Sexo, mentiras y noches de verano (5)
Sigue la historia con mi sobrina, su novio y mi novia.
—Si quieres se lo digo yo— insistió Carmen— no tengo ningún problema.
—¿Pero se puede saber qué quieres? ¿Qué sacas tú de todo esto?
—Que es una zorra mentirosa, que no la aguanto, y que le quiero ver la cara cuando le digas que lo sabes.
—Carmen, cuando se lo diga no va a ser ni aquí, ni ahora, ni contigo delante.
Yo estaba ciertamente tenso, intentaba mostrar seguridad y ahuyentar a Carmen, pues la veía capaz de encararse con Paula y hasta de enseñarle los videos allí mismo. Yo no quería ninguna escena. No sabía qué quería pero que se montara una batalla allí seguro que no.
—Eres capaz de no decírselo… yo creo que no tienes huevos.
—Carmen, no es tu puto problema. ¿Por qué no te vas ya?
—Pues sí… me voy a ir. Aunque me da vergüenza ir así por la calle –dijo en clara alusión a haberla manchado.
Nos quedamos en silencio, de nuevo esa imperiosa necesidad suya de calentar.
—¿Has visto cómo me has puesto? –dijo tirando un poco de su camisa hacia adelante.
Era de locos cómo me excitaba aquella niña y como ella lo sabía. Yo la miraba… despeinada y sudorosa… las manchas de semen en su ropa… y me moría por besarla… por follármela allí mismo, y no salirme de su cuerpo aunque apareciera Paula.
—Sí, he visto…
La verdad es que a la altura de su teta derecha, la camisa ya no era azul clara si no azul oscura, como consecuencia de aquella mancha de un tamaño considerable.
Ella se acercó más a mí:
—¿Pero tú sabes que esa manera de correrte no es normal, no?
Con su cara a escasos centímetros de mí y con su camisa manchada, me daba la impresión hasta de poder oler el semen que ella había intentado limpiar.
—¿No es normal? –le respondí, sabiendo que ella quería jugar aun más fuerte.
Quizás que Paula estuviera en casa era un punto extra para ella.
—Joder, yo creo que soltaste seis o siete chorros… eso es muchísimo, tío…
En ese momento escuché a Paula salir del dormitorio. Me aparté un poco de Carmen y me quedé en silencio, pensé que se acercaba a nosotros pero entró en el cuarto de baño.
—La acabas de ver follando con Álvaro pero se acerca y te apartas de mí… —dijo pegándose a mí de nuevo.
Posé una mano en su cintura, nos miramos. Aunque estuviera Paula allí no podía evitar desearla… subí la mano hacia aquella teta que estaba manchada y llevé mi boca a su cuello. Ella apartó mi mano y esquivó mi beso.
—Joder, cerdito, ¿te acabas de correr y quieres más? –ella decía aquello pero no se apartaba.
Otro silencio eterno entre los dos. Pegados. Y ella sin dejarme tocarla.
Pensé en voz alta:
—Pero qué quieres, Carmen.
—Quiero que me des una camiseta o una camisa de ella. No puedo salir así a la calle.
—Estás mal de la cabeza.
—Pues dame una americana para taparme un poco.
—No tiene casi ropa aquí y aunque la tuviera no te la iba a dar.
La veía con ganas de liarla, con ganas de salir de allí ganadora. Aquella mezcla entre niña caprichosa y mujer maquiavélica no podía salir de allí sin su pequeño triunfo, y apartarse de mis besos o apartar mis manos ya no le parecía suficiente. Aquello de pedirme ropa de Paula no era más que una excusa para provocar un incendio.
—Dime porque sueltas tanto… ¿Con Paula echas tanto o es solo conmigo?
—No lo sé, Carmen.
—¿Pero no os reconciliasteis ayer de noche? No entiendo que hoy estuvieras tan cargadito…
Carmen hablándome de la cantidad de semen que había eyaculado sobre ella… con sus labios a escasos diez centímetros de los míos... Realmente tenía un don para saber cómo calentar… pero sabía que un intento de besarla sería en balde pues ella se apartaría; ella estaba deseando que yo lo intentara.
—Sí, nos reconciliamos.
—¿Entonces…?
—Será que siempre suelto eso, no me pareció para tanto.
Cada segundo que pasaba en el que yo no intentaba tocarla era un triunfo mío y una derrota suya.
Paula salió del baño, sacándome de aquella intensa conversación, y se acercó, me aparté de Carmen y Paula dijo bastante agresiva:
—¿Tú no te ibas, niña?
Me temí lo peor. Carmen se quedó en silencio. Llena de rabia. Como cuando un adolescente recibe la bronca de un adulto. Pensé que iba a explotar. Cuando esbozó un “sí, sí” bastante sumiso yo cogí aire.
Cogió el bolso que había dejado en el sofá y se marchó en silencio. Cuando cerró la puerta suspiré de alivio.
—No soporto a esa cría. Vaya aires lleva. Va más estirada que un palo. A ver si se le pasa la tontería –dijo Paula mostrando un odio y una tirria que hasta me llegó a sorprender.
—¿Salimos a comer o comemos en casa?
Yo no podía comer con ella como si nada, no después del video.
—Oye, Paula… lo de anoche estuvo muy bien… pero creo que con todo lo que ha pasado estas dos semanas igual sería mejor tomárnoslo con más calma.
—¿Qué dices? No entiendo ¿No quieres comer… o me estás echando?
—No, no, no… —la interrumpí— bueno, sí, prefiero pasar el resto del día solo, la verdad.
—¿Pero quieres un… descanso de esto o…? Es que no entiendo, mira, cada vez que vienes de estar con esa cría apareces con una cosa rara.
—¿Qué dices, Paula? No tiene nada que ver con Carmen, tiene que ver con que me has confesado cosas bastante fuertes ayer y quiero coger un poco de espacio.
—Pues cuando anoche estábamos follando no te importaban tanto las cosas fuertes. –ella no parecía aceptar un no por respuesta, tenía que ganar también todas las conversaciones, y yo me estaba cabreando.
—¿Pero qué tiene que ver? ¡Aun tendrás más que decirme después de todo!–grité.
—Está bien, está bien –dijo yéndose al dormitorio a por sus zapatos y el bolso.
Volvió y pasó por delante de mí.
—Vale, te dejo solo, que es lo que quieres, pero no me digas que es normal que estés perfectamente conmigo, te deje a solas con esa puta 5 minutos, y me vengas con que necesitas estar solo.
No respondí, dejé que se marchara, si le respondía sería para confesarle que sabía todo y eso significaría tenerla en mi casa media hora más, discutiendo y, sinceramente, no me apetecía.
Esa tarde no solo salí a correr si no, aprovechando el neopreno que había ido a buscar, fui a nadar también. Mi intención no era desconectar, pues era imposible, si no ordenar las ideas.
Con respecto a Paula la cosa había cambiado. El vídeo era la confirmación de dos cosas, la primera era que era cierto que estaba follando con el chico, la segunda era que efectivamente era innegable que me ponía lo que tenía con aquel crío, no lo podía evitar. Hasta me excitaba más el hecho de que ella me lo ocultase. Si en vez de Álvaro fuera alguien de nuestra edad o alguien con quién pudiera mantener una relación la dejaría, pero ¿aquel crío?, era tan obvio que era solo sexo que no me llegaba a doler demasiado. También sentía que Carmen era trasversal en todo, el hecho de estar Carmen tan presente en mi vida hacía que todo me excitase más, lo de Paula y Álvaro sin la existencia de Carmen no me haría demasiada gracia, pero al tener yo el objetivo de Carmen todo cambiaba.
Descartaba dejar a Paula por aquello. Además, dejarlo con Paula podría suponer también romper mi vínculo con Carmen, ya que lo que me unía a Carmen era la relación Álvaro—Paula, era ese juego que a Carmen le divertía o le excitaba que consistía en ponerme cachondo contándome lo que hacían ellos dos.
Pensé que la mejor opción podría consistir en, simplemente, apartarme un poco de Paula, decirle que tenía mucho trabajo, quedar mucho menos, cada 3 o 4 días, darle su espacio para que ella quedara con Álvaro y, al producirse eso, que Carmen siguiera mandándome mensajes o presentándose en mi casa para contarme las infidelidades de Paula.
Sin duda el plan tenía flecos pues no sabía como iba a reaccionar Carmen cuando se enterase de que yo no le había confesado a Paula que lo sabía todo. Tampoco sabía si un día Carmen se aburriría de aquel juego o si Paula no acabaría encaprichándose del chico, aunque en aquel momento lo veía difícil.
También tenía la sensación de que para Carmen todo aquel lío pudiera ser ligeramente humillante. Alguna vez ella había dicho algo parecido a “esos dos follando por ahí”, como si ellos fueran los ganadores y nosotros los perdedores, por lo que quién sabe si no decidiera en algún momento vengarse de ellos follando conmigo. No me importaba ser un instrumento de venganza si eso implicaba follarme a aquella locura de chica.
Otro problema era el punto de partida de mi plan: ese lunes, ese martes y ese miércoles, solo, sin quedar con Paula, sabiendo o sospechando, que se estaría follando al chico, y yo mirando mi móvil, esperando a que Carmen tuviera a bien dar señales de vida, tuviera a bien contactarme para seguir jugando.
Eso sí, todo habría valido la pena si ese “seguir jugando” de Carmen derivase, por fin, en yo follándomela.
Me acosté esa noche con las ideas más claras, pero desconfiando aun bastante de mi plan. No había tenido noticias de Paula, lo cual no me sorprendía, conociendo su orgullo.
Iba a poner la alarma en el móvil cuando leí un mensaje. Era Carmen:
—No le has dicho nada a Paula, cerdito, mira qué eres… en el fondo te pone y no quieres que Álvaro se la deje de follar.
No sabía si tenía información de primera mano o era un farol. Respondí:
—Puede ser…
—Ya, ya, qué cerdito. Oye, ¿echas de menos mis bragas?
—También puede ser. Podrías traerme otras. –A través del teléfono me atrevía a decirle cosas que no le decía cara a cara.
Ella respondió con unos emoticonos con forma de nariz de cerdo.
—¿Sabes si van a quedar? –pregunté, haciendo caso omiso a sus insultos de cría.
Ella no respondió y yo estuve mirando el móvil cada cinco minutos durante una media hora hasta que me quedé dormido.
Al día siguiente, cuando me desperté para ir a trabajar, vi que Carmen al final sí me había escrito, sobre la 1 de la madrugada:
—No te voy a hacer de narradora de lo que hagan.
No podía negar que aquello había sido un duro golpe, aunque aquella cría podía decir algo para inmediatamente hacer lo contrario, así que intenté no alarmarme.
Ese lunes a penas pude concentrarme en trabajar. El vídeo de Paula follando y Carmen sentada en mi cama recibiendo mi orgasmo se cruzaban en mi mente cada minuto. No suficiente con eso actualizaba instagram cada 5 minutos por si Carmen subía alguna foto. Hasta entraba en los instagrams de sus amigas por si subían fotos con ella, tal era mi obsesión aquel día. Era curioso como a pesar de haber visto trescientas o cuatrocientas fotos suyas cada foto nueva que subía era como si fuera diferente y disparaba mi líbido.
Llegando a casa comprobé que había subido una foto nueva. Realmente nada especial, una foto en la que llevaba pantalón blanco y un top blanco, morenísima, una foto que se habría sacado aquel verano, no era reciente, como si hubiera tirado de reservas. No me importó, me tiré en cama y me masturbé imaginándomela en mi cama, yo bajándole esos pantalones blancos y bragas, por fin… y enterrando mi boca y mi lengua en aquel coño que yo había visto fugazmente pero que mataría por oler y no digamos por lamer… Me la imaginé tumbada boca arriba en mi cama y yo comiendome su coño, alargando mis manos hasta agarrar sus tetas y, cuando en mi imaginación, ella gimió, exploté en un orgasmo intenso en su clímax, pero posteriormente insatisfactorio; A aquellas alturas necesitaba que aquello pasase realmente. Me veía tan cerca de follármela que hacerme la enésima paja me parecía un paso atrás.
Como si me leyera la mente Paula me escribió y yo fui respondiendo de forma seca. Ella terminó llamándome y tras negarme yo a quedar por tener trabajo ella lo aceptó sin mayor protesta.
Le había dejado la noche libre a Paula, a huevo para que invirtiera ese tiempo en follar con Álvaro, quién sabe. “Ojalá”, pensé.
Me sorprendía a mí mismo de cómo asumía mi plan sin pizca de remordimiento, sin rastro de dolor de imaginármela con él. De hecho pensé que ojalá aquel vídeo estuviera en mis manos, para verlo con calma y disfrutarlo como se merecía.
Sobre Carmen, en principio quería tardar en escribirle tras aquella respuesta suya, pero aquella noche no pude más:
—No pretendo que me hagas de narradora pero no estaría de más que me contaras bastantes cosas de las que sabes.
Me quedé dormido sin haber recibido respuesta. Y me desperté también sin noticias.
El martes me fue imposible no quedar con Paula. Habría sido demasiado descarado y yo no quería desvelar mis cartas. Nada especial, tomar algo después del trabajo. Intenté que no se notara que yo no estaba como siempre, pero ella no tardó dos minutos en preguntarme qué estaba pasando. Empecé a olerme que ella sospechaba seriamente que yo sabía todo. Negué que pasara nada y ella lo aceptó. Hasta que llegué a casa y ella me escribió:
—Espero que no estés así de raro por algo que tenga que ver con la putita de tu sobrina.
La “putita” de mi sobrina no me hacía el menor caso por whatsapp y yo empezaba a estar realmente preocupado porque ella se hubiera cansado del juego.
La cosa no mejoró cuando el miércoles tampoco me contestó y cuando el jueves me la encontré, a ella y a María, cerca de la casa de ésta. Las vi de lejos y mi corazón se disparó. El encuentro era inevitable caminando por la misma acera y en caminos convergentes. Fue algo rápido, cinco minutos en la acera, en los que María habló mucho y Carmen ni me miró; cinco minutos en los que yo estuve nervioso y pendiente de una mirada o alguna señal por su parte pero no hubo nada. Iba toda pija y toda digna, mirando a los lados durante la conversación, con sus escorzos de cuello y sus movimientos de melena y sus ojeadas al móvil. Como siempre como si fuera objeto de un “reality” en el que la estuvieran permanentemente grabando por la calle. María hablaba y yo miraba de reojo como se notaban las tetas a Carmen bajo la camisa blanca y pensaba: “Qué polvazo tienes”.
Solo soltó un “adiós” y yo me quedé con mal cuerpo. Ella tenía la sartén por el mango, si ella no quería jugar más yo poco podría hacer. Me di un día de margen, si la cosa no cambiaba hablaría con Paula, le diría que lo sabia todo, y le diría también lo que había hecho yo con Carmen.
Esa noche de jueves hablé con Paula por teléfono y quedamos en ir al cine la noche siguiente.
Cenando solo en casa miré instagram una vez más. No me lo podía creer. Carmen había subido una foto, con la ropa con la que la había visto aquel día, una foto al espejo, pero como si no llevara sujetador, como si se lo hubiera quitado para la foto, no es que la camisa estuviera desabrochada pero se notaba uno de los pezones claramente bajo la ropa. La escena era brutal. Podría ser cierto que tenía fotos en bikini más explícitas, pero aquel pezón que se notaba allí debajo… el pelo alborotado y la cara sacando morros con unos labios rojos… daba una imagen tremendamente erótica. Quizás quería fingir ser una foto medio artística, con esos labios pintados y el pelo forzadamente arremolinado, pero vamos… que aquel pezón transparentando la camisa convertía aquella imagen en una escena terriblemente sexual. Ni que decir tiene que me corrí con aquella foto en apenas un minuto. Sin pensar en nada más que en mirar la foto.
Aquella paja me jodió. Pues me parecía que era la última antes de poner las cartas sobre la mesa con Paula y acabar con todo. Cortar yo toda relación con Carmen y Paula con Álvaro.
Llegó el viernes por la tarde y me llamó mi hermano. Me sorprendió bastante, no teníamos mucho trato últimamente. Mi hermano era un chico algo bohemio, para el que pocas cosas tenían importancia pero cuando se ponía serio con algo se ponía. Me empezó a comentar algo de que querían dar una fiesta en la casa de veraneo, pero que él prefería que no y no sé qué más cosas. A mí el tema me estaba dando bastante igual hasta que me dijo que todo el rollo venía porque era Carmen la que quería dar una fiesta de despedida de verano con sus amigos. Me comentó que a él no le hacía mucha gracia que entrara gente extraña en casa, además que Carmen era familia pero de aquella manera, que no había muchas cosas de valor en la casa pero que meter allí quince chavales de veinte años a saber cómo acabaría la cosa, y que María sí que quería dejarle dar la fiesta pues tenía mucho interés en quedar bien con Carmen por ser la hija de su marido. Le pregunté cuándo sería la fiesta, me dijo que el sábado siguiente, que la cosa dependía de mí pues a nuestros padres les daba igual y entre los tres hijos la cosa estaba empatada. Le dije que lo pensaría.
Estaba en el cine con Paula pensando que esa noche, al volver los dos a mi casa, le contaría todo. Era el final de todo aquel juego tremendamente morboso. Yo no podía seguir así. Espiando a Carmen compulsivamente en las redes sociales y sospechando que Paula seguía quedando con el chico. En aquella ecuación solo perdía yo.
Pero llegando a casa me di cuenta de que tenía algo que ofrecerle a Carmen gracias a lo de la fiesta, y que usaría esa última bala.
Una vez en casa Paula y yo nos tiramos en el sofá, bastante cansados, y yo le escribí a Carmen:
—Así que quieres dar una fiesta en la casa el sábado que viene.
Me respondió inmediatamente a pesar de ser la 1 de la madrugada.
—Sí, pero pinta mal. María me dijo que hay gente de la familia que no quiere fiestas.
—Ya… bueno, quizás yo pueda desbloquearlo.
—¿Puedes?
Ella respondía rápidamente.
—Más que “puedo”, “podría”, —respondí.
—Estoy bebiendo con unas amigas, después iremos a una discoteca cerca de tu casa, debe de estar a un par de manzanas. ¿Me paso?
A mí me comenzaron a temblar las manos.
—¿A qué hora? —pregunté.
—No sé. En una hora… hora y media.
Yo intentaba pensar rápido. ¿Qué quería Carmen? ¿Subir a mi casa? ¿Para qué exactamente? ¿Y cómo me podría deshacer de Paula?
—Está bien. Pero no timbres. Llámame al móvil y bajo a abrir.
—Vale.
Mi edificio es un muy grande, con un portal que da a varios vestíbulos, en el que de día hay portero, con un par de sofás de sky algo trasnochados. No podía subir a Carmen a casa pero quizás si pudiera bajar y encontrarme con ella allí si Paula se dormía.
Las noches de viernes suelen ser duras para Paula y para mí, por el cansancio acumulado de la semana. Al rato de escribirme con Carmen convencí a Paula para que se fuera a dormir a cama. Le dije que me quedaría en el sofá acabando de ver la película que estábamos viendo.
A las dos menos veinte de la madrugada Paula dormía en mi cama mientras mi corazón palpitaba a ciento cincuenta pulsaciones y un sudor frío recorría mi espalda. Intranquilo, más bien infartado, miraba el móvil continuamente, esperando la llamada de Carmen.
Volvía a darle vueltas a la cabeza sobre las pretensiones de Carmen; quizás agradecerme que le dejara celebrar la fiesta… ¿Cómo? ¿Contándome algo sobre Paula y Álvaro? ¿O algo más? Yo aun no me había comprometido… ¿querría convencerme? A esas preguntas añadía imaginármela, los dos a solas en aquellos vetustos sofás, en la oscuridad de la noche, ella con ropa de salir… que solía ser bastante impactante, por decirlo de alguna manera suave… más ella recién salida de un botellón o similar…
Sobre las 2 de la madrugada Carmen me llamó y dijo un escueto: “Estoy abajo”. No escuché ruido de fondo, ni su voz parecía de haber bebido, pero habían sido solo 2 palabras.
Me acerqué al dormitorio y comprobé que la puerta estaba cerrada. Cerré la que comunica el pasillo con el salón. Mi objetivo era que Paula no escuchara como cerraba la puerta al irme del apartamento.
Bajé en el ascensor hecho un manojo de nervios. No sabía qué Carmen me iba a encontrar. Que estuviera en plan niña medio borracha insoportable con ganas de marearme era una opción que llevaba unos minutos barajando.
Salí del ascensor y me encaminé hacia el portal. Los vestíbulos estaban oscuros y no encendí ninguna luz. Daba un aspecto casi de hospital abandonado. Hacía calor a pesar de ser de madrugada pero el entorno no podía ser más frío.
Abrí la puerta y la vi. Sola y whatsapeando, para variar. Entró en el edificio sin hablar y sin siquiera levantar la mirada de su dichoso móvil. Unas sandalias con tacón que la ponían casi a mi altura, una falda sedosa marrón y tableada y una camiseta blanca de gasa, palabra de honor, con los hombros al descubierto. Sin escote pero notándose, como siempre, aquel par de tetas bajo la ropa.
Al pasar delante de mi la vi caminar, con esos andares de divina que hacían bambolear su falda a un lado y a otro con cada paso, dejando ver unas piernas que como consecuencia de tanto tacón parecían hasta algo musculadas.
Si había estado tenso imaginándola con qué ropa de salir me deleitaría no me decepcionaba. Estaba realmente potente. Llegué a ponerme en el lugar de cualquier chico de su edad que la viera de noche en una discoteca y le acabase entrando… Cómo sería follarse a una chica como ella conociéndola de una noche...
Me sacó de mis fantasías sentándose en uno de los sofás del vestíbulo. Dejó de teclear en su móvil para usarlo para responder una llamada:
—No sé, no sé, tía. Estoy algo rayada. Es que no lo sé. Mira, te llamo en cinco minutos y me dices dónde estás… Ya… es que yo paso de ella… Sí… venga, vale, chao —había pronunciado todo aquello a bastante velocidad. Sin duda había bebido pero para nada estaba borracha. Siempre que hablaba con sus amigas me parecía mucho más cría que cuando hablaba conmigo.
Me acerqué y de pie frente a ella contemplé como ella sentada guardaba su móvil en el bolso. Había poca luz, la que entraba desde la calle, era un resplandor que nos permitía vernos perfectamente pero que daba cierto ambiente íntimo. Pensaba que esa penumbra me daría cobijo pero ella aun estaba más guapa con ese resplandor y aquello no me ayudaba a relajarme.
—Mira, es un poco raro todo esto ¿no? Quiero decir, yo aquí a las tantas.
—Bueno, yo no te he obligado a venir. —solté aquello e inmediatamente me arrepentí, lo último que quería era resultar cortante.
Se hizo un silencio durante el que fui consciente de mi error. Afortunadamente ella tiró por otro camino:
—Ella está arriba ¿verdad? Por eso estamos aquí, de prófugos o como se diga.
—Sí, está arriba, durmiendo.
—Qué huevos tienes, de verdad —me interrumpió— se folla a Álvaro cuando quieren y tú no le dices nada.
—Bueno, tu novio también te pone los cuernos a ti y sigues con él.
—No compares, tío, yo también hago mis cosas.
—Y yo.
—Sí… tú haces… aunque querrías hacer más, ¿no? —dijo intentando siempre dominarme.
Me mantuve callado. Mirándola. Estaba algo recostada y con las piernas cruzadas. Observé que estaba más maquillada que de día, y realmente no le hacía falta. Tenía los labios pintados de rojo y las sandalias la hacían parecer más mujer fatal, y tampoco le hacía falta.
—Mira —prosiguió— no sé qué quieres. Mis amigas están mirando ya para alquilar un local por si no se puede hacer la fiesta. Yo lógicamente prefiero la fiesta en casa, con la piscina y durmiendo todos allí, pero vamos… que tampoco… quiero decir, poco te puedo ofrecer. Si me vas a preguntar como me preguntas siempre por whatsapp que te cuente como follan esos dos… la verdad es que esta semana he estado a mi bola.
—¿No han hecho nada?
—Creo que sí, pero no lo sé. Parece ser que el lunes. De todas formas no te entiendo. Ya sabes que han follado, has visto el vídeo, no sé qué más quieres.
Mientras ella hablaba me senté en un sillón. Al lado de su sofá.
—¿Pero qué pasó el lunes?
—¿Si te digo lo que sé que pasó el lunes me voy de aquí sabiendo que puedo dar la fiesta?
Lo cierto era que el trato me sabía a poco.
—Depende de qué sepas.
La llamaron al móvil de nuevo. Revolvió en el bolso y descolgó:
—Que sí, tía, que voy ahora, que puto agobio —respondía ella, que de nuevo se ponía de pie.
—Que no, no le digas nada. ¿para qué? —yo no entendía que se traía con su amiga cuando, para mi sorpresa siguió hablando pero se acercaba al sillón en el que yo estaba sentado, dando pasos largos delante de mí. Dos pasos largos, mano a la melena, un “no, tía” y media vuelta para dar otros dos pasos delante de mí. Parecía un pase de modelos en primera línea. Lo que para nada esperaba era que acto seguido se acercase más y se sentase a horcajadas sobre mi. Siguió hablando un par de frases más, ya encima de mí, hasta que colgó y lanzó su móvil hasta el sofá donde estaba el bolso.
Sin más ni más tenía a Carmen encima, con sus manos en sus muslos y las mías que no sabía donde ponerlas.
—Está bien. Tengo un poco de prisa. —me dijo.
Carmen con sus amigas parecía una cría pero conmigo era toda una mujer que parecía saber lo que quería y no dudaba en ir a por ello.
Su aterrizaje sobre mí había sido algo forzado. No sabía si era todo un papel, pero su gesto buscaba mostrar que el acercamiento no era fruto de la atracción si no más bien fruto de un trato, o de un mal necesario. Pero no iba a ser yo quien la apartase.
Olía bastante a perfume y un poco a alcohol. La imagen del contra luz en su cara y en su camiseta era como estar en un sueño. Aquella camiseta blanca de gasa, casi transparente, permitía que se vislumbrase nítidamente un sujetador que a penas ponía contener aquel par de tetas que yo sabía, a ciencia cierta, que eran difíciles de cubrir.
—Lo que sé— continuó— es que Pablo, el compañero de piso de Álvaro, me escribió el lunes por la noche preguntándome si seguía con Álvaro. Yo creo que está deseando que lo dejemos para tantearme... En fin. Que le pregunté por qué y me dijo que estaba en casa y que Álvaro se había subido a una chica a la habitación y que estaban follando. Le pregunté cómo era la chica y me dijo que era mayor, que quizás pasase de treinta.
—¿Y por qué sabía que estaban follando?
Ella sonrió, y tras un breve instante dijo:
—Qué cerdito eres… ¿quieres que te diga que le pregunté eso y que él me dijo que lo sabía porque la oía gemir como loca?
Puse las manos en su cintura. La miré fijamente.
—¿Qué quieres tú Carmen? ¿Has venido aquí a contarme esto? —yo intentaba parecer seguro. Siempre parecer el adulto, el maduro, el que era 15 años mayor que ella, aunque realmente me temblaba todo el cuerpo.
Ella acercó su cara a la mía y dijo muy cerca de mi boca:
—Quiero que me digas si realmente me quieres para que te cuente como follan o si me quieres para otra cosa.
Volvió a alejar su cara de la mía, dándome aire, pero con su culazo permanentemente sobre mis piernas. Yo, un poco escurrido en el sillón miraba de abajo arriba; estaba imponente, y ella lo sabía. Alcancé a decir:
—¿Si te quiero para qué otra cosa cosa?
—¿No se te ocurre nada?
—Se me ocurren muchas…
—Pues di una. —dijo seria.
Más que por decir, opté por hacer. La miré y tembloroso comencé a tirar sutilmente de su camiseta hacia abajo. Al ser con los hombros al descubierto y solo estar sujeta por una goma elástica la camiseta bajaba sin problema. La bajaba sin dejar de mirarla. Pensando que en cualquier momento me detendría. La camiseta fue bajando y fue descubriéndose su sujetador. Yo la miraba, ella me miraba, no sabía de dónde sacaba fuerzas para aguantarle la mirada pero lo conseguí hasta bajarle la camiseta lo suficiente como para dejar su sujetador completamente al descubierto.
—¿Ya está? —preguntó echándose ligeramente hacia atrás y quitándose las mangas de la camiseta, que quedó ya solo colocada en la cintura, viéndose claramente aquellos enormes pechos dentro de un inmenso sujetador blanco.
Llevé mis manos a su culo, cada mano a una nalga, sobre la falda, pero ella las apartó rápidamente.
—Schh… —pronunció irritándome— Yo creo que así está bien, ¿no? Te he contado que Paula y Álvaro han follado el lunes y ahora me has visto así… ya tienes una imagen para guardarla en la mente y hacerte una paja de las tuyas.
—Así está bien, ¿tú crees?
—Sí.
—¿Entonces subo y me hago una paja pensando en ti?
—Seguro que tú querrías que te la hiciera yo.
—No sería la primera vez.
—Sí, y me dejaste perdida. Y ni me pediste perdón.
—Si quieres te pido perdón ahora.
—Ahora no vale.
Tenerla encima de mi, con aquel enorme sujetador blanco a escasos centímetros de mi cara… su perfume, su melena rubia, sus labios… yo no podía seguir hablando. A penas podía razonar. Ya no sabía ni lo que decía, no sabía ni de qué demonios estábamos hablando. Algo salió de mí queriendo avanzar:
—Quítate el sujetador y tienes tu fiesta.
—No voy a hacer eso. —dijo inmediatamente. Nos quedamos en silencio y ella se retiró. Se puso en pie y yo, decepcionado, dije:
—Pues no hay fiesta.
Otro silencio que ella utilizó para subirse la camiseta. Ya recompuesta, como si no hubiera pasado nada, dijo:
—Mira, hacemos una cosa: me lo quito arriba.
—¿Qué?
—Vamos arriba y allí me quito el sujetador. No tienes huevos.
Me quedé pensando, era una locura subir a Carmen a casa con Paula durmiendo, pero el premio era realmente tentador.
—¿En serio? —no acababa de creérmelo.
—Arriba me lo quito. Te lo juro.
—Está bien —dije poniéndome en pie. Ella cogió su bolso y nos dirigimos al ascensor en silencio.
Subimos los 5 pisos del ascensor también en silencio. Dudé en atacarla allí pero me olí su enésimo corte. Antes de que me diera cuenta las puertas del ascensor se abrían y yo sacaba las llaves para abrir la puerta, con Carmen a mi espalda. Abrí intentando no hacer ruido. El salón estaba a oscuras y no encendí ninguna luz. Tras de mí entró una Carmen que caminó con decisión y sus tacones hicieron tanto ruido que creí que no solo habría despertado a Paula si no a todo el edificio.
Me senté en uno de los sofás esperando que ella se sentase a mi lado pero ella se sentó en el otro, en diagonal a mí. Entraba luz de la ciudad por la ventana dando una luminosidad similar a la del portal o incluso mayor penumbra.
—Me estoy meando. Voy a ir al baño. —dijo en un tono normal, sin la menor intención de ser silenciosa.
Lo vi claro. Había subido con la clara intención de que Paula se despertara y que se montara allí la tercera guerra mundial.
—Haz lo que quieras, Carmen. —respondí cuando pasó por delante de mí.
Estaba harto. Harto de sus juegos. De querer calentarme y no dejarme tocarla. Si Paula se despertaba que explotase todo. En aquel momento ya me daba igual.
Se levantó y aquellas sandalias de tacón eran un estruendo sobre la madera. La oí entrar en el cuarto de baño. Cerrar la puerta sin preocuparse de hacerlo con cuidado. Tirar de la cadena. Abrir el grifo. Encaminarse por el pasillo. Cerrar la puerta que comunica el pasillo con el salón y volver a sentarse en en el sofá en el que se había sentado antes, a un par de metros de mi.
—¿Qué tal el paseo?
—Bien…
—Un trato es un trato, ¿no? —le dije.
Se sentó en la punta del sofá, llevó las manos a su camiseta y se la quitó, sin dejar de mirarme.
Sus tetas, aun tapadas por el sujetador, me parecían más grandes que en el portal. Su sujetador blanco y su melena rubia eran como dos focos de luz que brillaban sobre el resto de su cuerpo y sobre el resto del salón.
Llevó las manos a su espalda para desabrochar su sujetador. Se lo desabrochó y después dejó caer las tiras, lentamente. Posteriormente tiró de las copas hacia abajo, descubriendo centímetro a centímetro, piel y más piel, hasta que se descubrieron las areolas y pezones de unas tetas que surgían inmensas, hacia adelante, haciendo alarde de una juventud que las mantenía firmes. Repuntaban hacia arriba en la propia punta de cada teta... increíbles… apetecibles, me pedían a gritos que las tocara, pero el trato no era ese. Me conformé con suspirar en silencio y grabarlas en mi mente. Las había visto otras veces, ligeramente tapadas por su camisa abierta, pero así, de frente, sin oposición, parecían más erguidas y se iban hacia los lados de su torso en una imagen colosal, diferente, aun más perfectas.
Ella se recostó en el sofá. Con el torso desnudo. Dejándome ver aun con más nitidez dos tetas perfectas de las que crees que no verás jamás, con unas areolas rosadas y unos pezones grandes. Y todo ello con Paula a veinte metros y a dos puertas de distancia.
Si me hubieran dicho tres semanas atrás que tendría a Carmen en mi casa, con el torso desnudo, no me lo creería. Tres semanas atrás para mí Carmen era solo una imagen, algo que me había creado, era solo una diosa a la que curiosear en redes sociales y que veía de pascuas en ramos y de pasada. Y lo curioso era que todo me había venido dado, yo realmente a penas había hecho nada para llegar a aquella situación, todo obedecía a la casualidad, desgracia o fortuna, de que su novio se estuviera follando a mi novia y al juego de Carmen. Creo que de los cuatro yo era el que menos había hecho porque Carmen estuviera prácticamente desnuda en mi salón.
La mirada de Carmen cobró una fuerza inusual, como un “esto es lo que tengo y sé que os vuelve locos”. Nos quedamos en silencio un tiempo increíblemente extenso. Quizás un minuto en el que ella me miraba y jugaba con su pelo. Si ya le gustaba calentar vestida, no podía imaginar lo que estaría disfrutando ella de calentar así, con su torso desnudo. No pude más. Me abrí el cinturón, lentamente, y me bajé los pantalones hasta los muslos. Salió libre un miembro casi completamente erecto que por momentos descansaba sobre mi vientre y por momentos palpitaba solo.
Ella ni se inmutó. No cambió el gesto. Seria. Como si no se hubiera sorprendido de que yo me la sacara allí mismo.
Noté como mi miembro posaba una gota transparente cerca de mi ombligo, y como si esa fuera la señal, me agarré la polla y me la acaricié lentamente… sin dejar de mirarla.
Ella seguía sin hacer nada con una mano y con la otra seguía jugueteando con su pelo, haciendo rizos inexistentes. Recostada un poco en el sofá con su mirada fija en la mía. Sin mirar mi polla. Me miraba a los ojos. Sin embargo mi mirada iba tanto a sus tetas como a su cara como a su falda, que yo quería recogida, como a sus piernas que yo quería más abiertas.
Me masturbaba lentamente, y la punta se me lubricaba tanto que tras pocas sacudidas mi glande brillaba, y la piel adelante y atrás hacía un ruido sutil, pero que era lo único que se escuchaba en aquel salón.
La paja era lenta y su mirada era cada vez más incisiva. Le tocaba a ella actuar, y yo sabía que aunque ella disfrutase calentándome, en su juego, ella solía acabar excitándose. Por eso yo buscaba en ella algo que me mostrase que se estaba calentando. Quería que se sonrojase, que se la viera algo nerviosa o tensa.
Se produjo otro silencio en el que no dejamos de mirarnos. Yo fantaseé y ella ni se inmutó, como si cada vez estuviera más y más seria. Parecía que aquel salón había subido cinco grados de temperatura. Faltaba aire.
Tras ese silencio que quizás había durado solo un par de minutos pero que pareció eterno, ella susurró:
—¿Cuántos chorros vas a echar? —ya no lo preguntaba como una niña juguetona si no como una mujer encendida.
—No sé… ¿cuantos quieres? —dije mientras me deshice de mi camiseta que hasta aquel momento tenía recogida en mi pecho.
—¿Quieres que los cuente?
—Desde ahí no los vas a ver bien...
Sus susurros… con su torso desnudo… era lo más erótico que había vivido nunca.
—¿Me acerco…?
Simultáneamente a esa pregunta de Carmen, escuchamos como se abría la puerta del dormitorio. Me quedé quieto. Petrificado. Carmen se quedó también inmóvil, recostada en su sofá, pero, al contrario que yo, ella estaba más cerca de exteriorizar una media sonrisa que un gesto de preocupación. Paula salió del dormitorio y caminó por el pasillo. No me subí los pantalones. No sabía si estaba paralizado por los nervios o si simplemente no quería subírmelos, si de verdad yo ya quería que explotase todo. Paula entró en el cuarto de baño y Carmen se puso de pie. Yo agarraba mi polla pero ya no movía mi mano, de hecho no movía ni un músculo, y pensaba que Carmen aprovecharía aquel momento para irse; pero no solo no se había levantado para marcharse si no que, de forma tremendamente lenta, comenzó a quitarse las bragas, primero sacándolas por una pierna y después por la otra, con cuidado de que no se quedasen enganchadas en el tacón, y me las lanzó, para inmediatamente volver a recostarse en el sofá. Yo no pude ver esta vez su coño durante su maniobra y cayeron sobre mi pecho unas bragas oscuras, de un color burdeos o granate oscuro, que en seguida comprobé con mi mano que eran de tacto similar a las negras y azul marinas. Justo Paula salió del cuarto de baño cuando Carmen susurró:
—Huélelas.
No escuchaba ningún sonido proveniente de Paula. Ni pasos alejándose ni acercándose, como si estuviera parada en medio del pasillo, decidiendo si volverse a la cama o si venir al salón.
Carmen no se movía, Paula no se movía, y el que hizo algo fui yo, llevándome aquellas bragas a la cara; las olí y solo por olerlas, sin mover la mano que sujetaba mi polla, pude sentir como una gota de pre seminal brotaba desvergonzadamente de la punta de mi miembro. Olía aquellas bragas, que era como oler directamente del coño de Carmen… la miraba como yacía tumbada con sus enormes tetas al descubierto; ahora sí, se notaba que estaba realmente sonrojada y sus tetas me parecían aun más grandes… más hinchadas...
Me sacó del trance el sonido de los primeros pasos de Paula por el pasillo, aun no lo suficientemente nítidos como para saber si se estaba alejando o acercando.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos, y el sexto lo sentí más alejado. Unos cuantos pasos más y escuché la puerta del dormitorio cerrarse.
Cogí aire, del poco que quedaba en aquel salón. Aunque Paula no hubiera escuchado nada me extrañaba que no se hubiera acercado aunque solo fuera para decir un “venga, vete para cama que aun te vas a quedar dormido toda la noche en el sofá”. Era extraño.
El salón quedó más en silencio que nunca. Inconscientemente había apartado las bragas de Carmen de mi cara y las había posado a mi lado, y vi como ella cogía su móvil. Fue prácticamente la primera vez que dejó de mirarme desde que habíamos subido a casa.
Carmen, tecleando en su móvil, y con la mirada fija en la pantalla… llegó a esbozar una media sonrisa. Recostada en el sofá como estaba, al usar su móvil, me tapaba parcialmente la vista de sus enormes tetas, dejando de darme combustible para aquella paja a medias.
Y pasó lo que yo no quería que pasara; cogió su enorme sujetador y comenzó a ponérselo sin dejar de mirar su móvil. Posteriormente se puso también la camiseta.
Mi polla descansaba semi erecta sobre mi vientre mientras ella ya estaba completamente vestida, como si no hubiera pasado nada.
—Mira —dijo acercándose hacia mi y sentándose a mi lado— ya se porque Paula no ha venido a visitarnos.
No entendía nada, pero parecía que la respuesta estaba en su móvil. Me lo dio. Eran unas capturas de pantalla. Pronto me ubiqué: aquello era una conversación entre Álvaro y Paula, y el chico le había pasado capturas de la conversación a Carmen. Por la hora todo estaba transcurriendo en aquel preciso momento.
Carmen cogió sus bragas que estaban en el sofá y en lugar de ponérselas las posó sobre mi vientre, al lado de miembro que no sabía si crecer por tenerla cerca o decrecer por verla tapada. Yo comencé a leer una conversación en la que Álvaro le contaba donde estaba y le preguntaba si ella quería que se viesen. Paula le decía que era imposible, que estaba en mi casa. En la siguiente captura la cosa subía de tono: el chico le decía si ella no podría irse, que no se arrepentiría, y ella le decía que era imposible, Álvaro le insistía y ella acababa respondiendo: “hoy no puedo… pero mañana me follas”.
Como si Carmen supiera por donde iba leyendo justo agarró mi miembro en el momento en el que yo leí esa frase. Fue notar su mano ligeramente fría sujetandomela y se me puso dura de nuevo en cinco segundos.
Dejé de mirar el móvil para mirarla a ella que estaba sentada más erguida que yo. No la tenía a tiro para besarla. Si bien ella siempre parecía curiosa de hacerme pajas pero sin demasiado interés en besarnos.
—¿Crees que sabe que estoy aquí? —preguntó al tiempo que echaba la piel de mi miembro hacia atrás.
—No creo.
—Pues yo se lo he dicho a Álvaro y éste es capaz de habérselo dicho.
—Si lo supiera habría venido.
—¿Tú crees? Ella sabe que yo lo sé todo, y sabe que no le conviene tenerla conmigo.
Carmen se escurrió más en el sofá, a mi lado, y su mano abandonó mi miembro. Al girar mi cabeza hacia ella nuestras caras quedaron frente a frente, a escasos centímetros. Era increíblemente guapa. Me dejaba sin aire al tenerla tan cerca. A esa distancia olía ya más si cabe su pelo que su perfume. Me atreví a intentar darle un pico en los labios y ella no se apartó. Mi mano fue a su escote y tampoco fue apartada. Intenté un beso que penetrara en su boca pero esta vez se apartó lo justo para que no lo consiguiera. Entonces ella se incorporó y se sentó a horcajadas sobre mí. En un movimiento rápido, silencioso y sutil.
—¿Sabes que Álvaro está en la discoteca de aquí al lado? ¿Por qué no nos vamos y les dejamos vía libre?
Yo con Carmen sentada sobre mí, y con mi miembro palpitando solo a escasos centímetros de ella, lo último que me importaba eran Álvaro y Paula. Agarré mi miembro y comencé a masturbarme, como dándole a entender que no necesitábamos factores de excitación más allá de nosotros mismos.
—¿Qué te parece? ¿No es buen idea? —dijo Carmen que sujetó mi mano con la suya, la mano que tenía agarrado mi miembro fue sujetada por ella y la comenzó a mover. Pajeándome a través de mi propia mano.
Quité mi mano y mi polla quedó libre. Ella la cogió, fuerte, y comenzó a mover aquella piel arriba y abajo, a una velocidad mínima.
—Me parece que estás loca. —hablábamos en un tono bajo, en la penumbra de aquel salón, con la luz apagada, solo nos iluminaba la tenue y blanquecina luz de la ciudad que entraba por la ventana.
—¿Por qué? Imagínate que le dices a Paula que te tienes que ir… y te vas, entonces al rato Álvaro llama a Paula y sube… y después venimos nosotros y la pillas follando...
—¿Y qué excusa voy a poner para irme de mi casa a las 3 de la madrugada?
—Yo qué sé… pues… imagínate que… María o tu hermano, o alguien, se haya dejado las llaves dentro de casa y tú tienes una copia y le vas a abrir…
Carmen no dejaba de masturbarme, lentamente, me hablaba cerca, como queriéndome convencer.
—Aunque colara esa locura, ¿qué gano yo con esto?
—¿Qué qué ganas? Joder… ¿te imaginas la cara que pondría Paula si la pillas de pleno?
—No sé que me da que te hace más ilusión verle la cara a Paula en ese momento que a mí.
—Bueno… ¿y lo que te pone que Álvaro se la folle? ¿te imaginas verlo en directo? —dijo acelerando sutilmente la paja.
Me dejé hacer un instante, permitiendo que Carmen me pajeara. Llevé una de mis manos a su pecho, sobre su fina camiseta de gasa y la otra a su culo, sobre la falda, y ella no me las apartó.
Ella encima de mí, pajeandome, y yo tocando su teta y su culo, sobre la ropa, dándole evasivas a su locura de plan.
—Venga… ve a decirle a Paula que te tienes que ir.
Carmen quería convencerme y puso toda la carne en el asador. Llevó la mano que no me pajeaba a la mano que tenía yo en su culo, y la apretó contra su trasero. No contenta con eso movió su cadera hacia adelante, en un golpe de cadera como si estuviéramos follando. Y aun sin parecerle suficiente levantó su falda y la dejó caer de nuevo, de tal manera que ahora mi mano tocaba directamente una de sus nalgas y mi miembro había desaparecido y era masturbado bajo su falda.
No pude verle el coño pero mi miembro estaba casi tocándolo. Con que ella se incorporase unos centímetros podría metérsela si quisiera. Lo último que tenía en mi mente era su estúpido plan.
Dejó de pajearme para jugar con su pulgar sobre la punta. Mirándome. Restregando todo el pre seminal por el glande. Hacía toda aquella maniobra bajo su falda.
Me miraba fijamente. Con ojos llorosos de deseo. No sabía cuanta de aquella excitación se debía a su plan y cuanto a aquella paja que me estaba haciendo. Aproveché aquella excitación suya para decidirme a comenzar a bajarle la camiseta y el sujetador a la vez, lentamente, hasta descubrir de nuevo sus preciosas tetas que salieron a la luz prominentes y orgullosas. El hecho de descubrir sus tetas, tan de cerca, me dejaba boquiabierto. Sus pechos caían en forma de pera por su torso, tan grandes que a mi me dejaban sin aire y su sujetador y camiseta casi desaparecerían bajo sus tetas.
Yo me preguntaba como podía tener aquella forma tan perfecta y aquella areola tan grande y no pude evitar que una de mis manos fuera temblorosa al encuentro de aquel tacto; cuando las yemas de mis dedos rodearon su pezón pensé que nunca había tocado algo así, como si el sentido del tacto subiera a otro nivel al acariciar aquello, tras tocar la areola me recreé acariciando el resto de una teta algo fría, mucho más fría que mi mano que estaba ardiendo; una teta enorme, bestial, no tan dura como esperaba. Dejé lo mejor para el final y las yemas de mis dedos fueron a un pezón durísimo, que parecía cortar como el cristal. Todo me parecía más oscuro, su pezón y su areola, y todo si cabe más grande.
Su melena cayendo ligeramente por su cara, su boca entre abierta, su cara colorada, que dejara que le acariciase su teta y su culo, todo parecía indicar que la niña se había pasado jugando y que por fin estaba excitada de verdad.
Ella dejó de esparcir el pre seminal por mi glande para comenzar a pajearme de nuevo y se inclinó ligeramente hacia mí:
—Estos han follado un montón de veces…
—Ya… ¿y?
—Y tú y yo…
—¿Tú y yo qué?
Ella no respondió, solo aceleró más la paja. Notaba como la sacudía, con fuerza, casi con rabia. Lo hacía todo ocultado en aquella falda que subía y bajaba. Mis manos seguían apretando su culo y acariciando sus tetas que parecían hincharse cuanto más las sobaba. Mis caricias sutiles en sus pechos hacían que sus pezones crecieran más y yo no podía creer estar acariciando aquello mientas Carmen, acalorada, seguía sacudiéndomela.
—¿Tú y yo qué, Carmen? —insistí.
Ella movió su cadera hacia adelante. Pude sentir en mi polla el tacto de los pelos rizados de su coño que rozaron parte del tronco de mi miembro y creí morir de deseo. ¿Cómo sería estar dentro de ella? ¿Cómo sería invadirla, llenarla? Estar dentro del cuerpo de esa mujer… y hacerla gemir…
—Súbete… —le dije infartado, tenso, al borde del desmayo de tanta ansia de follármela.
Ella se inclinó sobre mí para decirme en el oído:
—¿Me vas a follar…?
—Sí…
Ella se levantó un poco, quizás para metérsela, pero la primera consecuencia fue que sus pechos quedaron a la altura de mi cara. Sabía que si los rozaba con mis labios quizás explotaría en un orgasmo. Sabía que si mi lengua salía al encuentro de aquellos pechos, teniendo en cuenta como me pajeaba, no podría retrasar mi orgasmo. No entendía si con su movimiento pretendía metérsela o solo ponerme sus tetas en mi boca, cuando dijo:
—Cómemelas…
Mi boca salió a su encuentro, mi lengua lamió aquel pezón… y fue besar y succionar… fue lamer aquella teta y sentir como un torrente, como una descarga que partía de alguna parte de mi cuerpo e iba hacia mi polla a gran velocidad.
Su paja era impecable, cogiéndomela con la fuerza justa y por el punto justo. Su olor corporal, tan cerca, su “cómemelas” y su pezón en mis labios, la idea de ella dejándose caer sobre mi polla, enterrándosela hasta el fondo, la idea de follarme a aquella chica con la que había fantaseado mil veces, era todo junto mucho más de lo que yo pudiera soportar. Sentí como mis músculos se tensaban, como mi polla se endurecía aun más y vi inevitable y sin vuelta atrás explotar allí mismo y en aquel preciso instante:
—¡No te corras!, ¡joder!, ¡no te corras!— exclamó en un tono más alto que sus anteriores susurros y yo sentí como que algo se me escapaba, como me derramaba irremediablemente, como de mi polla brotaban las primeras gotas… mordí aquella teta, a punto de explotar en un orgasmo inmenso. Su mano dejó de pajearme, para emitir un leve quejido como consecuencia de mi mordisco y ya solo agarrármela, sin mover la mano, pero apretándomela más fuerte. Que ella dejase de mover la mano no pudo evitar que yo siguiera derramándome y que aquellas primeras gotas diesen paso a densos chorros que impregnaban desesperados su falda y su mano. Yo suspiraba, gemía con aquella teta en la boca, sintiendo como el calor me abandonaba irremediablemente. Fueron unos segundos en los que alucinaba como echaba más y más, quizás manchando no solo su falda y su mano, si no también el vello que cubría su coño.
Me quedé exhausto. Mareado. Con los ojos entrecerrados.
Ella se retiró. Y se puso de pie. Tenía la falda muy manchada y la mano totalmente impregnada. Dejaba la mano muerta. Pensando a qué limpiarse. Su gesto no supe interpretarlo, no sabía si era sorpresa o desaprobación. Sus tetas, enormes, caían sobre el sujetador y camiseta que estaban recogidas en su vientre.
Ella fue finalmente a su bolso y se limpió con unos clínex. En silencio.
Yo me subía los calzoncillos y los pantalones, aun en una nube, cuando ella dijo:
—Que sepas que no tenía la menor intención de dejarme follar, solo me faltaba…
Me quedé callado, aun mareado por el orgasmo, casi no era capaz de pensar.
—Dame las bragas.
Yo se las lancé. Ni había reparado que habían estado sobre mi pecho todo aquel rato en el que ella me había montado. Mientras ella se las ponía, de pie frente a mí, dijo:
—Ya me enteré de como jugáis la puta de Paula y tú con ellas… qué asco…
Su actitud me parecía patética. Y recién tenido mi orgasmo, todo me daba absolutamente igual. Pensando con más claridad.
—Oye, Carmen. Si tenías ganas de que te la metiera no pasa nada. No hace falta que te pongas así.
—¿Que me la metieras tú? Estás fatal.
Ella salió del salón hacia el cuarto de baño. De nuevo pisando con decisión por el pasillo.
Algo vibró en mis pantalones. Era mi móvil. Y un mensaje de Paula:
—¿Pero que está pasando ahí?
Me puse la camiseta y escribí:
—Está Carmen aquí. Ha venido a contarme que te estás whatsapeando con Álvaro para que venga a follarte o algo así. Si quieres que venga por mi no hay problema.