Sexo onírico
Fantasía y realidad se funden muchas veces sin que podamos decir que el sueño no es real. Para nuestro protagonista, al menos, la diferencia no está nada clara...
Mi nombre es Fredy y este es el relato de un extraño y vívido sueño que tuve hace un par de noches.
Hacía tres meses que aquella belleza se había mudado al 7º piso de mi edificio, al apartamento que quedaba justo encima del mío que estaba en el 6º. Habíamos coincidido en el ascensor en contadas ocasiones por lo que nuestras conversaciones nunca trascendían del trivial saludo entre vecinos. Además, siempre que me encontraba con ella yo enmudecía por su atractivo y era incapaz de articular palabras que no sonaran entrecortadas, así que debía de pensar que era algo corto. Después de cada encuentro mi fascinación por ella aumentaba un poco más a la par que mi torpeza para dirigirle la palabra.
Ignoraba su nombre, pero yo la denominaba diosa debido a su impresionante aspecto: mediana estatura, delgada pero con unas preciosas curvas que ella evidenciaba aún más con su vestuario, piel pálida y sedosa, labios algo carnosos en los que prescindía de rouge prefiriendo aplicarse brillo, y unos deslumbrantes ojos de un verde clarísimo, grandes, ligeramente almendrados y con unas pestañas largas y curvas. Pero más impresionante que sus ojos era la forma en que éstos miraban, tan profunda e intensamente que parecía tener un efecto hipnótico.
La noche en la que soñé con ella yo me había acostado algo tarde tras haber estado sentado delante del ordenador dando los retoques finales al último relato erótico que estaba escribiendo. Cuando me tumbé en la cama y apagué la luz aún permanecí unos minutos con la imaginación alterada por la lectura de lo que yo mismo había escrito.
No sé en qué momento me quedé dormido, pero en mi sueño ya había transcurrido la noche y estaba amaneciendo, yo me encontraba desnudo de pie en un dormitorio que no era el mío, junto a una cama desconocida, en la que había un mujer dormida. A través de la claridad que ya entraba por la ventana pude distinguir que era ella, mi diosa, quien dormitaba plácidamente en aquella cama.
Quise acercarme para observarla mejor pero en ese momento sonó el despertador y ella salió de su sueño. Apagó el despertador y manteniendo los ojos cerrados se estiró sobre la cama para desperezarse tensando su cuerpo como si fuera una gata. Yo temía su reacción cuando abriera los ojos y me descubriese allí, pero inexplicablemente cuando lo hizo pareció no verme, pese a que me encontraba a apenas dos metros de ella. Me moví para acercarme y nada ¡era invisible!¿Cómo diablos podía ser? El realismo de las sensaciones visuales que estaba teniendo me hacía ignorar que se trataba de un sueño.
En ese momento ella empezó a levantarse, observé cómo retiraba las sabanas, cómo descubría su figura desnuda, la opalina palidez de su piel. Estiró los brazos y pude ver la perfección de sus pechos alzándose al unísono junto con sus brazos. Después se sentó en el borde de la cama dejándome ver sus hermosas piernas torneadas. Se levantó y comenzó a moverse por la habitación, con lo que por fin pude contemplar a mi diosa en toda su plenitud, sus caderas hacían un perfecto juego con su redondos pechos, su espalda de línea perfecta dividida en su parte inferior por la redondez de las nalgas separadas por una rajita central, tenía un culito venerable .
Aprovechando mi invisibilidad la espié siguiendo su rutina matinal, cómo se dirigía a la cocina, cómo sacaba una botella de zumo del frigorífico y la acercaba a su boca. Reparé en la carnosidad de sus labios e imaginé lo que serían capaces de hacer, Luego la seguí sigiloso en su camino hasta el baño, y su andar felino, contorneando suavemente las caderas y las nalgas a cada paso, desencadenó en mí una erección instantánea. Una vez allí, abrió los grifos de la ducha y entró cuando el agua empezaba a despedir vapor. El agua se deslizaba por su cabello, por su cuello, por sus pechos, envolviéndolos y cayendo en cascada desde sus pezones. Recorría su torso descendiendo hasta su ombliguito, donde se metía como si hubiera cobrado vida propia y excitada por el cuerpo que estaba acariciando buscara penetrar en todos sus rincones.
También jugueteaba entre el vello del pequeño triángulo de su pubis depilado y recorría los bordes de los labios externos de su precioso conejito, formando un chorro que se precipitaba desde su entrepierna al juntarse con el agua que recorría las nalgas y se introducía entre ellas, Y finalmente se deslizaba por sus torneadas piernas acariciándolas y envolviéndolas hasta los pies con un húmedo abrazo. No soportando por más tiempo la tensión que estaba despertando en mi entrepierna la visión de esa diosa bajo la caricia del agua me arriesgué a introducirme en la ducha. Estaba a su espalda y rocé con mis dedos su piel esperando a ver cómo reaccionaba. Ella ni se inmutó tal vez confundiendo mis dedos con las caricias del agua. Lo hice una segunda vez pero ahora deslizando mi mano por la espalda. En ese momento dio un respingo, y trato de darse la vuelta, pero yo se lo impedí agarrándola por los brazos firmemente aunque con suavidad y susurrándole al oído que no temiera, que mi intención no era hacerle el menor daño, que era mi diosa venerada, que llevaba tiempo amándola en silencio, velándola en sus sueños.
Mis palabras parecieron tranquilizarla, aunque sus músculos permanecían tensos. Continué hablándole dulcemente sin dejar de sostenerla y poco a poco note cómo su cuerpo perdía poco a poco la rigidez. Entonces cerré los grifos del agua y empecé a besarle el cuello y la nuca apartándole con una mano el pelo mojado, mientras, con mi otra mano empecé a acariciar sus tetas suavemente, pero ella cogió mi mano y apretó con ella una y otra alternativamente, a lo que yo reaccioné uniendo mi otra mano y agarrándolas y estrujándolas con firmeza. Ella abrió la boca de placer echando la cabeza hacia atrás mientras mis manos acariciaban, apretaban y juntaban sus maravillosos pechos redondos, muy apetecibles para la boca.
Pero decidí empezar por su también malditamente hermoso culo, el cual sentía apretado justo bajo mis testículos. Me separé y me puse en cuclillas y entonces empecé a besar primero la nalga izquierda y luego la derecha, después de eso las mordí, chupé y succioné. Ella reía de placer mientras con sus manos acariciaba y apretaba sus pechos de la manera en que antes lo estaba haciendo yo. Ella no sabía si eran sus propias manos o las mías que estaban separando sus cachetes, las que le causaban tanto placer. Y yo no sabia si aquella nueva humedad que estaba apareciendo entre sus nalgas era por el agua o por los fluídos de su coñito. Así que recorrí con mi lengua el interior de su rajita trasera, de arriba abajo, una y otra vez.
Ella separó sus piernas, y echo hacia atrás la pelvis de modo que mi lengua pasaba ahora por entre sus labios mayores y por su estrella rosada que se contrajo de placer, mientras con las manos acariciaba la pelusa de su pubis, o recorría sus piernas, o jugueteaba con sus labios mayores. Empecé entonces a lamer su estrella rosadita, hacía círculos con la punta de la lengua sobre el esfínter y luego la introducía suavemente para lubrificar con mi saliva tan rico agujerito. Después, y de manera súbita, introduje todo lo que pude la lengua en él y ella dio un gritito de sorpresa y placer. Para hacerlo tenía que meter toda la cara entre las nalgas rozando con mi nariz en su unión lo que nos procuraba aún más placer a ambos. Estuve un rato así metiendo y sacando de manera suave la lengua, acariciando la entrada de la vagina con los dedos para tomar lubricante y ponerlo en la estrellita, pero también porque quería saborear su sabor, -Qué dulce es tu néctar diosa mía-, dije extasiado. Ella también empezó a acariciar con una mano entre los labios menores de su otra boca ya muy húmedos de su jugo viscoso el cual recogía con los dedos y chupaba, corroborando su dulzor.
Después de meter la lengua lo más que pude una vez más giré a mi divinidad de ojos verdes y empecé a besar y a lamer sus labios íntimos. Ella acariciaba mi cabello, mi nuca y entreabría la boca de placer. Después empecé a meter la lengua dentro de su vulva, la metía y la sacaba, rozando el clítoris y los labios a cada salida, Saboreaba su deliciosa miel mientras mis manos acariciaban su culito respingón. De repente ella exclamó casi en una suplica: ¡méteme la polla, por lo que más quieras!, pero yo estaba convencido de que mi pene erecto y duro en su vagina no podría darle tanto placer como mis manos de dedos juguetones. Así que me levanté y le susurré al oído -¿Confías en mí?-. A lo que ella contestó -¡Sí, fóllame de una vez!-. Yo sonreí de satisfacción, y sin más dilación metí el dedo anular de la mano derecha en su mojada vagina, por supuesto que ella sintió placer pero no mucho. Pero lo que ella todavía no sabía es que ese movimiento era sólo para lubricar el dedo, ya que a continuación, lo metí en su entrada trasera al mismo tiempo que metía los dedos índice y medio en su cueva sagrada. Al hacerlo la minina de ojos verdes los abrió mucho con una expresión de sorpresa, pero también de placer.
No imaginó que el sexo anal fuera tan delicioso y menos aún que se pudiera combinar de esa manera. Los dedos se movían como tentáculos dentro de ella, acariciando cada rincón de su intimidad, entrando y saliendo. Ella gimió de placer cuando añadí el movimiento del pulgar acariciando su perlita, y el interior de su vulva. Toda mi mano le hacía sentir como si tuviera múltiples penes que la penetraran y rozaban por todos los lugares imaginables. Era como una de sus fantasías a dos bandas, donde un hombre le metía la verga por el coño y el otro por el culo ¡al mismo tiempo!, ella se dejo llevar y por un momento se imagino que realmente la estaban follando varios hombres...
Para aumentar el placer, le acariciaba el culo con la otra mano, mientras ella se retorcía para disfrutar al máximo del placer que le producían mis dedos-falo. De repente, sin avisar de nuevo, y con una fuerza sobrenatural proporcionada seguramente por mi fantasía la levanté en el aire con la mano con que la estaba penetrando llena ya de los dulces fluidos de ella. Al alzarla todo su peso se concentró en su sexo y en la mano que sostenía su cuerpo. Entonces ella empezó a hacer intentos por mover las caderas y apretar con los músculos internos de la vagina, pero la gravedad por sí sola le estaba dando más placer del que habría sentido con cualquier verga.
Por fin empezó a perder el control de su voluntad, hasta que llegó al orgasmo convulsionándose y emitiendo gritos de placer mientras se agarraba a mi espalda clavándome las uñas y arañándola como si fuera una gata...
Después de eso, la bajé suavemente, sus piernas temblorosas apenas la sostenían. Muy despacio saqué la mano de su intimidad y sin decir nada tomé su cara y le dio un profundo beso en la boca al que ella empezó a responder con ansia, acariciando mi torso y deslizando sus manos hacia mi falo palpitante. -Es tu turno- dijo acompañando su voz con una mirada maliciosa...
En ese momento desperté en mi cama, sorprendido, sudando y con la verga bien tiesa y húmeda. Me levanté y me dirigí al baño tratando de recordar qué había estado soñando sin conseguirlo. Al encender la luz me protegí los ojos con una mano, entonces, percibí un suave aroma en ella y noté que estaba cubierta con un líquido algo viscoso, el cual estaba seguro de que no era mi leche: Decidí probarlo y sabía dulce, extrañamente me pareció reconocer ese aroma y sabor, aunque no sabía con certeza a qué me recordaba. Además tenía una sensación de ardor en la espalda y al volverme para mirarla en el espejo vi en ella varias señales de arañazos...
Dos días después de aquello, aun sigo sin comprender qué sucedió exactamente esa increíble noche.
A veces la frontera entre sueño y realidad es tan sutil que es difícil distinguir en qué lado nos encontramos.
By Venus