Sexo, mentiras y noches de verano (6)

Sigue la historia entre los cuatro.

No sabía en que punto todo en mi cabeza había saltado por los aires. Estaba harto, no tanto de la situación en sí, como de mi papel en todo aquello. De verdad tenía ganas de que todo explotara y de ahí mi mensaje a Paula.

Ella no respondía y yo seguía sentado en el sofá. Carmen, de nuevo, no se cortó en hacer todo el ruido posible con grifos y puertas. Justo me levantaba del sofá cuando Carmen volvía del baño.

—Paula, está despierta, le he dicho que estás aquí y que si quiere que venga Álvaro —le dije a Carmen que mantenía una cara chulesca, como haciendo que no me oía mientras cogía su móvil.

—Me ha escrito. —Acabó por contestar ella mientras leía en su móvil.

—¿Álvaro?

—Sí, me dice que Paula le dice que puede venir.

Lo cierto es que me quedé bastante alucinado con la actitud de Paula. Por esa rapidez en escribirle a Álvaro, antes incluso de responderme a mí, antes incluso de saber si yo hablaba realmente en serio. No sabía si le podían las ganas o si me estaba echando un pulso.

—Aunque no sé si Paula querrá que venga— prosiguió Carmen.

—¿Por?

Tras esa pregunta Carmen me dio a leer de su móvil, en él Álvaro decía:

—Si voy a la casa de tu tío es para follarte a ti, que ahora mismo te tengo más ganas...

Aquella no era la situación que esperaba y de golpe me vi totalmente sobre pasado. No es que no supiera a qué estaba dispuesto cada uno de los cuatro, es que no sabía ni a qué estaba dispuesto yo.

—Voy a hablar con Paula —dijo Carmen.

—¿Estás loca? ¿Para qué?

—¿Qué coño hace escribiéndole a Álvaro desde su habitación? ¿Qué hace ahí escondida? Que venga aquí y deje de hacer el ridículo.

En ese preciso momento llamaron al timbre.

Estaba alucinando y le pregunté a Carmen:

—¿Le has dicho el piso?

—Yo no.

—Bueno, es acojonante —le dije a Carmen justo antes de irme hacia el dormitorio para hablar con Paula.

Me encontré a una Paula, a oscuras, solo iluminada por la luz de su móvil y la poca luz de la ciudad que entraba por la ventana.

—¿Me puedes decir que está pasando?

—¿Yo? —me inquirió ella haciéndose la sorprendida—

—Sí, tú.

—O sea, está Carmen ahí contigo, lleváis una hora ahí follando y tienes más que decirme.

—¿Pero qué dices? Aquí la única que anda follando eres tú, Paula. En la casa, en el coche, en su casa, joder… el lunes pasado.

La discusión continuaba: para defenderse me decía que lo que yo le decía que ella había hecho no era del todo cierto, y para atacarme que ella hacía tiempo que sabía que yo me estaba follando a Carmen. Mi concentración en escucharla y rebatirle duró hasta que escuché de fondo como alguien más entraba en casa. En ese momento Paula se levantó y se quedó frente a mí:

—Si tú te subes a esa zorrita aquí porqué no le iba a decir yo a él que viniera.

—¿Y tú crees que ha venido para estar contigo?

Nos quedamos en silencio y escuchamos ruido pasos y de tacones que provenían del salón.

Yo miraba a Paula, Paula me miraba a mí. Tanto la puerta del salón como la del dormitorio estaban abiertas, y aunque no les viéramos se les escuchaba hablar.

La tensión se palpaba. No tenía ni idea de qué podría pasar. Veía a Carmen capaz de plantarse con Álvaro en mi propio dormitorio.

Tras más segundos de silencio se escuchó a lo lejos el sonido característico de un beso.

Parecía que lo que Álvaro le había dicho a Carmen era cierto, si venía era para follársela a ella.

Paula escuchó aquel sonido igual que yo. Casi hasta me dio lástima. Escuchamos un segundo beso y la cara de Paula se tornó más seria, decepcionada quizás. Esa mirada me jodió. Deseché inmediatamente aquel atisbo de lástima, puse las manos en su cintura, sobre el camisón, y le dije:

—Ha venido para follarse a Carmen. No para follarte a ti. Lo siento.

Paula no contestaba, como si estuviera algo en shock. Sin, embargo, como en ella era habitual, no podía dejar que se le notara que estaba jodida. En seguida contraatacó:

—¿Y tú les dejas la casa como picadero a estos dos? ¿Estás mal de la cabeza?

—A ti no te jode que Álvaro venga a follar, te jode que no venga a follarte a ti.

—Deja de decir tonterías. Le he dicho que viniera para joderte y que echaras a Carmen. En serio, estás mal de la cabeza. Mira la que has liado.

Escuchamos más sonidos de besos a lo lejos y un sonido fuerte, como un golpe contra el suelo. Paula y yo dejamos de hablar, yo quería escuchar qué hacían ellos dos en el salón, y algo me decía que Paula, a pesar de su decepción, también quería escucharles.

Escuchamos otro beso y yo subí las manos por la seda del camisón de Paula hasta llegar a acariciar sus medianos pechos, sobre la tela. Paula no solo se dejó tocar si no que inmediatamente me besó.

Fue un beso rápido, como un latigazo, en el que sus labios atacaron a los míos y sacó la lengua de forma fugaz, pero alcanzando la mía. Nos dimos otro beso en el que nuestras lenguas volaron fuera de nuestras bocas. Mirándonos fijamente, compartiendo de nuevo el morbo por ellos dos. Que era prácticamente lo único que me unía ya a Paula.

Escuché otro golpe a lo lejos y me pareció escuchar un gemido de Carmen. El corazón comenzó a salírseme del pecho inmediatamente. Paula, tras darme otro beso, me susurró al oído.

—Se la va a follar aquí… en tu salón… ¿les dejas la casa para esto…? ¿qué narices te pasa?

—¿Y qué te pasa a ti con él? —le dije llevando mi boca a su cuello. Primero le lamí debajo de la oreja y cuando escuché un pequeño quejido de Carmen le mordí en el cuello.

Aquel quejido de Carmen… realmente disparó tanto mi morbo como una cierta sensación de desasosiego, de “por qué yo no”. Fue un quejido pero de placer, como si formara parte de un juego.

Caímos sobre la cama y cuando, mientras nos besábamos, mi mano ya se colaba entre sus piernas, sobre sus bragas, ella me susurró:

—¿Y qué te pasa a ti con ella? ¿Quieres escucharla?

Mis manos apartaron sus bragas, dejándolas a los lados de unos labios que yo no podía ver, pero podía notar hinchados. Pasé un dedo por el medio de esos labios y noté una humedad sorprendente. Pensé en el tiempo que llevarían whatsapeando, que esa humedad podría obedecer a todo ese rato escribiéndose cosas Paula y Álvaro. Mi dedo recorría de abajo arriba y de arriba abajo aquella raja que se apartaba sin problemas. El tacto de su coño me pareció especialmente suave, como si fuera lo único que no estaba tenso en el cuerpo de Paula, pues su cara, su rictus, sus piernas, estaban en tensión, supuse que como consecuencia de lo extraño de la situación, o de tener a Álvaro tan cerca y tan lejos.

Ella no tardó en abrirme la cremallera del pantalón y bajármelo cuando escuchamos un gemido de Carmen. Este totalmente nítido. Un “Ahhhhh” larguísimo que hizo que mi miembro saliera libre como un resorte, ayudándole a Paula en la maniobra. Mi polla estaba mojada como consecuencia de la paja que me había hecho Carmen y Paula se dio cuenta, pero no dijo nada. Simplemente siguió besándome, los dos de lado sobre la cama, uno en frente del otro, comenzó a pajearme y yo comencé a acariciar con dos dedos su clítoris que ya sobresalía de entre sus labios. Un “ahhh” “ahhh”, corto y rápido de Carmen provocó un gemido en Paula y yo le susurré:

—¿Querrías que te estuviera follando a ti?

Ella no respondió y soltó un “uuf”, acelerando la paja y yo insistí:

—Querrías que te estuviera follando él ahora, eh…

Otro “ahh” de Carmen se solapó con Paula respondiendo:

—Méteme los dedos, ¡cabrón!

Yo obedecí e introduje el dedo corazón y anular en su interior con una facilidad pasmosa, hasta el fondo. Estaba terriblemente caliente, cachonda. No sabía en qué estaba pensando, pero comenzó a mover la cadera hacia adelante y atrás, follándose literalmente mi mano.

Yo cerré los ojos y besaba a Paula de forma guarra, prácticamente solo con la lengua, nuestros labios apenas entraban en contacto. Y me dejaba mecer por unos gemidos de Carmen que se hacían poco a poco más rítmicos y constantes, unos “aahhh, “ahhh” que bombardeaban mi cabeza y provocaban espasmos en mi cuerpo. Me imaginaba que era yo quien me la follaba, quien la tenía bajo mi cuerpo, penetrada por mí, en uno de aquellos sofás de mi salón; me imaginaba que gemía como consecuencia de sentir ella mi polla entrando y saliendo de su cuerpo.

Carmen soltó un gemido mucho más fuerte y otro aun más y Paula, sin dejar de follarse mis dedos, susurró en voz baja, no sé si para mí o para ella misma: “va a hacer que se corra la muy puta, la tiene a punto”. Su frase me puso aun más cachondo y pegándome más a ella le mordí el cuello y comencé a mover la mano al ritmo de su cadera. Si Carmen estaba a punto a Paula no le faltaba mucho y ella misma agarró la mano que la penetraba con la suya, ayudándome con el ritmo, en una búsqueda clara de su orgasmo.

Cuando creía que nada podría hacer más por el orgasmo de Paula que un nuevo gemido de Carmen fue Álvaro quién esbozó un suspiro profundo y un “Ohhh” bastante sonoro y Paula literalmente se deshizo en mi mano, convulsionó como nunca y su coño se fundió entre mis dedos. Aquel coño comenzó a arder y su espalda se curvó como si se le fuera la vida. Otro “Ohhh” de aquel crío y ella me mordió el cuello ahogando allí un orgasmo increíble que me alucinaba tanto por sus espasmos como por su coño que se encharcaba y ensanchaba a cada segundo. Fue un orgasmo largo e intenso. Brutal. Sentido. Mi paja quedó a medias y Paula quedó totalmente muerta.

Saqué mi mano de su interior, empapada, con la punta de mis dedos mojados, y me volteé, quedando boca arriba, sin mi orgasmo pero como si hubiera participado del de Álvaro y Paula, que habían sido los que habían conseguido el premio. Mientras que yo seguro y algo me decía que Carmen también, nos habíamos quedado sin culminar pero casi igualmente exhaustos.

No tenía la sensación de haber masturbado a mi novia, si no de haber masturbado a una perra en celo. Aquello no había sido normal. Me había parecido otra persona, en su cara,

en su mirada, en aquellos espasmos. Todo mucho más encendido, más animal. Quizás yo tuviera una mirada similar hacia Carmen, esa que se debe de tener cuando no puedes controlar un impulso sexual, que es solo eso, sexual.

Estaba totalmente convencido de que Álvaro y Carmen se marcharían inmediatamente. No entendía muy bien a qué había venido aquel crío, pues a Carmen se la podría follar en cualquier parte y a cualquier hora. No sabía si follársela en mi casa obedecía a marcar territorio, a dejar claro quién era el macho alfa, o simplemente le había entrado el calentón y había venido a follársela sin pensar que era mi casa ni segundas intenciones. También había estado whatsapeando con Paula y de golpe venía y se follaba a Carmen, como dejándole claro a Paula que su prioridad era Carmen, o qué se yo.

Comenzaba a estar harto de pensar y reflexionar. Decidí dejar de pensar en aquel chico que tenía a las dos hembras a su entera disposición, pues aquello me fustigaba por momentos. Decidí dejar de mirar al techo y darle vueltas al tema, para dejar los párpados caer. A los pocos segundos comencé a notar cómo me quedaba dormido, en una extraña paz, que no sabía de donde venía, pero que me impulsó a un sueño profundo.

No sabía el tiempo que había pasado cuando me desperté. Esperaba una Paula metida en cama y un silencio total. Pero pronto me di cuenta que eso no era cierto, pues Paula no estaba en cama, y no solo eso, si no que el motivo de haberme despertado obedecía a unos gemidos provenientes del salón.

Escuché otro gemido más prolongado e inmediatamente después un grito, esclarecedor, un orgasmo de mujer que me ponía todo el vello de punta. Fue una mezcla entre un grito y un gemido, prolongado en la oscuridad y silencio de la noche, que se solapó con unos pasos descalzos acercándose a mi dormitorio; Paula entraba en la habitación:

—Qué puto desmadre. —dijo en voz baja.

Yo, en silencio, atónito, seguía escuchando aquel gemido que no sabía si seguía en la realidad o ya solo en mi cabeza. Había sido un “aaaahhh” larguísimo que me había provocado una erección instantánea. Nunca había sentido un orgasmo de una mujer así. Nunca un gemido tan sumamente morboso y que plasmase placer de aquella forma.

Paula se metió en cama y se hizo el más absoluto silencio en toda la casa.

—¿De dónde vienes? —pregunté.

—Del baño. Tranquilo que yo al salón no tengo la menor intención de ir.

Me incorporé y me asomé al marco de la puerta del dormitorio. Escuché risas, ruido de pisadas y el retintineo característico de un cinturón.

—Échalos de una vez. Me parece una falta de respeto.

—¿Seguro que vienes del baño?

—No, vengo de montarme un trío allí —intentó parecer sarcástica.

Me quedé allí de pie. Intentando escuchar lo que se fraguaba al otro lado del pasillo. Miré el reloj, pasaban algo de las cinco de la madrugada. Parecía que se iban.

La situación con Paula no podía ser más incómoda. Yo sabía que ella querría ser Carmen y ella sabía que yo querría ser Álvaro. Yo sabía que Álvaro se la había follado, y estaba convencido de que ella creía a pies juntillas que yo había follado con Carmen.

Efectivamente escuché en seguida la puerta de salida del apartamento. Aquellos dos críos se fueron y yo me metí en cama, junto a Paula, en una situación surrealista.

—¿Llevaban mucho? —pregunté.

—Bastante.

—Cómo cuanto.

—No sé. Desde que me despertó esa cría gritando como loca hasta que fui al baño… unos diez minutos.

Me pareció extraño escuchar eso, soy de sueño bastante ligero y más en una noche con esos “invitados”.

Cerré los ojos y el orgasmo de Carmen aun retumbaba en mi cabeza. Solo de recordarlo la erección no se me iba, la cual oculté tumbándome boca abajo. Me quedé dormido imaginando cómo sería ver esa cara de Carmen… desencajada por el placer… cómo sería provocarle un orgasmo así.

La siguiente vez que miré el reloj eran casi las 8 de la mañana; Paula se iba de mi casa sin decir nada.

No me importó, y, como un adolescente que aprovecha que sus padres no están en casa, me di la vuelta y recordé el gemido de Carmen, la paja que me había hecho bajo su falda, me la imaginé follada por aquel crío, recordé el olor de aquellas bragas, sus tetas en la penumbra del salón, mi orgasmo sintiendo en mi boca el tacto de su teta y su pezón... todo ello acompañado de un leve movimiento de mi mano provocó que me corriera y derramara sobre mi vientre en apenas un par de minutos. Era demasiado fuerte lo que me pasaba con aquella cría. Tan fuerte que todo el affaire de Paula con Álvaro me parecía hasta secundario.

Tras esa paja caí rendido de nuevo, en un sueño esta vez sí más profundo y con el que descansé de verdad.

Cuando me desperté vi un mensaje de móvil, era Paula que me había escrito:

—Perdón por todo este lío. Necesito unos días para pensar.

Estaba demasiado dormido como para conseguir interpretar ese mensaje en profundidad, pero no me gustó. Si alguien tenía que pensar algo me parecía que era yo. ¿Perdón por todo este lío? Me parecía una manera surrealista de plantear las cosas. Lo único que me gustaba del mensaje eran esos días separados si no fuera porque en seguida sospeché para qué querría ella esos días libres. Pero por otro lado Paula, con lo orgullosa que era, me extrañaba que fuera detrás de Álvaro después de aquella humillación, pues eso de venir a mi casa pero para follarse a Carmen y no a ella, me parecía una humillación a todas luces, y no dudaba que a ella también. Estar whatsapeandote con un chico para que venga y te folle para que al final venga, pero a follarse a otra… ¿Sería capaz de tragarse su orgullo por él? ¿Tanto le ponía el chico?

No le respondí, y en todo el fin de semana no tuve más noticias de nadie hasta la noche del domingo, en la que Carmen me escribió. Cada vez que veía en la pantalla de mi móvil que “Carmen” me había escrito, me daba un vuelco absolutamente todo el cuerpo.

—¿Entonces al final hay fiesta o no?

Respondí inmediatamente:

—Fiesta la que tuvisteis el viernes.

—A ver… que si es que sí tengo que avisar a la gente. No seas pesado.

Por momentos la mataría. Cuando se ponía en modo niña tonta no la podía soportar. Conseguí no responderle e irme a dormir.

Cuando creía que el lunes que se avecinaba no podría prometer ser más anodino todo dio un vuelco. En el descanso del trabajo de la hora de comer tuve que hacer unas gestiones, algo de papeleo, en un barrio al que no suelo ir nunca. Cuando entraba en el edificio pude ver a lo lejos, pero claramente, a Álvaro y a mi hermana, María, entrando en el coche de Álvaro.

Obviamente aquello no significaba nada, pero era realmente extraño. María no era especialmente sociable con digamos, gente de fuera de su circulo familiar o de trabajo, no me la imaginaba de “suegra enrollada” de los novietes de Carmen, ni de las hijas de nuestro hermano, por poner un ejemplo.

No había pasado media hora desde aquella inesperada casualidad hasta que María me llamó, en un tono extraño, y como poniéndose la venda antes que la herida o algo parecido. Me dijo que le había parecido verme a lo lejos, que qué hacía por allí, que ella estaba con el novio de Carmen y que Carmen le había dicho que yo les dejaba dar la fiesta. Todo aquello dicho de forma atropellada. Tuve que responderle que no había estado seguro de que era ella y que sí que había accedido a que dieran la fiesta.

Cuando creía que no podía tener más sorpresas extrañas me encontré por la noche con un mensaje privado de facebook de Álvaro, que me escribía un escueto: “Gracias por dejarme la casa”. No había que ser muy mal pensado para interpretar aquel mensaje con todo el doble sentido del mundo; tanto por a qué casa se refería como por decir “dejarme” y no “dejarnos”. La última y casi única vez que nos habíamos visto había sido cuando le había echado de la casa a empujones y parecía querer cobrarse esa venganza, como si follarse a Paula varias veces y a Carmen en mi propia casa no fuera suficiente. De todas formas no llegaba a odiarle, no digo que le admirase, pero no llegaba a proferirle el odio que en teoría, y hechos en mano, debería.

Por supuesto no respondí a su mensaje. Si él quería que yo bajase al barro era su problema, no iba a entrar en sus provocaciones. En el fondo no era más que un crío.

Como hacía cada noche entré en instagram para revisar las fotos de Carmen, y no solo las suyas si no también las de sus amigas y Álvaro, por si en ellas salía Carmen. Miré más a fondo el instagram del chico, podía entender que resultase atractivo para las mujeres, tenía fotos en la playa, marcado, delgado pero fibrado, ni un solo pelo en el torso y con esa medio melenita de pijo surfero que podría entender que tuviera su rollo para ellas, pero me parecía demasiado aniñado para ser causante de tantísima atracción.

Cuando acabé de hacer la ronda volví a entrar en Carmen y vi que había subido una foto, de la noche del viernes, presumiblemente sacada en la plaza donde había estado bebiendo antes de subir a mi casa. Con su falda granate y su camiseta blanca con los hombros al descubierto. Con un posado forzado y una sonrisa fingida que escondía un “estoy buenísima y lo sé”. De nuevo, me recorcomía por haberla tenido tan a tiro y no haber conseguido más que que me hiciera otra paja, parecía que cada vez estaba más cerca pero siempre se me escapaba. Y tenía la permanente sensación de que cuando empezara de nuevo el curso universitario, en un par de semanas, tanto ella como Álvaro cambiarían el chip y todo se enfriaría. Fue la primera vez que me planteé seriamente plantarme el sábado siguiente en la casa, en la fiesta, en el jardín o que se yo, contemplar la fiesta desde mi habitación y después ya vería si volverme a casa, quedarme allí o intentar pescar en rio revuelto. Era una locura, allí no pintaría nada entre tanto crío, pero al fin y al cabo era mi casa y tenía todo el derecho a pasar la noche allí, y, sobre todo, veía que era prácticamente la última oportunidad para follarme a Carmen.

Me imaginaba que follarme a Carmen, aunque solo fuera una vez, me ayudaría a sacarme esa tremenda obsesión que tenía con ella y además me daría la paz necesaria para perdonar a Paula y seguir con nuestras vidas.

Todo eso pensaba mirando aquella foto e inmediatamente le escribí a Paula, de la que no tenía noticias desde el sábado por la mañana.

Le escribí en son de paz. Que quería arreglar las cosas. Que lo hecho hecho estaba y que quería salvar nuestra relación. Pero que su locura con Álvaro y la mía con Carmen se tenía que acabar.

Ella no tardó en responder:

—Yo con Álvaro no tengo nada. Ya le he dejado todo clarito. Tú con Carmen no lo sé.

—¿Quieres que te crea?

—Creéme. Se que a ti te pone tanto la cría que estás obnubilado. Pero lo que pasó en tu casa no fue normal. Se rieron en nuestra cara, y por ahí no paso.

—¿Y qué hacemos ahora?

—Yo por mí pasamos página y seguimos, olvidando todo lo que ha pasado.

Me quedé un rato pensando antes de responder. Por un lado la creía. Sabía que sentía verdadera rabia por lo que había pasado el viernes, sabía que el orgullo de Paula era quizás lo que más podría hacer por dejar lo que tuviera con Álvaro. Pero por otro lado de nuevo yo quedaba en la peor parte, así que decidí aceptar la propuesta, pero sin decirle que me planteaba seriamente ir a la casa el día de la fiesta.

Dejamos de whatsapearnos y me llamó. Me juró que lo de Álvaro había sido una chorrada, una locura, y que le había dicho que no quería más líos y que él había aceptado. Le comenté que pronto empezarían el curso universitario y aquella historia habría acabado y me dijo que ella había pensado lo mismo, que ansiaba volver a la normalidad. Me pidió perdón y la creí. No me preguntó por Carmen ni yo pormenores de lo que había hecho con Álvaro.

El plan era claro; Seguir mi vida con Paula e intentarlo con Carmen ese último fin de semana.

El miércoles iba a quedar con Paula, iba a ir a su casa a cenar. Me estaba vistiendo y no dejaba de pensar en Carmen, mi obsesión tras el último encuentro, tras aquella paja, tras morder aquella teta brutal, tras escuchar su orgasmo había ido tanto en aumento que apenas podía pensar en otra cosa. Pensé en escribirle, confirmarle que sí podría dar la fiesta aunque a la vista estaba que ella ya lo sabía, pero me era insuficiente, necesitaba más, necesitaba verla o al menos escuchar su voz. La llamé.

Un tono, dos tonos, tres tonos… era increíble que me pusiera tan nervioso solo por llamarla, después de todo. No me respondió y le escribí:

—Es sobre la fiesta. Ya sabes que mi hermano no está muy por la labor. Tengo que saber unas cosas.

Inmediatamente me escribió:

—Ok. Llámame.

Me tumbé en cama. Todo aquello haría que llegara tarde a casa de Paula, pero me daba igual. Necesitaba hablar con ella.

La llamé y comenzamos una conversación en la que yo le preguntaba cosas absurdas como cuántos iban a ser, en que camas pensaban dormir y demás cuestiones que me daban bastante igual y ella respondía de forma bastante escueta. Su voz al otro lado del teléfono denotaba una cierta desidia, pero eso no impidió que una fuerza superior a mí hiciera que comenzara a masturbarme al escucharla. Yo no pensaba en si aquello era triste, cutre o lo que fuera, mi cabeza solo funcionaba para inventar la siguiente pregunta y una vez lanzada imaginarla follando conmigo o con Álvaro.

—¿Algo más? —acabó preguntando.

Yo, con la polla dura sujeta por mi mano, miraba al techo de la habitación intentando buscar otra pregunta más para seguir escuchándola.

—Nada más, creo. ¿Qué tal volviste a casa el viernes?

—¿El viernes? Bien, muy bien, muy relajada.

Ese tono chulesco, ese doble sentido hizo que las venas de mi miembro se hincharan aún más. Imaginé por un segundo a ella montándose sobre mí, pero esta vez de verdad, esta vez montando mi polla y pensaba que me corría ya… pero necesitaba seguir oyendo su voz. Estaba cada vez más ensimismado con mi imaginación y mi paja y solo conseguí decir:

—Bueno… me alegro.

—Por cierto —dijo— que sepas que las manchas de la falda no salen. Eres un puto guarro.

Aquello hizo que mi polla se pusiera aun más dura. Recordé cómo me había pajeado ella, cómo me había corrido, cómo había salido mi semen a borbotones y la había manchado…

Se hizo un silencio, tenía que decirle algo pero a punto de correrme era incapaz de pensar nada que pudiera seguir la conversación. Finalmente conseguí decir, ya al borde del orgasmo:

—Bueno, así te llevas un recuerdo.

—Ya… claro… en fin… nada más ¿no? Te voy a colgar.

A punto del orgasmo, necesitaba seguir escuchándola, hacerla hablar.

—Por cierto, me escribió tu amiguito Álvaro al facebook.

—¿Ah si? ¿Para qué?

—Para darme las gracias por dejarle la casa.

—¿Sí? Bueno, es un puteón.

No era capaz de sacarle más que frases cortas, quería correrme mientras escuchaba su voz. Lo necesitaba.

—Después nos despertasteis. Sobre todo a Paula.

Yo estaba a punto. Mi polla hinchada, con el glande oscuro y embadurnado por todo el pre seminal que iba segregando a cada sílaba que le arrancaba a Carmen. Todas las preguntas que desechaba hacerle por ser demasiado brutas ya fueran “¿qué tal el polvo con Álvaro?” o “¿te puso cachonda la paja que me hiciste?” o “¿te hice mucho daño en las tetas al mordértelas?”, eran desechadas para decirlas en alto pero hacían que mi polla estuviera a punto de explotar.

—Normal que os despertáramos. Álvaro vino con ganas.

No pude más y pregunté:

—¿Y cómo te folló?

Se hizo un silencio. Yo detuve mi paja. Creí que la había cagado. Que me iba a colgar directamente. Hasta que respondió:

—Pues… primero en el sofá en el que estaba yo… allí me subí encima de él.

—¿Y después?

Ella alargaba las palabras. No sabía si ella sabía lo que estaba haciendo mientras la escuchaba pero algo extraño pasaba, pues su tono había cambiado.

—Después… me apoyó contra el respaldo del sofá en el que estabas tú… y…

—¿Y?

—¿Sigo? ¿Quieres saberlo exacto?

—Sí…

—Pues se puso detrás de mi… y… joder… ahí me dio bien…

—¿Sí? —dije cuando una primera gota, anunciante de mi orgasmo, brotaba a toda velocidad de la punta de mi miembro.

—Sí… ahí me la metió bien el cabrón… casi me mata del gusto….

Inmediatamente comencé con unos espasmos involuntarios y comencé a derramarme y soltar chorros que inundaron mi vientre y caían resbalando por todo el tronco manchando mi mano. Me la imaginé empalada por aquel chico, con sus tetazas yendo y viniendo a cada metida, me imaginé la polla de aquel crío entrando y saliendo de su cuerpo, su coño abierto y empapado y su cara totalmente ida por el placer y seguí eyaculando, intentando no gemir ni casi respirar, para que ella no se diera cuenta.

Ella colgó cuando estaba acabando mi orgasmo. Sin decir nada.

Me sorprendió que me colgara así, pero apenas podía pensar, totalmente mareado sobre mi cama, en la penumbra de mi habitación.

Había sido increíble. No me llegaba a sentir mal pero sí un poco raro. Fui a limpiarme al cuarto de baño. Me di cuenta de que no me apetecía absolutamente nada ir a casa de Paula. Le estaba escribiendo para decirle que prefería quedar al día siguiente cuando Carmen me escribió:

—Eres un puto guarro.

Es cierto que las cosas escritas son más difíciles de interpretar, pero aquel "eres un puto guarro" no me había sonado del todo a enfado. Es más, no me parecía nada descabellado pensar que Carmen había sido consciente, no digo durante toda la charla pero sí al final, de que me estaba masturbando al escucharla. Su cambio en el tono de voz, sus frases, su "ahí me dio bien" o su "casi me mata del gusto..." me parecían suficientemente explícitas como para sospechar. Sin embargo, ella siempre me había negado casi hasta tocarla. Sus tetas eran algo que pocas veces me había dejado catar, su boca conseguía besarla uno de cada cinco intentos, y su coño era algo que veía tan prohibido y tan lejano que apenas conseguía siquiera imaginar lo que sería tocarlo, lamerlo o ya no digamos tener sexo con ella. Quiero decir, que a pesar de haber estado muchas veces cerca de haberla conseguido, me seguía pareciendo tan intocable y tan lejana como cuando Carmen no era más que la hijastra de María, que subía fotos instagram con sus tetas rebosando por los lados de su bikini.

Paula aceptó post poner nuestro encuentro al día siguiente, al jueves. El plan era que yo fuera a su casa por la noche. Obviamente, tácitamente, el plan era follar. Recordé que desde que había empezado todo aquel lío con Álvaro y Carmen, que habían pasado semanas, solo lo habíamos hecho dos veces. Una vez de forma fugaz me la había follado contra la mesa de la cocina y la otra vez mientras Paula se metía las bragas de Carmen en la boca. Dos polvos en casi un mes y ambos con la sombra de Carmen y Álvaro sobre nosotros. Bueno, dos polvos llevaba yo en aquel mes, obviamente Paula llevaba unos cuantos más.

A medida que pasaban las horas de aquel jueves muchas ideas revoloteaban en mi cabeza:

En primer lugar me vino a la mente de nuevo María con Álvaro. Qué narices harían juntos allí. Mi hermana, dos años mayor que yo, se conservaba bien y bien podría aparentar unos 32 o 33. De hecho cuando la veía con Carmen podría parecer una prima algo mayor , más que su madrastra o una tía. María había sido durante años el objetivo imposible de mis amigos. Siempre había tenido novio, tres o cuatro que había enganchado uno con otro hasta acabar con el padre de Carmen. Lo que si descartaba completamente era que tonteara o se dejara seducir por aquel crío. Pelo castaño, muy largo y lacio, más blanca de piel que Paula y de complexión similar aunque María algo más alta. Una niña pija de narices, siempre lo había sido. Mucho más altiva que mi hermano o que yo a pesar de haber recibido todos la misma educación. Nos llevábamos bien en pequeñas dosis pero nunca, ni de críos, habíamos tenido demasiado feeling. Siempre habíamos ido mi hermano y yo por un lado y ella por otro. Me volvía a repetir, "¿qué haría con él allí?"

En segundo lugar no podía evitar pensar en Carmen, era inevitable que ella me viniera a la mente a todas horas, no había manera de sacármela de la cabeza; haberle mordido las tetas junto con haber escuchado aquel orgasmo suyo hacían que ver su instagram o recordarla en bikini ya no me supiera a casi nada.

También pensé en la fiesta en la casa, cada vez me parecía más surrealista plantarme allí, empezaba a plantearme seriamente no ir. Y también mi mente iba hacia Paula, aquella tarde permanentemente me imaginaba follándomela; no podía negar que gracias a todo su lío con Álvaro me daba más morbo. Aquel componente de gata en celo no lo había conocido hasta aquel momento y la convertía en una mujer diferente, y es que, cuando la imaginaba con Álvaro y cachonda por él, ya no la sentía como mi novia, si no casi como una extraña, lo que hacía que pudiera sentir ese deseo que se tiene por una mujer que no acabas de conocer bien. Recordaba cómo su coño se había deshecho en mi mano cuando escuchó el gemido de Álvaro... su cara... todo hacía que tuviera unas ganas tremendas de que pasaran las horas e ir a su casa.

Mi mente siguió imaginando a Paula... en cómo la veía ahora diferente y a media tarde de jueves, a pesar de estar trabajando, no pude evitar escribirle. No tardé en derivar la conversación de whatsapp a lo que yo quería y en seguida la cosa se fue poniendo cada vez más guarra. Estuvimos unos cinco minutos escribiéndonos "lo que te haría", "lo que querría que me hicieses..." y pronto nos pusimos bastante cachondos a pesar de estar cada uno en su puesto de trabajo. Yo me preguntaba si seriamos capaces de excitarnos sin acudir a hablar de Carmen o Álvaro, pero pronto comprobé que no:

—Vamos a parar de escribirnos estas cosas... que me pongo roja y es un cantazo —me escribió.

—Vale, vale, no te escribo más...

—No es eso... es que joder... además, cuanto más me líes... más tarde salgo.

—Vale, pues dale y acaba pronto.

—Ya... es que me pones mucho escribiendo eso...

—Normal, yo también.

—Es que lo noto en las bragas, joder... —escribió ella poniendo un emoticono sonrojado.

—Jaja, ¿si?

—Sí... una pena que no tengas ya las de Carmen... así jugábamos con las mías y las suyas...

—Ya... bueno... creo que hoy con las tuyas nos llegan.

Efectivamente habíamos quedado en pasar de los dos críos pero en ningún momento habíamos planteado dejar de fantasear con ellos. De todas formas esas fantasías tenían su componente de peligro, porque no eran unas fantasías precisamente inocentes si no que llevaban implícito un deseo real.

Salí del trabajo y fui directamente a casa de Paula. Pensé que llegaríamos más o menos a la vez pero me escribió que se retrasaría un poco. Al tener llaves de su casa decidí entrar y esperarla dentro e hice lo que suele hacer cualquier persona en esos momentos: poner la tele por poner ruido, sentarme en el salón y esperar.

Tras estar allí unos minutos me levanté y me puse a curiosear por la casa. En principio por mero aburrimiento. Al rato me encontraba en su dormitorio. Todo estaba perfectamente ordenado, como siempre. Y es que no había ido allí buscando nada realmente. Abrí su armario y vi sus pantalones, chaquetas, vestidos y camisas colgadas. Abajo zapatos y una troley roja. Abrí un par de cajones y en seguida los cerré, pues no tenía sentido lo que estaba haciendo. Cuando iba a cerrar la puerta del armario reparé de nuevo en la troley y algo dentro de mi me impulsó a curiosear en ella. La levanté y pesaba poco pero no parecía estar completamente vacía. La saqué del armario y la posé con cuidado sobre la cama. Cuando la iba a abrir me llamó Paula al móvil. Me llamaba para decirme que en unos cinco o diez minutos estaría en casa, que cenara algo si quería.

Colgué el teléfono y volví mis ojos a la maleta. La abrí y vi algo extraño, pues vi unos zapatos, que no entendía que no estuvieran con los demás. No solo había zapatos si no que había también ropa interior. Zapatos negros de tacón y bragas y sujetadores negros. Cogí las prendas, parecían totalmente nuevas. Sin usar o casi sin usar. Los zapatos nunca se los había visto y parecían también totalmente nuevos. Dentro de la maleta había una cremallera interior que tan pronto la vi la abrí inmediatamente, dentro había unas medias, también negras. Escuché el sonido del ascensor y rapidamente coloqué todo en su sitio y volví al salón.

Al final el ruido del ascensor obedecía a un vecino por lo que me quedé allí sentado en el sofá pensando en aquella maleta. ¿Por qué yo no conocía aquella ropa? ¿La habría comprado para ponérsela para él? Lo cierto era que no me la imaginaba yéndose de compras, a comprar ropa para ponérsela para aquel crío. No veía que la necesitaran. No me parecía el tipo de relación para eso. No le veía sentido. Pero lo más curioso era que yo en el fondo quería que fuera cierto. Me daba un morbo terrible imaginármela comprando eso para él. No lo podía controlar. Me parecía mucho más zorra si de verdad se vestía para él. Cuando me di cuenta tenía una importante erección. Mi polla quería escapar de mi pantalón cuando algo me vino a la mente: Sus bragas, las bragas de Carmen, su "es una pena que no tengas ya las bragas de Carmen" que me había escrito ella hacía unas horas. ¿Cómo podía saber ella eso? Yo nunca le había dicho que se las había devuelto.

Escuché el tintineo de sus llaves y Paula metiendo la llave en la cerradura.

Apenas entró y dejó el bolso sobre la mesa de centro y me acerqué a ella. No veía a mi novia. Veía a una auténtica zorrita, y no en el mal sentido, si no con el componente morboso; veía a una hembra con ganas de ser follada, y no la culpaba por ello. Ya tuviera ganas que me la follara yo o aquel chico, no la culpaba por ello, ni por comprarse ropa para él para sentirse más guarra o para conquistarle o para lo que fuera que lo había hecho.

Paula sonrió y me dio un beso en los labios. Como sabiendo que yo no podía más. No hacían falta palabras, fuimos al dormitorio. Ella en traje gris de pantalón y chaqueta y camisa rosa parecía tener tantas ganas de follar como yo, se le notaba en la cara, en el gesto, en los andares.

Se sentó en la cama y dijo:

—Necesito una prueba de que pasas de ella.

—¿De quién?

—De Carmen, de quién va a ser.

—¿Ahora?

—Sí.

Me quedé alucinado. Después de ver su lencería, sus zapatos, después de que ella había follado no sé cuántas veces con el chico y yo no había hecho casi nada con Carmen me venía con esas.

—¿Qué dices, Paula? ¿Y yo de Álvaro? ¿Quieres que te pida yo pruebas de eso?

Nos quedamos en silencio. Yo de pie, miraba hacia abajo, su melena oscura, su tez morena, sus pechos marcando la camisa... mi mes entero casi sin follar, pero sobre todo esas últimas semanas en las que se había estado comportando como una auténtica putita... follándose a un crío de veinte años... No pude evitar pensar con la polla. Me daba igual. Tenía que follármela ya.

—Está bien. Toma mi móvil. Escríbele lo que quieras. —dije cogiendo mi móvil, buscando a Carmen en los chats, borrando las conversaciones antiguas y dándole el teléfono.

Paula cogió el móvil sin dudar y comenzó a escribir.

Mientras ella escribía comencé a acariciarle la mejilla y pasé un dedo por sus labios. Estaba demasiado cachondo, no me podía contener. Ella, concentrada, llegó a sonreir tras chuparme el dedo a modo de juego.

—Ya está —dijo dándome a leer un mensaje ya enviado que leí inmediatamente:

—Mira Carmen, paso de ti, creo que ya hemos jugado demasiado. No me llames ni me molestes más.

Paula se puso de pie, frente a mí:

—Que se joda la zorrita esa, ¿no?

La miré. Aquella pelea de gatas no hacía si no ponerme más caliente. Su mensaje me parecía una tontería. Nada que yo no pudiera arreglar con Carmen. Llevé mis manos a sus cintura y le di un pequeño pico en los labios.

—Así que ya no puedo jugar más con Carmen —le susurré en el oído para después besar sus labios y su mejilla.

—Eso era en lo que habíamos quedado ¿no? —dijo recibiendo un beso en el cuello.

—Sí... es en lo que habíamos quedado pero me lo recompensarás igualmente ¿no?

Paula sonrió y se sentó de nuevo al borde de la cama. Comenzó a desabrocharme el cinturón, sin dejar de mirarme, como diciendo con la mirada "ahora mismo te recompenso".

En ese momento mi móvil que tenía en la mano vibró. En la pantalla ponía "Carmen".

Me puse ciertamente nervioso pero por otro lado estaba enganchado a la adrenalina de todo el jaleo que teníamos montado:

—¿Sí? —descolgué el teléfono sin avisar a Paula.

Carmen, encendida, comenzó a hablar y yo puse el manos libres del móvil. No llegué a entender la primera frase, pero después escuchamos claramente:

—Se que esto lo ha escrito ella, ¿te crees que soy idiota? Se que está contigo porque Álvaro los jueves sale con sus amigos y le habrá dicho a Paula que pasa de quedar con ella.

Paula me bajó los pantalones y calzoncillos, como si le diera absolutamente igual lo que dijera Carmen.

Mi polla salió hacia adelante, como un resorte, en un estado de semi erección. Paula echó la piel de la punta hacia atrás, descubriendo bastante líquido pre seminal embadurnando el glande como consecuencia de toda aquella tarde. Carmen no paraba, indignada:

—Puedes decirle de mi parte que se todo, porque Álvaro se la folla para después contármelo y reírnos de ella.

Paula no solo parecía obviar a Carmen, si no que parecía disfrutar de aquello. Abrió su boca y sacó la lengua, envolviendo la punta de mi miembro con ella. Una ola de calor me hizo estremecer y Carmen continuó:

—Álvaro se muere de risa contándome lo salida que está y como le suplica que cada vez que se la folla no sea la última vez. Me cuenta como se arrastra. Como él la putea. Me cuenta las burradas que ella le escribe al móvil.

—No me imagino a Paula arrastrándose, no me lo creo, Carmen —dije instigándola, y sin dejar de mirar a Paula.

Paula seguía impertérrita ante nuestra conversación. Se sacó la chaqueta y, poniendo las manos sobre sus muslos, metió mi polla en su boca. Se la metió con hambre, marcándose mi polla ya dura dentro de su boca, como consecuencia de meterse casi la mitad.

Aun más calor me envolvió. Ella cerraba los ojos y me la comía sin manos, escuchando a Carmen.

—¿No me crees? Él me lo cuenta todo. Ella no pinta nada. Y tú no te enteras de nada.

—Ya vale Carmen. Parece que estás celosa.

—¿Celosa? ¿Eres imbécil o qué te pasa? ¿Sabes que el viernes vino al salón mientras dormías, a suplicarle a Álvaro de todo, y Álvaro la echó?

Cuando creía que Paula no aguantaría más, que lo negaría o que me cogería el móvil para colgar, lo que hizo fue llevar sus manos a mi polla y comenzar a hacerme una comida de polla increíble. Totalmente fuera de sí.

Yo sentía un placer inmenso cada vez que Paula golpeaba la punta de mi miembro con su lengua. Tras unos segundos chupando apartó la boca de mi miembro y se descubrió un glande oscuro y empapado, y un reguero de saliva que unía sus labios con mi polla.

Creí morir de morbo. Para colmo Carmen no tenía parada:

—La echó del salón, joder. Acababa de hacerlo conmigo y vino a mendigar a ver si se la follaba también a ella.

—No te puedo creer eso, Carmen. ¿Qué le decía?

Se hizo un silencio. Pensaba que Carmen me deleitaría contando aquella conversación mientras Paula volvía a engullir mi polla hasta la mitad, terriblemente cachonda.

—Mira, vete a la mierda, tío. Paso de contarte más para que te pajees como un cerdo. ¿Te crees que no sé para qué me preguntas esas cosas?

Carmen colgó y Paula separó de nuevo su boca de mi polla. El reguero de mi pre seminal y su saliva era increíble, tanto que por el propio peso ese hilo de líquido blancuzco acabó cayendo sobre su camisa rosa, a la altura de sus tetas. Su cara de vicio era totalmente desconocida para mí.

—¿Es eso cierto, Paula? ¿fuiste al salón a ver si había suerte y te follaba a ti también?

Ella me miraba, sonrojada, casi ida.

—¿Es cierto, Paula?

Ella no respondía pero su cara de puta, terriblemente acalorada, lo decía todo.

—Bueno, creo que ahora te toca dejar las cosas claras a ti. —le dije echándome hacia atrás y subiéndome los pantalones.

Fui al salón recomponiendo mi ropa y cogí su móvil del bolso. Volví al dormitorio y le di el móvil a Paula.

—Venga, llámale.

—Mejor le escribo —dijo con una cara extraña, algo sumisa.

—No, déjate de juegos. Llámale y acabamos con esto.

—Está bien, está bien.

Paula le llamó. De nuevo ella sentada al borde de la cama y yo de pie frente a ella. Un tono... dos tonos... y... se cortó.

—Me ha rechazado la llamada.

—Llámale otra vez.

—¿Para qué? ¿Qué más te da? Le llamo en un rato.

A los pocos segundos sonó un mensaje en su móvil. Ella lo leyó y me lo dio a leer a mí. Álvaro le escribía:

—Estoy por ahí y estoy ocupado. Vengo de estar con María. Ya sabes, la hermana de tu novio. En serio, estáis en la mejor edad.

Una rabia me recorrió todo el cuerpo. Era tal la ira que en seguida le escribí:

—¿Te estás follando a María también?

Inmediatamente después de escribir eso le devolví el móvil a Paula. De golpe me vi desde fuera. Y me vi ridículo. Salí del dormitorio aun sin saber a donde ir. Llegué al salón y me pregunté qué narices estaba haciendo; permitiendo que un crío se follara a mi novia y ahora acojonado porque se estuviera follando también a mi hermana, ¿a cambio de qué? ¿a cambio de mantener contacto con Carmen? ¿Qué clase de acuerdo tácito era ese? De golpe un partido que me parecía que iba igualado, o casi, descubrí que lo iba perdiendo 7—0. Allí, en el salón, me preguntaba cómo no lo había visto antes.

No ayudó a tranquilizarme que Paula apareciera en el salón, con su móvil en la mano, diciendo:

—¿Estás loco? ¿Cómo le escribes eso?

Me quedé en silencio pero matándola con la mirada.

—Se te va la olla. Cómo va a tener nada con María. Se te ha ido de las manos.

—¿A mí? —pregunté furibundo— ¿Que se me ha ido de las manos a mí?

—Mira, habíamos quedado en pasar de ellos dos. Ya lo habíamos hablado. No sé qué te pasa ahora.

Se me ocurrían mil cosas que decirle. La fundamental, que no era justo que ella hubiera follado no se cuantas veces con el chico y yo nada con Carmen, pero ciertamente sonaba a pataleta hablar de justicias e injusticias en un tema así.

—¿No? ¿No lo habíamos aclarado ya? —insistió Paula.

—Paula, vamos a ver —intenté tranquilizarme— Lo que ha pasado aquí no ha sido digamos… un intercambio, un… tú con Álvaro y yo con Carmen un par de veces y a volver a la normalidad. No. Aquí lo que ha habido han sido unos cuernos monumentales con, además, no sé cuantas mentiras de por medio.

—Pues mira, si tú no has sido capaz de follarte a Carmen no es mi puto problema.

Una ira me recorrió todo el cuerpo. No me creía que me estuviera diciendo eso.

—No lo dices en serio —alcancé a decir completamente encendido.

—Claro que lo digo en serio. Desde el momento en que te quieres follar a esa cría para mí ya es lo mismo.

Me quedé en silencio de nuevo. En una calma tensa, insostenible.

—Mira Paula, el problema más allá de que yo haya sido el puteado en todo este tema, es que no me fio de ti.

—No te fías de mi porque te crees todo lo que te cuenta esa cría.

—Bueno Paula, creeme que prefieres que no te diga lo que sé porque he visto con mis propios ojos.

En ese momento sonó un mensaje y el móvil que tenía Paula en la mano se iluminó.

Paula me miró para inmediatamente después leer en su móvil. Se puso colorada. No sabía interpretar si sentía enfado o qué era, pero desde luego la había alterado.

—Déjame ver.

—No.

—¿Cómo que no? Cómo me…

—Está bien, está bien, —me interrumpió.

Cogí su móvil y leí:

—¿Follarme a María? Ojalá. Estoy en ello pero ella es otro nivel.

Ese “ella es otro nivel”, me había parecido que contenía un tremendo desprecio hacia Paula. Y me daba la sensación de que ella también lo había interpretado así.

—Muy bien, Paula. No solo te dejas follar por un crío si no que aun encima...

—¿Aun encima qué? —dijo Paula. Seria.

—Pues que aun encima te trata así…

—¿Así? No me hagas reír. Es un poco chulo, sí, ya lo sé. Pero al menos…

—¿Al menos qué?

—Pues… que al menos después remata la faena.

—¿Ah si?

—Pues sí. ¿O te crees que yo no sé como te trata Carmen a ti? Cómo te deja a medias. Como te hace pajas y te insulta después… como no te deja casi ni que la toques.

—¿Cómo coño sabes eso?

—Joder, ¿qué te crees? Carmen se lo cuenta a él y él me lo cuenta a mí.

De nuevo se hizo otro silencio. Yo miraba a Paula que parecía estar segurísima de todo lo que decía.

No entendía cómo habíamos llegado a aquella bronca. Hacía diez minutos estábamos en su dormitorio, a punto de follar. No sabía qué había pasado.

—Mira —prosiguió Paula— no tengo ninguna duda de que sabes muchas cosas que he hecho yo con Álvaro porque a la vista está que ellos se lo cuentan todo. Yo también se mucho de lo que has hecho con Carmen y me he hecho la loca porque creo que es la única forma de pasar página.

—¿Pero qué dices de pasar página, Paula?

—Pasar página, lo que hemos hablado cincuenta veces.

—A ver, dime, ¿qué hacemos aquí? —pregunté.

—¿Cómo que qué hacemos aquí?

—Sí. A ver. ¿Te das cuenta? Estamos aquí porque Álvaro hoy tiene otros planes.

—Venga, no me vengas con eso —interrumpió ella— pero si si te llama Carmen sales corriendo.

—Pues igual ese es el problema.

Se hizo otro silencio. Todo se estaba destapando de manera improvisada. En una conversación que tendría que haber salido hacía semanas. Intentaba pensar con la cabeza, y eso hacía, pero las ganas de follarme a Paula no desaparecían. Es más, en el fondo sabía que no solo el ansia de aclarar las cosas me mantenía en su casa, si no también porque el ansia de follármela seguía allí.

—Está bien, está bien. ¿Y qué solución das? —preguntó.

—Está muy claro. Ya te lo he dicho antes aunque tú no lo quieras entender porque no te conviene. A día de hoy esto son unos putos cuernos. No un intercambio. Mira, te voy a ser sincero, a pesar de haberte dicho que iba a pasar de Carmen, no es verdad, me la quiero follar —le dije acercándome.

Ella me mantuvo firme la mirada y yo proseguí:

—Me la quiero follar aunque solo sea una vez. Y hasta pensé en ir a la fiesta esa que van a dar a ver si allí me la follo.

—Me parece genial. Te lo digo en serio —nos hablábamos a escasos centímetros— ¿Y qué más?

—Me la pienso follar porque tú has estado zorreando con ese crío lo que te ha dado la gana y ahora me toca a mí. Así que… tú vas a pasar de él porque ya has tenido lo tuyo y yo me la voy a follar a ella y así estaremos en paz.

—Me parece bien… —dijo ella en tono serio, susurrándolo en mi oreja, haciéndome estremecer.

Yo no sabía si estábamos enfadados, si nos odiábamos o si nos deseábamos. O quizás todo junto. En mi cabeza resonaba un “cómo has sido tan puta de follarte a ese crío”. Un impulso imparable por follármela apareció de repente por lo que mis manos fueron a su cintura y mi boca atacó la suya. Nuestros labios se juntaron, abrí la boca y ella me correspondió. Nuestras lenguas jugaron un instante, excitadas, encendidas y yo sentí un tremendo deseo, a la vez que cabreo, pues sentía que aquella boca, aquel cuerpo era mío. Sentí una tremenda sensación de posesión hacia Paula, algo que nunca había sentido.

—No quiero que folles más con ese crío… —le susurré al oído mientras colaba mis dedos por su oscura melena, tirándole un poco del pelo

—Está bien… ahora te toca a ti. —respondió ella llevando sus manos a mi trasero, sobre mi pantalón.

Nos dimos otro beso. Más largo. Un morreo en toda regla durante el cual una de mis manos se mantenía fuerte entrelazada en su melena y la otro fue abriendo, uno a uno, los botones de su camisa. Mi lengua fue de jugar con la suya a su cuello cuando ella susurró:

—¿Y cómo vas a hacer? ¿Cómo te la vas a follar en la fiesta?

Le mordí el cuello y comencé a sobar sus tetas sobre su sujetador. Impregnaba su cuello de saliva y alternaba allí besos con pequeños mordiscos y cada vez que le mordía ella apretaba más fuerte mi culo:

—Pues tú vas a entretener a Álvaro y ya la convenceré yo de que nos toca a ella y a mí de una vez—dije sin pensar, soltándolo sin estar seguro ni de lo que decía, ni si a mi me parecía buena idea.

—¿En serio? ¿Has maquinado eso? —preguntó ella recibiendo mis mordiscos y llevando sus manos adelante, para abrirme el cinturón.

—Se me acaba de ocurrir.

—No te creo.

—Creéme...

—Oye… pues no está mal —dijo bajándome los pantalones y calzoncillos de un tirón.

—¿El qué no está mal? ¿Mi plan o esto? —pregunté agarrándome la polla que estaba casi completamente erecta. Mirándola, terriblemente cachondo.

—Las dos cosas…

La tensión se cortaba con un cuchillo. Antes la tensión por mi enfado. Ahora la tensión sexual

—Déjame a mí —dijo agarrándome la polla con fuerza y comenzando a masturbarme muy lentamente.

Me dejé hacer y la miré, con la camisa abierta, su melena despeinada como consecuencia de tanto magreo, su sujetador negro, su pantalón de traje y tacones… en ese sentido me daba algo que Carmen no me daba; ese componente de mujer madura de verdad, de especie de ejecutiva agresiva… seguro que unos cuantos de su empresa se pajeaban a gusto pensando en ella y yo la tenía allí, pajeándome y con los ojos llorosos de deseo. Quizás no tenía el cuerpazo de Carmen pero tenía otras cosas.

Me la agarraba con mucha fuerza y tiraba de mi polla hacia ella, sin dejar de mirarme. Una de mis manos fue a su boca, sobre sus labios, y pronto comenzó a chupar mi dedo. Me chupaba el dedo y me pajeaba con una cara de zorrita que yo no le conocía. No la veía ya como mi novia, pero en aquel momento eso sumaba más que restaba.

—¿Me la quieres arrancar? —pregunté al notar cómo aun me pajeaba con más fuerza. Ella no solo no respondió si no que chupaba mi dedo con más lujuria.

Mi otra mano fue a su sujetador, que bajé de un tirón, descubriéndose unas tetas redondas y firmes, con unos pezones rosados, con una areola grande, más grande quizás de lo que deberían ser en contraste con sus tetas medianas. Las acaricié sutilmente un instante. Las tenía calientes. Estaba caliente. Retiré mis manos para contemplar como sus tetas se movían levemente por el vaivén de su brazo y como sus pezones crecían por la excitación.

Estuvimos así unos segundos en los que solo se escuchaba el retintineo del chocar una pulsera suya contra su reloj, como consecuencia de la paja que me hacía. Era un sonido rítmico, casi hipnótico. Miré hacia abajo y vi mi polla oscura y dura y su mano moviendo mi piel adelante y atrás. Miré hacia adelante y vi su cara de zorra, cachondísima, con su camisa abierta y sus tetas sobre el sujetador… si seguía poniéndome aquella cara y pajeandome a aquella velocidad me correría en seguida.

El sonido del retintineo fue tapado por ella que preguntó:

—¿Y crees que me hará caso? ¿Estando allí Carmen y tanta niña?

—Seguro que le puedes ofrecer algo —dije acercando

mi boca a la suya.

La besé en los labios mordiendo su labio inferior. Después bajé y le mordí el cuello. Después baje más y lamí su escote, y luego aun más, recogiendo una de sus tetas con la mano y metiéndomela en la boca. Rodeé el pezón con mi lengua y posteriormente mi boca fue a su otra teta. Le llegué a morder sutilmente y ella sufrió un espasmo, y me lo pagó pajeándome aún más fuerte, tanto que ya sentía que podía correrme en casi cualquier momento.

—Está bien… —gimió ella. Ya más entregada al placer que a seguir hablando.

Las seguía lamiendo y mordiendo, las noté duras como pocas veces, con los pezones que se ponían cada vez más y más grandes. Le bajé más el sujetador, de otro tirón, con fuerza, y mi otra mano fue a su entre pierna. A la altura de su coño. Sobre el pantalón. Posé dos dedos allí y apreté con fuerza. Ella gimió tímidamente en mi oído… Estábamos realmente cachondos.

En ese momento vibró mi móvil en mi pantalón. Los dos lo notamos. Dejé que siguiera vibrando mientras mis dedos frotaban sobre su fino pantalón y mi boca abandonaba sus tetas para besar su boca.

Aquella vibración cesó y Paula me sujetó la polla con las dos manos. Jugaba con mis huevos y retiraba la piel de mi glande ahora con lentitud. Nuestras lenguas comenzaron a jugar en el aire, en besos realmente guarros. Cuando mi móvil comenzó a vibrar de nuevo.

—Respóndele— dijo Paula en un tono bajo. Como si estuviera casi drogada por la excitación.

Rebusqué en mi bolsillo mientras la dichosa vibración no cesaba. Paula, mientras tanto, se sentó en el sofá frente a mí.

Vi que era Carmen. Como siempre me puse algo nervioso pero decidí descolgar. Mirando hacia Paula.

Carmen comenzó entonces medio a disculparse por haberme colgado y por la llamada anterior. Yo la escuchaba sin entender muy bien de qué iba. Algo me decía que no me llamaba solo para eso. No le pegaba nada, hasta que después de un “vale, sí, está bien” mio ella me dijo:

—Bueno... y esto… mira… ¿estás libre esta noche? —su tono era diferente. Si sus disculpas habían sido en un tono de son de paz ahora hablaba de forma casi melosa.

—Pues… Sí... ¿Por?

—¿Podemos quedar?

—¿Ahora?

Yo miré a Paula mientras me subía los pantalones y ella, en voz baja, me dijo:

—¿Es ella? ¿Es Carmen?

Negué con la cabeza y escuché a Carmen:

—Sí, ahora… mira… no sé… Estás en casa de Paula, ¿no? Se más o menos donde es. No estoy muy lejos. ¿Te vas de ahí y nos vemos de camino?

—¿Pero para qué?

—Venga… no me hagas decirlo, joder… está claro para qué.

Algo me subió por el cuerpo de repente. Ya no era lo que decía si no su tono. Parecía que Carmen había decidido romper la baraja. Que igual que yo estaba harto de ser el tonto de la ecuación Carmen había pensado lo mismo o algo parecido.

Yo intentaba ganar tiempo. Me parecía demasiado fácil como para ser verdad. No sabía qué hacer.

Me quedé un momento en silencio mientras miraba como Paula se cerraba la camisa pero sin dejar de mirarme con deseo. Carmen me repitió que quería verme, que quería quedar, mientras yo le decía a Paula en voz baja:

—Es mi hermano.

—¿Y qué le pasa? —respondió.

—Está bien, está bien. Voy ahora —le dije a Carmen.

Justo tras colgar Paula preguntó:

—¿Pero qué pasa?

—Nada, mi hermano… que... necesita sus llaves y yo tengo una copia.

—¿Ahora?

—Sí…

—¿Te vas a ir ahora?

No sabía como me había metido en aquella mentira de repente. Pero aquella llamada de Carmen… era la señal de debilidad que llevaba semanas esperando.

—Qué remedio. Menos gracia me hace a mí —respondí.

Paula pareció creerme y no le quedó más remedio que aceptar que me fuera.

Nos dimos un morreo de despedida y quedamos en llamarnos al día siguiente.

Tan pronto salí por la puerta le escribí a Carmen preguntándole donde estaba. Me respondió la calle en la que se encontraba y le dije que yo había aparcado a una manzana de casa de Paula, que la esperaba dentro del coche.

Ella aceptó y yo caminé esos metros hasta mi coche...