Sexo mercenario para un divorciado 1

Un divorciado se va a un puticlub para celebrar su cumpleaños porque las chicas de Fuego de vida pasan de él. Hace más de 25 años que no va a estos lugares, tantos como su matrimonio, más bastante más. No sabe lo que se va a encontrar, pero sí sabe que debe llevar dinerito fresco.

SEXO MERCENARIO PARA UN DIVORCIADO

Se acercaba mi cumpleaños y decidí hacerme un regalo. Nadie me iba a regalar nada. Vivimos en un mundo triste, donde no te regalan ni una sonrisa, así que si tú no te premias el destino cabrón ni siquiera se da por enterado de que un día como hoy llegaste a la vida berreando y no has parado de hacerlo. No hay mejor regalo que un poco de sexo, aunque sea mercenario. Otros prefieren un ferrari o un diamante, yo me conformo con un cuerpo desnudo de mujer. ¿Qué tendrá el sexo que todos lo buscan y pocos lo encuentran? Algún día reflexionaré sobre ello y seguro que llego a una interesante conclusión.

No podía esperar a que una mujer de Fuego de vida tuviera un detalle conmigo. De verdad que no entiendo que ven en mí o qué no ven en mí para no arriesgarse ni a una cita para el cafelito de marras. Siempre le echo la culpa a mi cuerpo, mi chivo expiatorio favorito, pero seguro que hay más, mucho más. ¿Soy demasiado directo, indirecto, circunflejo o tal vez les asuste que escriba novelas y un día se vean reflejadas en alguno de mis personajes? ¿Soy demasiado cínico o romántico o tal vez me quejo demasiado? No lo sé, lo que sí sé es que en esta sociedad el dinero hace milagros. Sin dinero te mueres de hambre, duermes sobre un cartón en las aceras o no te mueves, porque hasta moverte en el espacio-tiempo necesitas calderilla para un ticket de metro. En cambio si tienes dinero hasta puedes conseguir sexo. Vivimos en un mundo tan miserable que hasta vale más un papel que una persona.

Estas y otras ideas deprimentes acudían a mi mente mientras paseaba mi cuerpo por un parque. Era de noche y estaba haciendo tiempo para irme a un “puticlub” de carretera. También intentaba bajar las fabes con almejas de la comida. Las había preparado con mucho mimo, al estilo de mi tierra, porque aquel no era el día elegido, estas cosas se preparan con tiempo y se preparan bien. Pero yo soy un hombre espontáneo, fogoso, ardiente, y aquella noche mi cuerpo ardía entre los vapores sulfurosos del infierno. Me dije que aquella era la noche o no me atrevería. Los buenos somos así, nos da miedo el pecado y el peor de todos los pecados es el sexo. Puedes descargar bombas sobre pobres víctimas, que seguro que te acaban perdonando, pero como busques sexo irás al infierno de cabeza.

No me importaba ir al infierno, una vida sin sexo es aún peor que las calderas de Pedro Botero. Así que miré mi cartera, conté los papeles, calculé las tarifas, guardé algún billete en el coche para que un matón no me desgraciara si pedía una última copa y no podía pagarla, y me dispuse a vivir una de esas experiencias que todo novelista desea contar alguna vez, hasta un premio nobel como García Marquez escribió sobre sus putas tristes. ¿Son tristes todas las putas? Yo diría que sí, tiene que ser muy triste entregar tu sexo para poder comer unos garbanzos. El sexo debería ser regocijo, fiesta, alegría, el fuego de la vida, pero se ha convertido en un negocio más, más sórdido que el resto, porque cobrar por respirar es miserable, pero cobrar por la única alegría que nos queda es la mayor miseria de esta vida miserable. Las mafias están casi detrás de todo y el sexo es un negocio tan boyante como las funerarias, todos nos tenemos que morir, todos necesitaremos un poco de sexo en algún momento de nuestras perras vidas. ¿Encontraría una prostituta libre o una esclava sexual de cualquier mafia de tres al cuarto? Vivimos en una linda sociedad, educada en el odio al sexo, que persigue todo lo que huela a hormonas barriobajeras. Los singles somos aún peor que los fumadores, o los fumanos como los llamo yo, en cuanto te descuidas buscando sexo te conviertes en un delincuente y puedes acabar enchironado. La prostitución es una hidra de mil cabezas, algunas monstruosas, pero que podría convertirse en un negocio honrado, como hay tantos, en cuanto Hacienda metiera la cabeza y los inspectores de trabajo y los sindicatos. Eres libre para aceptar un trabajo de esclavo, pero si quieres prostituirte vas a tener que arriesgarte a que la mafia de turno te ponga el filo del machete en la garganta.

Confieso, con toda humildad, que si encontrara sexo de esta manera no me importaría prostituirme. Al fin y al cabo tener sexo y que encima te paguen por ello no deja de ser una bicoca para un divorciado. Pero este maldito cuerpo, estos años que pesan en el alma, me impide hasta esa opción. Hasta contesté una vez un anuncio que pedía hombres liberales para satisfacer a mujeres liberales y con pasta. Me rechazaron, era demasiado viejo.

Con estos y otros pensamientos mi “penecito” estaba tan apenado que no sé cómo no di la vuelta al llegar al puticlub de carretera. Era noche cerrada, aquello estaba en pleno campo y solo la luz hiriente del luminoso alumbraba la soledad de mi alma. ¿No habrá una mujer, entre mí decía, que tenga compasión y me evite este mal trago? Y cuando el rostro volvió vio que otro tras él pugnaba por abrir también la puerta del puticlub. Mal de mucho consuelo de tontos. Y este tonto entró a Sodoma y Gomorra, a la perversión más perversa de esta pervertida sociedad, al lupanar, a la lujuria desenfrenada, al infierno dantesco de los solitarios.

¿Cuánto habrían cambiado los puticlubs desde mi lejana juventud? Tras tantos años de ser bueno me sentía como el adolescente que decide ser malo, rematadamente malo y no se le ocurre otra cosa que visitar un puticlub. Un niño grande mirando “el percal”, a las putas tristes que miran sin ver y te ven sin mirar. Lugar triste y solitario iluminado como para una fiesta, esperando que llegue la medianoche para que los vampiros del sexo acudan a morder lo que puedan o les deje su magra cartera. Se me cayó el alma a los pies pero no me acuclillé para recogerla porque en ese momento una mujer, una chica esplendorosa, con esos cuerpos rotundos que “acojonan” porque en verdad uno piensa que no se merece tanto y no va a estar a la altura, me echó el ojo y me contempló mientras me dirigía a la barra, a la busca de la consoladora copa que me permitiera estar allí como un cliente y no como la bolsa de basura que van a tirar en cuanto alguien deje de hacer el vago.

No me dio ni tiempo para pedir la copa, ella estaba ya a mi lado, una morenaza impresionante, todo curva, hasta la sonrisa era curvilínea. Supe que era portorriqueña porque se lo pregunté y deduje que tenía sangre mulata porque el sol no podía quemar tanto una piel sin dejarla para el arrastre, y la suya era lustrosa, suave, exquisita. Todas las prostitutas enseñan su mercancía, es una ley no escrita pero implacable. Faldita corta, escote generoso, movimientos ondulantes de cadera. No me caí del taburete porque aún no me había sentado. Su mirada era alegre, lo mismo que su sonrisa, que su cuerpo sandunguero. Era como un sol en aquella noche de estrellas mortecinas que ni siquiera parpadean. Allí había mucho sueño, mucho aburrimiento, mucho esperar para nada. Pero ella me estaba iluminando y sentí su calor cuando se aproximó tanto a mí que su cuerpo me incendió y mi pene-penito-pene comenzó a rebullir, asustado, esperanzado, hambriento tras largas noches cuaternarias alejado de la hoguera, de la fogata en la cueva prehistórica. Me preguntó si la invitaba a una copa como una seductora jovencita se lo pregunta al cincuentón perdido en un guateque, en una fiesta de jovencitos imberbes.

¿Cuánto cuesta una copa, cuánto tendré que gastarme para llevarme a esta opulenta morenaza a la cama? ¿Cuánto cuesta el sexo en esta sociedad de la oferta y la demanda? Me dijo su nombre y yo le dije el mío, pero no recuerdo el suyo y casi no recuerdo el mío, solo estaba atento a sus curvas, cada vez más próximas, me rozaban, me avasallaban. Sentía el calor del trópico sobre mi piel y no me pude resistir, mi brazo rodeó su cintura y mi mano acarició su sensual trasero. Todo ello sin perder la compostura. La historia se estaba desarrollando en dos planos, en uno ella era la empresaria que me estaba ofreciendo un producto a la venta, su cuerpo, todo lo demás era puro márketing, publicidad, relaciones públicas, en fin toda la parafernalia de la venta, y yo era el cliente que intentaría rebajar el precio hasta donde pudiera, así de sencillo. En el otro plano ambos éramos personas humanas, aunque yo más bien era un fumano, me estaba apeteciendo un pitillo más que nada por los nervios, porque el pitillo que más manda en mi anatomía tenía entonces las riendas y las agarraba fuerte. Como personas teníamos que seguir el protocolo que siguen las personas en estos casos, saludo cordial, conversación distendida, comunicación interpersonal, de intenciones, etc. etc. En este plano yo no me sentía muy cómodo porque iba a lo que iba y si por mí hubiera sido habría preguntado directamente la tarifa, habría regateado un poco, no mucho, habría ironizado sobre cuántas copas eran precisas antes de poder llevarla a la cama y sin más me habría colgado de su cintura y a la cama chicos. No es como cuando conoces a una persona, por lo que sea y te presentas, estrechas la mano o plantas besos en las mejillas y comienzas con una conversación sobre el tiempo para pasar a otra sobre cualquier cosa y luego decides que la otra persona te cae bien y parece que tú a ella y tal vez podamos quedar otro día o tal vez la pueda invitar a casa... o lo que sea, que las relaciones sociales son muy complicadas. A esta mujer -llamémosla E.- la conocía porque vendía sexo y yo había acudido a este precioso lugar, llamado “puticlub” para comprar sexo. Lo demás era hacer el paripé social en un lugar que no es precisamente muy social, algo así como si fueras a comprar una lavadora y te pusieras a hablar del tiempo con ella. Que no, que no me siento cómodo con este tipo de relaciones comerciales en las que ambas partes intentan hacer ver que no es lo que parece, que en realidad somos dos desconocidos que se acaban de conocer y que al cabo de unos minutos nos vamos a ir a la cama porque nos gustamos mucho, lo del dinero... pues veámoslo como un regalito que yo te hago para que te compres flores y bombones. Que no, que no me gusta este tipo de relaciones, no estoy cómodo, me odio por hacer estas cosas, pero mientras esas preciosas señoritas, señoras, damas, de Fuego de vida, no decidan concederme una cita... pues tendré que recurrir a este paripé, a veces tan cosquilleante como en este caso o supuesto.

Porque E. me estaba haciendo cosquillas, cada vez se aproximaba más y más hasta que ya casi no quedaba ni un centímetro cúbico de aire entre nosotros, sus manos me palpaban y todo parecía indicar que si ella se atribuía derechos de amante yo podría hacer lo mismo... y lo hice. Mis labios se acercaron a los suyos, gruesos, carnosos, sensuales y le arrebataron un beso. Pensé que me pararía los pies porque el protocolo dice que no puedes besar a una prostituta en la boca porque es algo muy íntimo y las profesionales no se vinculan con sus clientes y blá-blá y blá. Lo hice y para mi sorpresa ella respondió con lengua. Vaya, me dije, esta no es un producto estandar, con etiqueta, esta es toda una mujer, puro fuego. Y así de esta manera tan pintoresca comenzó una conversación humana o que pretendía serlo. Antes la invité a una copa -faltaría más- por mi parte pedí una cerveza, sin alcohol, claro, porque no pensaba pernoctar allí, demasiado caro, y tampoco era cuestión de tomar un gin-tonic o un cuba-libre (si seguían existiendo, eso se tomaba en mis tiempos juveniles de discoteca) o un “guiskata on de rocks” y que luego “los civiles” te hicieran soplar y te saliera fuego por la boca, como el volcán “Popocatepec” o como se llame. Porque ya en aquellos momentos yo solo pensaba en la popa de E. Se había dado la vuelta para saludar a alguien y su popa entró en la panorámica de mis ojos y allí se quedó plantada, tiesa, bueno, tiesa-tiesa estaba otra parte de mi anatomía que no menciono, por pudor, y por respeto a las damas de esta página, todas adorables, pero no sé hasta qué punto dispuestas a jueguecitos verbales o de otro tipo, porque es que no me aguantan ni tres correos. Vamos, chicas, que jugar con el vocablo también es divertido y excitante.

Pero lo que mis lectoras-tores querrán es saber qué pasó. Bueno, si todo fuera tan rápido y claro, el juego del sexo sería demasiado aburrido y mecanicista, hay que darle intriga, suspense, vueltas y revueltas, laberintos de fantasía y sensualidad. Vamos, algo así como lo que me está pasando con las mujeres de Fuego de vida, que me pierdo en el laberinto y no me encuentro. Todo lleva su tiempo, como me llevó pagar dos copas más a E, otras dos para mi y hablar de mi estado civil, divorciado, de hijos, ella me dijo tener uno en Puerto Rico, al que deseaba traer cuanto antes y me dio otros detalles que me hicieron pensar, como escritor, si aquello era real, la realidad pura y dura, susceptible de ser transformada en ficción narrativa o aquello era una narración ficticia, susceptible de...Joer, tío, déjate de tonterías, dinos qué pasó. Pues pasó lo que tenía que pasar, que pregunté el precio por hora, bueno, aceptable, dentro de lo que yo esperaba, luego las copas, bueno, una horita sería suficiente para disfrutar de aquel ciclón tropical, tal vez me animara a otra hora, si todo iba bien, luego haría cuentas y tendría que salir por piernas o el matón de turno saldría por piernas tras de mí. Gajes del oficio.

Como escritor, narrador, humorista y todo lo que está a la vista, mi mente estaba en un segundo plano, en el techo, mirando hacia abajo y viendo qué material podría sacar de aquella escena de comedia de Hollywood, de Pretty woman sin millonario, con un cutre divorciado gordito y tímido, al que se le hacía la boca agua mirando el escote de E. ¡Qué tetas, pero qué tetas, mon Dieu! No me pregunten -seguro que no me van a preguntar- por nuestra conversación, temática, tono, miradas, toqueteos, porque les juro que no me acuerdo, sé que la besé en la boca varias veces, preguntándome si eso no sería un extra y me lo cobraría luego, la toqué el culo con delectación, me aferré a su cintura como un náufrago a una tabla rasa en pleno océano, hablamos de esto y de aquello, no sé de qué, se lo juro. Y al final emprendimos el camino de la habitación. No sé cuánto tiempo después de entrar, solo sé que aquello parecía continuar igual, la madura madame, suponiendo que lo fuera, o encargada, tras la barra, atenta, nada coactiva ni amenazadora, aunque tal vez se intercambiaran señas, porque no soy un espía y a tanto no llego, es posible que ella hiciera una señal con el dedo y entonces E dijera aquello de “¿me invitas a otra copa?” Porque no tengo ni idea de cuánto tiempo debería transcurrir entre copa y copa, de amable cháchara, con un toqueteo discreto aunque incisivo.¿Diez minutos? No creo que más, creo que más bien menos. Las otras mercenarias seguían en sus sitios, aburridas, mirando si había moscas y no las había. Mirando si entraba alguien... y no entraba, bueno sí, un hombre más joven que yo, pero no tan joven que fuera un chaval, estaba tomándose una copa y parecía como ausente, no sé si borracho, si drogado, si era un matón o el otro encargado, o un cliente habitual. No sé, ni idea, pero ahora, reflexionando un poco me hago consciente de que no se le acercó ninguna mercenaria, ni una, ¿era porque sabían que no llevaba un chavo encima o tal vez porque era el matón disimulado o porque...? Parecían conocerle, de hecho mi E. lo conocía, le dijo algo, me dijo algo, supongo que entendí que era un “colgao” y lo dejé estar. Caminamos como dos enamorados, yo la sujetaba de la cintura y ella se arrimaba mucho para sujetarme, a pesar de que solo había bebido cervezas sin alcohol. Le dijo a la de la barra que éramos dos enamorados y asentí gastando alguna broma, supongo, porque ya tenía el cuerpo demasiado bromista para que mi lengua jugara con las palabras.

¡Ah, sí! Me olvidaba. Antes me había enseñado un poco de un vídeo porno en su móvil, Iphon o tablet o como se llame, que los carrozas como yo andamos perdidos en estas cosas tanto como en otras. Yo le había hablado de mi condición de escritor de relatos eróticos, supongo que no le dije que también de novela negra, de ciencia-ficción, de lo que fuera, porque estábamos donde estábamos y en estos sitios solo se habla de erotismo. Ella rió y me dijo algo así como “qué bien” y entonces me enseñó el vídeo, bueno, solo unas escenas, y yo debí decirle algo así como que muy bien, fantástico y que estaba realmente, buena, ella. Luego cerró el móvil y me dijo, luego habrá más si eres bueno. En realidad a mí me interesaba ser malo, muy malo y más la carne que lo virtual, pero asentí, como el chico bueno que soy.

Continuará