Sexo en un lugar publico 2

Mi experiencia sexual en un lugar publico

Hace ya semanas desde que me hice miembro de este fórum y escribí mi primer relato, que es una historia real, aunque pienso escribir algunas de fantasía más adelante. De momento, esta es otra narración auténtica de otra aventura mía que espero que os guste, aunque el sexo no sea muy fuerte. He cambiado los nombres de los dos protagonistas, pero nada más.

Era un Viernes, uno de mis dos días libres en el hotel aquella semana. Era primavera, hacía ya calorcito, y decidí salir a darme una vuelta por los bares de ambiente a ver si ligaba. Me había cortado el pelo aquella mañana, un corte a lo Beatle que a mí me gustaba mucho. Mi pelo es castaño claro, y cuando lo tengo recién lavado parece rubio oscuro. También iba recién afeitado, y me había echado un poco de colonia Brut en el cuello y alrededor de la polla y en los huevos. Me puse una camisa blanca de manga corta con el cuello abierto, unos vaqueros negros y una chaqueta azul oscuro, y pillé un bus para Notting Hill Gate, donde había un pub gay al que solía ir entonces y que años después cambiaría de dueños y hoy en día es un bar hetero. O sea: una mierda. Pero en 1999 era uno de los pubs gays más populares del oeste de Londres, y los Viernes y Sábados por la noche estaba siempre a tope.

Cuando llegué allí casi no había nadie, porque aún era muy temprano, y yo lo sabía. Pero yo tenía toda la tarde para andar por ahí y no tenía prisa. De momento quería tomarme una jarra de cerveza y echarle un vistazo al Gay Times, una revista que distribuyen gratis el todos los locales gays del Reino Unido. Me senté en una mesa con mi birra y la revista, y me puse a hojearla.

No tardé en darme cuenta de que un chico que estaba de pie junto a la barra me estaba observando. Parecía un poco más joven que yo, era rubio y bastante guapo. Yo lo miré un par de veces y seguí leyendo como el que no quiere la cosa. Entonces vi por el rabillo del ojo que se acercaba a mi mesa con su copa de vino en la mano.

-Hola.

Yo levanté la vista y mis ojos se encontraron con los suyos, que eran de un azul oscuro precioso.

-¿Puedo sentarme aquí?- dijo educadamente.

Mi corazón empezó a galopar.

-Sí, claro.

-Gracias- dijo con una sonrisa.

-No hay de qué.

Se sentó, y miró mi revista.

-¿Qué estás leyendo?

-Nada realmente, solo matando el tiempo.

Cerré la revista y la aparté a un lado.

-¿Cómo te llamas? –me preguntó.

  • David.

-¿De dónde eres?

-Español. ¿Y tú?

-Moldavo.

-¿Y cómo te llamas?

-Jonas.

Nos dimos la mano sonriendo.

-Yo te he visto antes por aquí, siempre estás solo- dijo.

-Yo no recuerdo haberte visto a tí.

-Hace un par de semanas, un Sábado por la noche. Yo estaba sentado allí con unos amigos –dijo señalando a una mesa en un rincón- y tú estabas en la barra. Me fijé en ti porque eres guapo. Si hubiera estado yo solo me habría acercado. Por cierto, ese día tenías el pelo de otra manera, más largo.

-Me lo he cortado esta mañana –dije, sonrojándome.

-Te queda muy bien –dijo, acariciándomelo tiernamente-, es un pelo muy bonito.

-Gracias. Tú tienes unos ojos muy bonitos también.

Se echó a reír.

-Y tú vistes muy bien. ¿Es que vas luego a alguna fiesta?

Me sonrojé todavía más, mi corazón petaba en mi pecho.

-No. Es que… me gusta vestir bien cuando salgo de bares.

-¿Cuántos años tienes?

-Veintiséis. Bueno, casi. Dentro de tres meses. ¿Y tú?

-Veintidós. Pareces más joven, yo no te echaba más de veinte.

-Pues tengo veinticinco, lo creas o no.

Jonas sonrió y luego miró mi vaso casi vacío. De un trago vació el suyo, y luego dijo, ¿Quieres otra, o nos vamos?

Yo no podía creer mi buena suerte. No llevaba ni veinte minutos en el pub y ya había ligado. Y el chico estaba para comerlo.

Apuré mi cerveza y me levanté.

-Vamos.

Salimos a la calle.

-¿Dónde vives? –me preguntó.

-En White City, donde hay más negros que blancos.

Jonas se echó a reír.

-Pero no puedo llevarte allí. Comparto piso con cuatro chicas, y no saben que soy gay. Y siempre hay alguien en casa, y a veces traen a sus amigos. Si fueras una chica sería distinto.

-¿Es que te avergüenzas de ser lo que eres?

-No. Pero apenas las conozco, y no sé cómo reaccionarían si supieran que me gustan los tíos. Y tienen un amigo que es homofóbico, el hijo de puta. El otro día estuvo despotricando contra los gays cuando contó que había visto a dos chicos besándose en el bus. Dijo que habría que matar a todos los maricones. A mí se encendió la sangre, y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no explotar. El tío es grande como un toro, y si llega a saber que soy gay seguro que me hace pedazos allí mismo.

-Pues cámbiate de casa.

-Lo he estado pensando, y lo voy a hacer.

-Pues a mi lugar tampoco podemos ir. Comparto habitación con un amigo y en este momento está durmiendo porque trabaja de noche. Es una pena, porque vivo aquí al lado.

-¿Entonces qué hacemos?

En ese momento estábamos pasando al lado de un MacDonald’s. Jonas se detuvo, me agarró el brazo y con una sonrisa picarona me dijo:

-Ven.

Entramos en el restaurante. Con la cabeza señaló hacia los lavabos. Mi corazón empezó a petar como loco.

-¿Aquí??!!!’ susurré.

Él se echó a reír. Todavía agarrándome el brazo abrió la puerta del lavabo de hombres y entramos. No había nadie.

-¡Estás loco!’ le dije.

-¿Es que no quieres?

-Claro que quiero, ¡¿pero aquí?!!...

-Nadie se va enterar, vamos.

Nos metimos en uno de los dos cubículos de retrete que había, y Jonas le echó el pestillo a la puerta. Entonces me agarró la cabeza y me dio un morreo que me cogió desprevenido.

-¡Que rico estás!

Empezó a abrirme el cinturón y a desabrocharme los vaqueros. De un tirón me los bajó con los calzoncillos, se agachó y empezó a chupármela. Se la tragaba toda hasta los huevos y luego la sacaba, me sorbía el glande apretando con los labios y luego la volvía a tragar hasta el escroto. Nunca me habían hecho una mamada tan intensa. Yo estaba temblando de arriba abajo, sentía que me iba a correr en cualquier momento. Las piernas apenas me sostenían.

Entonces la puerta de los lavabos se abrió y sonaron unas voces infantiles. A mí casi me dio un infarto. Me tuve que morder la mano para no gritar. Jonas, con mi polla toda metida en la boca, miró hacia arriba, se la sacó por un momento, me sonrió lascivamente y se llevó un dedo a los labios, y luego siguió mamándomela tan tranquilo.

-Abuelo, tu puedes mear ahí- dijo un niño pequeño, -el otro retrete está ocupado. Nosotros usamos los urinarios.

-A ver quien acaba antes’ -dijo otro niño, riéndose.

Jonas seguía mamándomela como si nada mientras los dos críos y el viejo meaban al otro lado de la puerta. Entonces sentí que me venía la marea, y sacudí a Jonas para que me soltara. Me corrí sobre la pared del cubículo y en el suelo, ahogando mis gemidos con la mano tapándome la boca. Jonas, tan tranquilo, se puso de pie otra vez y me miraba mientras se relamía los labios como el gato que se ha comido al canario, mientras los dos enanos y el abuelo se lavaban las manos.

Por fin se marcharon y volvimos a quedarnos solos.

-Tenemos que salir de aquí -le dije a Jonas, -¡Mira que si nos pillan!...

-Ahora te toca a ti. Vamos, no tengas miedo ¿No te excita hacerlo aquí?

-Sí, pero…’

-Pues venga. No puedes dejarme así’

Me limpié la polla con un trozo de papel higiénico y me vestí. Él ya se había desnudado, y me quedé alucinado al ver el tamaño de su erección. Era más delgada que la mía, pero medía más de veinte centímetros contra mis dieciocho y tenía la punta torcida hacia la izquierda, y el glande era gordísimo, parecía un champiñón.

-Quiero follarte -dijo, mostrando el envoltorio de un condón que había sacado de un bolsillo.

-Soy virgen- admití.

Él se me quedó mirando como si no lo creyera.

-¿Hablas en serio?

-Sí. Se la he chupado a muchos chicos pero nunca me han dado por el culo, ni yo me he follado a nadie.

-Un virgen –dijo él sonriendo, -¡Joder, vaya día! Venga, date la vuelta.

-Aquí no. Es muy arriesgado. Si nos pillan acabaremos en la comisaría.

-¿Es que no quieres que te follen?

-¡Si, pero no aquí!

La puerta de los lavabos se abrió otra vez y entró alguien. Nos quedamos completamente en silencio, Jonas con la polla aún toda tiesa y pidiendo atención a gritos. Yo me puse en cuclillas y empecé a mamársela. Él se recostó contra la pared del cubículo y me sujetó la cabeza con ambas manos y se dejó hacer. No había pasado ni medio minuto cuando de repente empezó a follarme la boca como un pistón, y supe que se iba a correr. Yo nunca había tragado otro semen más que el mío, y no iba a hacer ahora una excepción. Hice intención de soltar su polla, pero sus manos, aferradas a mi cabeza no me dejaron. El jodido quería correrse dentro de mí. Le agarré las manos y le obligué a que me soltara. Hicimos algo de ruido durante el forcejeo, pero afortunadamente el tío que había entrado ya se iba y el ruido de la puerta camufló los nuestros. Al final conseguí zafarme de Jonas, y justo a tiempo, porque nada más liberar su polla se corrió en cuatro o cinco trallazos que no aterrizaron en mi ropa por centímetros.

-Lo siento, pero no dejo que nadie se corra en mi boca. No me gusta el sabor del semen –dije.

Estaba mintiendo, porque sí que me gusta. Muchísimas veces me he tragado mi semen, me excita cantidad. Como cuando me mojo un dedo en la boca, me lo meto todo en el culo y luego me lo vuelvo a meter en la boca y lo chupo hasta dejarlo limpio. Pero tragarme el semen de un completo desconocido que puede tener cualquier cosa, eso no.

-No importa –dijo Jonas, con cara de expresar lo contrario.

Se limpió la polla y se vistió.

-Vámonos.

Salimos. Ya en la calle, miró su reloj.

-Tengo que irme –dijo secamente.

-Estás enfadado porque no quise follar, ¿verdad?

-Yo quiero follarte.

-¡Y yo, pero no aquí!

-Pues ya me dirás donde, porque a tu lugar no podemos ir por el que dirán tus compañeras de piso, y en el mío mi colega está durmiendo, y no vamos a follar con él allí.

-Una noche que él esté trabajando, si los dos estamos libres… -sugerí.

Él suspiró, y luego asintió.

-Dame tu número- dijo, sacando un móvil del bolsillo.

Como yo entonces aun no tenía móvil (hace veinte años eran carísimos, por ser aún la novedad), le di el número del piso. Aunque me llamara y contestara el teléfono una de las chicas, pensarían que él era un amigo cualquiera. Luego me dio su número, que apunté en una agenda de bolsillo que siempre llevaba conmigo. Hecho esto nos dimos la mano, y cada uno se fue por su lado.

Durante los días siguientes lo llamé cuatro o cinco veces, pero siempre tenía el teléfono apagado. Al final le dejé un mensaje en el contestador, pidiendo que me llamara él a mí. Pero nunca lo hizo. Y nunca más le volví a ver, a pesar de que volví a aquel pub muchas veces. Supuse que mi negativa a dejarme follar aquella tarde le hizo perder cualquier interés que pudiera tener por mí en ese momento.