Sexo entre primas
Sexo húmedo en una noche de pasíón;mi prima Lucía y yo desbordamos líquidos en nuestra noche más caliente.
Mi prima Lucía acababa de llegar de León, en la que no pudo acabar el último año en las convocatorias y tenía una asignatura pendiente, que decidió hacer aquí, en Santiago. Mis padres quedaron con los suyos en que se quedaría en el piso que habían alquilado para mí mientras estudiase y eso me encantó, porque desde que recordaba, Lucía me gustaba de un modo poco ortodoxo... Se podía decir que me daba morbo y más desde que sabía por otra prima que era lesbiana, aunque era un secreto para el resto. Por eso desde que llegó, noté que mi cuerpo experimentaba una calentura que no era normal. Lucía es alta, fuerte y con un pelo trigueño precioso, algo ondulado, pero natural; es algo mayor que yo y me llamó la atención por su precioso culo, redondo y espigado, y sus larguísimas piernas, que parecían no acabar. Viste muy informal y a pesar de ello siempre está elegante, es la típica que se ponga lo que se ponga, todo le queda bien.
Después de una semana, éramos inseparables y un jueves, el día que aquí se sale por la noche, fuimos a dar una vuelta. Entre risas y cervezas fue pasando la noche; fuimos a la discoteca de moda y ella me dijo que iba al baño, que no aguantaba sin ir. Yo me quedé en la pista bailando, pero empezaba a tardar y me preocupaba, podía haberle pasado algo, un desmayo, o que sé yo... Decidí ir a buscarla y me metí en los aseos; el jaleo era enorme y no funcionaban algunas luces; estaba abarrotado y no la veía. Fui por los báteres, uno a uno, pero estaban cerrados y decidí asomarme por la parte superior de los más cercanos a los lavabos; me subí a los lavados y miré dentro del primero.
Había una tía durmiendo, sentada y con un cubata apoyado en el regazo.
Me acerqué al segundo como pude, casi por el aire y la vi; allí estaba Lucía, pero no estaba sola, vaya que no... La acompañaba una chica morena, delgada, con unas tetas enormes; la reconocí de haberla visto en la biblioteca. No podía creerlo, la tía se dejaba besar por mi amiga, que la estrujaba contra la pared del fondo. Lucía estaba con los ojos cerrados, sonriendo y dejaba que la morena la abrazara, respondía a los besos y vi como sus lenguas se cruzaban en sus bocas; la morena cogió la mano de Lucía y la llevó a su entrepierna, levantando su falda y dejando que la acariciase por encima de sus bragas, subió una pierna al báter y dejó que los dedos la hiciesen vibrar...Las dos estaban a cien y no podía dejar de mirar sus expresiones de placer...
No quise ver más. Era increíble. Salí corriendo de la disco, para que me diese el aire; todavía estaba mareada y no sabía si realmente había visto aquello o era una consecuencia de la bebida.
Me senté en la acera, apoyé mis brazos en las rodillas y dejé mi cabeza recostada sobre ellos; no sé cuanto tiempo pasó, pero una mano se me posó en el hombro y me despertó. Era Lucía. En cuanto la vi, me salió del alma llorar.
Le dije que había estado preocupada y que me consideraba una idiota, cuando ella se lo estaba pasando bomba con una amiguita en los baños... Le dije que era una verdadera zorra, porque yo me había fijado antes en ella y a mí ni se me había insinuado... Ella me levantó, sonriendo y me secó las lágrimas con la palma de su mano; todavía olía a mujer, a caldos calientes... Me pasó su brazo por mis hombros y empezamos a caminar. La oí hablar muy pausadamente, diciéndome que no era verdad, que yo le gustaba y que era especial para ella.
No sé cuándo nos paramos, pero ella me miró a los ojos, me puso las manos en mis mejillas y me besó. Fue un beso húmedo, suave que después respondí con excitación y enseguida me separé; la miré fijamente y sólo se me ocurrió abrazarla fuerte. En el abrazo nos juntamos de un modo que no había notado nunca con nadie y nos volvimos a besar, esta vez más largo. Su lengua, larga y áspera, entró en mi boca y noté como la respiración me subía, al tiempo que respondía con mi lengua enredándose con la suya. Mis pezones se pusieron como piedras cuando ella pasó su mano por mi escote; estábamos así, abrazadas, con la cabeza apoyada una en la otra, respirando casi el mismo aire. Me dijo que nos fuésemos para su piso, mientras me acariciaba el cuello...
Durante todo el camino fuimos en silencio, las dos abrazadas y a veces, cogidas de la mano. Lucía abrió el portal, nos metimos en el ascensor y llegamos a la puerta. En todo ese tiempo tenía una sensación extraña, como si viviese esto en una nube, como rodeada de niebla... Sólo sé que una vez dentro de su piso, se desató toda la pasión acumulada. Nos empezamos a besar frenéticamente y nuestras lenguas no paraban de entrar y salir en las bocas; acabé subida a la mesa del teléfono, con las piernas abiertas, mientras ella subía mi falda, separaba mis bragas y comenzaba a acariciarme el conejo con la mano, al tiempo que chupaba mis pezones y mis tetas, que ya estaban fuera de la camisa y del sostén.
Yo estaba excitadísima y no paraba de gemir, porque lo que me estaba haciendo me gustaba, de eso no había duda. Seguíamos besándonos y yo quería juntarme a su cuerpo con fuerza, mientras notaba los jugos hervirme en el interior. Seguía sentada en la mesa de la entrada; nos abrazamos y le agarré el culo con las dos manos, tirando de ella hacia mí. Se desabrochó la camisa, arrojó el sujetador y cogiendo las tetas con las dos manos, me dijo que se las chupase. Y obedecí; lo hice con fuerza, notando crecer sus pezones entre mis labios y mi lengua. Lamía alternativamente una y otra, mientras me susurraba que le gustaba mucho.
Enseguida ella descendió por mi cuerpo, besándome el ombligo, se puso de rodillas en la alfombra y me pidió que separase las piernas todo lo que pudiese. Subí mis pies a la mesa y agarré los tobillos con las manos, quedando totalmente abierta.
Lo que sentí a partir de entonces no podría describirlo, porque aquellas sensaciones fueron únicas; ella separó mis labios con los dedos muy suavemente y comenzó a comerme la rajita como nadie lo había hecho nunca, vibrando con la punta de su lengua sobre mi clítoris y usando sus dedos por la superficie y el interior con una maestría increíble; no tuve más remedio que gemir con fuerza, cada vez más, hasta que cogí su cabeza con las manos y la obligué casi a que metiese el rostro dentro de mi volcán, mientras notaba que por fin me venía.
La corrida fue tremenda y grité cuando comencé a tener espasmos, como si me saliese por el coñito todo mi interior, como una riada enorme y placentera. Lucía se levantó y me abrazó; sabía extrañamente a mí, salada y pegajosa cuando nos besamos.
Se quitó la falda y la braga y se pegó a mí y yo le pasé las piernas por su cintura; sus pezones chocaban con los míos y notaba la calidez que desprendía su barriga y su coño. Así como estábamos, me notaba la mujer más feliz del mundo. Entonces Lucía me dijo que no me soltase, que me iba a bajar de la mesita; agarré su cuello con mis brazos y ella me cogió por el culo, izándome con fuerza. Las dos nos fuimos al suelo, yo echada de espaldas y Lucía sobre mí; no parábamos de besarnos, dándonos la lengua una a la otra, notando la saliva entrar y salir en las bocas.
Tal y como estábamos, yo debajo y ella sobre mí, sentí la necesidad de notar toda su calentura en mi interior; me abrí de piernas y dejé que Lucía hiciese el resto. Ella me agarró los muslos y me hizo levantar un poco el culo del suelo, al tiempo que se arrodillaba sobre mí; se abrió de piernas y los dos coñitos quedaron pegados, notando nuestros líquidos hervir. Entonces empezó a restregarse contra mí, dejando que nuestros labios chocasen, y los clítoris de las dos se excitasen como garbanzos.
Era como si me estuviese follando y esa sensación la acentuaban sus movimientos de cadera; nos besamos y ella me susurraba que estaba a punto, mientras yo le repetía que me follase. Noté sus grandes tetas chocar con las mías, mientras le agarraba el culo y la obligaba a apurar el movimiento sobre mí. Llegué al paroxismo y volví a correrme, casi al mismo tiempo que ella. Las dos gemimos y gritamos, teniendo yo un orgasmo larguísimo, sin fin.
Nos quedamos rendidas, abrazadas las dos, exhaustas, respirando una muy cerca de la otra, notando los latidos mutuos.