Sexo en una tarde de lluvia

En Madrid, en un viaje familiar, hay cosas que ocurren

Sexo en una tarde de lluvia

Había empezado a llover, no llevaba paraguas, decidí entrar en aquel bar , mientras escampaba para luego poder tomar un taxi en Bravo Murillo.

Eran las cinco de la tarde y estaba prácticamente vacío. Las paredes decoradas con postes caribeños, el local limpio después del turno de comidas, sólo un hombre tomaba café junto a la ventana.

En la barra apareció el dueño, era un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa que dejaba ver unos dientes de marfil en su piel oscura. Un mulato de color marrón, terriblemente atractivo, con una camisa blanca y pantalón negro. Llevaba desabrochados los tres primeros botones que dejaban ver el vello ensortijado en el pecho.

"¿Qué desea señorita?"- tenía ese acento tropical con tonada de canción.

"Un café"- comenzó a sonar Juan Luís Guerra, mirando al camarero, no me había dado cuenta que el otro cliente había puesto música en una vieja máquina de monedas.

"Perdone mi atrevimiento, pero con lo mojada que está, quizás le vendría mejor una lechecita caliente con ron. Eso tonifica y la quita el frío."

Tenía razón, el chaparrón me había calado. Y algo más importante, la blusa empapada se pegaba a mi cuerpo transparentándose. El corpiño mostraba la potencia de mis lolas en todo su esplendor. Con mis cincuenta años, sé que sigo siendo una mujer atractiva. Me cuesta mis horas de gimnasio , pero cuando tomo el sol en bikini, desafío a las pendejas. Como buena argentina, soy una falsa rubia, y mis ojos castaños descubren el tinte de mi cabello, que llega a los hombros. Los jeans se pegaban a mis piernas, las sandalias también se habían empapado, con la lluvia de principios de verano en Madrid.

Había ido a España a visitar a mi hija y a mi nieta, aprovechando un viaje de mi marido para una reunión de trabajo con sus jefes gallegos. Cambió sus billetes de ejecutiva por dos de turista y el hotel lo teníamos pagado. Vamos que no nos había costado nada.

Me trajo el ron con leche, lo bebí despacio y un calor gratificante me fue invadiendo el cuerpo.

"Sigue usted empapada. Le traigo algo para secarse"

Volvió en unos segundos con una toalla azul cielo, limpia, que me ofreció. Sentí una corriente eléctrica cuando nuestras manos se rozaron. Sus ojos estaban fijos en mi pecho. Me dio un subidón de libido. Era muy guapo, y tenía un lomo bárbaro.

Mi muchas gracias era una invitación, nos quedamos mirándonos un largo rato, nos lo dijimos todo sin ninguna palabra. Me había excitado terriblemente, era un hombre fuerte, hermoso, con una masculinidad que le transpiraba por los poros, y me deseaba,

"Quiere que le preste un albornoz y le ponga a secar la ropa. Apenas será media hora"

Tenía esa media hora, así que mi sí fue la confirmación de aceptar lo que vendría después. Me levanté para seguirle.

Me llevó a un reservado, al final del pasillo, pasadas las toilettes. Había dos mesas y ocho sillas. Yo estaba mojada, no sólo por la lluvia, también por el deseo. Me ofreció una bata y salió de la habitación.

Me desnudé, y me puse el albornoz, me toqué los labios de la concha, estaban empapados. No podía entender como estaba tan caliente, deseaba coger, era una necesidad imperiosa a la que no me podía resistir.

Volvió y se llevó mi ropa, allí estaba yo desnuda, con un hombre de color que no conocía , ansiando sentirle.

"He puesto su ropa junto a una estufa, en un rato estará seca."

Me acerqué, pegué mi cuerpo al suyo y pasando mi brazo por su cuello, le besé. Mi lengua brujuleó en su boca, crecía la pasión, sus manos al costado de su cuerpo al comienzo del abrazo, tomaron posesión de mi espalda y mi cola apretándome. Sentí el orgullo de su miembro contra mi cuerpo.

Nos separamos jadeando, como dos fieras dispuestas a devorarse. El albornoz estaba abierto, dejando ver mis pechos con sus pezones erectos y mi concha depilada.

Le quité la camisa, casi rompiéndola, y mi boca buscó su pecho de atleta. Mordí la carne color café. Cuando mis dientes quisieron arrancar sus pezones, me separó, quedé parada ante él. Se soltó el cinturón , tiró hacia abajo del pantalón, que cayó a los pies acompañado del calzoncillo.

La boca se me secó viendo la verga en alto del hombre. Era la más grande que había visto, andaría por los 30 cm y con un grosor descomunal. El glande descubierto, parecía una pelota de tenis.

Me tumbé sobre una mesa que estaba en el centro de la pequeña habitación, levanté y abrí las piernas para que me cogiera. Se paró entre mis muslos y apoyó la cabeza de la enorme minga en la entrada de la concha mojada. Los labios de mi sexo se fueron amoldando a aquella ciruela, y muy despacio, con un enorme cuidado comenzó a empujar.

Mi vagina iba sintiendo como se llenaba de aquella deliciosa y dura carne. Mi excitación, mi ansia , mi deseo me tenían tan empapada que mis fluidos hacían de lubricante del enorme ariete. Estaba plena, nunca en toda mi vida, me había penetrado una verga de tal tamaño, mis paredes estaban al tope de su elasticidad, y empezó a moverse, sin prisas, dejando sólo dentro la cabeza y volviendo a entrar. No sé cuantas veces aquel bate deslizó por mi funda más íntima. Sólo sé que comencé a irme, como el agua de la ola rota, que se extiende en la arena. Un largo orgasmo a ritmo lento. Mis gemidos se estaban convirtiendo en un barboteo, y aceleró las embestidas. Chillé, me llevaba a una cumbre desconocida, sin dejar de irme, la intensidad de mi placer aumentaba y me venía en rápidas descargas.

Mis uñas como garfios arañaron la piel de su pecho. Le hice sangre.

" ASÍ TE GUSTA, FUERTE , HASTA DENTRO"- repetía cada vez más rápido, y más profundo.

Y empezó a soltar leche, era un volcán, sentía su semen en mi interior como lava incandescente, su líquido espeso hacía que se deslizase su falo con facilidad en mí. Era incansable.

Cayó sobre mí, seguía empalada, sin poder moverme. Me lamió la cara, y yo le besé con toda mi alma. No sé los minutos que transcurrieron, por fin se separó de mí, sentí un enorme vacío. Se quedó a mi lado, recostado en la mesa.

La pija seguía amenazadora, apenas había perdido dureza y tamaño. Mi mano la agarró.

"¿ Te importa que juegue con ella?"- pregunté mimosa.

Me levanté y con la lengua fui limpiando la carne del placer, luego introduje el glande en mi boca. Con las dos manos me aferré a su tronco y empecé a masturbarle.

Me había ido un número infinito de veces y quería más. Estaba loca de lujuria.

Ahora era él el que gemía, la saliva me permitía deslizar mis manos en aquella dura piedra. Sin dejar de pajearle mi mano derecha buscó sus huevos, estaban pegados al culo, como si la enorme descarga no les hubiera afectado. Los acaricié , mientras mi pulgar masajeaba la base de su miembro.

Sentí la corriente de su venida y la leche me fue llenando la boca, la tragué toda. Y volví a besarle.

"Tráeme la ropa. Tengo que irme"- le pedí en un susurro.

Cuando se levantó y le vi como una hermosa escultura, un Hércules , un dios del Olimpo, deseé que se parara el tiempo.

Volvió con mi ropa, estaba seca, me vestí, le di un beso.

Fuera ya no llovía, me acompañó a la puerta cerrada del café, no quise prolongar el adiós.

"Me llamo Isabel"

"Yo, Ismael"

Tomé un taxi, me esperaban mi marido, mi hija con su compañero y mi nieta. La dulce rutina de la familia.

Pero la vida también te da tardes de lluvia.