiente para acercar mi boca. Mientras lo veía, pasaba con delicadeza la punta de mi lengua. Él se llevó las manos a mi cara, para tocarla mientras lo miraba. Su pene ya se encontraba bien erecto cuando decidí comerlo poco a poco. De inmediato se escuchó un espasmo de mi jefe. "No mames,

Viany

, si supieras cuánto tiempo llevo pen..." "lo sé", lo interrumpí para volver a llevarme su verga a mi

boca. Con cada mamada la verga de mi jefe se ponía más y más dura, noté cuando algunas de las venas de su verga se hinchaban lo que me garantizaba un placer inmediato. Mi vagina volvía a estar igual de empapada y me mojé más cuando Martín tomó la iniciativa y llevó su mano izquierda a mi cabeza y con su mano derecha sacó su verga de mi boca para dirigirla y golpearla sobre mi cara.

"¿Esto querías, verdad, putita?" "Sí, jefe, esto quería..." le dije mientras él dirigía y me llenaba la boca con su verga. Pronto uso sus dos manos para meterme más profundo ese trozo de placer hasta la garganta, acción que casi provocó que me atragantara. "Déjame hacerlo a mí", le dije y él entendió que fue muy brusco. Saqué su verga para escupirle y con mi mano derecha comenzar a jalársela al tiempo que lo veía y sacaba mi lengua alrededor de mis labios. Sabía que estaba a punto de correrse por su mirada, él quería que siguiera mamando pero temía por correrse de inmediato. Vi en su mirada pedir clemencia, ir despacio para que él conservara en la mente una mamada de lujo, tenerme el mayor tiempo posible ahí. Pero no cedí. Seguí jalando su verga y me excité más cuando él me pedía que parara.

"No, por favor, me voy a venir". "Vente en mi boquita", le dije al tiempo que me llevé la verga a la boca y se la mamé frenéticamente hasta que, en cosa de segundos, sentí cómo es

e líquido viscoso me tocaba la boca hasta lo más profundo. "

Aaaahhhh

!" Fue lo único que alcanzó a decir Martín. Yo me saqué la verga de su boca y con los dedos de mi mano derecha

limpié los restos de

semen de su trozo de carne para llevá

rmelos a la boca y chupar de placer.

En cuanto él se recostó sobre su silla, dejando su verga al aire, me levanté de inmediato y salí de su despacho lo más rápido que pude. Lo tomé por sorpresa y tardó más en levantarse que en yo salir corriendo d

e la cafetería. Estaba en la esquina cuando alcancé a escucharlo, así que corrí más aprisa. Llegué a casa y con el poco dinero que tenía ahorrado, les platiqué a mis padres que mi jefe había decidido liquidarme. Por suerte el sobre venía escrito así "liquidación", por lo que ya no tendría que volver a verlo. Mentiré si digo que Martín me buscó. Lo hizo muchas veces pero siempre le daba escusas y largas. Lo planté un par de ocasiones más hasta el punto en que mis papás tuvieron que interceder para decirle que si seguía insistiendo lo demandarían. Mis papás nunca supieron por qué me seguía y yo les expliqué que él quiso aprovecharse de mí. Al entrar a la u

niversidad mis horarios cambiaron y quizás Martín entendió que sólo había sido esa ocas

ión.

A la fecha no he vuelto a verlo y procuro no volver a pasar por la cafetería.

Esa es la historia, y a hora que la

escrib

o, debo confesar que me sigue excitando. No sé ustedes, pero yo dejo aquí este relato. Y me voy al baño...

Viany