Sexo, mentiras y noches de verano (3)

Más versiones contradictorias de lo que hace mi novia y más retorcidos juegos de mi sobrina para calentarme.

No le respondí a aquel mensaje, fundamentalmente porque me parecía el enésimo jueguecito de aquellos dos críos. Estaba dispuesto a pasar página, a no complicarme la vida.

Mi relación con Paula era un sí pero no. Hablábamos por teléfono, quedábamos, pero aun no se había quedado a dormir en mi casa desde lo sucedido aquel fin de semana. Algunos besos y varios paseos, pero para recobrar la absoluta normalidad, para la total reconciliación, aun nos faltaba una cena, un polvo y despertarnos en la misma cama.

Por otro lado el morbo de lo sucedido aquel fin de semana no desaparecía. Yo seguía con mis pajas oliendo las bragas de Carmen y fantaseando con el posible polvo de Paula y el chico. Seguía sin confesarle a Paula lo que me había dicho Carmen sobre que habían follado; me guardaba aquella bala con calma, esperaba al momento adecuado.

Unos días más tarde de aquel mensaje de Carmen me llamó María, mi hermana y madrastra de Carmen, para ver unas lámparas con halógenos de mi casa que ella dudaba si cambiar en la suya. Ni se me pasó por la cabeza que apareciera con Carmen, mi cara debió de ser un poema.

No me quedó otro remedio que saludarla con dos besos en presencia de mi hermana. No podía ni mirarla a la cara y ella parecía distraída, tecleando en su móvil constantemente. Y lo que no quería que sucediera sucedió, y es que al rato de llegar y charlar sobre las lámparas, llamaron al móvil de mi hermana y esta se fue al pasillo, dejándonos a Carmen y a mí solos en mi dormitorio.

Nos quedamos en silencio. Un silencio largo e incómodo en el que yo miraba al techo, a la lámpara o a donde fuera con tal de no mirarla, y ella seguía enfrascada en su móvil. Ella llevaba unos shorts y una camiseta de cuello redondo, ni rastro de escote, pero aun queriendo ir recatada era imposible disimular lo que guardaba allí debajo.

—¿Subirías esta? –me dijo Carmen acercando su móvil.

Miré como acto reflejo, era una foto suya en bikini, sentada en la hamaca de la piscina. Una foto que me habría servido para una buena paja hacía unos meses. No le respondí, le puse cara de “deja de jugar, anda”.

—Creo que la voy a subir. ¿Te etiqueto? –rió— Tienes el Instagram muy muerto.

—Vale ya, Carmen… —le dije en voz baja mientras deseaba que mi hermana acabase de hablar por teléfono.

—Oye, no me respondiste el otro día a mi mensaje. Ya se que Paula y tú seguís juntos, pero mi mensaje iba completamente en serio. Pero tranquilo, no nos has hecho falta. Él le escribió un privado al Facebook y ya están en contacto por whatsapp.

—No me creo nada, Carmen.

—¿Pero que te pasa? ¿Se puede saber qué quieres?

—¿Cómo que qué quiero? –Yo intentaba no levantar la voz— Quiero que me dejes en paz.

—Pero si se te puso durísima cuando te dije que habían follado.—dijo en tono bajo.

—Déjalo ya, en serio.

Aquella chica estaba mal de la cabeza, hablándome así a 5 metros de María.

—¿Pero como vas a parar lo de mi novio y Paula? Te lo dije el otro día, cuando dos personas se tienen ganas van a acabar haciéndolo.

No le respondía y ella seguía.

—Por cierto, ¿Te piensas quedar con mis bragas de por vida? No te pido que me las des ahora delante de tu hermana pero vete pensando en devolvérmelas.

Yo seguía callado, mirándola, alucinando con ella. No tenía parada.

—¿Dónde las guardas, cerdito? —Dijo mirando hacia la mesilla— ¿Ahí? ¿Eres un fetichista de bragas? –rió.

Mi hermana colgó el teléfono y me salvó. Hablamos un rato más y Carmen volvió a enredarse en su móvil. Cuando se fueron sentí un profundo alivio. Pero ese alivio duró poco pues una hora más tarde Carmen me escribió:

—Mira, ahora en serio, se que están en contacto, es más, van a quedar esta misma noche. A mi me da igual que se la folle, yo también hago mis cosas, y creía que a ti te ponía porque eres un enfermito, pero creo que si te jode que te ponga los cuernos… igual deberías dejarlo con ella.

No pensaba quedar esa noche con Paula pero el tanteo se me hizo inevitable. Le escribí a mi novia diciendo que quería quedar.

—¿Esta noche? Estoy muy cansada hoy, lo siento… —respondió.

—Venga, solo un rato. Salimos a cenar o si quieres cena en casa y paso a recogerte después.

—En serio, estoy destrozada, no puedo. Trabajaré con el portátil una cosa que tengo que acabar y me iré a cama.

Dudé que responder.

—Necesito verte, Paula. Aunque sea me paso por tu casa 10 minutos sobre las once.

—Que no, en serio, por favor. No sé que urgencia te ha dado hoy. Quedamos mañana mejor. No te enfades.

Lo vi claro. De nuevo la ira me recorría todo el cuerpo.

Dudé que hacer. Me jodía darle aquel placer a Carmen pero le escribí:

—Está bien. ¿Qué sabes?

Me respondió en seguida:

—Jaja, pues que van a quedar. Se que él va a su casa, no sé si a recogerla o va a subir.

—No creo que ella se deje ver por ahí con él. Si va a su casa será para subir.

—A ver, que si va a recogerla no es para dar un paseíto de la mano. Parece ser que ella vive pared con pared con su casero y que no se encuentra muy a gusto follando en su casa. Igual follan en el coche o se van a un hotel, vete a saber.

Lo del casero era cierto. Me quedé helado.

No sabía que hacer. ¿Llamarla? ¿Plantarme en su casa? ¿Dejar que todo siguiera su curso? Lo que hice fue seguir escribiéndome con Carmen:

—¿Y tú? ¿Esta noche qué haces?

—Pues me han dejado solita. (Puso un emoticono de cara triste).

Estaba cabreado con Paula, seguía dándome morbo que aquel crío se la follase pero mi cabreo también era considerable.

—Puedes venir a mi casa si quieres.

—Jaja, que cerdito… yo creo que con la foto que subí hoy a Instagram y mis bragas te llega ¿no? Te puedes dar ahí un buen festín jaja—.

Susurré para mí un “qué hija de puta” e intenté cambiar de tema:

—¿A ti te da igual lo que hagan esos dos entonces?

—Completamente.

Miré la hora, pasaban de las diez de la noche. Llamé a Paula y no me cogió. No tenía teléfono fijo así que solo la podía llamar al móvil.

Dudé en coger el coche, plantarme en su casa, pero me negaba, era humillante. La volví a llamar y ella había apagado el teléfono…

Estuve dando vueltas por casa, sin saber qué hacer. Nervioso, excitado, enfadado. Sentía muchas cosas. A las once de la noche no pude más y cogí el coche en dirección a casa de Paula.

Era un trayecto corto pero con muchos semáforos y cada vez que me detenía en uno dudaba si dar la vuelta. Me sudaban las manos y hasta me temblaba la pierna del embrague. “¡Joder! ¿Y si se la está follando ahora?”, “¿Y si ni me abre la puerta?”, “¿De verdad vale la pena?”.

Llegué a su portal en el momento justo en el que bajaban unos vecinos por lo que pude subir hasta su piso sin timbrar abajo. No sabía si aquello había sido buena o mala suerte. Me planté en la puerta de su apartamento y timbré. Estaba hecho un manojo de nervios. Escuché unos tacones acercándose y mis nervios eran tales que aún en aquel momento dudé en marcharme.

Oí como se acercaba a la mirilla y después abrió la puerta. Su cara era de sorpresa, pero no una sorpresa mayúscula. Susurró un “qué cabezota eres…” y me hizo pasar. Me quedé un tanto descolocado, esperaba algo trágico, que no me abriera, o que me abriera pero no me dejara pasar. Sin embargo todo parecía normal.

Entré en su salón comedor y ella tenía el portátil sobre la mesa. Los restos de una ensalada en un bol y aun llevaba puesta su ropa de trabajo. Todo encajaba con su versión de tener mucho trabajo. No tenía mala cara, no tenía cara de cansada, pero eso no era extraño, nunca se le notaba el cansancio.

Me senté en el sofá y ella volvió a su portátil.

—Acabo esto en un momento –me dijo— Se de lo que quieres hablar. Y es normal. Hemos estado evitando el tema pero entiendo que no podemos post ponerlo más.

Miré mi móvil y me había escrito Carmen. Leí:

“Esta noche al final no han quedado”.

—Por cierto –dijo Paula— ¿sabes a quién me he encontrado hoy por la calle?

—¿A quién?

—A tu hermana y a Carmen.

—Joder, qué casualidad, se pasaron por mi casa hoy a media tarde.

—Pues después de comer bajé a por un café, porque el de la máquina de la oficina es una mierda, y me las encontré.

—Qué raro, María no me comentó nada, ¿y cómo fue?

—Pues imagínate… hablando con tu hermana mientras tenía que verle la cara a Carmen y esa media sonrisa. Para colmo María preguntándome qué tal el fin de semana en la casa. Y la zorra esa… en fin…

—Sí, a mí también me pasó. A parte esa chica es una bomba de relojería. No me fío un pelo. ¿Y de qué hablasteis?

—Pues nada, le dije lo de este piso de mierda, que me quiero mudar, que no aguanto al casero, que pongo la tele un poco alta y ya viene a tocar las narices. Creo que hoy no está.

Me quedé callado. ¿Y si…? ¿Había utilizado Carmen esa información para decirme que su novio sabía lo de su casero? La prueba más clara de que seguían en contacto podría estarse desvaneciendo con eso que me contaba Paula.

Estaba harto de atar cabos, o de intentarlo. Me levanté y me puse detrás de Paula que sentada seguía tecleando en un documento. No era el cuerpo voluminoso de Carmen, no tenía unas tetas colosales, si no que estaba más bien delgada y con unas tetas medianas. Su melena negra no era lo llamativa que la de Carmen pero tenía bastante buen culo para sus esbeltas piernas. Además con aquella ropa de oficina, camisa blanca, tacones y pantalón de traje gris, tenía un punto extra que Carmen con sus shorts y ropa de adolescente no tenía. Eran dos perfiles de mujer completamente diferentes, sin duda, Carmen una bomba y Paula más sutil.

—¿A qué vienes? –dijo sonriendo. Guardó el documento y bajó la tapa del portátil, se puso de pie y se giró hacia mí, y, frente a frente y con su culo contra la mesa me dijo:

—¿Pero tú no venías a hablar?

—Sí… a hablar y a otra cosa…

Nos besamos. Primero lentamente y después con más vehemencia. Cada beso era más largo que el anterior. Cada vez más apasionados hasta llegar a un beso tórrido en el que nuestras lenguas se enfrascaron, y aquello desembocó en que ella me quitara la camiseta y yo abriera los botones de su camisa. Sin duda aquellas tetas no eran las de Carmen pero se veían apetecibles, redondas y firmes, dentro de su sujetador.

Yo no podía con más medianías. Lo saqué todo:

—Quiero que me cuentes qué pasó, Paula. Qué pasó esa noche. Qué pasó en ese piso de arriba mientras Carmen y yo estábamos en la piscina. Y si estás en contacto con él.

—¿Piso de arriba? ¿En contacto? ¿Qué dices? ¿Estás loco?

—Déjate de juegos, Paula.— Yo no estaba para más bromas. No podía seguir negándomelo todo.

—No son juegos, —me dijo besándome, como intentando calmarme a golpe de besos— No ha pasado nada más que lo que sabes. Vamos para cama, anda.

—No vamos a ninguna parte. Dime qué pasó mientras Carmen y yo estábamos en la piscina.

—¡Qué no pasó nada!

—Eres una mentirosa, Paula, no puedo más con esto.

—Piensa lo que quieras… yo también estoy harta. –dijo apartándose de mi, cogiendo el bol y llevándolo a la cocina.

La rabia me corroía. Sabía que me estaba mintiendo en mi cara. Volvió para coger el portátil y la agarré, la besé con furia y ella me respondió dejándose devorar la boca. Su mano fue a mi pantalón y mis manos a su culo. Me bajó los pantalones y calzoncillos de un tirón y yo le agarraba el culo y colaba la mano por delante y por arriba hasta llegar a sus bragas. No podía más, llevaba dos semanas con pajas y más pajas pensando en Carmen, o en ella y el chico, pero necesitaba follar, necesitaba metérsela, necesitaba follármela. Yo no me reconocía, estaba furioso, mis besos eran violentos, le metí el dedo corazón en el coño sin rastro de calentamiento previo, pero ella se abrió y emitió un leve gemido. Antes de que me diera cuenta nos comíamos la boca y un dedo mío le taladraba el coño y ella me pajeaba también con fuerza.

—Eres una mentirosa, Paula, el chico ese te folló… —le gemí en el oído y ella no decía nada, no decía ni que sí ni que no, solo suspiraba al notar mi dedo moviéndose en su interior.

—Tienes el coño empapado Paula… —le suspiraba, tremendamente excitado, pero ella no respondía. Solo seguía masturbándome y dejaba que aquel dedo se abriera camino, empapándomelo.

No podía más. Saqué aquel dedo y aparté aquella mano suya que me pajeaba, le di la vuelta y la puse contra le mesa. Todo era tórrido, rudo, violento. Ella gritó, sorprendida de mi brusquedad. Le bajé los pantalones y las bragas de un tirón, hasta los tobillos, y me volqué sobre ella. Con mi pecho en su espalda y su pecho contra la mesa, le separaba un poco las piernas pero no podía demasiado pues sus bragas y pantalones anudaban sus tobillos. Yo me agarraba la polla para dirigirla hacia la entrada de su coño y empalarla.

—¿Me vas a follar así? ¿Has venido para follarme así? –dijo casi gritando.

Cuando noté que la punta estaba a las puertas de su coño me dejé caer sobre ella. Penetrándola. De un golpe. Su coño se abrió ávido de ser invadido. Ella gritó y yo le tapé la boca, ahogando ella allí su grito. Se la metí de una vez. Hasta los huevos. Fue brutal. Noté un inmenso calor rodeando mi miembro y me sorprendí por su humedad.

—¿Estás cachonda? –le dije justo cuando iniciaba un mete saca lento pero profundo.

—Sí…

—¿Por qué?

—Porque me pones mucho… —ella suspiraba lo que decía, lo decía casi gimiendo, con los ojos cerrados.

—No soy el único que te pone ¿no?

—¡Ahh… ahh…! –gemía.

—Dímelo.

—No…

Yo notaba mi polla dura como pocas veces y como su coño se fundía de una forma que yo nunca antes había notado.

—¡Joder, Paula… estás abiertísima! ¿Tanto te pone el chico?— yo me sorprendía a mí mismo, nunca le había hablado así.

—Ah… joder… me pones tú.

—Pero le comiste la polla cuando se metió en tu cama… —le gemí en el oído apretando su cuerpo con el mío, aplastándola contra la mesa sin dejar de penetrarla.

—Sí…

—Dímelo.

—Le comí la polla…

—Y después querías que te follara. –le susurré clavándosela hasta el fondo.

—¡Ahh…! ¡Sigue!

—¡Dímelo!

—¡Sííí! ¡Joder! ¡Le pedí que me follara!

Le di en un azote en el culo y le apreté una nalga con fuerza con una mano. Con la otra la sujetaba por el pelo. El ritmo de la penetración se aceleraba. El polvo era violento, extraño, como nunca antes.

—¡Y te folló al día siguiente! ¿A qué sí?

Ella no me respondía y yo aceleraba más y más. La embestía con tal violencia que el sonido de mi pelvis contra en su culo era un estruendo, resonando por aquel salón.

—¡Ahhh…! ¡Ahh…! ¡Siguee! ¡Siguee!

—¡Dímelo Paula! ¡Te folló al día siguiente!

—No…

—¡Se que te folló joder! —dije eso casi gritando, con una mano tirándole del pelo, haciendo que su cabeza se levantara y con la otra apretándole el culo. La penetración era bestial. La follada era brutal.

—¡No! ¡Joder! ¡Para!— gritó intentando zafarse de mí. Echaba la mano hacia atrás con fuerza y me seguía gritando que parara. Yo no quería salirme de ella y la seguía penetrando con fuerza. Pero ella insistió, se revolvió y consiguió salirse de mí. Me eché hacia atrás y ella se volteó. Frente a frente, los dos de pie me dijo:

—¡No vuelvas a intentar follarme así! ¡No soy una puta!

Con la camisa abierta y las tetas saliendo por encima del sujetador, el pelo alborotado y sus pantalones y bragas en sus tobillos. La estampa era terriblemente morbosa, y la idea de que aquel chico se la hubiera follado era insoportable, insoportablemente morbosa. Me ponía demasiado. En otro momento, en otro contexto le habría pedido perdón y la habría abrazado, pero mi excitación me lo impedía. Ella recompuso su ropa y se fue a su dormitorio, pegando un portazo.

Me quedé allí petrificado. No sabía que me estaba pasando. En menos de diez segundos Paula salió de la habitación para encararse conmigo:

—¿Pero qué coño te pasa? ¡Estoy harta!

—¿Harta tú? ¿Estás de coña?

—¡Sí, estoy harta! –ella miró mi miembro, como sorprendida de que siguiera sin taparme. —¿Por qué no te vistes y te vas?

—¿Por qué no le dijiste eso al chico cuando se metió en tu cama? ¡No habría sido mala frase! Ah, no, a él no le dijiste eso, a él se la chupaste sin más.

—¿Es lo que quieres? ¿Qué te la chupe aquí?— dijo retándome. Yo no respondí y ella se arrodilló frente a mí.

—¡Es lo que quieres! ¿No? Yo creo que tú no quieres una novia, quieres una puta. —Dijo arrodillada, agarrándomela con una mano para, inmediatamente, metérsela en la boca, sin miramientos. Comenzó una mamada brutal, guarra, casi obscena. Me la embadurnaba con saliva, me pajeaba fuerte y me miraba a los ojos.

Ella quería darle la vuelta a la bronca con aquello que me decía, pero yo tenía claro que allí la que era una mentirosa y una guarra era ella.

—¡Es esto lo qué querías! ¿No? –dijo retirando su boca de mi polla, mirando hacia arriba y sin dejar de masturbarme con fuerza.

Ella volvía a devorármela y yo, tremendamente excitado, y no sé si para ella o para mí mismo, dije:

—¿Se la mamabas así, Paula? ¿Con tantas ganas? ¿Eh? ¿Se la mamabas así?

–Sí…

—¿Y te gustaba?

—Sí… joder… me encantaba –decía ella restregándose mi polla por los labios y por la cara.

Nunca me la había chupado así. Jamás. Yo soltaba tanto líquido y ella tanta saliva que de sus mejillas y labios caía líquido transparente a su escote y camisa.

—¿Y él que te decía?

—No me decía nada… me daba golpes con su polla en la cara –dijo mientras plasmaba lo que decía, moviendo mi polla hasta golpear varias veces su mejilla.

—Te folló, Paula. Lo sé.

—¿Tú crees? –dijo acelerando la paja.

—Dímelo ya.

—Sí. Me folló. Me folló en el piso de arriba. Me corrí como una loca. Varias veces. –dijo eso pajeándome fuerte. Con mi polla a escasos centímetros de su cara.

—Sigue.

—Me folló. Me folló y me gustó. Me corrí tres veces, joder. Me puso a cuatro patas como a una puta y yo le dejé. Le dejé que me follara y acabó corriéndose en mi boca. –dijo implacable, pajeándome sin parar.

No sentí odio, solo un tremendo morbo de imaginarla a cuatro patas, gimiendo y follada por aquel crío. El orgasmo me vino sin avisar. Como un torrente que viene descontrolado, de lejos, empecé a convulsionar y a notar que multitud de chorros salían calientes y densos de mi cuerpo, salían violentos como la paja que me hacía y desesperados como llevaba yo tantos días. Le salpiqué la cara, con dos latigazos blancos y densos que la cruzaron de abajo arriba, después el cuello, el escote, la camisa, con chorros menos fuertes pero igualmente candentes y compactos. Me corrí como un loco, no podía con aquella excitación. Ella recibía mis latigazos de semen con cara seria, sin inmutarse, con una tremenda sobriedad.

Ella exprimió las últimas gotas que caían de mi polla, la soltó, y nos quedamos en silencio. Se puso de pie, se quitó la camisa y limpió su cara y sus tetas con ella. Fue hacia su dormitorio y antes de cerrar la puerta dijo:

—¿Te gustó? ¿Es esto lo que querías? Para esto has venido ¿no?

—No le quieras dar la vuelta a esto, Paula.

—¿Qué vuelta? ¿He dicho todo lo que querías oír? ¿Eh? ¿Era esto lo que tenía que decir?

Yo la miré, sin saber bien qué responder.

—Y dime –prosiguió— ¿Te gustó la paja? ¿O te gustó más la que te hizo la zorra esa? –dijo antes de cerrar de un portazo.

Me fui de casa de Paula sin saber muy bien qué había pasado. O, al menos, sin saber como interpretarlo o digerirlo. Alucinado con el polvo salvaje y alucinado con que ella siguiera con su papel de víctima; No tenía ninguna intención de llamar a su puerta y pedirle perdón.

Conduje hasta casa pensando que hasta tendría que hacerme un esquema de las cosas que eran seguro que habían pasado y las que no. El chico había bajado a la cocina y ella no le había hecho caso: Sí. El chico se había metido en su cama y habían hecho de todo menos follar: Sí. Paula sabía que Carmen me había hecho una paja: Sí. ¿Cómo lo sabía? Ni idea. Y ahora el tema clave: Carmen me dice que ese crío se folló a Paula en el piso de arriba, a cuatro patas, y se corrió en su boca, y Paula me cuenta exactamente lo mismo, para después decirme que se lo ha inventado para excitarme, pero me cuenta la misma versión de Carmen. Una más que sospechosa casualidad.

Estaba tan cansado de no saber si habían follado que casi deseaba verlos, oírlos, o lo que fuera, para tenerlo claro.

Me acosté pensando en eso: “Ojalá se la folle y así dejo de comerme la cabeza”.

Pensé que al día siguiente Paula me llamaría. O al siguiente. Pero no pasó. Nunca, en cuatro años de relación, habíamos estado más de un día sin hablarnos. Al cuarto día claudiqué y la llamé. Le propuse cenar en un buen restaurante e ir a mi casa a dormir. Aceptó.

Durante esos días lo único que supe de Carmen fueron varias fotos que subió a su Instagram. A cada foto yo me decía a mí mismo: “joder, cómo es que no me la he follado…”. Esos días no me quedaba dormido sin oler aquellas bragas azul marinas y pajearme compulsivamente recordando aquellas tetas e imaginando lo que sería oler su coño de verdad, no sus bragas, enterrar allí mi boca y embriagarme de sus fluidos y su olor. El coño de Carmen. Una de esas noches a penas me había recuperado del orgasmo y me hice otra paja pensando en cómo sería follarse a Carmen. Cómo sería tenerla encima, cabalgándome, montando mi polla, con esa melenaza rubia a un lado y a otro, y ver ese par de tetas botando al compás de sus gemidos…

Y llegó la noche en la que había quedado con Paula para arreglar las cosas; la fui a buscar al trabajo en coche y nos fuimos a cenar. Una mitad de mi quería sonsacarle absolutamente todo y la otra mitad no quería ni sacar el tema. Ella estaba sonriente, alegre. Con toda voluntad de reconciliarnos por fin. El vino fue bajando y acabando la segunda copa ella sacó el tema.

—En cuanto a Carmen y el chico, ¿qué hacemos?

—No sé… ¿qué quieres hacer tú?

—Yo lo que quiero es olvidarme —dijo ella.

En ese momento se me ocurrieron un montón de preguntas, para empezar: “¿Cómo sabes que Carmen me hizo una paja?”. Pero no sé por qué, quizás porque estaba harto de pelear. Quizás porque hasta me la imaginaba diciéndome que se lo había inventado, que lo había dicho de casualidad, decidí seguirle la corriente:

—Está bien. Yo también.

—Y… ¿fantasear? –dijo algo alegre por el vino y con una sonrisa pícara.

—¿Fantasear cómo?

—Ya sabes, como el otro día, pero más… light… a mí no me disgusta fantasear con ellos. Con los dos.

—Sí, fantasear está bien.

—Así no nos complicamos, ¿no?

—Sí, está claro. Fantasear y nada más.

Paula se levantó y fue al servicio. Tres copas de vino cada uno. Una cena agradable… Yo no tenía ninguna intención de estropearlo. Estaba a gusto. Tranquilo. Después iríamos a mi casa, follaríamos y volvería la normalidad.

Sin embargo, mientras Paula estaba en el servicio, vi su bolso colgando de su silla y no lo pude evitar. Me acerqué y cogí su móvil. Si estaba en contacto con el chico lo sabría inmediatamente. Con lo que no contaba era con que ella hubiera puesto código en su móvil. Era extraño. Antes no lo tenía y recordé que, al yo sí tenerlo, varias veces ella me había dicho que no entendía que lo tuviera, que eso denotaba tener algo que ocultar.

Volví a mi silla y miré mi móvil. En aquellos últimos días revisaba compulsivamente esa red social, buscaba a Carmen, e inmediatamente a su chico, Álvaro no—se—qué. Entré en Carmen y no había subido nada nuevo. Después entré en el del chico y había subido unas copas, unos cócteles en un bar no muy lejano a donde cenábamos. Aquel sitio era un bar de copas de moda entre el pijerío joven de la ciudad. Carmen también subía con frecuencia fotos en ese sitio, sola o con amigas, en unos selfies exagerados, fotos que no eran más que una competencia insana a ver quién estaba más buena.

Salió Paula del servicio y se dirigía a la mesa, algo contentilla. En mini falda gris y camisa rosa. La ropa del trabajo le sentaba bien. Estaba atractiva. Se sentó y no lo pude evitar. Le dije:

—Oye, hay un sitio que está de moda ahora. Es de cócteles. ¿Quieres tomar uno ahora después de cenar?

Ella me dijo que sí y yo no entendía que era lo que quería. Qué iba a ganar porque se vieran. ¿Acaso iba a descubrir algo por eso? Era una sensación extraña, una mezcla de adrenalina y morbo.

La calle dónde estaba el bar al que nos dirigíamos estaba atestada de gente, gente más joven que nosotros, entre 20 y 25 años. Entramos y yo miraba a un lado y a otro. Nos acercamos a la barra y pedimos unos cócteles. El sitio estaba bastante oscuro. A ella se le iba la mirada al show que montaban los camareros, echándole quince cosas a cada copa, mientras yo oteaba entre la muchedumbre a ver si veía al chico o a Carmen.

Sentía verdadera atracción por Paula aquella noche. Nos besamos varias veces en besos realmente implicados. Morreos guarros en toda regla. Mis manos no tardaban en ir a su trasero. De verdad tenía ganas de follármela, pero a la vez disfrutaba de los nervios y excitación porque apareciera el chico.

Me fui al servicio, mitad porque tenía ganas y mitad para explorar así la zona del fondo del bar. Una vez allí me miré en el espejo y me dije: “¿Pero qué pretendes con todo esto?”

Volví a junto de Paula con la clara intención de tomarme la copa rápidamente e irnos para casa. La abordé por detrás y le quise dar un beso, ella tecleaba con el móvil, que apartó rápidamente y recibió mi beso un tanto sorprendida.

—Antes no estabas tan enganchada al whatsapp, —le dije.

—No estoy enganchada… es el grupo de la gente del trabajo que escribe a todas horas.

Tenía la intención de beber rápido y marcharme pero ella parecía haberme leído la mente pues bebía más rápido que yo.

No podía evitar seguir mirando a la gente, a tantos chicos en edad universitaria, pero ninguno era el tal Álvaro.

Paula acabó la copa:

—Oye… lo de dormir en tu casa mejor lo dejamos para otro día, ¿qué te parece?

—¿Y eso?

—No sé, estoy algo mareada. Y cansada. Tenemos todo el fin de semana por delante.

Salimos fuera y le propuse acercarla en coche a casa. Ella me dijo que no. Que estaba mareada, que prefería ventilarse, que esos quince minutos de camino le vendrían bien. La calle estaba atestada de gente, muchos chavales bastante borrachos, no me hacía gracia que fuera sola pero no me dio opción, tampoco me dejó que la acompañara caminando.

Caminé hasta mi coche y una vez me subí en él le escribí:

—Estabas muy guapa hoy. ¿Estás mejor del mareo? Escríbeme cuando llegues.

Mi mensaje no parecía enviado a una chica con la que llevaba saliendo cuatro años pero la sensación era casi como de volver a empezar.

Llegué a casa y cuando me estaba metiendo en cama Paula me escribió:

—Ya estoy en casa. Lo he pasado genial en la cena. Mañana hablamos para hacer algo por la tarde.

Un par de minutos más tarde, a la 1 en punto de la madrugada le escribí:

—¿Qué tal el mareo?

Me quedé dormido esperando su respuesta. Al día siguiente me desperté sobre las nueve y Paula no me había contestado pero Carmen me había mandado una foto al móvil pasada la 1:20. Se veía algo borroso, un montón de gente en la calle, luz amarillenta de farolas y dos personas al fondo entre la multitud, como hablando cerca, una chica morena en camisa rosa y un chico que parecía ser el novio de Carmen.

Miré y re miré la foto. El poder de la negación puede llegar a ser muy fuerte pero era inevitable concluir que llevaba días auto engañándome. Amplié la foto. Es que no había duda. Me dije: “¿Qué más pruebas necesitas para saber que se la está follando?”.

Desayuné odiándola. Era ya imposible defenderla. Pero entré en la ducha deseándola, y cuando me di cuenta me masturbaba bajo el agua imaginándomelos enrollándose en un pub, metiéndose mano en un sucio callejón y follando en cualquier hotel cutre de la zona. La mezcla de enfado con ella y morbo por la situación seguía girando en mi cabeza como un carrusel de feria.

Paula no se había conectado desde que me había escrito. Me daba igual. “Ya dará señales cuando quiera”.

Esa mañana me fui a la casa familiar. Sin ningún interés o pretensión de ver a Carmen o al chico pues habiendo salido esa noche parecía muy improbable. Fui simplemente a buscar dos trajes de neopreno que tenía allí y que siempre prefiero tener en mi casa en agosto y septiembre para entrenar para triatlón cerca de donde yo vivo.

Era una mañana tranquila en la que fui a la casa, pasé por el pueblo a buscar una tija para la bicicleta y volví a la casa familiar poco antes de la hora de comer. Allí estaba mi prima Carolina y su novio organizando la comida. Me senté con ellos y piqué un poco de lo que hacían. Mi prima tiene unos 28 años y siempre fue una cabra loca. Había estado viviendo en Costa Rica y Australia, cambiaba de novio cada tres meses, no tenía problemas en fumarse algún porro que otro en el jardín. En fin, era Carolina, era como era, y como era así, a todos nos parecía hasta normal.

En un momento de la conversación yo dije agradecer la paz de la casa estando solo los tres a lo que Carolina dijo:

—Bueno, está Carmen también, arriba, con un chico.

A mí se me aceleró el corazón.

—¿Con su novio?

—Ay, no sé. Yo creo que no. Nos lo presentó ¿Cómo se llamaba?

—Rober –dijo el novio de Carolina.

—Eso, Rober.

—¿Y cómo es? –pregunté.

—Pues es… moreno, de pelo corto. Tenían una cara de resaca los pobres… —rió.

Lo cierto era que no me apetecía ver a Carmen. Era como algo tremendamente excitante, atrayente, pero que sabes que solo te traerá problemas.

Acabamos de comer y Carolina se fue a tirar al sofá del salón, su novio dijo que se iba arriba a echar la siesta y yo me fui a un saloncito que comunica directamente con el salón, donde tenía unas revistas de deporte y nutrición y de running que quería revisar para llevarme alguna. Al poco tiempo bajó Carmen con el chico. Cruzamos una mirada, fría. Y se fueron al otro sofá diferente al de Carolina.

Desde mi posición veía a Carmen sentada en el sofá, bebiendo de una botella de agua y con una camiseta de tiras blanca, que para variar no podía disimular las tetazas que guardaba debajo.

Carolina se puso en plan familiar guay—enrollada y le empezó a preguntar a Carmen de todo. Hasta por novios.

—¿Novios? Jaja— rió Carmen— tenía uno, o algo parecido. Creo que hasta ayer.

—¿Y eso? –dijo Carolina.

—Pues… parece que le van las viejas.

Yo levanté la mirada, para cruzarla con Carmen, pero ella seguía mirando hacia la tele.

—¿Cómo que viejas?

—Sí, de treinta y pico.

—¿Te ha dejado por una de treinta?

—No, dejado no. –dijo mirando a su amigo de forma cómplice.

—No me entero, chica. –dijo Carolina con ganas de saber más.

—Bueno, yo no vi mucho –dijo Carmen— aquí Rober vio más.

—Joder, si vi— rió su amigo.

—A ver… —comenzó Carmen— ayer de noche yo salía con mis amigas y vi a mi novio o lo que sea hablando con una vieja. Yo iba a mi rollo, me daba igual, y me fui por ahí. Pensé que hablarían un rato y nada más. Y en esto que… va este –dijo mirando al tal Rober— y me escribe un whatsapp diciéndome… ¿cómo era? Algo como “tu novio le está tocando el culo aquí a una chica delante de todos”.

—Pues vaya con tu novio…

—Espera, espera. Es que mira. A mí que él haga sus cosas me da igual ¿sabes? Pero que las haga en su puta casa, que a mí la gente me conoce. Y es que parece ser que se dieron un morreo en plena calle y después bajaron calle abajo hacia el parking subterráneo de la plaza de Santa Marta. Y todos sabemos cuando Álvaro baja con una chica por esa calle a qué va.

—Ya veo ya… —respondió Carolina.

A mi me temblaban las manos. Escuchaba atentamente en una tensión insoportable.

—Que se la llevó en coche por ahí a sabe dios donde ¿no? –preguntó Carolina.

Rober tomó la palabra:

—No, no, a ver. Álvaro siempre hace lo mismo. Viene en coche, aparca en ese parking y si liga con alguna… pues… se la lleva allí… y vuelve en una horita.

—¡Hostia qué dices! —Exclamó Carolina— Que tu novio ayer se folló a una chica allí en su coche.

—Bueno, yo no lo vi— dijo Carmen.

—Pero yo sí —interrumpió Rober.

—A ver, cuenta, cuenta, —preguntó Carolina cada vez más intrigada.

—Pues un amigo y yo les seguimos, porque estaba claro a lo que iban. Bajaban la calle andando juntos pero como si no se conocieran. Y bajaron al parking… les seguimos… y se fueron al piso menos dos. Entraron en el coche… y bueno… no voy a entrar mucho en detalles ahora… y… bueno, no se veía mucho pero… vamos, yo creo que se la oía gemir desde el menos uno.

—Maadre mía –dijo Carolina.

Yo no sentí enfado, en absoluto, de nuevo aquel morbo incontenible. Me sentía extraño teniendo una erección escuchando aquello. ¿Era humillante para mí? ¿Sí, pero no para Carmen que lo contaba como si tal cosa? Me los imaginaba en el coche y no podía evitar empalmarme como un loco.

—Nosotros estábamos algo borrachos. Nos hacía gracia.—dijo Rober.

—¿Pero qué veíais? –Carolina quería todos los detalles.

—No se veía mucho y estábamos algo acojonados por si venía alguien. A ver, se veía más o menos porque el garaje tiene algo de luz aunque no mucha. Es un parking antiguo y está bastante oscuro. Yo que sé. Estaban en el asiento de atrás. Estuvo ella encima… después a cuatro pat…

—Vale, vale, vale –rió interrumpiendo Carolina.—Joder, Carmen, escuchas esto y no te… yo no querría oírlo.

—Ya te dije antes, me jode más el morreo en plena calle que los puede ver todo el mundo. Y el paseíto hasta el coche, que lo que pasó en el coche. Joder, yo creo que el paseíto hasta el coche es lo que más me jode.

—¿Has escuchado esto? –elevó la voz Carolina dirigiéndose claramente a mí.

Yo, con una erección de caballo, mojando ya el calzoncillo imaginando la escena en el coche, no tuve más remedio que esbozar un humillante:

—Sí… sí…

—Tienes que dejarle, Carmen. Bueno, yo no me meto. Haz lo que veas. –dijo Carolina.

La conversación derivó a un tema parecido a “cómo son los chicos de ahora” y yo recibí un mensaje de Paula.

—Oye, perdona por lo de ayer, por marcharme así. Tenemos que hablar.

Obviamente no me apetecía responderle. Subí a mi dormitorio. Estaba terriblemente excitado. Hecho un manojo de nervios. No sabía que pensar, que sentir. Pareciera que al darme morbo todo aquello quería menos a Paula, pero no era así. Sentía que la quería a la vez que la deseaba como siempre o más. También deseaba que ella confesase todo. Que se follase al chico unas semanas, podría aceptarlo. Sentía seriamente que podría aceptarlo. Ojalá yo pudiera compensar las cosas, entre comillas, haciendo algo con Carmen. Pero aunque no pasase nada más entre Carmen y yo, pensaba que podría soportar algunos escarceos de Paula y Álvaro siempre que me lo contase con sinceridad. También era cierto que eso lo pensaba en aquel momento en el que tenía un calentón impresionante.

Pero si había subido allí para aclarar mis ideas aquello iba a ser en vano pues Carmen entró en mi habitación sin llamar.

—¿Qué sabes? Cuéntame ya que os traéis Paula y tú. Esto es humillante. –dijo encendida.

Me quedé alucinado.

—Creo que se menos que tú. –respondí.

—¿Me puteas? ¡Os podéis ir a la mierda los tres!

No me dio tiempo a responder. Se marchó dando un portazo.

Aquello era de locos. Dudaba mucho de que ella no supiera claramente que yo era el que menos sabía en todo aquel lío. En aquel momento me llamaron del trabajo. No tenía yo precisamente la cabeza para eso un sábado y menos tras la historia del garaje. Pero no me quedó más remedio que responder. Me entretuvieron más de 20 minutos en los que yo alucinaba pues poco tenía que ver con el tema y no pensaba pasarme por la oficina. Quedamos en hablarlo el lunes y colgué. Estaba sudando, por el estrés y por el calor. Bajé a la piscina con la intención de darme un chapuzón rápido e irme a casa. Estaba Carmen sentada en el bordillo, con, los pies en el agua. No había nadie más. A punto estuve de dar media vuelta pero necesitaba agua fría y me sentía ridículo escapándole a aquella cría en mi propia casa.

Entré en el agua. Los dos en silencio. Mirándonos. Un tanto absurdo. Ella se fue escurriendo hasta meterse en el agua. Finalmente me acerqué a ella y le pregunté por el tal Rober:

—Pues creo que está arriba, en mi habitación. Tiene unas resacas horribles. Tranquilo que solo somos amigos, a ver que te crees.

—Yo no me creo nada. Me da igual. ¿Y Carolina y su novio? ¿Se han ido?

—Yo qué se.

Se hizo un silencio que ella decidió romper volviendo al tema por el que había irrumpido como loca en mi dormitorio hacía media hora:

—¿En serio no sabes más que yo?

Ella llevaba un bikini estampado de colores vivos que apenas contenía sus tetas. De hecho el agua nos cubría a la altura del pecho y con el bikini mojado se le transparentaban los pezones de manera infartante. Recordé la cantidad de pajas que me había hecho con una foto en la que llevaba ese bikini; una foto en Ibiza de hacía un par de meses. En persona era aun más impresionante pues, siguiendo su línea exhibicionista, el bikini era de triángulos y dejaba poco a la imaginación.

Intentando mirarle a la cara y dejar de mirarle a las tetas alcancé a responder:

—Sabes más que yo. De hecho ella sabe que me hiciste una paja y no se cómo.

—Lo que hicimos tú y yo es imposible que lo sepa.

—Pues me lo dijo.

—Pues sería un farol.

—¿Qué farol, Carmen? Está claro que aquí fluye la información por todas partes menos hacia mí.

—No te creas.

—Lo de ayer de noche, ¿A qué vino? Delante de Carolina. ¿Estás de coña o qué?

—Mira, te digo una cosa, si hablo de estas cosas a la ligera es porque sé que a ti más que joderte se te pone dura.

Me lo dijo a escasos centímetros de mi cara. Con el pelo aun seco y ese mechón rubio que metía permanentemente detrás de la oreja. Con esos dientes blancos y esos labios que yo recordaba cada noche. En serio parecía que las tetas iban a deshilachar el bikini en cualquier momento, de nuevo lo terso de sus pechos jóvenes intentaba luchar con el peso como consecuencia de la gravedad. Aquel bikini sufría por contener aquello como pronto lo haría mi bañador si ella seguía acercándoseme tanto.

Ella daba por hecho algo que era cierto, pero yo no me sentía cómodo reconociéndolo:

—¿Crees que se me pone dura mientras cuentas como tu novio se folla a mi novia?

—No tengo ninguna duda.

—No todo es un juego, Carmen.

—Vale. Lo que quieras. ¿Quieres oir la versión larga?

—¿Versión de qué?

—Lo que pasó en ese garaje. Rober dijo dos tonterías, obviamente no le iba a contar a Carolina lo que pasó. Yo lo se todo, joder. ¿Quieres que te cuente todo?

—¿Ahora?

—Sí… —dijo ella dejándome el corazón en un puño.

—Está bien, cuéntamelo.

—Mmm, no… según tú te jodería, ¿no?

—Me jodería pero lo quiero saber. ¿Tan difícil es entender que lo quiero saber?

—Si no me reconoces que te pone cachondo que esos dos anden follando por ahí no te lo cuento.

En esos momentos me daba cuenta de que bajo aquel cuerpazo de mujer en el fondo solo había una niñata.

—Está bien, Carmen… me pone cachondo. Cachondísimo. –dije sincero pero intentando hacerme el irónico.

Carmen se me acercó aun más, y me susurró al oído:

—Lo sabía.

—¿A ti también te pone o qué?

—A mi me pone él.

—Enhorabuena –respondí.

—Ey… tranquilo, no te pongas celoso. Que sepas que recordé alguna vez… la paja que te hice… y bueno… tuvo su punto, ¿no? ¿Tú la recordaste?

—No. Tengo mejores cosas en qué pensar.

—No te creo… Ya te imagino en tu casa… oliendo mis bragas todas las noches antes de dormir y recordando la paja, ¿a que sí?

Ella me hablaba al oído. Estábamos quietos, de pie, en la zona que cubre poco de la piscina, con el nivel del agua a la altura del pecho. Al estar quieto sentía algo de frío. Yo volvía a pensar que ella solo quería jugar. Miraba disimuladamente a sus tetas y la areola oscura se le transparentaba, la imagen era para bajarme el bañador allí mismo y cascármela mirando su cuerpazo. Sin embargo intentaba disimular, como hablándole con desidia, como queriendo dejarle claro que yo era el adulto y ella una cría:

—Estás muy equivocada, Carmen. El mundo no gira a tu alrededor.

—Ya. Lo que tú digas. Mira…

—Venga, Carmen, déjate de historias, cuéntame ya lo que hicieron anoche –la interrumpí.

—Está bien. No hace falta que te pongas así de chulo.

Yo me callé. Mi silencio era la invitación a que ella dejase de marear la perdiz y comenzase a narrar.

—Pues… a ver… como dije en el salón yo salía con mis amigas. Y fuimos por la calle esa que está de moda ahora, y les vi. La verdad es que no le di demasiada importancia. De hecho en ese momento te mandé la foto un poco de broma. Seguí con mis amigas y nos quedamos en una plaza y allí fue cuando Rober me escribió lo de que Álvaro le estaba tocando el culo a una chica. Le pedí que me la describiera y no había duda, le estaba sobando el culo a Paula mientras hablaba con ella, delante de su pandilla de amigos, los cuales conozco. Imagina mi cara—.

A mi me extrañaba la escena. Que Paula se dejase sobar por él delante de su grupo de amigos. Le hice saber a Carmen que la imagen era un tanto extraña.

—Mira, yo te digo lo que me contó Rober. Que ni me va a mentir ni es especialmente exagerado. Tú tómatelo como te lo quieras tomar.

—Está bien. Sigue.

—Pues… ¿qué más? Bueno a mí eso me jodió un poco. No me mola nada quedar de pardilla y al final nos conocemos todos. Me estuve whatsapeando con Rober y él me iba diciendo: “Siguen hablando”, “Ahora hablan cerca”, “Le está poniendo la mano en el culo con todo el descaro”, “Sus amigos se parten la caja de risa”, “están hablando muy cerca, se van a besar”, “bingo, acaban de pegarse un morreo contra la pared”. Hasta que me escribió algo así como: “Nada, está hecho, se van calle abajo, se la va a follar”.

Carmen contaba aquello sin alardes. No parecía querer ser especialmente hiriente ni tampoco poner paños calientes a la información que ella tenía. El hormigueo en mi cuerpo era constante. Mitad por la narración y mitad por quién me lo contaba. Joder, con aquel bikini, a medio metro de mí y contándome aquello… ganas no me faltaban para hacerme una paja allí mismo.

—Y nada, a Rober le acompañó un amigo suyo, Carlos creo que fue, que está en todas, y les siguieron hasta el garaje. Paula y Álvaro se metieron en el coche. Y parece ser que estuvieron hablando un rato. Algo extraño. Unos cinco minutos, por lo que llegaron a pensar que quizás no pasase nada. Pero bueno, se pusieron a hablar más cerca…

—¿Pero estaban en los asientos de delante?

—Sí, sí. Estaban… pues lo normal. Él donde el conductor y ella al lado. Y eso, empezaron a hablar más cerca hasta que se empezaron a enrollar.

—¿Pero eso te lo iba escribiendo tu amigo?

—No, no. Él desde que entró en el garaje no me escribió más. Nos vimos unas horas más tarde y me lo contó. Bueno, sigo. Me dijo que se enrollaron allí delante. Que él le metía la mano por la falda y ella le sacó la polla del pantalón. Y se estuvieron… no sé… masturbando, tocando, no sé. Así un rato. Y después se fueron para los asientos de atrás. ¿Sigo?

—Sigue.

A pesar de tener un poco de frío mi erección era inocultable. Ella me miraba fijamente a la cara, con que mirara para abajo me descubriría. Lo cierto era que me daba igual. Es más, la veía a ella colorada, no podía asegurar que estaba excitada por contármelo pero desde luego algo le despertaba.

—Pues nada… allí detrás Rober decía que les veía algo peor, pero vamos, que él se puso encima de ella. Como que ella a penas se desnudó y Rober no la veía bien.

—¿Pero qué vio entonces? –Yo no aguantaba más. Quería saberlo todo.

—Pues, a ver, Rober me dijo que realmente lo que veía claramente era el culo de Álvaro moviéndose adelante y atrás. De ella solo veía las piernas a los lados del cuerpo de Álvaro. Me dijo que tenía su punto ridículo, que a Paula le colgaban las bragas del tobillo.

—Joder, Carmen. —Se me escapó decir.

—Ya… bueno. Y nada. Qué más. Eso, que… Paula… bueno que gemía bastante.

—Puedes ser más explícita. No me va a joder.

—¿Te pone?

—Sí.

—A mí un poco también. Joder. Es que Álvaro… me pone mucho, y que se la folle así… a una tía mayor… —decía Carmen algo afectada. Acalorada.

Tanto Carmen como yo miramos a nuestro alrededor. Ella dijo:

—No hay nadie. Yo creo.

—¿En que estás pensando? –los dos parecíamos estar empezando a descontrolarnos.

—No te voy a hacer una paja si es en lo que estás pensando.

—Ya.

—Eso fue una ida de olla total.

—Ya, totalmente. –Yo apoyaba los codos en el borde de la piscina. Sabía que tenía una erección colosal y sabía perfectamente que ella eso lo sabía. Para colmo tenía la polla hacia abajo, hacia una de las perneras del bañador y era terriblemente incómodo notar como aquello quería subir pero no podía.

—Bueno. Sigo. Te lo cuento tal como me lo contó Rober. Que sí. Que… vamos… que unos gritos que resonaban en todo el garaje. Que Álvaro movía el culo adelante y atrás a toda velocidad y ella gritaba como una auténtica… que gemía como una puta, vamos… Es que me da palo— medio sonrió algo avergonzada— Y nada. Que después ella se puso encima y que ellos solo veían a ella subir y bajar como podía, porque el coche no es muy grande.

—¿Fue con condón?

—Pues… la verdad es que no se lo pregunté.

Tras un silencio ella se acercó aun más y me susurró, con nuestras caras frente a frente:

—¿Te pone que haya sido sin condón?

—Me pones tú. Contándomelo…

Ella bajó su mano directamente a mi entrepierna. No tardó en descubrir que mi polla estaba colocada hacia abajo, a lo largo de una pernera del bañador. Coló la mano por debajo y me tocó mínimamente. Me acarició la polla sutilmente. Nos miramos. Yo la intenté besar y ella se apartó. Besé su mejilla y nos quedamos pegados. Ella no soltaba mi polla y susurró:

—Joder, la tienes durísima, cabrón.

—Ya te dije que me pones mucho contándome esto.

Bajé la mano y busqué entre sus piernas pero ella me lo impidió de manera sutil.

—Espera… te cuento el final.

Se despegó un poco pero sin soltar mi polla que palpitaba sola bajo el agua. Ella me la sujetaba con firmeza, pero no movía la mano.

—Pues… nada. Parece ser que se pegaron un buen susto Rober y Carlos porque salieron del coche.

—¿Salieron? ¿Por?

—Bueno, parece ser que ella encima… lo que te decía antes, que no se podía mover bien. Y que abrieron la puerta. Se enrollaron de pie al lado del coche y Rober y Carlos se escondieron detrás de otro coche. Y… nada… que bueno… se la folló de pie, contra el coche… Le subió la falda y… desde atrás… pues eso, contra el coche. Y que claro, así fuera del coche… si ya la oían gemir con el coche cerrado imagínate fuera… dijo que resonaban hasta con eco sus gritos por todo el parking. Según Rober… una follada increíble en esa postura, y que unos gritos… impresionantes.

Yo me imaginaba a aquel crío follándose a Paula… empotrándola contra el coche y estaba fuera de mí… para colmo Carmen agarrándome la polla con fuerza, aunque aun sin mover la mano… con aquellas tetas a centímetros de mí, con los pezones atravesando el bikini… Ella me lo contaba todo con unos coloretes sonrojados en sus mejillas que delataban que todo aquello la tenía al límite. Yo no podía más.

—Quítate esto… —le dije en clara alusión a la parte de arriba del bikini. Tenía que comerle aquellas tetas. Tenía que follármela allí mismo aunque fuera lo último que hiciera.

Ella miró a ambos lados y hacia la casa. Soltó mi polla para llevar sus manos al nudo del bikini que se hallaba en su nuca. Parecía dispuesta, por fin, a dejarse llevar. Pero en ese momento escuchamos pasos. Era alguien en chanclas, que desde la cocina se encaminaba al jardín. Nos apartamos bruscamente, como acto reflejo, mientras no me podía creer tener tanta mala suerte. Era su amigo que, con cara de dormido, entraba en el jardín, bordeaba la piscina y se tumbaba en una hamaca sin decir nada.

Ella se fue alejando, nos quedamos unos diez segundos allí en el agua. Sin saber qué hacer. Me acerqué a ella. Vi que tenía la piel de gallina y le dije en voz baja:

—¿Tienes frío? ¿Salimos?

Ella cambiando el gesto completamente me susurró:

—Joder, tío, se te pone durísima cuando te digo que se están follando a tu novia. Eres jodidamente patético.

Yo me quedé alucinado. Aquel “patético” retumbó en todo mi cuerpo como un mazazo, como un martillazo. No entendía, en apenas un minuto, aquel cambio de actitud, de semblante. De todo. Solo alcancé a decirle:

—¿Cómo? ¿Qué dices?

—Sí, tío. Eres patético. Y como vuelvas a intentar besarme se lo digo a mi padre y a tu hermana.

Salió de la piscina y yo no había sentido tanto odio en mi vida.

Salí de allí, con un rencor y un odio que apenas podía contener, cogí una toalla y me fui a mi dormitorio dispuesto a coger las cosas por las que había venido y marcharme. Tenía varios mensajes en el móvil de Paula. Primero me decía:

“Ayer después de tomar la copa contigo me encontré con Álvaro, yo no me quería parar pero al final me paré y nada, hablamos un minuto, me dijo que me quedara pero me fui”.

Tenía otro mensaje de unos diez minutos más tarde:

“Estás en la casa, ¿verdad? Te estás follando a Carmen, ya lo sé. Lo que me jode es que no me lo digas, que te escapes para verla así, ocultándomelo”.

Sin tiempo para reaccionar la pantalla de mi móvil se iluminó y apareció un nombre en grande: “María”. Me estaba llamando mi hermana, que nunca lo hace. Me puse a 150 pulsaciones. Me acojoné al imaginar que locura le podría haber contado Carmen. Al cuarto tono descolgué el teléfono:

—¿Sí?