Sexo mercenario para un divorciado 2

Los divorciados lo tenemos muy difícil con el sexo, pero que mucho, deberíamos salir a la calle con pancartas y clamar en el desierto y... bueno, yo de momento, aporto mi granito de arena y a ver si alguna divorciada se compadece, no en vano somos colegas en el camino del conocimiento, vida nueva.

, sí! Me olvidaba. Antes me había enseñado un poco de un vídeo porno en su móvil, Iphon o tablet o como se llame, que los carrozas como yo andamos perdidos en estas cosas tanto como en otras. Yo le había hablado de mi condición de escritor de relatos eróticos, supongo que no le dije que también de novela negra, de ciencia-ficción, de lo que fuera, porque estábamos donde estábamos y en estos sitios solo se habla de erotismo. Ella rió y me dijo algo así como “qué bien” y entonces me enseñó el vídeo, bueno, solo unas escenas, y yo debí decirle algo así como que muy bien, fantástico y que estaba realmente, buena, ella. Luego cerró el móvil y me dijo, luego habrá más si eres bueno. En realidad a mí me interesaba ser malo, muy malo y más la carne que lo virtual, pero asentí, como el chico bueno que soy.

Yo estaba excitado, muy excitado, algo me molestaba en la entrepierna. Soy muy tímido, aunque intento disimularlo y aquella noche más que ninguna, por eso caminé procurando no tropezar, no estaba en una comedia de cine mudo, también procuré que mi cara estuviera alegre, seria pero alegre, juguetona pero discreta. Mi amante, mi enamorada, había pedido una copa para la habitación, yo me negué, no porque otra cerveza sin alcohol me fuera a emborrachar más de lo que ya estaba, sino por el dinerillo y porque ya tenía la vejiga de la orina repleta del susodicho líquido. Salimos del “niñas al salón” y nos quedamos en un pasillo mientras mi amada me pedía el precio de una hora, se lo di, tan encantado como un cocodrilo que se va a comer a una caperucita caribeña. Ella se lo dio a la encargada, habló con ella en voz baja, desapareció, regresó, y mientras tanto yo en mitad del pasillo, mirando las paredes, mirando el suelo, escuchando la música del “niñas al salón”, porque hablar se hablaba poco allí, también fantaseaba con aquel cuerpo que se desnudaría para mí y cómo enfocaría aquella historia, narrativamente hablando, porque un escritor lo es siempre, en todo momento del día, hasta echando un polvo.

Mientras esperaba me dio tiempo a todo, a calcular que lo ya había gastado en copas, a imaginar lo que podría hacer con aquella morenaza en una hora, a rezar para que las fabes con almejas no activaran el turbo-reactor, vamos que fue algo así como el último segundo antes de morir, dicen que recuerdas toda tu vida en una extraña cámara rápida-cámara lenta. La habitación estaba al fondo del pasillo de la planta baja, nada de pisos superiores, allí había suficiente terreno para extenderse en todas direcciones. Aquello no era precisamente lujoso, tampoco tan cutre que repeliera, pero como uno va a lo que va en estos casos, no se fija mucho en nada. Ella abrió la puerta y me pidió un euro para la maquinita. En cuanto la activó pude ver la habitación y la razón de que todo estuviera a oscuras. En mis tiempos no existían semejantes adelantos, creo recordar que tenían un simple despertador y te decían cuándo había que ir terminando. Yo siempre me lo creí, nunca discutía por cinco minutos más o menos, lo que no hayas hecho en una hora con una mujer no lo vas a hacer en unos minutos. Observé con curiosidad la dichosa maquinita, ya se me ocurriría alguna historia humorística, tal vez de ciencia ficción, los artilugios que utilizarían las prostitutas en el futuro, allá por el año 3001, por ejemplo. Ya me estaba asomando la risa a la cara con las ocurrencias que se me venían a la cabeza. Me puse serio, esto del sexo siempre parece algo muy serio, hasta ahora no he encontrado a una mujer que se destornille de la risa mientras lo hacemos, por muchas cosquillas que encuentre. Me encanta el sexo divertido, regocijante, con un vocabulario creativo, chistoso, con jueguecitos de todo tipo. Eso de la “polla”, el “chochete” y a ver cuándo me la mete me suena a disco rayado y mal rayado. Me gusta la creatividad en el lenguaje erótico, hasta estoy pensando en escribir un diccionario erótico-humorístico, tal vez me ponga a ello en cuanto tenga sexo natural, es decir sin pagar, con una mujer que se te ofrece y tú te ofreces a ella y al final, con tanto ofrecimiento, uno termina muy contento. También me he prometido hacerme un chequeo a fondo, porque pienso seguir buscando sexo hasta los cien años y si duro hasta los ciento cincuenta también, aunque no me se ponga dura. Todo lo subordino al dichoso sexo natural, tenerlo pagando es como atravesar el canal de la Mancha en yate, demasiado fácil, hay que nadar en calzones y dejar que te coman los tiburones, en este caso las tiburonas.

La maquinita se activó, se puso en rojo y los números comenzaron a moverse hacia el final del universo,  hacia el apocalipsis. No concibo otro que cuando te dicen, se acabó el sexo, tío, y para siempre. Por eso no me preocupa el de la especie humana, yo llevo luchando contra el mío propio toda mi vida, cuando no hay sexo veo misiles nucleares intercontinentales volando sobre mi cabeza y tsunamis con olas de doscientos metros de altura, algo salvaje.  Según me contó ella cuando se apaga la máquina te quedas a oscuras, eso a mi no me preocupa porque con el sexo se puede seguir a oscuras y “asmonjas”. Mal chiste, pero es que no se me ocurre nada mejor en esta habitación un tanto cutre, de pensión barata. No quiero perder un segundo porque para mí el sexo no es meter y sacar y se acabó, sería algo muy aburrido, mecánico, sin alma; disfrutar del cuerpo desnudo de tu pareja es el mayor placer de la vida, sin duda, claro que hay otros, como por ejemplo, para mí, escuchar la tetralogía wagneriana en Bayreuth, pero seguro que si la Brunilda está buena la desnudaría con mi imaginación al compás de la música.

Pero, pero ocurrió algo que estaba previsto, no que se activara el turbo debido a las fabes con almejas, porque el cuerpo de aquella caribeña era tan sandunguero y delicioso que mi excitación había anulado las restantes funciones de mi cuerpo, bueno, no todas, porque la vejiga estaba tan repleta de orina, debido a las cervezas sin alcohol que era preciso, perentorio, descargarla de su molesta carga. Así que superando mi timidez pregunté por el servicio, el water closet, el lugar reservado para estas cosillas de nada. En la habitación no había otra puerta y en el pasillo tampoco pude ver puertas con las consabidas figuritas indicadoras, que por cierto son muy poco creativas, si me contrataran  a mi esto iba a ser la juerga. Me sentí muy decepcionado cuando ella me dijo que no había water closet y que lo hiciera allí, en el bidet. Pero como dice el refrán, a grandes males, grandes remedios, y mi mal era de los más graves, si esperaba un poco más me iría por la pata abajo, así que me senté, no quería mear a chorro largo, porque la mala puntería te puede jugar malas pasadas. Mientras intentaba desalojar mi vejiga ella se movía por la habitación en braguitas y sujetador, su cuerpazo me estaba poniendo tan cachondo que seguramente el conducto urinario o ureter, técnicamente hablando, se sentía oprimido por el conducto seminal, por donde pugnaban por salir los espermatozoides, moviéndose en tromba, como si dijeran, yo, yo quiero ser quien fecunde a esa buena moza. Los espermatozoides son así, no piensan mucho, no razonan, solo quieren salir cuanto antes y fecundar todo lo que pilen por el camino, óvulos o lo que sea, que todo les sirve.

La vejiga estaba muy llena y oprimía con fuerza a los testículos que no dejaban de hincharse e hincharse, ya eran como dos pelotas de tenis y prometían más. Así no había manera de mear, con perdón o sin perdón. El culo aposentado en el bidet, la polla erecta, pugnando por echar orina antes que semen, y los ojos clavados en el cuelo de E. cuando estaba de espaldas, en sus tetas y en su braguita escueta, cuando estaba de frente, ni un soldado de un cuerpo especial hubiera logrado salir indemne de semejante misión. Yo no pude. Quiero decir que no pude mear, ni una gota, así que me levanté y me dispuse a quedarme en pelota picada. No lo había hecho antes porque lo primero era lo primero y lo primero era mear, vestido mejor que desnudo, porque la emergencia era de las que no admiten espera.

Me desnudé sin miedo a que ella viera mis michelines, al fin y al cabo el cliente siempre tiene razón y si yo pagaba ella tendría que reconocer que mi vientre era plano y no una barriguita cervecera, que mi pubis no tenía ni una lorza de grasa y que todo yo era un atleta, un gimnasta olímpico, un joven adonis ante el que iba a caerse de culo, sí o sí. Bueno, debo reconocer que algo de vergüenza sí sentí al verme así, un cincuentón mal cuidado. Juré, por milésima vez, que iría al gimnasio que no comería más cocidos y fabadas, al menos en una temporada. Y también me juré no volver a cometer el mismo error, al sentarme al bidet, con el ureter hinchado, el conducto seminal hinchado, la vejiga hinchada, los testículos como pelotas de tenis, pues que un gas, un elemento gaseoso pugnaba por salir por el agujero que tenía más cerca. Pude controlarme con una técnica de zazen, aprendida no para controlar gases sino la mente, pero una vez aprendida podría servir casi para todo.

No era de recibo estropear un momento tan romántico con gases sulfurosos salidos del averno. Una mujer tan esplendorosa como E. podría sentirse ofendida y pedirme un plus por trabajar en condiciones poco higiénicas… Hablando de higiene, le pregunté si tenía que mojarme la “minga” en alguna solución sulfurosa o desinfectante o como se dijera. Y ella me dijo que no, lo que me sorprendió porque en mi juventud estaba cansado de hundir la minga en palanganas con agua, desinfectante o lo que fuera, que nunca pregunté la composición química del producto. Ahora, en estos tiempos tan avanzados, esto debería estar ya automatizado, es decir, lo mismo que hay una maquinita para medir el tiempo y apagar la luz e incluso multarte si no tienes un orgasmo, podría haber otra, como las de los lavaderos para coches, echas moneda, porque aquí todo se mueve con moneda, y un brazo robótico te sostiene la minga mientras otro te rocía con el líquido pertinente. Es cierto que el SIDA y otras enfermedades infecciosas o venéreas están ahora bastante controladas, pero nunca está de mal tener precaución, no es cuestión de pillar el azote del siglo XX y morirse así, sin más, después de haberse divorciado, sin aprovechar las numerosas oportunidades que nos concede la vida a los divorciados, en mi caso la tercera oportunidad en un año y siempre pagando. No, no quiero morirme sin haberlo intentado con todas las damas de Fuego de vida, con todas y cada una de ellas, qué hermosas, qué ricas, que todo son ellas, todo menos confiadas y asequibles, que no hay manera de tomar un cafelito, y lamento repetirme, pero es que me duele en el alma.

Estaba en pelota picada cuando llegó la madame o encargada con una copa para mi morenaza sandunguera, yo me negué a tomar más cerveza sin alcohol o reventaría antes de que el gustirrinín me hiciera reventar. El contador contaba sin parar, los números iban corriendo unos detrás de otros, como si quisieran darse por… digo, no, qué grosero y obsceno soy, quiero decir hacerse el griego unos a otros. Así que obsesionado por no perder un solo segundo que me costaba una pasta gansa (como siempre me suspendían en matemáticas no soy capaz de hacer ahora una operación que me permita saber a cuánto ascendía el segundo desperdiciado) me dispuse a esperar a que mi partenaire estuviera dispuesta y pudiéramos comenzar la función, ya fuera ella arriba y yo abajo o ella abajo y yo arriba, ella pasiva y yo activo o al revés. No estuvo mal un comentario práctico sobre el preservativo, yo no había traído porque sabiendo las tarifas que se gastan, al menos que pongan ellas el condón, es lo mínimo y mola un montón.

E. se tumbó a mi lado y noté el calor de su cuerpo conforme se iba acercando al lecho conyugal, no digo nada el calor que sentí cuando estuvo a mi lado, piel con piel. Lo primero que hice fue abrazarla con fuerza, para que no se me escapara, y luego preguntar si podía besarla, en la boca, con lengua… todo lo que quisiera. Y cuando dijo que sí esa fue la única tarea en la que pensé durante mucho, mucho rato. Era un placer sentir sus labios gordezuelos y sensuales acostándose con los míos, sin prisa, y buscar su lengua como si fuera una ménade juguetona. Eso no me impidió tocarle el culo con delectación y hacer que mi dedo resbalara por su desfiladero hasta encontrar la puerta trasera del paraíso e intentar abrirla, ni tampoco acariciar su pubis lampiño. ¿Por qué será que todas las mercenarias se depilan el pubis, con lo mucho que me gusta retorcer el vello con mis dedos y hacer la “permanén”? Pues por higiene, tonto, por higiene, esa es la razón más lógica, aunque a algunos hombres le gusta más un pubis depilado que uno herboso. Yo soy de los que prefieren el bosque a la playa.

Continuará.