Sexo, mentiras y noches de verano (1)

La hijastra de mi hermana, su novio, mi novia, una casa familiar... y yo me sigo preguntando: ¿Qué pasó esa noche?

Mi novia y yo tenemos treinta y pico años y llevamos 4 años juntos, y todo el lío viene como consecuencia de mi sobrina de 20 años y una casa compartida. Esta chica es la hija del primer matrimonio del marido de mi hermana. Vamos, que estrictamente no es sangre de mi sangre, pero es familia. El caso es que la chica está buenísima, no sé si está mal que yo lo diga pero es una cosa de otro nivel; una rubia de ojos claros, de complexión media y unas tetas, obviamente naturales, de proporciones épicas. Lo que sucede es que yo nunca había reparado demasiado en ella, lo típico, es mi sobrina, hasta que un día de casualidad la busqué en una conocida red social que es solo de fotos. Allí literalmente aluciné. Unos posados… unas fotos en bikini en vacaciones, unas sonrisas a la cámara… Además en un rollito pija, algo medio blogger que está de moda ahora, nada choni, todo lo contrario. De hecho su madrastra (mi hermana) caga pasta, y su padre también, va a universidad privada y se pasea con los bolsos de la madre en algo que a mí me resulta hasta rancio. Lo curioso es que hasta que había dejado de tener novio subía muchas fotos con él y fotos normales, pero de unos meses hacia aquí debía de haber quedado “soltera” porque todo eran posados bastante explosivos; vamos, que pasó de foto en camisa y bolso delante de un monumento a foto en bikini con una playa detrás siendo ella el monumento.

Se lo enseñé a mi novia que se quedó tan alucinada como yo, llegando a soltar un “joder, qué tetas, no sabía que tuviera tanto”. No le dimos más importancia, al menos no mi novia, ya que yo no dejaba pasar un día sin echar un vistazo a esa red social por si mi sobrina subía una nueva foto.

Pasaron las semanas y, nunca se lo dije a mi novia, pero cayeron más de una y más de dos y más de diez pajas con las fotos de mi sobrina. Yo no me sentía mal por ello, como si el hecho de no ser sangre paliara todo. Además, nos vemos poquísimo, tenemos poco trato.

En otro orden de cosas en mi familia tenemos un chalet que es de mi abuela, que la pobre ya no se entera de casi nada, y donde muchos vamos días sueltos en verano. Es como la casa de todos. Primos, sobrinos, padres, hijos. Lo mismo llegas un 15 de agosto y no hay nadie como hay 8 personas. Es de tres plantas, piscina, cerca de la playa, en una urbanización.

Un día de este verano mi novia salió un viernes hacia esa casa para pasar el fin de semana conmigo. Yo llegaría el sábado por la mañana porque tenía que dar un curso hasta las diez de la noche y prefería dormir en casa y coger el coche sábado por la mañana temprano. Mi novia, como digo, no sabía si iba a estar sola o iba a estar la casa a rebosar de gente.

Esa noche, cuando yo estaba cenando tranquilamente en casa, mi novia me escribió por móvil que estaba viendo la tele, que no había nadie en casa y que pronto se iría a acostar.

Me suelo quedar dormido escuchando la radio en cama. En esas estaba cuando decidí apagar la radio y miré la hora en el móvil; pasaban de la 1 de la madrugada y vi que mi novia me había escrito al móvil hacía 20 minutos:

—A tu sobrina se la están follando que van a tirar la casa.

Casi se me cae el móvil de las manos, el corazón se me salía del pecho; “con quién” “cómo” “¿no estaba mi novia sola en casa?” “¿no estaba ya sin novio?”; le escribí preguntándole de todo a mi novia la cual no se conectaba desde que me había escrito.

Volví a leer su frase y me despejé como si me hubiera tomado dos jarras de café.

Dudé en llamarla pero era un poco exagerado y además mi novia siempre duerme con el móvil en silencio. Estuve mirando el teléfono cada dos minutos, durante un buen rato, hasta que finalmente me quedé dormido.

Me desperté sobre las 8, excitado y nervioso, y cogí el móvil. No había recibido nada de mi novia pero su última conexión eran pasadas las 4 de la madrugada.

Llegué a la casa familiar sobre las 10 y estaba mi novia duchándose. La saludé y bajamos a desayunar. No parecía haber nadie más en la casa. En el desayuno esperé a que ella me empezara a contar para no parecer muy obsesionado pero ella no sacó el tema por lo que no aguanté más y se lo saqué yo.

—¿Así que hubo fiesta aquí ayer?

—Mmm… sí.. —mi novia respondía como si tal cosa.

—¿Y con quien? ¿Mucho rato?

—Ni idea, no sé. Te escribí y me puse la almohada en la cabeza para no escuchar.

Le hice alguna pregunta más pero se veía claramente que ella no quería hablar del tema. Supuse que le daría corte o que lo que para mí era algo sumamente morboso para ella era algo incómodo o desagradable.

Pasó la mañana, en la que fuimos a la playa, y antes de comer, ya en casa, no sé bien por qué pero cogí el móvil de mi novia para ver sus últimas fotos, vamos, que con ninguna intención de cotillear pues para cotillear habría ido al whatsapp. Bueno, pues allí en el dormitorio, estando mi novia en la planta de abajo, veo que tiene guardadas dos capturas de pantalla de un chico, jovencísimo, y las capturas se ve que son sacadas de esa red social de fotos; miré la hora y estaban guardadas a las 6 de la mañana.

No entendía nada. Entendía tan poco que ni siquiera había comenzado a alarmarme. Cogí mi móvil y busqué al chico para después buscar si el chico era amigo en esa red social de mi sobrina, y efectivamente así era.

Mi sentimiento era de incomprensión, una especie de “¿pero aquí qué está pasando?” pero tampoco me paraba a pensar posibles hipótesis de lo que podría haber sucedido.

En la comida no saqué el tema, como si tuviera una extraña fe en que mi novia en cualquier momento aclararía todo sin necesidad de hacerle yo preguntas directas.

El día se había nublado y nos tiramos en el sofá del salón de la planta de abajo a ver la tele y echar la siesta. Ahí no tardó mi novia en ponerse especialmente cariñosa. Algunas veces empezaba yo, otras (menos), empezaba ella, pero sí me sorprendía que fuera en el sofá a la hora de la siesta pues somos muy nocturnos en el tema del sexo. Ahí ya no pude más e intenté llevarla a mi terreno:

—¿Qué te pasa?

—Nada… —me respondía mientras me sobaba sobre el bañador.

—¿Te ha puesto cachonda la fiesta de ayer? –ella no respondió y siguió buscando guerra, con su mano sobre mi paquete y su boca en mi cuello. Yo insistí:

—¿No te puso nada escucharles? –por un momento me imaginaba a mi sobrina gritando desinhibida y mi miembro se iba poniendo a tono más por la imagen de ver a mi sobrina siendo follada que por el frote de la mano de mi novia.

—Pero si son unos críos… —dijo.

—¿No te pone el chico?

—Eres muy pesado, ya sé que a ti te pone ella… —Mi novia ya se las había arreglado para que la punta asomara por encima del bañador.

Me imaginaba a mi sobrina embestida por aquel chico de las fotos y tenía mi miembro ya dispuesto a todo en aquel sofá. No sé por qué pero insistí una vez más:

—¿Pero al chico no lo llegaste a ver?

—Sí, ya te dije que sí… —ella respondió eso y yo me quedé paralizado, ella a lo suyo, me besaba como si quisiera acabar la palabrería para subirse encima.

—Me habías dicho que no.

—Te dije que sí. Lo vi por la mañana. Bajaron antes de que llegaras, yo estaba aquí tomando un café en el sofá.

—Joder… ¿y que te pareció él?

—Ya te dije que son unos críos. Tu sobrina me lo presentó y se fueron.

A mi no me encajaba demasiado pero mi novia se había ya subido sobre mi y me besaba como pocas veces. Lo curioso es que lo que menos me encajaba era que mi sobrina y el chico se fueran tan temprano de la casa un sábado por la mañana. Así de absurdos eran mis razonamientos de lo desconcertado que estaba.

Mi novia se frotaba encima de mí y yo ya intentaba apartarle la braga del bikini cuando escuchamos ruido fuera de la casa, en el jardín. De verdad que pensé que sería mi primo que es el que más se pasa por la casa y siempre está trasteando. Mi novia se bajó de mí y nos quedamos en silencio, como adolescentes pillados in fraganti. Unos segundos más tarde entraron en casa… mi sobrina y el chico. A mi se me bajaba la erección a toda velocidad y disimulando un poco me incorporé y, mi sobrina, muy sorprendida, como si no nos esperara, nos lo presentó.

Mi cara debió de ser un poema en el momento en el que le presentó el chico a mi novia cuando, según ella, ya se lo había presentado aquella misma mañana.

El chico era ciertamente llamativo, muy moreno, de complexión delgada y con melenita, algo afeminado. Mi novia se puso nerviosísima, no sabía si porque claramente le había descubierto una mentira o porque el chico le parecía guapo, o por ambas cosas. Yo pasé instantáneamente de un estado de desconcierto a uno de severo cabreo.

Deseaba quedarme a solas con mi novia para cantarle las cuarenta. Para que me explicara de una santa vez absolutamente todo. Pero al fin y al cabo aquella chica rubia era mi sobrina y estaba obligado a hacerle las preguntas de rigor: ¿Qué tal tu madre? ¿Qué tal la carrera? ¿Qué tal por Madrid? y un largo etcétera, pues hacía tiempo que no la veía. Ella contestaba al principio algo ruborizada y después más relajada. El caso es que la conversación se fue alargando y el chico acabó subiendo escaleras arriba y mi novia se volvió al sofá, quedándonos ella y yo hablando de pie en el salón.

Mentiría si dijera que mis ojos no se me iban cada poco tiempo a las tetas de mi sobrina. El bikini le transparentaba la camiseta blanca y a mi me ponía malo. Ella al hablar se apartaba permanentemente un mechón rubio de la cara, un gesto banal en cualquiera pero en ella era terriblemente morboso. Para colmo es de estas chicas que parece que todos sus gestos son un posado, como si nunca estuviera relajada, cualquiera diría que la chica pensaba que estaba siempre enfocada por una cámara.

Yo tenía los ojos en ella pero la mente se me iba permanentemente a las explicaciones que me tendría que dar mi novia.

La conversación derivó en la piscina; pues ella me preguntaba si tenía que hacer algo con el PH y el cloro y le dije que la piscina estaba bien y que si había tirado el robot automático a la piscina. Ella no sabía usar el robot y acabamos ella y yo al borde de la piscina. Le dije que si se quería bañar que lo hiciera en ese momento y que después tirase el robot hasta que parase solo y lo sacase.

Ella se sacó la camiseta y se metió en el agua y a mi me temblaban hasta las uñas de ver ese cuerpazo allí a dos metros. Hablamos un rato más, me dijo que se estaba mejor dentro del agua que fuera, que si me quería meter y le dije que no.

Las tetas casi se le salían del bikini por los lados y yo tenía que mirar al cielo para no empalmarme allí mismo. Seguimos hablando mientras yo lavaba con la manguera el recogedor de hojas. Creo que ya llevaríamos unos 25—30 minutos solos en la piscina cuando ella dijo:

—¿Y este chico? ¿Dónde se mete?

Yo dudé en preguntarle si era su novio pero permanecí discreto.

—A ver que estará haciendo… que tiene un peligro… —dijo.

—¿Si? ¿tiene peligro? –yo no sabía mucho por donde iba.

—Uff… —respondió exagerando el gesto.

Por muy ligón de playa que fuera el chico no iba a estar intentando ligar con mi novia. Me parecía todo una exageración propia de una cría pero me metí dentro de casa por la puerta de la cocina, y justo fue entrar yo en la casa y salía el chico. Nos cruzamos sin saludarnos y yo me detuve, esperé un poco antes de dirigirme a las escaleras y le escuché decir:

—Madre mía… qué tía…

—¿Si? –preguntó ella.

—Está el tema que arde… —dijo antes de preguntarle donde cubría y tirarse a la piscina.

Primero me quedé en shock por su frase pero en seguida me dije que sabe dios a quién se refería, cualquier amiga de ellos, en fin, cualquier cosa.

Subí a mi dormitorio y estaba mi novia, Paula, ordenando la ropa y yo ya venía bastante encendido y le pregunté directamente:

—¿Me puedes explicar cómo es que si te lo presentó esta mañana te lo vuelve a presentar esta tarde?

—¿Qué? ¿Presentarme al chico? Es que no es el mismo chico.

Inmediatamente mi mente se fue a las fotos. Pero guardé esa bala.

—¿Me vas a decir de una santa vez lo que pasa? –dije casi gritando.

—En serio, estás muy pesado, no tendría que haberte dicho que se estaban follando a tu sobrinita que te has quedado muy tenso.

—Aun encima no me putees… ¿se puede saber por que en tu móvil tienes fotos de ese chico? –no pude más.

Mi novia ni se inmutó. Guardó silencio unos segundos y se comenzó a explicar a muchas menos revoluciones que yo:

—Pues… estaban follando, otra vez, ya era casi de día, y me despertaron, y entré en el Instagram de ella y había agregado a un chico recientemente y le hice captura para enseñártelo, por si era el nuevo novio. Que sí que es el chico que está ahora en la piscina pero no el que bajó esta mañana.

Yo asimilaba la información cómo podía:

—¿Me estás diciendo que ayer de noche estaba con un chico pero no es este?

—Bueno que es una zorrita ya se le ve. Eso que te lo explique ella si quiere. Y ahora me preguntarás si me pone este también. –dijo ella más encendida, como contraatacando.

Fue la primera vez en horas que empecé a pensar que absolutamente todo podría haber sido paranoia mía. Intenté suavizar las cosas, quizás compensándole que no me echara en cara que hubiera mirado en su móvil.

—Este está bueno. –dije en un tono de broma mirando a través de la ventana que daba hacia la piscina.

—Sí, para ti están todos buenos… todos sus ligues, su ex… ella… —el tono ya era otro.

La busqué pretendiendo acabar lo que habíamos empezado en el sofá pero ella medio reía medio se hacía la indignada diciéndome que yo venía caliente por haber estado mirándole las tetas a mi sobrina.

—Se le salen del bikini, joder. No sé cómo te pone eso. Me parece soez.

Yo tiré de ella para tumbarnos en la cama y ella me dijo que era mejor post ponerlo.

—¿Por qué no lo dejamos para esta noche? Anda que si este se la folla esta noche te da un infarto.

—No creo que estando nosotros aquí… —dije.

—Te pondría, ¿a qué sí?

—Pues sí. ¿Y a ti?

—Un poco…

Era la primera vez que ella reconocía algo así con mi sobrina por medio y eso me alteraba el pulso.

—¿Te pone que se la follen?

—Bueno... me pone que te ponga a ti…

Yo disfrutaba de la conversación pero no estaba seguro… no acababa de creerme todas aquellas explicaciones, veía cabos sueltos en su versión por todos lados... me seguía oliendo algo raro.

Si dicen que después de la tormenta llega la calma, en este caso fue al revés, ya que la tarde de aquel sábado había sido sumamente tranquila.

Una vez casi descartado que hubiera pasado algo raro aquella noche, estuvimos mi novia y yo en una cafetería, dimos un paseo y fuimos a cenar.

No volvió a salir el tema de escuchar a mi sobrina follar con el chico pero había, al menos en mí, esa calma tensa de lo que pudiera pasar. Al irnos a media tarde ni si quiera sabía si mi sobrina iba a pasar allí la noche o qué planes tenía. También pensaba que aun haciendo algo con el chico tampoco iba mi sobrina a gemir como loca, como había dicho mi novia que había hecho la noche anterior, sabiendo que yo estaría en el dormitorio de al lado.

En la cena mi novia estaba algo apagada y nos fuimos a casa. No había nadie cuando llegamos y ella dijo encontrarse mal del estómago y se fue a acostar. No era raro en ella que una comida le sentara algo mal, no me pareció extraño y yo me quedé abajo, en el sofá, viendo la tele, algo nervioso por si llegaba mi sobrina con el chico.

Estaba en esa barrera en la que casi ni tú mismo sabes si estás despierto o dormido cuando entró mi sobrina por la puerta, sola, haciendo un ruido con unos tacones como si estuviera entrando un destacamento de caballería. Yo la saludé pues ella se encaminaba directamente escaleras arriba; llevaba unos shorts cortísimos en un tono beige y un top negro con algo de encaje y unas sandalias negras que la elevaban como mínimo 10 centímetros. Era un look digno de sus posados en las redes sociales, el top le levantaba las tetas aun más y estaba bastante maquillada, sin duda venía de salir de fiesta pero me extrañaba que volviera tan pronto. Estaba morenísima y el look general era… digamos que yo a mi hija no le dejaría salir así de casa… Siempre había evitado usar esa terminología pero nunca le rebatía a mi novia cuando decía “las chicas ahora visten como putas y tu sobrina no se queda atrás”.

Ella me respondió el saludo sin ganas y se encaminaba de nuevo hacia arriba cuando soltó una especie de gimoteo; me salió un automático: “¿estás bien?” y ella se derrumbó.

Cuando me quise dar cuenta estaba en medio del salón abrazando a aquella chica que aun siendo mi sobrina era casi una extraña y ella gimoteaba que “su chico” la había dejado. Aquello era un papelón para mí y pensaba lo jodida que tenía que estar ella para llorar delante de mí y confesarme su drama amoroso, pues obviamente yo para ella también era casi un extraño.

Nos sentamos en el sofá y ella no paraba de repetir “es que no lo entiendo, es que no lo entiendo”. Yo, sin ser nada ducho en estos temas, intentaba quitar hierro al asunto y le llegué a decir que no pasaba nada y se me escapó un: “¿pero qué chico, el que conocí hoy o el chico con el que estuviste ayer’”. Me salió sin pensar. Sin ningún ánimo de juzgarla. Mi cara debió ser un poema cuando ella me dijo:

—¿Qué? Llevo dos meses con el chico, ¿qué dices de otro chico diferente ayer? –dijo mientras se levantaba y cogía papel de cocina para sonarse los mocos.

Volvió a sentarse y yo ante el papelón de mi vida. Cagándome en la enésima mentira de mi novia por dentro, y sin poder dejar de mirar aquellas tetazas que se inflaban y desinflaban ante cada gimoteo y espasmo de aquella chiquilla. Ella estaba algo borracha pero sus movimientos eran tan artificiales y exagerados como siempre, no dejaba esa pasarela imaginaria ni llorando a moco tendido.

Le dije que subiera a acostarse que mañana vería las cosas de forma diferente y ella, cuando se marchaba, me dijo:

—¿Le puedes pedir perdón a Paula de mi parte?

—¿Perdón por qué?

—¿No te lo ha contado?

—¿Contado el qué? ¿qué dices?

—Nada, déjalo.

—No, no cuéntame, ya que nos estamos sincerando aprovechamos.

—Pues… yo qué sé— ella titubeaba con un pañuelo improvisado en las manos, la pintura de ojos emborronada y las tetas casi fuera del top— ayer… estábamos borrachos, de risas en la habitación y la oímos bajar en medio de la noche. Y mi chico me dijo que iba a bajar a saludarla, de coña, yo le dije que no se atrevería y bajó según él a putearla.

—¿Putearla cómo?

—No sé… de vez en cuando él había estado dando golpes en la pared para despertarla, yo le decía que parara pero él no me hacía caso. Un imbécil. Y después, cuando la oímos bajar, dijo que iba a bajar para encontrársela y hacerse el loco, como si nosotros hubiéramos pensado que no había nadie más en casa, cuando, joder, tenía el coche fuera. Bueno… eso… que perdón por hacer el idiota ayer de noche.

—¿Pero bajó y qué?

—Pues bajó él medio desnudo, por hacer el idiota, y estuvieron en la cocina hablando un rato.

No salió de mí responderle a mi sobrina más que un “vale, vale”.

Ella subió y yo me quedé furioso en aquel sofá. Dudé en coger el coche y marcharme, no me apetecía ni verle la cara a mi novia. “puta mentirosa” se repetía en mi cabeza. No aguanté más y subí enfurecido, entré en mi dormitorio donde mi novia dormía y la desperté a gritos “¡estoy hasta la puta polla de tus mentiras!”.

Se montó un follón acojonante, yo le contaba a gritos lo que sabía y ella repetía “¿pero qué coño dices?” en un tono que no le iba a la zaga al mío.

No tardó mi sobrina en aparecer, para colmo auto inculpándose diciéndonos que no nos peleáramos, que había sido su culpa, que no tendría que haberme dicho nada.

—Carmen, por favor, vete a dormir que esto no va contigo –le dije tan cabreado con mi novia como abochornado por el espectáculo.

Mi sobrina volvía a su habitación mientras mi novia decía:

—¿Pero qué dices niña? ¿Te inventas mierda y ahora te haces la víctima?

Yo le pedí explicaciones de nuevo a mi novia mientras Carmen cerraba la puerta de su habitación tras meterse dentro.

—¿Me puedes explicar qué cojones pasa? ¿Me puedes explicar cómo es hay dos chicos, después uno, después estás con él de palique a las tantas y se te olvida contármelo?

—¿Pero qué coño dices tío? —Mi novia estaba indignada o lo fingía de puta madre—.

—Sí, ¿sabes?, el chico bajó y me folló en la cocina, me corrí dos veces en 5 minutos. No te jode. Mira, que tú te quieras follar a la zorrita esa que tienes por sobrina, que a saber cuantas pajas te has hecho pensando en ella, no quiere decir que yo vea un crío y me lo quiera follar.

Dijo aquello señalando la pared donde al otro lado estaba mi sobrina, con la clara intención de que ella lo escuchara, y era imposible que no lo hubiera escuchado.

—Eres una hija de puta… —dije alucinado… y decepcionado, en un tono más bajo.

La discusión continuó mientras mi novia recogía 4 prendas y las metía en una bolsa de deporte. Dispuesta a marcharse.

—Me voy de esta puta casa.

—Vete joder, nadie te obliga. Y vete a un psiquiatra o confiésate a un cura ya que a mi no me piensas contar una puta verdad –le dije gritando de nuevo. Nunca había tenido una bronca así con una pareja.

Ella se marchó y yo aun encendido toqué en la puerta de mi sobrina con la intención de disculparme.

Ella me abrió la puerta. Seguía con la misma ropa y lloraba pero ahora era enfado y rabia más que tristeza por el novio. Me quedé en el marco de la puerta y ella se sentó en la cama.

—Está pirada, tío, ¿cómo la aguantas? Te estaba mintiendo en tu cara.

Mi vista dio un rápido repaso a su habitación y mis ojos acabaron de forma inocente apuntando hacia la papelera que tenía a mis pies, al lado de su cama. Y si ya estaba bastante tenso no mejoré cuando vi allí no menos de 4 envoltorios abiertos, envoltorios de plástico de condón.

Mi novia en el coche hacia sabe dios donde. Mi sobrina gimoteando e insultándola, y yo mirando aquella papelera, pensando en las folladas que le debía de haber pegado aquel guaperas al pibonazo que tenía yo a 2 metros.

Mi sobrina me sacó del limbo:

—Miente, ¿me entiendes? Miente. Estuvieron en la cocina como 10 minutos, después él volvió a mi habitación y nos quedamos dormidos. Y aun más tarde me desperté porque él se metía en cama y le pregunté de donde venía y me dijo que de ver la tele. Que no digo que hayan hecho nada, joder, pero eso de la tele no se lo cree nadie. Y de ese tío no me fio, es un putero, y de ella tampoco, aun menos después de ver como te ha mentido en tu cara.

No sabía qué decir. Estaba ya mareado de cuantas versiones me habían contado de una sola noche.

Ella prosiguió:

—Y esta tarde mientras tú y yo estábamos en la piscina a saber que hicieron, porque me dijo que habían estado tonteando. Que tampoco le creo a él, que es un falso, pero joder. No sé. Estoy harta. —Y comenzó a llorar más fuerte.

Mi sobrina se fue relajando y yo le dije que se durmiera, que ya hablaríamos al día siguiente con calma. Ella aceptó y hasta me dedicó una media sonrisa. Su cara era un poema con aquel maquillaje emborronado y aquellas ropas no precisamente de monja, pero no dejaba de tener un punto inocente.

Yo obviamente no podía dormir y bajé a la cocina. Me tomé un descafeinado de sobre y me quedé pensativo en la penumbra de la cocina, pues ni había encendido la luz, solo me iluminaba la luz del jardín de los vecinos, que no apagaban nunca. De verdad pensaba que todo se arreglaría. Que todo podría haber sido un malentendido.

Allí sentado en el taburete de la barra americana de la cocina primero escuché bajar y después vi llegar a mi sobrina. Me dijo que estaba desvelada, no era para menos. Tenía la cara lavada y llevaba una camisa a rayas verde. Había pasado de amago de mujer fatal a lo que realmente era, una niña pija de 20 años, en apenas media hora.

Le preparé un té y hablamos. Hablamos de todo. Ella se relajó. Yo me relajé y hablamos de muchas cosas. De la familia, de su padre, de su madre, de su madrastra que era mi hermana, de la familia de parte del padre, de como había sido su adolescencia… De todo menos del fregado que teníamos montado con su ex novio y mi novia. Me pareció más madura, casi una mujer. Quizás ese ambiente creado sin malicia… esa oscuridad, esa calma… me hizo pensar que había conectado con esa chica. No entendía con seguridad qué era, pero sentía mientras hablábamos que allí había un feeling difícil de ubicar.

Ella se fue a acostar y me dio un beso en la mejilla que me puso los pelos de punta, me deseó buenas noches con una sonrisa y yo decidí no pensar qué me estaba pasando con aquella chica.

—¿Y tú? ¿No te acuestas? –me dijo desde el marco de la puerta. Con aquel resplandor, su pelo alborotado, su camisa tapando como podía sus tetas y con más soltura sus bragas… pero dejando al descubierto aquellas piernas largas, me estaba matando. Dulzura, inocencia, pero a la vez consciente con sus poses de que era guapa a rabiar.

—No... no, que va... me quedaré un rato filosofando pero ahora solo.

—Bo, no te rayes, eh, que no vale la pena.

Y se fue y yo me quedé allí sentado pensando en todo y a la vez con la mente en blanco.

Mi momento de paz duró poco, pues mi móvil se iluminó. Era Paula que me escribía. Su mensaje no podía ser más brusco, haciéndome dar un vuelco en aquella paz en la que me encontraba:

—¿Te la has follado ya?

Me quedé alucinado, mi mente dudó en escribirle un “por supuesto que no”, un “qué pesada”, un “¿dónde estás?”, pero no, estaba harto, no la aguantaba más, y respondí:

—Sí. Lo siento.

Ella escribió y borró varias veces hasta que respondió:

—Lo sabía. De hecho sé que te la has follado otras veces. Hace dos semanas cuando insistías tanto en ir ahí sabiendo que yo no podía.

No le respondí. Aquello que decía era absurdo. El hecho de que pensara que lo había hecho con mi sobrina no me decepcionaba ni me enfadaba, simplemente me confirmaba lo que llevaba horas sospechando; que estaba loca de atar. Paula no debía de estar satisfecha pues me llamó. Yo salí hacia al jardín, y si por mensaje entraba como un miura no fue menos de palabra:

—¿Y qué tal folla?

—¿Qué? ¿Qué coño dices, Paula?

—Folla bien, ¿no? Tiene pinta… pues el chico… ¿quieres saber lo que pasó? Te lo voy a decir. No te lo quise contar pues no había motivo, tú me habías jodido con esa zorrita y yo pues… con este. Pensé que haciéndome yo la loca y no contándote lo de este chico podríamos salvar esto pero sí, pasó. ¿Vale?

—¿Qué dices Paula, joder? No digas chorradas. Dime donde estás.—Ella me interrumpió sin hacer caso:

—El chico bajó estando yo en la cocina. Joder, bajó en calzoncillos nada más. Me dio un susto que no veas. Pues me dijo dos tonterías de ligón de playa y ya vi que me acorralaba contra la encimera. Joder, le aparté, ¡me dio un asco! Le dije ¿pero quién te crees que eres puto crío? Joder y él… como que no aceptaba un no por respuesta. Le tuve que apartar de un empujón más fuerte. ¡Le tuve que empujar, joder! Olía a sexo de follar con tu sobrina y se lo quería montar conmigo. Pues el chico me señala el sofá y me dice: “ahora no puedo, pero quedamos a las 4 aquí”, 4 o 5, 4 creo, no me acuerdo ya, y se fue. Yo no le mandé a la mierda por lo alucinada que estaba—.

Yo daba vueltas al jardín, escuchándola, no sabía si creerme algo de lo que me estaba contando. Hablaba a toda velocidad, alteradísima, pero no daba la impresión de que hubiera llorado. Lo que más me sorprendía era que no parecía ella, hablando tan mal, con aquellas palabras, nunca le había escuchado aquella terminología.

—Pues un rato más tarde, yo que sé, me pierdo del tiempo que pasó, estaba yo despierta porque… ¿para qué intentar dormir si me iban a despertar follando en cualquier momento?, en fin, que estando despierta noto que alguien abre la puerta con cuidado. Yo más que acojonada lo que estaba era flipando en colores, de verdad no me creía que tuviera tanta cara. Yo quieta y él acercándose. Joder pues oigo y veo de reojo que el chico se quita el calzoncillo y se mete en cama.

—¿Qué dices Paula? No me creo nada de lo que me estás contando— le interrumpí. Ella solapó mi voz y continuó:

—Pues el crío se metió en cama y yo me quedé inmóvil. Qué quieres que te diga, llevaba horas escuchándoles follar. Me había quedado alucinada de lo guapo que era en la cocina y ahora se metía en mi cama. No pensé en ti ni un momento, se me puso detrás, me subió un poco el camisón y me sobó el culo. Joder, le aparté la mano un par de veces pero no le decía que se fuera.

—Te lo estás inventando, Paula.

—No me estoy inventando nada. ¿Quieres saberlo? ¿Quieres saberlo todo? La hemos cagado por la necesidad de saberlo todo. Yo puedo vivir sin saber exactamente que haces o has hecho con la puta de tu sobrina pero tú no. Pues te lo cuento. Pero que sepas que esta relación se va a la mierda por tu culpa.

—¿Pero qué culpa? ¡Estás rematadamente loca! —le grité.

—Pues que has empezado tú, matándote a pajas con ella y después queriendo follártela. Si hasta mirabas a todas horas en whatsapp por si ella cambiaba la foto. ¿Se puede estar más enfermo? Lo mío no ha sido venganza pero si tú no hubieras empezado yo no me habría dejado con este crío.

—¿Dejado qué Paula? ¿Se puede saber de qué me estás hablando?

—¿Qué de qué estoy hablando? Pues te lo estoy contando, que me sobaba el culo y no le aparté, que cuando se pegó más a mí y sentí su polla creciendo detrás de mí ya me bajé las bragas para que entendiera que tenía vía libre. Y el chico pasó de tocarme el culo a tocarme ya... por delante... y yo misma eché la mano hacia atrás buscando su polla. Joder, fue agarrársela y ya pedirle que me la metiera....

—¿Pero Paula tú te estás escuchando? ¿Te das cuenta de lo que me estás diciendo?

—¿Sabes una cosa? Que al final no follamos, ¿contento?, que el chico se acobardó de que nos pillaran, me dijo que no podía y se fue. Pero si no follamos no fue porque yo no quisiera. Vamos, la misma situación que tú y Carmen, que si no folláis no es porque tú no quieras. ¿Son cuernos eso? Ahora dime la verdad, ¿has follado con ella esta noche o alguna vez?

No podía entender que ella quisiera comparar fantasear con mi sobrina y hacerme pajas, aunque hubieran sido millones, con agarrarle la polla a aquel chico y pedirle que se la follara. Aquella comparación no tenía ni pies ni cabeza.

Le colgué sin contestar.

Me quedé en trance unos minutos. Como un idiota, en medio del jardín. Estaba desesperado, harto, hastiado, de no saber qué creerme. ¿Me tenía que creer que el chico se había metido en su cama y que casi se la había follado? ¿Por qué casi? ¿Por qué me tenía que creer que no habían rematado la faena? ¿Y si por el contrario no había pasado absolutamente nada? En aquellos momentos hasta pensé en de alguna forma ponerme en contacto con el chico, por muy de perdedor que fuera la escena.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que como un zombie entré en la casa y me tumbé en cama. No tenía ganas de llorar ni de gritar, solo de dormir y que todo hubiera sido una pesadilla. Aun esperaba que al día siguiente Paula me llamara contándome que todo era mentira. Que se lo había inventado para vengarse de mi atracción por mi sobrina.

No llevaba tumbado ni un minuto cuando mi móvil se iluminó, pensé que sería Paula pero era Carmen, que debía de haberme escuchado subir. Leí su mensaje:

—¿Es cierto lo que dijo Paula de lo que haces pensando en mí?

—No, claro que no. Lo dijo porque se ha vuelto loca, ya la has visto.

—¿No te parezco guapa entonces?

—No digas tonterías, hablamos mañana, ¿vale?

—Técnicamente no somos familia, ¿no? Te puedo parecer guapa o tú a mi guapo.

Me quedé helado cuando leí eso. En mi cabeza resonó un “¿Pero esto a qué viene?”. Alcancé a responder:

—Sí, claro que sí.

—Pues eso, que para mí no somos más que una chica de 20 y un hombre de treinta y algo, ¿para ti?

Yo no sabía muy bien a dónde quería llegar. Había tenido un día demasiado largo como para descifrar aquello, aunque a cada frase suya me quedaban menos dudas.

—Claro, es que es lo que somos. –respondí.

—Y a parte de no sernos nada, tu novia está loca y es una mentirosa y yo ya no tengo novio.

Yo dudaba mucho qué escribir. Más que ella. ¿Se me estaba declarando? ¿Me estaba puteando? Mi corazón se aceleraba y mi mente daba vueltas sospechando que ella quería tema y lo quería ya, pero después le acababa escribiendo algo cortante.

—Ya… mejor lo hablamos mañana, ¿vale?

—Te agarras a que no hayan hecho nada esos dos cuando está más que claro que algo han hecho. Me puedo enterar por algún amigo de él si quieres.

—¿Cuándo?

—No sé. Mañana o pasado.

—Es igual, déjalo Carmen.

Puedes fantasear con algo infinitas veces pero cuando eso pudiera convertirse en realidad te acojonas. Quizás sea por eso. Por haberlo fantaseado demasiado. Ni yo me creía estar dándole un no a aquella bomba de chica.

—Me gustó mucho la conversación que tuvimos en la cocina –volvió a escribir ella con clara intención de seguir la charla.

Yo estaba hecho un lío. De repente aquella chica parecía ponérseme completamente a huevo. Aquella chica con la que había fantaseado, me había masturbado, me la había imaginado haciendo de todo. Ahora la tenía en la habitación de al lado proponiéndome dios sabe qué. Por otro lado no estaba completamente seguro de que mi novia me hubiera sido infiel y no quería hacer nada de lo que pudiera arrepentirme.

Lo reconozco, a parte de hecho un lío estaba acojonado. De que todo saliera a la luz si hacíamos algo. De que en el fondo estuviera jugando conmigo. De atreverme a ir allí y que me pegara un corte. De joderlo todo con mi novia. De no estar a la altura. De todo.

No le respondí a aquella última frase suya. Me dije:

—Pasa de ella. No te compliques. Hazte una paja, duérmete y mañana aclara las cosas con tu novia.

Ella en bikini en la piscina. Aquellos 4 condones usados. Ella en bragas y camisa marcando tetas hacía un rato en la cocina. Tenía material de sobra para pajearme pensando en ella y no complicarme la vida.

Me recogí la camiseta, me saqué los calzoncillos y me dispuse a hacer lo único que me haría pensar con la cabeza. Sin embargo, aquella chica no debía de estar acostumbrada al rechazo pues volvió a escribirme:

—¿Por qué me ignoras?

En aquel momento casi empezaba a desear que Paula me escribiera confirmándome que sí había hecho algo realmente gordo con aquel chico para tener, digamos, la excusa de poder presentarme en el dormitorio de Carmen sin un atisbo de sentimiento de culpa. Sentimiento de culpa y cobardía, eso era lo que me pasaba. Las dos cosas eran demasiado. Obviamente Paula no me escribió y decidí segur mi plan. Al día siguiente le diría a Carmen que no le había respondido porque me había quedado dormido y punto.

Empecé a masturbarme pensando en ella. Primero imaginando, recordando detalles sutiles, como ella apartando su mechón de pelo al hablarme, sus labios, su sonrisa. Después me vino a la mente ella siendo follada por aquel chico, los cuatro condones, ella desesperada por follar más y más con él. Ella pidiéndole que se la volviera follar a los pocos segundos de haberse corrido él. Después la recordé en la piscina. Aquellas tetas desbordando su bikini. Me imaginaba entrando en la piscina con ella y ella, nada más verme, quitándose el bikini.

En esas estaba. Con mi polla a punto de explotar cuando reparé en que no tenía papel higiénico. Hay quién eso le importa poco pero yo soy muy pulcro en ese aspecto. Hacía como unos 5 minutos que ella me había escrito así que supuse que se había dormido. Esperé a que se me bajara un poco la erección, me puse el calzoncillo y me fui al cuarto de baño del pasillo. Me incliné para coger papel higiénico cuando descubro que, no satisfecho con lo que Carmen me había escrito, dios me ponía una prueba más, y es que vi, tirados sobre el bidé, unos shorts beige y asomando desde dentro unas bragas negras. Me quedé allí petrificado. Otra vez mi mente era un remolino: “Cógelas, Déjalas. Tócalas. No hagas el tonto. Huélelas. Olvídalo”.

Me imaginaba la estampa; yo por el pasillo hacia mi dormitorio con sus bragas en una mano y papel higiénico en la otra. Y ella saliendo al pasillo y pillándome de pleno. Me acojoné. Me acobardé. “Tío, déjalo estar. Déjalo todo y vete a dormir”. Y así fue: ni shorts, ni bragas ni papel higiénico. Me metí en cama con un calentón de campeonato y me quedé dormido.

Me desperté tempranísimo. Por la luz que entraba por la ventana deduje que había amanecido hacía poco. Miré el móvil rápidamente por si Paula me había escrito pero no había nada. Solo aquella última pregunta de Carmen.

Bajé a la cocina y mientras preparaba café le escribí a mi sobrina:

—Perdona, ayer me quedé dormido. Estaba muerto. ¿Qué tal? ¿Resaca ¿Estás mejor?

Mientras tomaba el café planeaba mi mañana. Llamaría a Paula cuando pasasen de las 10. En tono conciliador. Quedaría con ella y le pediría por favor, y que como dos personas adultas, tuviéramos una conversación madura, sin mentiras ni vendettas, y me contara la verdad.

Parecía que siempre que pensaba en Paula Carmen aparecía en escena pues me escribió:

—Holaa, bien, estoy mejor. Resaca de llorar, jaja.

—¿Quieres café? ¿Te?

—Café, mejor. Bajo ahora.

—¿Quieres que te lo suba? –lo escribí sin pensar. Con toda la inocencia. Mi intención no era más que darle su taza e irme a la ducha.

—Vale.

Subí con las dos tazas, llamé a la puerta y me dijo “pasa” al tiempo que yo escuchaba como ella levantaba la persiana. Estaba en bragas y una camiseta blanca holgada, de manga corta. En cualquier chica sería un atuendo normal, pero claro, en ella, todo parecía una provocación.

Se sentó en la cama que estaba encajonada contra la pared y apoyando la espalda se sentó sobre sus piernas, como una india. La conversación al principio no fluía como horas antes en la cocina. Ella estaba pensativa hasta que tras hablar de temas banales ella se arrancó:

—Mira… perdona por lo de ayer… estaba hecha un lio—.

Yo la dejé hablar.

—Se me fue la pinza con tu novia. Bueno, se me fue la pinza con todo.

—No te preocupes. Ayer fue un día de locos para todos.

—Pues eso… que a parte de perdón también gracias por… por pasar. Era todo un lío. Cuando me ponga así no me hagas caso— rió.

—¿Así cómo?

—No sé. Tú cuando me veas rara mándame a dormir como hiciste ayer y ya está— volvió a reír.

La verdad era que la chica era un encanto. Lo tenía todo. Lo mismo te encandilaba con su risa como, si bajabas la mirada unos centímetros, te mataba de deseo con aquellas tetas bajo su camiseta o aquellas piernas largas y morenas.

—Vale, vale –respondí riéndome. Sin saber muy bien si ella realmente se arrepentía de haberme tanteado. Yo le daba vuelta a aquella frase suya “gracias por pasar”. No parecía haber más que una interpretación.

—Y por cerrar el tema –ella pasaba de chiquilla a mujer madura y viceversa constantemente— ¿le pregunto a alguien por si pasó algo entre tu novia y mi ex?

—No, no, no. Por mí no, vamos. Déjalo estar. Ya hablaré yo con ella. No quiero más… dimes y diretes… Esto solo se arregla hablando los dos—. Me extrañaba que, para ella, el hecho de que nuestras parejas hubieran hecho algo solo tuviera repercusión para mí. Como si de confirmarse, ella no hubiera sido una cornuda igual que yo. Pareciera que tuviera con su ya ex una especie de noviazgo liberal.

Ella, sentada como una india dejaba ver de vez en cuando unas bragas azul marinas que yo intentaba no mirar, pues estando como estaba yo, en camiseta y calzoncillos, podría provocar un problema. Hablamos un rato más, de forma distendida; de cosas tan banales como que la mañana era fresca, de que no estaba siendo un verano demasiado caluroso o de si yo sabía dónde estaban sus chanclas. Ella agarraba la taza con ambas manos y soplaba, en un gesto entrañable. Siempre me paso calentando el café.

Me fui hacia la ducha deseando a aquella chica. Para qué me iba a engañar. Deseándola físicamente y “tocado” por su jovial y risueña forma de ser. Pero lo veía como algo normal. Ni me sentía culpable ni me preocupaba demasiado. Solo un gay o un loco no la desearía.

Una vez en la ducha fui atacado de nuevo por aquellos shorts y aquellas bragas que me susurraban “cógeme”. Dudé en cogerlas, en olerlas. Sentí que me lo merecía. Que tenía ya ganado el cielo así que, con cuidado, tiré de la prenda negra. Eran tremendamente suaves, lo noté solo palpándolas con las yemas de los dedos. La niña pija no iba a usar bragas de algodón, evidentemente. Mi corazón latía a no se cuántas pulsaciones, las extendí en el aire y, buscando el punto donde aquella sutil prenda habría estado en contacto con su coño, me disponía a acercármelas a la nariz... Pero no lo hice. No pude. No tanto porque me pareciera algo bochornoso o de pajillero enfermo si no más bien porque lo veía como como una falta de respeto hacia ella. Una tontería. Pero no pude. Las volví a colocar dentro de los shorts y me metí en la ducha.

Mi semi erección, consecuencia del tacto de aquellas delicadas bragas, fue contrarrestada con agua fría, que fui calentando poco a poco. Y, cuando me estaba acabando de duchar escuché que ella entraba en el cuarto de baño.

—No te importa ¿no? Me voy a lavar los dientes.

—No, no. Claro que no –dije comprobando que había toallas a mi alcance sin necesidad de abrir la cortina de la ducha.

Salí de la ducha, con la toalla anudada en la cintura, justo cuando ella se enjuagaba la boca, se la secaba con una toalla y se volteaba hacia mí. Aquello no podía ser casual. Aquello no podía ser inocente. Aquello era demasiado. Ella vestía la camisa verde a rayas de la noche anterior, de cuando hablábamos en la cocina. Pero esta vez no la tenía abotonada. Vale que no la llevaba abierta completamente pero se veía su canalillo; un espacio de unos centímetros de ancho por todo su torso. Desde sus bragas al cuello. El ombligo y quizás un tercio o un cuarto de sus tetas al aire. Aquello era una locura. Era para cascársela allí mismo sin pudor. Era imposible que se presentara así sin ser consciente de lo que eso provocaba. Sus tetas enormes, tapadas solo parcialmente y de milagro, pues a poco que se moviera, se girara, se vería absolutamente todo.

Llegué a cabrearme. Una furia extraña. Como si supiera con certeza que solo quería calentarme. Esas cosas se intuyen. Mi mente suspiró un “mira, niña, vete a calentar a tu padre”.

Salí de la ducha y me miré en el espejo. A su lado. No la miraba. Me miraba los pelos de la barba. Pasando de ella.

—No te la afeites, te queda mejor así.

—No, no pensaba afeitarme.

—A ver –dijo. Y yo como acto reflejo me giré hacia ella. Mirándole a la cara. No le iba a dar el gusto de mirar más abajo.

—Jaja, qué gracioso. No la tienes completamente cerrada— dijo posando un dedo en una zona de la perilla y después otro debajo de la barbilla.—Parece que sí pero no—

Nos quedamos mirando frente a frente. “Bésala, que le den. No tienes por qué aguantar esto” pensé mientras mi corazón palpitaba. Estábamos muy cerca. Con la chorrada de la barba ella había aprovechado para aproximarse.

Ella no solo me mantenía la mirada si no que echaba más leña al fuego. Puso otra vez un dedo en mi barbilla y dijo:

—Ay, me encanta este hoyuelín que tenéis algunos chicos.

Era demasiado, y lo hice, me lancé. Mi boca fue hacia la suya y chocó con sus labios. Fue un pico extraño, con tanto cuidado que fue hasta casto. Después otro pero esta vez solo alcancé la comisura de sus labios. Mi mano solo aguantó un par de segundos en su cintura y se posó ávidamente sobre uno de sus pechos, sobre su camisa, al tiempo que con un tercer beso buscaba que ella abriera la boca. Ese intento fue en balde pues ella no me lo permitió. Mi corazón latía como nunca y ella cabeceaba ligeramente haciendo que un cuarto beso acabara en su mejilla. Me pegué más y mi mano se coló bajo su camisa para acariciar, ya sin tela de por medio, su otro pecho; se lo rocé mínimamente, posando toda la palma de mi mano, sintiendo una teta inabarcable y sintiendo un pezón tibio, ni duro ni blando, ni caliente ni frío. El quinto beso ya fue rechazado humillantemente, al igual que mi mano, que retiró abriéndose en consecuencia su camisa, al tiempo que dijo: “no, por favor, no puedo, déjame”. Me aparté unos centímetros. Sus ojos llorosos, como si yo le hubiera hecho algo que ella no hubiera querido hacer. Su imagen era incoherente pues contrastaba su cara y gesto inocente con una teta colosal, coronada por una areola marrón clara, muy grande, enorme; una tetaza y una areola no de chica si no de una auténtica mujer.

—Lo siento. No puedo. Estoy muy nerviosa –dijo cerrando la camisa y marchándose, aparentemente avergonzada, como si la hubieran profanado, y haciéndome sentir mal como hacía años que no me sentía.