Sexo húmedo

Realmente fetichista.

SEXO HÚMEDO

Creo que este relato puede resultar un tanto extraño por su fetichismo así como el cambio que representa con respecto a los anteriores. Sin embargo últimamente me he visto atraído por una serie de cosas que antes no había experimentado a pesar de ser consciente de que existían. No quiero decir con esto que lo que a continuación voy a relatar es algo que se escapa de los cánones de lo normal, por supuesto me conservo tras la línea del buen gusto y de la morbosidad al mismo tiempo.

La verdad es que tras los encuentros que cité en mis anteriores relatos dejé de tener contacto con las personas que formaron parte de ellos. Por consiguiente tuve unas semanas de abstención, lo cual me permitió vagar por internet en busca de un modo de aplacar mi falta de sexo. Como siempre daré los datos precisos y necesarios, no quiero dar a conocer a la persona o grupo de personas que intervinieron ni los lugares. Conformáos con saber que conocí a una persona por internet, mayor que yo, aunque no demasiado; había pasado por una relación un tanto desastrosa, con un hijo de apenas 3 años y un ánimo de recuperación inconcebibles tras haber sufrido tanto.

El hecho es que nos conocimos y hablamos durante largas horas, sin llegar a mostrar nuestras facetas más íntimas. En sus fotos del msn se veía una chica jovial, bien parecida, rubia, una sonrisa deslumbrante,... era preciosa hasta en el más mínimo detalle. Como ya he dicho resultaba admirable su capacidad de recuperación tras lo sufrido en los últimos años. Así que al final nos cogimos cariño, me veía en la necesidad de cuidarla, de tener detalles con ella, siempre y cuando le fueran necesarios.

La verdad es que no sé cómo surgió todo, al principio fueron discusiones incoherentes, luego nos abrimos mutuamente el uno al otro y terminamos por apoyarnos. Ayudarle, aunque fuera en la cosa más tonta, me producía una inmensa felicidad.

En mi afán por ser su soporte acudí con ella y su hijo a un parque de atracciones no hace mucho. Sentía que estaba haciendo algo bueno por ella y por esa criaturita, tan pequeñito y tan inconsciente por lo que había tenido que pasar su madre. Fue dulce tenerlo entre mis brazos mientras sonreía y saludaba desde la noria a su madre.

Con esto llegamos a formar cierta unión, cierta simbiosis. No puedo decir que éramos como uña y carne puesto que nos veíamos poco, pero existía un cariño un tanto especial. Dicho cariño y amistad nos condujo a quedar nuevamente, esta vez a un parque acuático próximo. Con tal de que todo resultase perfecto decidí adelantarme y pedir a un amigo que trabajaba allí como socorrista que me guardase un par de entradas. El niño entraría gratis debido a su edad.

Esperé ansioso aquel domingo, algo se estaba germinando en mi interior y no podía saber el qué era con seguridad. Quería que todo fuera perfecto, que ella estuviese a gusto y sin preocupaciones (ya había tenido muchas, tal vez demasiadas) y que el niño disfrutase de aquel día. Así pues me conciencié para ello.

Dado que soy gafe para ciertas cosas, la misma mañana de aquel domingo ella me llamó a casa. Al parecer el niño estaba algo resfriado y no creía oportuno llevarlo a la piscina. Yo tampoco lo vi prudente así que decidimos aplazarlo, ya intentaría yo convencer a mi amigo de que nos colase otro día.

Comprenderéis mi desilusión, pero supe conformarme. Dicen que no acontecen milagros todos los días pero aquel día, sin duda, se dio uno. Al rato de sentarme en el ordenador ella se conectó. Me dijo alegremente que si aún estábamos a tiempo de ir ella podría dejar al niño con su madre como en tantas otras ocasiones, así disfrutaríamos de un día juntos y, si había algún problema, pues volvería a casa cuanto antes y listo.

Me sonó convincente, así que no le dimos más vueltas y acordamos encontrarnos en la puerta del parque. Naturalmente llegué antes, y mi espera bajo aquel sol fue larga y pesada, pero cuando llegó ella fue como si echasen un bidón de agua fría sobre mi cabeza. Me alegré tanto que cuando fui hacia ella casi le beso en los labios. Por suerte rectifiqué, aunque tarde pues creo que ella se dio cuenta de mi maniobra provocada por pura inercia.

Ni que decir tiene que verla a ella en bikini fue como describir un arco iris en el cielo con la mano. Sus piernas eran fuertes, su cintura curva hasta límites insospechados, su pecho permanecía oculto tras aquel cacho de tela color fucsia y su rostro como siempre: sonriente y lleno de simpatía, no podría decir si era más bello por esto.

Disfrutamos del día: subimos en los roscos, nos deslizamos por todos los toboganes, desafiamos a las olas de la piscina, almorzamos, etc. Era un día perfecto, no teníamos ganas de marcharnos. Y así fue pero no por voluntad propia, fue un "accidente" de lo más absurdo e incomprensible, claro está que nos aprovechamos de dicho accidente, incluso me atrevería a decir que ella tuvo algo de culpa.

La cosa es que por megafonía anunciaron que pronto cerrarían, así que recogimos nuestras pocas pertenencias y nos dispusimos a marcharnos. Ella se excusó un instante para ir al baño, momento que yo aprovecharía para ir a ver a mi amigo y agradecerle que nos dejara pasar gratis mediante el taquillero. Era uno de los últimos en marcharse así que lo busqué en las taquillas, tal y como me dijeron los compañeros. Entre la maraña de taquillas grises lo vi cambiándose de ropa, nos saludamos, le agradecí aquel acto y me despedí. Pero aquí viene lo incomprensible: mientras me marchaba distinguí ver algo bajo las taquillas, al principio creí que era un billete, así que fui hacia él procurando no llamar la atención de mi amigo, al fin y al cabo él no lo iba a echar de menos, no podía ser suyo debido a la distancia que separaba a ambos.

Efectivamente era uno de 50, así que me dispuse a salir discretamente, pero como quiera que mi amigo salía de las taquillas me esperé escondido entre las mismas. Por fin salió y cerró la puerta tras de sí. Cuando iba a salir escuché su voz discutiendo con, probablemente, un compañero, así que esperé hasta que se fueran y salir cuando estuviesen lo suficientemente lejos. Yo no contaba con lo que sucedió a continuación, simplemente vi una puerta cerrada y un pomo, cosa fácil. Mi sorpresa no pudo ser mayor cuando comprobé que aquel pomo pintado de dorado no giraba, ni para un lado ni para el otro. Golpeé la puerta furiosamente mientras inventaba una excusa para quien me abriese, mas resultó que mi amigo estaba demasiado lejos ya, y nadie parecía estar lo suficientemente cerca como para que me escuchase.

No fueron más de cinco minutos los que estuve apoyado en la puerta con cara de desesperación. De repente escuché a alguien moverse al otro lado de la misma, llamé su atención y no resultó ser otra persona que mi acompañante. Al parecer no me encontraba y había preguntado a mi amigo dónde nos despedimos. Por supuesto ella no tenía la llave, pero por suerte no se encontraba demasiado lejos: descansaba en un armarito de metal, que en otros tiempos habría sido un botiquín, y me abrió.

Tras los agradecimientos oportunos fuimos a recoger nuestras cosas y nos encaminamos hacia la puerta enrejada, y reitero ¡enrejada! pues estaba cerrado, las luces apagadas y ningún coche a la vista. Era evidente que las prisas de los trabajadores por abandonar el lugar estaban por encima del hecho de que dos personas se quedasen atrapadas en el interior del parque. Reaccioné inmediatamente agarrándola de la mano y tirando de ella hacia la caseta del guarda; fue entonces cuando me detuvo y, con sonrisa picarona, me dijo: "¿Qué prisa tenemos?". Entonces entendí un poco lo que la situación representaba para ella.

El parque era nuestro aunque no debíamos alborotar demasiado si queríamos permanecer allí el máximo tiempo posible. Por lo pronto nos bañamos en una de las piscinas más alejadas de la entrada para no ser vistos por el guarda o persona alguna. Fue indudablemente hermoso contemplarla allí en el agua oscura bajo la luz de la Luna. Nadamos, tonteamos un poco, jugamos y hablamos sobre nuestras cosas, éramos felices tal y como estábamos.

En una de esas ella se encontraba cerca del borde de la piscina, yo como a unos tres metros de distancia. Ella abrió los brazos como muestra de necesitar un abrazo, cosa que su sonrisa secundaba. Así que me acerqué inocentemente y nos fundimos en un cariñoso abrazo mientras besaba mis mejillas. Hasta aquí todo normal pero como todos comprenderán el hombre tiene un límite. Abrazado a ella y recibiendo numerosos besos de una mujer tan exuberante no pude resistir la erección a pesar de la temperatura del agua. Dado que estábamos abrazados ella se percató, apartó su cara de la mía con ambas manos (yo pensaba que su enfado iba a ser monumental) y me besó tan dulcemente que todo mi cuerpo sufrió un escalofrío de lo más contorsionista. Allí, bajo la luz de las estrellas, ella me dio un apasionado beso teniendo a la Luna como testigo.

A partir de ahí todo fueron caricias, puro amor. Nos sumergíamos bajo el agua y proseguíamos con nuestros besos, besos que hubieran hecho evaporar el agua del ardor que transmitían. Yo no lo había planeado así, incluso no había concebido tan siquiera la idea, eso fue lo mejor.

Así permanecimos largo tiempo hasta que ella decidió jugar. Con un "atrápame" salió nadando hacia fuera y desde allí (ni que decir tiene que su silueta mojada y bajo aquella luz nocturna resultaba de lo más hechizante) me miró y comenzó a correr. Así que salí tras suya, casi olvidando que no podía hacer ruido. Ella subía por un camino empedrado y luego por el césped que ascendía hasta un tobogán. Fue casi en la cima donde logré atraparla, el impulso nos hizo caer sobre la verde alfombra y continuar con el recital de besos. Sin darnos cuentas empezamos a rodar intercambiando nuestras posiciones, el picor después sería terrible, pero en aquel momento no éramos conscientes de ello. Al fin caímos en terreno firme y aproveché para llevar mis besos y caricias a otros puntos de su maravilloso cuerpo.

Bajé hasta sus pechos, aún ocultos por el bikini fucsia, los pezones estaban marcados por el fresco de la noche y, evidentemente, por la excitación. Los besé profusamente pero con cierta delicadeza, ella era como un dulce que hay que ir saboreando en cada bocado. Ella disfrutaba, sus gemidos entrecortados lo ponían de manifiesto.

Puso sus manos sobre mi cabello mojado y apretó mi cabeza contra su pecho. Yo proseguí con mi labor, ahora más excitado aún. Una de sus manos bajó por mi cuello hasta mi espalda y me acarició, ella quería mi cuerpo esa noche, todo mi cuerpo.

Qué remedio, debía entregarme a ella. Desabroché el sujetador que, por suerte, tenía el enganche en la parte delantera. Por fin pude ver sus pechos voluptuosos, parecían plateados gracias a la luz que los astros nos ofrecía. Por un momento creí estar haciéndolo con un ser no terrenal, una diosa quizá. Lamí aquellos pechos desnudos y los acaricié con mucho mimo y cuidado. Ella gozaba, sus caricias en mi pelo y espalda así lo denotaban. En una de mis acometidas volví a subir y a besarla, filtrando mis dedos entre su rubio pelo, como el frágil riachuelo osa abrirse paso entre los frondosos bosques de espesura inmemorial.

Durante esto nos levantamos ligeramente, cambiando así de posición hasta acabar sentados. Nos separamos un instante para coger aire, fue entonces cuando ella dirigió sus ojos hacia mis bermudas y pudo comprobar el grado de excitación que me invadía. Tras apartarse un poco más me sorprendió al dirigir sus delicados pies hasta las mojadas bermudas. Comenzó a frotar suavemente mi miembro aún oculto bajo la tela; era la primera vez que alguien me hacía esto y sin duda alguna me gustó mucho. Levanté la vista y lancé un leve gemido hacia el cielo mientras mis manos se apoyaban tras de mí en el suelo para evitar perder el equilibrio.

Ella se afanaba jugando con mi miembro entre sus pies. Con habilidad asombrosa utilizó uno de ellos para bajar la bermuda, hecho que yo facilité al levantarme un poco del suelo durante un instante. Entonces fue donde ya sentí una excitación plena, el edén ante mí en forma de goce. Sus pies se manejaban de forma casi instintiva y con facilidad, masturbando mi miembro hasta erguirlo más de lo que él mismo era capaz. Mis brazos comenzaban a flaquear, era demasiado para mí, sus dedos y la planta de sus pies tocaban mi miembro provocándome el más grande de los placeres. Para excitarme aún más se llevaba los dedos de las manos a la boca y se los introducía, o se daba mordisquitos. La escena no podía ser mejor.

Quise compensar la cosa y dirigí uno de mis pies hasta la parte inferior de su bikini. Allí lo tenía escondido ella, totalmente húmedo. No se lo esperaba así que cuando notó mi dedo gordo palpar sobre su sexo aún oculto, pegó un respingó tan sorpresivo como placentero. Intenté hacerlo bien y para tal fin hice girar mi dedo dibujando círculos a medida que iba apoyando mayor extensión del pie. Era todo muy morboso, jugando con los pies, gimiendo sobre el césped de un parque acuático cerrado durante la noche.

Me gustaba aquello, nuestros gemidos eran uno en la noche y se dirigían hacia el firmamento. Ella agarró el pie y se lo apretó fuertemente contra su sexo mientras empleaba los suyos para masturbar el mío. Eso sí que era sincronismo. Entonces me levanté, terminé de quitarme el bañador y me dejé caer nuevamente sobre ella, con sus ojos cerrados, su cabeza erguida y sus labios dibujando una sonrisa sobre el más bello lienzo posible: su cara. Apoyé mi miembro, ya al descubierto, sobre su bikini, cosa que me daba mucho morbo pues el roce era húmedo.

Procedí a moverme tal y como si la estuviese introduciendo, al principio me moví lentamente, para sentir cada milímetro; luego aumenté el vigor de mis movimientos mientras ella se aferraba fuertemente al césped y arrancaba parte del mismo con sus manos. Sus gemidos se elevaron, tanto que temí que nos descubrieran. Pero yo seguí frotando y frotando. Estaba a punto de eyacular sobre ella, cosa imperdonable tan pronto, aunque tenía motivos suficientes para hacerlo; quería prolongar la cosa hasta límites insospechados. A tal fin decidí darme un descanso y aumentar su placer, para ello bajé unos centímetros hasta que mis ojos se encontraron con la zona donde antes se apoyaba mi miembro.

Acto seguido procedí a bajar el bikini y permitir que mis ojos se deleitasen con tan bello producto de la naturaleza. Su sexo parecía inmaculado (aunque no lo era), con el bello recientemente crecido, símbolo de que no se afeitaba desde hacía algún tiempo. Eso no me disgustaba, al contrario, penetré con mi lengua hasta donde esta me permitía y comencé a "comer". Lamiendo cada palmo, besando cada centímetro, saboreando la humedad de sus entrañas mientras sus contorsiones se hacían más y más pronunciadas.

Sus manos no tenían ya donde aferrarse, temía por mi pelo. Así que me levanté, y a ella conmigo mientras la cogía del brazo, y la conduje hasta la piscina más cercana, sumergiéndonos en el agua fresca, para proseguir allí. Apoyé mis brazos sobre le borde de la piscina, ella se sumergió y bajó lentamente, una vez allí introdujo mi miembro en su boca y comenzó a lamerlo con una profesionalidad deslumbrante (y no estoy dando a entender nada). Sus labios se sellaron a mi miembro mientras su lengua se movía cual anguila en el interior, provocándome un éxtasis constante. Sus movimientos se prolongaron, de vez en cuando salía a tomar aire, luego volvía abajo a frotar con su mano y su boca mi miembro, con sus carnosos labios.

El roce era realmente perfecto, casi no pensaba en eyacular, únicamente en permanecer así toda la noche. Mas todo no dura para siempre y ella lo evidenció irguiéndose, introduciendo mi miembro en su sexo poco a poco, y a decir verdad penetró con cierta facilidad gracias al agua. Mirándonos fijamente el uno al otro, ella comenzó a moverse salvajemente, agitando las aguas a su alrededor como si una ciudad sumergida durante evos emergiese ahora de las profundas aguas. Yo la levantaba, casi sacaba su cuerpo del agua, sus manos se apoyaban en mis hombros, botando. Los gemidos por parte de ambos volvieron a hacer acto de presencia en la oscuridad de la noche, mientras sus movimientos se hacían cada vez más y más pronunciados. Jamás sentí cosa igual. Mi miembro en el suyo, a punto de eyacular, y ella cada vez más rápido y fuerte, cada acometida era más contundente, nuestras miradas se cruzaban mientras se mordía los labios.

Estábamos a punto, quizás yo más que ella, me rogó que aguantase, que retrasase la eyaculación, y así lo hice. Cuando sus movimientos eran tan álgidos que me era imposible imaginarlos aún más, entre pequeños gritos dijo: "¡Ahora!, ¡ahora!". Con un profundo "Aaaaaaaah" de desahogo ella se corrió, y yo pocos segundos después, mezclándose así nuestros fluidos con el agua.

Su rostro extasiado era todo un poema, no podíamos movernos, y ni mucho menos salir del agua. Por fin se echó sobre mí y yo besé su dorado pelo mojado. No sé por cuánto tiempo permanecimos en aquella posición, pero no recuerdo haber estado más a gusto jamás.

El resto de la noche continuó con caricias y muestras de afecto. Nuestra salida del recinto fue un tanto bochornosa, es una cosa de la que nos reiremos ambos en el futuro pero ahora nos da cierta vergüenza. Es por ello que prefiero no relatarla aquí ahora, quizás lo haga más adelante.

Ahora ella y yo disfrutamos juntos del día a día (no, no me refiero al programa de la Campos), no sé cuánto durará esto pero me siento feliz y tranquilo al estar con ella, incluso diría que cierto sentido paternalista se ha despertado en mí.

Como siempre espero que mi relato haya gustado a mis lectores así como espero que deis vuestra opinión. Os remito a mis anteriores relatos para que así comprendáis mejor este y los que puedan venir a continuación.