Sexo en una iglesia (1)

Recorriendo el camino hacia un excitante destino de iniciación sexual en trío.

SEXO EN UNA IGLESIA (I).

El camino resulto ser más sinuoso de lo esperado, al parecer cruzábamos una sierra cubierta por un follaje tan tupido que hasta impedía ver con claridad el cielo estrellado. La carretera de dos carriles constaba de varias curvas muy cerradas que ascendían y descendían formando un trayecto pesado para manejar a esas horas.

En ocasiones debido a los fanales de la camioneta se iluminaban con destellos rojizos los ojillos de liebres y tlacuaches que fugazmente se atravesaban en el camino. Odio el ver animales atropellados en la carretera y sobre todo ser el responsable de ello. Por tal motivo aminoraba la velocidad para evitarlo. Igualmente las luces de los otros automóviles y camiones que venían en el carril de sentido contrario causaban estragos a mi vista.

Mi esposa Cynthia dormitaba en uno de los asientos de la camioneta, yo prefería que estuviera así y no nerviosa como seria el caso si hubiera estado despierta. Por veinte minutos más continuamos en el camino, hasta que se torno recto por un trecho antes de llegar a un pequeño pueblo.

Próximo a la entrada del poblado había una estación de servicio medianamente iluminada, se encontraba cerrada tal vez porque era la noche de un jueves o porque como buen pueblo pequeño el servicio terminaba temprano. Sea cual fuera la razón, decidí detenerme para revisar el mapa de carreteras y ubicar en que sitio estabamos.

Nos faltaban unos 98 Km para llegar a nuestro destino y parecía ser que el camino seguiría siendo muy sinuoso y de dos carriles, lo que me hizo considerar el pernoctar en aquel lugar.

Baje de la camioneta a estirar las piernas y tomar un poco de aire fresco que me ayudara a aclarar mi mente. Camine un poco y me agrado el crujir bajo mis zapatos de la gravilla que flanqueaba al pavimento. El aire era fresco y húmedo, típico de la zona costera en la que nos encontrábamos.

Hacíamos un recorrido vacacional, visitando distintos sitios de la región occidental de nuestro país. Intentábamos salir de una fastidiosa rutina en la cual había caído nuestra vida y que antes del inicio de las vacaciones ya nos había colmado hasta el límite, llegando a afectar incluso nuestra vida en pareja. Hasta en lo sexual habíamos caído en una monotonía, que me propuso sugerirle a mi esposa el participar en intercambios o reuniones con otras parejas, que ella rápidamente descarto. Debido a lo anterior jamás había vuelto a tocar este tema con Cynthia.

Necesitábamos romper aunque fuera por algunos días con ese trajinar, no queríamos ir a caros y lujosos hoteles llenos de pinches gringos. Como buscábamos más el contacto con la naturaleza y con sitios que retuvieran las costumbres y vivencias propias de la cultura de nuestra América española, decidimos ir acampando en esos lugares que visitaramos.

Escuche el ruido de una puerta de la camioneta abrirse y el crujir de la gravilla indicando los pasos con los que se acercaba mi esposa. Cynthia es una mujer hermosa, en sus treinta, con un cuerpo curvilíneo donde resaltaba principalmente su cintura y sus caderas con un precioso trasero. Su rostro era muy atractivo iluminado por unos grandes ojos azules y una tez entre blanca y rojiza, enmarcado por una abundante, larga y ondulante cabellera negra. En ocasiones, varias personas creían que era extranjera. Aquella vez portaba un vestido rojo muy femenino, acinturado y con una caída amplia que le llegaba ligeramente arriba de sus rodillas. El cual resultaba ser muy fresco y cómodo para la ya muy cercana temporada de verano.

¿Qué pasa?- Me dijo.

Nada grave, solo que pasaremos aquí la noche y continuaremos por la mañana.- Conteste

¿Crees que haya algún hotel en este pueblo?

Lo dudo, ya hasta la gasolinera esta cerrada.- Le indique con la vista.

Bueno, entonces dormiremos en la camioneta.

Sí, solo vamos a buscar un sitio seguro donde estacionarnos.

Tengo sed y el agua y las sodas ya se terminaron -. Se lamentó ella.

Mal asunto, lo más seguro es que no haya alguna tienda de autoservicio o restaurante abierto por aquí, ojalá y encontremos algo.

Recorrimos tranquilamente el poblado y efectivamente era demasiada pretensión encontrar los servicios que buscábamos. El pueblo era pintoresco, con sus casas de adobe con techos de tejados, bardas de madera profusamente llenas de rústicas macetas con flores multicolores. Las calles sin pavimentar, solo la carretera que atravesaba el pueblo lo era. Algunas de las calles contaban con empedrado sobre todo las próximas al Centro, en la Plaza, donde también se ubicaba la clásica iglesia barroca de estos lares.

Dicha edificación era mediana, mas bien pequeña, se notaba antigua y contaba con sus jardines con árboles y césped, al igual que lo que me pareció a mi juicio un estacionamiento donde podríamos acomodarnos con seguridad. Considerando este último aspecto decidimos solicitar permiso al encargado de la iglesia para aparcarnos y pernoctar ahí por esa única noche.

Descendimos de la camioneta y nos dirigimos a un costado de la iglesia donde se apreciaba una luz encendida. Utilizando las llaves de la camioneta, golpeamos una puerta de madera con la esperanza de que nos escucharan y al parecer funcionó.

Oímos como descorrían la cerradura y Cynthia se acerco a la puerta. Normalmente cuando requerimos hacer preguntas sobre algo, lo hacemos por medio de Cynthia, ya que las personas desconfían menos de las mujeres y sobre todo si son hermosas. Yo me aprovecho de ello y evito ser el que haga la pregunta o solicitud. No es que sea feo pero tampoco soy un Adonis, soy moreno claro y cuido mi peso, frecuentemente me ejercito pero no estoy en una forma como en mis años mozos. De todas formas como hombre siempre inspira uno desconfianza en la gente y sobre todo a esas horas de la noche. La puerta por fin se abrio y apareció un hombre calvo con lentes, con un hábito obscuro.

Buenas noches, ¿qué desean?- Pregunto el sacerdote con una voz grave y agradable.

Disculpe la molestia a estas horas, pero queríamos solicitarle un pequeño favor. Contesto mi esposa.

Sí, ¿en qué puedo servirles?

Como mi esposo se encuentra cansado y la carretera es pesada de conducir, queríamos pedirle su autorización de aparcar nuestra camioneta en su estacionamiento y pasar la noche ahí.

Como no, no hay problema. ¿Solo son ustedes dos?. Volteo a mirarme.

Sí, así es. Respondí.

También queríamos ver si es posible que nos pudiera regalar algo de agua para beber, se nos termino y contábamos con encontrar algún sitio para comprar más. Dijo Cynthia.

Saben que, es mejor que pasen y veremos aquí dentro que es lo que podemos hacer por ustedes.

Entramos, él cerro la puerta y lo seguimos pasando a lo que me pareció que era uno de los cuartos laterales de la iglesia. Que tenía la apariencia de una pequeña oficina, con muebles bastante modestos; algunas sillas, un viejo escritorio de madera, libreros, etc.

Él mientras tanto nos comentaba que se encontraba solo debido a que las demás personas que normalmente estan, habían tenido que ir a la diócesis a no sé que asunto y estarían ausentes por algunos días. Y por tal motivo, ahora se tenia que hacer cargo de todas las actividades, cosa que provocaba que llegaran a ser falta algunas cosas, entre ellas el agua para beber, ya que debido al clima tropical es riesgoso tomar así nada mas cualquier agua. La única agua que le había quedado la preparó en un café y era lo que nos podía ofrecer por el momento.

Nosotros ante la situación aceptamos, lo importante era calmar la sed de alguna forma. El café estaba bastante fuerte y cargado y solo alcanzo para nuestros dos vasos. El amable cura nos acompaño bebiendo algo de vino e inicio una alegre plática en la que nos entretuvimos por un buen rato, nos mencionó que él era el párroco de aquel lugar, de los problemas que tenían con el mantenimiento y sostén de la iglesia, etc. Pronto se termino el café y el padre nos ofreció si gustábamos de un poco de vino que era lo único que quedaba, sonreímos y aceptamos ya que tal vez seria la única ocasión en que probáramos vino de consagrar.

Él diligentemente fue por otros vasos y por el vino, el hombre era agradable en su trato, de mediana estatura, algo obeso y de extremidades gruesas, tanto sus manos como sus pies. Calvo, por sus lentes creo que tenia astigmatismo, sus ojos castaños, piel clara y muy velluda, lo que hacia que se viera verdoso su bien rasurado rostro, y una pequeña papada se vislumbraba por debajo de su mentón.

La plática prosiguió al igual que el consumo del vino. Tal vez por lo cansado del viaje me empece a sentir muy relajado y cómodo, y lo mismo creo que paso con Cynthia quien no acostumbra a beber alcohol y las pocas copas de vino le hicieron efecto. Se le notaba muy suelta en su conversación y a gusto en aquel lugar. Le contaba acerca de nuestro viaje, de su causa y de los problemas que atravesábamos. Él mostró un amable interés en lo último y deseo poder ayudar en algo para resolverlo.

La platica siguió por más tiempo y derivo en que si en ocasiones él no se llegaba a sentir solo como ocurrió en esa ocasión. Y así era, al parecer el pueblo habia visto descender su población debido a la búsqueda de empleos en las grandes ciudades para mejorar supuestamente sus condiciones de vida. Y cada vez era menos la gente que frecuentaba aquella iglesia, por lo que también habían descendido las actividades que normalmente se llegaban a efectuar.

Era muy común que él estuviera solo en grandes lapsos del día o por varios días. Por lo que nuestra inesperada visita fue un bálsamo para su frecuente soledad, aunado a los rigores que impone la vida religiosa, algunos de ellos muy duros de soportar. Cynthia termino de beber otro vaso de vino e intrigada le pregunto cuál era el más difícil.

  • El mantener con voto de castidad a este pobre- Respondió el cura, levantándose el frente del hábito y enseñándonos que no llevaba ropa interior.

Al dejar al descubierto su paquete, nos quedamos sorprendidos. Por debajo de su voluminoso y muy peludo vientre colgaba un miembro sumamente gordo y muy venoso. Contaba con una gran mata de hirsuto vello púbico que le coronaba, se encontraba circuncidado con un glande amplio y rosáceo, el tronco del miembro se oscurecía hacia la base, alcanzando tonos prietos, pero lo más notable era la serie de serpenteantes venas que le recorrían, siendo algunas más grandes que otras. El escroto contenía unos testículos grandes y voluminosos cubiertos con una piel obscura y grisácea que daba la impresión de ser áspera, con escasos y largos pelos. En conjunto, era una polla con un aspecto grotesco que se comenzaba a ver amorcillada y con una gota de líquido preseminal en la punta. Al parecer el hecho de mostrar su miembro con mi esposa ahí presente había causado cierto grado de excitación en ellos.

Mi mujer comenzó a mostrar interés en esa picha, pude percibir un cierto brillo en su mirada y un cambio en su actitud. Acercándose al sacerdote con cara de asombro, estiro su brazo derecho y con su mano cobijo y acaricio sus huevos, sopesándolos gentilmente. Ante este contacto, la verga comenzó a erguirse adquiriendo más longitud pero sobre todo más grosor.

¡Ya viste esto!- Me comento Cynthia a la vez que se acuclillaba frente al padre flexionando sus piernas y separando ampliamente sus rodillas.

Yo también estaba atónito, pero más por el hecho de ver a mi esposa sobándole las bolas a un cura, mostrando su entrepierna cubierta con unas bragas azules y aproximando su rostro hacia ese pene.

Como pidiéndome mi consentimiento, me miro y yo dentro de mi sorpresa, solo acerté a asentir con un ligero movimiento de cabeza. Entonces sacando su lengua sorbió la pequeña gota de humedad de la punta del glande y exclamó - ¡Delicioso!.

Empezó a darle lengüetazos al fuste de la verga, lamiendo posteriormente el tronco a lo largo hasta llegar a las bolsas, donde se regodeo dando lengua por todas partes, introduciéndose por turnos un testículo a la vez ensalivándolo perfectamente. Mientras que con su mano derecha le hacia la paja al párroco. Este se mantenía parado pero recogiéndose con ambas manos el frente del hábito, flexionando sus rodillas ligeramente hacia fuera y adelante para que mi esposa pudiera maniobrar más cómodamente.

Ella recorría su lengua en forma ascendente hasta que al llegar a la enorme cabeza del pito, la engullo y fijo sus ojos en la cara del padre. Él hecho su cabeza hacia atrás y abrio la boca en un gesto de gozo infinito. Cynthia chupaba alegremente el cipote introduciéndose ruidosamente cada vez mayores porciones y observando divertida su efecto en el rostro del sacerdote. Volvió a darle el tratamiento de lamidas de lengua al glande, tronco y al escroto, intercambiándolo con jugosas chupadas en la cabeza y metidas del falo en su boca. En suma, le estaba dando una soberbia mamada la cual nunca me había regalado a mí.

Ante este tratamiento, el miembro había alcanzado su máximo tamaño y dureza, pronto el cura comenzó a flexionar rítmicamente sus piernas para introducir grandes trozos de su pene en la boca de mi esposa, distorsionándole ocasionalmente sus cachetes, pudiéndose notar en ellos la cabezota que los empujaba. Ella como buena hembra, aguantaba los embates tragando toda la ración que le dosificaba el padre, recorriendo con sus labios y saboreando con gusto aquella piel venosa y dura que al salir brillaba de lo ensalivada que quedaba.

El párroco comenzó a tomar el control de la situación, estiró su brazo izquierdo para tomar y levantar el largo cabello de Cynthia y a la vez sujetarla y mantenerla en la correcta posición para seguirla follando. Ella le ayudo a sostener el frente del hábito, mientras que con su mano derecha se comenzó a sobar su vagina.

La visión de ver a mi bella y amada esposa, acuclillada y con las piernas separadas, con sus pantaletas azules empapadas y a medio muslo, haciéndose una puñeta en su mojadísimo sexo y a los pies de un representante de la Santa Madre Iglesia, recibiendo sumisamente los furiosos pollazos que le desfiguraban el rostro y siendo sujetada su cabeza por parte de un hombre que era la antítesis de Adonis, era la visión más caliente que hubiera visto en mi vida.

Continuara….

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