Sexo, mentiras y noches de verano (4)

Carmen viene con pruebas y pretende que todo salte por los aires.

—Sí. Hola. Oye, mira. ¿Estás en la casa de la abuela? –preguntó mi hermana.

—Sí.

—¿Me podrías hacer un favor? –el tono era amable, suspiré profundamente.

—Sí, dime.

—Tengo en el cuarto de baño de al lado de mi dormitorio un neceser transparente que tiene una crema para contracturas, un líquido de lentillas casi lleno y no sé qué más cosas dentro. ¿Lo podías llevar a tu casa? Si estás mañana iré a por él. Es que no creo que vaya a la casa hasta el verano que viene.

—Pero está Carmen aquí. Te lo puede llevar ella.

—Ah. No sabía. Entonces… ¿Le dices que lo coja o lo coges tú? A mí me da igual.

No tenía le menor intención de verle la cara a Carmen después del enésimo desplante, para colmo esta vez acompañado de una amenaza. De hecho no la aguantaba más. No podía seguir dejándome manipular por aquella cría, por muy buena que estuviera.

—Mira, lo cojo yo mejor, y ya te pasarás por mi casa cuando quieras. –respondí.

—Vale, ¿mañana estás de vuelta en tu casa?

—Sí, sí. Ven mañana si quieres.

Me despedí de María, cogí mis cosas y me fui.

Por muchos picos de odio que fuera acumulando para con Carmen no podía evitar seguir excitado por lo ocurrido en la piscina. En algún momento había llegado a pensar que cuando tuviera algo más de trato con ella se me iría de la cabeza. Que la tenía endiosada por verla en fotos, por verla inaccesible. Pero no, cuánto más la veía más buena me parecía que estaba, más la endiosaba y más pajas me hacía pensando en ella. Conducía hacia casa de nuevo pensando si no habría podido haber forzado más la máquina en aquella piscina. Recordaba cuando se me había acercado, cuando nos habíamos pegado completamente, su melena rozándome, su olor corporal… cuando me había agarrado la polla… y se montaba una tienda de campaña en mi pantalón que me daban ganas de pararme en una estación de servicio a desahogarme.

Paula me llamó y hablé por el manos libres del coche. Estaba algo nerviosa y, a pesar de ser yo el que tenía que pedirle explicaciones a ella, fui yo el que la tranquilizó diciéndole a que había ido a la casa. Al final se sosegó y quedamos en dar un paseo o tomar algo después de cenar. Era surrealista yo diciéndole “no, no, no tengo nada con Carmen, olvídalo”, siendo yo el que tenía más sospechas serias. Lo cierto era que ella parecía empeñada en quedar cuanto antes, como si tuviera algo que contarme, por lo que en seguida acepté quedar esa noche.

La pregunta era: ¿Quería que fuera cierto lo del garaje? Y en caso afirmativo, ¿quería que fuera cierto porque me daba morbo o porque era la excusa que necesitaba mi conciencia para intentar follarme a Carmen?

Y yendo al hecho en sí: ¿Realmente era posible toda la escena del garaje? ¿Era posible que tras hablar cinco minutos en la calle se fueran directos a follar a su coche? Me costaba mucho creerlo.

Llegué a casa y tenía tres opciones: pasarme la tarde haciendo cábalas sobre si lo del garaje podría ser o no cierto y cómo averiguarlo, pasar la tarde recordando a Carmen, hacer uso de sus bragas y hacerme alguna que otra paja, o pasarme por la oficina y quedar bien. Opté por esto último; me vendría bien desconectar de todo el lío Carmen, Álvaro y Paula, pues por muy morboso que fuera todo, también me tenía sometido a un gran estrés emocional.

Me vino muy bien despejar la cabeza en la oficina, lo malo fue que el follón que había allí montado era mayor del que esperaba y no conseguí salir hasta casi las once de la noche. Cené en casa y quedé con Paula en el centro, en la calle donde estaba aquel sitio de cócteles y todos aquellos pubs y bares, la calle de la foto que me había enviado Carmen.

Aparqué el coche en el centro y fui al encuentro. La noche era especialmente calurosa y húmeda. La vi y estaba espectacular, llamaba la atención con una mini falda naranja y una camisa de lunares, muy veraniega y jovial en contraste con su ropa de trabajo.

Si bien el día anterior había estado sonriente y alegre, esa noche tenía un gesto más serio. Cuando le vi ese semblante estaba convencido que esa noche me confesaría todo. Estaba tan convencido que ya me planteaba como tomármelo, si hacerme el sorprendido, o si decirle que sabía todo. Nos sentamos en una terraza y pedimos dos gin tonic y yo ya tenía claro que aquello solo tenía una salida: contarle toda la verdad también yo a ella.

La conversación se fue animando, si bien en un principio hablamos de temas como esa tarde mía en el trabajo y algún cotilleo de una amiga suya que le gustaba un chico del trabajo. En fin, cosas normales que nos sirvieron para ir cogiéndole el tono a la noche y a la bebida.

Estábamos sentados uno al lado del otro y pronto empezamos a besarnos, de forma, cada vez, más apasionada. Yo la veía radiante. Esa noche sentía que ella estaba realmente buena. La camisa era de seda y se le transparentaba mínimamente el sujetador y a mí me estaba poniendo muy cachondo; quizás fuera debido a ese impás en nuestra relación pero le volvía a ver el atractivo de los primeros meses.

Con el segundo gin tonic, y tras un beso especialmente guarro y un botón de su camisa que fue desabrochado, dejando su escote en el límite entre lo sugerente y lo demasiado atrevido, fui yo quién rompió el hielo:

—Habrá que sacar el tema ya ¿no?

—Sí, yo creo que sí.

Me vi decidido a ir al grano, sin rodeos.

—Bien. El otro día… que follamos en tu casa…

—¿El día que querías violarme? –preguntó divertida, mirándome fijamente.

—Sí. Ese. Pues… te fuiste a tu dormitorio diciendo algo así como… espero que te haya gustado la paja aunque seguramente te haya gustado más la de Carmen.

—Sí, ¿y qué?

—¿Por qué dijiste eso?

—¿Eso? ¿Qué Carmen te hizo una paja? –nos hablábamos muy cerca, para que nadie nos oyera, aunque en la calle había realmente mucho ruido como para que alguien nos pudiera oír— Pues mira, si te digo la verdad, lo dije por decir.

—¿Por decir? ¿Totalmente de casualidad?

—Sí, ¿Por qué? No me digas que sí que has hecho algo con ella.

—¿Te molestaría?

—Mira, sé que estoy dando bandazos. Que hasta te llegué a decir que deberías follártela para sacártela de la cabeza, pero me la imagino contigo… aunque solo sea dándoos un beso… y me muero.

—Bueno, ese chico se metió en tu cama y no follásteis de milagro.

—Sí, lo sé. Y no tengo excusa, y sé que no es justo, y sé que a ti te pone muchísimo Carmen y te has controlado, porque no habéis hecho nada, ¿no?

—Claro que no. Es mi sobrina. Ni nos hemos tocado, solo faltaba.

Ella se acercó y me besó.

—Ahora cuéntame lo de ayer— le dije.

—Está bien, es de lo que quería hablarte. Me siento fatal. Ayer me lo encontré y no me quería parar pero al final hablé con él un minuto. Me dijo que me tomara una copa con él, y le dije que no.

—¿Seguro?

—Sí.

—¿Y cual es la gravedad?

—Pues que… dudé. Dudé y me arrepentí, y después me arrepentí de arrepentirme.

—¿Qué dices? No te sigo.

—Dudé mucho. Aun sabiendo lo que pasaría si me tomaba esa copa con él. Joder, sabía que si tomaba esa copa acabaríamos… pues… ya sabes. Y aun sabiendo eso dudé. Y le dije que no. Y después llegué a mi casa y me arrepentí de no haberle dicho que sí. Y esta mañana me sentí como una mierda.

—¿Y eso es todo lo que has hecho?

—¿Te parece poco… primero, hace un par de semanas, dejar que ese mocoso se metiera en mi cama, besarme con él… tocarnos… y estar a punto de follar, y no habiendo aprendido la lección ayer casi caer otra vez? Es que me no te imaginas la mierda que me sentí esta mañana.

Yo estaba hecho un lío. ¿De verdad era posible que todo lo de que habían follado en la casa y lo del garaje podría haber sido un invento de Carmen?

—¿Y tú entonces nada? –preguntó ella con una mirada alegre, casi de júbilo porque fuera cierto que ni la había tocado.

—Nada, lo más que he tocado de ella son unas bragas que le cogí y tengo en casa.

—¿En serio? O sea, me habías dicho que se las habías cogido del cuarto de baño, ¿cómo hiciste? No sabía que te las habías llevado a casa.

—Sí.

—¿No se habrá dado cuenta? Cuéntame bien. ¿Qué haces con ellas?

—Las tenía en el cuarto de baño de la casa, estaba aburrido de verlas y llegó un momento en el que no pude más, y me las llevé. No, no se dio cuenta. Vamos, no creo. Y lo que hago con ellas… imagínatelo.

—¿Las hueles?

—Sí.

—Y te pone. Claro.

—Bastante.

—¿Ves? La chica te pone y haces esas cosas, que me parece bien, pero te controlas, no la cagas como yo. ¿Y aun huelen? –Paula parecía tan contenta de que no hubiera hecho nada con Carmen que lo de las bragas le parecía un juego inocente del que sacar morbo pero sin rastro de peligro.

—Sí, olían mucho y aun huelen, o eso creo, es que las he olido tantas veces que tengo el olor ya en mi cerebro, ya no sé si aun huelen o está ya en mi mente.

—No te voy a decir cuales prefieres porque no quiero que me mientas pero, ¿olerías las mías?

—Puede ser... puede ser... —dije sonriendo.

Ella se acercó más a mí y me besó de forma tierna, después un beso más apasionado y me susurró:

—¿Te pondría que las oliera yo? ¿Las suyas? ¿Mientras me follas?

Me puso terriblemente cachondo aquella frase, soplada en mi oído… y le devolví el beso que tornó en aun más guarro mientras le acariciaba una teta sobre la camisa.

—Es que entiendo que te ponga esa chica. Es un cañón de chica. Yo si fuera chico…

—Ya… —le susurré y nos seguimos besando un rato, muy pegados, sobándonos en público como hacía meses que no hacíamos, por no decir años.

Nos levantamos y ella quería ir para casa. Creo que nunca la había visto tan cachonda. Yo le decía de tomar una copa más en un pub y ella decía que no. Al final accedí a ir para casa.

—¿Dónde tienes el coche? –preguntó.

—Allí abajo, en el parking subterráneo de la plaza de Santa Marta.

No respondió. Miré su cara. No mostraba nada. O era la mejor actriz del mundo o Carmen y su amiguito Rober se habían inventado todo con sabe dios qué objetivo.

Nos fuimos besando y metiendo mano calle abajo.

Yo no sabía que pensar. Tenía la sensación de que algo fallaba; cuando me había confesado que casi había follado con el chico no le había dado tantas vueltas como ahora contándome que casi se toma una copa con él. No le veía sentido.

Llegamos al Parking, planta menos dos, y nos metimos en el coche. Allí la ataqué, besándole desesperadamente, abriéndole la camisa y besando su cuello y escote.

—¿Cuánto hace que no follas en un coche? –le pregunté dándole pequeños besos en el cuello y acariciando sus muslos.

—No sé…

—¿No sabes?

—No… pues mucho tiempo.

—¿Seguro? –le dije sobando una de sus tetas sobre el sujetador y mirándola fijamente.

—Seguro, ¿por qué? ¿Qué te pasa?

Yo exploté e hice la pregunta que llevaba días en mi cabeza:

—¿Sabes que Carmen me ha dicho que Álvaro te folló a cuatro patas y se corrió en tu boca en la casa y que tú el otro día me dijiste lo mismo? ¿Casualidad también?

—No sé de qué coño me estás hablando –dijo apartándome un poco.

Todo se precipitaba de repente. Yo no quería romper el clima de deseo y morbo que habíamos creado pero no había podido evitarlo. No podías más.

—Paula, sé que… en fin… quiero confiar en ti, pero hay ya no sé cuántas casualidades que…

—¿Que qué? ¿Entre lo que te digo yo y lo que te dice esa niñata de mierda le vas a creer a ella?

—No es creer o no, son todas las cosas raras y casualidades que hay.

—Está bien, está bien –dijo cogiendo su bolso y alcanzando el móvil— mira esto.

Cogí su móvil, había abierto la parte de los mensajes de Facebook, era Álvaro que le escribía. Ella no le había contestado a nada y las frases del chico estaban escritas en intervalos de horas o incluso días:

—“Hola”

—“¿Cómo estás?”

—“¿Por qué no me respondes?”

—“¿Quieres quedar?”

Le devolví el móvil y me recosté sobre el asiento. Nos quedamos en silencio y mientras ella se recomponía la ropa cogí mi móvil y, viendo que Carmen estaba en línea, le escribí:

—Dame una sola prueba de verdad de que Álvaro se ha follado a Paula.

Carmen no me respondía y Paula dijo:

—¿Ya le estás escribiendo a la zorrita esa?

—No es eso, Paula, pero entiéndeme también a mí.

Arranqué el coche en dirección a mi casa. Todo nuestro calentón se había evaporado. Se hizo un silencio sepulcral entre nosotros. Conducía en silencio y pensaba que era difícil actuar como si nada. Yo no podía disimular que no me fiaba del todo y ella no podía recriminarme mi actitud porque aun siendo mentira lo de que hubieran follado en el piso de arriba de la casa y en el coche sí había reconocido otras cosas bastante graves.

Llegamos a casa y Paula entró en el cuarto de baño. Miré mi móvil y Carmen no me había contestado.

Estando yo sentado en la cama entró Paula en el dormitorio. Con una mirada diferente. Algo encendida.

—¿Dónde están?

—¿El qué?

—Sus bragas, tonto. ¿Dónde las tienes?

—Pues… aquí. –Dije señalando con la mirada el cajón de la mesilla que estaba a mi lado.

Paula abrió el cajón, las cogió y se sentó sobre mí. Me besó, primero dos besos normales y un tercero más guarro.

Si ya me había parecido bastante morboso el mero hecho de Paula cogiendo las bragas de Carmen más lo fue cuando ella puso esas bragas en mi cara. Sentí el tacto de las bragas de Carmen en mis mejillas y mis labios, sin dejar de mirar a Paula.

Se levantó para inmediatamente ponerse de rodillas delante de mí y comenzar a quitarme los pantalones y calzoncillos. Yo me dejé hacer y ella no tardó en liberar mi miembro que ya apuntaba al techo.

—Huélelas, y cierra los ojos.

Yo obedecí y sentí un inmenso calor que abrazaba todo mi cuerpo al notar como mi polla era devorada y entraba en una cavidad caliente. Notaba la lengua de Paula jugueteando con mi miembro mientras yo olía aquella tela que había estado en contacto directo con el coño de Carmen. No pude evitar imaginar que no era Paula quien recorría el tronco con su lengua, la que besaba el glande y echaba la piel hacia atrás, si no que era mi sobrina.

Yo sentado y ella de rodillas, decidí mantener los ojos cerrados para disfrutar más de un inmenso placer que se acrecentaba a medida que Paula iba aumentando en velocidad e intensidad una mamada espectacular.

—¿Piensas en ella?

—¿Ahora?

—Sí, ¿mientras te la chupo piensas en ella? –dijo masturbándome.

—Sí... ¿Y tú en él?

—Ahora no…

—Quiero que pienses en él.

Ella no respondió pero volvió a llevar su boca hacia mi miembro y comenzó a chupármela más fuerte, de forma exagerada. Su ritmo fue in crescendo de manera notable, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, como si le vinieran escenas concretas de cuando se la había chupado a aquel crío. La mamada se hacía tan brutal que ella llegaba a gemir mientras me la chupaba. Me la agarraba más fuerte y segregaba más saliva. La miré y contemplé alucinado como la devoraba, como no la soltaba, como se aferraba a ella empapándomela.

—¿Era más grande?

—Un poco más.

—¿Y a que sabía?

—Sabía a sexo.

—¿A sexo?

—Sí, sabía a condón y a coño, de haberse follado a esa cría no sé cuantas veces.

Ella mamaba y solo separaba su lengua de mi polla para responderme. Pero para hacerlo no me miraba, solo la sacaba de la boca unos centímetros, como si no quisiera separarse de ella.

—¿Y se la comiste igual? ¿Apestando al coño de Carmen?

—Sí…

Todo se hizo guarro y cada vez más guarro. No pude más y la hice incorporarse. Nos acostamos en cama, nos besamos, nos devoramos. Acostados de lado le metía la mano por dentro de unas bragas mojadas y le abría la camisa y le sacaba las tetas por encima del sujetador. Le decía que me tenía muy cachondo y ella me respondía que yo a ella también. Metía ya un dedo en su coño y le daba a oler las bragas de Carmen. Las sujetó con una mano y, cerrando los ojos, las olió mientras yo metía otro dedo dentro de ella. Con mi dedo anular y corazón dentro de un coño que se abría totalmente agradecido y viendo como olía las bragas de Carmen acerqué mi boca a la suya y nos fundimos en un beso con las bragas de Carmen en medio. Lo más guarro que había hecho jamás, masturbarla y besarla con aquellas bragas sedosas por nuestra boca y nariz, por nuestras mejillas y hasta besándolas tanto ella como yo. Era más de lo que podía soportar… Le susurré: “te tengo que follar”, sin dejar de taladrarla con los dedos y ella me gimió un “sí…” que me excitó terriblemente. Fue ella la que se colocó a cuatro patas y yo el que me puse tras ella y recogí su falda en su cintura. Cuando creí que el morbo no podía abarcarnos más, ella se metió las bragas de Carmen en la boca y yo aparté las suyas dejando expuesto un coño totalmente fuera de sí, con unos labios gruesos y lubricados totalmente salidos de su cuerpo, en una imagen que me obligó a llevar mi polla allí mismo. Ella, con las bragas de Carmen en la boca, y mirando hacia atrás, suplicándome con la mirada que rellenara aquel vacío cuanto antes. No pude más y enterré allí mi miembro provocando un gemido en ella que hizo retumbar toda la habitación. Entró de una vez y hasta el fondo y yo comencé un mete saca lento pero sentido a coro con unos gemidos suyos ahogados por tener las bragas de Carmen en la boca. Aquellos gemidos suyos me tenían a punto de correrme sin apenas haber empezado. Y es que no me podía creer que me la estuviera follando así, estando ella con las bragas de Carmen en la boca, pero lo que menos me podía creer era como me miraba, completamente ida, si cabe más embriagado por el morbo que yo mismo.

Le tuve que sacar las bragas de la boca para no correrme inmediatamente, la imagen era demasiado fuerte para mí. Esas bragas pasaron de su boca a mi nariz, las olí, mientras ella no dejaba de decirme: “dioos… sigue follándome así”.

—¿Querrías que te estuviera follando él? –le preguntaba restregándome una vez más las bragas de Carmen por la cara.

—No… —respondió.

—¿Por qué…?

—Porque es un niño... me gustas tú… —ella respondía con los ojos llorosos, en otro nivel desconocido de excitación que yo nunca había visto en ella.

—Pero ayer te arrepentías de no haberte ido con él… —ella apoyaba los codos en la cama y yo me inclinaba sobre ella para susurrarle en el oído.

—¡Sí…!

—¿Por qué?

—No sé…

—¡Dímelo!

—Ayer me puso cachonda…

—¿Te puso cachonda? ¿Por qué te arrepentiste de no haberte ido con él?

—Joder… sigue…

—¡Dímelo!

—Me arrepentí porque… ¡ahhh…! ¡Joder…!

—¿Qué querías, Paula?

—No sé… ¡Dios! ¡Siguee! ¡Ahh! ¡Ahhh!

Yo aceleré el ritmo, ella gemía sin parar, mi polla entraba y salía de su cuerpo a toda velocidad en un polvazo bestial.

—¿Te lo quieres follar?

—¡Ahh…! ¡Sigue!

—¡Dímelo!

—¡Ahh! ¡Ahh!

—Si estuviera aquí ahora… ¿si lo tuvieras ahora en frente le comerías la polla?

—¡Ahhh…! ¡Sii…! ¡Siii…!

—¿Y después dejarías que te follara?

—¡Ahhh…! ¡Joder…! ¡Me corro…! ¡Sí…! ¡Joder…! ¡Me lo follaría…!

—¡Dímelo!

—¡Ahhh! ¡Me corro! ¡ahhh…! ¡Sii! ¡Me lo follaría! ¡¡Quiero que me folle!! ¡¡¡Quiero que me folle!!!

Dijo aquello gritándolo totalmente descontrolada. Al escuchar esa frase no pude aguantar más y exploté también en un orgasmo colosal, gimiendo desvergonzado como pocas veces, inundándola en lo más profundo, totalmente desbordado de deseo y de placer. Durante el orgasmo no llegué a pensar nada, era todo una mezcla de emociones y de sensaciones que me impedían imaginar algo concreto, solo disfruté y me corrí como un animal cayendo rendido sobre ella.

Nos quedamos quietos y en silencio un rato. Ella se fue a asear al cuarto de baño y cuando volvió yo estaba tan exhausto que estaba a punto de quedarme dormido. Mientras notaba como el sueño se apoderaba de mí, dudaba si lo vivido era simplemente ese morbo, esa fantasía inocente o si habíamos puesto la primera piedra para algo.

A pesar de la fantasía con el crío y Paula, lo que más me había revelado aquel polvo había sido aquella mamada en la que yo había imaginado que quien me la chupaba era Carmen. Recordaba aquello y mi corazón daba un vuelco. Me imaginaba a Carmen comiéndomela y superaba cualquier morbo de cualquier juego de Paula, Álvaro o lo que fuera. Me di cuenta, si no lo sabía ya, que lo de Carmen era una obsesión insoportable, que tenía que follármela como fuera.

A la mañana siguiente desayuné con Paula en casa. Tranquilos. Como antes. Yo seguía sin tenerlas todas conmigo en cuanto a verdades y mentiras pero aquel polvazo había tranquilizado bastante las cosas.

Paula había quedado con una amiga y me dijo que volvería para comer. Entré en la ducha pensando que me excitaba mi novia y que evitando a Carmen evitaría más problemas. De nuevo la salida fácil me parecía evitar a mi sobrina, pero al salir de la ducha me vestí y entré en Instagram para ver si Carmen había subido una foto nueva. Como si mi parte tranquila, razonada, quisiera escapar de ella, pero mi parte animal, de instinto, no pudiera olvidarla ni un segundo.

Había subido una foto con sus amigas en el espejo de los baños de un pub, todas divinas pero ella más, todas guapas pero ella más. No era una foto especialmente sugerente pero para mí cada foto suya era una inyección de adrenalina.

Las bragas de Carmen estaban tiradas en la cama y temí que hubieran perdido su olor tras haber estado en la boca de Paula, pero comprobé que no. Y comprobé también que en el fondo el origen de todo aquel galimatías era ella. Como si ella hubiera sido el trasfondo omnipresente de todo. Es decir, estaba en una situación rocambolesca en la que mi novia me excitaba más que nunca como consecuencia de una fantasía de ella con un crío, que a su vez era novio de Carmen, que a su vez era realmente la que a mí me ponía, la que alteraba todo, la que me tenía obsesionado desde hacía meses; el verdadero objetivo. Detrás de todo estaba Carmen, y lo sabía cuando cerraba los ojos, cuando tembloroso la buscaba en Instagram, cuando olía sus bragas y cuando descartaba que cualquier paja fuera pensando en cualquier cosa que no fuera ella.

En ese momento alguien timbró. Me sorprendió, además un domingo. Más me sorprendió escuchar por el telefonillo:

—Soy yo, Carmen.

Me subió algo por el cuerpo que solo sentía con ella.

Cuando conseguí recuperarme del shock de saber que iba a tener a Carmen en mi casa me fui a guardar sus bragas. Me di cuenta de que yo llevaba un pantalón corto de deporte que Paula me había dicho muchas veces que “me marcaba todo”, dudé en cambiarme cuando oí que Carmen ya timbraba arriba. Abrí:

—Me ha mandado María a por un neceser o se qué.

Estaba impresionante… una mirada con unos ojos verdes que te dejaban petrificado y unos labios, sobre todo el labio inferior que era una provocación insoportable. Paula me parecía guapa pero cuando veía a Carmen recordaba que era otro nivel. No llevaba nada especial, sus inconfundibles shorts vaqueros y una camisa azul pero… tenía un aura… una de estas mujeres que no te crees al tenerlas tan cerca, algo fuera de lo normal.

—¿Qué tal ayer? –preguntó.

—¿Qué tal el qué?

—La reconciliación.

—No creo que te incumba. –dije intentando disimular la sorpresa de que ella supiera aquello.

—No, claro que no. Oye, ¿sigues queriendo pruebas de lo que han hecho ellos dos?

—Se que no hay nada, Carmen. No paras de inventarte cosas. Creo que tienes un problema.

—¿Tú crees? Ayer no te dije nada porque no quería joderte el polvo de reconciliación. Pero está todo en mi móvil.

—Me da igual, Carmen.

—No tienes huevos a ver esos videos.

—¿Qué videos?

—Mira –me dijo dándome su móvil— El baño por aquí ¿no?— dijo encaminándose al pasillo.

Tenía su móvil en la mano y me sentía escéptico, pero entré en la carpeta “videos” y mi corazón comenzó a palpitar con bastante más fuerza.

No me podía creer volver a estar en el punto de partida; ese en el que Carmen me enseñaba posibles infidelidades de Paula cuando yo por fin parecía estar de buenas otra vez con mi novia. Pasaban los días y se repetía ese bucle de verdades, mentiras, suspicacias y siempre Carmen llegando con nuevas muestras, más o menos creíbles, de las andanzas de Paula y Álvaro.

Pulsé “play” y en el móvil aparecían a lo lejos Paula y Álvaro, en la calle de los bares, como si el video fuera prácticamente del mismo momento que aquella foto que me había mandado. Una luz muy amarillenta, mucho ruido de fondo, algún que otro grito cerca del teléfono y alguna que otra risa. Al fondo ellos dos, hablando cerca, sí, y pudiera ser que él con la mano en la cintura de ella o quizás un poco más abajo, sí, pero nada realmente concluyente. Pasaban los segundos en el video y yo quería que no pasara nada, y no pasó.

Vi un par de videos más en los que apenas se veía nada; todo negro o la imagen moviéndose demasiado rápido, como intentando grabar sin que les vieran o como si se hubieran dejado la cámara encendida.

Y llegué al cuarto video, en este la cámara hacía zoom y efectivamente, Álvaro y Paula, en la misma posición que el primer video, los dos de pie y ella contra una pared de la calle, hablaban realmente cerca, y las manos del chico bajaban más de lo debido. Los segundos pasaban y yo me ponía más y más nervioso. Se oía en un tono muy alto la voz de un chico, presumiblemente el que estaba grabando, presumiblemente el tal Rober, que decía: “se la come, se la come ahí mismo”, haciendo clara referencia a que se iban a besar en cualquier momento. Quedaban unos 20 segundos de video y yo suspiraba porque no pasase nada… pero pasó… entre los vítores del amigo de Carmen se veía, no claramente, pero se veía, que se empezaban a besar, en un morreo ni escandaloso ni casto, un morreo normal, que a mí me dejaba estupefacto y jodido, como si todo lo remado con Paula durante las últimas 24 horas no hubiera servido para nada.

El video acabó y apareció Carmen en el salón, con sus andares elegantes y su melena a un lado y a otro, como siempre.

Yo estaba jodido pero no quería dar esa imagen:

—Aquí no se ve nada, Carmen.

—¿Ah no?

—No. No se ve nada. Venga, coge el neceser ese y márchate.

—Vaya, vaya… creí que te gustaba nuestro jueguecito.

—¿Pero qué juego?

—Joder, el juego en el que yo te digo lo que hace la puta de tu novia con Álvaro y tú te empalmas como un burro.

Cuando hablaba así, me daba cuenta lo cría que era.

—Ya… mira… te lo digo de verdad. El juego se acabó.

Mientras hablaba con ella pensaba que aquel beso era soportable, que aquella mentira era soportable. De verdad quería creer a Paula, o perdonarla, y evitarme más problemas.

—Yo creo que no has visto todos. Espera.

Ella cogió su móvil y mientras trasteaba con él yo le repetía que no quería ver más tonterías.

—Mira, este no lo has visto –dije acercando su móvil.

—Venga, Carmen, déjate de historias, además Paula puede venir en cualquier momento.

—¿Ah sí? ¿Está a punto de venir? Bueno… te aseguro que eso da igual, porque cuando veas este video no le vas a querer abrir la puerta.

Aquella frase era demasiado intrigante como para no sucumbir y aceptar ver el video. Acepté coger ese móvil otra vez y pulsé “play”:

Al principio se veía todo oscuro, y ruido de movimiento, de pasos. Algo extraño. Y de golpe se vio algo… que parecía ser un culo. Sí, un culo de chico dentro de un coche, moviéndose adelante y atrás. Y unos gemidos de chica. Le di al pause.

—En serio, Carmen, aquí no se ve nada. Te pido por favor que te marches.

—¿Pero no la oyes? Joder, ¿no reconoces ni los gemidos de tu novia?

Eran unos gemidos que se oían leves y en la distancia, podían ser de cualquiera. Pero continué visionando el vídeo:

El chico aceleraba un poco el ritmo y el que grababa se reía y hablaba con alguien, pero no se entendía bien. Se acercó un poco más, tanto que aluciné que se acercara tanto, y se veía con más nitidez el culo del chico moviéndose rápido y las piernas de la chica. Estaba el chico encima y la chica abierta de piernas. Lo que más se veía eran los huevos del chico cayendo enormes y tapando lo que sería el ano de la chica. Una parte de mí no quería ver más pero la otra no podía dejar de mirar. Los gemidos se hacían más notorios pero yo seguía sin creerme que fueran los de Paula, aquel video podría ser de otro día, con otra chica. Lo que parecía claro era que el chico era Álvaro, porque su media melenita, aun vista desde atrás, era bastante característica.

Carmen se acercó y me dijo:

—Ahora viene lo mejor.

Vi que quedaba aun un minuto de vídeo y suspiré porque no pasara nada que demostrase de verdad que era Paula, aunque una parte de mí ya empezaba a querer que sí.

Lo que se vio después fue que cuando el chico retiraba su polla ante cada embestida, se veía como un dedo suyo… como intentando metérselo en el culo de la chica. El chico se la follaba y le metía un dedo en el culo y aquella chica gemía unos “ahh” “ahhh” nítidos, que reconocía que me recordaban a los de Paula pero podían seguir siendo de cualquier otra putilla que aquel chico se hubiera llevado al coche.

—Pero mira… no reconoces esos tacones, joder, tío, que es tu novia.

Era cierto que se veían los zapatos de la chica, pero eran unos zapatos negros de tacón, normales. Y era cierto que de su tobillo colgaban unas bragas como había narrado Rober en la casa. Carmen también reparó en aquello:

—No reconoces sus zapatos… ¿Ni esas bragas tampoco? –preguntaba mientras se oía a la chica del vídeo gemir bastante desinhibida.

El vídeo acabó al tiempo que Carmen dijo:

—Seguro que si fueran mis bragas las reconocerías. Por cierto, ya que estoy aquí. Devuélvemelas.

Me quedé un rato en silencio hasta que pronunciando un “toma”, bastante seco, le devolví su móvil.

—¿Qué te pasa? ¿No te puso cachondo el video? Con lo que te gusta que Paula haga estas cosas…

—Carmen, en el video no se ve absolutamente nada. Yo solo he visto un culo y unos huevos y escuchado unos gemidos.

—Está bien. Está bien. Si no quieres jugar más a esto a mi me da exactamente igual. Dame mis bragas y me voy.

Fuimos a mi dormitorio y, muy a mi pesar, abrí el cajón de mi mesilla y le di aquellas bragas azul marinas que me habían provocado tantos momentos de placer.

Ella las cogió y las metió en el bolso sin hacer ningún comentario, para mí sorpresa.

Yo quería que se fuera, esa parte racional de mí quería evitar problemas y que se marchase, pero la otra, aquella que no le importaba el riesgo, ni llevarse el enésimo corte, quería que se quedara, sabía que no la podía dejar salir de aquella habitación.

Ella se sentó en mi cama y volvió a rebuscar en su móvil. Yo de pie, apoyando el trasero en mi escritorio, a metro y medio de ella contemplaba lo guapa que era, sus piernas largas al descubierto y como, a pesar de no ser su camisa azul demasiado entallada, se le marcaban las tetas de manera brutal.

—Mira, no creí que fuera necesario llegar a esto… en el fondo me hacía gracia eso de que tú siguieras negando lo que hace Paula, pero no me queda más remedio.— Extendió su brazo para enseñarme un nuevo vídeo.

Estuve a punto de decirle que no. Pero negarme sería el paso previo a que ella se marchase y no quería que abandonase mi dormitorio. En aquel momento para mí era más importante que ella no se fuera que lo que pudiera contener ese vídeo.

Pulsé “play” y al instante supe que lo que iba a ver era otra cosa. Mi corazón se aceleró ya en los primeros dos o tres segundos de video; y es que ya no había duda, ya se les veía con nitidez a Álvaro y a Paula al lado del dichoso coche, en aquel parking. Se veía algo lejos, pero no había duda; sus tacones, su falda, su camisa rosa, era ella. Era ella. Y era él. Y era ella con la camisa abierta y la ropa descolocada, y recordé cuando el amigo de Carmen había dicho algo así como que al final habían salido del coche y habían follado de pie.

En ese momento llamaron al timbre. Le di al “pause”. No podía ser otra persona que Paula.

Extendí mi brazo para devolverle su móvil y Carmen dijo:

—¿En serio le vas a abrir?

—Sí, le voy a abrir y tú te vas a ir.

—¿Estás loco o qué te pasa?

Estaba hecho un lío, intentaba parecer seguro, intentaba evitar problemas no queriendo saber lo que pasaba en aquel video… pero al final acepté seguir viéndolo.

—Está bien, voy a ver un minuto de video. Le abro. Y te vas.

Cogí de nuevo su móvil y reanudé el vídeo:

Quién lo grababa tenía el pulso tembloroso y le daba al zoom al máximo pero aún así se les veía de lejos. De nuevo el cámara improvisado hablaba con alguien, se decían: “¿Los ves?” “¿Los ves bien?” y se reían como si estuvieran haciendo una trastada sin importancia. Lo que vino después es difícil de plasmar con palabras, se besaron fueran del coche, allí de pie, se metieron mano, todo lo que se puede, ella pajeándole sin problemas pues el chico ya tenía el pantalón desabrochado y él metiéndole mano entre las piernas…

Me quedé absorto, atónito, afectado. No era lo mismo que Carmen me lo contara, que yo me lo oliera, que ver a mi novia allí, pajeando a aquel chico, como una auténtica fulana, como cualquier putilla que aquel crío se llevaba a su coche cada noche.

Escuché otro timbrazo y Carmen se puso de pie. Yo ni había sido consciente de que el video me estaba excitando, ella se puso a mi lado, y posando sutilmente la punta de sus dedos sobre mi entrepierna susurró:

—¿Le abro?

Para Carmen todo era un juego, todo era un puto juego, mientras que para mí aquello era una mezcla de sensaciones que me tenían al borde del colapso. Seguí viendo el video, ahora con ella al lado que pasaba las yemas de sus dedos sobre mi pantalón que se marcaba como consecuencia de una excitación incontrolable. En el video era Paula la que, motu proprio, se daba la vuelta y se apoyaba contra el coche. Eso me dolió, que fuera ella misma la que se daba la vuelta para que el crío se la follase desde atrás. No reconocía a aquella chica, allí lo que veía era una simple puta. El video continuaba y los chicos dijeron en voz baja “ahí va”, “ahí va”, y el chico miró un poco a su alrededor para cerciorarse que estaban solos y recogió la falda de Paula en la cintura, se bajó él un poco más los pantalones y se dirigió la polla para penetrarla. Paula ya no llevaba bragas en aquel momento, como si se hubieran perdido en alguna parte de los asientos traseros del coche.

—Ahora sí ¿no? Ahora me crees… —dijo Carmen acariciándome la polla sobre mi fino pantalón corto, mientras se escuchaba de nuevo como Paula timbraba.

Aquel video era más de lo que podía soportar. De nuevo la mezcla de enfado, decepción y deseo. Carmen me seguía acariciando muy sutilmente y no pude más, me giré para besarla, pero ella se apartó.

—Shh… acaba de verlo. – me dijo.

Se apartó de mi lado para ponerse frente a mí, me sobó un poco más sobre la ropa para inmediatamente y en pocos segundos bajarme los pantalones y calzoncillos hasta quitármelos. Cuando creí que por fin iba a tocarme, a masturbarme o chupármela, se sentó en la cama y dijo:

—Ven, acércate. –obedecí y quedé de pie, a escasos centímetros de una Carmen que sentada, tenía mi miembro palpitando, llamándola a gritos, para que me la cogiera o me la chupara.

La miré, y seguí viendo el vídeo, esperando que en cualquier momento su mano o su boca fuera al encuentro con mi polla. En el video el chico no tardó en metérsela hasta el fondo y, sujetándola por la cadera, follársela de pie contra el coche. Yo ponía un ojo en el video, en donde Paula cada vez gemía con más fuerza y otro ojo en Carmen, que se desabrochaba y abría la camisa con desesperante lentitud.

Mi polla apuntaba a Carmen directamente y yo le rogaba con la mirada que me pajeara, que me la chupara, que me tocara, algo, pero ella no lo hacía, solo se había abierto la camisa y miraba hacia arriba. Su sujetador era norme, conteniendo aquellas tetas colosales… y yo no aguanté más y comencé a pajearme a escasos centímetros de ella. Me pajeaba mientras veía con nitidez como Álvaro se follaba a Paula en aquel video. Como se la follaba tan fuerte que hacía que ella tuviera que ponerse de puntillas ante cada embestida, como sus tacones se separaban del suelo ante cada metida, y ella gemía unos ¡¡Ahhh!! ¡¡ahhhh…!! totalmente entregados, desinhibidos, como si le diera absolutamente igual que alguien les viera con tal de que aquel chico no dejara de follársela.

—¿Te gusta como se la folla? –dijo Carmen mientras cogía primero uno de sus pechos, y luego otro, para inmediatamente y con exasperante lentitud, sacarlos de las copas de su sujetador y dejar caer aquellas tetas, enormes, colosales, aplastando las copas, en una imagen brutal, que me dejó sin respiración; con aquellas tetazas enormes y duras y su areola enorme, cayendo sobre su sujetador, casi haciéndolo desaparecer completamente. De nuevo aquellas tetas hipnóticas, que no parecían pertenecientes a su cuerpo, caían sobre su torso llegando hasta su abdomen dejándome sin aliento.

Yo me pajeaba y le decía que sí, que me gustaba como se la follaba.

—A mi también me gusta el vídeo… ¿la ves como disfruta?

Yo aceleraba mi paja mientras de fondo escuchaba mi móvil en el salón sonar y en el móvil de Carmen veía como aquel chico se la clavaba a Paula con tal vehemencia que el sonido de sus cuerpos chocar, de su pelvis y sus huevos contra el culo de Paula, resonaba por aquel parking.

El video llegaba a su fin con unos ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Ahhhh!!! de Paula gritados de forma terriblemente morbosa, quizás se estaba corriendo allí de pie, contra el coche; yo me pajeaba y la punta de mi miembro se oscurecía y mi polla se endurecía aun más y le supliqué:

—Chúpamela… Carmen…

Ella con las manos apoyadas en la cama, como una niña buena, si no fuera porque tenía aquellas enormes tetas al descubierto, me dijo que no.

Paula gemía tanto en el vídeo que el chico llegó a taparle la boca. El polvazo era bestial, parecía que el maldito le crío le arrancaba un orgasmo allí a mi novia como habría hecho con cualquier otra cría que se hubiera llevado a aquel noche. También bestial era la paja que me hacía, como las colosales tetas de Carmen… El vídeo acabó, dejándome ansioso, sin conocer el final de aquella follada, a punto de explotar, y miré a Carmen, vi su cara de calienta pollas, que me tenía donde quería…

—Eres una zorra, Carmen… mira cómo me tienes…

—Creo que es más zorra esa que tienes por novia... ¿Qué? ¿No te corres?

Yo acerqué mi polla a su boca y ella se retiró. Se recostó un poco hacia atrás, apoyándose sobre sus codos en la cama… yo me acerqué más, iba a tumbarme, a acostarme encima… pero no pude más… verla así, recostada hacia atrás, su cara, su melena, sobre todo aquellas tetas tan perfectas y aquellos pezones duros, aquella areolas rosadas dignas de una hembra en su máxima plenitud y no pude más: Exploté en un orgasmo que me hizo cerrar los ojos un instante y notar como mi semen salía disparado en dirección a Carmen. Abrí los ojos tras el siguiente chorro y vi como aquellos latigazos calientes caían brutales sobre el torso y tetas de Carmen que acogía el denso líquido sin dejar de mirarme, con cara de suficiencia. Me derramé durante unos segundos eternos pero que se me hicieron cortos, bañándola entera: su vientre, sus tetas, parte de la camisa, y uno de los chorros llegó hasta su cuello. Mi semen me parecía especialmente blanco y espeso, y sentía que soltaba un tremendo calor. Apenas gemí, solo respiraba de forma entrecortada, me corría casi en silencio por lo que me parecía hasta escuchar el sonido de mis latigazos de leche impactando con el cuerpo de Carmen. Cuanto más la bañaba más me excitaba derramarme con el siguiente chorro, cuanto más manchaba de blanco sus tetas más me daba cuenta de que mi orgasmo y corrida estaban siendo brutales. Me corrí como si no me hubiera corrido en semanas, como solo me pasaba con ella.

Me eché hacia atrás, hacia la mesa. La miré y la estampa era impactante, aquellas tetas y cuerpo moreno embadurnado de un líquido blanco y espeso daban una imagen que sobre otra chica podría parecer demasiado fuerte, incluso humillante. Pero ella no mostraba en su gesto ninguna muestra de desaprobación, me había corrido sobre ella y ella no solo mantenía su orgullo intacto si no que aun parecía más crecida.

Se incorporó y, al sentarse, le corrían varias gotas blancas hacia abajo, creando carriles transparentes y blancos bajando como torrentes por su cuerpo. Uno de los chorros más espesos había impactado justo sobre uno de sus pezones, embadurnando toda la areola, y al sentarse, era de ahí de donde caía más semen.

El sujetador y la camisa también estaban manchados. Se miró y se puso en pie en dirección al cuarto de baño. Esta vez sin protestar por haberla manchado.

Me quedé unos instantes allí apoyado, totalmente en shock. Correrme sobre Carmen, el vídeo de Paula… me sentía desahogado por mi orgasmo pero con el pecho agarrotado por todo lo acabado de vivir.

Escuchaba ruido de grifos y fui, aun mareado, al salón a por mi móvil. Tenía varias llamadas perdidas de Paula y un mensaje que decía:

—¿No estás en casa? Voy a un recado rápido y vuelvo.

Me senté en el salón. Alucinado por Paula, alucinado por Carmen. Hecho un lío.

Carmen salió del cuarto de baño, más o menos recompuesta, cogió el neceser, lo metió en su bolso y me dijo:

—¿No tienes nada que decirme?

Yo no sabía si esperaba que le pidiese perdón por mancharla o por no haberla creído en todo lo que me había estado contando sobre Paula. Ello no aguantó mi titubeo y, viendo, que no salía nada de mi boca soltó un fugaz “chao” y se fue de un portazo.

Me acosté en el sofá. “¿Y ahora qué?” Me preguntaba.

Mi cabeza daba vueltas. Recordaba el video. Las mentiras de Paula. Las tetas de Carmen. Cómo me había corrido sobre ella sin que ella protestara. No solo eso, si no como ella había provocado todo pero a su vez apenas me dejaba tocarla. Y es que ni la había tocado, y ella apenas me había rozado sobre el pantalón. No nos habíamos tocado y había sentido más deseo, más morbo, y explotado en un orgasmo más intenso que nunca.

Unos cinco minutos más tarde timbraron de nuevo. Era Paula. Le abrí desde el telefonillo.

Fui al cuarto de baño y me limpié un poco. Evidentemente estaba enfadado con Paula; todo había cambiado tras ver aquel vídeo, tras saber que me había sido infiel y me había mentido, pero tras aquella paja, tras aquella corrida sobre Carmen me encontraba totalmente anestesiado, como si no hubiera salido aun de la escena en la que me derramaba sobre ella, y no pudiera sentir aun nada hacia Paula.

Sonó el timbre de arriba. Abrí la puerta y estaban Paula y Carmen. No me lo podía creer.

—¿No estabas? ¿A dónde fuiste? –dijo Paula, seria.

—Tuve que salir… —fue lo único que alcancé a responder y ambas entraron conmigo al salón. Paula prosiguió:

—Carmen estaba abajo. La mandó María a por algo.

—Sí –dijo Carmen— me habló de algo que te llevaste de la casa que me tienes que dar para que se lo lleve.

Paula se cruzó conmigo y me miró con cara de pocos amigos, una especie de “deshazte de la niña cuanto antes” y se fue al dormitorio a dejar el bolso y quitarse los zapatos.

De nuevo a solas con Carmen, la miré, con el pelo alborotado y algo acalorada, y con una mancha en la zona del cuello de su camisa y otra a la altura del pecho… una mancha como de agua que había intentado limpiar de la camisa, a la altura de sus tetas, o como si al cerrarse la camisa sin haberse limpiado bien las tetas se hubiera manchado. Estaba aun manchada por mi corrida y algo me decía que ella lo sabía perfectamente.

—Bueno, se lo dices tú o se lo digo yo. –dijo seria y en voz baja, de forma que Paula no pudiera oírnos.

—¿Decirle el qué?

—¿Cómo que el qué? ¿Qué te has corrido como un loco sobre mí? ¿Qué sabemos que está follando con Álvaro día sí, día también?

Me llevé las manos a la cara. No podía más.

(Agradezco los comentarios. No interactúo más por no desvelar nada)