Sexo, mentiras y noches de verano (2)

A mi estancia con mi sobrina en la casa familiar se unen extrañas confesiones de su novio y mi novia.

Lo que más me jodía era que sí que había conseguido hacerme sentir mal. Pero más que sentirme mal por haber intentado algo con ella, me hacía sentir mal por haber sido tan pardillo de haber entrado en su juego; pues había algo dentro de mí que me había estado diciendo que ella buscaba permanentemente aquello que pasó; enseñarme el premio para retirarlo al momento y poner cara de “¿A dónde vas? Te has equivocado”.

Me fui a mi dormitorio dispuesto a vestirme y marcharme. Mi situación en aquella casa era ya no incómoda si no surrealista. Y no pretendía en absoluto despedirme de mi sobrina, ni mucho menos disculparme. ¿Disculparme de qué? Poco menos que se había metido desnuda en el cuarto de baño. Ella me negaría que me había provocado. Se haría la loca, o lo que es peor, la inocente. No tenía nada que ganar.

Mi fin de semana parecía concluir ahí. Conduciría hasta casa y desde allí llamaría a mi novia. ¿Carmen? Una niñata. Alguna paja cuando subiera más fotos en bikini, ahora acompañada del recuerdo de la vista y el tacto de aquellas tetas auténticamente colosales, aquellos labios que había catado aunque fuera mínimamente y nada más. No quería saber más de ella que recuerdos y onanismo.

En esas estaba, ya vestido y a punto de marcharme de un portazo de aquella casa de locos, cuando escuché el sonido de un coche; me asomé a la ventana y era el coche de Paula. Casi inmediatamente mi móvil sonó, pues ella me había escrito: “Estoy abajo”.

Bajé y me acercaba a su coche sin saber si venía en pie de guerra o con los ánimos calmados. Lo último que había hablado con ella había sido que ella no había follado con el chico pero porque el chico se había acobardado, no porque ella no hubiera querido, y aquella pregunta sobre si yo me había acostado con Carmen. Yo no me creía que hubiera hecho nada.

Ella tenía la ventanilla bajada y pude ver ya a tres metros, mientras me acercaba, que venía en son de paz; unos ojos apagados y un gesto amable. Eran ojos tristes, no rabiosos. Me subí a su coche sin hablar más que un “hola—hola”. Ella condujo unos metros y apartó el coche a un lado de una de las callejuelas de la urbanización. Se hizo un silencio que ambos sabíamos que tenía que romper ella.

—Está bien, te voy a decir lo que pasó y tú me dirás también lo que está pasando entre tú y esa cría.

Yo le hice un gesto en señal de que era su turno.

Tras varios titubeos y tras jurarme que lo que me iba a contar era completamente cierto comenzó. Me dijo que se había acostado más o menos pronto y que cuando se estaba quedando dormida les había oído llegar. Que ellos no tardaron en ponerse a follar, que hasta tiraron alguna cosa, que habían arrastrado muebles y todo, que no entendía nada, pero que le resultaba muy violento salir a pedirles silencio. Que escuchaba las risas de ella y su voz y la voz de un chico. Que estuvieron follando primero más de media hora y que Carmen gemía como si pensara que no había nadie más en la casa o como si le diera lo mismo. Que solo quería que parasen y se quedasen dormidos. Que había sido entonces cuando me había escrito aquello de “a tu sobrina se la están follando que van a tirar la casa”.

—Vale, bien, sigue.—Yo escuchaba atentamente, con el corazón en un puño. Ambos girados el uno hacia el otro. Me ahogaba de calor en aquel coche. Ella prosiguió:

—Me quedé dormida y me despertaron de nuevo. Me parecieron horas el tiempo en el que yo dormía y me despertaba con los gritos de la maldita cría. Ya no sabía si la escuchaba o lo estaba soñando. No te imaginas las perlitas que salían de vez en cuando de la boquita de la niña mientras follaban. Pero ese es otro tema. Bueno. En fin. Después, no sé cuando exactamente, bajé efectivamente a la cocina a por agua. Me parecía una bendición que estuviera por fin la casa en silencio. Seguramente pasaban bastante ya de las 3.

—Y bajó el chico también.

—Eso es. Apareció él.

—¿Y?

—Pues apareció allí, en calzoncillos, y es cierto que me dio un buen susto. Pero… bueno.

—¿Bueno qué?

—Lo vi, y me quedé sorprendida, ¿vale? El chico es guapo, es muy guapo. Automáticamente los polvos que había escuchado… no digo que me diera envidia tu sobrina pero sí que me dije “joder”.

—¿Te quieres cebar conmigo por algo en especial, Paula? –dije serio. No veía la necesidad de según qué detalles. Solo quería que me contara los putos hechos.

—Está bien. Está bien. Resumiendo y al grano, el chico se me insinuó. Descaradamente. Primero con fantasmadas del tipo… yo que sé… en plan: “estoy cansadísimo de tanto follar” o “te hemos despertado seguro”. Yo le decía que no, o que me daba igual. Y después más a lo bestia, que si le gustaban mayores, que si las de 30 le daban más rollo. Tú imagínate el chico en la entrada de la cocina con esas fanfarronadas. Y yo, claro, al ver como se ponía el tema le dije que me iba a acostar. Pues al pasar por su lado me detuvo poniendo su mano en mi cintura e intentó sujetarme.

—¿Cómo que sujetarte?

—Pues eso, me puso la mano, se me pegó, no sé si para besarme pues le aparté en seguida. El me decía “¿a dónde te vas?” o “¿por qué te vas?”. No sé. Pero me fui escaleras arriba.

—Qué tío, joder… —dije en voz baja, y se hizo un silencio— ¿Y qué más?

En ese momento mi móvil empezó a sonar. Lo saqué del bolsillo. Era Carmen quién me llamaba. Lo puse en silencio pero Paula vio perfectamente quién me llamaba.

El silencio se hizo más denso hasta que Paula me dijo:

—¿Por qué te llama?

—No lo sé Paula. Pero te aseguro que por algo menos importante que lo que tú me puedas contar.

Me miró muy seria, como no creyéndome y continuó:

—Me metí en cama. Digamos algo tensa. Intranquila. Había sido muy violento todo. Y me volví a dormir y me volvieron a despertar follando. Estaba furiosa otra vez. Y creo que me volví a dormir cuando de golpe escucho a alguien que se mete en cama.

—No me jodas, Paula. No me jodas que de verdad pasó algo—. Yo empecé a temerme lo peor.

—Mira, no quiero entrar en detalles. Y sé que no tengo justificación…

—¿Justificación de qué? No me jodas… —yo más que hablar pensaba en alto y suplicaba con la mente.

—Sí que pasó algo. Lo siento. Lo siento joder. Se me fue la cabeza. El chico está buenísimo. ¿Me estás diciendo que Carmen se te mete en cama y no hacéis nada?

—¡No estamos hablando de Carmen, joder! ¡Dime ya qué pasó!

—Pues no sé ni lo que pasó. Le pregunté si estaba loco… Le dije que si no había tenido suficiente con Carmen y me dijo que no… No sé… estábamos en cama y yo no tuve… no sé… no tuve lo que hay que tener o no fui capaz de decirle que se fuera. Llevaba horas escuchándoles follar… El chico está muy bueno y antes de que me diera cuenta nos estábamos besando.

—Vete a la mierda, Paula…. ¡Vete a la puta mierda!— Ella se puso las manos en la cara. Como sabiendo que aquello era realmente fuerte, que la había cagado de verdad. Yo a punto estuve de irme del coche pero necesitaba saberlo todo.

—¿Y qué tal besa?

—No te lo voy a decir…

—¿Y qué más hicisteis?

—Pues… mira… nos besamos y es cierto que nos tocamos.

—Le tocaste… o sea le agarraste bien la polla a ese crío, ¿no?

—Joder… no me hagas esto.

—¿Qué no te haga qué Paula? ¿Qué no te haga qué? Venga sigue.

—Pues… joder… se me puso encima…

A ella casi se le saltaban las lágrimas al hablar pero yo la escuchaba serio. Completamente serio.

—Se me puso encima y le dije que no podía. Se que era tarde. Que no tendría que haber llegado tan lejos… Comprendo que me dejes por esto, pero te juro que no llegamos a hacerlo.

No entendía bien por qué pero aquello no suponía un alivio para mí.

—O sea que no follasteis al final.

—No, te lo juro.

—Y que fuiste tú quien le echó.

—Sí, le dije que no podía. Le dije que se marchara y se fue.

—Así, sin más. Estáis en cama, él encima ya… apuntando para metértela, le dices que no y ya está, se va.

—Le aparté y le pedí que se fuera y lo hizo. Te lo juro.

—¿Y que tal su polla? ¿Te gustó? ¿Era grande?

—No entres en eso, por favor…

—¿Por qué no? Quiero saberlo.

—No te lo voy a decir.

—O sea que sí. ¿Y cuanto tiempo estuvisteis de magreo?

—Yo qué sé, qué importa, ¿diez minutos?

—Joder, no está mal. Se la chuparías un rato, ya puestos— Yo estaba encendido. Cabreadísimo.

—No te voy a contestar a eso.

—Vamos que sí, que se la chupaste bien chupada. Eres una zorra, Paula.

Ella permanecía callada. Aguantando el tipo.

—Y las capturas de pantalla para hacerte un buen dedo después ¿no?

Ella no respondió.

—Venga Paula, dime, te corriste a gusto entonces mirando las fotos del crío.

—Por dios… No sé qué ganas preguntando eso…

—¿Cómo que qué gano? ¿Y el coño? ¿Te lo comería bien por lo menos? –yo me imaginaba a aquel chico con su cabeza entre sus piernas… y me moría de odio. Me la imaginaba a ella comiéndosela a aquel chaval y la rabia me invadía. No entendía que ella no me respondiera con un “no” rotundo, aunque fuera una mentira piadosa.

—No voy a entrar en ese juego, ni vas a conseguir hacerme llorar. Si me quieres dejar lo acepto pero no voy a entrar en ese juego.

—¿Pero qué juego Paula? ¿Qué puto juego?

Carmen me volvía a llamar y le di la vuelta al móvil.

—Cuéntame tú que has hecho con ella. Algo te traes con ella.

—Vete a la mierda Paula, me dices que casi follas con ese crío. No me niegas que le comiste la polla y me hablas de mi sobrina. ¿Estás loca o qué? ¿Pajas? ¿Pensando en ella? Miles. ¿Y qué? Nada más. En la vida se me ocurriría tocarla ni ella a mí.

Ella se quedó callada. Me parecía que se lo creía. Aunque era casi cierto. Después de su confesión lo que yo había hecho con Carmen me parecía una nimiedad y una gilipollez que no merecía ni mención.

Se hizo otro silencio. Este eterno. Sentía que ella esperaba mi veredicto. Yo no es que esperase una disculpa pero sí un alegato final. Desde luego no ese alegato que había ido dejando caer todo el rato. Desde luego “es que el chico está muy bueno”, o “no sé qué me pasó” o, “al final conseguí controlarme y le dije que se fuera” no era algo aceptable en su defensa.

Ella arrancó y volvimos a la casa. Apagó el coche y Carmen me llamó por tercera vez.

—¿Qué hacemos? ¿Me llamas esta tarde? –me dijo Paula. Pero a mí no me salían las palabras y me bajé del coche.

Entré en casa dando ya por hecho que mi relación había terminado. Manda narices que cuatro años casi perfectos se fueran a la mierda por un puto crío. Odiaba al crío, a Paula y a Carmen. A los tres.

Entré en casa y estaba Carmen en el salón.

—¿Qué coño quieres?

Ella se levantó al tiempo que le daba con el pulgar a su móvil. Haciendo correr una conversación de whatsapp.

—Lee desde aquí— me dijo dándome el móvil.

—¿Qué coño es esto?

—Hablé con mi novio sobre lo que pasó. Mejor que lo leas.

—¿Pero de qué vas niña? No pienso leer esta mierda. Ya sé lo que pasó.

—Vale, está bien.

No pude evitarlo. No le di el móvil. Miré su cara y después la pantalla. Comencé a leer. Entre emoticonos y párrafos en los que no me aclaraba quién decía qué, tardé en alcanzar a entender la primera frase relevante. El chico (obviando abreviaturas) escribía:

“Y entonces bajé a la cocina para empezar con nuestro plan y allí estaba ella que se quedó flipada. Me quise poner cariñoso jaja y ella venga a hacerse la digna”.

Acabé de leer la frase y oí la puerta principal abrirse a mi espalda. Me extrañó, pensé que sería Paula, pero era mi primo que entraba con su mujer. Me sobresalté y le di el móvil a Carmen, como si hubiéramos estado haciendo algo malo. Me saludó efusivamente él y discretamente su mujer. Saludaron a Carmen, la cual mientras yo había estado fuera había tenido la decencia de no estar en bragas por la casa, si no de llevar puesto unos shorts vaqueros a parte de la camisa, y comenzamos con unos “¿Qué tal? ¿Y tú aquí? ¿Oye me pareció ver el coche de tu novia yéndose?”.

Lo último que me apetecía era explicarle algo de Paula o ponerme a hablar de banalidades con él, pero es una persona muy absorbente. Pasa de los cuarenta, casi en los cincuenta, y tenía bastante trato con él, así que me era difícil escabullirme de su conversación. Entraron además con varias bolsas y les tuve que ayudar. Ellos con Carmen no tenían casi relación alguna. No creo que se hubieran visto más de tres o cuatro veces.

Colocamos las cosas en la cocina y yo le decía que ya me iba. Mi intención era deshacerme de él, leer lo del móvil de Carmen y marcharme a mi casa. Mientras mi primo se peleaba con el grifo de la cocina diciendo que necesitaba un tirador de mangos o algo parecido, yo recordaba lo leído en el móvil de Carmen: “bajé a la cocina para empezar nuestro plan”. ¿Qué plan? ¿Qué cojones era eso?

Carmen llegó a la cocina y puso su portátil en la mesa, diciendo seria pero amable y con cierta gracia, que un huracán estaba en el salón alborotando todo, en alusión a la mujer de mi primo. Lo abrió y crucé una mirada con ella; se la veía tensa, estaba algo sonrojada y acalorada, sin ser la mañana demasiado cálida.

Yo no podía aclarar nada con ella estando mi primo delante. Solo la escudriñaba mientras mi primo hablaba y hablaba.

Mi primo, hiperactivo, acabó saliendo al jardín diciéndome que fuera con él, que estaba doblada la malla de torsión al lado del muro y que el muro tenía moho y había que comprar un fungicida o algo así. A mí lo que me decía me entraba por un oído y me salía por el otro, pero no me quedaba otro remedio que seguirle en su ronda de reparaciones. Sin embargo dejé que se adelantara y volví a mirar fijamente a Carmen que hacía lo propio con la pantalla de su portátil.

—Dime ahora mismo que es eso que he leído de que teníais un plan o no se qué mierda.

—Después lees y te explico todo.

—¡Que no joder, que me lo digas de una puta vez!

—Bueno tranquilo, joder. Es que no era un plan… era como una broma. Él me dijo de tantearla, putearla un poco a ver cómo respondía ella, a cambio de que yo… pues lo mismo pero contigo. Lo sé una tontería, una cosa infantil. Nos hizo gracia, no sé.

—¿Pero qué dices de tantearla y tantearme? ¿Cuándo? ¿Me estás vacilando?

A mí me hervía la sangre teniendo que arrancarle las palabras a aquella niñata que, sentada, en una pose algo engreída, y mirando de tanto en cuando a la pantalla, ni si quiera me prestaba toda su atención.

Ella exclamó algo sobre actuada:

—¿Te crees que a mí no me jode lo que han hecho esos dos o qué? ¿Te crees que a mí me hace gracia leer lo que he leído? Y que sepas que ayer él no me había dejado. Pero hoy lo he dejado yo a él.

No entendía absolutamente nada y escuché a mi primo llamándome otra vez. Tenía que irme, pero antes le dije a Carmen:

—¡Pero a mí qué me importa que lo dejéis o no! Escúchame. No te muevas de aquí, vuelvo ahora y ya me puedes ir explicando toda esa mierda que os traéis tu noviete y tú.

—¡Oye, que no me hables así!— respondió ella. ¿Quién eres para hablarme así?

O la mataba o me mataba yo. No entendía como podía tener tanta paciencia. Mi novia me acababa de decir que se lo acababa de montar con su novio, o ex o lo que fuera, que no habían follado de milagro, y tenía que aguantarme. Aguantarla a ella y su jueguito con el móvil y aguantar al pesado de mi primo.

Salí terriblemente sulfurado hacia donde estaba mi primo que me comentaba que había que comprar también un cepillo y darle con mucha presión de manguera al muro.

—Ey… —me dijo tocándome el brazo— cómo está la… la bueno, la hijastra de María, eh.

—Sí… sí…

—Tiene los 18 ¿ya?

—Tiene 20, creo.

—Maadre mía con la niña, eh.

Yo me callé. Era lo que me faltaba, hablar de ella con mi primo.

—Bueno, nos vamos a ir a la playa mi mujer y yo, ¿te vienes?

—¿Con este día? Hace casi frío.

—Bueno… nosotros vamos a caminar más que nada.

—No... no. Ya te dije que me iría a mi casa.

—¿Y Paula entonces va a volver? ¿Cómo es que se fue?

Me costó dios y ayuda deshacerme de él. Cuando escuché la puerta de la casa cerrarse y que me quedaba a solas de nuevo con Carmen fui a la cocina, donde ella seguía con sus redes sociales, chats o lo que fuera, y le cogí el móvil sin preguntar.

Yo de pie, apoyado contra la encimera, me disponía a comenzar a leer. Ella bajó la tapa del portátil para cerrarlo, y me miró, como queriendo examinar mi reacción ante lo que iba a leer.

Llegué a donde había quedado. Tenía el corazón en un puño. Levantaba la cabeza y no sabía si Carmen disfrutaba con tenerme así, se compadecía o se preparaba para compartir un hipotético enfado mío.

Comencé a leer:

—Como hayas hecho algo con ella te mato. —Había respondido Carmen con algún emoticono.

—Mira Carmen, pues en la cocina no, pero yo ya veía que ella se lo estaba pensando.

—Venga ya, te mato, idiota.

—Qué quieres que te diga, te quedaste dormida y yo no era capaz de sobar, así que me dije “voy y la tanteo otra vez” por eso de que nuestro juego tuviera más gracia. Me metí en su cama y buah… al principio me decía que me fuera, que estaba loco, jaja, pero yo ya sabía que ella quería. Y no sé como, creó que ella se giró hacia mí, pero vamos que con la mirada me decía de todo, y claro, me lancé, estaba claro que ella quería, joder; y fue meterle la lengua en la boca y bueno… es que me besó como si le fuera la vida.

—Eres un cerdo, tío.

Yo seguía leyendo sabiendo que me arrepentiría.

—Espera, espera. Mira, yo sé que me has puesto los cuernos este verano. Joder me lo ha dicho todo el mundo. Hasta tus amigas me dicen que pase de ti joder.

—Estoy flipando, tío. No creí que fueras así.

Yo levanté la mirada. No estaba seguro de seguir leyendo. Parecía una guerra entre ellos. No sabía que credibilidad tenía aquello que estaba leyendo. Pero continué.

—Flipa lo que quieras Carmen. Más flipé yo con la vieja, jaja. Éstas como son, las maduras digo. Te van a la polla al momento. Yo no tenía intención de follármela, te lo juro, había ido allí de risas, porque no tenía sueño jaja. Bueno que la tía me besaba como poseída y ya me agarraba la polla. Es que ni se lo pensó. Ella quería follar, de hecho se me abrió de piernas toda loca. Y yo en plan… bueno, ¿sabes? Pues por qué no. Joder, es que para tener treinta y pico tacos no está nada mal. Pero eso, que como una cabra, que solo con besarla y meterle la mano debajo de las bragas ya gemía súper desesperada.

Toda la sangre de mi cuerpo circulaba a toda velocidad. Sentía mi pecho a punto de estallar. Carmen le respondía múltiples “qué dices” y “vete a la mierda” pero él seguía escribiendo enormes párrafos, dejándome hecho polvo. Seguí leyendo:

—Y claro yo se la iba a meter, joder, se me ponía así… Es que no me quedaba otro remedio. Y en esto que me dice que me ponga algo la muy perra. Yo creo que ya le había metido la punta, joder, y me dice que me ponga algo. Le pregunto y me dice que ella no tiene. Yo en plan: “tía, me estás puteando”, con la punta dentro o casi y ella toda abierta y me corta el rollo con que fuera a por un condón. Y nada, pues llegué a nuestra habitación a por un condón, medio empalmado, pero te despertaste. Y yo me quedé en plan: “bueno pues nada”, jaja. Y claro me metí en cama contigo y me quedé sobado, y ella allí, abierta de piernas esperando por mí, jaja.

—Eres cruel, tío… —le respondía Carmen.

—Mira yo qué se. Te lo cuento ahora que tú seguro que esta noche algo habrás hecho con el pureta ese y además me da igual, que no me puedes negar que me has puesto los cuernos al menos una vez y a mí eso no me lo habían hecho nunca.

No había nada más interesante allí. Solo más “eres un cabrón” y más “¿Cómo me haces esto?” escritos por Carmen. Dejé el móvil en la encimera. No podía ni mirarla. No me había sentido más humillado en mi vida. El sadismo del chico. Las mentiras de mi novia. El bochorno con mi sobrina delante.

—Mira… yo… es un cabrón… ¿vale? –dijo Carmen.

Yo no podía ni mirarla ni responder. Y ya que me consolara era aun más humillante. Ella continuó:

—La cosa fue que estaba con él y la escuchamos bajar a las tantas de la noche y se nos ocurrió que él se le insinuara o la calentara para que ella flipara un poco a ver como respondía. Pero es que ni nos planteamos que ella se dejara. Y él esa noche, claro, solo me contó lo de la cocina. Que era realmente pues… lo que buscábamos… reírnos de que él bajara medio desnudo e hiciera como que quería algo con ella.

—Carmen, déjalo. Es que me da igual.

—No, a ver, es que es injusto, joder. Porque después como que al día siguiente me tocaba a mí. Y claro, yo no quería, y entonces en la piscina pues no sé, contigo, como que me puse a… yo qué se, insinuarme como podía, porque era mi parte, pero no me hiciste caso. Entonces dijimos; “bueno finjo que me dejas y llego a casa medio llorosa y a ver si con el rollo de que me vieras mal me consolaras”, yo qué sé. Es que dicho así no tiene ni pies ni cabeza. Y bueno, pues al final esta mañana le escribí y le dije que nada, que ni te habías enterado de que yo me insinuaba porque

tú habías pasado de mis mensajes, y me pidió un último intento y pasó lo de esta mañana en la ducha, ¿vale?

—¿Pero qué….?— yo no alcanzaba casi a preguntar nada.

A ella se la veía afectada, arrepentida, como algo que se le había ido de las manos, pero no conseguía ver que ella fuera tan víctima como yo.

—Sí, que fue una ida de olla, joder. Pero claro, es que no me jodas. Tú me besas y me aparto, que ya me costó mucho apartarme, y estos dos poco menos que se ponen a follar. Joder, que ese no era el plan, que la coña no era de eso, es que es un hijo de puta —dijo sulfurándose, con las manos en la cara y a cada palabra que pronunciaba más cerca de empezar a llorar.

No tardó en recomponerse y mirarme con cara de niña buena. Si hacía una hora Paula se había quedado en silencio esperando mi veredicto sobre si la quería dejar, ahora era Carmen la que parecía esperar a que yo decidiera si estaba cabreado con ella por su estúpido juego o no. Lo cierto era que en aquel momento solo era capaz de ver a Paula en mi cama con aquel crío encima. Aquella imagen era tan devastadora que me impedía pensar en nada más que eso. No es que no entendiera como me había hecho aquello, es que no entendía que hubiera querido follarse a un niñato sin conocerle de nada, por muy bueno que estuviese y por muy cachonda que se hubiera puesto escuchándoles follar.

Carmen se puso de pie, como quien entrega las notas a sus padres y se queda intranquila al ver que estos no explotan si no que ni reaccionan. Ella, otra vez, pasaba de mujer madura, chica altiva y después a niña inocente en cuestión de minutos. Tres estados que ella manejaba voluntariamente.

—¿Esto es lo que te ha contado ella? –preguntó—. Me has dicho hace un rato que ya sabías lo que había pasado.

Yo la miraba fijamente, me daba la sensación de que ella sabía que Paula no me había confesado aquello y que medio se estaba recreando.

Ella se me acercó más, y creo que jugando a buscar complicidad más que sintiéndola realmente, me dijo:

—Son unos cerdos los dos, un cerdo y una guarra.

Ni le respondía, pues no me fiaba. Algo me hacía pensar que no estaba del todo en mi bando por muy la indignada que se hiciera.

Se apartó de mí y abrió la nevera para coger una coca—cola. Si ya tenía claro que bajo aquella camisa no había sujetador, al agacharse a por el refresco hizo alarde de ello. Todos sus movimientos eran armónicos, con un encanto en cada gesto, un lenguaje gestual que me encandilaba. Era tremendamente morbosa, era un suplicio tenerla así danzando a mi alrededor. Yo sentía que mi polla estaba siempre semi erecta solo por tenerla delante. No me había pasado desapercibida su frase de que a ella le había costado apartarse cuando la había besado, pero, conociéndola lo poco que la conocía, no descartaba que aquella frase fuera su enésimo juego. De hecho, ese sentimiento de que lo que quería era jugar conmigo era lo que me impedía agarrarla por los cuellos de su camisa y besarla, abalanzarme sobre ella y hacer con ella todo lo que llevaba meses imaginando que le haría mientras miraba sus fotos.

De golpe me sobresaltó un sonido; era el móvil de Carmen vibrando sobre la encimera, a mi lado. Ella se acercó, cogió el móvil y salió al jardín a hablar. A mí me había dado tiempo a leer en la pantalla que la llamaba una tal Andrea.

Yo la observaba desde la cocina; descalza y dando vueltas por el jardín, con la melena para aquí y la melena para allá, remangando la camisa hasta el codo y vuelta a darle a la melena. Como siempre como si múltiples cámaras la estuvieran enfocando y tuviera que estar divina todo el tiempo. La escuchaba de lejos con un constante: “No, tía, “Sí, tía”, “Qué dices, tía”. Resultaba tremendamente repelente hablando con su amiga pero dije en voz baja: “Qué polvo tiene”.

Ahora lo que me sacaba del trance no era un móvil si no el timbre de la puerta de la entrada. Era la de la puerta de dentro, no la de la finca, y eso tenía lógica pues ésta casi siempre está abierta. Lo que era extraño era que alguien timbrase pues cualquiera de la familia que hubiera olvidado las llaves recorrería el jardín para intentar entrar por la cocina. Me acerqué a la mirilla y vi que quien timbraba era el novio de Carmen.

Difícil de explicar la sensación de rabia que me invadió. Volvió a timbrar y yo sabía que si le abría sería para meterle una hostia y echarlo de mi casa, así que era mejor no abrir. La ira me subía de los pies a la cabeza cuando escuché la inconfundible voz de mi primo:

—¿No te abren, chico? ¿Quién eres?

—Vengo a… bueno, conozco a Carmen.

Yo sentía que mi primo le iba a abrir e iba a entrar con él de manera inminente, así que corrí como un idiota escaleras arriba. Mientras subía les escuchaba hablar. El chico con monosílabos y mi primo haciéndole un montón de preguntas. Me metí en el cuarto de baño. De golpe estaba como prisionero en mi propia casa. Me di cuenta de que seguían allí los shorts y las bragas de Carmen. No me faltaron ganas otra vez de coger aquellas bragas negras pero con la casa llena de gente tampoco me veía concentrándome para irme a mi dormitorio a hacerme una paja con ellas.

Vi a través de la ventana del cuarto de baño como Carmen ya no hablaba por el móvil si no que hablaba con su novio en el jardín. El lenguaje corporal de él era muy gesticulante, el de ella con los brazos cruzados. Él parecía dar muchas explicaciones y ella parecía impertérrita a sus alegatos.

Decidí que era el momento de irme. Ahora sí. Me fui a mi habitación dispuesto a coger mi bolsa e irme, cuando escuché la puerta de la entrada cerrarse. Miré por la ventana de mi dormitorio y vi a mi primo marcharse, llevando con él un jersey y una chaqueta, aparentemente para su mujer. Quizás habían tenido frío en la playa o se iban a comer al pueblo. Casi simultáneamente escuché pasos en las escaleras: Eran Carmen y su novio que subían y se metían en su dormitorio. Cerraron la puerta de un portazo y yo me quedé inmóvil. No me dio tiempo a pensar mucho, solo a escuchar. Combinaban silencios con algún “que te vayas a la mierda, tío” de Carmen.

No sabía qué hacer. Dudé en entrar y decirle al chico que se fuera. No lo hice. Tenía curiosidad por algo. Me di cuenta tras un pequeño silencio. Tenía curiosidad por saber si el chico iba a desistir o si… Sí. Efectivamente; me di cuenta de que me aterraba a la vez que me daba morbo el hecho de ser testigo de un posible polvo de reconciliación.

Les escuchaba hablar, pero tras cada silencio, por pequeño que fuera, tenía la esperanza de escuchar algún sonido. Un muelle de la cama, un gemido. Algo.

Estaba hecho un manojo de nervios a la vez que yo mismo era una entera contradicción. Por un lado le deseaba todos los males posibles a aquel chaval, le deseaba que Carmen le echase de casa con una patada en el culo, pero por otro me daba morbo que se la acabase follando.

Cada vez hablaban menos. Cada vez había más silencios. Pero no escuchaba nada más. Salí al marco de la puerta de mi dormitorio para escuchar mejor y escuché risas. De golpe mi mente hizo “click”, llevaba dos días y medio empalmado por culpa de aquella chica, no podía más, tenía un calentón impresionante. De golpe todo lo que era cabreo, decepción y hasta tristeza se convertía en morbo y más morbo. Yo pensaba que el chaval, aquel crío se iba a acabar follando a Carmen otra vez, aun después de haber hecho casi de todo con mi novia; y eso pasó de cabrearme a excitarme.

Volví a escuchar risas. Allí iba a pasar algo.

Con cuidado de no hacer ruido fui al cuarto de baño, cogí aquellas bragas y volví a mi dormitorio. Sentía que me lo merecía. Después de todo lo mínimo que me merecía era hacerme una paja oliendo aquellas bragas mientras escuchaba a Carmen gemir y gritar.

Me tumbé sobre mi cama retrasando el momento de olerlas hasta escuchar algún suspiro o gemido de Carmen, dispuesto a disfrutar de mi premio al máximo.

Allí estaba, acostado sobre mi cama, igual que había estado Paula el viernes por la noche, sin apenas respirar por si ellos comenzaban a follar. Repentinamente no me jodía lo que había hecho Paula, podía hasta entenderlo; si ella sentía la mitad de atracción por el chico que yo por Carmen era comprensible lo que había pasado.

La parejita seguía con risas y silencios y yo llamé a Paula, no sabía si para decirle que no me parecía tan grave lo que había pasado, quizás que era perdonable, o para compartir con ella el morbo que me daba todo aquello. Indudablemente, tumbado en cama y acariciándome la polla y con las bragas de Carmen en la mano. no pensaba precisamente con la cabeza.

La llamé y una voz apagada me respondió.

—¿Estás ya en casa? –le dije.

—Sí.

—¿Sabes que estoy en la misma situación que tú el viernes?

—¿Qué situación?

—Pues tirado en cama escuchándoles follar.

—¿Están follando otra vez? ¿Después de todo?

—Bueno, no han empezado. Pero vamos, puerta cerrada, risitas… está visto para sentencia.

—Ya… oye… ¿y lo nuestro como está?

Su frase me cogía de improviso. No la llamaba precisamente para hablar de cómo estaba nuestra relación.

—No lo sé, Paula… no lo sé…

—Es que no puede ser… no quiero perder todo lo que tenemos por esto… He estado pensando que… ojalá te la follaras. Te lo digo en serio. Ojalá te follaras a Carmen, y te la quitaras de la cabeza. A mí si es una vez me daría igual. Te la quitas de la cabeza, estaríamos en paz, no volvemos a esa casa hasta el verano que viene y seguimos con nuestra vida.

—¿Querrías que me la follara entonces?

—Sí. Ojalá. Es lo mejor.

—¿Sabes que tengo sus bragas en la mano? –se hizo un silencio algo más largo antes de responder ella:

—¿Que se las has cogido? ¿De donde?

—Del cuarto de baño.

—Si te digo la verdad, ni me parece mal ni me extraña. La chica… es… es que está muy buena. Están muy buenos los dos.

—¿Sabes Paula? Te iba a perdonar pero… es que los últimos rumores apuntan a que si no follásteis fue porque el chico fue a por condones y no volvió– Solté aquello pensando que si me lo negaba le colgaría. Se hizo otro silencio hasta que respondió:

—Es verdad. Le dije que se pusiera un condón, se fue y no volvió. Si quieres saber si estaba totalmente dispuesta a follar con él te digo que sí.

Cuando dijo eso mi polla apuntaba completamente al techo y coloqué aquellas bragas sobre mi abdomen. Estaba pensando con la polla, a corto plazo, era evidente, y me excitaba como nunca lo que me contaba Paula.

—¿Te lo querías follar?

—Sí...

—Joder, ¿pero tan bueno está?

—Es seguramente el chico más guapo que conozco ahora mismo.

—Pues ahora se va a follar a Carmen.

—¿Y te la querrías follar tú, no? –respondió ella por primera vez en un tono más alegre.

—Por supuesto. –poco a poco la conversación era distendida, como si no hubiera pasado nada. Como si estuviéramos fantaseando en pro de nuestro propio morbo.

—¿Te vas a hacer una paja escuchándola ahora?

—Pues… seguramente.

Escuché el crujir de un muelle y me quedé inmóvil.

—Es normal. Menuda pareja de cachondos… ¿no? –ella empatizaba conmigo, quizás de forma sincera, quizás buscando una reconciliación.

—¿Y que tal el chico en cama?

—¿Si te lo digo no te enfadas?

—No.

—Pues… muy bien. Besa bien… y… eso... bien.

—¿Oral? –dije deseando saberlo todo de una vez.

—Sí... Bajó él, no tardó mucho en bajar ahí abajo… —ella dejaba silencios por si yo la quería interrumpir pero la dejaba seguir— y… bueno… me lo comió muy bien. Y… después reptó hasta ponerse con sus piernas a los lados de mis hombros… bueno, ya sabes… para que se la chupara…

—Y lo hiciste.

—Sí...

A mi me dio un morbo terrible imaginarme al chico encima de ella metiéndole la polla en la boca.

—¿Y qué tal su polla? –yo no me pajeaba para no explotar. Quería que mi clímax fuera con los gemidos de mi sobrina.

—Pues… al principio regular… date cuenta que se había corrido no se cuanta veces ya con Carmen, pero ya sabes… con 20 añitos… en un minuto aquello era…

—¿Muy grande?

—Digamos que… bastante considerable.

—¿Sí? ¿Un buen pollón? –yo estaba excitadísimo.

—Sí… a ver… no enorme pero… bien. Y claro… yo miraba hacia arriba y le veía esa cara que tiene que vamos… que es de póster, que parece de un grupo de música para adolescentes… y con su polla en la boca… después de cómo me acababa de comer ahí abajo… y a ver quién era la guapa que le decía que no quería… follar.

—Joder, Paula…

—Ya… lo siento.

—Te voy a ser sincero. A mí Carmen se me mete en cama y no le digo que no.

—Ya lo sé. Y lo veo comprensible. No te pido que lo entiendas. Lo que te pido es perdón y que, no sé…

—¿Y te cabreaste cuando no volvió?

—Si te digo la verdad, tan pronto se fue… deseé que no volviera. No quería joder lo que tengo contigo.

—Y cuando… volvieron a follar, te tocaste con esas capturas de pantalla.

—Sí... Un poco lo que vas a hacer tú ahora ¿no?

—Sí, si empiezan de una vez… que llevan 10 minutos que no sé qué coño hacen. Igual es que no se les oye.

—Créeme que si empiezan les vas a oír.

—Ya…

— Y, esto… ¿has olido sus bragas?

—Aun no. ¿Te pone que las huela?

—Mmm no sé. No sé si me pone pero entiendo que te ponga.

Yo tenía la polla lagrimeando sola. Con el glande completamente embadurnado. Y mi cabeza repitiendo un “¡Poneos a follar de una vez!”.

No solo eso no ocurrió si no que escuché como abrían su puerta entre más risas. Para colmo de males alguien llamaba a mi puerta. Colgué el teléfono y me incorporé con un:

—¿Sí?

—¿Me abres por favor? –era la voz del chico. No entendía nada. Yo allí empalmado le tendría que abrir la puerta. Guardé las bragas en el cajón de la mesilla de al lado de la cama y me puse el pantalón corto como pude. Lo cierto es que con el sobresalto mi erección había descendido muchísimo en solo 20 segundos.

Abrí la puerta y me encontré al chico, y detrás de él a Carmen.

—Oye tío… te quería pedir perdón por… —el chico hablaba con una media sonrisa y voz de macarrita pijo.— perdón por… bueno, por lo de tu novia, por meterme en su cama y meterle la punta o toda…

No sé si fue un agarrón, un empujón o un golpe, pero mi brazo derecho impactó en alguna parte de la cara del chico. Cuando me di cuenta Carmen gritaba "¡Pero qué hacéis!" Y yo estaba dispuesto a poner en su sitio a aquel crío de complexión bastante más pequeña que la mía.

Me separé de él y vi en seguida que él no quería más lío. Pero le agarré y le empujé con fuerza haciéndole retroceder por el pasillo.

Él solo gritaba “¡ey ey, estás loco tío!” y después un “yo me piro de aquí” como si irse fuera decisión suya, cuando estaba claro que yo estaba dispuesto a echarlo por la fuerza.

—¿Pero a ti que te pasa? –le dijo Carmen mientras su novio bajaba las escaleras.

Mi cara no podía mostrar más ira.

—Se le ha ido la olla, ¿cómo te dice eso?

Yo no tenía ninguna duda de que la cría estaba en el ajo. Que habían estado en su habitación maquinando volver a reírse de mí.

—¡A ti no te puedo echar pero ese chaval no vuelve entrar en esta puta casa! –le dije todavía alterado.

—¿A mí? ¿Pero yo que he hecho? –dijo en un papel que ya no se podía creer nadie.

Volví a mi habitación y cerré la puerta de un portazo. Di un par de vueltas por la habitación intentando tranquilizarme. Me tiré en cama y me quedé allí un minuto cagándome en aquel crío. Me incorporé y vi que Paula me había escrito al móvil, preguntándome si le había colgado o se había cortado, así que le escribí un resumen de lo sucedido y que iría ya para casa.

Fue pulsar enviar y escuchar que de nuevo llamaban a mi puerta.

—¿Qué quieres? –grité.

Entró Carmen. Seria. Y dijo:

—Oye, devuélveme mis putas bragas. Era lo que me faltaba ya.

Me quedé pálido. No fui capaz de responder. Ella entró en la habitación y bordeó la cama, otra vez en camisa y bragas a mi alrededor. Me puse de pie como acto reflejo. Aun dudaba si negarlo o no cuando ella misma miró hacia el cajón de la mesilla, que con las prisas había cerrado mal, y sobresalía una tela negra.

Abrió el cajón y las cogió. La pillada era tan enorme como humillante.

—Pero qué asco tío… —dijo con un tremendo desprecio.

Realmente no tenía absolutamente nada que decir en mi defensa.

—Para colmo me pillas las más suaves que tengo.

Yo solo deseaba que se fuera y acabar el mal trago.

—¿No me las habrás manchado? –dijo comprobándolas.

Tras revisar que estaban en perfecto estado me miró fijamente diciendo “es que me coges las más cómodas” como si de golpe aquello no fuera tan grave.

Cuando creía que aquella chica no podría hacer más cosas para calentarme aluciné al comprobar que se disponía a cambiarse de bragas allí mismo, en mis narices, siguiendo con su irremediable necesidad de calentar. En un movimiento pausado, casi recreándose, se cambió las bragas azul marinas que llevaba por las negras. Pude ver fugazmente su coño, con dos labios claramente marcados, gruesos, a pesar de haber vello a su alrededor, unos pelos rizados, de color castaño, algo recortados. La escena era ya un descontrol exagerado. Una vuelta de tuerca más a su locura, a aquella demente necesidad de calentarme y sentirse deseada.

Cuánto más hacía por calentar más imbécil y creída me parecía, pero con menos aire me dejaba.

Lanzó las bragas que antes llevaba puestas a la cama diciendo:

—Si quieres coge éstas, que no me gustan tanto.

Todo era un juego para ella. Como si hubiera descubierto hacía poco tiempo el poder que tenía sobre los hombres y eso le resultase divertido.

Yo no pude evitar exteriorizar al menos algo de todo lo que sentía en aquel momento:

—Eres una calienta pollas, Carmen… algún día te vas a meter en un lío.

—¿Pero qué dices, cerdo? Aun tienes los huevos de amenazarme.

—No te amenazo. Es un consejo.

Estábamos frente a frente, con una tensión insoportable.

—Te hiciste una paja con ellas. ¿A qué sí?

—No le voy a dar explicaciones a una cría.

—Bueno, para pajearte con mis fotos y bragas no soy tan cría. –dijo aquello acercándose más, en una provocación constante.

Yo no sabía si aquella niñata estaba pidiendo a gritos una bofetada o un polvo.

Ella miró descaradamente hacia abajo. Hacia mi entrepierna.

—¿Te acabaste la paja o no? ¡No me digas que te interrumpimos! —dijo, casi riéndose en mi cara.

Yo no respondía. Si entraba en el juego era para arrancarle la camisa de un manotazo y comérmela allí mismo. De hablar estaba harto.

—Las oliste. A qué sí. —Ella, decepcionada porque no entraba en su juego, llevó su mano a mi cintura y me habló más cerca:

—Dímelo… anda… —Yo no la aguantaba más. Seguí sin responder y ella bajó su mano a mi paquete y me acarició sobre el pantalón.

Nuestros cuerpos pegados y ella con su mano ALLÍ. Como una mujer fatal de poca monta. Una mujer fatal que no era casi ni mujer. Era una cría de 20 años jugando a ser poderosa.

—¿Pero de qué vas, Carmen? –le dije apartándole la mano.

Ella no tardó tres segundos en volver a poner su mano en mi paquete. Allí se tenía que jugar a lo que ella quisiese. Estaba muy mal acostumbrada.

—No voy de nada. ¿Las oliste o no?

—Sí –mentí.

—¿Ves? Lo sabía. ¿Y a qué huelen?

—A coño de niña mal criada.

Ella me apretó el paquete produciendo no dolor si no una increíble necesidad de poseerla allí mismo. De follármela. De bajarle los humos. De todo. Y ese todo empezaba con un beso que yo intenté darle, sujetándola, sabiendo que las probabilidades de que aquello acabara en una bofetada pero por su parte, llegaban casi al cien por cien. No fue una bofetada pero sí se intentó apartar. Sin embargo su mano no dejaba mi entrepierna.

—Eres una hija de puta, Carmen.

—¿Por qué? ¿Por qué no quiero follar contigo?

Cuando pensaba que aquello significaba que allí no había más qué hacer, que ella zanjaba el tema, que yo había vuelto a caer en su trampa, fue ella la que me besó. No llegó a abrir la boca pero nuestros labios se juntaron, se humedecieron y casi nos mordimos los labios, nuestras lenguas no se tocaron pero fue todo lo guarro que puede ser un beso sin lengua.

Sentí un hormigueo por todo el cuerpo al probar aquellos labios. Asumí que que ella quisiese mandar era un mal menor siempre que aquello acabase como yo quería que acabase.

Me rodeó con los brazos, abandonando mi entrepierna, y nos besamos otra vez. Cuando menos lo esperaba su boca se abrió mínimamente, durante un segundo, y nuestras lenguas se tocaron. El siguiente beso fue aún más fructífero, un morreo en toda regla, nuestras lenguas jugaron en su boca, por fin, y me deleité invadiendo aquella boca que ella me prohibía constantemente. Yo nunca sabía cuánto había de deseo por su parte y cuánto de juego. Cuánto de ganas de follar y cuánto de calentar. Cuánto de ganas de ir hasta el final y cuánto de ganas de dejarme a medias.

Se acabó apartando y con los ojos encendidos me dijo:

—Sois todos iguales, tengáis 20, 30 o 40 años.

Mis manos fueron a desabrochar su camisa y ella las apartó, pero llevó después sus manos al botón de mi pantalón:

—Mira, se que te hemos jodido lo tuyo con tu novia. Pero lo de que mi novio no vuelva a esta casa no me mola nada.

Ella abría la cremallera de mi pantalón y me lo bajaba sin dificultad, y posaba ya sus manos sobre mi calzoncillo. Ella mandaba, yo la dejaba hacer, como un reflejo de todo el fin de semana.

—Yo creo que esto lo podemos arreglar –prosiguió— Te acabo lo que estabas haciendo cuando te interrumpimos... ya sabes... lo que hacías mientras olías mis bragas, que ya hay que ser cerdito, y tú a cambio te vas, me perdonas lo de tu novia, y mi novio viene a esta casa cuando quiera. ¿Qué te parece?

No podía responder. Solo sentir como me bajaba el calzoncillo y mi polla salía disparada hacia adelante. La intenté besar y ella esquivó el beso. Volví a intentar besarla y se volvió a apartar. A ella parecía hacerle gracia mientras que yo estaba a punto de explotar. Acabamos contra la pared de al lado de la ventana. Yo con los calzoncillos bajados hasta los muslos y los pantalones en los tobillos y ella con la espalda contra la pared.

—¿Te parece bien o no? –Susurró justo cuando me agarró la polla por primera vez.

—Me parece bien…

Me la sujetó fuerte con una mano y cuando mis manos querían hacer algo ella me soltaba un: “Qué no...”, en un tono de hastío, como el de quien regaña a un niño cansino. Al final acabé con los brazos en jarra, dejándome hacer.

La miraba. Aquella cara. Aquella melena rubia. Guapísima. Y con su permanente gesto de estar jugando. Ella me miraba a mí sin vergüenza alguna mientras con su pulgar embadurnaba todo mi glande, como acto previo a empezar con el movimiento.

El tacto de su dedo en la punta de mi miembro me hacía estremecer. Me ponía los pelos de punta. Aquel dedo justo ahí y aquella mirada suya podrían destrozar a cualquiera.

Ahí comenzó un vaivén sutil, echándome la piel adelante y atrás. Se escuchaba el sonido de esa piel cubriendo y descubriendo mi glande junto con nuestras respiraciones. Era una paja en toda regla, casi silenciosa, por ahora delicada. No podía creer que aquella belleza me estuviera pajeando allí de pie. Había fantaseado miles de posturas y contextos pero nunca aquel.

Estuvimos así unos segundos. Quizás un minuto entero en el que nos mirábamos a la cara y ella seguía meneando arriba y abajo. Mi mirada a veces iba fugaz a aquellas tetas que se notaban enormes bajo la camisa y su mirada a veces iba hacia mi polla para comprobar su estado. Cada vez ella aceleraba más, pronto se comenzó a mostrar con ganas de acabar. Como si dejarme fuera de combate en pocos segundos fuera su triunfo, un “estoy tan buena que se corrió en menos de un minuto”. De verdad daba la sensación de que todo lo que hacía aquella chica era para alimentar su ego.

Era cierto que me tenía a punto de explotar, pero a mi favor jugaba que no me había agarrado justo por el punto exacto y así conseguía retrasarlo. Ella, en vista de que no me corría tan rápido como pensaba, se desabrochó con la otra mano un par de botones de su camisa, como si solo por ampliar su escote fuera a explotar en un orgasmo como un adolescente abriendo una revista porno. Al ver aquello yo intenté colar una mano para palpar aquellas tetas perfectas pero ésta fue apartada con un “schhh, quieto… míralas pero no me las toques”.

La ira me invadía. Pero el deseo era aun mayor. Dudé en desobedecer y abrirle la camisa del todo; sus tetas estaban mitad cubiertas por la camisa y mitad descubiertas, y aquello me mataba pues deseaba ver la estampa entera, la imagen descomunal de ver su torso enteramente desnudo y para mí. Sin embargo opté por besarla. Mi beso fue acogido solo en parte. Unos picos, sin lengua, pero de nuevo todo lo guarros que pueden ser, estirando nuestros labios inferiores, mordiéndonos. De nuevo no sabía si se dejaba besar por deseo o para ver si así yo me corría de una vez.

El ritmo de la sacudida era ya más que considerable y me aparté de sus labios para ver con perspectiva la brutal paja que me estaba haciendo. El ritmo era tal que sus tetas casi rebotaban una con otra como consecuencia del meneo de su brazo al pajearme. Así, viendo aquellos perfectos senos que caían enormes solo parcialmente tapados ella me susurró:

—¿No te corres?

—Aun no…

—¿Sabes que sí que se la folló? ¿Eh?

Me sorprendió que en aquel momento de casi clímax volviera a sacar el dichoso tema de Paula y su novio.

—No se la folló, y me da igual.

— Ayer por la tarde, mientras tú y yo estábamos en la piscina. Se la folló en una de las habitaciones con buhardilla, no sé de quién esa habitación, una de las de arriba. Joder, ¿te crees que les dejamos una hora solos, con la casa para ellos, y dos personas que se tienen ganas no acaban follando?

El ritmo de su paja se mantenía fuerte. Ya me cogía los huevos con una mano y me pajeaba con la otra. Yo con mis brazos en jarra no sabía si creerme o no lo que me decía.

—Joder, me dijo que la puso a cuatro patas y que gimió como una perra, que no entendía como no la habíamos oído desde la piscina.

Mi imaginación voló a ver a Paula penetrada desde atrás por aquel chico, empalada por aquel crío, ansiosa, con sus cuerpos sudorosos y ella gimiendo totalmente entregada, y me mataba de morbo. No lo podía controlar.

—Me dijo que se la folló dos veces y que ella quería más. –decía Carmen intentando excitarme, como si supiera que aquello, en mi estado, dejaba de joderme, para darme morbo. Ella siguió susurrándome al oído:

—Se la folló a pelo, joder. Se la folló sin condón y después acabó en su boca. Dijo que Paula se lo tragó todo.

Aquellas palabras, duras, no cansaban con su jovialidad, como si estuviera poseída, pero no dejaba de martillearme con aquellos susurros en mi oreja. Destrozándome. El morbo era impresionante. No podía más. Miraba al techo y me imaginaba a Paula chupándosela al crío y me excitaba como nunca.

—Tócame... tócame y córrete... joder...— dijo Carmen desesperada, al tiempo que abría los últimos botones de su camisa, abriéndola del todo y llevando ésta a ambos lados de sus tetas. Guardé en mi mente la imagen de aquel par de maravillas cayendo enormes, con forma de pera, hasta la mitad de su abdomen, se juntaba lo terso de unas tetas jóvenes con su irremediable caída hacia abajo como consecuencia de ser tan grandes. Comencé a acariciar sus tetas con cuidado y ella me lo permitía. Tenía los pezones durísimos y el tacto de sus tetas hacía que varias gotas de pre seminal resbalasen por mi polla. Intentaba abarcar sus tetas con mis manos pero parecía imposible. Cuántas veces, mirando sus fotos, me había preguntado si cabrían en mi mano. Ahora sabía que no. No dejaba de alucinarme que un cuerpo esbelto, de una cría de 20 años, tuviera las tetas de toda una mujer. Su areola era tan grande que pedía a gritos ser devorado. Viendo que se dejaba sobar las tetas decidí forzar un poco más y una de mis manos fue a sus bragas, pero esa mano fue apartada.

—Schh, eso no. ¿Te las quieres comer? ¿Te quieres comer mis tetas? Bésamelas si quieres, pero si me las muerdes te mato –me susurró en el oído, casi soplándomelo.

Fue escuchar eso, imaginarme metiéndome en la boca aquello con lo que tanto había fantaseado y no pude más: Sus tetas colosales, las imágenes de Paula follada por el crío, la paja brutal que me hacía, la mirada de guarra de Carmen mientras me ofrecía que le devorara las tetas, era demasiado… Todo eso produjo que todos mis músculos se tensasen, mi mente se quedara en blanco, y me empezara a derramar descontrolado sobre las manos y el vientre de Carmen. Debí de soltar como 4 o 5 chorros que saltaban hacia arriba llegando a impactar sobre su barriga plana y hasta las tetas de ella, la cual respondía a aquella ducha con unos “joder, para, para, para” pero sin dejar de meneármela ni un segundo. Yo me derramaba en un clímax descontrolado, sentía que la bañaba entera en un orgasmo largo, hasta que le tuve que agarrar la mano para que parase de sacudírmela.

Se hizo un silencio en aquella habitación pero en mi mente aun resonaban los sonidos de mis suspiros por el orgasmo y del ruido de la piel adelante y atrás de mi polla. El orgasmo había sido tremendo después del fin de semana que llevaba. Ella decidió romper aquel silencio:

—¡Joder, mira como me has puesto, qué cerdo! –dijo con esa permanente voluntad de hacerme quedar mal. Se apartó de mí y se miró, tenía todo el vientre embadurnado, le bajaban densas gotas blancas hacia las bragas y uno de mis chorros efectivamente le había alcanzado una de las tetas. Se abría la camisa para que esta no se manchara también, pero lo hacía con dos dedos, pues tenía las manos manchadas, en un gesto extraño y ridículo.

—Joder, dame algo. Un clínex o algo.

Me fui al cuarto de baño escuchando a mi espalda un “¡Pero qué asco, tío!”. Cogí papel higiénico y cuando volvía al dormitorio me la encontré en el pasillo diciéndome “dame” con un tono desagradable. Le di el rollo de papel higiénico y ella se fue al cuarto de baño y yo al dormitorio.

Caí sentado sobre la cama y mi clímax dio paso a una extraña vergüenza. Había fantaseado multitud de veces con un encuentro sexual con Carmen pero no así. Aquello había sido poco menos que una paja mecánica para que la dejase en paz. Para que me fuera por donde había venido y nos olvidáramos de todo lo sucedido. Y, para colmo, la sombra de la duda de que efectivamente Paula sí había follado con el chico. Lo cual, una vez tenido el orgasmo, no solo era más humillante que morboso, si no que planeaba de nuevo la sombra de la enésima mentira.

Cogí mis cosas y salí del dormitorio dispuesto a irme a mi casa. Escuché el sonido de la ducha por lo que supe que Carmen se estaba duchando, y sin saber muy bien por qué, abrí la puerta de su dormitorio. Iba a curiosear cuando recordé las bragas que había dejado caer ella sobre mi cama. No me lo pensé, volví a mi dormitorio, cogí aquellas bragas azul marinas y las metí en mi maleta. Aquellas bragas eran exactamente iguales que las negras, el mismo tacto y forma, lo que me hizo pensar que aquello de cambiárselas delante de mí bajo la excusa de que eran más cómodas había sido todo show, como todo lo que hacía aquella cría que debería meterse a actriz.

Arranqué el coche y conduje hasta casa. No sabía muy bien que sentir. No sabía si lo de Paula con el crío me jodía o me daba morbo. No sabía si aquella paja de Carmen me había parecido humillante o morbosa. No sabía si Carmen me deseaba o aquello no había sido más que un juego y yo su juguete en una mañana de domingo en la que la niña se aburría. Lo que sí sabía era que me arrepentía de no habérmela follado; me arrepentía de no haber forzado más la máquina, de haberme conformado con aquella paja. Me había dado un par de besos con lengua, sí, le había acariciado las tetas sí, y me había hecho una señora paja, sí. Pero estaba casi seguro de que podría haber sacado mayor tajada de aquel encuentro.

A medida que pasaban los minutos pensaba con menos frialdad pues volvía a estar excitado. Dicen que un hombre solo está lúcido los cinco minutos posteriores al orgasmo, por lo que yo ya conducía pensando en sexo y nada más que sexo. Recordando lo sucedido con Carmen y hasta fantaseando con el chico y mi novia.

Llegué a casa con tal calentón que lo primero que hice fue tumbarme en cama y oler por fin aquellas bragas de Carmen. Olían tanto a coño que se me puso dura al instante. No era necesario oler el punto exacto de la tela que había estado en contacto con aquellos labios gruesos para que ya oliera bastante a coño. Y sí, cuando olía exactamente el punto clave el olor era fortísimo. Se me puso la polla apuntando al techo y con aquellas bragas sobre mi cara comencé a masturbarme, recordando la paja que me había hecho ella, pero con un final diferente, un final en el que yo la acababa girando y le bajaba las bragas y me la follaba contra la pared. Aquel pensamiento me hizo explotar en apenas un minuto.

Pasé la tarde en casa pensando en todo lo ocurrido: ¿De verdad podría seguir mi vida normal con Paula después de todo aquello? ¿Le iba a decir a Paula que sabía que había follado con el crío? ¿Sería cierto? ¿Le iba a confesar a Paula que Carmen me había hecho aquella paja? ¿Llegaría algo de lo ocurrido a oídos de mi hermana? ¿Hasta que punto Carmen era de fiar?

Ese domingo fui a cenar con Paula. Al principio nos costó ser nosotros mismos. Seguíamos sin saber si seguíamos siendo pareja o qué pasaba con nosotros. Fue curioso que mientras hablábamos de otros temas decidí no decirle que Carmen me había dicho que había follado con el chaval. También decidí omitir lo mío con Carmen. Quizás Paula había tenido razón cuando me había dicho que haciendo yo algo con mi sobrina sentiría que estaríamos en paz, ya que, efectivamente, no me parecía Paula la mala de la película si no la parejita de veinte añeros que habían jugado con nosotros. Mi novia hablaba de otros temas mientras yo la miraba y sentía que la quería, a la vez que me daba morbo lo que había hecho con el chico. Hasta deseé que fuera cierto eso de que se la había terminado follando.

Aquella noche cada uno se fue a su casa a dormir y ya en cama, mandándome mensajes con Paula, la cosa fue subiendo de tono hasta que hablamos de masturbarnos. No era algo extraño en nosotros ese tipo de mensajes a esas horas y cada uno en su cama, pero esta vez le pregunté en quién pensaría si se decidiera a hacerlo.

—¿Sinceramente?

—Sí.

—Pues… igual sí que en el crío ese.

Confirmé el terrible morbo que me daba.

—¿Y tú? –preguntó ella.

—En Carmen.

Dejamos de hablar y me dispuse a masturbarme. Tenía dos opciones: oler las bragas de Carmen y masturbarme pensando en ella o imaginarme a aquel crío poniendo a cuatro patas a mi novia. Opté por lo segundo y exploté en un orgasmo imaginando a aquel chaval montándola y saliéndose repentinamente de ella para acabar en su boca.

Le escribí de nuevo a Paula y le pregunté qué hacía y me dijo que estaba desvelada. Le dejé caer qué podía hacer con su cuerpo para conciliar el sueño y me respondió: “jaja, ok”. Unos diez minutos más tarde me escribió:

—Ya estoy más relajada...

—¿Sí? ¿Qué tal?

—Muy bien.

—¿Con sus fotos?

—No me hacen falta fotos ya.

—¿Y que pensaste?

—Que me follaba… con esa cara de chulo que tiene.

—¿Quieres que los volvamos a ver?

—Jaja, ni loca.

—¿Por?

—No sé… oye mañana yo trabajo y tú también. Será mejor dormir.

—Solo respóndeme a eso.

—No me apetece ver a ese chico otra vez y a ella menos. Los quiero lejos. Podemos fantasear todo lo que quieras, a mi también me gusta fantasear con ellos pero creo que es mejor tenerlos lejos.

Todo siguió con normalidad, al menos no pasó nada relevante, hasta la mañana del jueves que me desperté para ir a trabajar y me encontré con un mensaje en el móvil, era Carmen que me había escrito de madrugada.

—¿Cómo estás cerdito? (y colocó unos emoticonos de un cerdo). Se que te has llevado mis bragas, que las disfrutes. Pero no te escribo por eso. Estoy con mi novio, me está diciendo que se quiere volver a follar a Paula. ¿Seguís juntos? ¿Le darías su móvil?