Sexo, mentiras y noches de verano (7) (Final)

Así termina la historia.

Caminaba pensativo pues quizás fuera algo desesperado por mi parte ir sin dudarlo a encontrarme con ella. Además no me había dicho ni de ir a su casa ni a la mía. A mis treinta y pico años había salido casi disparado solo porque la niñata de veinte había tenido a bien escribirme.

Llevaba unos diez minutos esperando dentro del coche. No entendía cómo tardaba tanto. Por otro lado no estaba demasiado tenso. “O me la follo hoy o la mando a la mierda”, me decía de tanto en cuanto. Con respecto a Paula tampoco es que me diera demasiada pena el hecho de mentirle y dejarla a medias. Aunque le mintiera diez veces más aun me seguiría llevando ventaja.

En ese momento Carmen me escribió:

—¿Qué excusa le has puesto?

—Le he dicho que mi hermano necesitaba mis llaves.

—Me suena esa excusa. Ok. Estoy llegando.

Unos minutos más tarde vi a Carmen acercándose. En seguida me vio y no aceleró el paso si no que siguió con su caminar de divina, como si todo el mundo la estuviera mirando, a pesar de que no había casi nadie en aquella calle. A medida que se acercaba desaparecía cualquier atisbo de arrepentimiento de haberme quedado sin polvazo con Paula pues Carmen estaba espectacular. Siempre me pasaba que cuando venía de estar con Paula, aun siendo ésta guapa, al ver de repente a Carmen, me daba cuenta de que era otro nivel; aquella melena rubia cayendo sobre una camisa blanca… aquellos shorts dorados... me estaba dejando sin aire a cada paso que daba. Y con aquellos tacones y aquellas piernas largas ya consiguió que se despertara algo en mi entrepierna. Estaba arreglada como si su plan fuera o hubiera sido el de salir esa noche. No entendía ese cambio de planes, aparentemente por mí.

Entró, se sentó y cerró la puerta, llenando todo el coche del olor a ese perfume que había llevado también la semana pasada, cuando había estado en mi casa; sería el perfume de salir por las noches.

—Es muy fuerte, tío —dijo ensimismada, sacando el móvil del bolso.

Antes de que yo pudiera preguntarle a qué se refería me pasó su teléfono. Era una conversación de ella con Álvaro.

—Lee desde aquí —me aclaró acercándose un poco.

Yo miraba sus piernas largas, cruzadas, a mi lado, y lo último que me apetecía era leer por enésima vez de su dichoso móvil, que ya conocía como si fuera el mío.

Acepté leer y cuando me ubiqué un poco en la conversación leí que Álvaro le escribía que su noche iba a ser una mierda, que no prometía nada, que los jueves eran una mierda. Seguí leyendo y le decía que Paula le había escrito cosas raras y Carmen le decía: “Seguro que están en casa de ella, los dos”.

Yo no sabía que hacía leyendo aquella tontería. Desde luego mis ambiciones no pasaban por leer aquello allí en el coche. Miraba de reojo a Carmen, veía como se le notaba el sujetador bajo la camisa, y se me ocurrían mejores cosas que hacer, o al menos que intentar.

—Sigue por aquí —dijo Carmen bajando la conversación con el dedo, notándome algo disperso.

Leí la frase que ella me indicaba, en ella Álvaro le decía:

—¿Por qué no le convences a él para que se vaya de la casa? Cambiaría esta noche de mierda por subir a casa de Paula.

—Aparté el móvil. Me olía otro juego más de ellos dos.

—Espera, espera. Sigue leyendo.

La conversación seguía y ella aceptaba lo que él le planteaba. Seguí bajando hasta leer una frase de Álvaro que escribía:

—Vale, me ha dicho que está sola, que puedo ir si quiero.

—¿Vas ya? —le escribía Carmen.

—Si, voy en taxi ya. Si quieres te llamo en un par de horas.

—No gracias. —le contestaba Carmen con unos emoticonos extraños de un demonio violeta con unos cuernos.

Aquello era lo último de la conversación. Miré la hora, aquello era de hacía algo más de diez minutos.

—¿Te lo puedes creer? —preguntó Carmen leyéndome el pensamiento.

Que hacía veinte o veinticinco minutos Paula estuviera haciéndome una paja y que diez minutos más tarde le dijera a aquel crío que fuera a su casa. Realmente me parecía acojonante.

Carmen me sacó de mis pensamientos:

—Pues ya habrá llegado a su casa seguramente.

Inmediatamente pensé “hay que ser zorra”, pero qué duda cabía que allí había mucho de doble moral. Qué hacía yo si no en aquel coche con Carmen, si no lo mismo, o al menos intentándolo, que Paula con Álvaro

—Bueno qué. ¿Qué hacemos? ¿Subimos? —preguntó ella.

—¿Cómo que subimos? ¿A donde?

—A casa de Paula. Ya te dije aquel día que sería buenísimo pillarles.

Miré el reloj. Dudé.

Carmen insistió:

—¿Tienes las llaves de casa de Paula, no? Tienes todo el derecho del mundo a volver porque tu hermano ya consiguió entrar en su casa.

—Estás mal de la cabeza —dije, pero a su vez pensé que a Carmen en el fondo no le faltaba razón. Me estaba planteando seriamente subir y pillarles de pleno.

Lo cierto era que me sentía engañado, por enésima vez. Recordé cuando le había preguntado a Carmen para qué quería quedar y ella me había respondido: “No me hagas decirlo, está claro para qué”. Sin embargo, allí estábamos en el coche y el plan no parecía consistir en ir a mi casa a follar, si no otro que ni por asomo me atraía tanto; volver a casa de Paula para ver si descubríamos a mi novia follando con otro.

Sonó el móvil de Carmen, que parecía un apéndice de su cuerpo. Ella descolgó con desgana, esbozando un “qué pesadas” y salió del coche mientras daba evasivas a alguna amiga.

De espaldas al coche, gesticulaba con estilo, y mis ojos fueron a su culo: subido, compacto, tapado por unos shorts que no daban mucho margen a la imaginación pues se podía distinguir perfectamente una nalga y la otra. Parecía que aquellas nalgas te llamaban para que posaras unas mano en cada una. No entendía como podía salir así por la noche: no sé quién podría contenerse de palpar a aquella chica, con forzado disimulo, en cualquier pub, a partir de la tercera copa.

Entonces Carmen se giró hacia el coche y se inclinó sobre la ventanilla del copiloto, haciéndome un gesto como diciéndome que colgaría en seguida; pero lo que vi yo colgar fueron sus tetas que se le salían del escote de la camisa como consecuencia de inclinarse. No podía más. Me la tenía que follar aquella noche. La veía especialmente atractiva y la veía ciertamente más receptiva que otras veces. ¿La fiesta? La fiesta me parecía una absurda utopía. Sentía que era esa noche o nunca.

No dudaba que tan pronto Carmen entrase en el coche me insistiría en ir a casa de Paula. Yo seguía sin tenerlo claro. Y no entendía qué quería la propia Carmen. Intenté recapitular mientras la melena de aquella cría iba y venía en aquella calurosa y pegajosa noche: Recordé que lo que había comenzado como un juego entre ellos dos, de calentarnos y en cierta medida reírse de nosotros, había derivado en que Álvaro no solo calentaba si no que culminaba con Paula. Mientras, Carmen aun se ceñía al plan. Pero aquel plan inicial había derivado en calentarme contándome las andanzas sexuales de Paula y llegando a una transformación ulterior; parecía que la culminación de la obra de Carmen consistía en pillarles in fraganti. Como si tuviera algo personal contra Paula, como algo de lejos, pero yo no tenía constancia de que tuvieran ningún trato anterior a aquel lío y ya no digamos ningún conflicto.

Repetía mi curiosidad por saber qué ganaba Carmen con que pillara a Paula cuando ahora yo ya sabía que era cierto, ya no había nada que demostrar ni nadie a quién desenmascarar. Tampoco me imaginaba que su interés fuera porque le pusiera cachonda. ¿Por ver su cara de sorpresa? No me parecía tampoco ese el motivo. Entonces ¿qué era? ¿A qué obedecía su afán por pillarles?

Volví a mirar a fuera del coche. Estaba inquieto, impaciente. Carmen de nuevo se había dado la vuelta y esta vez mis ojos no fueron a su culo si no a su espalda, fueron a vislumbrar como se veía la parte de atrás del sujetador a través de la fina camisa blanca, hasta eso me excitaba de ella. Y como le caía la camisa por la espalda, desde sus hombros hasta su trasero. Hasta eso me parecía terriblemente erótico en ella.

Y fue en ese momento, cuando ya no estaba pensando en qué demonios encontraba Carmen de divertido o morboso en pillar in fraganti a Paula, cuando lo vi claro. Fue una idea que surgió sin más en mi mente y creí entender de repente las motivaciones reales de Carmen.

No tuve mucho tiempo para profundizar en mi idea ya que justo en ese momento ella colgó el teléfono y entró en el coche, llenando de nuevo todo el habitáculo de un perfume que me ponía todo el vello de punta.

—Ya está. Estoy libre. Vamos a su casa, venga.

—Si, vamos —dije aun antes de que ella acabara la frase.

Caminamos hacia casa de Paula, solo se escuchaba el sonido de los tacones de Carmen impactar contra el suelo. La calle estaba casi desierta y yo era bastante escéptico ante aquel plan. Pensaba que mi vida había sido siempre una sucesión de “casis”. No me imaginaba llegando a la casa y encontrármelos en plena faena. Tenía la permanente sensación de que algo iba mal.

Miré de reojo a Carmen y no vi a una cría inquieta si no un semblante serio.

Abrí la puerta del portal y el silencio era tan incómodo que me vi obligado a preguntar:

—¿Qué crees que nos vamos a encontrar?

—A los dos viendo la tele seguro que no —respondió seca.

Llegamos al ascensor y fue ella la que preguntó:

—¿Y tú? ¿Qué querrías encontrarte?

Me quedé pensando en cuántas historias había escuchado de ese estilo. Cuantas veces aquel manido “pues volvió del trabajo y se encontró a su mujer en cama con otro”, y me parecía demasiado intenso como para que me pasara a mí. Como un accidente de tráfico o una enfermedad grave, eso que le pasa a los demás.

No llegué a responderle y entramos en el ascensor. Carmen se miraba en el espejo, se atusaba el pelo y remangaba los puños de la camisa hasta los codos como si estuviera sola. El ascensor subía y mi corazón palpitaba cada vez más rápido; como si aun fuera universitario y estuvieran a punto de darme las hojas del examen.

El ascensor se detuvo, se abrieron las puertas, y Carmen salía rápidamente hacia el rellano cuando yo, instintivamente, le eché una mano a la cintura y la detuve:

—¿Vas a entrar así? ¿A lo bestia?

—¿Quieres que me quite los tacones?

—Pues quizás no, pero creo que es mejor entrar haciéndonos los locos que que se note que vamos a pillarles a propósito.

—Claro… y entramos los dos ¿no? Menuda casualidad….

—Pues mira, puede que tengas razón, quizás debería entrar yo solo.

—¡Y una mierda! Si no es por mí es que ni te enteras de lo que hacen esos dos.

Vi a una Carmen irascible, nerviosa. Me miraba con sus ojos grandes y me hablaba gesticulando de forma exagerada. Yo no soltaba la mano de su cintura. Con unas ganas permanentes de atraerla hacía mi y besarla. Me la follaría en aquel ascensor… y dejaría la pillada para otro día.

—Está bien. Pero no entres haciendo mucho ruido.

—A ti lo que te acojona es que Álvaro se cabree.

—¿Pero qué coño dices? —dije al momento.

Me apartó la mano y se acercó. A escasos centímetros de mi cara.

—Sí, tienes miedo de que te eche de la casa de tu propia novia.

—Qué gilipollez estás diciendo. Ves demasiadas películas.

—Y una polla. Estás acojonado.

No sé si fue ira, desesperación o deseo pero tiré de su camisa hacia mí y le di un beso. Nuestros labios se encontraron y se sellaron de forma extraña, casta. Como sorprendidos tanto los suyos como los míos. Ella se retiró un instante y antes de que pudiera revisar su cara de sorpresa y cuando esperaba un insulto o algo peor se abalanzó hacia adelante y me besó, metiendo su lengua en mi boca durante un par de segundos en los que yo, al sentir su lengua solo rozar la mía, me olvidé completamente de qué hacíamos allí. No me dio tiempo ni a que mis manos actuasen pues ella se retiró, dedicándome una mirada lujuriosa.

La miré. Ella no decía nada, cuando solía sacar en aquellos momentos sus mejores frases. Ella no actuaba, así que fui yo quién preguntó:

—¿Te pone cachonda lo que podamos ver ahí dentro?

En aquel momento sus tetas se marcaban bajo la camisa aun más de lo conocido, o esa impresión me daba a mí.

—Te reconozco que me pone… si tu me reconoces que estás acojonado.

No hacía falta responderle. Ella misma se había respondido.

La situación, dentro de aquel ascensor, era de lo más extraña. En mi cabeza planeaba una pregunta: “¿Por qué aun no hemos follado tú y yo?”. No la hice porque no esperaba de su respuesta sinceridad alguna.

Carmen, en vista de que no le respondía, salió al rellano y me dirigí a la puerta. No esperaba escuchar gemidos de Paula desde allí, pues un vestíbulo de un par de metros, un salón y un largo pasillo aun nos separaban de su dormitorio.

Abrí la puerta con sigilo. Me temblaban las manos. Vi penumbra y escuché silencio.

La puerta no emitía ni el más mínimo chirrido y, al cruzar el umbral, una sensación desagradable comenzó a envolverme. Una sensación horrible, un pálpito oscuro y nocivo. Como si no tuviera que estar allí. Como si no quisiera ver o no ver lo que podría estar pasando. Como si no quisiera vivirlo. Un malestar. Un juego del que no quería ser partícipe.

Cerré la puerta tras de nosotros, con un sudor frío terriblemente incómodo y malsano.

—No se oye nada —dijo Carmen.

—El dormitorio está al final del pasillo —le susurré, allí parados en la semi oscuridad.

Tras unos segundos de impasse Carmen se dispuso a seguir avanzando. Yo me quedé quieto y ella echó su mirada hacia atrás antes de seguir adelante. Quizás entendiera que yo necesitaba mi tiempo para armarme de valor, cuando en realidad no buscaba agallas si no que dudaba realmente si no marcharme por donde había venido.

Entró en el salón en dirección al dormitorio, dejando un rastro de aquel característico sonido hueco de sus tacones sobre el suelo, un sonido menos audible que en mi casa como consecuencia de las múltiples alfombras de casa de Paula.

Llegó un momento en que ya no escuché sus pasos. Me quedé aproximadamente un minuto allí quieto. Escuchando solo los latidos de mi corazón. Reparé entonces que lo que realmente me pasaba era que no me veía preparado para el impacto. Sentía que me asfixiaba, que tragaba saliva cuando a mi cuerpo no le quedaba más remedio, no de una forma natural. Me estaba poniendo más y más nervioso cuando escuché un ruido, de una pisada. Como acto reflejo me acerqué al salón. Cuando mi cabeza me decía que me fuera, aquella curiosidad hizo que me acercase. Me adentré en el salón y vi a Carmen en la penumbra, viniendo del pasillo. Su lenguaje gestual era como de estar superada. Estaba tremendamente sonrojada y sofocada. Aun en la penumbra su rostro mostraba un azoramiento brutal. Me acerqué a ella, esperando escuchar un veredicto de lo visto, y me susurró:

—Él ya me ha visto. Ella no.

Frente a frente con Carmen, se me ocurrían un millón de preguntas que hacerle, cuando un suspiro en la distancia me partió en dos como si me hubiera caído un rayo.

Había sido un suspiro prolongado. Casi un gemido. Que en el silencio sepulcral de la noche se había escuchado de forma tremendamente nítida.

Mi mirada se dirigió al lúgubre y largo pasillo y mi instinto me llevó a avanzar, aun sospechando que no quería ver aquello. Daba pasos cortos, intentando no hacer ruido y a la vez intentando escuchar, saliendo a la luz una especie de vena masoquista. Creo que nunca había estado tan nervioso como cuando llegué al final de aquel pasillo, que estaba ligeramente más iluminado, pues entraba la luz de la ciudad por la ventana del dormitorio. No había ni una sola luz encendida en toda la casa, tampoco en el dormitorio, pero una luz azulada entraba por la ventana creando un ambiente entre tenebroso y onírico.

La puerta estaba entre abierta y llegué a ese punto en el que dando un paso más vería de forma clara lo que sucedía en aquel dormitorio. No sé por qué pero me quedé allí quieto. Esperé unos segundos y vi como Carmen se colocaba frente a mí, pero teniendo en cuenta la posición de la puerta, era imposible que Carmen desde donde estaba viera nada. Como si para mí la escena a contemplar fuera el interior del dormitorio y para Carmen la expresión de mi cara.

Carmen me miraba con una cara algo afligida, con los ojos entre cerrados, y con ella me decía que mirase dentro del dormitorio. Allí no había ni rastro de sorna de reírse de un cornudo. Para nada. Allí lo que había era una excitación por su parte que yo intentaba comprender, pero no alcanzaba a entender del todo.

Carmen llegó a hacer ademán de acercarse a mí cuando otro suspiro, tremendo, inundó la casa. Fue un "ohhh" bastante corto, que yo supe al momento que provenía de Paula. Ese sonido me pilló mirando a Carmen y ella soltó un poco de aire, como diciendo "madre mía..." y yo ya no pude evitar asomarme.

Di ese paso más, que fue más ruidoso de lo deseado, y lo que vi me dejó sin aliento. Por mucho que te imagines algo así nunca es como vivirlo. La imagen, a pesar de la poca iluminación, era nítida y clara: Álvaro, de pie, desnudo y de espaldas a mi, movía lentamente su culo adelante y hacia atrás, hundiéndose en una Paula que, a cuatro patas sobre la cama, recibía con gusto lo que aquel crío le daba, y enterraba gemidos en una almohada que había atraído hacia sí. Álvaro, así, completamente desnudo, me pareció más corpulento, con su espalda más ancha y musculada de lo esperado, y su media melena más larga de lo que recordaba. Paula aun mantenía puesta la camisa rosa pero sus pantalones, bragas y sujetador habían desaparecido. Me quedé atónito, inmóvil, sin respiración, mientras aquel crío, lentamente, seguía yendo y viniendo sobre el culo en pompa de mi novia, y los "ohhh" "ohhh" de Paula retumbaban por las cuatro paredes.

Se estaba follando a mi novia allí, la tenía a cuatro patas en aquella cama en la que yo me la había follado y había dormido tantas veces... pero lo curioso fue que no sentí celos ni enfado, si no que lo que sentía era un impacto brutal que no me permitía ni moverme. Como si estuviera viendo algo que no era ni bueno ni malo, simplemente brutalmente impactante.

El chico se movía lentamente y solo abandonaba las caderas de Paula, para, de vez en cuando, apartar aquella camisa rosa abierta para alargar la mano y acariciarle aquellas tetas que colgaban de su cuerpo e iban y venían a cada metida. Creo que jamás había visto sus tetas tan apetecibles como cuando él alargaba su mano para acariciarlas... casi podía sentir que las tocaba yo.

Un "¡ooohhh! ¡mmm! ¡siii...! " en tono muy bajo de Paula hizo que mi cuerpo comenzara a ser invadido por una fuerte e indisimulable excitación. Era inevitable no empezar a ponerse cachondo viéndoles como los veía, desde atrás pero un poco en diagonal; como el chico la embestía con lentitud, como la invadía centímetro a centímetro, sujetándola por las caderas, y Paula, con las rodillas y codos apoyados en la cama, se entregaba al placer de aquella manera.

Ante una situación así unos se plantearían irse, otros parar aquello. Yo no podía ni moverme. Casi ni respirar.

Miré a Carmen y ella seguía mirándome, con una mirada enigmática, como si participara de la excitación de ellos a través de mí. Como si yo fuera el puente del deseo que partía de los que estaban follando y acabara en Carmen.

No sabía qué hacer. Miraba a Carmen y quería atacarla, desnudarla, besarla, tocarla... Les miraba a ellos y quería masturbarme sin dejar de mirarles. Escuchaba a Paula gemir y quería acercarme a ellos...

En esas vueltas estaba mi azorado cuerpo y mi mareada mente cuando Álvaro, sin previo aviso, y sin dejar de penetrar lentamente a mi novia, giró su cuello y clavó su mirada en mí. Mi tensión aumentó más si cabe, pero él no hizo gesto alguno, como si me esperase o como si estuviera acostumbrado a cosas así. Él llevó de nuevo su mirada hacia adelante un instante y posteriormente volvió a girar su cabeza hacia mí, soltando una mano de las caderas de Paula y haciéndome un gesto como para que me acercase.

Aquel gesto suyo me desagradó. Su mirada era distante, parecía que para él aquello era un juego sórdido. No exteriorizaba ni la más mínima sensación de placer mientras se follaba a Paula y su gesto hacia mí había sido tan frío que intimidaba. No tenía ni idea de qué se proponía.

En vista de que yo no le obedecía Álvaro aceleró un poco el ritmo provocando que los "ohhh" "ohhh" de Paula se hicieran más audibles. Ella apartó entonces aquella almohada para gemir más desvergonzada y mi polla comenzó a crecer bajo mi pantalón hasta casi hacerme daño. Aquel crío levantó entonces una pierna y posó un pie sobre la cama y yo comencé a ver como sus huevos iban y venían, impactando en el cuerpo de Paula, naciendo un nuevo sonido, un "clap, clap" que se mezclaba con los gemidos de Paula. El polvo se estaba poniendo cada vez más intenso, mi polla quería escapar de mi pantalón y Carmen colorada, parecía dudar si seguir mirándome o hacer algo más.

No veía la polla de aquel crío entrar y salir, solo sus piernas tensionadas, sus huevos colgando, y su media melena moverse a un lado y a otro. Paula gemía más y más alto pero siempre mirando hacia adelante. Si se girara me vería y yo vería su cara de placer, pero aquellos "ooohhh" "siii" "mmmm" eran suficientemente esclarecedores.

Álvaro de nuevo se giró hacia mí. Pero esta vez no me hizo un gesto para que me acercase si no que, con un semblante impertérrito, aceleró el ritmo de su follada mientras me miraba. Paula comenzó casi a gritar de placer y aquel crío siguió mirándome en clara señal de demostrarme como disfrutaba Paula gracias a él. Parecía que me decía con la mirada: "así hay que follársela".

El chico volvió a mirar hacia adelante, siguiendo con su aceleración y ya se la follaba con verdadero frenesí; el sonido de sus cuerpos chocar se aceleró aun más y los gemidos de Paula ya eran verdaderos gritos. El crío la sujetaba por las caderas y tiraba de ella y ésta le respondía con unos "'¡ohhh!" "¡siii!" "¡dame!" que producían en mí una descarga eléctrica.

—¿Te gusta así? —le preguntaba él de forma algo autómata.

—¡¡Ohh...!! ¡¡síii....!! ¡¡siii...!!

—¿Te gusta que te follen así? —se recreaba él.

—¡¡Ohh...!! ¡¡siii...!! ¡¡dame así...!!

—Así, como a una perrita ¡eh! —se regodeaba él, sabiendo que la tenía completamente entregada.

—¡¡Ahh...!! ¡¡joder...!! ¡¡dame...!!

—¿Te sientes cómo una perrita?

—¡¡Síii...!!

—¡¡Dímelo!!

—¡¡Sí...!! ¡¡si...!! ¡¡cómo una perra...!! ¡¡fóllame como a una perra!! —gimoteó ella, de forma casi ininteligible, totalmente ida, devorada por el placer.

Yo no daba crédito a como Paula le respondía así. Pero algo me decía que aquellos juegos, aquellas frases, no eran nuevos en ellos, que no era ni la primera ni la segunda vez que mantenían un diálogo similar.

Paula cada vez gemía más excitada, en jadeos cortos y rápidos; no hacía falta ser un experto en los mensajes corporales de Paula para saber que no le faltaba mucho para correrse. Y así lo debió de interpretar también él, pues llevó una de sus manos a su pelo, enredó sus dedos en su oscura melena, tiró un poco hacia atrás y dijo en un tono bastante alto:

—¿Te vas a correr ya? ¡Eh perrita...!

Aquella frase fue déspota e hiriente, terriblemente despectiva, pero a Paula no le importó y respondió con unos desvergonzados:

—¡Ahhh! ¡Ahhhh!

—¡Dímelo! ¿Te vas a correr ya?

—¡Ahhh! ¡siii! ¡sigueeee!

Cuando esperaba el último arreón de aquel crío éste lo que hizo fue follársela ahora más lentamente. Dejando a Paula en un punto intermedio, recibiendo placer pero a las puertas del éxtasis.

Tiró un poco más de su pelo, haciendo que la cabeza de Paula se levantara, que su mirada se alzase hacia el cabecero de la cama, y comenzó con unas penetraciones aun más lentas. Se la estuvo follando así un par de minutos, dejándola a medias, aun sin orgasmo, tirándole del pelo y emitiendo ella un ronroneo extraño. El chico parecía saber lo que hacía, y la mantenía al borde del orgasmo pero sin otorgárselo definitivamente.

Yo no daba crédito a como la tenía sometida, totalmente entregada. Aquella mujer hecha y derecha, que horas antes estaba trabajando en un despacho bastante prestigioso. Seria. Altiva. Totalmente sometida por aquel crío de veinte años, que por bueno que estuviera no era más que un puto crío.

Miré a Carmen y le hice un gesto para que se acercara pero no me obedeció. Yo quería atacar a Carmen pero a la vez no quería perder un segundo de lo que estaba viendo.

El ronroneo de Paula... una especie de quejido grave y rítmico... era tremendamente morboso. No podía dejar de mirar como él la forzaba a levantar la cabeza al tirarle del pelo, y como a cada metida ella murmuraba un "oohh" que hacía que mi polla palpitase sola dentro de mi pantalón.

Y fue entonces cuando Álvaro soltó la melena de Paula, sus manos volvieron a sus caderas, la agarró fuerte y se dispuso a arrancarle aquel orgasmo de una vez. Aceleró el ritmo con penetraciones profundas y largas, de una forma bruta, casi con saña. Su culo se contraía y sus huevos, al chocar con Paula, esbozaban aquel "clap" característico. Paula se agarraba a las sábanas y echaba el culo hacia atrás mientras gemía unos "'¡Ahhh!" "¡Ahhh!" "¡Asíiii!" demostrándole que quería caña para conseguir su orgasmo, y yo ya no pude evitar meter mi mano por dentro de mi pantalón.

—Ahora sí.... — dijo él como si tuviera el poder absoluto de cuando darle su orgasmo y cuando quitárselo.

—¡¡Ohhh...!! ¡¡dioos!! —solo alcanzaba a gemir ella que ya estaba a punto.

—¡Dímelo!

—¡¡Ohhh!! ¡¡joder!! ¡¡Ohhh... ¡¡dios...!! —repetía ella, importándole bien poco que aquellos gemidos y aquellas frases pudieran sonar ridículas.

—¡Dimelo, joder! —insistió él.

—¡¡Ahhh!! ¡¡síiii...!! ¡¡siiii....!! ¡¡ahhh... dame asíi!!

Tras decir eso Paula sintió de verdad el orgasmo, soltando un "¡¡Ahhhh!!" largo, y posteriormente gritó desvergonzada un "¡¡Ahh, dioos!! ¡¡me corroo!!". Brutal. Impresionante. Gritado como si se le fuera la vida. Álvaro entonces llevó su mano a taparle la boca, en un gesto que me sorprendió. Pero más sorprendente fue que Paula respondiera a esa improvisada mordaza girando su cabeza hacia atrás, hacia mi, y... viéndome....

Me miró. La miré. Y una penetración más hizo que ella cerrara los ojos y soltara unos "mmmm", "mmmm" y ahogara en la mano de aquel chico un orgasmo inmenso.

Semanas imaginándome como sería la cara de Paula al ser pillada, para acabar encontrándome simplemente con sus ojos cerrados y la boca tapada por la mano de Álvaro. Paula enterraba allí su orgasmo y sus gemidos. Sin ningún gesto más que el de abandonarse a un placer que debía de ser brutal. Dicen que las mujeres son más intensas en todo y aquel orgasmo y aquel deseo por aquel chico a mí, como hombre, se me escapaba a la razón. Paula desprendía tanto placer que le decía a los demás que nosotros nunca sentiríamos aquello.

Se notaba como le lloraban los ojos del gusto; sin importarle lo más mínimo que yo la hubiera pillado o que se la estuvieran follando en presencia de medio mundo. Le daba igual. Parecía que mientras tuviera dentro la polla de aquel chico le daba igual yo y toda la humanidad.

Álvaro volcado sobre ella seguía penetrándola, ahora más lentamente y ella seguía sin abrir los ojos, pero seguía gimiendo en lo que eran casi ya gimoteos. La mataba del gusto en aquellos últimos coletazos de su orgasmo mientras yo, en estado de shock, me agarraba la polla bajo mis pantalones y no miraba a Carmen pero la sentía tan cachonda como lo estaba yo.

Cuando pensé que Paula, exhausta por el orgasmo, se dejaría caer hacia adelante, lo que hizo fue estirar los brazos y ya no apoyarse a cuatro patas sobre sus codos si no sobre las palmas de sus manos. Álvaro, durante la maniobra, se sujetaba a su cintura mientras se escuchaba a Paula decir nítidamente: "No te salgas, por favor, no te salgas".

Si ella no parecía dispuesta a parar, tampoco parecía que él quisiera darle un respiro, pues siguió follándosela en esa postura mientras Paula alguna vez miraba hacia donde yo estaba; pero no parecía mirarme con intención alguna, a veces me miraba y a veces no, a veces abría los ojos y a veces los cerraba mientras se la seguía follando. Pero cuando me miraba, de sus ojos no se desprendía absolutamente nada más que placer, como si cuando me mirase a mi yo no existiera.

Miré de nuevo a Camen, y no entendía porque se había quedado allí, frente a mí pero sin mirar. Solo escuchando, aunque su azoramiento, su sonrojo y hasta su sudor... era como si hubiera estado mirando todo el rato.

—¿No quieres mirar? —dije intentando parecer seguro, con la voz entre cortada y con la boca seca.

Ella no respondió pero se apartó de la pared del pasillo y se colocó donde yo estaba, dejándole yo mi sitio dando un par de pasos atrás.

Cuando esperaba que se quedara atónita, viendo como Álvaro, de pie, enterraba rítmicamente su polla en Paula, Carmen avanzó, entró en la habitación y se quedó allí en el medio.

Álvaro y Paula la miraron pero éste siguió impertérrito, follándosela con aquella cara estoica e imperturbable y Paula siguió con su mirada de placer, ida y sus ojos entre cerrados.

Yo también entré en la habitación. Ya no había nada que perder, nadie a quién pillar, nadie a quién echarle nada en cara. Sentí que un mes más tarde todas las cartas habían quedado completamente boca arriba, y para aquello no había hecho falta hablar, solo había hecho falta ver la cara totalmente extasiada por el placer de Paula.

Al tiempo que entraba en el dormitorio, Carmen se colocó al lado de Álvaro y empezó a contemplar de cerca como él la penetraba. No contenta con vivir en primer plano como la follaba llevó una de sus manos al culo de Álvaro y le acarició aquel trasero a la vez que acompasaba su mano adelante y atrás, acompañando aquellas nalgas que iban y venían hacia Paula. Fue entonces cuando yo, de pie, liberé mi polla bajando mis pantalones hasta los muslos y vi como Álvaro y Carmen se fundían en un beso guarro, pero a la vez cómplice, devorándose la boca pero sin mover apenas sus cabezas para besarse.

Mi polla salió caliente, dura y empapada. Dejando un reguero densisísimo que moría en alguna parte de mis calzoncillos. Me eché la piel hacia atrás, una vez, y tenía todo el glande embadurnado, y miré como aquellos dos críos se besaban y Paula, consciente de la ubicación de todos, decidía cerrar los ojos y seguir gimiendo como si solo Álvaro y ella estuvieran en la habitación.

Cuando creía que no podía estar más excitado sucedió algo que me hizo casi estallar. Algo que me hizo tener que dejar de masturbarme, y es que, como consecuencia de los besos que se deban aquellos dos críos, él dejó de moverse adelante y atrás y fue entonces Paula quién echaba su culo hacia atrás, follándose la polla de aquel crío, en vista de que éste no tenía a bien moverse. Paula se follaba la polla de Álvaro mientras este besaba a Carmen y le sacaba la camisa de dentro de los shorts.

La banda sonora de aquel dormitorio era una mezcla de los sonidos de aquellos besos y los suspiros de Paula. Yo me acariciaba la polla sin masturbarme y di un paso a un lado para contemplar con claridad como Paula dejaba a la vista la oscura y gorda polla de Álvaro cada vez que se echaba hacia adelante, cogiendo impulso para volvérsela a meter. Vi claramente como allí no había ni rastro de condón, se la follaba a pelo y aquello entraba y salía con una facilidad pasmosa.

Estuvimos así unos segundos tan eternos como intensos, en los que aquellos críos se besaban de forma tórrida pero sin prisa y Paula enterraba y desenterraba aquel trozo de carne en su interior. Se salía tanto para volvérsela a meter que casi dejaba a la vista la totalidad de aquella polla que sin ser enorme, a menos de dos metros, era en cierta forma impactante.

Carmen parecía calentarse a cada beso hasta que no pudo más: literalmente sacó la polla de Álvaro de dentro de Paula, hizo que este se girase hacia ella y comenzó a masturbarle sin dejar de besarle.

Los dos de pie, uno frente a otro, dejaron huérfano el coño de Paula. Huérfano, vacío y a la vista de todos. Un coño hinchado, sonrojado y abierto, con unos pelos oscuros y encharcados. Paula se quedó en silencio y yo no podía dejar de mirar aquel formidable coño que me parecía enorme, gigantesco, del que se le notaban claramente los labios vergonzosamente hinchados y un líquido viscoso que impregnaba todo su alrededor.

Carmen, sacando la polla de su novio de dentro de Paula, mandaba un mensaje de quién mandaba o al menos de a quién pertenecía aquella polla. Como si hubiera sido un préstamo, un "ya te he dejado disfrutar bastante pero esta polla me pertenece a mí".

Paula, una vez no tenía la polla de Álvaro dentro, parecía volver al mundo real. Se retiró y se sentó en la cama, algo confundida y avergonzada, viendo como ellos se besaban. Con la camisa abierta se tapaba ligeramente, en un extraño gesto pudoroso, unos pechos que yo vi mucho más grandes e hinchados de lo habitual.

Aunque se tapase las tetas con la camisa, no cerraba las piernas del todo, y yo veía claramente aquel coño que de lo hinchado que estaba no parecía pertenecer a su cuerpo. Fue entonces cuando dejó de mirarme sin más para mirarme llamándome. Y es que yo conocía aquella mirada de Paula. Quería que me acercase a ella. Pero mi objetivo, mi obsesión, era Carmen.

Tuve la sensación de que se detenía el tiempo en aquella habitación. Y tuve la impresión de que aquello no era más un dormitorio si no un habitáculo pequeño en el que iban a pasar cosas que cambiarían completamente la relación entre los cuatro.

Allí había cuentas pendientes. Ganas de mandar. Ganas de desahogarse. Todos teníamos ganas de hacer lo que queríamos hacer y a la vez de no ser testigo de cosas que no queríamos ver. Yo sabía que Paula no me quería ver con Carmen y yo no quería ver a Carmen con Álvaro. Sobre lo que querían Álvaro y Carmen seguía tan despistado como el primer día; aunque seguramente jugar, gobernar y dirigir, pero con la pregunta de siempre: cuánto de aquel juego tenía un trasfondo de deseo real.

Si la habitación me parecía descender de tamaño simultáneamente me parecía que subía de temperatura. Me quité la camiseta sin prisa, y sin mirar hacia la mirada incitadora de Paula, ni a los magreos entre Álvaro y Carmen. Me quité también los pantalones, quedando finalmente desnudo, con mi miembro hinchado, mucho más gordo de lo normal, aunque no completamente erecto.

Esa especie de momento de paz en el que me vi inmerso duró poco. De hecho duró lo que tardó Álvaro en besar con más vehemencia a Carmen y colar sus manos bajo su camisa. Mi polla quería ir hacia Paula, pero mi mirada y mi mente iban hacia aquella rubia que yo quería mía y de nadie más.

Para agitación de mis pulsaciones y respiración vi claramente como aquel chico colaba sus manos por el torso de Carmen, llevaba sus manos a su espalda, bajo su camisa blanca, llegaba al broche de su sujetador, y en dos segundos sacaba un sujetador sin tiras y lo dejaba caer sobre la cama. Un sujetador sin tirantes pero con dos copas enormes que me dejaron hipnotizado. La deseaba tanto que, si pudiera detener el tiempo, iría antes a coger aquel sujetador, a oler allí la esencia del sudor de las tetas de Carmen, que a follarme a Paula, y no porque mi novia no me resultara tremendamente deseable en aquel momento.

Y es que deseaba a Paula a pesar de mi enfado por haberla visto follar, ya que dicho enfado era paliado precisamente por haberla visto montada por aquel crío. Pero tenía la permanente sensación de que si iba hacia Paula, gran parte de mi mente e incluso de mi cuerpo palpitaría al ritmo de lo que hicieran aquellos dos críos.

Sabía que tenía que jugármela, pero cómo interrumpir aquello, cómo ir hacia ellos dos que se devoraban la boca, cómo plantarme allí donde Carmen le pajeaba lentamente y él sobaba sus tetas sobre la camisa. Necesitaba una señal, un respiro, una indicación de que aquello no era una fiesta privada. La necesitaba pero no sabía si la habría.

Me había acercado un poco a Paula, la cual estaba sentada frente a mi y yo de pie, ya bastante cerca, ya con mi miembro al alcance de su mano, cuando miré por enésima vez hacia Carmen, y la vi, con la cara ligeramente apoyada en el pecho de Álvaro, pajeándole lentamente, mirándome. Sí, se dejaba acariciar el culo sobre los shorts y pajeaba a aquel crío pero me miraba a mí. Por un momento había pensado que para Carmen, al estar con Álvaro, desaparecía el resto del mundo, como le pasaba a Paula, pero descubrí que no. Su necesidad de jugar, de calentarme, o lo que fuera, hacían que no estuviera con él al cien por cien, si no que quisiera conectar con lo que fuéramos a hacer Paula y yo. Pero aquella mirada no la interpreté en absoluto como una señal, si no como una trampa.

Simultáneamente a que Paula alargara la mano para sujetar mi miembro mis ojos estaban posados en Carmen y mi mente se preguntaba por qué aquella mirada.

Después de tantas semanas me daba la sensación de que estábamos donde ellos querían. Que, concretamente, en aquel momento, estábamos allí por Álvaro, pues había sido él el que sutilmente había movido los hilos aquella noche para vernos los cuatro en aquel dormitorio, pero algo me decía que esa idea que estaba en la mente de Álvaro había sido colocada allí por Carmen.

Los shorts de Carmen cayeron al suelo y yo no entendía como su semental aguantaba sin correrse después de follarse a mi novia durante media hora y después de la paja que estaba recibiendo. Al desaparecer sus shorts, salieron a la luz unas bragas azul marinas, quizás aquellas con las que me había pajeado tantas veces. Aquellas bragas, aquel cuerpo... me mantenían excitado a la vez que bloqueado, cuando Paula me sacó de mi ensoñación, poniéndose en pie y pegándose a mí.

Nuestros cuerpos pegados se fundieron un beso apasionado con el que fuimos retrocediendo unos pasos, hasta que mi espalda topó con la ventana. Tras jugar mi lengua en su boca unos segundos más, levanté la mirada por encima de su hombro y vi como Carmen se arrodillaba ante aquel crío, con la clara intención de meterse su tremenda polla en la boca. Aquella imagen quería verla pero no quería verla, cuando Paula, consciente de que estaba con ella pero no lo estaba, sujetó mi polla y me susurró:

—Déjales, que hagan lo que quieran...

Su tono era muy bajo, susurrado en mi oído, y a tres o cuatro metros de distancia, no parecía que ellos pudieran oírnos.

Intentaba mirarla, pero me costaba. Mis ojos se iban a una Carmen arrodillada, que desenredaba los shorts que anudaban sus tobillos y zapatos hasta conseguir quedarse en tacones, bragas y camisa, a punto de comerle la polla a aquel crío, que la miraba con un gesto inexpresivo.

—Déjales... —repetía Paula en mi oído, en su soplido que junto con echarme la piel de mi polla hacia atrás, hizo que se me erizase la piel y que mi boca fuera al encuentro de la suya.

Estuvimos besándonos unos instantes en los que mis manos fueron a su cuello, bajaron por su torso, abriendo su camisa, para comprobar la dureza de sus pezones. Estaba caliente, muy caliente, bastante sudada. Mis dedos se pegaban a su piel allí por donde mis manos la recorrían. Toda ella olía a sexo. Como si hubiera sudado sexo o como si ella misma lo emanase. Envuelto en aquel olor seguí con mi exploración con mis manos hasta acabar jugueteando con los pelos recortados de su coño. Allí detuve mi mano y acaricié las puntas de aquellos pelos desordenados y húmedos, pegados unos con otros. Ella quería que yo bajase más pero me recreaba acariciando los pelos de aquel coño hambriento.

—No sé si meter mis dedos aquí... —le susurré en el oído mientras ella me acariciaba el culo con una mano y me pajeaba con la otra.

—¿Por qué no?

—¿Tú que crees...? Seguro que te lo ha dejado bien abierto.

—No lo sé...

Llevé entonces dos de mis dedos a juguetear con sus labios hinchados y mojados. Acaricié la entrada mientras la besaba. Nuestros labios se embadurnaban de saliva paralelamente a que mis dedos se empapaban de aquel líquido viscoso que bañaba los labios de su coño. Líquido que no sabía cuanto era suyo y cuánto de Álvaro.

Llegó a gemirme en el oído antes de besarme con más insistencia y pajearme más extasiada, cuando dejé resbalar mis dedos hacia su interior. Dedos que llegaron hasta el fondo sin resistencia alguna, casi sin tocar las paredes de su coño.

—Cómo puedes estar tan abierta...

Ella no respondió y acogía mis dedos estremeciéndose.

—Parece que te folló bien... —susurré mientras mis dedos ya entraban y salían de su interior, haciendo que ella temblase y se apoyase en mí.

Ella siguió sin responder y yo insistí penetrándola con mis dedos que la invadían provocando un pequeño ruido, un chapoteo que ella y yo escuchábamos perfectamente.

Estuve unos instantes masturbándola y besándola hasta que noté como le temblaban más las piernas, tanto que tuvo que apoyarse más en mi pecho para recibir con más gusto la penetración de mis dedos, siempre sin dejar de masturbarme. Aproveché aquel momento para abrir los ojos y mirar hacia una Carmen que, arrodillada, chupaba la polla de Álvaro, sujetándola con ambas manos, dejando solo al descubierto la punta de tanto en cuando. Y el crío, con una mano en su cadera y la otra jugueteando con el pelo de Carmen, recibía aquella mamada con gusto pero sin gran exageración.

Fueron unos minutos en los que mi polla temblaba por la paja de Paula y mi novia recibía mis dedos estremeciéndose a cada metida. Podía notar como aquel coño no se deshacía en mis manos pues aquel coño ya estaba deshecho, tanto que en seguida tuve que meter tres dedos para que ella lo sintiera más y para que yo sintiera de verdad que aquellas paredes se abrían para mí. Pero si mi polla estaba a punto de explotar como consecuencia de como me la sacudía Paula cada vez con más ansia, más me hacia explotar ver a Carmen cada vez más ensimismada en aquella mamada antológica; su melena rubia se movía rápidamente al acelerar el ritmo y aquel crío comenzaba a dar muestras de sentir realmente el placer de tener aquella pedazo de hembra devorándole ya casi por completo todo el miembro. Carmen cada vez se la comía en bocanadas más profundas, gustándose, sabiendo que comenzaba a hacer estragos y Álvaro ya esbozaba pequeños gemidos graves que no hacían si no motivar más a Carmen y envidiarle más yo. Carmen disfrutaba de aquel pollón en su boca, tanto que llegó a chupársela sin manos, llevando estas al culo de Álvaro, y mirarle a los ojos, de abajo arriba, con su polla dentro, marcando sus mofletes y gimiendo ella también, en un alarde de excitación y desvergüenza.

Esa excitación me contagió hasta el punto de masturbar con más fiereza a Paula, que recibía mis tres dedos con facilidad pero a su vez algo sobre pasada por la velocidad con la que la taladraba. Le agarré del culo con la otra mano para penetrarla más fuerte cuando Álvaro esbozó un "joder..." pronunciado de forma lenta y grave, al notar como Carmen llevaba sus dos manos a su polla y se la chupaba con la clara intención de provocarle un orgasmo inminente. Tras otro "joder... ahora..." aun más grave y varonil, Álvaro echó su cabeza hacia atrás e hizo que mis ojos se clavaran más nítidamente en los labios y boca de Carmen, que comenzaba a recibir todo lo que aquel crío comenzaba a soltar. Yo sentía que venía mi orgasmo al ver a Carmen decelerar en su mamada, pues ella ya notaba como un líquido caliente invadía su boca. Álvaro temblaba y soltó un "ohhhh" brutal que retumbó en toda la habitación, y simultáneamente a sus espasmos a Carmen se le escapaba líquido blanco de entre sus labios y su mano. Aquella espectacular hembra, arrodillada, vaciaba a aquel chico que seguía gimiendo y suspirando, mientras seguía resbalando aquel semen por la comisura de sus labios, de su mentón, hasta caerle por el escote, tetas y camisa, cuando yo, a punto de explotar, detuve la mano de Paula que me pajeaba, pues no quería acabar así.

Álvaro se dejó caer boca arriba sobre la cama y Carmen salió de la habitación en dirección al cuarto de baño, con la boca llena y las manos atentas a que no cayera nada al suelo. Yo saqué mis dedos del coño de Paula y los posé en sus labios. Mis dedos estaban empapados y pegajosos pero ella chupó esos dedos mirándome fijamente, terriblemente cachonda; pero aun más lo estaba yo después de haber visto a Álvaro derramarse en la boca de Carmen de aquella manera. Paula chupaba de mis dedos y Álvaro se llevaba las manos a los ojos y la cara, exhausto, sin importarle lo más mínimo que solo él hubiera acabado.

Paula seguía chupando aquellos dedos que jugaban con sus labios y su boca, y me sujetaba la polla aunque no movía la mano, cuando Carmen volvió y fue Álvaro quién fue al baño a limpiarse.

Mis dedos abandonaron la boca de Paula y ésta se giró y vio como Carmen venía y Álvaro se iba y me susurró:

—Voy yo también un momento a asearme un poco.

Paula me abandonó, de una forma un tanto forzada, y quedamos Carmen y yo solos en aquel dormitorio.

Carmen no tardó en mirarme; desnudo, con la espalda contra la ventana y con mi polla apuntando al frente.

Se me acercó de forma segura y retadora, hasta plantarse delante de mí.

—¿Te has corrido tú también?

—¿Y esa pregunta?

—Seguro que ya te has corrido y la has manchado como un loco, como me manchas a mí.

—Puede ser... o no...

—Yo creo que sí —insistió ella extrañamente interesada por si me había corrido.

—¿Crees que aun la tendría así de dura si me acabara de correr?

—No lo sé. Quizás sí. Viéndome en bragas se te pone dura al momento.

—Igual se me pone dura viendo como la chupas.

—Bien que te gustaría que te la chupara a ti.

Yo no entendía aquella discusión. Pero menos entendí cuando se pudo escuchar claramente un gemido que provenía del cuarto de baño.

Carmen y yo nos quedamos en silencio cuando escuchamos un "oooohhh" prolongado, sentido e indudablemente de Paula. Me parecía imposible que tras haber eyaculado en la boca de Carmen hacía dos minutos estuviera follándose a mi novia otra vez.

—No puede ser —dije sin pensar.

—Sí, puede ser —respondió ella segura.

Comenzamos a escuchar más gemidos y Carmen, encendida, siguió jugando:

—¿Cómo crees que se la está follando?

Me quedé callado, escuchando, y mirando para aquella Carmen, iluminada tenuemente por la poca luz artificial de la ciudad que entraba a mi espalda, notándosele las tetas bajo la camisa, con sus pezones atravesando la tela blanca, y cachonda como nunca, como consecuencia de habérsela mamando a aquel crío pero sin haber recibido ella su premio.

Se me acercó más, se me pegó, casi se me restregó. Estaba terriblemente caliente, mientras escuchábamos más gemidos impactantemente morbosos de Paula.

—Yo creo que se la está follando contra el lavabo. O contra la pared. —susurró Carmen.

Estaba tan cerca que mis manos fueron decididas a sobar sus tetas sobre su camisa, sin rastro de resistencia por su parte. Mis manos acariciaron la tela, se recrearon en la textura y en la carne que había debajo; cogía una teta sobre la tela blanca con una mano, sentía su pezón en la palma y dejaba caer la teta libre otra vez... y ella me miraba, escuchaba a Paula gemir y no reaccionaba. Aquella textura me hacía sentir casi completamente sus tetas pero necesitaba algo más, así que comencé a desabrochar, uno a uno, los botones de su camisa, mientras Paula ya gritaba y Carmen acabó diciendo:

—Joder... la está matando ahí...

Por fin la tenía, frente a mí y dejándose hacer. Dejándose abrir la camisa y mostrándome unas tetas enormes y tan increíblemente perfectas que parecían arrogantes, sin rastro de desaprobación o de apartarme las manos. De nuevo ante aquellas impresionante tetas que caían sobre su torso desnudo de manera brutal, unas tetas tan anchas que no me costaba apartar su camisa hasta dejarla a ambos lados de sus pechos. Carmen se dejaba hacer y me miraba, y yo posaba las yemas de mis dedos por toda la superficie de sus tetas, acariciaba aquella vasta superficie y a ella se le erizaba al piel de las tetas... y sus areolas parecían crecer, haciéndola más hembra, y sus pezones se le salían del cuerpo... exteriorizando una excitación que yo no le había visto nunca.

Tuvo que ser necesario comerle la polla a su novio y no recibir nada a cambio para tenerla encendida y en celo como no me la hubiera imaginado nunca.

Tras otro "ohhh" tremendamente morboso y brutal de Paula, Carmen abrió los ojos, sorprendida y excitada, y mi boca fue a por la suya y mis manos a sus tetas desnudas. Invadí su boca, no solo sin resistencia, si no que su lengua se movía rápidamente y llegó a suspirar levemente al sentir como mi boca devoraba la suya. Mis manos agarraban sus tetas sin ser capaz de cubrirlas con la mano y también fueron a su cuello hasta que fuimos avanzando hasta caer los dos sobre la cama, yo encima de ella, besándonos como si nos fuera la vida, con la banda sonora de los gemidos de Paula envolviéndonos y encendiéndonos. Cuando el sonido caracaterístico del chocar del cuerpo de Álvaro con el de Paula se hizo atronador yo me colaba entre las piernas de Carmen, que no dejaba de besarme, y mi polla se restregaba sobre sus bragas como si me la estuviera follando, aunque nos separaba aquella seda azul marina.

Mis besos en su boca desembocaron en mordiscos en su cuello y uno de mis dedos fue a la boca de Carmen, chupando ella uno de esos dedos que se habían hundido en el interior de Paula. Parecía que los cuatro estábamos comunicados por el deseo, por los fluidos y por los gemidos de mi novia.

Me retiré un poco para quitarle sus bragas. Tantas veces había soñado con aquel momento, y ella no puso resistencia. Sin dejar de mirarme me facilitaba la operación con sus piernas para que se las quitara sin problema. Boca arriba, con la camisa abierta y en tacones, me miraba con deseo y en mi cabeza no solo resonaban los gemidos de Paula si no mi mente repitiendo "Te voy a follar Carmen. Te voy a follar por fin".

Me tumbé de nuevo sobre ella y la besé. Deslicé mi polla por la entrada de su coño, sin acertar a meterla pero disfrutando de aquel roce. Ella movía su cadera, buscando mi polla con su coño, pero no acertaba a entrar y mi miembro seguía resbalando por sus labios y su clítoris. Mi boca abandonó sus labios para morderle el cuello cuando ella gimoteó en mi oído un "métemela, joder..." que casi hace que me corra al instante. Estaba caliente, cachonda, con las tetas hinchadas como dos montañas enormes. Estaba sudada, casi pringosa de lo caliente que estaba. Sonrojada y acalorada, con su melena alborotada y una cara de perra en celo que a mí me estaba matando. La miraba y admiraba la belleza de aquella pedazo de hembra que yacía debajo de mí y que pedía polla, pedía mi polla, pero ésta seguía resbalando por la entrada de su coño sin decidirse a entrar. Mi boca fue de nuevo a sus labios y mi lengua volvió a jugar con su lengua cuando ella llevó sus manos a mi polla para dirigirla, no tardó nada en colocarla en la entrada y en gemir levemente, como anticipándose al placer. Hasta que al sentirla yo colocada me dejé caer hasta hundirme en su interior. El tiempo se detuvo. No existía nada más que mi polla entrando en ella. Y los dos gemimos ahogados, con nuestras bocas ocupadas, y yo no me creía estar invadiendo aquel coño ligeramente estrecho que me fundía con ella por fin. Me unía a ella en un solo cuerpo, notaba como las paredes de su interior abrazaban y acogían mi polla agradecidas. Centímetro a centímetro iba entrando y ella iba abriéndose. Su coño se fundía para mí y me recibía húmedo y ardiente como ningún coño me había recibido. Me quedé quieto invadiéndola, llenando, profanando su más profundo secreto. Ya no era más aquella cría intocable, aquella chica inaccesible con la que tenía que conformarme con pajas mirando sus fotos. No. Ahora tenía mi polla dentro y gemía como lo que era, una cría recibiendo una polla en su interior.

Retiré mi cara para mirarla, sin mover un ápice mi miembro de su interior, para ver aquellos ojos grandes, aquellos labios carnosos y aquella melena rubia esparcida por la cama. Me retiré lo justo para mirarla y sobar sus enormes tetas antes de comenzar un mete saca tan placentero como triunfal. Ella llevaba sus manos a mi culo, buscando metidas más profundas y aceleradas, movía ligeramente la cadera para recibirme mejor y yo disfrutaba de follarme a aquella hembra que tenía un cuerpo que parecía haber sido creado precisamente para aquel momento, un cuerpo creado para follar.

Estuvimos unos minutos fundiéndonos en besos en la boca, en mordiscos en el cuello, en penetraciones lentas y profundas y en otras más cortas y aceleradas. Ella me clavaba las uñas en las nalgas cuando la penetración era especialmente placentera y sus "ahhh" sutiles pero desvergonzados se derretían en mi oído combinándose con los sonidos lejanos de Paula y Álvaro.

—Qué coño tienes... Carmen.... —no pude evitar suspirarle en el oído tras escuchar de su boca un gemido especialmente sentido.

—Ahhh... joder... —gemía ella en un tono casi ininteligible y prácticamente a cada metida.

Y es que tras cada metida ella me obsequiaba con un suspiro, una caída de ojos y un "aahhh" que a mi me hacían temblar. Otra metida y otro suspiro. Mi polla se deslizaba por su interior y la invadía y se abría paso en ella haciéndola disfrutar y entre cerrar los ojos. Sus músculos se tensaban más cuando mi miembro llegaba hasta el fondo y ella me atraía más hacia sí.

—Te gusta así... —le afirmaba más que preguntaba, susurrándoselo mientras llevaba mis manos a su culo para penetrarla más profundamente.

Mi polla entraba y salía, se deslizaba cada vez con más facilidad. Casi podía notar como ella soltaba y soltaba más fluídos permitiendo que mi polla resbalara mejor en su interior.

—Ahhh, joder... así... —repetía ella hasta que llegó a soltar un:

—Me matas, joder, me estás matando...

Al escuchar eso tuve que parar. Me quedé quieto para no correrme. Era demasiado lo que me ponía. Ella movió mínimamente su cadera y sentía que me corría sin remedio, tanto que tuve que apretar su culo y resoplar, para inmediatamente salirme por completo de su cuerpo.

Se quedó mirándome. Los dos en silencio ahora de nuevo escuchando los gritos de Paula que parecía no poder parar de gemir.

Carmen, con su mirada, me pedía más, pero yo me retiré hasta el borde de la cama. Quedándome de pie frente a ella que no solo no cerró las piernas si no que me obsequió con la visión perfecta de su coño hinchado y sus labios hacia fuera. Nos estuvimos mirando unos instantes, quietos, escuchándoles, calientes. Sus enormes tetas se desparramaban por su torso y su coño desesperado me pedía que la calmara, pero no podía más. Yo quería entrar en ella y ella quería que la llenara de nuevo, pero sabía que tenía que darme tiempo.

Miraba su coño y éste me llamaba, con una imagen impactante de aquellos labios enormes, empapados y carnosos. Nunca había visto un coño así, con los labios así de delineados y separados, y con el agujero que mi polla había dejado. Parecía palpitar como si tuviera vida propia. Con unos pelos recortados alrededor, aquel coño era brutal, de mujer en plenitud, el coño más bestial y animal que había visto nunca, perfectamente cuidado pero extrañamente salvaje. Era imposible no inclinarme hacia aquel coño para contemplarlo y ver más de cerca aquellos pelos rizados y recortados. Posé la nariz en la entrada y levanté la vista pero ella miraba al techo y se agarraba las tetas, una teta con cada mano, esperando mi lengua. Ella era consciente de poseer aquellas tetas perfectas pero seguramente no lo era de tener un coño tan increíblemente brutal. Y yo no podía creer tener el coño de Carmen en mi cara. Me embadurné la boca de sus labios hinchados antes de hacer nada. Me impregné de un tremendo olor a coño antes de posar mi lengua en su clítoris. Aquel olor me recordaba a sus bragas pero éste multiplicaba por mil el aroma que ella dejaba en aquella prenda. Por fin decidí hundir la boca en la fuente de aquel olor y ese olor se tradujo en sabor. Hundí mi lengua en su interior y la punta de mi lengua dio pequeños golpes en sus labios y su clítoris. Todo su cuerpo se contrajo en un espasmo, como si estuviera poseída. Arañaba las sábanas y gemía de forma dulce y entregada durante unos instantes en los que yo empapé mi boca y hasta mi cara con aquel coño que parecía abrirse más y más. Le estuve comiendo el coño, lamiendo sus labios, abriéndola y dejando que sus fluídos empaparan mi cara, hasta tenerla a punto, hasta que ella no pudo más y me suplicó:

—Fóllame... por favor, fóllame....

Tal era su excitación, que de su coño emanaba un torrente transparente que resbalaba hacia abajo, quién sabe si hasta manchar las sábanas. Otro "fóllame... por favor..." gemido entre espasmos, me convenció para retirar de allí mi boca y quedarme de nuevo de pie al borde de la cama. Ella me miró y sin más miramientos se dio la vuelta, ofreciéndome su coño pero para que la empalase desde atrás. Se puso a cuatro patas, levantando su culo hacia mí, ofreciéndomelo, con las rodillas y los codos apoyados en la cama, con su camisa abierta y con sus tacones aun puestos, y llevó una de sus manos a su coño. Comenzó a acariciar su clítoris unos segundos hasta que, sin dejar de tocarse, giró su cabeza y me dijo:

—Métemela así y me corro en seguida...

Me acerqué a ella, posé mis manos, cada una en una de sus nalgas, apunté mi polla hacia aquel coño abierto... la dejé en la entrada... y con mi glande separé aquellos labios que se le salían de su cuerpo. Ella giró de nuevo su cara hacia mí y cerró los ojos, implorándome con aquella caída de ojos para que la llenara de una vez. Su melena rubia caía hasta la cama y aparté su camisa para ver como también caían sus tetas enormes hasta casi rozar sus pezones con las sábanas. Ella acariciaba su clítoris despacio y mi glande seguía separando sus labios, desesperándola. No pude jugar más con ella, no pude deleitarme más en su excitación, en lo que era casi una humillación, pues fue ella la que echó su cuerpo hacia atrás, ensartándose a si misma, clavándosela hasta el fondo, de una sola metida, hasta los huevos. Su gemido fue un estruendo, largo, profundo, como la penetración. Y vi su cara, desencajada... con sus ojos cerrados... la cara más morbosa que había visto jamás... y también tuve que cerrar yo los ojos al notar como al invadir mi polla su coño, todo mi cuerpo subía diez grados. Después se movió hacia adelante, hasta descubrir mi polla del todo, y se la volvió a clavar, acertando de pleno en la metida y gimotear un increíblemente dulce y morboso: "Ohhhh", "jooder..." , "asiii..."

Aquel gemido fue para ella, como si considerase que lo mereciese. Yo apenas me podía mover con la polla a punto de explotar. Y era ella la que se movía mínimamente, buscándose el punto, siguiendo con unos "Ohhh" que me destrozaban, al igual que me mataba el tacto de tener de nuevo las paredes ardientes de su coño abrazando mi polla. Me incliné más sobre ella y alargué mi mano hasta acariciar sus tetas que colgaban enormes de sus torso, aquellas tetas iban y venían ligeramente ante cada metida y yo de nuevo no me creía estar montando a Carmen; tenerla debajo de mi, teniendo mi polla entrando y saliendo de su cuerpo, tenerla gimiendo aquellos "¡oohh!" y aquellos "¡siii!" "¡dame así!", unos gemidos casi llorosos. Estuvimos unos minutos en los que la penetración era exasperantemente lenta pero deliciosamente sentida, en los que yo resoplaba y ella hablaba y gemía.

Fue ella la que cambió el ritmo, acelerando su mano, estimulando su clítoris y aumentando los decibelios de sus gemidos, retiré mi mano de sus tetas para llevar ambas manos a su cadera y contemplar como mi polla entraba y salía de su coño en una imagen tan impactante como brutal. Al resbalar mi polla hacia atrás, parecía que traía consigo los labios de su coño, que abrazaban y no querían soltar mi miembro cuando este parecía retirarse. Aquella imagen era nueva para mí, como si aquel coño fuera especialmente sexual. Estuvimos así unos instantes en los que su coño se fundía por dentro y eso me permitía notarla menos y follarla más.

Sujetándola por las caderas, decidí ser yo el que acelerara el ritmo aun más. Quería darle caña. Destrozarla. Follármela de verdad. Llevarla al límite como me había llevado ella a mí durante semanas. Las penetraciones se convirtieron en embestidas. Mi pelvis chocaba con su culo y mis huevos se movían adelante y atrás. Ella recibía mis penetraciones con solvencia, como si estuviera de vuelta de polvos brutales.

—¡Ahhh! ¡ahhh! ¡damee...! —empezó a gritar ella, agradeciendo con gusto el cambio de ritmo, yendo y viniendo su melena rubia y sus tetas a cada embestida, que eran cada vez más y más violentas.

—Te gusta así eh...

—¡¡Ahhh!! ¡¡sííí!! ¡¡dame asíí...!!

—¿Te vas a correr así?

—¡¡Ahhh!! ¡¡asíí...!! ¡¡asíí...!!

—¿Te gusta así?

La follada era brutal, el sonido del polvo era atronador, y ella lo disfrutaba, se retorcía del gusto y gritaba más.

—¡¡Dame caña!! ¡¡Joder, damee...!!

No me podía creer como ella agradecía que el polvo se hubiera tornado en algo tan salvaje. La agarraba por las caderas y la embestía hasta hacerla casi avanzar por la cama, sus tetas chocaban una con la otra, libres, sueltas, enormes, y ella no paraba de gritar.

—¡¡Más!! ¡¡Así!! ¡¡Cabrón!! ¡¡Más!!

Ella hundía su cabeza entre sus brazos, ocultando su cara, y casi llorando de placer.

—¡¡¡Ahhh, joder!!! ¡¡¡Así, así, así!!! —gritó de forma entre cortada, anunciando su orgasmo.

—¡¡¡Ahhhh, ahhhh!!! —salió de su boca. Atronador. Y yo sentí que sí, que yo tampoco podía más, y me corría con ella que aun tenía la conciencia para gritarme:

—¡¡Córrete!! ¡¡córrete, cabróoon!!

—¡¿Te gusta dentro?!

—¡¡¡Córrete dentro cabrón!!! ¡¡¡Ahhh, Ahhh!!! ¡¡Lléname bien!! ¡¡Aahh!!

Y ambos explotamos, literalmente, en un gemido agudo suyo, y en un grito mio, que sonó gutural y sentido, como no había vivido ningún orgasmo.

Podía sentir como mi semen fluía, se derramaba por las paredes de su coño, en innumerables chorros que la inundaban. Podía sentir que la llenaba y ella seguía gimiendo, recibiendo en su interior todo aquel líquido que tantas veces había derramado por ella, pero que ahora derramaba en su interior.

Caí sobre ella, aun notando como los últimos restos de mi semen la invadían, posándose en lo más profundo de su cuerpo. Sentía mi polla palpitar en su interior, y me quedé allí unos segundos, disfrutando de seguir dentro de ella.

Ella no se movía y la parte de la espalda de su camisa estaba empapada por su sudor y por el mío. La aplastaba bajo mi cuerpo pero ella respiraba acelerada y no me pedía que me apartase, hasta que fui yo quién finalmente me salí de ella y me tumbé exhausto y boca arriba, a su lado. Totalmente ido. Mareado y sin pensar en nada. Pero con un éxtasis extremo que no abandonaba mi cuerpo.

No se escuchaba nada y Carmen seguía tumbada boca abajo, rendida, con su orgasmo aun latente.

No se escuchaba nada de Álvaro y Paula. Si habían acabado también en un orgasmo yo no me había dado cuenta, hasta que escuché el sonido del agua de la ducha.

Fue Carmen la primera de los dos en dar señales de vida, y se encaminó al cuarto de baño, llevando una de sus manos a su coño para evitar que le cayera nada.

Oteé el dormitorio: las bragas y sujetador de Carmen sobre la cama, sus shorts en el suelo, toda mi ropa, la de Álvaro y los pantalones de Paula también en el suelo... todo parecía un campo de batalla sexual. Casual e improvisado. Cuando vi llegar a Carmen, que no comentó nada de lo que pudo haber visto en el cuarto de baño, como si no hubiera visto nada, o como si ya lo hubiera visto todo, y comenzó a vestirse en silencio.

Se puso el sujetador delante de mi y buscó sus bragas en la cama. Cuando iba a ponérselas dijo:

—¿Las quieres?

Y le hice un gesto con la mano para que me las lanzase.

—Qué cerdito... —respondió ella, pero esta vez en un tono mucho más cómplice.

Ella me miraba de reojo de vez en cuando mientras se ponía los shorts. Y no me pareció tan mujer fatal, ni tan chula, ni tan inalcanzable.

—No te veo muy preocupado, pero obviamente tomo la píldora —dijo madura, serena, tranquila, como si aquel polvo hubiera sido un desahogo que la hubiera dejado, como a mí, bajo una enorme paz.

Me dijo que se iba y yo estaba aun en una nube, sin la capacidad de proponerle nada y dedicándome solo a admirar su cuerpo y su estilo vistiéndose y recomponiéndose, como si allí no hubiera pasado nada, como si no se la acabaran de follar.

Justo antes de salir por la puerta me dijo:

—Que sepas que te tenía ganas yo. No es que... no es que me hayas conquistado tú o lo que sea.

No me dio derecho a réplica y se marchaba por el pasillo, importándome a mi bien poco lo que significaba su frase.

Cuando escuché que Carmen ya salía de la casa, también escuché simultáneamente el enésimo gemido de Paula, solapado por el ruido del agua de la ducha al caer.

Aun se la folló una vez más en la ducha, mientras yo me imaginaba a Carmen en un taxi hacia su casa, con su coño desnudo en contacto con sus shorts, pues sus bragas la tenía yo. Y me excitaba más aquella Carmen en el taxi que todo lo que pudiera follar Paula con aquel crío; que se la folló otra vez más en el salón, antes de irse.

Y la noche acabó con Paula duchándose sola y acostándose en cama, a mi lado.

Me importó bien poco aquel tercer y cuarto polvo suyo con aquel crío, habiéndome follado yo por fin a Carmen como me la había follado.

Nota del autor : Había pensado escribir un epílogo explicando como quedan las relaciones entre los cuatro protagonistas y qué ocurre en los días y semanas siguientes, pero he decidido dejarlo a la imaginación del lector. Espero les haya gustado y saludos y gracias por haber llegado hasta aquí.